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Vacunas y docentes

 David Calderón

Para priorizar la distribución de recursos escasos, hay siempre el riesgo de ofuscarse por preferencias personales y por experiencias previas. Saliendo del grosero ‘para mí y los míos, y que el mundo se hunda’, o del prejuicioso ‘hay que darle a los que se porten bien’ (lo que eso signifique, que en general coincide con ‘hay que darle a los que prefiero porque se parecen a mí, porque me apoyan, me van a traer apoyo, dinero o satisfacciones’), siempre hay que estar alertas con respecto de esos criterios de cómo se forma la fila. Para las vacunas que nos inmunicen ante el Covid-19, el asunto merece examen y decisión sólida, justa.

Una sociedad que asuma plenamente los derechos humanos debe partir de la igual titularidad para las vacunas, en la equidad basada en la diversidad de condición. Vamos por partes: todas y todas debemos ser en principio candidatos a un beneficio, y en esa universalidad debe prevenirse y desterrarse toda tentación de discriminar en forma evidente o sutil. Todos nos la merecemos. No debe excluirse de la fila por arbitrariedad de pertenencia ni por el poder adquisitivo, por la condición de salud, género, discapacidad, estatus migratorio. Ello implica también denunciar como brutal e inhumano adelantar a mis recomendados, pues cambiar la secuencia aumenta el riesgo en forma injustificada.

Ya entonces partiendo de que todas y todos somos candidatos, entonces sí se establece válidamente un ordenamiento sucesivo, una calendarización logística, tomando en serio la diversidad, con dos criterios: mayor necesidad y mayor operatividad para el bienestar general.

El primero se refiere a que a la cabeza de la fila va quien más lo necesita por sí, por estar como está en el momento presente. Si a la señora A y la señora B les puede tocar en el mismo momento el contagio, pero los efectos previsibles para B pueden ser más devastadores o irremediables, entonces le toca primero a la señora B. Y por ello sin duda, en el calendario de administración de la vacuna para Covid-19, van primero los adultos mayores, las poblaciones callejeras y en confinamiento forzado, las personas con determinadas condiciones de salud que agravarían si no son inmunizados a la brevedad.

El segundo se refiere a que igualmente a la cabeza de la fila va el personal de salud de primera respuesta –justo quienes atienden ya a los pacientes con graves cuadros de Covid-19, médicas, enfermeras, laboratoristas, las y los paramédicos, los inmunizadores– e inmediatamente después todos los demás agentes de salud, pues la sobrecarga del sistema hospitalario y de cuidados ya los pone en condiciones de tratar personas que además del evidente malestar por el cual acuden a la atención pueden ser portadores, y para ello necesitan estar protegidos con la inmunización.

Toda esta larga introducción sirve para llegar al punto clave: las y los docentes deben ser colocados en “mayor operatividad para el bienestar general” y por lo tanto deben en todo México ya estar programados para recibir la vacuna en las próximas semanas.

En muchas naciones del mundo, de Israel a Estonia, de Uruguay al Reino Unido, se ha definido que maestras y maestros deban ser vacunados ya. El 12 de enero, los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades de Estados Unidos, definieron que todos los miembros del personal escolar –incluyendo intendentes, choferes de autobús escolar, personal de cocina y por supuesto todos los proveedores públicos y privados de atención a la primera infancia– son frontline essential workers, en la categoría 1b, y les toca la administración de vacuna para Covid sólo detrás de los adultos mayores en instalaciones de cuidado de larga estancia y de los trabajadores del sector salud.

En nuestro país, el secretario del SNTE, un día antes, “…reconoció la disposición y sensibilidad del gobierno federal de considerar a los docentes como grupo prioritario en la aplicación de la vacuna contra el Covid-19 y considerar esta enfermedad como riesgo de trabajo, una vez que se regrese a las clases presenciales”. Como parte de su invitación-presión para que se abran las aulas, el presidente de la República ha dicho que propone al gobierno de Campeche federal vacunar a 20 mil maestros de esa entidad, y trabajadores en las escuelas para que, ya con su segunda dosis, en la tercera semana de febrero comiencen clases.

Lo que falta en la felicitación anticipada y en la propuesta apresurada es certeza. No hay protocolo, no hay pieza normativa que le dé firmeza. No hay que hacer de la vacuna la pieza de cambio para ir al aula, justamente porque se puede revertir en “mejor no voy a vacunarme, entonces”. La vacuna debe ser para todas y todos los docentes, de todos los niveles, de escuela pública y privada. Si hay un factor de salud que llevará a prever una sustitución al maestro para alguna de las formas escalonadas de presencia, eso debe ponerse después. Debe ser auténtico cuidado y aprecio por el aporte a niñas y niños. No chantaje ni vaguedades: que se ponga en protocolo público y nacional la prioridad de vacuna a maestras y maestros; es de elemental congruencia.

