Entrevista a Enrique Samar
El maestro Enrique Samar presentó en Rosario el libro «Encuentros». Compila bellas experiencias pedagógicas.
En la escuela tiene que estar presente la ternura, la alegría; que no falten. Es un piso; a partir de ahí empezamos a hablar». Con esta idea elige pararse el maestro Enrique Samar para debatir lo cotidiano de la enseñanza y pensar la educación. Samar, docente por más de 40 años de escuelas porteñas, estuvo esta semana en Rosario para presentar un libro que reúne experiencias pedagógicas de la escuela pública.
«Encuentros. Historias de luchas, desvelos y preguntas en la escuela pública», tal el título que recopila el quehacer de educadores y educadoras. Samar ejerció la docencia como maestro de grado y durante dieciséis años como director de escuela. También es abogado, aunque asegura que ese título «siempre está en el cajón». Fue uno de los impulsores de «Carta a los compañeros docentes«, que denunciaba en 1977 las desapariciones.
—»Encuentros» reúne experiencias diferentes, pero con cuestiones en común, como la inclusión y el trabajo colectivo ¿Qué más tienen en acuerdo estas historias?
—Lo primero que decidí es que no iba a invitar a ningún licenciado en ciencias de la educación que no estuviera en una escuela. Porque eso es lo que tenemos en común: trabajamos en una escuela. La idea es reflexionar sobre la práctica de cada uno, del colectivo, con amplia libertad. La invitación era a escribir lo que quisieran. Pero también hay que saber que a los docentes nos cuesta muchísimo escribir, en general no se escribe. No tengo mucho conocimiento de directores de escuela que se sienten a escribir sobre la historia de su experiencia. Este libro les ha servido para poder hacerlo. La experiencia de Encuentro por la Memoria de mi Tierra (uno de los relatos que incluye el libro) la escriben profesoras que se vienen reuniendo desde hace doce años y nunca habían escrito nada. Ese es un punto en común. Y otro, la defensa de la escuela pública. Sé que en las escuelas privadas también hay docentes muy valiosos, comprometidos, con trabajos maravillosos, pero aquí la invitación fue para los de la escuela pública.
—Esas inquietudes están habladas en el libro ¿Y qué otras cosas te preocupan de la educación?
—Todo. Por un lado, las políticas oficiales del gobierno de priorizar las instituciones privadas, de destruir la escuela pública y de desprestigiar a los maestros. Todas las políticas oficiales en materia educativa son de terror. Pero también hay otros temas que me preocupan y que tienen que ver con los docentes. Tenemos que hacernos un replanteo en general de nuestras prácticas. Tanto los maestros de grado, como los directivos y profesores debemos replantearnos lo que decimos. En un reportaje que me hicieron cuando apareció el libro «Whipay!» (Página/12, 27 de julio de 2015) decía que hay que terminar con la obediencia debida en la educación. Está muy impregnado el miedo a la autoridad en las escuelas. Las directoras tienen miedo de las supervisoras, las maestras de las directoras; por supuesto que hay docentes que no son así, sin embargo hay una tendencia a obedecer, a no hacerse preguntas o a preguntarse si lo que hacen sirve.
—¿Por ejemplo?
—Te cuento una anécdota. Fui jurado de concursos de directores de escuela. Además de las cuestiones administrativas y pedagógicas, en las entrevistas siempre metía una preguntita tramposa. Por ejemplo, les planteaba este problema: «A usted la nombran directora. Ni bien llega a su cargo, le acercan un fax («en ese tiempo el fax era lo común», acota) del ministro de Educación, con su sello y firma, donde le dice que el 1º de Mayo hay que festejar el Día de la Constitución Nacional y olvidarnos del Día de los Trabajadores. ¿Usted qué hace?». Había muchas que decían: «Y… si lo dice el ministro…». O bien: «Y… si está en el fax…». Claro que también tuve respuestas que reivindicaban el 1º de Mayo como el Día Internacional de los Trabajadores más allá de la opinión del ministro, pero a la vez muchas que dudaban. Es así. Lo he vivido en reuniones de directores con supervisores, donde nadie se anima a decir «Yo no estoy de acuerdo con esto».
—¿Qué otra anécdota rescatás de tus años de docencia con esa misma fuerza?
—Cuando era maestro, llegó una vicedirectora suplente a la escuela donde trabajaba. Saludaba a los chicos con un beso cuando llegaban y los despedida con un beso. Eso me impactó. Me impactó porque no era lo habitual, lo común. En la escuela tiene que estar presente la ternura, la alegría; no pueden faltar. Es un piso, a partir de ahí empezamos a hablar. Por otro lado, tengo una experiencia reciente con la escuela secundaria de mi hijo, contraria a la anterior. Vamos el primer día de clases, sin que nos invitaran siquiera a pasar, y lo primero que les dicen a los chicos, antes de saludarlos, es que si no se portan bien se van a retirar más tarde y correrán las inasistencias ¿Cómo los adolescentes van querer estar en una escuela donde los reciben así?
Fuente: http://www.lacapital.com.ar/que-no-falten-la-ternura-y-la-alegria-la-escuela-n1295173.html