Laura Pineda
Soy una maestra más. Una entre los y las miles que luchamos cada día por tirar adelante un sistema educativo obsoleto. La crisis sanitaria, social y económica que estamos viviendo a nivel global no hace más que poner de manifiesto las carencias que nuestro sistema siempre ha presentado pero que ahora se hacen más patentes.
Podría hablar de manera infinita sobre estas carencias. Pero solo hablaré del campo que conozco en más profundidad y que me afecta de manera directa: la educación. El sociólogo Bauman decía que vivimos en una sociedad líquida en la que los cambios se producen a tanta velocidad que no podemos dar por sentado que lo que hoy es vigente mañana siga siéndolo.
Si extrapolamos esta interpretación a la educación nos damos cuenta de que se trata de un hecho axiomático. Si la sociedad no estaba preparada para este batacazo, mucho menos lo está el sistema educativo.
A los maestros se nos pide disponibilidad 24 horas, se nos pide dominio de las nuevas tecnologías, se nos pide, de la noche a la mañana, afianzar una teledocencia, computable, evaluable.
Esta situación me abre muchas incógnitas. ¿Alguien se ha parado a pensar que la educación a nivel estatal no está preparada para tal desafío? ¿Alguien se ha dado cuenta de que llevamos 20 años trabajando de manera obsoleta? ¿Alguien se ha dado cuenta de que no disponemos de herramientas o plataformas para la docencia digital? ¿Alguien se ha dado cuenta de que a la mayoría de docentes nos falta formación, en muchos aspectos, pero, sobre todo en el campo tecnológico?
La utópica legislación educativa nos obliga a aplicar una docencia competencial, en la que no llenemos a nuestros alumnos y alumnas de conocimientos, sino de capacidades para resolver situaciones reales. Pero seguimos trabajando con fichas, con cuadernos, con libros, sin TIC. ¿El motivo? Bajo mi punto de vista ahora está saliendo a la luz. A la Administración le ha importado bien poco nuestro trabajo. No nos han dotado de herramientas ni de formaciones para poder generar ese cambio tan necesario. Y ahora es preciso realizarlo deprisa y corriendo porque los niños y niñas “no pueden perder” tres meses de clase.
Hablemos de los protagonistas de todo esto: los niños y niñas. ¿Qué situación tienen en sus casas? ¿Se encontrarán bien? ¿Habrán sufrido alguna pérdida? ¿Su familia habrá sido sometida a un ERTE? ¿Su familia seguirá trabajando pese al riesgo a contagiarse? ¿Tendrán ordenador, tablet o conexión a internet? ¿Tendrán, acaso, las necesidades básicas cubiertas?
Estamos viviendo un momento que formará parte de nuestra historia. Es una situación excepcional y hay que actuar acorde a ello. No podemos pretender que aquí no ha pasado nada y que vamos a seguir con nuestras clases con toda normalidad, pero telemáticamente. ¡Me importan un pepino los contenidos y la evaluación! Prioricemos la salud emocional de nuestros jóvenes, prioricemos el ayudar a las familias a salir de este bache, aprovechemos todos los aprendizajes que a nivel social y ecológico está dejando esta pandemia.
No queremos agobiar a las familias con las tareas escolares, no queremos que la brecha social y el reparto desigual de los recursos cree aún más distancia en los niños y niñas más desfavorecidos.
Nuestro trabajo como docentes de la escuela pública es garantizar la equidad y la calidad de la enseñanza y, en estas condiciones, no podemos hacerlo.
Las maestras y maestros seguiremos al pie del cañón, proponiendo actividades para mantener el rendimiento cognitivo de nuestros alumnos y alumnas, para que se sientan acompañados en estos días de soledad, miedo e incerteza. Pero no nos pidan lo imposible. Nadie más que nosotros quiere realizar un cambio, pero no a este precio, no con este tempo.
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