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Historias de la Historia de la Universidad Nacional: la Escuela de Ciencias Naturales

Por: Ignacio Mantilla

En la celebración del sesquicentenario de la Universidad Nacional quiero compartir hoy con los lectores la historia de los inicios de una de las seis escuelas que integraron la Institución desde su nacimiento.

Hay personajes, detalles y anécdotas que constituyen las huellas que nos ayudan a identificar y comprender ciertas costumbres, hábitos y prácticas que han sido heredadas o transmitidas de generación en generación y que hoy, en algunos casos, son símbolos o forman parte de nuestros valores institucionales. Tal es el caso del uso de los colores para identificar las facultades. En efecto, simultáneamente con la fundación misma de la Universidad, las escuelas se distinguían por un color específico en el que se enmarcaba el escudo. Así, a la Escuela de Jurisprudencia la identificaba el color rojo, a la de Medicina, el amarillo, a la de Ingeniería le correspondía el color blanco, a la Escuela de Literatura y Filosofía, el color azul celeste, Artes y Oficios, violeta y a la Escuela de Ciencias Naturales, el verde. A esta última me voy a referir en esta ocasión.

Entre las dependencias que la Ley 22 de 1867 entregó a la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia se encontraban el Museo Nacional, que por varias décadas funcionó en la Universidad, y el Observatorio Astronómico Nacional, hoy vecino de la Casa de Nariño, pero que aún hoy forma parte de la Universidad. Estas dos dependencias, más el Gabinete de Mineralogía formaron la Escuela de Ciencias Naturales que inició clases en las primeras semanas de 1868 bajo la dirección de su primer «Rector de Escuela» (hoy lo conoceríamos como decano), el médico y botánico Francisco Bayón Fernández. Con cuatro profesores y 35 estudiantes inició labores la Escuela. El impulso que le quisieron dar el rector general Ancízar y el rector de la Escuela Bayón estuvo encaminado a formar profesionales que apoyaran las labores de la agricultura y la minería en el país, que en palabras de Ancízar, en su primer informe al poder público el 1 de febrero de 1869, eran “industrias fundamentales en nuestro país, y hasta hoy ejercidas con pocos o ningunos conocimientos científicos, que las mantiene en los antiguos e imperfectos procedimientos de producción, que además de ser costosos las reducen a proporciones mezquinas”.

Además de ejercer el cargo de rector de la Escuela de Ciencias Naturales, Bayón se desempeñó como catedrático de Botánica, Jilolojía y Farmacognocia. Tal vez fue Bayón uno de los primeros investigadores colombianos en el sentido moderno de la palabra. Por solicitud del rector general de la Universidad, Manuel Ancízar, Bayón desarrolló por varios años un tratado sobre Jilolojía que perfeccionó en sus clases y del cual presentó avances en los anales de la Universidad. El resultado de sus investigaciones, que contaron con el auspicio de la Universidad, fue el libro Ensayo de Jilolojía Colombiana (contiene la clasificación y descripción de las maderas colombianas). Cabe destacar que, según lo cuenta el profesor Santiago Díaz Piedrahíta, «el curso de Jilolojía era componente importante de los programas de la Escuela de Ciencias Naturales. En el mismo se trataban en su orden, luego de definir la Jilolojía, cuarenta y siete grupos naturales, describiendo los géneros y especies más representativas de cada uno, analizando las características de sus maderas, sus coloridos, pesos específicos, usos o aplicaciones, y la altitud de los lugares donde crecían».

El programa que se desarrollaba en la Escuela abarcaba cuatro años con cursos que iban desde clases elementales de botánica, matemáticas, zoología y química, hasta química agrícola, agricultura, pasando por cristalografía y mineralogía, geología y paleontología, y metalurgia y explotación de minas. La Escuela otorgaba el título de Profesor en Ciencias Naturales y, en ocasiones especiales, el de Farmaceuta.

Además de Francisco Bayón, quien devengaba un salario anual de 600 pesos por su responsabilidad como rector de la Escuela, los otros tres profesores eran Fidel Pombo, encargado de las cátedras de Zoología y Mineralogía; Liborio Zerda, titular de las cátedras de Física Matemática y Médica, y Química General; y Ezequiel Uricoechea de Química Analítica. El presupuesto total de la Escuela en su primer año fue de $11.990, invertidos en los sueldos del rector, el secretario, los catedráticos y los útiles de enseñanza.

A partir de 1878, cuando los conservadores y liberales moderados asumieron el poder, la Universidad experimentó un cambio en su organización interna y en los métodos de enseñanza y contenidos de sus programas, definidos en su creación. Por esta razón, aunque en la letra ya aparecía una Facultad de Ciencias Naturales, en realidad esta era más bien una unidad administrada por la poderosa Facultad de Medicina. Fue en esta época de cambios que Liborio Zerda, reputado médico y excelente maestro, fue nombrado rector de la Facultad de Ciencias Naturales y también de la Facultad de Medicina, para adelantar la política de la regeneración en las antiguas Escuelas.

