Por: Jorge Rivera Pizarro.
Asombra el casi diluvio de denuncias de acoso sexual en las diversas instancias de poder, en el país del norte. Es una forma de violencia contra las mujeres, de las varias que sufren 1 de cada 3, según reveló hace pocos días la Organización Mundial de la Salud. ¡Ni una más!, clama la población consciente en muchos países, frente a la ola de feminicidios. Estallan las redes sociales. Diversos organismos internacionales han levantado, también, la voz.
La más alta autoridad del Estado Plurinacional de Bolivia ha encomendado a la educación la tarea de comenzar desde temprano la prevención de la violencia contra las niñas y mujeres. Tarea de todos quienes tienen alguna función educativa en la sociedad. Es decir, todos.
No he podido dejar de recordar en estos días a Fernando Savater, quien recibió merecido homenaje en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en los días pasados. Su “Ética para Amador” dice, ya en sus primeras líneas que la reflexión moral es parte esencial de cualquier educación digna de ese nombre. Y aquí estamos pensando en una cuestión básicamente de ética. De formar ciudadanos y ciudadanas que se inspiren en principios para regir su vida.
El fin de la educación no puede limitarse a estudiar y aprender con sentido utilitario: para tener un trabajo. Ese no es el fin. Es ser una persona, un ciudadano. Es aprender a vivir bien, el buen vivir. Pero es una tarea colectiva, de toda la sociedad. No es solo la escuela, son todas las instituciones que tienen que cambiar para alinearse con los principios. Es el mundo adulto que tiene que cambiar.
Un ejemplo simple. Cuando obro por capricho o por conveniencia, puedo exponerme a serios riesgos. En algunas ciudades el semáforo no está hecho para respetarse, sino para interpretarse. Yo creí que era algo propio de alguna ciudad en específico -pensaba que Cochabamba y bromeaba con los amigos- pero lo veo en muchas partes. Si me detengo en una bocacalle solamente porque hay un policía que me obliga a hacerlo, mi capacidad de decisión, de decir sí o no, paso o no paso, dependen de un factor externo. ¿Tiene que haber un policía que me obligue a cumplir la ley? ¿Necesitaremos tener un policía al lado de cada niña, de cada mujer? La ética, los principios, el enfoque de los derechos, es como llevar al policía dentro de ti. No necesitar que alguien te compela a cumplir la ley. O la palabra empeñada. O el compromiso adquirido. Los cumples porque llevas dentro de ti una fuera especial que te impulsa a decir: me paro en la esquina o cumplo mi palabra. No es fácil, generar esa fuerza dentro de uno. Savater le dice a Amador que la palabra clave en esto es: libertad
La visión de la ética no es, pues, la de una materia en la escuela. Las quejas actuales y la ola de denuncias de acoso sexual desde la gran industria cinematográfica hasta la esquina por donde pasan las estudiantes, no se solucionan solo pidiéndole a la escuela que eduque en la ética, en el respeto a la mujer. La ola de feminicidios, de violencia y maltrato a la mujer es fruto de una cadena interminable de hechos que tienen en su raíz la incapacidad de obrar -personal, familiar, social, políticamente- con base en principios. Es la sociedad la que educa y modela, tanto o más que la escuela. Necesitamos una sociedad que se construya sobre principios. El saber vivir, que dice Savater. Para un buen vivir. Ética.
Fuente: http://www.lostiempos.com/actualidad/opinion/20171213/columna/etica-educacion
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