Por: Fernanda Sandez.
la nena la cambiaron por una moto. Una motocicleta, sí. Pero a veces es por un bolsón de mercadería o por algo de dinero. O ni siquiera eso, y la nena termina en una casa que no es la suya y conviviendo con un extraño (y a menudo mayor) por nada. Porque sí. Porque la madre o el padre o los abuelos o alguien de la familia se lo ordena. Porque siempre es mejor tener una boca menos alrededor de la mesa a la hora de comer. A veces, la explicación para esa mudanza pasa por algo tan básico como la comida, el techo, la idea de que ahí, con él, la pasará –si no mejor- al menos un poco menos peor de lo que la está pasando en su propia casa. Sin golpes. Sin violencia. Sin hambre. Sin. En una vida en donde nada abunda, una privación menos puede ser decisiva.
A.M., una nena que había sido criada por su abuelo, su madre un día regresó a buscarla, se la llevó con ella y –según contó luego la menor a las autoridades de Chaco- la cambió a un hombre por una moto de baja cilindrada. El hombre –de 59 años y vecino del paraje Santa Cruz, en Formosa- dejó la moto y se llevó a la niña, de 13 años. Pero esto que en la mayoría de los casos sucede en la más perfecta de las oscuridades salió a la luz cuando la nena llegó (ya embarazada de ocho meses) al hospital, contó lo que le estaba pasando desde hacía un año y los médicos denunciaron el hecho en la comisaría de Juan José Castelli. Intervino entonces la Unidad de Protección Integral (UPI) del lugar, ordenando la prohibición de acercamiento tanto a la madre como al abusador. Sin embargo, como señaló la abogada de la UPI, María Alejandra Moure Delicia, “Los embarazos de niñas y adolescentes forman parte de una realidad que enfrentamos día a día, es común ver esto en los parajes. Está naturalizado”. Tanto es así que en los últimos meses de 2018 y solamente en Chaco se sucedieron cuatro episodios similares, y estos casos parecen multiplicarse a medida que nos alejamos de las ciudades. Como si las leyes se disolvieran a medida que pasan los kilómetros. Como si, monte adentro, los derechos de estas niñas se licuaran hasta desaparecer a manos de la costumbre o las tradiciones. Como si, monte adentro, Argentina comenzara a parecerse al Asia Meridional (donde ocurre casi la mitad de los casamientos infantiles del mundo, 45%) o al África Subsahariana, adonde ocurre otro 39%. Pero no: esto es América Latina, adonde ocurre “apenas” otro 23% de las uniones anteriores a los 18 años de edad, que es lo que internacionalmente se define como matrimonio infantil.
¿Cuántos casos de este tipo ocurren en Argentina, un país que gusta imaginarse como “de vanguardia” en materia legislativa? Según se desprende de Color de rosa (un informe sobre el tema, elaborado por la Fundación para el Estudio y la Investigación de la Mujer (FEIM), hay al menos 341 mil menores conviviendo o ya casados. En más de la mitad de estos casos, se trata de niñas. “En el caso de las mujeres, 230.188 están unidas o casadas, lo que representa el 68 por ciento del total y duplica al número de los varones. Respecto a los cónyuges o convivientes, en la media de los casos de niñas y adolescentes mujeres están unidas a cónyuges o convivientes hombres de más de 15-20 años”. Dicho de otro modo, un fenómeno que muchos creen propio de culturas remotas sucede “acá nomás”. Cerca, muy cerca, aunque con una marcada incidencia en las provincias del norte, ahí adonde el machismo planta bandera desde hace centurias. Ahí donde un caso como el de M. es apenas uno entre cientos que rara vez salen a la luz porque la cohabitación de una niña con un adulto es, como todos repiten, casi “parte del paisaje”. Con todo, este fenómeno no es privativo de una determinada provincia ya que, como también revela el informe, los casos de nenas y adolescentes conviviendo (recordemos que para la ley argentina todo menor de 18 años es niño o niña) se dan en todas las provincias. Pero no en todas, claro, con la misma frecuencia. Así, “las provincias donde se concentra mayor porcentaje de adolescentes de 14 a 19 años, de ambos sexos, conviviendo en pareja son: Buenos Aires (38.5 %), Santa Fe (8.7%) y Córdoba (6.1%) con los más altos porcentajes. Siguen Misiones (4.9%), Chaco (4.5%), Salta (3.8%), Mendoza (3.7%), Entre Ríos (3.6%), Tucumán (3.5%) y Corrientes (3.3 %)”. Desde Chaco, el abogado Rolando Nuñez, titular del Centro Mandela, una ONG que trabaja sobre con realidades sociales muy duras, precisa que “construir una noción integral de este tema porque las uniones formales entre adultos y menores violan el orden legal y porque las parejas entre un adulto y una niña no son un tema que siga el sistema sanitario público. Por ende, no figuran en los anuarios de salud pública ni de Chaco ni de ninguna otra provincia, por lo que se carece de información completa sobre este universo. Sin embargo, este tema sucede y la zona roja en el caso de Chaco está dada por El Impenetrable, que ocupa 35% de la superficie de la provincia. Allí habitan familias criollas pobres y familias indígenas en extrema pobreza. En esa población es en donde se produce el mayor numero de embarazos no deseados en niñas menores de 15 años. Hablamos de niñas de la etnia Toba o Wichi con novios o concubinos de hasta 22 o 24 años”, alerta.