Mucho después, bien entrado el siglo XX, los trabajos del botánico Enrique Pérez Arbeláez le dan un impulso muy importante al desarrollo de las ciencias naturales en nuestro país. Gracias a él, en 1936 se funda el hasta hoy conocido como Instituto de Ciencias Naturales y en 1955 el Jardín Botánico de Bogotá. Los estudios desarrollados en ellos han sido fundamentales para llegar al conocimiento que hoy se tiene no solo de nuestros recursos botánicos, sino también de nuestra flora y fauna.

En la actualidad aquella Escuela de Ciencias Naturales de 1867 se constituye en el más importante centro de investigación y formación en ciencias del país, con tres facultades, Bogotá, Medellín y Manizales. Además, hoy la Universidad Nacional de Colombia, patrimonio de todos los colombianos, cuenta con el moderno, activo y dinámico Instituto de Ciencias Naturales, heredero de los principales frutos de la Expedición Botánica que dirigió Mutis y encargado del Herbario Nacional Colombiano que cuenta con cerca de 588 000 ejemplares de plantas. Además alberga ocho importantes colecciones zoológicas con 900 590 ejemplares. Se suman a estos tesoros científicos las series de láminas y trabajos impresos, representados en libros y revistas clasificadas, cuyos autores han constituido un sobresaliente equipo de profesores que forman a sus estudiantes como los nuevos investigadores y científicos naturalistas que requiere el país, infundiendo en ellos el profesionalismo de las disciplinas y la responsabilidad por la preservación de este invaluable patrimonio de la nación colombiana.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/historias-de-la-historia-de-la-universidad-nacional-la-escuela-de-ciencias-naturales-columna-688491

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¿Cuántos somos, cuántos hemos sido y cuántos podrán ser?

Por: Ignacio Mantilla

Se estima actualmente que en el planeta habitan 7400 millones de personas. Es común hacer proyecciones sobre el número de habitantes que habrá dentro de una década, dos o más. También nos preocupamos por saber cuántas personas viven en cada continente y cuántos habitantes tiene un país. Sin embargo, pocos se han preguntado cuántas personas hemos vivido en este tolerante Planeta o si el número de humanos vivos supera a todos los muertos.

El problema no es sencillo de resolver; más aún si reconocemos que los datos confiables existen desde hace pocos años y que los primeros estudios modernos sobre crecimiento de población fueron realizados incipientemente y apenas en algunas pocas ciudades. También es sabido que muchos niños murieron al nacer y que antes del descubrimiento de las vacunas la tasa de mortalidad infantil era muy alta.

Establecer el momento exacto en que apareció la raza humana no es una cuestión simple. Se asegura que el homo sapiens habitó hace 200.000 años en África, aunque el ser humano anatómicamente moderno, que evolucionó del homo sapiens, a partir del cual vamos a hacer esta cuenta, existe desde hace apenas unos 50.000 años. Por lo tanto, el número total de personas que han habitado la Tierra se encuentra en este periodo; esta es una hipótesis bastante aceptada que supondremos válida, pero que inevitablemente puede ya introducir algún error en el cálculo.

Uno de los primeros científicos en realizar estudios demográficos con alto componente matemático y estadístico, pero sobre todo con muchos postulados no siempre aceptados, fue el inglés Thomas Malthus, quien publicó en 1798 la primera edición de su famoso trabajo “Ensayo sobre el Principio de la Población”. En la edición de 1830, Malthus hace afirmaciones sumamente fuertes, dentro de las cuales se destacan dos: la primera asegura que la población se va doblando cada 25 años cuando no encuentra obstáculo alguno que lo impida. Y la segunda sostiene que la población crece en progresión geométrica, mientras que los medios de subsistencia, en las circunstancias más favorables, aumentan en progresión aritmética. Estas tesis son, aún hoy en día, materia de controversia. Sin embargo, es Malthus quien despierta el interés por este tipo de problemas que también trascienden cotidianamente en las ciencias económicas.

Desde un enfoque matemático, la hipótesis más común es que la velocidad de crecimiento de una población es proporcional a la población existente en un determinado momento. Igual para una población de bacterias que para la población humana, lo que conduce a una función exponencial para describir el comportamiento del tamaño de la población humana. Y hay estudios formales realizados por reputados científicos que han intentado determinar la constante de proporcionalidad del crecimiento poblacional para plantear fórmulas generales.

A partir de distintos tipos de investigaciones se ha logrado estimar la población humana mundial de muchas fechas y periodos. Así por ejemplo, hoy se sabe que en la época en que Cristo fue crucificado habitaban la Tierra unos 200 millones de personas y que cinco siglos antes de su nacimiento, sólo la mitad, es decir 100 millones de humanos, habitaban el Planeta. Pero también se sabe que, contrario a lo esperado, se necesitaron más de 1000 años para duplicar el número de personas que vivieron en la época de Jesús.

