Por: Antonio J. Mialdea Baena
No voy a entrar en el concepto general de educación porque requeriría un espacio y un tiempo del que no dispongo. En cualquier caso, mis lectores competentes no lo necesitan y para aquellos que no lo sean, puede bien servir este artículo como una invitación a descubrir los tesoros etimológicos de nuestra lengua. Lo esencial ahora es un análisis experiencial, no en vano y en lo que se refiere a la escuela, se trata de la actividad vocacional y profesional que desarrollo y por la que he decidido compartir con los lectores algunas de las reflexiones que desde hace tiempo sobrevuelan mi espacio aéreo. Por tanto, valgan estas líneas como una jornada de puertas abiertas a lo que seguro, muchos de vosotros ya habéis pensado antes que yo, bien en acuerdo conmigo, bien en desacuerdo, bien perdidos o encontrados, o en camino como yo me encuentro.
Tampoco voy a realizar una reflexión sobre nuestro sistema educativo. Necesitaríamos más tiempo que para el análisis etimológico. Además la brecha entre el aula y la política está más abierta que nunca. Y no sólo hablo de la brecha entre el aula y la política sino entre las políticas, las internacionales, las europeas, las nacionales y las autonómicas. Aquí, y sobre todo en lo que concierne a materia educativa, cada cual hace de su capa un sayo. Y así nos va, y no por lo que diga el informe PISA del pasado 2015 (el último del que disponemos), informe al que cada vez, sinceramente, presto menos atención, sino porque mis alumnos me «gritan» cada día que algo no va bien. Muchos me dicen que escucho demasiado a los alumnos y enseguida me hago dos preguntas, la primera cuánto es mucho y la segunda, si no los escucho a ellos ¿a quién debo escuchar, a quien me lo dice? Por eso he decidido hablar desde la experiencia, la cotidiana, la que me hace compartir seis horas, a veces más, con unos cuantos cientos de adolescentes con unas características muy particulares y que, no os quepa duda, son muy diferentes en algunos aspectos, me refiero a los educativos, al adolescente que yo era y a lo que buscaba en la escuela. Si la cifra que manejo a diario no te parece significativa, lo siento de veras aunque es mi experiencia y su valor está precisamente ahí.
Con este panorama, ¿qué podemos hoy ofrecer quienes los acompañamos como docentes durante seis o más horas al día e incluso a quienes los padres, por motivos fundamentalmente laborales aunque a veces también por desesperación, nos han confiado parte de sus propias responsabilidades como progenitores? Esa es la pregunta que me ronda desde hace tiempo. Con la información se aburren. Cuando les hablamos de futuro ni nos creen ni tampoco es que seamos muy creíbles. Ya no somos sus principales referentes. Para encontrar a sus amigos tampoco nos necesitan como mediadores. Y encima para forjar en ellos un espíritu crítico nuestro sistema educativo español se encarga de suprimir aquellas materias que ayudan a esta labor. Así que ahora mismo estoy en camino aunque algo desorientado. Hay quienes prefieren hacer, como solemos decir, la vista gorda, y seguir con lo de siempre. Visto desde sus laderas siguen creyendo que esto funciona y se agarran a la palabra ¡esfuerzo! como quien se agarra a un clavo ardiendo y me consta que aquellos que lo hacen no lo hacen solo por el salario de final de mes pero han arrojado la toalla porque están convencidos de que ese esfuerzo debe correr solo a cargo del alumno.
Ahí dejo, pues, estas reflexiones, como digo, en jornada de puertas abiertas. La reflexión es para todos, padres, profesores, alumnos incluso que tampoco tienen claro lo que quieren encontrar en el aula, y, que no se me escapen, políticos para que dejen de pensar en cómo convertir a nuestros jóvenes en marionetas y dejen que sean ellos los que puedan pensar cómo construir su propio futuro.
Fuente: http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/educar-aula_1112147.html