Por: Julián de Zubiría
Hemos oído múltiples veces decir a profesores y padres de familia que las nuevas generaciones vienen con un “chip” incorporado. ¿Tienen razón?
Los jóvenes viven en un mundo virtual. Se comunican por WhatsApp, intercambian fotos en Instagram, mensajes en Twitter y amigos en Facebook. Pasan la mayor parte del tiempo conectados a redes de intercambio de imágenes, archivos y opiniones. Ven cine y televisión en la red, desde el celular, a la hora y al ritmo que deseen. Allí también leen, miran fotos, definen las rutas que tomarán en el carro, escuchan música, invitan a sus fiestas, entablan amistades, bloguean, envían mails y chatean. Reinventaron las redes para comunicarse. Sin duda, es una nueva realidad cultural, más ligada a la imagen y al movimiento que a la palabra y a la reflexión. Se impusieron la inmediatez, la simultaneidad, la globalidad y la dispersión. Los mensajes cortos sustituyeron los argumentos y el auto-concepto comenzó a evaluarse por el número de seguidores, de “momentos” y de “me gusta”, conseguidos. Con ello, cambió para siempre la circulación de informaciones entre los seres humanos y se destronó a la escuela del monopolio que durante siglos ejerció en la transmisión de informaciones a las nuevas generaciones.
Pese a ello, no es cierto –como a veces creen sus padres y profesores– que los niños lean poco porque pasan demasiado tiempo frente al computador. Lo que ocurre es que leen distinto a como lo hacían las generaciones anteriores. Pero su lectura es mucho más compleja por la simultaneidad de imágenes, la incorporación de rutas que simulan los fractales y la flexibilidad que exige. Es más, si de tiempo y volumen se tratara, los estudios nos muestran que leen más que las generaciones previas. Tampoco es cierto que no socialicen porque están absorbidos por la pantalla de su computador. En realidad, interactúan de manera diferente con conocidos y desconocidos. Priman las interacciones virtuales: el chateo y el mail han desplazado a la palabra y al contacto directo.
Esta nueva realidad ha llevado a los padres a afirmar que sus hijos vienen al mundo con un nuevo “chip” incorporado. Ellos ven la gran facilidad con que acceden al mundo digital y concluyen que son “expertos tecnológicos”. Siete de cada diez jóvenes así lo creen y también sus propios padres. Sin duda, los jóvenes son buenos para operar en el mundo virtual, pero, por paradójico que parezca, lo comprenden muy poco, por una sencilla razón: su saber es instrumental, muy distinto a un saber conceptual, reflexivo y profundo. Por ello, cometen errores infantiles cuando se comunican e interactúan virtualmente, algo que obviamente, no les sucedería si fueran expertos. En esencia, comprenden poco el sentido y el significado de la virtualidad. Veamos por qué.
En Inglaterra, según concluye la investigadora argentina Roxana Morduchowicz, sólo uno de cada diez jóvenes distingue entre los anuncios y el contenido, y cuatro de cada diez creen que todo lo que está en Internet es verdad. Si no se distingue entre el contenido y la propaganda y si se cree que lo que aparece en la red necesariamente es verdadero, en realidad, eso por sí solo demostraría que no se comprenden las características y la naturaleza de las redes. Al mismo tiempo que vivimos en la sociedad de la información, también podríamos decir que estamos en la era de las desinformaciones y la manipulación virtual, tal como trágicamente lo comprobamos en dos de las grandes elecciones del año 2016 en el mundo. El año anterior triunfaron las tesis xenofóbicas y excluyentes de Trump en EEUU, debido al miedo que generó frente a las supuestas acciones de los inmigrantes y los terroristas. También ganó en Colombia la resistencia civil contra la paz, gracias a la manipulación emocional que se valió del temor ante la supuesta llegada del “castrochavismo”, o ante la “generalización de la homosexualidad” y la “destrucción de la familia” que se generaría si triunfaba el proceso de paz. Las notorias debilidades en la educación básica fueron decisivas en los triunfos de Trump y del No, los que a la postre significan grandes riesgos para la democracia en EEUU y en Colombia.
