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Cinco ideas simples sobre acreditación del aprendizaje por experiencia, para ser refutadas

acreditacion

Por: Julio C Valdez/ Venezuela

1. La Acreditación del Aprendizaje por Experiencia (AAPE), cuyo manejo es diverso y desigual de una a otra institución universitaria, ha devenido de ser una propuesta masiva y democrática de inclusión a una forma más de ingreso de las personas al subsistema universitario. Si bien exponía la posibilidad de valorar social y académicamente los aprendizajes humanos desde diversas fuentes (formales, no-formales y hasta in-formales), al punto de equipararle con los aprendizajes académicos propiamente dichos, tiende hoy en la práctica a ser un mero proceso administrativo de “traducción” –de adecuación- de aprendizajes previos diversos a los programas de estudio vigentes en las universidades. ¿No es un buen momento para revalorizar y repensar el ser y el hacer de la llamada AAPE en una dimensión mayor que implique un diálogo directo y frontal entre la sociedad total (no sólo los sujetos económicos) y las universidades, de cara a generar espacios permanentes de diálogos de saberes, atendiendo criterios de democracia cognitiva, de equidad discursiva?

2. El propio nombre de Acreditación (dar “créditos”) implica un signo, una marca, una visión predominantemente mercantil, en la forma como se aplica en las universidades hoy día; es una especie de préstamo que se hace con los aprendizajes de las personas para ingresar al negocio de la educación. Por otra parte, en diversas instituciones, se enfatiza este signo en la medida que este proceso de acreditación representa un significativo costo para los aspirantes, y un medio de obtención de recursos financieros por las universidades. ¿Es Acreditación un concepto amplio y multidimensional para comprender y desarrollar estrategias tan complejas que implican diálogos intersectoriales, generación y valorización compartida de códigos disciplinarios, interdisciplinarios y transdisciplinarios, o es predominantemente una estrategia de obtención de recursos financieros por parte de instituciones universitarias?

3. El lenguaje dominante en la AAPE es sin lugar a dudas “escolarcéntrico”, e implica una jerarquía muy clara. Un aprendizaje que provenga de fuentes formales (el sistema escolar) es acreditable prácticamente sin mayores consideraciones previas. Un aprendizaje que provenga de fuentes no formales, es decir, con estructuras y patrones muy similares a los escolarizados (por ejemplo, cursos y talleres de adiestramiento laborales), con algunas traducciones, puede pasar la prueba de validación con poco o mayor ajuste. Mientras, un aprendizaje in-formal (¿sin forma?), como el que desarrollamos en nuestros hogares, nuestras comunidades, aún tiene que recorrer un largo camino para estar a nivel de los otros aprendizajes. ¿No es hora de replantearnos una especie de revolución semiótica y semántica en el mundo de la AAPE? ¿No es hora de diversificar y revalorizar las diferentes fuentes de aprendizaje, al punto de que todas representen instancias convenientes y válidas para la generación y valoración de aprendizajes vitales?

4. La AAPE es sin duda un asunto de ejercicio del poder, académico en este caso. Como la lectura se da desde los programas regulares de estudio de la institución educativa, es ésta la que tiene el poder de decidir sobre la valoración de los aprendizajes de los aspirantes. Y esa decisión usualmente de carácter administrativo tiende a dejar por fuera diversos y ricos aprendizajes provenientes de diversas fuentes (generalmente de carácter “in-formal”), y aún con implicaciones y significados socialmente apreciados y valorados, como por ejemplo los saberes generados a partir de la militancia en los movimientos sociales. ¿Es posible que visualicemos la acción de reconocimiento y acreditación de aprendizajes como un diálogo de poder compartido, entre universidad y grupos y actores sociales diversos? ¿Es posible rebasar la intencionalidad única de “traducir” los aprendizajes humanos a los requerimientos de un programa de estudio, en vez de propiciar una ampliación creativa de lo curricular hacia dimensiones inéditas de crecimiento personal y pertinencia social?

5. La acreditación vive entre tensiones creativas, que suponen por un lado un proceso riguroso de nombrar y organizar saberes diversos para el desarrollo académico de alguien, y por el otro, la libertad creativa de las personas de nombrar y valorar sus propios saberes… está entre la adecuación y aceptación de una institución (tal vez reducida a un mero juicio de expertos) que determina si lo que alguien sabe es valioso o no, y la posibilidad de organización creativa de los aprendizajes por sus protagonistas en sus correspondientes contextos vitales. ¿Es factible abrir los espacios institucionales a las dinámicas históricas y sociales, de modo tal que propicien diálogos de saberes con diversos entes de la sociedad total? ¿Es posible repensar lo curricular propiciando que pueda rebasar sus linealidades inherentes (secuencias de “asignaturas por ver”), sus lógicas crediticias (acumulación de “contenidos dados”), su fragmentación mortal?