Fuente: https://profelandia.com/vacunas-y-docentes/

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Evaluar, valorar

 David Calderón

Uno de los grandes riesgos en la pandemia es no ver, pero no porque el Covid afecte orgánicamente el sentido de la vista. Se nos están perdiendo de vista elementos cruciales de la educación, de su sentido mismo; no queremos ver que las adaptaciones de la educación a distancia pueden significar verdaderas transformaciones, y no sólo cambio de medios. Si una clase frontal, expositiva y no activa, es poco recomendable para lograr aprendizajes significativos, una clase televisada se vuelve una práctica aún menos adecuada; arriesgamos a que la fórmula se desgaste velozmente, y que se hunda en rutina, desánimo y finalmente alejamiento.

En las conversaciones de maestras y maestros, a lo largo y ancho de todo el país hay una gran tensión: ya viene el momento fijado por el calendario oficial para plasmar la evaluación del primer trimestre del ciclo escolar; 13 de noviembre es la fecha fatal.

¿Cómo evaluar en las condiciones extraordinarias que la pandemia implica? Es claro que no como se hace con los ciclos típicos. Ya desde ahora hay conflicto y dolor: la inadecuada exigencia en algunas escuelas, en zonas escolares enteras, incluso como instrucción transmitida de las secretarías de Educación estatal, ha sido un apego antipedagógico a la ‘evidencia’. Que las familias manden fotos en las cuales se vea que los niños están viendo la televisión. Y que le ponga hora. Y que el profesor las reúna. Y que el director junte todo y lo mande a la supervisión, y que… ¿de verdad creen que hay una oficina en la Secretaría de Educación Pública en la que alguien pasa viendo fotos de todo el país? Por supuesto que no. Es la pedagogía del control. Bueno, no se le puede llamar a eso pedagogía. Son las prácticas del control y la vigilancia.

Imaginemos lo que no se lograría en orientación, ánimo y consuelo si esos miles de megabites y esos millones de pesos en voz y datos se usaran para conectar a niñas y niños con sus pares, en actividades coordinadas por sus docentes.

¿De verdad pensamos que entregar tres o cuatro hojas por día, por asignatura, para tareas que deben devolverse a la semana, ameritan los cinco o siete pesos por hoja –“es que traen dibujitos, con colores, y gasto mi tóner”, dice el dependiente del cibercafé o ciberpapelería– debe sumarse y acumularse y de ahí sacar la base de una calificación justa, ponderada y que retroalimente el esfuerzo personal y el aprendizaje logrado?

¿Exámenes? Menos. ¿Cómo una profesora podría evaluar lo que otro maestro –el de la tele– expuso? Puede hacer los tests, pero nada más alejado, insolidario y en el fondo inútil que ver si contestan lo que yo defino del programa que mi alumno vio solo y sin mi participación. ¿Queremos que sean verdugos de lo ajeno, nuestras maestras y maestros? No; no se vale.

La propuesta debe ser otra. Ver la realidad y actuar en consecuencia. ¿Qué proponer? Primero: reconocer que en esta situación extraordinaria de nuestro presente no debe regir el arreglo del pasado; reconocer que es un buen momento para sacudirse el yugo de una tradición ‘notaria’: notas que son números, que etiquetan y hacen ‘niños de seis’ que son menos que ‘niños de diez’. Y para evitar eso, definir –desde la autoridad de la SEP y con respaldo en lineamientos, acuerdo secretarial o algún otro instrumento normativo– que este trimestre tendrá una evaluación valorativa, formativa, pero no calificaciones.

Segundo: pedir autoevaluación. Les estamos pidiendo, a niñas y niños, que desarrollen con los más precarios elementos capacidades de autocuidado, automotivación y autoeficacia. Seamos entonces congruentes y asumamos que pueden ir desarrollando la madurez requerida para una autoevaluación honesta: no entendí, o la verdad que no me esforcé, o investigué por mi cuenta mucho más. Tercero: ir a verdaderas anotaciones cualitativas: el alumno realizó varias actividades, pero requiere de mi dedicación más cercana y de la unidad de apoyo; el alumno logró aprendizajes previstos; el alumno logró algunos aprendizajes significativos; no he tenido contacto desde el inicio del ciclo escolar; su situación familiar, de recursos o de salud le impide seguir la mayoría de las actividades. Pidamos a la SEP que tome valor y dé muestra de sensatez. Eso sí sería regresar al recto sentido de evaluar: valorar lo que niñas y niños hacen.