El crecimiento de la población humana siempre ha estado influenciado, entre otros factores, por enfermedades epidémicas devastadoras, como por ejemplo la llamada “Peste de Justiniano”, que en algunas semanas entre 541 y 542 d. C. llegó a matar hasta 10.000 personas diariamente en Constantinopla. Pero con todas estas afectaciones, lo cierto es que en el año 1800 se alcanzó la cifra de 1000 millones de humanos sobre la Tierra. Desde esta fecha las cifras son, naturalmente, más confiables, pero al mismo tiempo sorprendentes. En efecto, en sólo un siglo, el XIX, la población humana aumentó en 700 millones de personas, pasando de 1000 a 1700 millones; y en el siglo XX el aumento fue brutal: ya en 1960 había 3000 millones de habitantes y en el año 2000, es decir en 40 años más, esta población ya se había duplicado, alcanzando así los 6000 millones de habitantes. Esto confirma la hipótesis sobre el crecimiento poblacional, según la cual una población compuesta por muchos individuos tiene una tasa de crecimiento mayor que otra compuesta por pocos individuos, hipótesis que finalmente es la que conduce al crecimiento exponencial como fórmula para describir el aumento.

Volviendo al problema inicial, hay que decir que matemáticos, estadísticos y expertos en demografía han coincidido, por diferentes métodos de cálculo, en que el número de personas que hemos habitado la Tierra es, aproximadamente, de 110.000 millones de individuos. Así las cosas, hoy hay aproximadamente una persona viva por cada 14 humanos muertos.

Estos temas despiertan la curiosidad de quienes nos sentimos atraídos a calcular. La mayoría de las veces se calcula para tener proyecciones y predecir tendencias o comportamientos futuros, pero pocas veces se buscan respuestas a incógnitas sobre cifras del pasado o acumuladas desde el pasado.

Este es apenas un ejemplo para reflexionar, desde el pasado y el presente, sobre el futuro de la humanidad en el Planeta, con una esperanza de vida cada vez mayor, con un deterioro creciente del medio ambiente, con una demanda cada vez mayor de agua y de alimentos. Malthus afirmó a comienzos del siglo XIX que quien nace en un mundo ya ocupado no tiene cómo reclamar alimentación, pues en el gran banquete de la naturaleza no habrá cubierto para él.

Hoy, cuando la población mundial alcanza los 7400 millones de habitantes debemos también preguntarnos: ¿en cuántos años se duplicará la población actual? ¿Y habrá alimento para todos? ¿Cuántas invitaciones más se podrán repartir para el banquete de la naturaleza?

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/cuantos-somos-cuantos-hemos-sido-y-cuantos-podran-ser-columna-687321

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Analfabetismo moderno

Por: Ignacio Mantilla

En sentido estricto, el analfabetismo se refiere a personas mayores de 15 años que no saben leer ni escribir.

Se estima que en el mundo hay 787 millones de habitantes que son analfabetas. En América Latina la tasa de analfabetismo asciende a 9%, con países en situación crítica como Haiti, Guatemala o Nicaragua. En el caso de Colombia, no deja de sorprender y preocupar que la tasa de analfabetismo para 2015 sea del 5.7%, de acuerdo con reportes del DANE.

Ahora bien, más importante que buscar culpables del analfabetismo es encontrar soluciones para que Colombia pueda ser una nación moderna en un período de tiempo razonable, tras un acuerdo de paz que nos permita superar problemas históricos y afrontar el grave rezago. No basta con que nuestra economía sea influyente, con que personalidades nacionales figuren como los más ricos o que algunos se destaquen en el arte, la ciencia o el deporte, porque no se trata de impulsar unos pocos para que salgan adelante. Se trata de romper con la desigualdad y ofrecer a las próximas generaciones un país más equitativo, libre de analfabetismo y con una educación de calidad que no sea exclusiva para élites.

Sin embargo, sumado al problema de este analfabetismo, que podemos llamar absoluto, surgen hoy nuevas formas de analfabetismo, como el funcional: entendido como la incapacidad de las personas de comprender textos escritos y de formular ideas a través de la escritura, con graves consecuencias que limitan seriamente la interacción social y la comunicación de los individuos que lo padecen.

A diferencia del analfabeta en estricto sentido, el funcional se encuentra en cualquier estrato social, algunos de ellos han llegado a ser profesionales, pero sus capacidades de comunicación y recepción de ideas o su nivel de comprensión de instrucciones están dramáticamente limitadas, lo que les excluye, adicionalmente, de los beneficios fundamentales del conocimiento, la creación y la innovación.

Las pruebas Pisa arrojan como resultado que Colombia está en los peores lugares en cuanto a las competencias en matemáticas, lectura y escritura. Pero, además, es preocupante saber, por estas pruebas, que 6 de cada 10 estudiantes evaluados no entienden bien lo que leen; estaríamos frente a una cifra altísima de potenciales analfabetas funcionales.

