Por Ramón Trullas/Rebelión
Traducción de Salvador López Arnal
Recientemente me invitaron a dar una conferencia en un centro médico universitario alemán. Cuando llegué, el jefe de neurología me recibió en su despacho. Después de darme la bienvenida con gran cordialidad, me describió el entorno de investigación biomédica de su laboratorio. Me informó que su universidad está vinculada a la concesión de 44 premios Nobel. «Precisamente -explicaba-, ahora estamos colaborando con el premio Nobel de Química de 2014, que trabaja en el edificio de enfrente. Colaboramos para averiguar la función de las mitocondrias en la enfermedad de Parkinson. Según él, los resultados de mi laboratorio con el ADN mitocondrial son muy interesantes y están relacionados con lo que ellos están investigando en estos momentos».
Después me preguntó: «¿Cómo es la investigación biomédica en Cataluña? ¿Tiene un buen entorno que le ayude en su proyecto de investigación?» Me pareció que notaba mi intranquilidad ante la pregunta, porque muchos de los laboratorios de mi entorno en Barcelona tienen dificultades por falta de financiación. Cataluña es uno de los pocos lugares donde no hay convocatorias públicas para financiar proyectos de investigación.
Yo no le podía decir que en el entorno de mi laboratorio no hay ningún premio Nobel, que no ha habido ninguno realmente en casi cien años. Para salir del paso le di la información que los catalanes acostumbramos a recibir de nuestros diarios. De este modo, le expliqué, que la investigación catalana es buenísima porque recibe muchas becas de la Comisión Europea. Al decirle esto me preguntó: «¿Y esto es una medida de investigación innovadora?» (Muchos sabemos que las becas europeas se conceden utilizando criterios que no son exclusivamente científicos.) Me enrojecí pero continué: una iniciativa que hace que la investigación catalana sea muy buena es que el gobierno catalán paga un sueldo muy alto a científicos extranjeros para que vengan a Cataluña a hacer buena investigación. El hombre puso cara de curiosidad: «¿El gobierno catalán considera que los científicos que hay en Cataluña no son suficientemente buenos?». Y añadió: «¿Qué clase de científico es el que va a un determinado lugar sólo por el sueldo sin que haya un buen entorno de investigación?». Enrojecí de nuevo. Me volvió a preguntar: «¿Me puedes dar algún ejemplo concreto del talento que ha sido atraído por este programa de excelencia?» Al darle dos nombres de personas que ambos conocemos me dijo: «¡Ah! Ahora lo entiendo: uno de ellos era de Alemania y el otro de Estados Unidos, pero allí ya no podían seguir trabajando «. Ya no sabía cómo podía salir de la situación. Finalmente le dije: «Bueno, también tenemos un gran científico, y precisamente ahora le han dado el Premio Nacional de investigación de Cataluña porque probablemente será candidato al premio Nobel si es que no lo ha sido ya. Dicen que va a curar el cáncer «. Cuando le dije el nombre [1], mi interlocutor se quedó muy sorprendido y me dijo: «¿No es el científico que ha tenido que retractarse de un artículo publicado en el Nature Genetics porque se demostró que algunos resultados eran falsos?».
Esta vez no sólo enrojecí sino que también empecé a sudar, avergonzado. Seguidamente, con una expresión como de enfado y haciendo referencia a aquello tan antiguo de “Spain is different”, me dijo: «Aquí, a los científicos que obran así, les retiramos la financiación y tienen que irse. Eso que me cuentas que pasa en Cataluña es muy diferente de lo que se hace en los otros lugares del mundo, que valoran su propio talento y apoyan a todos sus investigadores para crear un entorno científico productivo».
Mi interlocutor me acompañó al lugar donde tenía que impartir mi conferencia, y después, durante la cena, me comentó igualmente: «No entiendo que quieras hacer investigación en un lugar donde no recibes suficiente apoyo y donde no hay ni la infraestructura ni el entorno que te lo permitan; deberías marcharte”. Le expliqué que pienso que mi obligación, además de hacer investigación innovadora, es luchar para que los demás grupos de mi entorno también puedan hacerla, que sólo así puedo ayudar a mejorar mi país. Me emocioné al decirle que quiero convencer a los científicos honestos de mi entorno para que ayuden a cambiar la política científica del gobierno de Cataluña dirigida a financiar exclusivamente un reducido grupo de científicos que más que ciencia hacen promoción personal. Hay que cambiar esta política científica, que ha generado corrupción y la destrucción de muchos proyectos científicos innovadores, y hay que hacerlo porque Cataluña no siga siendo sólo el mejor bar de Europa para ver el fútbol de las estrellas mientras un grupo pequeño de supuestos científicos también compiten por ser estrellas pensando que la ciencia es como Eurovisión o una Champions League de fútbol.
Me pareció que mi ilusión para mejorar la investigación en mi entorno le entristecía un poco. Mi interlocutor me aconsejó finalmente: «Vale la pena intentarlo, pero no dejes de investigar. Lucha para construir un lugar donde la ciencia no sea ni excelente ni diferente, ni catalana ni alemana, ni para jóvenes ni para catedráticos. Sólo progresan los países que apoyan la ciencia sin adjetivos”.
Notas (del traductor).
1) Ni que decir tiene que el científico del que se está hablando tiene nombre y apellidos. La prudencia del autor de esta excelente reflexión -o acaso, no puede descartarse, alguna presión exógena- han impedido conocer más detalles. Pero hay conjeturas más que razonables que que corren por la red sobre esta incógnita nominal de fácil resolución.
* Ramón Trullas, profesor de investigación de IIBB / CSIC / IDIBAPS
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