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Simón Rodríguez como posibilidad espiritual (Apuntes para un conversatorio)

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Por Julio C Valdez/ Venezuela
Siempre he creído substancial y reconfortante volver la mirada hacia seres humanos extraordinarios. Seres que en su tránsito por esta vida han logrado dejarnos una obra que subvierte nuestro modo de ver el mundo y de vernos a nosotros y nosotras; que nos abren posibilidades de ir más allá de nuestras cotidianas fronteras, de superarnos y participar cada vez más en un estadio vital superior…

Es el caso del maestro Simón Rodríguez. Siguiendo a personas como él podemos dar nuevos sentidos a nuestras vidas, asumir horizontes de pensamiento y acción más amplios y fecundos; asomarnos –desde nuestras limitaciones- a montañas más elevadas, y crear miradas más complejas a la historia que construimos y nos construye.

Así, el propósito de esta conversación es mirar a Simón Rodríguez como un gran creador de significados, de proyectos sociales, de sentidos históricos. Crecer visualizando a un ser que puede ayudarnos a avanzar en caminos de mayor plenitud, de superior vínculo con otros humanos y con la naturaleza…En pocas palabras, como la posibilidad de un mayor desarrollo espiritual.

Pero, ¿no estamos exagerando? ¿Cómo podemos referirnos al desarrollo espiritual al hablar de una persona más bien solitaria, precursora del pensamiento materialista, de alguien que se enfrentó a la iglesia, de alguien que enaltecía el trabajo manual?…

Recordemos que Simón Rodríguez es una persona autopoiética. Es alguien que –dicho en términos modernos- se hizo a sí mismo, mediante un descomunal esfuerzo de disciplina personal. Inició su periplo en Caracas, pasando de ser un niño expósito a un joven maestro reconocido y respetado en diversas clases sociales, con ideas claras para reformar de la educación colonial. Luego, en un viaje iniciático, largo y sostenido, de al menos 20 años, por Estados Unidos, Europa, Rusia, entre otros territorios, aprendió, ensayó posibilidades científicas y educativas, observando, meditando, escribiendo, incubando ideas y propuestas de largo alcance y eventualmente factibles. Y luego en América, bajo el amparo del Libertador Simón Bolívar, intentando realizar su magna obra de educación para la libertad, para el trabajo digno, para la justicia y la inclusión social.

Así, el maestro Rodríguez asumió sus propios hábitos de creador, de pensador profundamente original, de actor consciente y protagónico en la historia de su tiempo, y aún en la historia venidera. Era un hombre de época y de síntesis. Sus escritos nos muestran un mundo que languidece (la Europa monárquica, el pueblo-objeto, obediente) y un mundo con posibilidades emergentes (la América que había librado la Guerra de Independencia)…

Si el poeta alemán Goethe decía que un genio es aquél capaz de encarnar el mundo, Simón Rodríguez vivió en el viejo mundo, lo estudió a fondo, lo sufrió, mientras su voluntad, su extraordinaria visión, sus habilidades se enfocaban hacia posibilidades de crear nuevas alboradas, nuevas sociedades, nuevos espacios vitales para los seres humanos. ¿No hablamos aquí de un sentido profundamente profético?

Si bien fue precursor de la filosofía materialista, en el sentido de que todo proyecto de transformación social debía partir de los seres humanos concretos, de sus necesidades, de sus posibilidades de insertarse en la historia y transformarla, el sentido de su proyecto trasciende el materialismo como tal. Habla del bien común como principio rector para los seres humanos. Habla de sociabilidad, de hermandad, de solidaridad (“piense cada uno en todos para que todos piensen en él”), en un mundo que se iría edificando mediante el trabajo honesto y colaborativo de todas y todos, mediante la producción y distribución compartidas, mediante la creación progresiva de sociedades económicas, hechos que apuntan a un vivir mejor y con mayor satisfacción social.

Así, tenemos a un maestro que curiosamente habla de asuntos materiales pero apuntando a un estado de espiritualidad creciente. Nos referimos a una persona que si bien se enfrentó a sacerdotes amigos de los poderosos, en su obra escrita florecen regularmente las imágenes de “resurrección”, “milagro”, e incluso “reencarnación”, pero no en su sentido literal, sino referidas a estados de ánimo posibles para provocar cambios en los hábitos humanos (costumbres, en sus palabras). De alguien que, en la medida que iba siendo cercado, desacreditado, por las fuerzas de poder de la época, se mantenía en el desarrollo de ensayos sociales y de la escritura que “pinta ideas” para soltar semillas de palabras al viento, buscando terrenos fértiles para florecer…

Búsqueda espiritual, no solitaria, sino en compañía de todos y todas, generando una hermandad creciente… ¿No es esto un auténtico camino espiritual, lejos de dogmas añejos y rutinas languidecientes?

