Asia/ Siria/30 de agosto de 2016/ Fuente y Autor/Siempre/Bernardo González Solano
El mundo sufre fortísima crisis humanitaria. Por atender el bosque se pierde el árbol. El siglo XXI empezó mal: los atentados terroristas que derrumbaron las Torres Gemelas en la ciudad de Nueva York el 11-S de 2001, dieron paso a un imparable derramamiento de sangre desde el centro mismo del último imperio: Estados Unidos de América (EUA), que se ha extendido al Viejo Continente (en varias de sus milenarias capitales), a Asia y al Oriente Medio, donde no ha parado la matanza (por todas las razones ideológicas y religiosas posibles).
Desde hace un lustro, en Siria, lo que se inició como una revuelta popular se ha convertido en una guerra civil en la que se han implicado varios países de la región, y varias de las potencias que forman parte del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Esta guerra ya casi suma 300,000 muertos y millones de heridos. Aparte de las víctimas mortales castrenses (que no son la mayoría), la población civil y especialmente los niños, son los que sufren principalmente las consecuencias de ese enfrentamiento en el que EUA y Rusia ya están implicados.
Los infantes sirios nacidos hace cinco años no conocen otra vida que la de los sótanos, los refugios, la escasez de alimentos, de medicina, la muerte de sus padres, hermanos y el resto de la familia. En el último de los casos, abandonar el país, en calidad de refugiados con el propósito de tratar de llegar a la Unión Europea, cruzando el Mediterráneo donde muchos miles ya han perdido la existencia. A últimas fechas, fotografías de infantes supervivientes y de cadáveres de pequeños ahogados, han impactado en todo el planeta. La crudeza de las imágenes de dos niños sin futuro podrían representar una oportunidad para que la guerra en Siria llegara a su fin, lo cual no es seguro.
Pero, al mismo tiempo, también significan el desinterés de la Humanidad por el sufrimiento de nuestros semejantes en países que la mayoría no saben ubicar en los mapas. En resumen, el mundo se ha deshumanizado. El sufrimiento de millones y millones de seres humanos no les importa a la mayoría. Cada quien se preocupa únicamente por lo suyo. Lo que significa, simple y llanamente que “cada quien se rasque con sus uñas”. Esa es la verdad. Lo demás es hipocresía.
De acuerdo a United Nations Children´s Fund (UNICEF: Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), 8.4 millones de niños están afectados por el conflicto armado en Siria. En lo que va del mes de agosto, ningún convoy con ayuda humanitaria internacional ha podido llegar a ninguna de las zonas asediadas por los combatientes en territorio sirio, ni en Alepo, al norte del país, la segunda ciudad más importante donde residían 1.5 millones de habitantes, dividida por los enfrentamientos desde 2012, ni en otras partes donde más de 500,000 civiles carecen de lo elemental para sobrevivir.
Por esto, de acuerdo con Peter Salama, director regional para Oriente Próximo y el Norte de África de UNICEF, 3.7 millones de sirios han nacido tras el inicio de la guerra civil en 2011, y entre ellos 151,000 son refugiados desde el primer día de sus vidas porque nacieron en el seno de familias cuyos jefes tuvieron que abandonar su patria. Asimismo, apunta el funcionario internacional: “Las vidas de estos niños están marcadas por la violencia, el miedo y el desplazamiento”. Además, dos millones de infantes no reciben ningún tipo de educación en el país, según SaveThe Children en el país, y tampoco otros 700,000 niños nativos de países vecinos.
Las cifras de UNICEF son apabullantes: en territorio sirio, de los 13.5 millones de personas en situación desesperada, la mitad son menores de 18 años, y 6.5 millones de niños tuvieron que huir de sus hogares convirtiéndose en desplazados forzados, aparte de otros dos millones que todavía viven en lugares difíciles donde no pueden llegar los pocos organismos internacionales de ayuda humanitaria que todavía tratan de hacerlo. El organismo de la ONU asegura que las violaciones contra menores de edad son asunto cotidiano. El año pasado se registraron más de 1,500 agresiones graves. Más del 60% fueron asesinatos y mutilaciones por el estallido de todo tipo de bombas en sitios de tránsito, incluso para ir a la escuela.
La angustiosa situación se da no sólo en Alepo, sino en las áreas leales a Damasco bajo el asedio de los adversarios del “gobierno”. En ese cerco están encerrados, por lo menos, más de 100,000 niños que viven en sótanos donde apenas sobreviven, como el resto de una población exhausta tras cinco años de carnicería e impunidad en Siria. Parte de los civiles que aún se encuentran en la desdichada ciudad de Alepo están bajo el control de los rebeldes. De tal suerte, los sitios a los que los somete el régimen impide la llegada de alimentos, electricidad, agua, medicinas y productos de primera necesidad. Además, algunas ONG denunciaron un aumento de los ataques contra los colegios en las ciudades de Idlib y Alepo. Seis centros educativos fueron atacadas en menos de siete días.
