Un estudio de la Fundación Alternativas revela que las aulas se adaptan a una velocidad menor que el resto de la sociedad.
Por Mariano Fernandez Enguita
Durante años, fue el gran miedo: la llamada «brecha digital«, la zanja o abismo que se podía generar entre las personas que se adaptasen a la digitalización y las que se quedasen atrás por razón de clase, sexo, hábitat, nivel de ingresos, etnia… Pasado el tiempo, no sólo se ha llegado a un acceso extendido, prácticamente universal, a las nuevas tecnologías (casi todo el mundo tiene un ordenador y un móvil inteligente), sino que hay incluso una saturación en su empleo. Ahora se plantea una nueva brecha, de segundo orden, la del uso de lo digital y la calidad del mismo, que amenaza con cerrarse más lentamente.
La escuela, clave en la construcción del ciudadano, pilar de aprendizaje, se encuentra en esa fase: hay medios, pero ¿para qué y cómo se usan esos medios? El catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de MadridMariano Fernández Enguita ha redactado un informe para la Fundación Alternativas (lo puedes leer completo al final de esta noticia) y su conclusión llama a la reflexión: «La escuela es la institución aparentemente más indicada para combatir este riesgo, pero su reticencia y resistencia a la digitalización amenaza con convertirla no sólo en irrelevante sino incluso en un problema añadido», escribe.
Según explica en una entrevista con El HuffPost, es difícil definir esas «desigualdades» -término que prefiere al popular «brecha»-, porque los datos de que se dispone son limitados y cambiantes. «No obstante, lo que nos dice toda la información que tenemos es que cuanto más sofisticado y complicado es el uso de las nuevas tecnologías, mayor es la diferencia asociada a la clase social, al nivel económico y, sobre todo y esencialmente, al nivel de estudios, que aunque tampoco sea perfecto, nos sirve como el mejor indicador».
Recurre a Aldous Huxley, que ya en Un mundo feliz «se imaginaba que la tecnología permitiría mantener a una parte de la población en el entretenimiento». «Sin pretender que haya ninguna conspiración ni nada por el estilo, sí creo que es esa la diferencia fundamental: la gente que utiliza la tecnología para crecer y la gente que la usa para distraerse. Todos hacemos las dos cosas, pero la cuestión es en qué proporción», sostiene.
Tal y como explica en su informe, las familias menos pudientes suelen ser más permisivas con el uso que los chavales hacen de las redes, por lo que acaban pasando más tiempo en ellas y con menos control y orientación. Hay prácticas, en cambio, que son más habituales en familias con mayor nivel económico y formativo: visitar redes profesionales, consultar páginas de formación y aprendizaje o usar la banca online. «No es que sea determinante, la gente puede hacer lo mismo en una oficina que en un cajero automático que en el teléfono, pero indica el grado de sofisticación, de capacidad que tiene la gente para usar la tecnología. Y esos comportamientos de los padres se trasladan a los hijos», sostiene.
En su texto, defiende que es la escuela la que debería «cerrar cuanto sea posible ese hiato en la capacidad de incorporación y capacitación o empoderamiento digital». Pero lo cierto, según su diagnóstico, es que no lo hace aún. No está «a la altura del desafío». ¿Es porque se resiste, porque es lenta, porque falta presupuesto? «Es por todo eso a la vez», resume, aunque matiza que todos los componentes tienen distinto peso. «El problema del presupuesto va disminuyendo; quizá no es el mejor momento para decirlo, porque hemos pasado por fuertes recortes educativos, pero es que se suele pensar en la diferencia entre el precio de un libro y el de un ordenador, cuando la diferencia no es esa, es entre el precio de una enseñanza basada en el papel y el de otra basada en la tecnología. La segunda es más barata, como es todo más barato en el mundo digital, como sucede con los periódicos», detalla.
Para Fernández Enguita, otro factor importante es la presencia o ausencia de filtros, en el que ahonda siguiendo su ejemplo de los medios de comunicación: «En los periódicos hay que ver si existe un editor de contenidos o no, si es más abierto o tiene más filtros, si se facilita la presencia inmediata y cercana del profesional… Dependiendo de todo eso, así será el acercamiento, el cómo la gente lo usa y consume. Si hay dos periódicos en una sociedad y uno es bueno y el otro no tan bueno, esa será la única diferencia, tendrán que aproximarse mucho para sobrevivir los dos, de manera que terminan no diferenciándose demasiado. Pero cuando cualquiera puede acceder a los medios, producir, consumir, etcétera, entonces las posibilidades de polarización son enormes. Por consiguiente, el medio digital se abre mucho más a la desigualdad, permite el acceso de la gente a cosas a las que antes no podía acceder y al tiempo nos deja más sometidos, al albur o dependientes de nuestros propios recursos. Y por eso es mucho más importante el papel de instituciones como la escuela», constata.