Adiós A las muñecas
Alrededor del mundo, en tanto, unas 650 millones de mujeres se casaron siendo niñas, según datos de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), y cada año alrededor del mundo 12 millones de niñas vuelven a pasar por esa situación. Cada 24 horas, 47.700 menores de edad en todo el planeta inician su vida como casadas o convivientes. Las estadísticas indican que son cinco cada hora. Casi una cada diez minutos, sin que ninguna de esas pequeñas tragedias haga demasiado ruido. Porque las niñas se casan, sí, pero ¿a qué costo? ¿Qué implica para una nena verse involucrada en una situación de convivencia que no buscó ni eligió? Según detalla UNICEF, “el matrimonio infantil, o el matrimonio que se contrae antes de cumplir 18 años, constituye una violación de los derechos humanos. Pese a las leyes que lo prohíben, esta dañina práctica sigue estando muy extendida. El matrimonio infantil lleva consigo toda una vida de sufrimiento. Las niñas que se casan antes de cumplir 18 años tienen menos posibilidades de seguir yendo a la escuela y más posibilidades de ser víctimas de violencia en el hogar”. Para las nenas involucradas en una convivencia cuando deberían estar con otros y otras de su misma edad, ésta situación tiene un impacto concreto en su escolaridad, ya que al verse forzadas a atender una casa y a un esposo es sólo cuestión de tiempo que se alejen de las aulas. De hecho, las estadísticas demuestran que –a mayor tiempo de escolaridad- menores chances de casamiento prematuro. De alguna manera, la educación “inmuniza” a las niñas contra el matrimonio infantil, demorando también la maternidad, la cantidad de hijos y el tiempo transcurrido entre partos.
Como contracara, son las nenas y adolescentes no escolarizadas las que corren mayores riesgos de terminar en una de estas relaciones en las que ellas no han consentido nada. Y, cuando finalmente terminan “emparejadas” y conviviendo, los riesgos para su salud integral también se multiplican. En primer lugar, porque se ven forzadas a una iniciación sexual en las que ellas tampoco pueden decidir nada, exponiéndose así tanto al contagio de enfermedades de transmisión sexual (ETS) como a embarazos no deseados. Y, cuando estos llegan, precisa UNICEF, enfrentan riesgos de vida bien concretos. “Las niñas y adolescentes tienen más probabilidades de morir a causa de complicaciones durante el embarazo y el parto que las mujeres de entre 20 y 30 años, y es más probable que sus hijos nazcan muertos o mueran en su primer mes de vida”. Después de todo, cabe recordar, el cuerpo de una niña gestante “dona” al feto que crece en ella gran parte de los nutrientes que el organismo aún necesita para sí mismo, porque es todavía un cuerpo en crecimiento. Si a esto se le agrega que en su mayoría las niñas que contraen matrimonio o inician una convivencia a temprana edad pertenecen a los sectores más pobres y con algún indicador de Necesidades Básicas insatisfechas (NBI), el matrimonio infantil contribuye enormemente a la perpetuación del círculo de la pobreza. “La pobreza es uno de los principales determinantes del matrimonio o convivencia infantil. A su vez, el matrimonio infantil es un determinante de la persistencia de estas niñas y sus hijos en la pobreza”, se lee en el informe sobre el matrimonio infantil en argentina.
El costo de la invisibilidad
Una vecina ve a una mujer conviviendo con un hombre y con su pequeña hija. En cuestión de días, la mujer desaparece y la nena queda sola con el adulto. La vecina ve un par de situaciones sospechosas. “No parecían padre e hija, parecía marido y mujer”, le contará luego a los medios. Hace la denuncia. Así, en febrero de 2019, la nena llega a los titulares de algunos medios locales y por la más terrible de las razones: con sólo doce años, está embarazada de mellizos. El hombre, un tarefero (cosechador de yerba mate) de 28 años, desaparece y es buscado por la policía. Pero para esa nena (violada y embarazada de más de seis meses en el momento en el que se escriben estas líneas) gran parte de su futuro ya ha sido decidido por otros. Sucedió en el dorado, Misiones, pero la locación es en definitiva lo de menos porque historias como éstas se repiten en todo el país. Aún cuando nadie (ni la sociedad, ni el estado) quieran registrar el problema y actuar en consecuencia. De hecho, una de las herramientas más eficaces para la detección temprana de situaciones de este tipo es la implementación efectiva de la ley 26.150 de Educación Sexual Integral o ESI. En efecto, la aplicación de esta ley promueve la generación de espacios de intercambios y charlas sobre distintos aspectos de la sexualidad humana. En ese contexto, cientos de chicos (nenas y nenes) se animaron a contar a sus docentes lo que sucedía en sus casas y con sus cuerpos en manos de adultos abusadores. Pero a lo largo de trece años luego de su sanción (la ley data de 2006) distintos grupos religiosos y establecimientos escolares vinculados a ellos se han resistido a implementar la normativa. Un solo dato: en el Operativo Aprender de 2018 se detectó que 8 de cada 10 alumnos aseguraban no haber tenido clases de ESI, algo que también reclamaron a las autoridades. Y no por casualidad, ya que como también precisa el informe Color de Rosa, “la falta de Educación Sexual Integral en los ciclos escolares deja a niñas, niños y adolescentes sin información para poder decidir si tener o no relaciones sexuales, y para saber y elegir cómo ejercer su feminidad y masculinidad así como otras identidades sexuales en forma libre, informada y sin ningún tipo de violencia o coerción”. Porque de eso se trata, en definitiva: de que niños y niñas puedan seguir disfrutando de su niñez y adolescencia protegidos y en libertad, sin precipitar ninguna etapa. Y, sobre todo, sin verse involucrados antes de tiempo en situaciones que afectarán sus vidas para siempre.
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