Paradójicamente, se estima que en la actualidad, en cada minuto se envían cerca de 170 millones de correos electrónicos y se llevan a cabo unas 700.000 búsquedas en Google. A través del Banco Mundial se ha conocido esta semana una cifra sorprendente: el 90% de los datos existentes hoy en el mundo fueron producidos en tan solo los últimos dos años. El volumen de información y la velocidad con que se difunde nos obliga entonces a desarrollar cada día nuevas habilidades.

A pesar de estos indicadores, en la actualidad también se reconoce lo que se ha dado en llamar “analfabetismo tecnológico”, que bien mezclado con el anterior conduce a una parálisis intelectual. En un mundo tan globalizado como el actual, que promueve las comunicaciones y la gestión de la información por múltiples y diversos canales, con una gran cantidad de individuos de amplia movilidad internacional, es indispensable desarrollar algunas habilidades relacionadas con la comunicación de ideas y la comprensión de las mismas, a través de distintos lenguajes, soportes, plataformas y tecnologías. En este sentido, la limitación o incapacidad de las personas para comunicarse, a pesar de saber leer y escribir, impide su buen desarrollo personal.

En la mayoría de casos el analfabetismo tecnológico obedece a una brecha generacional o, inclusive, al temor a asumir nuevos retos o resistencia a usar herramientas que los más jóvenes nos pueden enseñar a utilizar. Con estos casos, probablemente nos podemos referir a personas de una erudición ejemplar, ilustradas, como cientos de profesores universitarios, que son ampliamente respetados por su conocimiento, pero que no son capaces de comunicarse con esta sociedad llena de personas “hipertecnológicas” que asumen la construcción del conocimiento desde otro espacio influenciado por internet, las redes sociales y el auto aprendizaje.

De otra parte, hay quienes afirman que el monolingüismo es el analfabetismo del siglo XXI. Creo que aunque ésta se constituye, en muchas ocasiones, en una barrera de comunicación o en una limitante para obtener un trabajo o para desempeñarse exitosamente en una profesión, no es estrictamente una forma de analfabetismo.

Más bien y complementario con lo anterior, no puede aceptarse la creencia según la cual, dejarían de ser analfabetas funcionales quienes hablan una segunda lengua y se desenvuelven de maravilla con las herramientas tecnológicas. Por el contrario, aunque muchas de esta personas escriben a gran velocidad en teclados y pantallas, es lamentable la incapacidad de algunas para escribir a mano, para leer y entender más de una línea en forma continua o para calcular un porcentaje. Basta hablar con los profesores universitarios que deben calificar pruebas escritas y están sometidos con frecuencia a la tortura de tener que interpretar algunos textos de puño y letra de sus estudiantes.

Como puede observarse, aún siendo muy eruditos, siempre estaremos en riesgo de convertirnos en modernos analfabetas, de ser o de volver a ser analfabetas tecnológicos. Lo importante es nunca dejarse “desalfabetizar” o “analfabetizar”, manteniendo una actitud de asombro e interés por comprender los cambios; pues en el caso del analfabetismo no vale la esperanzadora máxima de que: “la ignorancia, una vez se pierde, ya nunca vuelve”.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/opinion/analfabetismo-moderno-columna-632212

Imagen: https://conceptosydefiniciones.wordpress.com/2011/05/15/definicion-de-analfabetismo/

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Generaciones, ancestros, ramificaciones y matemáticas

Por: Ignacio Mantilla

A veces las matemáticas nos permiten entender algunos fenómenos sociales, también algunas veces nos facilitan la comprensión de ciertos mensajes. A este último caso quiero dedicar las reflexiones de hoy.

Hay un viejo problema, muy sencillo de comprender, que conocí hace años, siendo estudiante de matemáticas; se trata de hacer un cálculo simple que nos muestra cifras sorprendentes sobre el número de nuestros ancestros. El tema vino a mi memoria al ver hace algunos días el bello video de Alejandro Balbi, disponible en internet bajo el título de “Matemáticas Ancestrales”.

La denominación de una generación, medida en años, es comúnmente confundida con las décadas. Se habla de la generación de los 70 o de los 80, haciendo alusión a los nacidos en esas décadas. También existe el criterio de definir una generación de acuerdo con las costumbres de las personas en un período de tiempo y se tiende a confundir la duración de una generación con el tiempo que dura un hábito general, un modo de educación o incluso un uso común de transporte, de determinados aparatos, de procedimientos médicos o de un tipo de alimentación. Es decir, períodos de hábitos, usos o costumbres que luego desaparecen o que dejan de ser frecuentes. También hay otros ejemplos de denominación muy difundidos hoy, como la “generación X” o la “generación de millennials”.

Es mucho más acertado, en cambio, decir por ejemplo, que un restaurante ha pertenecido a tres generaciones distintas cuando se hace referencia a que el padre y el abuelo del actual propietario también fueron sus dueños.

Si aceptamos que el lapso de tiempo que abarca una generación es la diferencia de edad entre padres e hijos y tenemos en cuenta que la mayoría de las madres tienen sus hijos entre los 17 y los 33 años, entonces 25 años es un promedio adecuado para una generación estándar. Naturalmente hay sociedades, países o incluso estratos en los que estos rangos son distintos.