Fuente: https://profelandia.com/evaluar-valorar/

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Dinero completo

 David Calderón

Sigue siendo motivo de zozobra el Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación para 2021 (PPEF 2021) que confeccionó Hacienda. Para el derecho a la educación, pinta uno de los panoramas más borrascosos y negativos para el futuro que podamos imaginar.

Estamos delante de un reto enorme en los dineros públicos: se hunden los mercados, Pemex pierde rentabilidad cada día, la producción se estanca, el empleo se cae, las necesidades se magnifican. Y justo en este momento, el gasto social para el año que ya tenemos a la vuelta de la esquina tiene una distorsión mayúscula: el plan para gasto público presentado por el Poder Ejecutivo para su aprobación al Poder Legislativo (que es eso lo que se detalla en el PPEF 2021) se define por desmantelar soluciones para favorecer parches, por arrancar cableado para improvisar ‘diablitos’.

En el caso de educación, eso se traduce en cerrar o dejar moribundos a programas significativos para aprender con equidad, y en su lugar darle vuelo a salarios, becas y propuestas de bajo desempeño. Es como desactivar el sistema de riego ordenado, que hace llegar los recursos focalizados y, por el contrario, ponerse a tirar manguerazos y cubetadas en todas direcciones, pero sin alcance, salpicando con recursos mayúsculos a una parte de la población, incluso a quienes no necesitaban esas ayudas, pero lo peor es que se haga en esquemas de pobre efecto. Así como hay mala nutrición por gastarse mucho en papas chatarra y bebidas azucaradas, estamos al borde de un nuevo abismo de bajo desarrollo educativo, invirtiendo en planes chatarra y transferencias azucaradas.

En las semanas anteriores he compartido con los lectores el drama en ciernes que significaría la aprobación del PPEF 2021 tal como lo mandó el Ejecutivo: a) gravísimos desfondamientos a procesos para el aprendizaje incluyente, en partidas que pasaron de tener en 2019 una asignación de 11 mil 983 millones de pesos a que en 2021 sólo cuenten con mil 96 millones de pesos (un cambio real acumulado de –84.9 por ciento), incluyendo la extinción de Escuelas de Tiempo Completo y el programa de Convivencia Escolar, aunado a la mutilación grave a Conafe, educación indígena, educación para migrantes, aprendizajes significativos y un largo etcétera; b) una reducción agresiva –nunca mejor dicho– de los fondos para formación docente inicial (contra las normales) y de formación docente continua (el dinero para los cursos que necesitarán en 2021 las y los maestros en servicio); c) una nula inversión adicional para expandir educación inicial y recortes contra nutrición y desarrollo en la primera infancia; d) una inexistente asignación transparente y específica para agua y saneamiento, los elementos de filtro escolar y la inversión para conectividad que exige la pandemia y su mitigación para reiniciar el trabajo en los centros escolares.

En su comparecencia ante el Senado, el secretario de Educación Pública sorteó o pospuso la respuesta a los cuestionamientos sobre el verdadero logro de Aprende en Casa II, el proceso de educación a distancia que la SEP definió para toda la educación obligatoria en el territorio nacional, pero recibió recurrentemente la pregunta sobre recortes al presupuesto educativo. Así, el secretario hizo la afirmación que el Programa de Escuelas de Tiempo Completo, que en el PPEF 2021 entregado oficialmente se queda sin clave presupuestaria y se va a cero pesos, podría seguir operando en 2021 por una adjudicación de cinco mil millones de pesos desde los fondos de otro programa: La Escuela es Nuestra.

El dicho tiene dos dificultades. Para empezar, el universo de uno y otro programa son muy distintos: las escuelas a las que se destinan los apoyos de La Escuela es Nuestra fueron incorporadas en un registro que levantó (y controla) la Secretaría de Bienestar, con el peculiar apoyo de los Servidores de la Nación, en la cual las erogaciones pueden incluso ser documentadas con una simple ‘lista de raya’ (le prometo que así dicen los lineamientos) mientras que Tiempo Completo es un programa con reglas estrictas de incorporación, en la cual la escuela aplica su solicitud con un número importante de requerimientos, y después año tras año tiene una exigencia documental de comprobación exhaustiva.

La segunda dificultad es que Tiempo Completo requiere una inversión de 10 mil millones de pesos, no de cinco mil millones. Este año 2020, atípico donde los hubiera, tuvo esa asignación y los recursos se acabaron en junio desde la federación. Literalmente, al programa lo salvó por ahora la campana del cierre precipitado de aulas ante la Covid-19. A cuenta gotas, jalando de aquí y allá, los estados y la SEP han cumplido parcialmente con los complementos a salario, los enseres y ahora la aparición tardía de las despensas para cubrir a algunos de los cientos de miles de niñas y niños que ya tenían derecho a recibir alimentos en la escuela, a pesar que es un mandato de un acuerdo del Sistema Nacional de Protección de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA), que data de mayo de este año.

