Por: Ignacio Mantilla
En el marco de la conmemoración de los 150 años de la Universidad Nacional de Colombia, hemos venido preparando una serie de eventos con los cuales pretendemos honrar el papel protagónico que la institución juega en la vida cotidiana de los colombianos.
En esta oportunidad quiero referirme en especial a un hecho que nos llena de orgullo: la graduación, en una misma ceremonia, de 102 estudiantes que han obtenido el título de doctor. La simbólica cifra nos ha impulsado a realizar, por primera vez, una ceremonia de grados a nivel nacional, exclusiva para los doctorandos, sus familiares y amigos, pero, muy especialmente, también para sus directores de tesis, quienes merecen un especial reconocimiento, pues no es fácil asumir la responsabilidad de hacer o dirigir investigación de punta en Colombia. Su presencia en la ceremonia era un mensaje especial de exaltación.
De acuerdo con las cifras de los últimos años, la Universidad Nacional aporta el 40 % de los doctores que se forman en Colombia. Muchos de ellos, además, se preparan como docentes durante sus estudios de doctorado, bajo la figura de asistentes o auxiliares docentes, asumiendo una pequeña carga de enseñanza en cursos de pregrado. Actualmente, el 50 % de la planta de profesores de la Universidad Nacional ostenta el título de doctorado. Éste es, hoy en día, un requisito para ser profesor universitario de planta en la mayoría de las universidades colombianas.
Mientras firmaba uno a uno los 4.721 diplomas de quienes se han graduado como profesionales, especialistas, magísteres y doctores durante estas dos semanas en la Universidad Nacional, me surgieron algunas preguntas que formulé a los doctorandos en el discurso en la ceremonia de su graduación: ¿por qué han decidido recorrer el largo camino de la formación académica? ¿Por qué han invertido tanto tiempo de sus vidas entre laboratorios, bibliotecas y referencias bibliográficas? ¿Por qué han aceptado perseguir a un director de tesis durante meses? ¿Por qué han dejado de compartir con sus seres queridos y sus amigos para entregar avances e informes?
Las respuestas son variadas y, con seguridad, dentro de una década, al sumar distintas vivencias, las razones que ellos darán para motivar a otros a iniciar estudios de doctorado serán otras, porque las expectativas que hoy tienen no se habrán podido validar plenamente. No obstante, estoy seguro de que ninguno de ellos se arrepentirá de haber terminado un doctorado, porque no lo han cursado para colgar un diploma más en las paredes del estudio de su casa, sino para contribuir al desarrollo científico de nuestro país. Ese es su verdadero propósito. Pero, lamentablemente, allí es donde precisamente están las mayores dificultades, pues son tantas las barreras para llevar a cabo la investigación que el trabajo científico en Colombia comúnmente se asemeja a una carrera de obstáculos.
La situación de un doctor recién graduado resulta paradójica, pero muy llamativa. Al tiempo que se alcanza el grado máximo que una universidad puede otorgar, con lo cual se pierde formalmente la calidad de estudiante, ese título lo “obliga” a iniciar una carrera en el mundo académico. Es decir, que justamente por haber dejado de ser estudiante, en adelante nunca podrá dejar de estudiar, o sea, de ser un auténtico estudiante.
La curiosidad debe haber impregnado sus vidas, de lo contrario no hubiesen podido ser estudiantes de doctorado para explorar hipótesis, evaluar métodos, clasificar resultados, pero también para sortear todas las vicisitudes que se agregan en una tesis.
Nosotros, sus profesores y directivos, tenemos la certeza de haberlos formado correctamente, es decir, de prepararlos para resolver los problemas que aún no se han formulado, porque la verdadera formación universitaria es la que nos queda cuando hemos olvidado los temas que estudiábamos para aprobar los exámenes.
La formación de doctores es una labor que en nuestro país se debe estimular para generar innovación y nuevo conocimiento. Las estadísticas muestran que en Colombia aún no alcanzamos a graduar 10 doctores por cada millón de habitantes, mientras que la media en América Latina es de 40 por millón de habitantes, y en algunos países desarrollados este número llega a 400.
Con estas cifras no cabe duda de que los nuevos doctores forman parte de una élite académica privilegiada en la que ponemos muchas esperanzas y a la que confiamos la gran responsabilidad de nuestro propio avance científico. Pero en la formación de los doctores no hay que olvidar un apoyo que es fundamental y que pasa desapercibido: en efecto, a diferencia de los estudiantes de pregrado, que en la mayoría de casos reciben apoyo económico de sus padres, en el caso del doctorado muchos ya tienen hijos y son responsables del sostenimiento de una nueva familia que además debe soportar su falta de tiempo, las horas de estrés, la alta presión y el desánimo por los resultados fallidos. Si a eso se suman eventuales dificultades económicas en ausencia de becas, es natural la explosión frecuente del estudiante ante la pregunta común de familiares y amigos: “¿Y te falta mucho para terminar esa tesis?”.
Felicitaciones y éxitos a los nuevos doctores formados en la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos.
Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/un-centenar-de-nuevos-doctores-columna-713417