Pedagogía del egoísmo y neoliberalismo emocional (3/3)

Por Enrique Díez

En el primer artículo sobre Pedagogía del egoísmo y neoliberalismo emocionalanalizaba la actual revolución individualista que “normaliza” el egoísmo como una virtud incluso. En el segundo artículo sobre el tema explicaba cómo este trastorno “neuroliberal” se automedica con psicofármacos y “pensamiento positivo” para enseñarnos a vivir la servidumbre como si fuera una actividad liberadora. En este tercer y último artículo analizo el neosujeto que está creando esta ideología neoliberal, que en vez de llenar los sindicatos con trabajadores y trabajadoras que se unen para luchar por sus derechos, consigue que sean las consultas de psiquiatría las que están a rebosar de quienes se autoculpabilizan por su fracaso ante el paro y la precariedad.

La nueva moral neodarwinista de la competición constante, en donde el ganador se lo lleva todo y no hay lugar para los fracasados, establece la “obligación de elegir” como la única “regla lógica del juego” de la vida, regida por las pautas del mercado. De esta forma cada persona asume la necesidad de hacer un cálculo de interés individual, si quiere aumentar su capital personal en un universo donde la acumulación y el obtener ventajas sobre los demás, parece la ley generalizada de la existencia y de la posible empleabilidad y supervivencia. Se sustituye la equidad colectiva, por la elección individual. Por el hecho de ser una “libre decisión” personal, consentida, parece justificar la bondad y oportunidad del sistema.

Un ejemplo claro de esto lo vivimos cada día en el mundo educativo. Para buena parte de la sociedad ya no se trata de exigir que todos los niños y todas las niñas tengan garantizado el acceso a los mejores centros educativos públicos de la comunidad, aquellos que están en su entorno, cerca de su domicilio; sino que se exige que las familias puedan “elegir libremente”, es decir, seleccionar y demandar el mejor colegio para “los suyos”, aquel que les dé las mayores posibilidades de obtener las máximas ventajas en la competencia con los otros.

La ideología neoliberal se plasma así en el nuevo tipo de persona que estamos formando, una persona desarrollada en la lógica de la competición, cuyas relaciones y prácticas sociales se transforman en cálculos e intercambios.

Este “empresario de sí mismo” es un ser hecho para triunfar, para ganar. “We are the champions”, tal es el himno del nuevo sujeto emprendedor, con música de fondo de psicología positiva. Con una advertencia: en este nuevo mundo no hay lugar para los perdedores. El conformismo se vuelve sospechoso, porque este neosujeto empresarial está obligado a “trascenderse”, comprometido con ser un auténtico ‘doer’. El éxito se convierte en el valor supremo. La voluntad de triunfar, a pesar de los fracasos inevitables, y la satisfacción que proporciona haberlo logrado, al menos por un momento en la vida, tal es el sentido de la misma.

La gestión neoliberal de la incertidumbre y la brutalidad de la competición implica que los sujetos las soporten bajo la forma de fracaso personal, vergüenza y desvalorización. Una vez que se ha aceptado entrar en la lógica de este tipo de evaluación y responsabilización, ya no puede haber una verdadera protesta, ya que el sujeto ha llevado a cabo lo que de él se esperaba mediante una coacción autoimpuesta.

Una de las paradojas de este modelo, que exige este compromiso total de la subjetividad, es sin duda la deslegitimación del conflicto social, debido a que las exigencias autoimpuestas no tienen responsable ajeno, no tienen autores, ni fuentes identificables externas. El conflicto y la respuesta social están bloqueados porque las fuentes de poder se vuelven ilegibles desde este enfoque. Esto es, sin duda, lo que explica una parte de los nuevos síntomas de “sufrimiento psíquico”. Revela por qué, en épocas de crisis, en vez de llenarse los sindicatos con trabajadores y trabajadoras que se unen para luchar por sus derechos, son las consultas de los psiquiatras las que están a rebosar de personas con depresiones, ansiedad, insatisfacción y sentimientos de fracaso y desvalorización personal ante su situación de paro y precariedad.

El reverso del discurso de la “realización de sí” y del “éxito en la vida”, supone una estigmatización de los “fallidos”, de la gente infeliz, o sea, incapaz de acceder a la “norma social” de la prosperidad. El fracaso social es considerado como una patología.

El culto del rendimiento, del emprendimiento neoliberal, conduce a la mayoría a experimentar una sensación de inutilidad e insuficiencia y a que aparezcan formas de depresión a gran escala. La depresión, cuyo diagnóstico se ha multiplicado por 7 en las últimas décadas es, en realidad, el reverso de este modelo de rendimiento, una respuesta del sujeto a la obligación de realizarse y ser único responsable de sí mismo, de superarse cada vez más, como ‘doer’, en esa continua e inacabable “aventura” como emprendedor de sí.

Ante este desgaste provocado por la elección y el riesgo permanente, el remedio más extendido es un dopaje generalizado. El prozac toma el relevo, su consumo suple al Estado Social, con sus instituciones públicas debilitadas y la solidaridad social cuestionada.

Lo cual se traduce en el cuestionamiento de la generosidad, de las fidelidades, las lealtades, las solidaridades, de todo aquello que participa de la reciprocidad social y simbólica en los espacios comunes. La ideología del éxito, de la persona “que no le debe nada a nadie”, genera la desconfianza, incluso el odio, hacia los pobres “que son perezosos”, los viejos “que son improductivos y una carga” o los inmigrantes “que quitan el trabajo”. Pero también tiene efecto boomerang, dado que cada cual siente la amenaza de volverse algún día ineficaz e inútil, como “ellos”.

El deterioro de toda confianza en las virtudes cívicas tiene, sin lugar a dudas, efectos performativos sobre el modo en que los nuevos “ciudadanos-consumidores” consideran su contribución a las cargas colectivas y el “retorno” que obtienen a título individual. Ya no son llamados a valorar las instituciones y las políticas de acuerdo desde el punto de vista del interés de la comunidad social y política, sino en función tan sólo de su interés personal. La reestructuración neoliberal convierte a la ciudadanía en “consumidores” que nunca tienen que asumir a otra cosa más que su satisfacción egoísta. Lo que así resulta radicalmente transformado es la definición misma del sujeto político.

Por eso debemos plantearnos tomar al asalto y deconstruir este pernicioso y nefasto modelo educativo neoliberal que partidos como Ciudadanos y el Partido Popular, pero también otros partidos que se han dejado filtrar por ese discurso de la “calidad”, la “excelencia”, el “emprendimiento”, el “bilingüismo”, los “resultados PISA”, los “rankings”, están promocionando y exaltando. Debemos replantearnos cuáles son las finalidades fundamentales de la educación. Para qué queremos educar a las futuras generaciones. Si para que sean felices y construyan un mundo más justo y mejor y aprendan a convivir y respetar a la naturaleza o para que sean “triunfadores” en la especulación financiera y acumulen dividendos en paraísos fiscales. Estamos a tiempo de revertir esta masacre. Educación o barbarie, no hay neutralidad posible.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/10/16/pedagogia-del-egoismo-y-neoliberalismo-emocional-3-3/
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Enrique Díez Gutiérrez

Profesor de la Facultad de Educación en la Universidad de León.