Principios de aerodinámica para construir la Siria del futuro

Por: Álvaro Zamarreño.

El exilio sirio busca formar a sus más pequeños para que sean los líderes que puedan levantar su país

Ni siquiera hace falta disimularlo. Para preguntar la dirección a la que vamos, no usamos el turco sino el árabe. En Reyhanli la presencia de refugiados sirios es tan abrumadora que las posibilidades de encontrar a alguien que hable en ese idioma son mayores que en el idioma del país en que nos encontramos, Turquía. La proporción es de 90000 frente a 120000 sirios. Está tan cerca de la frontera que apenas a unos pocos metros de la carretera principal está el muro que Turquía levantó, ya en guerra, para evitar el paso de refugiados a su territorio.

En un barrio de las afueras llegamos a una casona de dos pisos recién arreglada y rodeada por un jardincito. Es Beit Karam’, algo así como la casa de la generosidad. Dentro todo tiene un aspecto nuevo, luminoso y agradable. En diferentes salas distribuidas por todo el edificio grupos de chicos y chicas adolescentes trabajan en diferentes talleres.

Nada, una chica sirio-estadounidense que nos hace de guía, explica que no son talleres de vocación profesional, o de innovación, sino talleres en los que mediante la creatividad los más jóvenes se desarrollen desde un punto de vista humano. “No se trata de enseñarles programación -nos dice- sino de que tomen problemas de la vida real”. Y pone el ejemplo de una actividad reciente en la que pidieron a los médicos sirios que les aportaran casos que necesitan prótesis complejas por amputaciones debidas a la guerra. “Les planteamos el caso a los chavales, que buscan y rebuscan una solución”.

Nada Hashem junto al retrato del premio Nobel Ahmed Zaweil

Nada Hashem junto al retrato del premio Nobel Ahmed Zaweil / Álvaro Zamarreño

“El futuro de Siria está en grave peligro, nos explica uno de los tutores -no quieren usar la palabra profesor-, porque hemos perdido a grandes pensadores y profesionales que están encerrados o bajo tierra”. Hani al Sheij es ingeniero, tiene 30 años y trabaja en Beit Karam desde hace unos meses. Para él es un motivo de orgullo estar preparando a una generación de jóvenes para enseñarles que no son meros elementos pasivos por ser refugiados, sino que pueden construirse su futuro: “Les enseñamos principios de física o de aerodinámica, pero también a tomar sus propias decisiones y a ir por la vida con confianza”.

Les enseñamos principios de física o de aerodinámica, pero también a tomar sus propias decisiones y a ir por la vida con confianza

Toda esta gente -entre los 14 y 18 años- eran niños cuando sus familias salieron corriendo. Primero por la persecución del régimen a los manifestantes, luego ya por una guerra en que tanto el ejército como otras muchas milicias han atormentado a la población civil. “Han sufrido un hueco enorme en su educación -explica Nada- y han tenido que luchar para rellenarlo”. En lo peor de la guerra, la ong Save the Children calculó que tres millones de niños sirios habían quedado fuera del sistema educativo.

Aunque se han hecho notables esfuerzos para que los refugiados puedan enviar a sus niños a la escuela, el problema es mucho mayor. Porque toda sociedad necesita poder proporcionar acceso a secundaria y a estudios universitarios. Y eso, reconocen todos los actores implicados, no es fácil. Turquía, por ejemplo, permite que los jóvenes sirios se matriculen en sus universidades como un estudiante más.

Pero las familias no tienen los fondos necesarios y, sobretodo, no pueden prescindir del sueldo que una persona joven deja de percibir si se dedica a estudiar.En uno de los talleres, este de creatividad, Imán, una chica de 16 años, nos explica en un inglés aprendido de ver videos en youtube que le gustaría ser odontóloga, pero que está buscando becas que le permitan estudiar cuando acabe el bachillerato.

El enfoque de Beit Karam -una fundación creada por la diáspora siria para ayudar a sus propios refugiados- es el de no sólo centrarse en aspectos pragmáticos, sino en que los 300 jóvenes que simultáneamente participan en sus actividades, mantengan su identidad como sirios, sus vínculos con su cultura y con la construcción de una Siria mejor en algún momento.

“No se puede separar la asistencia humanitaria del contexto político en que se produce”, insiste Nada. Beit Karam no es una organización política, pero si de activismo social. Defiende la democracia para su país -uno de sus programas se llama “Diez mil líderes para el futuro”- y la igualdad de género, haciendo que todo el mundo participe sin distinción con la idea de que, de mayores, los chicos asuman con naturalidad el contacto con sus compañeras.

Las paredes de Beit Karam están decoradas con grafitis de escritoras, científicos o pensadoras árabes. Los rostros del premio Nobel de química Ahmed Zewail, el poeta palestino Mahmud Darwish, la intelectual siria Razan Zeitune, sirven de inspiración a quienes se forman entre estas paredes.

Hay más de cinco millones y medio de sirios que han huido de su país. Sólo en Turquía son más de 3.5; las dificultades que tienen por delante son enormes. Y mucha más la incertidumbre. “Los sirios han pasado por el infierno, pero han elegido vivir -dice Nada- y esa es su verdadera revolución”. Mantienen el sueño de volver, pero necesitan compaginarlo con la lucha por su día a día.

Hani, el ingeniero, salió de su ciudad de Homs hace algo más de un año, cuando un acuerdo entre el régimen y las milicias que quedaban en la ciudad supuso la rendición y salida de hombres armados, pero también de los activistas políticos que se habían quedado. Él es uno de ellos. Tiene a su familia desperdigada por medio mundo y sabe que no puede volver (“ya estuve detenido y no quiero volver a pasar por eso; he perdido a demasiados amigos en esta revolución”). Por eso su pequeña contribución en este rincón de una pequeña ciudad fronteriza turca es mucho más que trabajar. Es una manera de ayudar a quienes serán los sirios del futuro.

Fuente de la reseña: https://cadenaser.com/ser/2018/12/17/internacional/1545061094_656578.html

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