Por: Diego Fusaro
No cabe duda de que la sociedad actual odia a los jóvenes. Y cuanto más los odia, más parece que los elogia y halaga. El «juvenilismo» compulsivo es, desde este punto de vista, uno de los mayores enemigos de la juventud: la alabanza de la juventud es, de hecho, casi siempre la pintura que esconde la gerontocracia desenfrenada de nuestra sociedad, en la que el poder está firmemente en manos de las generaciones mayores. Los jóvenes, siempre elogiados con palabras, se mantienen alejados de cualquier papel importante.
Los jóvenes de hoy se ven generalmente obligados a caer en el nuevo cuarto estado, flexible y migrante, destinados a hacerse a la mar para hacer una fortuna en el extranjero en las ocupaciones a menudo más humildes. Y mientras, la casta gerontocrática elogia la «globalización», los jóvenes entienden por sí mismos lo que eso realmente es: ir a lavar los platos en Sídney o convertirse en vendedores en Nueva York. Alejados de las garantías sociales y de los reconocimientos de la vida cotidiana, los jóvenes toman la noche, la eligen para su reino y experimentan con formas de vitalismo de fin de semana para sobrevivir a la condición subordinada, mezquina y despreciable a la que la sociedad les condena.
Esta dinámica dialéctica de alabar a la juventud y, de manera convergente, de reducir a los jóvenes a material humano sobre el cual cargar con los costes, económicos y sociales, pero también existenciales, de la nueva y precaria forma de capital, se explica por el hecho de que la nueva estructura de producción se presenta como propia de una juventud, naturalista. Si las épocas anteriores se basaban en la madurez y en la figura del padre como auctoritas, con todo lo negativo que hay en los términos de autoritarismo y machismo, capaz de proteger el núcleo familiar y de conjugar ley y deseo en la educación de los hijos, la fase absoluta se basa en la figura del joven sin autoridad paterna y en la inmadurez como figura espiritual.
Por esta razón, el capitalismo flexible y precario es, por su propia naturaleza, «juvenilista». Exalta al joven, porque él, sin derechos y sin madurez, sin estabilidad y biológicamente precario y en ciernes, es su sujeto privilegiado de referencia, y esto no sólo por la escasa compatibilidad de lo no-joven con la nueva lógica flexible, desde la que la siempre repetida invitación que la tiranía de la publicidad dirige también a los no jóvenes a vivir como si lo fueran, sino también porque la nueva estructura de producción y consumo coarta todo el «parque humano» para vivir como los jóvenes: es decir, en formas temporales y no resueltas, precarias y nunca maduras, transitorias y siempre a la espera de una liquidación siempre diferida.
Por otro lado, si hoy en día se nos considera «de otra manera jóvenes» hasta los cincuenta años de edad, esto sucede porque somos idealmente precarios hasta el final de nuestra vida laboral tanto en la vida social como emocional, incapaces de estabilizar nuestras vidas en las formas tradicionales de ética burguesa ahora superadas por la nueva forma de producción post-burguesa y post-proletaria. No ocultemos la verdad: esta sociedad odia a los jóvenes.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=257664&titular=por-qu%E9-raz%F3n-esta-sociedad-odia-a-los-j%F3venes-