Por: Roberto Patiño
No bastó con las amenazas de su madre, ni las explicaciones de que no tenían tiempo, que aquella era su parada y debían abandonar el vagón del Metro de Caracas lo antes posible; la niña seguía atornillada al piso, jalándola de la mano, exigiendo a su madre que la acompañara a saludar a su maestra, a la que había visto al final de la unidad. Así lo recuerda Yuleima, 43 años, profesora y líder comunitario de Casalta 2: “Dejamos una impresión muy fuerte en los jóvenes, es una gran responsabilidad la que tenemos los maestros, un compromiso de vida”.
Yuleima comenzó a ejercer su vocación de docente tarde, reconoce, hace apenas diez años, tras superar retos inesperados en su vida. Nunca dudó que podía alcanzar su meta, la constancia en el trabajo fue un valor que aprendió desde muy joven en la casa y en la escuela; sin embargo cada día es más difícil cumplir con esa vocación.
Ella, al igual que todo el gremio docente venezolano, ha visto disminuir sus ingresos desde que el Estado decidió aplicar el llamado Instructivo Onapre, unas tablas salariales, escritas por fuera de los márgenes del ordenamiento jurídico venezolano, que desconocen los logros sindicales del magisterio al suprimir bonos e incentivos, un instrumento que el TSJ calificó como inexistente, pero que es usado en todas las quincenas para quitarle parte de su salario. “Hay desánimo entre las maestras, se lamenta, hay quienes dicen que ganan más dinero vendiendo café en la calle que atendiendo un salón con treinta chamos”, nos dice, mientras saca cuentas y repite lo que hemos escuchado todos estos días en las calles de Venezuela: “Nos merecemos un salario digno, tener nuestro dinero para comprar nuestra comida, nuestras cosas, tener una vida”, con ese Instructivo “nos meten mano en nuestra cartera y nos piden un sacrificio que ellos no son capaces de hacer”.
Yuleima sabe que está ante un año complejo, la educación pública en Venezuela se ha convertido en un reto para los docentes, padres y jóvenes. Las instalaciones de su unidad educativa no están completamente reparadas, dejaron las obras por la mitad “y nos llaman todos los días para que hablemos con los padres y representantes, para que pidamos materiales para la escuela, un martilleo constante –se queja–. ¿Cómo voy a pedirles a unos padres que nos compren unos bombillos si a veces mandan a sus hijos con un vaso de agua como desayuno?”.
Con una inflación anual del 155% sobre los alimentos, según el Banco Mundial, Venezuela es el tercer país con mayor inflación alimentaria del mundo, una realidad que expone a los niños y jóvenes a una situación de inseguridad nutricional que afecta su crecimiento y su educación. “Tú no puedes prender un carro sin gasolina, un chamo no puede estudiar con hambre”, nos dice Yuleima quien afirma estar alarmada, las secuelas de la pandemia se sienten en el nivel educativo de sus alumnos, la educación a distancia no funcionó, se lamenta, “los muchachos lo que hacían era transcribir las tareas que los padres les hacían”, hay mucho que hacer en muy poco tiempo, “antes de terminar el curso, antes de que se vayan del país”, comenta mientras lleva la lista mental de los nueve alumnos que se fueron de Venezuela antes de culminar las clases.
Ahora Yuleima comparte su responsabilidad y divide su tiempo con otra vocación: el trabajo comunitario. Es egresada de la Segunda Corte de la Red Solidaria y en la actualidad, con el apoyo de sus vecinos y amigos, y con la fuerza que le dio una comunidad organizada, pudo abrir un comedor de Alimenta la Solidaridad en su casa y por allí pasan, de lunes a viernes, sesenta niños. “Ellos son el país, sin ellos Venezuela se va a pique y hay que darles todo el apoyo que necesitan, hacerles crecer el sentido de pertenencia, de madurez e inclusión”. “Vendrá un cambio en el país”, nos dice, “los venezolanos somos gente trabajadora y nos merecemos cosas buenas, la gente está cansada y quiere cambio, por eso es necesario que los chamos sigan estudiando, cuando uno se esfuerza los sueños se cumplen, yo pude ser maestra”, concluye mientras reconoce que, pese a las dificultades, volverá al aula de clase en el próximo curso, los niños de su colegio la siguen buscando en la calle o en un vagón del Metro y es un compromiso que no puede ni quiere eludir.
Volver a clases en Venezuela es un reto para la mayoría de los venezolanos, un compromiso por el futuro que exige el mayor esfuerzo de las familias, profesores y comunidades, una apuesta cierta por el futuro, una necesidad para avanzar el cambio que tanto necesita Venezuela. Somos un país que se merece cosas buenas y desde Mi Convive seguiremos trabajando en el apoyo a estos nuevos líderes y activistas que se comprometen por el futuro que tanto necesitamos y que nos merecemos todos.
Este es nuestro compromiso.
Fuente e Imagen: https://www.elnacional.com/opinion/el-drama-de-la-vuelta-a-clases/