Es, abunda, como cuando la Iglesia lanzaba sermones únicos hasta que un día llegó la imprenta «y dejó de haber un único mensaje para todos», porque ya se podía «publicar teología sofisticada o simples aforismos». Es esa revolución la que aportan los medios digitales. «El potencial de la libertad es mucho mayor pero también el potencial de la desigualdad, por tanto es más importante que nunca que tengamos cuidado y hagamos lo necesario para que todo el mundo tenga cierto nivel de alfabetización digital y conocimiento mediático para que la desigualdad no se dispare», insiste.
En su estudio, el autor de libros como Más escuela y menos aula, explica que aunque la escuela pública se puso las pilas y comenzó a invertir en TICS más rápido que la privada, ha sido esta última la que ha sabido completar mejor esa incorporación, a una velocidad de adaptación más parecida a la de los hogares, los puestos de trabajo o el ocio. La digitalización ha sido un reclamo más para estos centros.
«Hay dos fuerzas: una es la demanda, el tirón, lo que el alumno pide, y otra es la oferta. El tirón llega por dos vías, por parte de los alumnos que se aburren, se impacientan con lo que se les enseña y la manera en la que se les enseña, sobre todo, con lo que se somete a una fuerte presión a la escuela, con un efecto a largo plazo; y otra parte del tirón son las familias, que deciden ir a un colegio o a otro. Ahí es donde la enseñanza privada y concertada juega con cierta ventaja», ahonda. El riesgo de que las desigualdades se reproduzcan o se refuercen se hace incluso más presente.
De otro lado están la oferta, la regulación pública y la profesión en sí. Depende del impulso de los sucesivos gobiernos centrales y de lo que haga cada comunidad en el uso de sus competencias. Así, apuestas como el Programa Escuela 2.0 han sido ambiciosos y positivos, pero han tenido una aplicación desigual dependiendo del color político de cada ejecutivo (entonces, la mayor oposición vino de regiones del PP, porque la iniciativa era del PSOE del presidente José Luis Rodríguez Zapatero). Y ha habido proyectos autonómicos como el de Extremadura, cita el profesor, que «desgraciadamente enseguida quedó obsoleto porque la tecnología iba mucho más rápidamente que la capacidad de amortizar las inversiones ya hechas».
Por encima de todo, el elemento esencial es el profesorado, defiende. «No hablo de tomar a los profesionales de uno en uno, porque la posibilidad de innovar en este terreno de un único profesor es limitada, no se puede hacer en un aula lo mismo que se puede hacer en un centro o un grupo de centros y no es lo mismo tirarse a la piscina solo que acompañado. Hacen falta equipos, proyectos, direcciones, redes…». Poco de eso hay en un sistema que, dice su análisis, cuenta con docentes con elevada movilidad, que impide que se ponga en marcha un proyecto estable, bien coordinado con la dirección y trabajado con otros colegas. La privada también gana en eso. «Es más fácil reaccionar a escala en estos centros que en los públicos», dice Fernández Enguita.
CONCIENCIA DEL PROBLEMA, NO DE LA SOLUCIÓN
El sociólogo sostiene en su investigación para la Fundación Alternativasque en el sector educativo hay «una conciencia importante del problema», del distanciamiento de escuela y sociedad en cuando a digitalización, «pero no de la solución». Lo más importante, repite insistente, es que la escuela tiene que ayudar a prevenir desigualdades. «Una parte importante de la población que ha nacido en una familia adecuada, por decirlo así, con un alto nivel cultural o con cierto nivel económico se las va a arreglar para moverse en el medio digital, pero quienes más necesitan de la institución escolar son quienes viven en un medio de mayor carencia cultural y económica. Por eso es importante que la escuela vaya rápido, no podemos permitirnos que no vaya a la velocidad de la sociedad», se duele.
