Por: Herzel Nashiely García Márquez*
La vivencia de una crisis humanitaria como lo fue la pandemia parece estar generando en la población, el trastorno por estrés postraumático. Algunos síntomas de este trastorno son: la pérdida de autoestima, temor, paranoia, proceso de culpabilizar a otro o a sí mismo, el deseo de venganza, disminución de la calidad de vida, asunción del rol de víctima, desarraigo cultural, ruptura de redes sociales y afectivas, cambio de roles en la dinámica familiar, etc. (Falla y Cols, 203, p. 4).
La violencia del contexto pospandémico nos afecta como sociedad, provocando un ambiente estresante y que mantiene la condición traumática. Es importante reconocer que las reacciones y manifestaciones sociales después de la vivencia de un trauma, se relaciona con la dimensión y gravedad del evento vivido y de acuerdo con la Organización Panamericana de Salud (2006), en ciertos casos, los síntomas del estrés postraumático pueden extenderse por meses, en los cuales, la persona experimenta oleadas de temor, paranoia y los otros síntomas mencionados. Las consecuencias de padecer esta inestabilidad emocional y psíquica (muchas veces acompañadas por el malestar físico también), trae como consecuencias inmediatas la dificultad para realizar tareas inmediatas y habituales, hay un desajuste de las rutinas y cuesta mucho retomarlas y reorientar el rumbo y sentido de las actividades. También se presentan conflictos en las relaciones interpersonales y dificultad para adaptarse a la pérdida y entusiasmarse auténtica y sostenidamente por lo nuevo.
Estas dificultades tienen gran importancia a nivel individual y en gran sentido, los esfuerzos educativos durante y después de la pandemia han respondido a la atención del alumno y del profesor. Sin embargo, el contexto social nos exige un reto más grande que implica la inmediata reconstrucción del tejido social.
El vitoreado regreso a la nueva normalidad tiene varias facetas; algunas llenas de esperanza, de buenas intenciones y acciones y otra que aqueja de manera desfavorable a nuestros niños y jóvenes, y cierto, a nosotros como adultos. El reencuentro real se llama guerra, se llama violencia. Los hechos humanos que están construyendo nuestra historia y herencia que estamos dando en vida a nuestras niñas, niños y jóvenes, nos debe exigir la reflexión sobre lo que aprendimos en la pandemia… como sociedad. ¿Qué entendimos por “la falta de contacto”, “la sana distancia”? ¿por el reencuentro?
Es importante, como formadores, pensar en la violencia en el regreso a la presencialidad pues ésta reflexión nos permite responder el por qué en este regreso a clases debemos atender prioritariamente el manejo de la inteligencia socio emocional en todos los agentes formativos Parte de la respuesta es porque no van a desaparecer y se están expresando; lo vemos en el futbol, lo vemos en la guerra, lo vemos en la violencia que día a día se presenta y los propios estudiantes lo están también manifestando, recordemos los eventos recientes sobre la presencia de armas en escuelas y los procesos que se vivieron para atenderlos. El mensaje social en estos casos debe ser claro sobre todo en cuanto a la seguridad y formación integral de las personas, tal es la importancia de que hechos así no queden como nota roja, sino que sean analizados críticamente por nosotros, los adultos y formadores sociales.
El regreso a la normalidad a nivel social podría compararse con la manera en que a veces reaccionamos después de un sismo; difícilmente son respetados los protocolos desde el inicio de la emergencia hasta su contención; el “no grito, no corro no empujo” se nos olvida en el reencuentro. Regresamos muchas veces ansiosos a nuestra cotidianidad. Buscamos cómo recuperar el sentimiento de bienestar y esto no siempre implica considerar al otro. Recordemos que, como lo señala, Maslow, una vez que el ser humano tiene atendidas las áreas fisiológicas y de seguridad, busca la afiliación, el reconocimiento, procesos que no necesariamente significan involucrar a todas las personas, sino aquellos afines.
Nos desbocamos después de la crisis por la enorme presión que significó la contención en pandemia. Por ello es importante recuperar la prudencia y tranquilidad como adultos y heredar hoy, lo mejor de nosotros como sociedad, y eso, no se relaciona con expresiones violentas y bélicas definitivamente.
¿Qué puede hacer la escuela? Enfatizar su papel de constructora social y buscar opciones, estrategias y presentar a la sociedad planes y proyectos que permitan el desarrollo de la inteligencia emocional, enfatizando el manejo de las emociones que no son placenteras, como la frustración, la rabia, el enojo, la tristeza, la impotencia y otras que conviene revisar en modelos como la Rueda de las Emociones de Plutchick (1980), para poder entender la complejidad, variedad y matices emocionales que tenemos como personas.
Los siguientes tres puntos pueden servir para comenzar a reflexionar sobre el gran reto.
1.- Diseñar entre los agentes educativos las propuestas, planes y programas necesarios.
Abrir espacios en donde exista el compromiso para reunirnos una vez a la semana, para organizarnos, dialogar y decidir qué vamos a hacer como formadores no nada más de hijos y estudiantes, sino de una sociedad que nos está pidiendo urgentemente intervenir.
