Niñas serpiente, acrobacias y cuchillos en Costa de Marfil

Érase un poblado en el centro oeste de Costa de Marfil habitado por los miembros de los Yacuba Dan, uno de los grupos étnicos más importantes y prolíficos a esta parte del Golfo de Guinea. Un lugar donde aún acontecen bailes de máscaras así como otras ceremonias animistas para pedir la protección de los espíritus, agradecer la llegada de nuevas cosechas, ayudar a los enfermos o enterrar a sus muertos. Así sucede desde hace siglos, o quizá milenios, en el corazón más indómito de África Occidental. Aunque en el caso de este pequeño aldea, la cual pudimos visitar durante nuestro último viaje de etnias y mascaradas en Costa de Marfil, supimos de algo de mayor impresión y visceralidad que ahonda en las raíces más profundas de las creencias del ser humano. La presencia de las conocidas como niñas serpiente se abre hueco entre la fe por la intervención de los ancestros y esa concepción mágica de la vida que acompaña en muchos de los anocheceres marfileños. Todo a través de danzas acrobáticas donde junto a sus mentores y a la vista de sus vecinos, se juegan la vida para, entre otras cosas, mostrar públicamente que los espíritus están con ellas y con su gente.

Niñas serpiente en Costa de Marfil

Rostros pueriles adornados con rayas blancas, labios pintados de negro sellados en silencio bajo el son de los tambores, movimientos imposibles y cuchillos afilados en un ritual antediluviano. Así es la historia y esencia de las niñas serpiente de Costa de Marfil, quizás las últimas brasas de la gran hoguera del animismo en un país de atávicas tradiciones.

El pueblo Yacuba/Dan de las niñas serpiente

Una aldea en la noche de los tiempos

Aproximadamente a una hora de la ciudad de Man, agazapada bajo una maraña de colinas puntiagudas tupidas de vegetación, las carreteras pierden su nombre. Hay un momento donde se añoran los agujeros del asfalto desgastado de las vías marfileñas cuando lo que se viene encima es una red de pistas o senderos de tierra rojiza las cuales tienden a inundarse en cada chaparrón, algo que acontece día a día durante los meses de la época en la que las lluvias, de duración breve pero de voracidad torrencial, se abren paso en el Golfo de Guinea. No se sabe si son baches, socavones o húmedos accesos al averno los que se suceden en la ruta. Pero la sensación de adentrarse por tan frondoso territorio y saberse dentro de la Costa de Marfil más rural, agreste e inocente, compensa el hecho de que los avances sean lentos. Siempre que el 4×4 pueda ir superando contrariedades y, ocasionalmente, haya que empujar el vehículo e ir un tramo a pie.

Así estaba la carretera que nos llevó a ver a las niñas serpiente de los Yacuba Dan en Costa de Marfil

Varios pueblos después, de esos con paredes de barro después y algunos tejadillos , supervivientes a la chapa que empieza a imperar por estos lares en las viviendas y demás construcciones agrícolas, llegamos a nuestro destino. Euloge, mi amigo y escudero beninés, ávido conocedor de los mayores vericuetos marfileños, sabía que ese día sucedería, que podríamos ver a todo un pueblo reunido alrededor de una plazuela con suelo de arena. Y con ellos a las célebres niñas serpiente, quienes saldrían a la palestra para pedir junto a los demás aldeanos, el beneficio y protección de los espíritus del bosque y de los ancestros quienes, según la tradición, dotan de equilibrio y bienestar a los lugareños. Y también advierten a los mismos de posibles infortunios. Todo a través de los movimientos acrobáticos de unas chiquillas de corta edad, elegidas antes de que tengan uso de razón, por el hechicero de la aldea, quien observa sus cualidades físicas y espirituales para, tras un largo aprendizaje, utilizar sus muchos dones en ceremonias y rituales.

Niñas serpiente Yacuba Dan en Costa de Marfil

Niñas serpiente en Costa de Marfil

La danza y acrobacias de las niñas serpiente

Los músicos golpeaban los tambores con un son repetitivo que aumentaba su ritmo cada medio minuto. En el suelo yacía la piel moteada de un leopardo cazado hace décadas. Y, de pronto, tres muchachas de caras pintadas de blanco y labios oscuros y sellados, aparecieron para empezar a contonear sus diminutos cuerpos. Por edad ninguna parecía superar los diez años. Una de ellas, diría, que contaba con cinco o seis años como mucho. El tocado repleto de caoríes y encrespado con pelaje blanco de animal que se encargaba de cubrir su cabeza daba la impresión de ser demasiado grande para no encajar del todo en su diminuta y delicada sien. Dos hombres de aspecto fuerte y tocado también en la cabeza, situados en el centro del improvisado escenario, parecían los mentores de estas crías que abandonan su hogar cuando su don es descubierto.

Niña serpiente de la etnia Yacuba Dan en Costa de Marfil

Todo empezó con un tímido baile de las tres chiquillas, como si de un calentamiento se tratase. Para pocos minutos después, acercarse a donde se sentaban los sabios de la aldea y agazaparse junto a la piel seca del leopardo desde la cual regresar de nuevo al su sitio, el mismo de donde procedía la música de percusión. Posteriormente mostraron su flexibilidad, la que les otorga el apodo de niñas serpiente, arqueando por completo su espalda hacia atrás y caminando como si de criaturas de otro mundo se tratase. Sus cabezas se contoneaban con temblores. Según Euloge, ellas se hallan en un trance profundo que les hace olvidarse de quien son. De hecho, según la tradición, no serían ellas sino los espíritus quienes cabalgan dentro de aquellos cuerpecillos tan elásticos que no parecen contar con el esqueleto de cualquier ser humano.