En suma, le corresponde a la Cámara de Diputados poner orden aquí y dar certeza jurídica sobre derechos de la niñez. A Tiempo Completo le corresponde dinero completo: un poco más de 10 mil millones de pesos para el año fiscal 2021. No cinco mil millones prestados de la Escuela es Nuestra, que lejos de ser nuestra –de todos los ciudadanos y especialmente de niñas y niños– es, en la práctica, dote y posesión de los operadores territoriales. No un salvamento por transferencia pactada, sino una asignación cierta y transparente en el presupuesto, sin sobresaltos ni raspando los asientitos de ahorros de otras partidas.

Mañana es la sesión de Parlamento abierto en la Cámara de Diputados. Confiamos en que en la sección referida al presupuesto educativo se alce la voz clara y fuerte: no le quiten a los que más necesitan. No arruinen la continuidad de los aprendizajes. No cedan a la falsa idea de que las becas cubren, con sus subsidios atomizados y asistencialistas, que generan dependencia, lo que el fortalecimiento de las comunidades de aprendizaje tiene que lograr con fondos de los que rinden cuentas claras. No aceptemos parches y ‘diablitos’, ni dejemos sin costo que les quiten a los más pobres; la generación joven no se merece tanta mezquindad y ceguera; merecen dinero completo.

Fuente: https://profelandia.com/dinero-completo/

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Hay de regresos a regresos

 David Calderón

Ya nos urge, pero no tiene para cuándo. El martes apenas se realizó la XXVII conferencia iberoamericana de ministras y ministros de educación. La titular de España, María Isabel Celaá, dijo que “la pandemia por Covid… propició que una parte del aprendizaje se trasladara al hogar, y que las familias apoyaran en función de sus recursos digitales y formativos. También se incrementó el riesgo del abandono escolar principalmente entre el alumnado más vulnerable. Lo anterior, porque la educación a distancia no puede reemplazar a la presencial. De esta manera, la reapertura de las instituciones educativas tiene beneficios incuestionables, principalmente en la relación maestro-alumno”. Ni cómo contradecirla en dos afirmaciones clave: el abandono es un riesgo, sesgado inequitativamente en contra de los más vulnerables; y la educación a distancia no puede reemplazar a la presencial.

La referencia la tomo directamente del boletín de prensa 266 de la SEP, pues el secretario Moctezuma participó en la reunión. Es un consenso mundial: hay que volver; sólo la fantasía extrema de tecnólogos desaforados o el temor desmedido y ya sin objetividad de los hipocondriacos radicales puede plantear que ‘ya no regresemos’. Nadie quiere el riesgo que es prevenible, y menos para niñas y niños. Aprendemos duramente del rebrote. Pero hay reflexiones y buenas prácticas que van abonando. Hay que regresar a las aulas, pero no de cualquier manera.

Hace una semana se hizo la afirmación de que Chiapas y Campeche podrían volver ya muy próximamente a abrir las escuelas, pues estaban con semáforo verde. ¿Y el suministro de agua en las escuelas en Chiapas? ¿Chiapas, donde a las escuelas de tiempo completo les están dando enseres de cocina, pero ya no hay dinero para pagar la compensación debida a los maestros? Ante la afirmación, el gobernador de Campeche se puso bravo, y hubieron de darle la razón los funcionarios federales: “Así como estamos, no”.

Salud y SEP tuvieron que aclarar que se podría abrir, pero que no hay que anticiparse. Exacto, gran lección. Es claro que no es la ‘semaforización’ el único factor a considerar… la realidad de los contagios, medida por la ocupación hospitalaria, es una medida demasiado mecánica y demasiado alejada de la vida de la escuela para ser un referente claro.

Así que el tema no es si vamos a regresar; tenemos que regresar, pero el cuándo se resuelve en el cómo sí. Cómo sí se puede regresar.

La experiencia de diversas partes del mundo señala que los procesos más sólidos y seguros tienen características claras, y nada sofisticadas. Lo primero es un escalonamiento que sirva para prevenir la concentración de carga viral, y por ello, a diferencia de lo que se ha afirmado en México, la mejor opción es que las y los estudiantes asistan varios días seguidos por subgrupo –la mitad, o mejor todavía, fracciones menores de cada grupo, tercios o cuartos–, y en jornadas ampliadas.

