América del Sur/Colombia/20 Agosto 2016/Autora: Lucía Baskaran/Fuente: Diagonal
El voluntariado ha sido frecuentemente criticado desde distintos frentes. Lo que en principio debería ser una expresión de solidaridad, muchas veces se convierte en un acto narcisista que tiene más que ver con la búsqueda de la satisfacción personal y laselfie con “los pobres” que con el altruismo.
Melani Cendoya (Zarauz, 1988) fue, como muchas otras, con la intención de ver, oír, conocer, aprender, ayudar. Su plan inicial era estar unos pocos meses, pero Colombia y sus habitantes la cautivaron. Tres años después, sigue viviendo en Cartagena de Indias, una de las capitales con mayor tasa de miseria del mundo. Hablamos con ella sobre su proyecto en FEM y el voluntariado no asistencialista.
¿Cómo fueron tus comienzos en Colombia?
Al llegar, empecé a trabajar con una fundación que estaba más pendiente de las apariencias que de otra cosa. Poco después conocí a la politóloga y pedagoga Ana María González Forero y me encantó su filosofía no asistencialista y su forma de trabajar. El voluntariado no consiste en dar lo que tú tienes, lo que te sobra o lo que tú piensas que ellos necesitan. Ellos también tienen capacidad de decisión.
Hace siete años, Ana María fundaba FEM (Fundación por la Educación Multidimensional). En principio estaba enfocada únicamente a la educación infantil, pero posteriormente se dio cuenta de que había muchos más frentes en los que intervenir si quería superar la desigualdad. En FEM no intentamos luchar contra la pobreza, sino contra la desigualdad, que es cada vez mayor, tanto a nivel económico como de oportunidades, acceso a la salud pública o participación ciudadana.
¿Con qué comunidades trabajáis?
Trabajamos con las comunidades más afectadas por la desigualdad: poblaciones indígenas y afro principalmente. A pesar de que la Constitución de 1991 trajo consigo leyes de derechos históricos que protegían a estas comunidades, la mayoría los desconocen. Aquí cerca, por ejemplo, hay una comunidad a la que una marca hotelera está expulsando de su tierra, cuando en realidad ellos tienen derecho a reclamar ese territorio pidiendo la titulación colectiva. Así, si alguien quisiera intervenir en ese territorio, tendría que hacer una consulta previa. Si la comunidad no quiere, no se puede intervenir, por mucho dinero que tengas.
¿Qué hacéis desde FEM para apoyar a estas comunidades?
Principalmente, trabajamos en dos frentes: Hábitat, o la forma de relacionarse con el espacio del que disponen, y Emprendimiento, donde incuban negocios base de pirámide. En FEM les ofrecemos asesoramiento jurídico, contable, de marketing y de plan de negocio. Intentamos impulsarles para que sean ellos los que decidan de qué van a vivir, cómo van a vivir y cómo quieren gestionar su tiempo.
Muchos de los territorios donde viven están en zonas de riesgo: desprendimientos, inundaciones… Nosotras no hacemos la función del Estado, que es movilizarlos a otro lugar, sino que nos centramos en hacer de su espacio un espacio habitable. En el barrio de El Pozón, por ejemplo, las calles están sin pavimentar, no tienen sistema de alcantarillado ni agua, y tienen un caño contaminado al lado. Encontramos a una comunidad de madres que decidieron organizarse bajo el nombre de AMOR (Asociación de Mujeres Organizadas) y que crearon un banco comunitario. Tenían un espacio medio vacío que se estaba usando para tirar basura y querían hacer un parque, ya que El Pozón no contaba con un espacio para los más pequeños. Como para el gobierno estas mujeres son invisibles, desde FEM decidimos intervenir haciendo de puente para que pudiesen negociar con dos instituciones: la Universidad de Pensilvania y la empresa de reciclaje Esentia. Después de muchos meses de trabajo, conseguimos que la Universidad de Pensilvania viniera con once estudiantes (arquitectas, paisajistas urbanos y profesores) y que Esentia nos donase plástico reciclado. Así, si la zona se inunda, el material no se ve afectado. También les propusimos crear una pequeña start up de catering para que cuando El Pozón reciba visitas, sean ellas las que se encarguen de hacer la comida, servir…etc. No intervenimos en comunidades que no estén preparadas. Vimos que las mujeres de AMOR estaban muy motivadas y por eso decidimos intervenir.
¿Cuál es vuestro objetivo con la comunidad de El Pozón?
Nuestro objetivo es que ellos puedan tomar mejores decisiones, tanto por capacidades de conocimientos y de relaciones institucionales respecto al uso de su territorio, porque al final eso es lo que define su estilo de vida. Pero que sean ellos los que decidan, siempre.
Ahora estamos haciendo un prototipo de casa sobre pilotes. Al ser zona inundable, uno de los líderes de la comunidad está viviendo en una casucha con cuatro maderas y sin suelo. Estamos haciendo una recaudación de fondos, si alguien quisiera aportar sería genial. Nuestro próximo proyecto está centrado en la construcción de casas resilientes, es decir, mejorar lo que ya está.
¿Cómo podemos deshacernos de esa filosofía asistencialista del voluntariado que comentabas antes?
Cuando alguien viene de fuera, suele traer ideas y proyectos pensados desde fuera, sin tener en cuenta las necesidades de la comunidad. Cuando vinieron los de la Universidad de Pensilvania, por ejemplo, ya traían un diseño de parque hecho desde allí. No puedes venir y ponerte a construir algo sin dedicarle un par de días a comunicarte con la comunidad. Tienes que adaptar el proyecto para que sea factible para ellos, socializarlo con ellos. Es necesario deshacernos de ese asistencialismo, “como ellos son pobrecitos y yo soy europeo y universitario, les voy a decir cómo tienen que hacer las cosas.” El aprendizaje es bidireccional; trabajando bajo este caliente sol mano a mano dejas a un lado esa verticalidad.
Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/global/31098-fem-y-voluntariado-no-asistencialista.html
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