Niñas serpiente en Costa de Marfil

Aquella era una preparación ante la serie de saltos acrobáticos que, por medio de los dos adultos que las iban indicando, hacían. Unas veces mostraban su flexibilidad en el cielo de las manos que las sostenían. En otras, dibujaban movimientos imposibles como si los kilos se convirtiesen en miligramos para dar vueltas y volar a más de dos metros del suelo. Su cabeza permanecía en constante movimiento, como una cobra a punto de lanzar su mordisco venenoso, sin más consciencia que la de ser saltarinas sin más red que la pericia y la fe.

Niña serpiente de la etnia Yacuba (Viaje a Costa de Marfil)

Pero los saltos, lanzamientos al aire y bailes no eran más que el preludio de lo que estaba por venir. Porque la manera de demostrar que las niñas no eran simples crías sino las carcasas vivientes de los espíritus del pasado y benefactores del poblado requería de no pocos riesgos demostrables. Literalmente, jugarse la vida. Pues esta vez las harían volar por encima de sus brazos, pero sosteniendo mientras tanto dos negruzcos y afilados cuchillos los cuales, al más mínimo error, podrían ensartar los troncos menudos de las muchachas. Algo que no sucedería por una separación ínfima que, de no ser por la destreza y la fortuna de los participantes de esta danza ancestral, hubiesen corrido ríos de sangre en aquel albero pueblerino donde los Yacuba Dan conectan con las almas de las personalidades de antaño y otras deidades que moran en los bosques de alrededor y a quienes deberían su paz y abundancia.

Lanzamiento de niña serpiente con cuchillos en las manos (Costa de Marfil)

Tras el juego de los cuchillos llegó otra demostración de cálculo. Una con una, el hombre más alto y fornido las fue tomando de los tobillos para darlas vueltas. Pero antes colocó una piedra de gran grosor para acercar a las mismas las cabezas con tocados de caoríes de las inocentes niñas. Los movimientos circulares tomaron tal velocidad que una vez más, la posibilidad de un desliz de escasos milímetros hubiera podido conllevar que reventara el cráneo de cualquiera de ellas. Algo que, a con esa potencia con las que les daba dichas vueltas, hubiese sido de una fatalidad irreversible.

Prueba de la piedra con una niña serpiente (Aldea Yacuba Dan en Costa de Marfil)

Tras cada acto, una por una fueron volviendo a la posición inicial. Siempre hieráticas, con gestos trémulos de cabeza y sin pronunciar una sola palabra. Durante los actos religiosos no hablan, no ríen, no gesticulan. Su mirada parece siempre inerte, como la de un animal abatido, como la de quien no parece estar allí. Donde el trance, la espiritualidad y otras hierbas se encargan de perpetuar un ritual más antiguo que la propia existencia de aquel poblado. No sólo con los Yacuba / Dan, también con los Guéré u otros grupos étnicos, se sobrevienen estas tradiciones que han resistido a la colonización y la globalización. Se puede afirmar que se tratan de las ascuas de una llamarada sobre la cual resulta difícil creer que en los tiempos que corren continúe iluminando las noches más oscuras de África.

Ceremonia de las niñas serpiente en una aldea Yacuba Dan (Costa de Marfil)

¿Te está gustando esta historia? Es parte del resumen de un gran viaje a Costa de Marfil. Y te recuerdo que también en este blog tienes una recopilación de consejos prácticos para viajar a este destino.

Bailes de máscaras

Entre acrobacia y acrobacia se sucedían ciertos periodos de descanso dado semejantes pruebas de esfuerzo, no sólo físicas sino también mentales. En dichos intervalos quienes acudían a aquella plaza fueron figuras cubiertas vestidas con trajes rafia y rostros de madera. Se trataba de máscaras, no vistas únicamente como un objeto con el que cubrir la cabeza sino como un todo. Y es que la máscara en África Occidental no se trata únicamente de un elemento artístico destinado a ponerse en la cara sino en un traje completo, la plasmación espiritual en un soporte físico, un envoltorio que se encarga de que el portador o danzante realice movimientos y gesticulaciones tan estudiadas como cargados de significado. En aquel caso pudimos ver tres máscaras, una de ellas era claramente representativa de los ancestros, caracterizada como un anciano. Otra parecía querer mostrar a un cazador o guerrero y la tercera, de tez oscura, parecía traer al escenario el alma de los animales que rondan aquellos bosques (o rondaban, pues hasta hace muy poco en la zona había leones, leopardos y otros depredadores, aniquilados en esta parte de Costa de Marfil y relegados a áreas más despobladas y salvajes del territorio).

Máscara Yacuba Dan (Costa de Marfil)

Cada máscara se movía de manera distinta, desenvolviéndose en su propio papel. El anciano a veces dejaba su bastón y su errático caminar para ejercer su danza mística. Así fueron pasando los tres, hasta que una vez hubieran bailado, se limitaban a yacer en el suelo y detener por completos sus movimientos, como si los espíritus se hubiesen despojado definitivamente de sus envoltorios terrenales para convertir aquellas figuras en seres inertes.

Fuente: https://www.elrincondesele.com/ninas-serpiente-costa-de-marfil/

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