Por ejemplo: cuatro días seguidos, con jornadas ampliadas, y luego irse a casa dos semanas. Eso permite una sanitización profunda frecuente, la ocupación de las instalaciones con suficiente distancia y ventilación, minimizar los riesgos de concentración en entradas, en salidas, en el uso de los baños.

Por supuesto, un filtro sanitario sólido en casa, transporte cuidado, filtro a la entrada de la escuela. Pruebas distribuidas. Identificación personalizada de factores de riesgo. Disponibilidad plena de materiales para limpiar superficies y para lavarse las manos al menos cuatro veces en la jornada. Cubrebocas obligatorio para todos. Uso de los espacios abiertos. Coordinación con el centro de salud más cercano. Tener resuelto el resguardo, el trabajo a distancia y sustitución presencial de las y los docentes con condiciones de riesgo. Voluntariedad para todos: que vayan las niñas y niños que quieran, con las y los maestros que quieran.

Tenemos que llegar al ajuste puntual. No se puede diseñar a brochazos gruesos desde la Ciudad de México. Tiene que ser localizado. Respetar y promover la autonomía del autocuidado en las comunidades. La apertura tiene que ser acuerdo, no descontón. Tampoco posponer en la medida de la incapacidad de los adultos, mientas niñas y niños se marchitan, “hasta que llegue la vacuna en diciembre de 2022”.

Nos falta un gran sentido de la ‘presencialidad intermedia’: entre que la escuela esté cerrada y barricada, en un extremo, aunque abran antros y peluquerías, o en el otro extremo, que la apertura descuidada genere un rebrote que confirme en sus terrores anticientíficos a los negacionistas (“es que en Israel y Alemania hubo rebrote”… sí, en Jerusalén y en Berlín, en condiciones específicas, que ya corrigieron, y ahora están abiertos).

Aquí una propuesta de presencialidad intermedia, que de facto ya están decidiendo las familias: microescuelas localizadas. Los vecinos que se cuidan. En arreglos multigrado. Los vecinitos en el patio, en los lugares de la pequeña convivencia. Incluso para ver la programación de TV y comentarla y cuestionarla. Para que nos distribuyamos el cuidado y la animación entre los adultos. Paquetitos (podsbubbles les llaman en otras latitudes), equipitos de niños que comparten red, recursos. Que ya pueden ser un grupo de inmunidad. A quienes un maestro puede visitar para una asesoría a sana distancia. Para que aprender con tu maestro y con tu grupo no sea un lujo de los mexicanos que pagan escuela privada, sino una posibilidad que supera con creces aprender solos y en la pasividad de ver/escuchar la televisión. Con retos, con activación física, con búsqueda del tesoro, con concurso de dibujo y de baile, aprendiendo de una abuelita del grupo a cocinar tamales… Se puede ir regresando. Lo que hay que dejar atrás es la idea de que regresaremos a lo mismo. Mejor regresar sin tener que volver a lo que no vale la pena. Mejor regresar, pero habiendo avanzado.

Fuente: https://profelandia.com/hay-de-regresos-a-regresos/

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Protagonistas

 David Calderón

 

La emergencia sanitaria trae de la mano una emergencia educativa. Es importante mantenernos activos, esperanzados y resilientes. Pero es fundamental partir de la verdad, y no negarla ni endulzarla.

“En este momento, nos enfrentamos a una catástrofe generacional que podría desperdiciar un potencial humano incalculable, minar décadas de progreso y exacerbar las desigualdades arraigadas. Las repercusiones que ello tendrá, entre otras esferas, en la nutrición infantil, el matrimonio infantil y la igualdad de género son profundamente preocupantes”. Sí, leyó bien: “catástrofe generacional”. Y no lo dice un activista exagerado que quiere criticar a la administración actual. Es una cita textual del reciente mensaje del Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres (el mensaje se puede ver aquí: https://www.un.org/es/coronavirus/articles/future-education-here).

La ineficacia y, sobre todo, la exclusión e inequidad del sistema educativo nacional eran muy preocupantes de por sí. Con los más recientes datos, a los 15 años cumplidos, ya nos faltó 34 por ciento de la generación en su primer año de bachillerato. Y de ese 66 por ciento que sí estaba en las aulas, sólo la mitad alcanzó el nivel mínimo aceptable en matemáticas. Así, en la condición típica de nuestro sistema, a los 15 años se hace patente una doble exclusión: estar fuera de la escuela, o dentro la escuela pero fuera del aprendizaje, lleva a que sólo 33 de cada 100 jóvenes lleven una trayectoria en tiempo y forma de acceso, y en nivel adecuado de logro de aprendizaje. Dos tercios de la generación están en graves problemas.

