Por: Otto Granados
De suyo, es una buena señal que ahora muchos hablen de la reforma educativa diseñada e instrumentada por la administración del presidente Peña Nieto. Prácticamente todos los días hay informes y artículos en los medios comentando algunos de sus componentes; en Google aparecen 3 millones 140 mil entradas; se ha convertido en parte relevante de la agenda electoral; existen 167 iniciativas y puntos de acuerdo en trámite en el legislativo federal y, según las encuestas, 64 por ciento de la población dice aprobarla. La pregunta es entonces ¿por qué tanto interés sobre algo de lo que pocos se ocupaban hace 10 años? Porque esta reforma estructural es la más importante que se ha hecho en México desde los años sesenta del siglo pasado. Por tanto, la cuestión relevante es porqué consolidar su ejecución y defenderla frente al oportunismo y la demagogia, ya sea electoral, pseudoacadémica, civil o mediática, es una alta prioridad.
La historia de la política educativa refleja una acumulación de esfuerzos colectivos orientados por décadas a la inclusión de un mayor número de mexicanos. Por muchos años, México vivió, en materia educativa, entre la simulación, la inercia y la frustración. Se escolarizaba, pero no se educaba. Los arreglos políticos desplazaron la calidad. El clientelismo sustituyó al mérito. Los intereses corporativos suplantaron el interés público. La simulación se volvió lo normal. Se sabían alternativas y soluciones, pero se descartaron por su complejidad política y técnica.
Los gobiernos del PAN (2000-2012) no pudieron ni supieron impulsar una reforma a fondo porque no tuvieron la voluntad política necesaria o rehuyeron el natural conflicto o simplemente eligieron la comodidad de la inercia. Más aún: esos gobiernos y algunos de sus personeros describieron la colonización del sistema educativo en términos casi surrealistas: mientras se profundizaba la venta y herencia de plazas, la captura de la SEP y el traslado de las decisiones al ámbito sindical, Alonso Lujambio, antiguo titular de la SEP en la era panista afirmó: “nuestra relación con el sindicato es pulcra y es transparente” (Julio 8, 2011). Era el Titanic. No es una coincidencia que, justo ahora, hayan reaparecido varios de los causantes de la crisis educativa del pasado buscando recuperar el territorio que fue suyo hasta hace poco.
La primera fortaleza de la Reforma Educativa es, sin duda, haber tenido a su favor el consenso de los partidos más grandes de México. Las fuerzas políticas entendieron que hacer de México un país competitivo en medio de la globalización y la economía del conocimiento, pasa necesariamente por establecer mecanismos de igualdad de oportunidades para toda la población a través de una educación de gran calidad.
Si se asegura una educación así, la lucha por la equidad registrará a mediano plazo una de sus mayores victorias pues, sin importar el origen social del que procedan, los estudiantes mexicanos tendrán mejores condiciones para alcanzar el éxito profesional y la movilidad económica. Y ésta será la segunda fortaleza de la reforma. Para ello no bastan buenos maestros y buenas escuelas, sino también buenos contenidos. Allí reside el corazón del Nuevo Modelo Educativo, cuya primera etapa se pondrá en marcha a partir del próximo agosto, diseñado y pensado para favorecer, mediante la adquisición de los aprendizajes clave, la integración de un sistema educativo propio del siglo XXI.
Una tercera fortaleza de la Reforma Educativa es haber dado origen al Servicio Profesional Docente, con el objetivo principal de establecer un sistema orgánico que promueva la formación, selección, actualización y evaluación del personal docente, en el que hasta ahora han participado poco más de un millón 241 mil profesores, y otros 548 mil más lo harán durante este año. En suma: 1 millón 789 mil sustentantes, de los cuales, por cierto, unos 635 mil habrán pasado por la evaluación del desempeño, que es la meta que nos propusimos en la ruta de implementación del Nuevo Modelo Educativo. Con ello, se institucionaliza un sistema transparente, basado en el mérito, la capacidad, el desempeño y el esfuerzo de los docentes para que impartan una enseñanza de mayor calidad. Los nuevos integrantes de la planta magisterial, de los cuales están ingresando aproximadamente 1 de cada 4 concursantes, gradualmente tendrán un mejor perfil académico para satisfacer las necesidades educativas de los alumnos en el siglo XXI. No es un logro menor que, hasta ahora, se hayan asignado, de manera legal, pública y transparente, casi 190 mil plazas y promociones, exclusivamente por mérito.
No obstante estos y otros resultados, en la búsqueda de influencia, acomodo o rentabilidad electoral y mediática, todavía se escuchan susurros que impunemente insisten en que esta no es una reforma sino meros ajustes. Los datos duros dicen otra cosa.