Ahora vamos a hacer un cálculo sencillo: todos tenemos una madre y un padre, es decir 2 personas de las que descendemos, que pertenecen entonces a la primera generación que nos antecede. Todos tenemos 4 abuelos, que pertenecen a la segunda generación. De la misma forma, todos tenemos 8 (2 elevado a la 3) bisabuelos, en la tercera generación. Continuando de esta manera, encontramos 16 (2 elevado a la 4) tatarabuelos en la cuarta generación; y tenemos 32 (2 elevado a la 5) “tatara-tatarabuelos», y así sucesivamente, de tal forma que en la generación número 10 anterior tuvimos (2 elevado a la 10) “tras-tatarabuelos»; esto es 1024 personas pertenecientes a la décima generación anterior, es decir que vivieron hace unos 250 años, de las que descendemos en forma directa.

Pero si examinamos un poco más atrás y nos ubicamos, por ejemplo, en 1492, cuando Cristobal Colón arribó a estas tierras, es decir 21 generaciones antes, y queremos saber cuántos son nuestros “tras-tatarabuelos” de aquella época, nos sorprenderemos. En efecto, encontramos que fueron 2 097 152 (2 elevado a la 21). Dicho de otra forma: cada uno de nosotros existe hoy, gracias a más de dos millones de personas que vivían cuando se descubrió América, que nos han dado una descendencia directa a través de padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, en fin, “tras-tatarabuelos”. Con una sola de esas personas que hubiese faltado, no habríamos nacido, pues en este cálculo estamos teniendo en cuenta solo ancestros directos.

A estas tierras, que habitaban los pueblos indígenas, llegaron desde el descubrimiento de América grupos importantes de inmigrantes de todo el mundo, y entre todos hemos conformado una gran familia. Con una alta probabilidad, en ese amplio grupo de personas que también intervinieron después, encontramos algún “tras-tatarabuelo” común sin que lo sepamos. En efecto, si sumamos ahora los padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y “tras-tatarabuelos” de las generaciones que siguieron a los 2 097 152 iniciales, obtenemos la cifra de 4 194 302 (que corresponde a 2 elevado a la 22, menos 2). Ese es el número de personas que, desde Colón, conforma el grupo de nuestros padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, y “tras-tatarabuelos” hasta la generación 21. Imaginemos ahora cómo sería si contáramos hermanos, primos, tíos y demás parentela de nuestros ancestros directos.

En ese inmenso grupo de ancestros de cada uno de nosotros hubo, como bien lo señala Alejandro Balbi en el video antes mencionado, campesinos, profesores, comerciantes, religiosos, artesanos, aventureros, prostitutas, navegantes, ladrones, empresarios, gobernantes, obreros, en fin, no lo sabemos. Muy poco sabemos sobre nuestros ancestros antes de la tercera generación, pero cuando nos cruzamos con un desconocido en la calle, muy probablemente se trata de un pariente con quien tenemos algún “tras-tatarabuelo” común. Igual cuando nos cruzamos con un indigente que cuando tropezamos con un ejecutivo. En ambos casos la probabilidad es alta.

La curiosidad por estos temas ha conducido actualmente al estudio de la composición de árboles genealógicos y de la ramificación de los grupos familiares como un problema de interés en muchas investigaciones formales de las Matemáticas, la Estadística y la Actuaría, pero principalmente en una rama de la Probabilidad y los Procesos Estocásticos denominada Procesos de Ramificación.

Los colombianos somos una numerosa familia, cada uno de nosotros es el milagroso fruto de más de 4 millones de personas que han vivido durante un poco más de 5 siglos para darnos una descendencia directa. Y estoy seguro de que nuestro “tras-tatarabuelo” común esbozaría una sonrisa si observara que ya dejamos de pelearnos.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/generaciones-ancestros-ramificaciones-y-matematicas-columna-682838

Imagen: https://xombitgames.com/2015/01/agiliza-mente-trucos-matematicas

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El valor de una vida medida en libros

Por: Ignacio Mantilla

El pasado 15 de febrero tuvo lugar un acto sin precedentes en la historia de los 150 años de vida de la Universidad Nacional. Se inauguró una nueva sala en el cuarto piso de la Biblioteca Central Gabriel García Márquez, que alberga la biblioteca donada por el Dr. José Félix Patiño, compuesta por cerca de 11 000 libros. En realidad lo que se logró fue trasladar la biblioteca personal del Dr. Patiño a la Universidad Nacional, manteniendo su valiosa unidad.

Y es que mantener la unidad en una biblioteca personal es de gran importancia, pues su integridad cuenta una historia, presenta a su propietario en sus distintas facetas y sus diversos intereses, que a lo largo de la vida han evolucionado con su personalidad. Una biblioteca personal madura y se organiza a partir de nuestro propio crecimiento intelectual. La biblioteca del Dr. Patiño expresa la vida de ese médico, intelectual, académico, humanista y profesor de gran valor para el país.