Si se nos van 800 mil alumnos al año en un ciclo típico, imaginemos el riesgo que tenemos ahora. Necesitamos aplicarnos a fondo, los gobiernos y la sociedad entera, para que salvar la vida en el resguardo no se traduzca en empobrecer la vida en el derecho a aprender. Y aquí hay un agente clave: las maestras y los maestros. Habrá que decirlo de mil formas posibles, en todos los tonos: son cruciales, son centrales, deben ser los conductores y protagonistas de la propuesta educativa en el nuevo ciclo.

Pero ese protagonismo implica apoyo y no sólo sacrificio: es muy loable las mil y una maneras en que han, las maestras y maestros de nuestro país, mantenido el ánimo de sus alumnos, cómo les han resuelto dudas en mensajería, dado clases con megáfonos en el quiosquito del pueblo, recaudado para imprimir cuadernillos de ejercicios y repartirlos… ahora es momento de impulsar algo ordenado y sistemático.

En los mensajes de la SEP se insiste en que la oferta ahora ampliada en horarios y emisoras de los programas de televisión educativa –muy loable y un paso adelante con respecto de lo que se produjo y difundió en abril y mayo– no sustituye a los maestros, y que siguen teniendo el rol principal. El punto del Consejo Técnico y de los próximos días es precisar cómo: cómo en concreto las y los docentes van a ser los mediadores del aprendizaje. La diversidad de canales de contenidos (la tele, el libro de texto, la línea Educatel) debe servir para ampliar posibilidades, para empoderar a los maestros para que hagan el balance adecuado y la contextualización debida.

La diversidad de los alumnos de México es vertiginosa: las niñas y los niños de nueve años que están regados en todo el territorio nacional tienen mucho en común y mucho de diferentes; así, el unitalla de un mismo programa de televisión de unas mismas páginas del libro de texto, si es la única intervención educativa, dará homogeneidad de emisión y dispersión de recepción. Los resultados de aprendizaje van a ser diferenciados; la focalización, la compensación y el refuerzo para quienes más lo necesitan no lo van a hacer ni la tele ni los libros, sino quienes traen el papel protagónico, las y los educadores profesionales.

Así, en distintos momentos de la semana, mantener el contacto será clave para despejar dudas, para organizar aun a la distancia la coordinación con los otros alumnos de grupo e intentar trabajo en equipo, la orientación a los padres, la verificación de si hay verdadero aprovechamiento. Pero eso requiere, a su vez de dotarlos y empoderarlos, de darles las herramientas y permitirles la flexibilidad. Necesitamos que no paguen de su bolsa las copias, el plan de datos, que no los hostiguen si hacen asesorías voluntarias en forma presencial, con todas las medidas de cuidado y sana distancia.

Cito a Guterres de nuevo: “…necesitamos invertir en la alfabetización y la infraestructura digitales, evolucionar hacia el aprendizaje de cómo aprender, revitalizar el aprendizaje continuo y reforzar los vínculos entre los sectores formal e informal de la educación. Debemos también aprovechar los métodos de enseñanza flexibles, las tecnologías digitales y la modernización de los planes de estudios, velando al mismo tiempo porque el personal docente y las comunidades tengan un apoyo sostenido”.

El aprendizaje prende bien con materiales de calidad, pero el chispazo se da en la relación entre maestros y alumnos. Como siempre, pero más que nunca, hay que recordar que sólo la persona educa a la persona.
Fuente: https://profelandia.com/protagonistas/
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Reinicio de ciclo

Por: David Calderón*

Sabemos que los ánimos tienden a los extremos cuando hablamos de la reapertura de las escuelas. Si alguien propone que no se tarde, se le tacha de temerario e insensible, de despreciar los riesgos para los maestros, de ser inconscientes y ciegos ante los rebotes y rebrotes que han ocurrido en Francia o Israel. Si alguien propone que los tiempos se extiendan y mandemos lo presencial para mucho más adelante, le llueve la crítica por falta de empatía con la situación de las familias, con los niños languideciendo en el estrés, en riesgo de maltrato, abuso, de propiciar el rezago y el abandono, de ser inconscientes ante los regresos exitosos de Uruguay, Japón o Canadá.

Dos cosas que hoy, en el fin de julio, sabemos de cierto para México son: a) no habrá una reapertura de aulas simultánea en todo el país el 10 de agosto, e incluso ya salió volando esa fecha de referencia. En espera de un anuncio formal de la SEP, el asunto es que el debate interno está candente y ya tuvo como baja colateral la continuidad del Consejo Técnico, que tras dos días dejó a decenas de miles de docentes molestos, ‘vestidos y alborotados’, y b) el ciclo escolar 2020-2021, y de hecho todos los que sigan, serán mixtos, o no serán. Es decir, la dimensión presencial y la dimensión a distancia estarán ambas presentes, desde este septiembre pero también en los años por venir, como se va pensando aquí como en todo el mundo.