Estos espacios pueden deben ser flexibles y amigables, nadie regresa a donde no se siente a gusto. Debemos extender la visión que nos dejo la pandemia sobre la educación presencial, en línea o híbrida, más allá de los estudiantes y aportar a la formación y colaboración entre docentes y padres de familia.
Existen personas interesadas, especialistas, bienhechores, voluntarios que pueden aportar y compartir experiencias, conocimientos, tiempo, talento, recursos, etc. Debemos unirnos para construir una macro red social, fortalecida con aquellas que ya existen e ir más allá de nombres de instituciones. Necesitamos acercarnos de manera organizada para responder como sociedad formadora que atiende con pertinencia su responsabilidad social; ver áreas de fortaleza, de oportunidad y debilidad, para entretejer estas variables y características y lograr un tejido social que beneficie a los estudiantes y a nosotros como formadores. La propia sociedad está demostrando que el regreso no ha sido fácil y que más bien, hubo una contención emocional que antes de pandemia encontraba espacios, chivos expiatorios que mantenían el caos ordenado al que estaba habituada la sociedad.
Debemos atender NUESTRA inteligencia emocional también como adultos, abrir espacios de confianza que permitan la creatividad, la cooperación y colaboración en pro de la reconstrucción social y de la vivencia comunitaria para una pronta sanación social.
2.- Priorizar la vivencia de ambientes seguros.
Evaluar y dialogar sobre las necesidades, los peligros que existen en nuestro contexto cercano y saber cómo vamos a abordar el contexto mundial que afecta también el desarrollo integral de nuestros niñas, niños y jóvenes y, por supuesto, nuestro bienestar. Existen especialistas que abordan este tema con gran profundidad y pertinencia, por ejemplo, en la Red de Colegios Semper Altius, cuyas aportaciones pueden ser consideradas y encontrar entre las opciones que existen, aquella que puede personalizarse en cada espacio y por la comunidad para la construcción de estos ambientes tan importantes y necesarios para cualquier ser humano. Es momento de una urgente agencia social.
3.- Entender plena y profundamente el proverbio africano “Hace falta un pueblo entero para educar a un niño”. Todos somos responsables, todos tenemos la feliz oportunidad de construir una mejor sociedad a través del vínculo que construimos con las niñas, niños y jóvenes. Tenemos la oportunidad de construir una mejor sociedad hoy precisamente porque todos educamos, porque todos somos parte de la sociedad.
Es momento de reflexionar y ocuparnos sobre cuáles son los programas nacionales, estatales, locales, que necesita atender la política pública y como ciudadanos, solicitarlos con calidad, prontitud, pertinencia y claridad en la comunicación, desarrollo y rendición de cuentas. La realidad nos está rebasando de manera crítica y es momento de levantar la mano, de abrir los ojos para articular el talento y el presupuesto e impedir que como nación, nos quedemos en un espasmo postraumático, viendo las evidentes necesidades pero sin hacer nada (también síntoma del estrés postraumático). Es momento de responder a sí como nación estamos paralizados, si estamos manifestando síntomas sociales como las situaciones actuales que se expresan emergentemente en el ámbito educativo y saber cómo vamos a encontrar las respuestas a nuestro estrés postraumático que no solo vivimos como individuos, sino, claramente, como sociedad.
El discurso debe ser retomado desde los formadores y agentes educativos que tienen claro lo que desean para las niñas, niños y jóvenes, y es momento de replantearlo y reforzar ese discurso por encima de los encuentros violentos vividos en el ámbito deportivo, la
Las emociones contenidas, generalmente implican el malestar y la inestabilidad personal. La expresión asertiva implica la posibilidad de autorregularnos y entender que ninguna emoción es “negativa” en la connotación simple y juiciosa del término. Lo importante sobre todo es desarrollar el autoconocimiento y el pensamiento crítico y autónomo que permite la canalización adecuada; recordemos que el problema no es el enojo, es el errar o no saber con quién y cómo resolverlo, en qué dimensión se debe comunicar, cómo expresarlo sin dañar, etc.
Como adultos, como formadores ¿cómo vamos a responder a la vida? ¿Cómo vamos a manejar y a atender los síntomas postraumáticos? Definitivamente no podemos ignorarlos y la responsabilidad nos permitirá responder y clarificar cuál es el tejido social que deseamos y que necesitamos, que estamos construyendo y por lo tanto, repensar el diseño, el diseño de nuestro verdadero tejido social.
Referencias:
Falla, U., Chávez, Y., Molano, G. (2003). “Desplazamiento Forzado En Colombia. Análisis documental e informe de investigación en la Unidad de Atención Integral al Desplazado (UAID)”. [Versión digital]. Tabula Rasa, N° 1. Bogotá. Consultado 25 de marzo de 2022, en http://www.revistatabularasa.org/numero_uno/Ufalla.pdf
Organización Panamericana de la Salud. (2006). Guía práctica de salud mental en situaciones de desastres. Serie Manuales y Guías sobre Desastres Nº. 7. Washington, D.C. Consultado el 25 de marzo de 2022, en: http://www.paho.org/spanish/dd/ped/GuiaPracticadeSaludMental.pdf
Fuente de la información e imagen: http://www.educacionfutura.org