Al visitar la sala recién inaugurada se puede apreciar esta obra que inició su conformación con un obsequio. En efecto, como lo contó en su apertura uno de los curadores de la biblioteca, hace 80 años, en 1937, con motivo de la primera comunión de José Félix Patiño, don Rafael Martínez Briceño, dueño de la mayor biblioteca personal de la que hayamos tenido noticia en Colombia, y sólo comparable con la del filósofo bogotano Nicolás Gómez Davila, le entregó al niño de 10 años un pequeño libro titulado “El libro de las tierras vírgenes” o “El libro de la selva”, como hoy lo conocemos, de Kipling. Este libro, junto con una biografía de Napoleón (también obsequiada para esa ocasión), es el punto de partida del viaje bibliográfico y erudito que el Dr. Patiño ha realizado durante toda su vida.

La biblioteca de José Félix Patiño expresa vivamente su trasegar a través de sus intereses como lector, estudioso e investigador. Están las lecturas de juventud, los libros de texto en los que se sumergió como estudiante de medicina en la Universidad Nacional y la Universidad de Yale. Muchos de ellos poseen el autógrafo de sus profesores. Están los volúmenes del maestro e investigador en cirugía, las fuentes conceptuales para la gran Reforma Patiño de la Universidad Nacional (que emprendió como rector), y las de sus siempre vigentes propuestas sobre educación médica. También están los libros del humanista, amante de la ópera, experto en María Callas.

La personalidad del Dr. Patiño, intelectual cálido y generoso, se complementa asombrosamente con su pasión por los libros antiguos. De acuerdo con la información de los curadores de la biblioteca, ésta posee cerca de 400 libros de historia, literatura y medicina editados entre los siglos XVI y XIX. Su colección de Plinios (Historias Naturales) es con seguridad la mejor y mayor del país. Está la edición italiana de 1516 de Alessandro Benedetti. También llega a esta nueva sala la famosa edición de Johann Froben de 1530, el más importante editor del siglo XVI. Y la primera traducción al español de “La Historia Natural” de 1624 con la valiosa firma de su traductor, don Geronimo de Huertas y, también, la primera edición publicada en inglés, de 1601.

Entre otras muchas joyas, están dos pequeños volúmenes que pertenecieron al General Francisco de Paula Santander, con sus autógrafos, a quien debemos la creación de la Universidad Central de Bogotá, antecedente de la Universidad Nacional de Colombia, patrimonio de todos los colombianos.

Y como una muestra del valor de los libros médicos, el Dr. Patiño entregó un libro de 1685 en donde se encuentra la teoría compendiada del padre de la cirugía moderna, el francés Ambrosio Paré. También tenemos en la biblioteca el primer tratado de cirugía en español. Se trata de “La práctica y teoría de cirugía en romance y en latín”, de Dionisio Daza, editado en 1678. Así, cerca de 200 libros antiguos de medicina que atesoró el profesor Patiño por largo tiempo, algunos heredados de su padre, también médico, o que llegaron a su biblioteca a través de su esposa, constituyen hoy un acervo de inmenso valor.

Ya se ha iniciado, por parte de la Universidad, la digitalización profesional de los libros antiguos de la colección. Gracias a esto, podremos disfrutar con detalle, en las pantallas táctiles de la sala, los valiosos volúmenes de más de 400 años de antigüedad que donó el profesor Patiño.

La nueva biblioteca también tiene una sección que mostrará a sus visitantes la colección de libros antiguos de la Universidad Nacional, los grabados de la colección Pizano y algunas bellas esculturas.

Además de la donación de sus libros, el Dr. Patiño entregó a la Universidad su exuberante colección de música clásica, con la discografía completa de María Callas. Esta colección se organizará de la mejor forma en la sala de música de la Biblioteca, para que estudiantes y visitantes en general disfruten de otro aspecto de la personalidad de nuestro exrector.

Los curadores de la biblioteca, Mariana Patiño y Gustavo Silva, han querido que esta biblioteca exprese de la mejor manera una vida intelectual que por tantos años le ha aportando al país en general y a la Universidad en particular. La Universidad quiso que la Biblioteca José Félix Patiño abriera sus puertas en el corazón de la Ciudad Universitaria, exactamente el mismo día del cumpleaños 90 del Dr. Patiño. La inauguración fue un emotivo acto en el que, contrario a lo común, fue el homenajeado quien entregó 11 000 regalos para investigadores, profesores, estudiantes y visitantes de todo el mundo.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/el-valor-de-una-vida-medida-en-libros-columna-681698

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La huella del general Santander en la universidad pública

Por: Ignacio Mantilla

Como algunos de los lectores sabrán, la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, celebra este año el aniversario 150 de su fundación.  Queremos que su sesquicentenario sea la oportunidad para que la institución deje de ser “uno de los secretos mejor guardados del país” y que toda la sociedad, a la que le debe su existencia, pueda conocer mejor esta extraordinaria universidad. Y quiero precisamente aprovechar este espacio para compartir, durante algunas semanas, los avatares históricos del alma mater, de sus facultades y áreas del conocimiento.

