Por: Leonardo Díaz
Podemos hacer una analogía débil en la ética y la política hablando también de la existencia de una “tensión esencial” entre el pensamiento conservador que intenta preservar la tradición establecida y el pensamiento revolucionario que intenta derrocarla.
En mis dos últimos artículos publicados en este periódico, “Política y fundamentalismo religioso” (16-7-2020), y “Cultura de la libertad y cultura de la cancelación” (23-7-2020), he mostrado dos actitudes que permean el espacio público actual.
Una de ellas, la del fundamentalismo religioso, incurre con frecuencia en “el argumento a la tradición” (argumento ad antiquitatem), una falacia consistente en pensar que una práctica es válida porque forma parte de las costumbres o las tradiciones de una determinada comunidad. Bajo esta premisa, se escucha objetar una nueva ley, una creencia diferente o un argumento original debido a que “está en contra de nuestras tradiciones”, o porque pertenece a sociedades con otras costumbres.
La otra actitud, la que estimula la cultura de la cancelación, intenta destruir un legado histórico de obras literarias y artísticas, así como erradicar textos e ideas filósoficas incompatibles con las nuevas sensibilidades en materia de etnia, género, o concepción de la justicia.
Las dos posturas son perniciosas para la democracia y la cultura de la libertad. Ambas son ajenas a un fenómeno que distingue las creaciones históricas. El filósofo Thomas Kuhn señaló que el desarrollo de la ciencia es el producto de la interacción entre un pensamiento convergente, que intenta resolver los problemas a partir de modelos estandarizados en una tradición de ciencia normal; y el pensamiento divergente, que rompe con esos modelos buscando nuevas formas de abordar las situaciones problemáticas. Kuhn denominó a este fenómeno: “la tensión esencial”.
Podemos hacer una analogía débil en la ética y la política hablando también de la existencia de una “tensión esencial” entre el pensamiento conservador que intenta preservar la tradición establecida y el pensamiento revolucionario que intenta derrocarla. Requerimos de ambas formas de pensamiento. Si destruimos el legado que nos parece odioso, destruimos la base conceptual del cambio y el horizonte desde el cual situamos en perspectiva nuestras propias creencias. Por otra parte, si solo intentamos preservar nuestra herencia, nuestras formas de vida se fosilizan.
La actitud fundamentalista se resiste al cambio; la actitud de clausura niega la tradición. Ambas perspectivas arrojan un velo sobre la historia efectual que permite comprender el interminable proceso que nos define como seres humanos
Fuente: https://acento.com.do/opinion/las-tensiones-de-la-tradicion-8844081.html