03 Diciembre 2017/Fuente:elconfidencial /Autor: LUCÍA CABALLERO
Laura Lark ha pasado ocho meses conviviendo con otros compañeros en un refugio espacial en Hawái como si formaran parte de una misión enviada al planeta rojo.
Piña, papaya, mango, verduras recién recogidas y una esponjosa quiche. Después de subsistir ocho meses a base de alimentos enlatados, secos o congelados, los pocos permitidos en una misión espacial, un refrigerio compuesto por estos productos frescos debe saber a gloria.
A Laura Lark no hace falta que se lo cuenten. Esta exingeniera de Google pudo degustar las frutas y hortalizas junto a sus compañeros en un banquete que puso punto final a ocho interminables meses de aislamiento. Desde enero hasta agosto, Lark y otras cinco personas han convivido como si fueran colonos marcianos. Solo que el terreno rojizo sobre el que pisaban era el de un desierto volcánico en la Tierra.
Piña, papaya, mango, verduras recién recogidas y una esponjosa quiche. Después de subsistir ocho meses a base de alimentos enlatados, secos o congelados, los pocos permitidos en una misión espacial, un refrigerio compuesto por estos productos frescos debe saber a gloria.
A Laura Lark no hace falta que se lo cuenten. Esta exingeniera de Google pudo degustar las frutas y hortalizas junto a sus compañeros en un banquete que puso punto final a ocho interminables meses de aislamiento. Desde enero hasta agosto, Lark y otras cinco personas han convivido como si fueran colonos marcianos. Solo que el terreno rojizo sobre el que pisaban era el de un desierto volcánico en la Tierra.
Es el quinto año que la Universidad de Hawái en Manoa cierra un nuevo capítulo del proyecto HI-SEAS (siglas de Hawaii Space Exploration Analog and Simulation) gracias al apoyo y la financiación de la NASA, que ya ha invertido más de dos millones de euros en la iniciativa. En todas las ediciones, seis voluntarios, elegidos entre cientos de solicitantes, han pasado varios meses en un hábitat con apariencia de iglú gigante ubicado a 2.400 metros de altura en una de las laderas del volcán Mauna Loa, en la isla de Hawái.
El objetivo de todas estas misiones ficticias es estudiar las múltiples facetas de la vida en Marte y sus consecuencias para el ser humano. La NASA puede así hacerse una idea de cómo reaccionarán astronautas que de verdad vuelen al planeta rojo. Si en la primera los investigadores al mando del experimento se centraron en la cocina, entre otras cosas, esta vez lo han hecho en los efectos psicológicos de un viaje de trabajo espacial.
Adiós, Google, me voy a Marte
A pesar de que la idea de vivir aislado durante ocho meses rodeado de las mismas personas puede resultar, en principio, poco atractiva, a Lark le sonó casi a cuento de hadas: era lo más cerca que podía estar de viajar al planeta rojo sin ni siquiera ser astronauta.
“Me enteré de la existencia de HI-SEAS leyendo sobre misiones análogas hace tiempo y supe que era algo en lo que me gustaría participar, así que eché mi solicitud cuando abrieron el plazo para las misiones V y VI”, cuenta a Teknautas esta ingeniera que hasta entonces trabajaba para Google.
Había formado parte de la plantilla del gigante de internet durante varios años, en puestos relacionados con la infraestructura del buscador y el indexado de las páginas, pero cuando le comunicaron que era una de las elegidas para viajar al Marte hawaiano lo dejó todo. “Me gustaba mi trabajo, pero lo abandoné porque formar parte de la tripulación en una misión como esta es una oportunidad que no se puede dejar pasar”, asegura Lark, que entiende el proyecto como una contribución a la exploración espacial.