A finales de 1830, mientras el general Francisco de Paula Santander vivía en el exilio, ocurrió un afortunado encuentro entre nuestro hombre de las leyes y el barón Wilhelm von Humboldt, por aquel entonces reputado ex director de Educación de Alemania. Su charla amable fue breve pero familiar, dado que Santander había trabado amistad cercana con su hermano menor, el científico y expedicionario Alexander von Humboldt.

Este crucial contacto le permitió a Santander dar el primer paso para acercarse a las ideas renovadoras sobre educación que Wilhelm von Humboldt había implantado con éxito en su famosa reforma educativa de 1808 en Alemania. El general visitó asiduamente al intelectual alemán durante varios días. En estos encuentros y en su visita a la Universidad de Berlín, sugerida por Humboldt, Santander conoció ese novedoso modelo universitario, contrapuesto al modelo francés que se había adoptado en un buen número de universidades europeas.

Con nuevas fuerzas y muchas ideas, el general regresó a su patria, investido como presidente de la Nueva Granada, el 7 de octubre de 1832. Una de sus principales metas como presidente, y tal vez la que más le preocupó, fue mejorar la educación (y ojalá fuese así para todos los mandatarios). Para lograrlo, el general Santander reformó el sistema de Instrucción Pública del Estado, que paradójicamente intervino el Plan Educativo expresado en la Ley del 28 de marzo de 1826 y el Decreto del 3 de octubre del mismo año, ambos impulsados por el propio Santander a su paso por la Vicepresidencia de la Gran Colombia.

La ley que organizó la Instrucción Pública en 1826, como lo he mencionado en una columna anterior, significó un avance fundamental, pues eliminó el dominio religioso de la educación y dio ese poder al Estado. También extendió la educación a las regiones con la creación de centros de enseñanza de todos los niveles, entre otros, la Universidad Central de Bogotá (antecedente de nuestra actual Universidad Nacional de Colombia), la Universidad Central de Quito y la Central de Caracas. Desde la reforma educativa del 26 Santander fue un ferviente impulsor de la enseñanza del inglés y el francés y un convencido absoluto de los beneficios de la educación superior pública, pues defendía la idea de que el ejercicio de la ciudadanía, el desarrollo de la República y, en general, la felicidad de los pueblos solo podía alcanzarse y afianzarse con una educación pública integral en todos sus niveles.

Sin embargo, como presidente, trabajó por más de dos años redactando y discutiendo un nuevo código de Instrucción Pública que fue presentado al Congreso en 1834. En este proyecto Santander expresó su más avanzado pensamiento sobre la educación. Estaba convencido de que las universidades debían tener autonomía y no solamente pretendía hacer de éstas centros con tendencia científica e investigativa, sino que, liderada por ellas, la educación debía convertirse en un poder más del Estado. Según esta concepción, la educación en las universidades, como servicio o como deber social, se ejercía con autonomía en todos los órdenes, desde la cátedra, pasando por la selección de profesores y empleados hasta las decisiones del gasto de los recursos entregados por el Gobierno. Este revolucionario ideal universitario pretendía que el dominio del Estado, que se había vuelto asfixiante y definía hasta los textos de enseñanza, se reemplazara por la confianza absoluta en la madurez intelectual de la universidad, pero bajo la vigilancia del Gobierno, como correspondía a los establecimientos oficiales.

Pero a las ideas del general, en materia de educación, solo se les dio importancia en los inicios de la década de los 60 del siglo XIX, muchos años después de su muerte, cuando los liberares radicales empezaron a discutir una ley que organizaba la Universidad Central de los Estado Unidos de Colombia (así fue su denominación en los proyectos de ley discutidos). Finalmente, fue durante el Gobierno del presidente Santos Acosta, cuando el Congreso de la República aprobó la Ley 66 del 22 de septiembre de 1867, que dio vida a la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia.

Desde sus antecedentes en esa Universidad Central de Bogotá, encontramos la huella de Santander como el primer defensor de una institución pública y nacional de educación superior, con la concepción autónoma de la educación, formulada por Wilhelm von Humboldt y defendida por Santander.

La Universidad Nacional de Colombia tiene una gran deuda con Santander. En el sesquicentenario de nuestra fundación, queremos hacerle un homenaje difundiendo su legado entre nuestras jóvenes generaciones.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/la-huella-del-general-santander-en-la-universidad-publica-columna-683969

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Mujeres en la ciencia

Por: Ignacio Mantilla

Se celebró la semana pasada el “Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia”. Aunque la fecha reservada para esta conmemoración, el 11 de febrero, pasó inadvertida en nuestro medio, quiero aprovechar este espacio para destacar las razones que tuvo la Asamblea General de las Naciones Unidas en el año 2015 para proclamar este “Día Internacional”, que se celebrará todos los años.

