Por: José de Jesús Reveles
A partir de los años sesenta cuando la psicología empírica comenzó a otorgar mayor valor a los aspectos cognitivos y su influencia en el comportamiento y personalidad; trabajos del canadiense Albert Bandura (1982), y otros autores, demostraron el impacto que nuestros pensamientos y creencias ejercen sobre nuestras actuaciones y proporcionan herramientas terapéuticas eficaces en el control de la ansiedad y la depresión.
Martin Seligman (1981) sostiene que el pesimismo es un estilo de pensamiento, caracterizado por la explicación que la persona se hace de la adversidad como algo permanente universal y personal.Esta forma de pensamiento lleva a la indefensión y a la desesperanza.
Por el contrario, el estilo optimista de pensamiento explica la adversidad como transitoria, específica y externa a la persona. Esto permite mantener viva la esperanza y sentir que el cambio es posible. La esperanza hace que la persona esté dispuesta a ponerse en pie, a continuar esforzándose, a buscar alternativas y a persistir frente a la adversidad.
La mayoría de los niños y jóvenes encuentran en su entorno familiar y en los contextos en los que viven, las condiciones de protección y los modelos que necesitan para desarrollarse. Sin embargo, en algunos casos no reciben la atención necesaria por parte de las personas encargadas de su cuidado.
En estas situaciones, el desarrollo evolutivo no se produce adecuadamente, afectando esto tanto a su competencia y adaptación social, como a los aprendizajes escolares.
Hoy en día, las instituciones educativas son los lugares propios de socialización de los niños y jóvenes, y es en ellas donde manifiestan con más claridad sus dificultades en las tareas y competencias de cada una de las etapas de crecimiento académico y social.
Los profesionales de la educación cumplen un papel importante en la prevención, detección e intervención, cuando alguno de los niños o jóvenes está sufriendo una situación de riesgo o se están vulnerando sus derechos desde cualquiera de los contextos donde vive.
Es así que en los diferentes procesos educativos se tienen un compromiso con el bienestar de éstos y les obliga a tomar postura activa en aquellos casos en los que los niños están siendo víctimas de situaciones de desprotección, o no están siendo satisfechas de forma adecuada sus necesidades básicas, y a notificar estas situaciones para poner en marcha las actuaciones de protección oportunas.
En tal sentido, los aprendizajes significativos son producto de la interacción que fluye entre el docente y el estudiante permeados por emociones gratas, los cuales internalizados en un proceso entre la razón y la emoción garantiza un efecto deseado.
Así, se ha demostrado que las emociones representan junto a los procesos cognitivos un factor determinante en la adquisición del conocimiento, tomando en consideración que, si la experiencia de aprendizaje es agradable a los estudiantes, ellos lograran aprendizajes significativos, de lo contrario propiciarán procesos emocionales negativos que generará una conducta de huida hacia la disciplina que administre el docente en su momento y entre los diversos estudios generados sobre ella.
En este sentido, es importante señalar que los procesos emocionales deben ser considerados en el campo educativo, puesto que estos no solamente ocurren en el interior del sujeto, sino que también son parte de la interacción social. Circunstancia por la que se suelen llamarse procesos psicosociales, los cuales conforman la base central de la educación.
Fuente: https://www.elsoldezacatecas.com.mx/analisis/la-estructura-emocional-el-aprendizaje-y-la-tarea-docente-1587687.html