Sus conocimientos de programación y sobre mantenimiento de sistemas le han sido útiles durante el periplo. Además de realizar diferentes experimentos, el equipo salía a dar paseos ‘espaciales’ ataviado con trajes similares a los que llevan los astronautas y debía repartirse las tareas para conservar las instalaciones en buen estado, aunque cada uno se encargaba de un área concreta. La ingeniera era la responsable de las tecnologías de la información y, por tanto, de asegurarse de que los equipos y las comunicaciones del hábitat funcionaban correctamente.
Entre otras cosas, debía informar al exterior sobre posibles problemas en las redes e intentar solventarlos teniendo en cuenta que todas las comunicaciones sufrían un retraso de 20 minutos en ambos sentidos, como ocurriría en un verdadero viaje a Marte. “Solucionar los problemas era un reto sin poder acceder a información ni herramientas en tiempo real”, asegura Lark
También se encargaba de manejar un dron que les ayudaba durante los paseos espaciales o EVA —de Extra Vehicular Activity—. Lo utilizaba, por ejemplo, para capturar fotografías aéreas de zonas cercanas al habitáculo. Luego “usaba esas imágenes para construir modelos en 3D donde podíamos realizar varias medidas”, explica la ingeniera.
Un Gran Hermano espacial
Los días variaban en contenido y en la naturaleza del trabajo. Mientras que pasaban algunas jornadas fuera del refugio, dedicaban otras a la investigación psicológica. No hay que olvidar que eran los protagonistas de un Gran Hermano científico. Llevaban sensores que monitorizaban sus voces y movimientos mientras eran observados a través de cámaras.
Desde el exterior, un equipo de investigadores estudiaba cómo se comunicaban y colaboraban entre ellos y analizaban los cuestionarios que los tripulantes rellenaban para indicar cómo se sentían o si sufrían estrés. En caso de colapsar, tenían una vía de escape para huir momentáneamente a escenarios más agradables: un casco de realidad virtual les permitía viajar a playas tropicales u otros paisajes.
Un chalet con cúpula en Hawái
El hábitat en el que la extrabajadora de Google y sus colegas pasaron ocho meses (y donde la siguiente tripulación vivirá otros tantos) está cubierto de un material de vinilo blanco que le da un aspecto de iglú. Tiene 111 metros cuadrados, espacio suficiente para albergar pequeñas habitaciones individuales para todos, una cocina, un laboratorio y un cuarto de baño equipado con una ducha y dos retretes de compostaje.
Además de los paneles solares colocados en el exterior, que proporcionan electricidad al habitáculo, hay otras placas situadas en el techo para calentar el agua de baño, que debían administrarse. Cada uno de los ‘astronautas’ disponía de ocho minutos de ducha a la semana.
Aunque probablemente no sea comparable a vivir en el espacio, pasar una temporada a 2.400 metros de altura en la ladera de un volcán en una de las zonas con más actividad geológica del planeta también tiene su aquel. Los participantes tuvieron que adaptarse a la altitud que, entre otros efectos, aumentó el espesor de su sangre.
Si bien el volcán permanece dormido desde 1984, los inquilinos de este particular chalé hawaiano se despertaron un día debido a los fuertes temblores que sacudían la estructura. Temían que se tratara de una erupción, pero eran consecuencia de un terremoto, el más fuerte registrado en la zona en los últimos 11 años.
Independientemente del trabajo que consiga ahora que la misión ha terminado, Lark se propone seguir contribuyendo a la exploración espacial, aunque no volverá a pisar el refugio hawaiano. En enero del año que viene, un nuevo grupo de voluntarios se trasladará al volcán para vivir por unos meses en un Marte ficticio. Aún habrá que esperar un poco más para que unos verdaderos astronautas pisen suelo marciano en la década de 2030, según los planes de la NASA. El viaje, eso sí, será bastante más largo.
Fuente de la noticia: https://www.elconfidencial.com/tecnologia/2017-11-01/ingeniera-google-viajar-marte-nasa-laura-lark_1470351/
Fuente de la imagen: https://www.ecestaticos.com/imagestatic/clipping/0e4/b99/0e4b99954a0f29d68fded03