Entre bombardeos indiscriminados de escuelas y hospitales –más de 25 en lo que va de 2016–, el régimen de Bashar al-Asad usa armas no “convencionales” como los barriles bomba, gases químicos como el cloro o el temible napalm (que en la guerra de Vietnam causó miles de muertos), prohibido por todos los tratados de protección de civiles en conflicto. La razón del veto mundial para este tipo de materiales mortíferos, es la imposibilidad de dirigirlas con precisión sobre objetivos militares.
Muchos niños tienen que permanecer en Siria y otros tratan de escapar –con sus familias o solos–, con destino a Europa y algunos países vecinos con la esperanza de encontrar una vida más segura. De acuerdo a información proporcionada por el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), en el mes de junio último había dos millones y medio de infantes sirios con la condición de refugiados. En la Unión Europea hay 214,355, la mayoría de los cuales se encuentran, en Alemania (82,520); Hungría, 45,625; y en Suecia, 27,975, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Así, los refugiados infantiles son el grupo más débil y vulnerable. Los niños sufren abusos, tráfico, enfermedades y explotación laboral y sexual. Y muchos mueren ahogados en el mar Egeo y el Mediterráneo.
En 2015, más de la mitad de los casos estudiados por la ONU los “niños soldados” eran menores de 15 años, un 30% más que el año anterior. “Los niños están siendo utilizados para matar”. El mejor ejemplo de lo anterior se presentó en la noche del sábado 20 de agosto en la ciudad de Gaziantep, Turquía, en una fiesta nupcial, cuando un menor de entre 12 y 14 años de edad, se convirtió en un suicida-terrorista al estallar una carga explosiva que causó por lo menos 51 muertos y 94 heridos. Este atentado es el más mortífero registrado en el país en lo que va del presente año –el acto terrorista en el aeropuerto de Estambul en junio pasado causó 45 muertos–, y al momento de escribir está crónica todavía nadie se atribuía la autoría del mismo, aunque el presidente Recep Tayyip Erdogan acusó al Estado Islámico como probable autor de la masacre.
En tales circunstancias, el miércoles 17 de agosto, circuló en los medios una fotografía que dio la vuelta al mundo por el efecto viral de las redes sociales que tanto bien y tanto daño causan en los días que corren. La imagen del pequeño Omran Daqneesh, de cinco años de edad, ensangrentado y polvoriento como su patria, Siria, recorrió todo el planeta en segundos. “El niño de la ambulancia”, se tituló la foto. Su corta y dramática historia está ligada a la guerra en Alepo.
Un vídeo proporcionado por el Aleppo Media Center –activistas enemigos del régimen de Bashar al-Asad–, proyecta el momento en que los rescatistas sacan a Omran, conmocionado, de entre los restos de su hogar, en el barrio de Qaterji, junto a sus cuatro hermanos, uno de los cuales moriría pocos días después.
La foto que ya se hizo famosa, muestra a Omran sentado en una silla color naranja. La imagen es el símbolo de la sinrazón de la guerra civil en Siria. La impresión es apabullante: el horror en grado sumo. El niño mira sus manos, manchadas con su propia sangre y trata de limpiarse en sus sucios pantalones cortos. La expresión vacía, en shock. El autor de la foto, Mahmud Rslan, dijo a la agencia AFP. “He tomado muchas fotos de niños muertos o heridos por los bombardeos, lo que ocurre cotidianamente en la parte rebelde de Alepo…lo normal es que estén desmayados o lloren. Pero Omran estaba ahí sin voz, con la mirada perdida. Es como si no comprendiera muy bien lo que le acababa de suceder”. No era para menos.
Era forzoso que está fotografía remitiera a otra imagen fotográfica, la de un niño ahogado en una playa turca cuando intentaba llegar, con su familia, a la isla griega de Kos. El nombre del pequeño: Aylan Kurdi. Recorrió el mundo como sucedió con Omran Daqneesh . El fenómeno fue similar en ambos casos, el seguimiento de la noticia fue masivo. Todo el mundo se impactó con las imágenes. Pero nada cambió. Todo sigue igual. La guerra continúa en Siria y en muchas otras partes. La suerte de los niños es la misma. VALE.
Fuente: http://www.siempre.com.mx/2016/08/el-desesperado-rostro-de-la-guerra/
Imagen: www.siempre.com.mx/wp-content/uploads/2016/08/3298-Berna.jpg