¿Cuáles serían las recomendaciones sencillas, recapitulando las miles de páginas de literatura especializada y puestas en diálogo con el sentido común y las aspiraciones de los propios niñas y niños, titulares del derecho a aprender, para prepararnos? Ya sabemos muchos aspectos de cómo no es posible regresar. ¿Y si nos preguntamos cómo sí es posible regresar?

Uno. Fortalecer con buena alimentación, activación y cuidados físicos en casa para que las y los estudiantes lleguen en plena salud y condición; vitaminarse, vigorizarse está en manos de la mayoría de las familias.

Dos. Prever no sólo una gran limpieza profunda de inicio de ciclo, sino asegurase que hay recursos y personal para sanitizar toda la escuela cada tarde, para que las hijas e hijos de este país entren a una escuela limpia a diario. Ahí, los servicios municipales pueden ser clave; esto es política educativa en el ‘punto cero’. Se cae de obvia, pero hay que asegurar esta medida como elemental condición de salud pública y de derecho de los niños.

Tres. Garantizar que todos los estudiantes que acudan a la escuela lleguen sin los síntomas; concientizar a las familias que no sólo es elemental solidaridad, sino el mejor cuidado de su hija o hijo buscar de inmediato la atención adecuada ante calentura, dolor de cabeza, etcétera, lo mismo que la responsabilidad de canalizar según el protocolo de salud, más que de ‘impedir la entrada’, en el filtro a la entrada a la escuela.

Cuatro. Niñas y niños con síntomas tienen que podérseles hacer la prueba de Covid en su entorno cercano, y si salen positivos aislarlos a ellos y a todos los que estuvieron conviviendo muy cerca, para atenderles y crear las medidas de su recuperación.

Cinco. Todos en el contexto escolar debemos usar mascarillas a diario. Es falso que los niños se ‘ahogan’, o que nunca van a aprender a usarlos correctamente, sin tocarlos o bajándolos al cuello. Ninguna de las rutinas que hacen la vida cotidiana, que deben aprender y apropiarse, es sustancialmente distinta al uso continuado del cubrebocas.

Seis. Todas las escuelas deben tener agua potable y jabón suficiente, para que todos se laven las manos al llegar, y al volver del recreo y al salir a sus casas. Mínimo tres veces al día lavarse todos, adultos y niños las manos, en tandas y cada vez que vayan al baño también. La distancia adecuada, en los salones de clase, implica que se usen pasillos y patios, y que se señalen con punto de pintura que cuesta casi nada marcar.

Siete. Tienen que tener, además, todas las escuelas de México un dispensador de alcohol en gel, para asear las manos por cualquier motivo, uno por salón. Es caro, para los bajísimos estándares de inversión que están normalizados cuando se trata de derechos de los niños, pero es esencial contar con el aditamento.

Con que pudieran hacer realidad, todas y cada una de las escuelas del país, estos siete puntos correctamente ejecutados, el grueso de la prevención estaría resuelto. No es ciencia de cohetes, es honestidad, es que de verdad nos importe, es que no pongamos pretexto. ¿Los fondos? Están en Fonden, en el FAIS, en U080, en multitud de partidas. Que nadie se engañe con que, para esto, no hay dinero.

Esquemas excesivamente complicados de escalonamiento producen confusión, invitan sutilmente al abandono. Es claridad, es ir a lo esencial.

*El autor es presidente ejecutivo de Mexicanos Primero .

Fuente: https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/david-calderon/reinicio-de-ciclo

 

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Familias y escuela

 David Calderón

 

Estamos en riesgo y en oportunidad. La interrupción de la dinámica cotidiana de la escuela –la más larga, profunda y devastadora de la que se tenga registro en México y el mundo– también trajo un nuevo aprecio mutuo entre las familias, por un lado, y las y los docentes y directivos por el otro. Saben que en estas semanas nada fue fácil y se rifaron unas y otros por los niños. La situación de encierro con la pandemia, de cierre generalizado de aulas, nos da una oportunidad: entender que la escuela no es el domicilio, el edificio, sino la comunidad del aprendizaje.

