Luchas contradictorias

Por Adan Morgan
Narrador: A. Adriana Gómez 
Ingresé a la Escuela Normal hace tres años. Siempre fui de las que he sido firme en mis decisiones, recuerdo que desde que tenía 10 años tenía el deseo de ser profesora. Mi madre, profesora de preescolar, siempre pretendió disuadirme para que eligiera otra profesión, su mayor temor eran las experiencias que ella estaba viviendo desde 2011 donde se hablaba de una reestructuración curricular y el impulso de una reforma educativa. A mí madre no le angustiaban los cambios, sino las malas frases y etiquetas que tanto los medios, como muchos sectores de la sociedad se encargaban de estigmatizar en contra de los profesores.
Fui testigo muda de las angustias de mi madre, hasta antes de la reforma y la persecución de las evaluaciones la encontraba siempre contenta preparando sus clases todas las noches, preparando materiales, haciendo recortes, entre otras actividades que la desvivían por sus niños. Podría decirles con toda honestidad que hubieron muchos días que mi madre con la intención de hacer lo mejor por los niños, dejaba de hacer lo que correspondía conmigo, su única hija. Y digo su única hija, porque después de que mi padre se fue de migrante a Estados Unidos, y un día recibimos la noticia de su fallecimiento; mi madre no ha decidido volver a casarse, ni vivir con otra pareja. Su amor lo volcó, desde entonces en mi y sus niños (de preescolar) como ella dice.
Aún con las angustias y temores de mi madre decidí ingresar a la Escuela Normal. Recuerdo que mi ingreso fue toda una odisea porque decidí estudiar en San Cristóbal de Las Casas, por lo que tenía que viajar desde la comunidad de la Gloria, municipio de Ocosingo, Chiapas. Mi Madre después de la noticia del fallecimiento de mi padre decidió que nos quedáramos a vivir en esa comunidad, porque ahí estaba su centro de trabajo. En mi caso siempre acompañado de mi madre estudie la primaria en el pueblo, la secundaria y la preparatoria en otra comunidad cercana a la Gloria. Para mí madre fue importante mi crecimiento en el pueblo de la Gloria, no quiso dejarme con mis abuelos, siempre me dijo que era importante que fuera consciente de alegrías, tristezas y dificultades que ella pasaba como profesora para brindarme las condiciones necesarias.
En san Cristóbal las cosas no fueron fáciles, porque para ingresar a la normal había que hacer muchas vueltas, muchos gastos y sobre todo lograr entrar compitiendo con la corrupción porque en esa normal hay un profesor que ofrece su servicios dando un curso para preparar alumnos y él forma parte de los aplicadores de exámenes, así que es juez y parte del proceso, por eso muchos de los que llevan el curso con él tienen segura la entrada. Por eso fueron dos ocasiones que intenté ingresar, en la última ocasión fui aceptada en el lugar 34 de 40 matrículas que se ofertaron.
Ya en la Escuela Normal los discursos florecen en cada parte, estaba ilusionada con las clases, las asesorías, las posturas, la información que ahí discutíamos de 3 de la tarde a 10 de la noche. Al concluir mis clases me disponía hacer mis tareas por las noches. En el barrio de Tlaxcala recuerdo que entre varias compañeras logramos rentar un cuarto donde instalamos dos literas y entre las cuatro pagamos el cuarto e instalamos lo necesario para nuestros alimentos y los recursos necesarios para sobrellevar los estudios.
Recuerdo las palabras de las compañeras emocionadas con el discurso de profesoras y profesores. Por las noches nos gustaba hablar de autores destacados que se habían discutido en las clases como I. Ilich, P. Freire, A. Gramsci, Giroux, entre otros tantos pensadores que han cuestionado el sistema educativo utilitarista y capitalista. Nuestra formación teórica se hacía cada vez más aguda con el movimiento que se comenzaba a gestar en las Escuelas Normales en Chiapas con nuestra gloriosa y combativa Coordinadora de Estudiantes Normalistas del Estado de Chiapas (CENECH).
La experiencia en el movimiento había rebasado todas mis expectativas, todos los temores y angustias que pasaba mi madre como profesora se habían convertido en mi bandera de lucha. Mi madre estaba convencida que la educación no podía reducirse a estándares, que la calidad no podía medirse con un examen, mucho menos pensar que todo podía reducirse a lo laboral. Por eso siempre me dijo que la escuela debía promover que los niños fueran felices, no cargarlos de más contenidos, dejar de ver a las escuelas como fábricas que producen personas para que sean productivos laboralmente. Los niños necesitan más espacio para ser felices y desenvolverse como niños.
Esa fue mi consigna cuando pidieron nuestro consentimiento para participar en el paro de actividades. Nuestros compañeros organizadores en una reunión con todos los grupos de la Escuela Normal sometieron a consenso nuestra participación. La decisión fue unánime, todos emocionados decidimos integrarnos a la lucha magisterial, como estudiantes nos sumaríamos a la CENECH para hacer desde ahí nuestras peticiones y participar en todos los movimientos y actividades que propusieran.
La mayoría de estudiantes estábamos emocionados con la decisión, de inmediato cada grupo se organizó para hacer las guardias, formas de participación y la manera de hacerse de recursos para sostenerse en el paro magisterial.
También observamos que los profesores de la Escuela Normal se estaban organizando. Nos emocionaba saber que nuestras profesoras y profesores, los mismos que con sus discursos comentaban y discutían en los salones se incluían en la lucha, eso hacía hasta ese momento coherente el discurso con la práctica. Nos llenaba de orgullo saber que lucharíamos codo a codo con nuestros profesorxs de la Escuela Normal.
Pero las luchas discursivas son contradictorias, porque hay muchos profesorxs que en el momento de dar sus clases se desgarran las vestiduras contra el sistema, pero en el momento de hacer las cosas, de enfrentarse, de luchar, de protestar, de salir a las calles; simplemente brillan por su ausencia.
A poco más dedos meses y medio nos damos cuenta que el discurso y la práctica no son coincidentes. Nos observamos entre compañerxs alumnxs en el campamento y en las actividades que realizamos y siempre estamos los mismos, buscamos entre las multitudes a nuestros profesorxs de la Escuela Normal sin tener éxito, hemos visitado un campamento que instalaron en el parque central y la carpa que se instaló parece derrumbarse, nadie ha visitado el lugar desde hace varios días. Pareciera como si el fantasma del pueblo de Luvina de Rulfo corroe y rasga la lona que dejaron. ¿Acaso decidieron ir a disfrutar sus vacaciones mientras los alumno seguimos luchando y resistiendo? ¿Qué pasa con la delegación sindical de nuestra institución y su flamante secretario general quienes afirman ser combativos?
¿Cómo creer en nuestros profesorxs «críticos» y sus discursos, si en el momento de luchar y poner el ejemplo solo brillan por su ausencia?
No tenemos las preguntas concretas, solo muchas dudas, decepción y coraje; porque los profesorxs de las Escuelas Normales en Chiapas deberían de ser ejemplo de lucha; ser ejemplo para sus alumnos; deberían tener una propuesta concreta en el pliego petitorio para fortalecer las Escuelas Normales.
Las luchas son contradictorias, desiguales e injustas. Lo digo como alumna, como hija, como ciudadana. La escuela, la formación no sólo está en los libros y en la teoría, también está en el ejemplo constante resistiendo y luchando no sólo en las aulas, sino también en las calles.
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Adan Hernández Morgan

Lic. en Pedagogia, Mtro. En investigación educativa y Dr. en Estudios Regionales. Profesor investigador de la Universidad Pedagogica Nacional.