Por: Hector G. Barnés
Aunque ha existido desde hace décadas, durante los últimos años se ha puesto particularmente de moda la ciencia ficción trascendental, aquella que intenta encontrar sentido en la vida a través de los avances tecnológicos y científicos. Cineastas como Christopher Nolan o Denis Villeneuve han practicado este subgénero en ‘Interstellar’ o ‘La llegada’. Es como si el declive de la religión hubiese dado lugar a una nueva búsqueda de lo metafísico a través de la razón. El ansia humana por persistir sigue vigente.
Esta preocupación se deja notar en la carta que un hombre envió a Albert Einstein después de perder a su hijo pequeño, y que Maria Popova, responsable de ‘Brain Pickings’, acaba de recuperar celebrando el que habría sido el 138 aniversario del profesor. Aparece recogida en ‘Dear Professor Einstein: Albert Einstein’s Letter to and from Children’ de Robert Schulmann, que demuestra que el hombre que cambió para siempre la ciencia era también un maestro de las palabras:
“Querido doctor Einstein,
El pasado verano, mi hijo de once años murió de polio. Era un niño poco común, un chaval muy prometedor que tenía una verdadera sed de conocimiento para prepararse para una vida útil en comunidad. Su muerte ha destrozado la estructura misma de mi existencia, mi vida se ha convertido en un vacío sin sentido, ya que todos mis sueños y aspiraciones estaban asociados con su futuro y sus esfuerzos. Durante los últimos meses he intentado encontrar consuelo para mi angustiado espíritu, de solaz que me ayudase a portar la agonía de perder a alguien más querido que la propia vida, un niño inocente, obediente y dotado que fue la víctima de un cruel destino. He buscado consuelo en la creencia de que el hombre tiene un espíritu que puede alcanzar la inmortalidad, y que de alguna forma, mi hijo vive ahora en un mundo superior.
Le escribo porque acabo de leer su libro ‘Mi visión del mundo’. En la página cinco, usted afirma: “Que un individuo pueda sobrevivir después de su muerte física se escapa a mi comprensión… estas ideas sirven para los miedos o el egoísmo absurdo de las almas débiles”. Y le pregunto en mi desesperación, ¿no hay en su visión ningún confort ni consuelo para lo que ha ocurrido? ¿Tengo que creer que mi querido hijo… se ha desvanecido para siempre en el polvo, que no hay nada en su interior que desafíe a la tumba y trascienda el poder de la muerte? ¿No hay nada que mitigue el dolor de un anhelo inextinguible, un ansia intensa, un amor incesante hacia mi querido hijo?
¿Puede responderme? Necesito su ayuda.
Suyo,
R.M.”
Es quizá la gran pregunta que se ha planteado el hombre después de que Nietzsche matase a Dios en el siglo XIX, y la ciencia le propinase la estacada final. ¿Cómo aliviamos nuestro dolor y ansia hacia la muerte una vez hemos dejado de creer en la vida eterna, al menos en los términos en los que las religiones tradicionales la entienden? La respuesta del científico se encuentra en la línea de muchas de las respuestas que se han intentado dar durante el último medio siglo, más cercanas a las visiones orientales sobre nuestro lugar en el universo. La carta fue redactada el 12 de febrero de 1950, apenas cinco años antes del fallecimiento del alemán:
“Querido señor M.,
Un ser humano es parte del mundo entero, conocido por todos nosotros como “universo”, una parte delimitada por el tiempo y el espacio. Él se experimenta a sí mismo, sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto, una especie de ilusión óptica de su propia conciencia. La lucha para liberarse de esta ilusión es el principal asunto de la religión. No alimentar el engaño, sino tratar de superarlo, es el camino para alcanzar un nivel practicable de tranquilidad mental.
Con mis mejores deseos,
Suyo,
Albert Einstein”
Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-03-15/einstein-carta-padre_1347972/