Para empezar, la reforma educativa es la mejor valorada en todas las encuestas nacionales. Algunas, por ejemplo, señalan que el 64 por ciento de los encuestados está de acuerdo con ella; 79 por ciento aprueba las evaluaciones a los docentes; 71 por ciento que las escuelas tengan jornada ampliada; 71 por ciento que se estén remodelando las escuelas; 89 por ciento en que se busque que los maestros tengan un alto nivel de inglés, y casi el 60 por ciento de los maestros piensa que la evaluación es “fundamental” para su desarrollo profesional (Consulta y BCG, julio, noviembre y diciembre 2017).
En segundo lugar, se observan ya cambios positivos en la calidad y el desempeño del magisterio. Según un análisis reciente del Banco Mundial, los docentes que entraron al sistema después de creados los mecanismos del servicio profesional docente parecen estar relativamente más calificados. Dos ejemplos entre 2014 y 2017: en varios estados, el porcentaje de idoneidad en los concursos de Ingreso ha venido creciendo sistemáticamente: en Querétaro del 56 al 73 por ciento; en Colima del 56 al 68 por ciento; en CDMX del 52 al 64 por ciento, y en Baja California Sur, del 48 al 69 por ciento. Y el segundo: en las evaluaciones del desempeño también se observan mejorías en diversas disciplinas: los destacados, el nivel más alto en esta modalidad evaluativa, se fueron en educación especial del 7 al 9.2 por ciento, en español de secundaria, del 9.1 al 10.4 por ciento, en química de secundaria, del 8.6 al 12.4 por ciento, y en telesecundaria del 5.6 al 18.6 por ciento. Huelga decir que en todos estos casos la cifra de insuficientes, el resultado más bajo en la escala determinada por el INEE, se redujo considerablemente. No hay un solo país que haya avanzado tan rápido en este componente crucial.
Es claro que todos los maestros están haciendo un esfuerzo personal y académico cada vez más grande y mejor, tanto por sí mismos como por el acompañamiento que ahora se les ofrece. Si bien en 2015 y 2016 nuestra oferta de capacitación fue deficiente e insuficiente, el año pasado alcanzó a 626 mil maestros, cuando la meta original era de 500 mil. Y para este año, la cifra de inscritos al 2 de marzo era ya de 642 mil maestros, apenas un mes después de haberse abierto la plataforma de registro.
Se dice, en tercer lugar, que esta reforma ha sido mal implementada. Pero gracias a esta reforma pasamos de un sistema opaco, corrupto y discrecional en la profesión docente a otro basado en el mérito, la transparencia y el esfuerzo.
Gracias a esa reforma las escuelas de tiempo completo crecieron de 6 mil 708 en 2012 a 25 mil 134 en la actualidad; de no existir un programa ambicioso de modernización de infraestructura escolar hoy existe uno que está atendiendo a las 33 mil escuelas con mayores desventajas físicas y haciendo la mayor inversión en la historia desde hace al menos 3 sexenios; del 37.4 por ciento en que dejó la pasada administración el rezago educativo ahora se redujo al 31.9 por ciento; del 65.9 por ciento que era la cobertura en educación media superior ahora es del 85.7 por ciento incluyendo todas las modalidades; del 32 por ciento que era la cobertura en educación superior ahora es de 38.4 por ciento, y de tener un modelo educativo “indefendible”, como lo calificó correctamente el Presidente de la Comisión de Educación del Senado, ahora hay uno nuevo construido colectivamente, tras un robusto proceso de consulta, y adaptado a las necesidades de los estudiantes del siglo XXI. ¿Mal implementada? Más bien, diría San Agustín, el problema con los necios es que se aferran a su parecer no porque sea verdadero sino tan solo porque es suyo.
En cuarto lugar, las últimas pruebas de PLANEA arrojan resultados notables entre 2015 y 2017. En lenguaje y comunicación, una de las dos disciplinas evaluadas, 11 estados tuvieron mejoras, entre 2 y 29 puntos, y en matemáticas 18 entidades progresaron entre 1 y 27 puntos. ¿Qué quiere decir esto? Que en lo sucesivo, además de consolidar la arquitectura de la reforma en lo nacional, el éxito en los logros de aprendizaje dependerá principalmente de la gestión estatal y de la gestión escolar, tal como ha sucedido en el mundo.
En suma, una reforma educativa es demasiado importante como para dejarla a los opinantes de coyuntura. Si obras son amores, en la reforma educativa las hay, y en abundancia.
Fuente: http://www.educacionfutura.org/las-fortalezas-de-la-reforma-educativa/