Redacción: DW
La Organización Internacional del Trabajo estima que unos seis millones de niños y niñas sufren explotación laboral en América Latina. La pandemia de la COVID-19 empeorará esta situación, advierte experto.
Los países que aprobaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, una iniciativa impulsada por Naciones Unidas, se comprometieron, entre otras cosas, a erradicar el trabajo infantil hasta el año 2025.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) define el trabajo infantil como todo tipo de actividad laboral que «priva a los niños de su niñez, su potencial y su dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico». En sus formas más extremas, «los niños son sometidos a situaciones de esclavitud, separados de su familia, expuestos a graves peligros y enfermedades y/o abandonados a su suerte en la calle de grandes ciudades».
Según el último índice de Esclavitud Global, publicado en 2018, al menos 40,3 millones de personas en el mundo viven y trabajan en condiciones de esclavitud. Esta lacra moderna es un gran negocio, solo por detrás del contrabando de armas y el narcotráfico.
La OIT estima que unos 6 millones de menores de edad sufren explotación laboral en América Latina, desempeñándose en trabajos peligrosos. En total, alrededor de 10,5 millones se encuentran en situación de trabajo infantil, es decir, el 7,3 por ciento de la población regional de 5 a 17 años. La esclavitud infantil se da sobre todo en el sector agrícola. Sin embargo, no solo es un problema rural. La minería, los basureros, el trabajo doméstico, la cohetería y la pesca son otros sectores de alto riesgo para los niños y las niñas.
Entre las peores formas de trabajo infantil figuran la explotación sexual comercial, la trata de niños y niñas con fines de explotación laboral y la utilización de niños y niñas en conflictos armados y el tráfico de drogas.
Un fenómeno aceptado
En muchas familias latinoamericanas, el trabajo infantil se acepta como un ingreso adicional. Sobre todo en las comunidades que dependen de la agricultura, muchas veces es visto como una tradición. «Algunas actividades pueden ser consideradas parte de la formación y socialización de sus integrantes, lo que relativiza los riesgos y peligros que pueden entrañar para el desarrollo y la seguridad de niños, niñas y adolescentes», se lee en la página online del Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC, por sus siglas en inglés), de la OIT.
Luis Fernando Figueroa, consultor en proyectos de cooperación con temática infantil y juvenil, del Centro San Isidro, en Santa Cruz, Bolivia, pone como ejemplo de explotación laboral forzosa la cosecha de caña de azúcar en América Latina. Muchas familias bolivianas van a la cosecha en Argentina o Chile. Asimismo, en las minas de la región, los menores de edad trabajan más de ocho horas bajo condiciones extremas.
El consultor también hace hincapié en la creciente migración campo-ciudad. «Cuando migran, los jóvenes venden su fuerza laboral a las peores condiciones».
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Brasil, México y Perú son los países latinoamericanos done el trabajo infantil es más frecuente en números absolutos; en términos porcentuales, los países con mayor prevalencia de trabajo infantil son Bolivia (26,4 por ciento), Paraguay (22,4 por ciento) y Perú (21,8 por ciento).
El coronavirus arrastrará América Latina
De cara a la pandemia del nuevo coronavirus, Fernando Figueroa teme que la crisis se vaya a acrecentar. Las economías latinoamericanas están paralizadas para prevenir la propagación de la COVID-19. «Las economías son débiles, hay una debilidad institucional en cuanto a la generación de políticas para promover y fortalecer la capacidad productiva de los países. Como consecuencia, muchas más personas de temprana edad saldrán a trabajar», dice a DW.
«Ese trabajo infantil también tiene un rostro de mujer y de niña, es el 70 por ciento de población que va a estar en peores condiciones de trabajo. Muchos países están solicitando préstamos para hacer frente a las consecuencias económicas de la pandemia, pero la creciente informalidad va a ser otro sector que va a impulsar que los niños salgan a trabajar». Fernando Figueroa advierte que, si los Gobiernos no toman las medidas correctas, la pandemia va a diezmar la «fuerza laboral de jóvenes que pueden aportar de manera digna, instruida, con capacidad y formación a la economía de los países».
Si bien el experto señala que ha habido avances graduales en la reducción de trabajo infantil en América Latina, teme que, con la pandemia del coronavirus, las metas de Naciones Unidas al respecto se vuelvan una «utopía». (few)