De manera análoga, los jóvenes son fácilmente engañados en las redes por violadores y estafadores que simulan ser niños. Los delincuentes tan sólo cambian su foto y ya está hecha la trampa. Les endulzan el oído, les suben el autoestima, las hacen sentir mujeres y las preadolescentes caen ante un estafador disfrazado de joven interesante y apuesto. También aprovechan la red los malandros que quieren acceder a los discos duros, las claves bancarias y los correos de sus contactos.
La indiferenciación entre verdad y simulación les impide a los jóvenes distinguir la calidad de las fuentes consultadas, algo esencial para quien quiere usar la información con fines ligados al desarrollo conceptual y académico.
Pero algo que es especialmente grave es que los jóvenes no se han dado cuenta de que en el mundo digital no existe el borrador. Por ello son presa fácil del “cyberbullying”. Es así como las fotos que ingenuamente les envían las niñas a sus novios, las harán depender de ellos a perpetuidad; lo que dijeron en la red, allí quedará grabado, como muestra de quiénes fueron meses o años antes. En la red, no existen los borradores que teníamos en las máquinas de escribir y en los computadores. Lo escrito queda fijado en piedra, y lo enviado lo será hasta la eternidad. Una foto o un video pueden convertirse en una tragedia para niños y jóvenes, semanas o días después. Y casi todos tienen la manera de tenerlas al alcance en su propio celular. Sería la prueba reina de una oculta homosexualidad, traición, beso, rechazo o angustia. En segundos, son millones quienes tienen acceso a nuestras debilidades reales o inventadas. Y la mayoría de los jóvenes todavía no se han dado cuenta de ello.
En consecuencia, no es cierto que los niños vengan con un “chip” incorporado. El saber que tienen sobre la virtualidad no es conceptual, reflexivo y profundo, por una razón muy sencilla: fue adquirido de manera directa, mediante el “cacharreo” y la experimentación empírica. Le falta mediación, reflexión, retroalimentación, interpretación y preguntas; algo que sólo los buenos docentes y las buenas escuelas pueden lograr.
Lo que se infiere de la reflexión anterior es la imperiosa necesidad de elevar el trabajo educativo en torno al mundo virtual. Necesitamos incorporar el chateo al aula de lenguaje. Hay que cualificarlo en clase de escritura. Pero, sobre todo, hay que consolidar las competencias digitales de los niños y los jóvenes. Para ello necesitamos mediar su acercamiento a lo virtual. El desafío de la escuela es enseñar a niños y jóvenes a saber cómo, dónde y qué buscar en las redes. A diferenciar los contenidos de la publicidad, a llevarlos a que se pregunten sobre la calidad y confiabilidad de las fuentes, las intenciones que ocultan y la información que esconden sus autores. Necesariamente hay que invitarlos a que lean materiales con tesis e interpretaciones opuestas para fortalecer la lectura crítica. A que miren no sólo lo que dicen, sino también, y muy especialmente, lo que no dicen. Deben aprehender a leer críticamente los textos, videos, mensajes y fotos que encuentren en la red. Debemos llevar televisores, computadores y celulares al salón de clase, para garantizar un acercamiento mediado al mundo virtual. Si no lo hacemos, quienes se convertirán en los profesores de niños y adolescentes serán los políticos, que quieren manipular el miedo para que sigan triunfando sus intereses, los comerciantes, que quieren aumentar las ventas explotando las debilidades de nuestro pensamiento y los nuevos estafadores, que logran engañar preadolescentes ingenuas, que, aunque caen en sus redes, se creen expertas en el mundo digital, porque oyeron una y otra vez a sus padres decir que ellas lo eran.
Fuente: http://www.semana.com/educacion/articulo/hemos-oido-multiples-veces-decir-a-profesores-y-padres-de-familia-que-las-nuevas-generaciones-vienen-con-un-chip-incorporado-tienen-razon/516163