Estamos viviendo una etapa en la cual la familia sale de un extendido letargo y se reconoce a sí misma como comunidad educadora, especialmente en el caso de los adultos con hijos en la escuela pública. En qué grado van, cuáles son los contenidos, qué se les complica, qué realmente extrañan de la escuela, qué aborrecen de ella y ya no quieren topárselo de regreso es algo que ha llenado las conversaciones de padres y madres con sus hijas e hijos estos últimos noventa días. Qué útiles sí tienen y cuáles no, si aprendieron o no a usar computadoras y dispositivos, el estado de los libros de texto… el resguardo compartido ha resultado un curso de inmersión en los hogares sobre lo que realmente les gusta, quieren, saben y pueden esos –por momentos desconocidos– miembros más jóvenes de la familia. Sus añoranzas, sus temores, sus esperanzas, sus juegos y dibujos, sus hábitos ya consolidados, su sentido de propósito sobre lo que depara el nuevo curso escolar tras el verano es un horizonte muy presente y tangible en lo que se vive hoy en cada casa.

Necesitamos entonces comenzar ya una nueva fase en la cual no perdamos esa dedicación e interés de las familias en la formación de sus hijos, y evitar que nos regresemos al desapego y abulia que en mucho dejó sin energía ni participantes a los consejos escolares de participación social. Y ahora, de la oportunidad también brota el riesgo.

En el proceso de armonización de las leyes estatales de educación, que un transitorio de la reforma constitucional de 2019 mandató que se concluyera con límite del 15 de mayo pasado, se ha suscitado una serie de desencuentros, malentendidos y exageraciones que conviene desbrozar. La Ley General de Educación (LGE) se empujó sin reconsideración de la iniciativa original, activando la aplanadora de la mayoría en las dos Cámaras, que la aprobaron en septiembre del año pasado; perdió en varios puntos clave la visión amplia e incluyente del Artículo Tercero. No olvidemos que está por llegar a la discusión de la Suprema Corte de Justicia la acción de inconstitucionalidad promovida por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que cuestiona elementos de forma y de fondo en la garantía del derecho a la educación, el derecho a la información y el derecho a la participación que sí están en el nuevo Tercero constitucional, pero no en la nueva LGE. De esa sesgada y empobrecida Ley General, se extrajo una “Ley Marco”, machote divulgado en enero de 2020 y que con mínimos retoques fue la base de la iniciativa de la Ley de Educación de Puebla, y que se le reconoce también como armazón de las demás aprobadas hasta ahora, lo mismo en San Luis Potosí que en Sonora o Michoacán.

Lo triste es que ha sido ocasión para que se busque aprobar el llamado “pin parental”, una cláusula que diputados de variada cepa –PRI, PAN, PES– buscan colar, como lo hicieron ya en el caso del Artículo 4 de la ley de Aguascalientes, la obligación de que la autoridad educativa dé a conocer “…de manera previa a su impartición, los programas, cursos, talleres y actividades análogas en rubros de moralidad, sexualidad y valores a los padres de familia a fin de que determinen su consentimiento con la asistencia de los educandos a los mismos, de conformidad con sus convicciones”.

No se puede defender congruentemente un derecho a expensas de otro. El derecho a la participación de las familias no puede ponerse como un filtro discrecional sobre el ejercicio del derecho a aprender de niñas, niños y adolescentes. Además de su papel clave para una cultura de prevención y denuncia del abuso sexual y como parte del autoconocimiento y autocuidado, una educación que aisle a una niña o niño específico y sus propios derechos sexuales y reproductivos y de su contacto con el mundo es una distorsión que debe combatirse con toda energía. Se tergiversa no sólo el marco de derechos humanos que es parte del orden constitucional, sino que además nos regresa a antes de la pandemia, a varia décadas atrás, a los peores arrebatos del adultocentrismo: la autoridad buscará alejar a las familias de la escuela, tenerlos sólo de respaldo para las contribuciones que alivien su precariedad de falta de jabón y papel y cubrebocas, o máximo como comité de administración de la autoconstrucción no supervisada, mientras que en las posturas radicales lo importante de la participación de las familia no se centrará en lo que niñas y niñas puedan aprender y necesiten para su pleno despliegue, sino lo que sus padres no quieran que aprendan. Así no. Así todos perdemos. Así se atropella y viola el derecho de niñas y niños, y se equipara convicciones a prejuicios.

Es hora de consolidar el vínculo entre las familias y las escuelas. Participar en todo, con razón, con la ley en la mano, pero también con empatía y el aprecio. Saber que la alianza entre madres y padres, maestras y maestros es algo que cada miembro de la nueva generación se merece. Que nadie cierre los espacios, con una “participación” que sea sólo cooperacha y trabajo gratis para los edificios de la escuela. Que la “participación” no sea una censura previa y rancia, el recorte de “Cinema Paradiso” de los besos que los niños no deben ver aunque se tolere y justifique todo tipo de violencias contra las y los más pequeños. Ahora sí nos toca a todos crecer; algo más digno, por favor.

Fuente: https://profelandia.com/familias-y-escuela/

Imagen: https://pixabay.com/

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