03 de mayo de 2017 / Fuente: http://compartirpalabramaestra.org
Por: Germán Pilonieta
El fenómeno de la criminalidad adolescente es ya una terrible realidad.
En el fondo, casi todas las personas no creemos que las cosas deban ser así como son, por el contrario, parece que nos sentimos un poco más cómodos y con regocijo reconocemos que es posible que otras sean las circunstancias y que otras sean las condiciones en que debamos vivir.
Parece que aquel viejo anhelo de la paz, que por lo demás nunca llega, es como lo que nos motiva para seguir viviendo. Pero… siempre nos quedamos esperando que llegue la paz. Que llegue la alegría al corazón. Que lleguen mejores tiempos y mejores oportunidades. Siempre esperamos ese que.
La democratización de la oportunidad
Nuestra condición de seres ”esperantes” nos hace ser bien particulares y asombrosamente pasivos y nada comprometidos, pues mientras esperamos, poco hacemos para que las cosas sean diferentes. Eso como que les corresponde a otros. Esa es, en esencia, el substrato de nuestra democracia y de todas las democracias, dadas las maneras y enfoques con que fuimos educados en el milenio pasado y bueno, en este también.
El hecho real es que con democracia o con psuedodemocracias, el estado en que muchas personas, demasiadas tal vez, se encuentran, es lamentable. Los fenómenos de violencia se agudizan, la muerte temprana hace rotar su guadaña en todos los rincones del mundo y los hombres, recién niños, aparecen como los autores de las más terribles matanzas. El fenómeno de la criminalidad adolescente es ya una terrible realidad.
La justicia, ubicada al final de la cloaca social, no hace más que innumerables malabarismos jurídicos para clasificar a quienes allí van apareciendo, fruto de las desventajas sociales, para ponerlos o confinarlos en los sitios, cada vez más abundantes y saturados de inhumanidad, para… aún no se sabe para qué, pero lo que después sale de allí, es absolutamente asombroso y aterrador.
Esta situación se extiende también a los más jóvenes y lo peor es que esto ya se le salió de las manos, hace mucho tiempo, a los gobiernos, cuando de manera apresurada y olímpica, institucionalizaron el problema de los niños y los jóvenes y los convirtieron en una categoría social, la de los menores, sean estos infractores y contraventores, es decir, casi criminales.
La prevalencia ahora está enclavada y enterrada en las famosas instituciones. La incompetencia hace que se diga que lo que se necesita son más centros para encerrar a más jóvenes, más cupos, más camas, más cárceles; parece que esa es la tendencia. La cobertura allí si se está dando con plena evidencia.
Si mal no recuerdo, hace más de treinta años el problema en América Latina ha sido el mismo, solo que ahora ha aumentado y con él, los funcionarios de las instituciones. “La miseria y la condición de los niños en desventaja y abandono, ha dado de comer y mucho más, a un sinnúmero de profesionales y funcionarios que poco o nada han hecho para resolver el problema”, el hecho es que este aún persiste con visos de crecimiento permanente.
Los círculos viciosos que se han generado a lo largo de los tiempos, hacen que definitivamente sea cuestionado, no solo el enfoque con que estos problemas han sido abordados, sino la misma estructura institucional que es responsable de solucionarlos. Mientras esto no ocurra, mientras los enfoques y las instituciones no sean replanteados y transformados radicalmente, las consecuencias seguirán siendo factor determinante de desventaja, miseria y muerte.
Este cuadro, digno de Dante o del mejor director de películas de terror, adornado con algunos hechos recientes de la vida nacional colombiana e internacional y enmarcado con los restos de millones de niños sacrificados por el orden y el modelo de desarrollo con sus políticas sociales y económicas alienantes, es como el material, o mejor, el entorno que debemos tomar para tratar de hablar sobre la utopía de la democratización de la oportunidad a través de la educación, en términos de procesos de formación para el milenio.
El permanente optimismo oficial de las cifras, los informes y las promesas de las administraciones, así hayan sido las más duraderas pero inocuas, ha sido como la nube que está por encima de las duras realidades de miles y miles de niños y jóvenes que no tuvieron la oportunidad de formarse y si solo fueron objeto de promociones dudosas, su camino se corta, pues el otro escalón es muy costoso, allí se vende educación cara y no es para ellos. Las soluciones remediales tampoco han sido las mejores y así, año tras año, se han venido perdiendo muchas generaciones.
De nuevo, la categoría de la oportunidad, como secuencia real de posibilidades formativas, es el reto de las generaciones presentes y venideras y no será en el marco de los enfoques y prácticas educativas del pasado y del presente que puedan ser resueltas. Son otras, las divergentes y disruptivas, las que podrán dar el salto necesario hacia la democratización de la oportunidad y por ende la salvación de muchos y el logro de los valores tan anhelados por todos.
Fuente artículo: http://compartirpalabramaestra.org/columnas/la-democratizacion-de-la-oportunidad-como-un-hecho-necesario