Por: vicerrectorado.pucp.
¿Es tan mala la educación a distancia o semipresencial?
Entre las propuestas de la Agenda País presentada recientemente por CONFIEP, está la de “promover y facilitar la educación superior a distancia” en la educación superior, hecho que compartimos como parte del abanico de oportunidades para ampliar y mejorar la educación de los peruanos, aprovechando que ya el 67% de la población accede a internet y que es necesario desarrollar las capacidades de las personas para enfrentar el reto del desarrollo y aumentar el bienestar. En este sentido, agregaremos la necesidad de ampliar también su cobertura para la educación de adultos, cerca de 600 mil entre los 24 y 35 años no han concluido su educación básica y por tanto tampoco tienen acceso a la formación tecnológica ni universitaria. Veamos algunas de las causas de que esto ocurra.
La educación superior suele relacionarse a un campus, un salón de clases, una pizarra y asientos ocupados por alumnos que acaban de terminar el colegio o que, a lo mucho, han pasado uno o dos años por alguna academia preuniversitaria. Al ser ese el escenario, la Ley Universitaria considera principalmente estos elementos como parte de su objeto a regular y mejorar. Sin embargo, se le escapan algunas consideraciones respecto del entorno en el que se podría dictar la clase y el tipo de alumno que puede acceder a la educación superior, dado que se pondera de manera diferencial la modalidad presencial y la semipresencial, así como las múltiples combinaciones posibles y con ello al público objetivo al cual estas modalidades están dirigidas.
Así, la mencionada Ley, en su artículo 47 referente a la educación a distancia, señala que estos programas deben, en pregrado, ofrecer la misma calidad que la impartida a nivel presencial y no pueden superar el 50% de créditos de la carrera; en cuanto a las maestrías y doctorados, no obstante, solo se señala que su dictado no puede realizarse por completo bajo esta modalidad. A simple vista, puede decirse que a través de estos artículos se quiere incentivar que los estudiantes opten por modalidades mayoritariamente presenciales, las cuales a fin de año solo se podrán dictar en las universidades licenciadas (ver nota previa), en tanto cumplen con las condiciones básicas de calidad, condiciones que al parecer son insuficientes para dar un buen servicio de educación en línea.
Pero aquí no acaba el descrédito de la educación en línea, lo crítico llega cuando, si por un azar del destino, se opta por seguir la carrera académica, ya que la Ley Universitaria desmerece por completo los estudios semipresenciales de posgrado ya sean para aspirar a ser profesor principal, decano o rector (artículo 83, inciso 1; artículo 69, inciso 3; y artículo 6, inciso 3, respetivamente), estableciendo explícitamente que uno de los requisitos es haber alcanzado el grado de magister o doctor con estudios presenciales. A través de estos requerimientos, no solo se privan a aquellos que por dificultades económicas o geográficas no pudieron llevar sus estudios de posgrado de manera presencial, sino que además se podrían descartar a aquellos que llevaron estudios de posgrado, pero que son semipresenciales de manera inherente, ya sea porque incluyen trabajo de campo o que, por tener ciertas convalidaciones con universidades de países diferentes a donde se está llevando el posgrado, impidan que sus estudiantes puedan necesariamente estar en el mismo lugar al de la universidad que le confiere el grado académico.
En principio, no debería existir ningún tipo de impedimento para que cualquier persona, independientemente de su edad o cualquier otra característica, pueda tener un acercamiento con la educación básica o superior. Todo esto porque prevaleció, a la hora de aprobar la Ley, una visión distorsionada sobre cuáles deben ser las condiciones para llevar a cabo estos estudios. Algunas de estas condiciones se refieren a la imposibilidad de enseñar cualquier carrera bajo esta modalidad; si bien es cierto, este margen se va reduciendo conforme la realidad virtual se abre camino. Además, hay también argumentos en torno a la desconfianza de las evaluaciones, pero ello se puede superar mediante mecanismos de certificación presencial; y, por último, están las que se refieren a la baja calidad con la que se imparten los cursos, pero ello al igual que en el caso de la presencial puede ser materia de supervisión.
En el Perú, si bien los intentos de secundaria a distancia no progresaron, recordemos el plan Huascarán, la educación en línea ha comenzado a avanzar en la educación de adultos. En el 2005, la población joven y adulta (mayor de 17 años) que potencialmente requería educación básica completa era de 7,4 millones de personas, cifra que representa la incapacidad acumulada del sistema educativo. El 56% de ellos se concentraba entre los 17 y 39 años, el núcleo de la PEA. Frente a estas cifras, la educación básica alternativa (para adultos) tiene una cobertura del 6%. Sin embargo, hace ya unos años se promueven estrategias para que aquellas personas que no pudieron concluir primaria o secundaria puedan hacerlo bajo modalidades especiales en lo que se conoce como los Centros de Educación Básica Alternativa – CEBA, habilitándolos para continuar estudios de educación superior en universidades públicas (UNMSM o UNFV, por ejemplo). En el caso de las universidades privadas, la oferta de educación en línea se concentra en algunos programas para gente que trabaja, como diplomados, programas de capacitación y hasta posgrados con muy buena reputación, pero que no están al alcance de la población con menores recursos.
Frente a la situación descrita, dejar de lado las estrategias de educación a distancia aprovechando la difusión de las TIC y cobertura creciente de Internet resulta un enorme desperdicio de oportunidades porque a) limita el acceso a la educación de aquellos que por diversas razones no pueden asistir a los lugares y horarios en los que podrían estudiar; b) limita las posibilidades de actualización permanente; c) resta oportunidades a quienes tienen un título obtenido a distancia por considerarse de menor valor que el obtenido de manera presencial; d) limita las posibilidades de extender la educación superior a lo largo de toda la vida (ver nota previa).
En este aspecto, deberíamos aprender de experiencias exitosas como la de la Universidad Oberta de Cataluña, Open University, la UNED, o de algunas latinoamericanas como la Universidad Nacional Abierta y a Distancia de Colombia, y su similar de México. En fin, aquí tenemos una enorme deuda social que pagar y nos falta mucho por hacer.
Fuente de la reseña: http://vicerrectorado.pucp.edu.pe/academico/noticias/educacion-virtual-una-estrategia-desperdiciada/?fbclid=IwAR2XroJ6MWloHiuC4XylOUHXS0UcWzUljf2jBcyK23SF-tmTYodAPmq29Q8