Siguiendo con su comparación con los medios, expone que los tradicionales han entrado en crisis y no les queda más remedio que adaptarse al medio digital, en los que la gente se puede ir, puede dejar de leer en cualquier momento o puede interactuar, «pero en la escuela existe un público cautivo que no se puede ir, en general uno no puede dejar de estar escolarizado ni se puede cambiar fácilmente de colegio, por sus costes y la dificultad. Pero eso no quiere decir que una escuela esté funcionando bien, que la gente no tenga deseos de irse, que la institución esté haciendo lo que debe. Simplemente, podemos estar haciendo perder mucho tiempo a una generación o a varias generaciones de alumnos y creando tensión, porque se quieren ir pero no se pueden ir, y eso nos puede estallar. Por eso es muy importante abordar este problema», enfatiza.
A su juicio, hay que asimilar que «el ecosistema digital ya es ineludible» y hay que darle paso en las clases de forma natural. Estamos en un momento en el que «las formas de aprendizaje llaman a la puerta de la escuela, y no al revés», cambia nuestra relación con la información y, en particular, con el aprendizaje, y si no se entiende el cambio se llega a esa separación entre los que hacen cultura con lo digital y los que apenas se entretienen.
Teme que se llegue incluso a una «tercera brecha» entre la propia institución educativa y la sociedad, que van a distintas velocidades, con la colisión entre las viejas y las nuevas formas de enseñar y aprender. Un dato aportado por la Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los Hogares (ETIC-H) del Instituto Nacional de Estadística (INE): si se le pregunta por el lugar de acceso a internet a los niños de 10 a 15 años (en los tres últimos meses) el 93.6% dice que fue su casa y el 67,5%, que el colegio. «Llama la atención cuán por detrás quedan las aulas del hogar, pese al elevado nivel de equipamiento de los centros y a la disparidad de medios de las familias», escribe el experto.
Si comparamos con nuestro entorno inmediato, el de la Unión Europea, España está en la media. «La situación es muy similar en términos gruesos», dice el autor, quien destaca la escasez de estudios al respecto. La «brocha gorda», no obstante, señala «que en equipamiento estamos bien, en formación de profesorado inicial estamos más bien mal, en formación permanente estamos más o menos bien… Si vemos las horas de formación y en qué grado se sienten capaces los profesores de utilizar las tecnologías, estaríamos bien. En cambio, si analizamos cuánto las utilizan estamos más bien mal, porque las usan poco o no la usan bien. Hay una diferencia de criterio: los docentes sostienen que las usan pero los alumnos matizan que no tanto… El panorama no es muy bueno pero no es porque España esté mal, sino porque en conjunto al sistema educativo le cuesta mucho adaptarse y vivimos un poco más de la ficción que de la realidad», matiza.
Hecho el diagnóstico, Fernández Enguita no elude plantear las posibles soluciones. «Son muchísimas cosas, pero yo diría como eslogan el que he usado como título de mi último libro, «más escuela y menos aula». Tenemos que ser capaces de hacer que la escuela funcione mejor, no sólo como organización sino más en relación con la comunidad en la que vive o con la red, es decir, que sea capaz de movilizar más recursos externos, no solamente los que tenemos en las bibliotecas, los anaqueles o los profesores. A la vez, hay que acabar con la vieja organización del aula, que es de cuando hacía falta que un maestro le diera una lección a los alumnos, porque no tenían ni siquiera libro, o cuando lo tenían pero era el mismo para todos. Ese esquema de la transmisión de uno a muchos es lo que hay que romper, porque hoy son posibles formas de aprendizaje que conservarán algo del aula e incluso de la lección pero que tienen que incorporar dispositivos interactivos, la capacidad de aprender por cuenta propia, la colaboración entre alumnos y con la comunidad fuera».
catedrático de Sociología en la Universidad Complutense, donde dirige la Sección de Sociologia de la Fac. de Educación. Ha sido profesor o investigador invitado en las universidades de Stanford, Wisconsin-Madison, Berkeley, el London Institute of Education, la London School of Economics, Lumière-Lyon II, Sophía (Tokio) y conferenciante en decenas de otras. Es o ha sido asesor de la ANEP, la CICyT, el CES, el CIDE, la ESF y otras instituciones. Autor de una veintena de libros, entre los cuales La profesión docente y la comunidad escolar, ¿Es pública la escuela pública?, Educar en tiempos inciertos yEl fracaso y el abandono escolar en España (con L. Mena y J. Riviére) un centenar de artículos en revistas académicas y capítulos en obras colectivas
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