Por. Ana Cristina Chávez
Comunalizar la educación universitaria en el estado Falcón significa adaptar los contenidos curriculares, las estrategias pedagógicas y recursos didácticos a las realidades del territorio y las comunas, saliendo del claustro universitario y abriéndose a nuevos paradigmas educativos e investigativos, que promuevan la innovación, demostrando –como lo afirmaba Aquiles Nazoa- que sí creemos en los poderes creadores del pueblo. En este orden de ideas, me atrevo a asegurar que son realidades, porque la realidad comunal falconiana no es única, sino diversa, puesto que cada comuna posee características propias que la diferencia de las otras, bien sea su historia de lucha, los aspectos organizativos, las capacidades y potencialidades productivas, la cultura, las costumbres o las tradiciones, así como las condiciones físicas, geográficas y políticas del territorio, lo que obliga a que la educación universitaria responda a ese entorno y contribuya con su desarrollo y crecimiento.
¿Pero cómo hacer esto posible? Pues allí está el punto álgido del asunto. Nosotros, los docentes que estamos ligados a este proceso comunal que se está dando a la par de la transformación universitaria junto con la construcción de las bases de las universidades politécnicas territoriales, somos los convocados a brindar las soluciones a esa inquietud. Por tanto, desde mi área de conocimiento, como lo es el lenguaje y la comunicación, aunada a mi experiencia en el trabajo con las comunidades, propongo que esta transformación curricular bajo un enfoque comunal se fundamente en los procesos de interacción social y diálogo de saberes, en donde la comunicación horizontal y dialógica transversalice la relación comuna-universidad.
En este sentido, es preciso resaltar que para que una educación humanista sea verdadera, auténtica, debe propiciar el diálogo, entendido por Freire (2010) como “el encuentro amoroso de los hombres, que, mediatizados por el mundo, lo pronuncian, esto es, lo transforman y, transformándolo, lo humanizan, para la humanización de todos.” Como se sabe, Freire es el padre de la educación para la transformación, del concepto de dialogicidad como instrumento para la emancipación. El diálogo freiriano se fundamenta en el encuentro de seres en movimiento, que coinciden, desde sus posibles diferencias, en conocimientos y saberes, en emociones y espíritu, protagonizando un acto de amor transformador reflejado en la palabra verdadera producto de la reflexión-acción.
La palabra, para Freire, se convierte en creadora de realidades, pues es consecuencia de actos reflexivos que invitan a la acción, al cambio y a la superación. De allí la necesidad que el aprendizaje de los procesos comunicativos, del uso adecuado del lenguaje como forma de expresión y de convivencia humana, aunado al aprender a ser sujetos en comunión con otros, con principios y valores éticos y humanistas, se fortalezca en los Programas Nacionales de Formación (PNF), donde no prevalezca el conocimiento tecnicista y tecnológico sobre el conocimiento humano y social, así como sobre la capacidad de reflexión y crítica, sino que todos estos conocimientos se unan, y juntos, construyan un conocimiento integral que forme hombres y mujeres integrales para la vida y la transformación de la sociedad.
Pues tal como afirma Freire (1967), la formación técnico-científica no es antagónica con la formación humanista, ya que la ciencia y la tecnología, en la sociedad revolucionaria, deben estar al servicio de su liberación permanente, de su humanización; mientras que el pensar crítico permite concebir la realidad como proceso en constante movimiento y no como algo estático. Pero para lograr eso no sólo debe realizarse un cambio curricular en los PNF, lo fundamental es realizar un cambio en las prácticas pedagógicas de los docentes que dictamos la unidad curricular Proyecto y sus saberes asociados, al igual que de los respectivos tutores y asesores, que permita darle un nuevo rumbo a lo que veníamos haciendo en las comunidades.
Si practicamos la escucha activa, atendiendo y reflexionando sobre las exigencias de nuestro entorno, nos veremos obligados a mirarnos hacia adentro, a evaluarnos, y descubriremos en qué hemos estado fallando y por qué los proyectos no han dado el 100 % del resultado esperado. Como profesores, necesitamos aprender a ser autocríticos, a practicar la reflexividad, repensando nuestro quehacer educativo e interpelándonos sobre los conocimientos que traemos y los que debemos aprehender. Estamos obligados a superar los obstáculos que nos impiden comprometernos con la labor comunitaria y mostrarnos más sensibles ante las realidades que nos circundan.
Así mismo, los docentes debemos convertirnos en líderes que propicien la integración y la liberación espiritual, emocional y del saber, practicando la humildad y la educación dialógica, asumiendo el rol de acompañante, asesor y guía de nuestros participantes, pero también de los voceros y habitantes de las comunidades con las que trabajamos. Debemos luchar para formar estudiantes responsables y comprometidos con las actividades comunitarias y que a su vez sean personas críticas y reflexivas, con actitudes de liderazgo y habilidades comunicativas bien desarrolladas, que sepan cómo socializar con otros y desarrollen sus potencialidades y conocimientos en la búsqueda de beneficios colectivos en los territorios en los que se inserten durante la ejecución de sus proyectos.
De igual manera, nos corresponde fomentar el aprender a convivir con otros, promoviendo el respeto, la empatía, la solidaridad y la confianza, para lograr que el trabajo propuesto a través de los proyectos sociointegradores llegue a feliz término, pues la convivencia, el compartir sincero, permanente y continuo por parte de los estudiantes junto con sus profesores, es una exigencia de las propias comunidades a las que se está incorporando la universidad, y para que además, está relación pase de ser una simple vinculación a convertirse en verdadera integración.
Finalmente, en el marco de la transformación universitaria que se adelanta en Venezuela, en consonancia con el cambio político y social como línea de gobierno, las comunidades y las universidades deben integrarse en un solo bloque que propicie el intercambio de experiencias científicas, tecnológicas, académicas, populares y ancestrales orientadas a la generación de prácticas y conocimientos que impulsen el desarrollo territorial; donde la socialización, la interacción y el diálogo que se establezca entre esos saberes son de vital importancia para el logro de los propósitos planteados. Por eso, interacción social, diálogo de saberes y transformación son conceptos que de manera conjunta están presentes no sólo en la pedagogía de Paulo Freire, sino también en los Lineamientos Curriculares de los Programas Nacionales de Formación que se imparten en las instituciones universitarias del país.
Queda mucho por hacer, pero en este andar debemos ir sumando voluntades ganadas al cambio, a transformar nuestra práctica y convertirla en praxis, donde acción y reflexión sean un binomio indisoluble y representen el primer paso para la transformación, para la verdadera transformación universitaria orientada a la transformación de la sociedad.
Fuente:https://www.aporrea.org/educacion/a241025.html
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