Dice la correspondiente resolución que: “con el fin de lograr el acceso y la participación plena y equitativa en la ciencia para las mujeres y las niñas, y además para lograr la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas, la Asamblea General de las Naciones Unidas decide proclamar el 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia”.

Una pregunta que seguramente todos alguna vez nos hemos hecho es: ¿y para qué sirve un Día Internacional? La respuesta nos la da la propia Asamblea General, en la expedición de las resoluciones en las que designa una fecha como Día Internacional.

En definitiva, la ONU ha aclarado que el propósito de los Días Internacionales es “sensibilizar, concientizar, llamar la atención, señalar que existe un problema sin resolver, un asunto importante y pendiente en las sociedades para que, a través de esa sensibilización, los gobiernos y los estados actúen y tomen medidas o para que los ciudadanos lo exijan a sus representantes”.

Pese a los esfuerzos de la ONU en el caso que nos ocupa, la verdad es que las mujeres siguen enfrentándose a barreras en su formación científica, que no parecen fáciles de vencer. Actualmente, las cifras que brinda este mismo Organismo internacional indican que la probabilidad de que las estudiantes terminen una carrera, una maestría o un doctorado en Ciencias es del 18%, 8% y 2%, respectivamente. Para los estudiantes masculinos, en cambio, es del 37%, 18% y 6%

En general, la participación de las mujeres investigadoras (en todas las áreas de las Ciencias) es baja: menor del 40% en los países de la OCDE, con excepción de Portugal y Estonia, pero sin alcanzar siquiera, en estos países, un 50%. Los niveles más bajos (menores del 20%) están en Japón y Corea (OCDE, MSTI – febrero 7 de 2017).

En la Universidad Nacional, las profesoras vinculadas a las Facultades de Ciencias en las diferentes Sedes representan, en todas ellas, menos del 30% del total de profesores de esas Facultades. En la Sede Medellín, por ejemplo, solo 29 de los 134 profesores de Ciencias son mujeres, el 21.6%.

Aun cuando se habla mucho sobre la necesidad de que haya más mujeres investigadoras, poco se hace. Muchos talentos se pierden, otros permanecen ocultos y algunos otros son deliberadamente opacados. Tampoco se intenta atraer a las niñas hacia las ciencias, más bien los esfuerzos se encaminan a estimular y patrocinar reinados de belleza.

Quiero exponer el ejemplo de dos mujeres científicas excepcionales, matemáticas ambas, distanciadas por cerca de 1600 años. Una de ellas, de las primeras mujeres matemáticas de la que se tiene noticia, llamada Hipatia, murió en Alejandría a comienzos del siglo V, linchada por una turba de cristianos, acusada de ser una mujer entregada al pensamiento y la enseñanza libres. A Hipatia se le conoce como la “Mártir de la Ciencia”. Por su irracional y cruento asesinato y por sus especiales aportes en geometría, álgebra y astronomía, la figura de Hipatia se ha convertido en un verdadero mito. Algunos movimientos feministas la reivindican como paradigma de una mujer liberada. Para las ciencias, se trata de un oscuro capítulo que debe presentarse en la historia como un hecho terrible que no debe repetirse. Es un gran contraejemplo. Es la indiscutible evidencia de que la ceguera colectiva humana, que opaca la inteligencia, sí existe.

La otra admirable científica es Maryam Mirzajani, una joven matemática iraní, quien se formó en pregrado en la Universidad de Tecnología Sharif de Teherán y actualmente es profesora de la Universidad de Stanford. Maryam fue galardonada en 2014 con la Medalla Fields, siendo la primera mujer de la historia en recibir este premio equivalente al “Nobel de las matemáticas”. El premio le fue otorgado por sus impactantes, trascendentales y originales investigaciones sobre geometría, teoría de superficies de Riemann y sistemas dinámicos. Su origen y su gran talento producen la admiración de la comunidad matemática mundial, pero despierta también la envidia de algunos matemáticos de primer nivel.

Estas extraordinarias científicas son apenas una pequeña muestra y un indiscutible ejemplo de las valerosas y talentosas mujeres, que a pesar de encontrar condiciones muy adversas o tener oportunidades limitadas, han logrado destacarse como científicas de gran nivel. La Medalla Fields, otorgada por primera vez a una mujer matemática, es también el reconocimiento del importante aporte femenino a las matemáticas y la reivindicación del pensamiento de Hipatia de Alejandría, que tuvo que esperar 16 siglos.

La celebración del “Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia” debe entonces invitarnos a reflexionar sobre la exaltación que merecen las mujeres por su trabajo científico, su tenacidad y sobre la urgente necesidad de acercar a las niñas a las ciencias.

Finalmente, mi vocación docente me impulsa a dejar tareas. En este caso la pregunta es ¿Y cuál es la diferencia entre un “Día Internacional” y un “Día Mundial”? Como en muchas ocasiones, el profesor no conoce la respuesta y espera aprender de sus alumnos.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/mujeres-en-la-ciencia-columna-680480

Imagen: http://aulaverde.masverdedigital.com/?p=3348

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