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Sistematización permanente y transformación organizacional. Una experiencia formativa

sistematizacion

Por: Julio C Valdez/ Venezuela

De lo que tratamos aquí
Queremos señalar la posibilidad de asumir un ensayo social de transformación –desde adentro- de organizaciones comunitarias y de gestión pública, mediante un proceso profundo de aprendizaje organizacional. Tal transformación puede lograrse –entre otras vías- si todas/todos o buena parte de sus integrantes dedican parte de su tiempo a generar y comunicar aprendizajes y saberes práctico-teóricos desde y para la praxis cotidiana. Partimos de la hipótesis siguiente: si las personas que militan en instituciones del Estado (en este caso venezolano) y en las organizaciones comunitarias aprenden a sistematizar y comunicar eficientemente sus experiencias vitales, de modo continuo y progresivo, generarán la claridad de propósito compartido y los medios y recursos apropiados para transformar progresivamente tal praxis, y por ende ayudar a mutar la organización total. Este ensayo social al que nos referimos presume que los miembros de una organización dada, incluidos protagónicamente en procesos constantes de revisión y evaluación de los planes y procesos en marcha, así como en la reorientación y reapropiación de modos de mejorar la práctica diaria, y la generación de espacios educomunicacionales cada vez más fluidos y consistentes, irán reconstruyendo progresivamente los tejidos organizacionales internos, así como los vínculos con otras organizaciones, ampliarán sus posibilidades de cumplir mejor su misión social y política.
¿Sobre cuál piso normativo nos apoyamos?
La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) nos señala que en la creación de un estado democrático social de derecho y de justicia… enfatizaremos en los valores de vida, libertad, justicia, solidaridad, democracia y responsabilidad social (Art. 2).
Ello implica que hemos de asumir un proceso de transformación constante desde este estado de cosas plagado de injusticias, asimetrías, inequidades, para buscar –o crear- un nuevo estado, que satisfaga las necesidades y propicie el despliegue de las potencialidades de todos/todas sin excepción.
Por otra parte, la CRBV expresa claramente que la soberanía reside en el pueblo (Art. 5). Para que eso se materialice nos vemos en la necesidad de transformar el estado venezolano heredado de históricos patrones coloniales (jerárquico, vertical), para que sea el pueblo el verdadero gobernante. Pues, es desde el Poder Popular de donde ha de provenir la democratización del saber y la participación comunitaria, para la reconstrucción del espíritu público en los nuevos republicanos y en las nuevas republicanas con profunda conciencia del deber social (art. 103 CRBV).
Por otra parte, la Ley Orgánica de Educación (LOE) vigente en Venezuela nos abre la posibilidad de avanzar como pueblo. Bajo la rectoría del Estado y mediante el diálogo de saberes, marcharemos hacia la construcción colectiva del conocimiento, la valoración ética y social del trabajo, y la integralidad y preeminencia de los derechos humanos, de cara a la formación de los nuevos republicanos. Ello conlleva la participación activa, consciente y solidaria del Poder Popular en los procesos de transformación individual y social, consustanciada con los valores de la identidad nacional, con una visión latinoamericana, caribeña, indígena, afrodescendiente y universal generando acciones de investigación, creatividad e innovación.
Así, la construcción de un estado pleno de justicia, equidad, auténticamente democrático, pasa por la generación de condiciones, pautas y formas para propiciar y desplegar aprendizajes, saberes, valoraciones éticas que viabilicen el ejercicio de los Derechos Humanos, por parte del pueblo como protagonista del verdadero poder y del acontecer histórico. Ante esto, cabe preguntar si nuestras instituciones de estado están preparadas para avanzar en este sentido. Y si no, ¿qué hay que transformar en ellas? ¿O hay que transformarlas radicalmente?
¿Qué instituciones y organizaciones tenemos?
Las instituciones del estado venezolano –no es ningún secreto- se han originado en distintos momentos históricos, atendiendo con fuerza a requerimientos de control y sometimiento del pueblo. Corresponden, sin duda, al orden colonial desde donde fueron forjadas. A ello se debe su verticalidad y sistemas jerárquicos, su atomización, que sumados a la alta rotación de sus directivos y a la complejidad de asuntos por atender las pueden hacer sumamente lentas y pesadas. El tiempo al interior de las instituciones se consume en procesos rituales y fragmentados que poco tienen que ver con las necesidades de respuesta de las personas a quienes la institución debiera servir.
Por otra parte, a lo largo de su historia, en cada institución tienden a conformarse redes internas de afinidades y parentescos que pasan a constituir micropoderes, que por su facultad de agilizar o ralentizar procesos, o mostrarlos u ocultarlos, pueden ser factores de avances en unos casos y de irregularidades y corrupción en otros. A partir del desarrollo creciente de estos micropoderes la institución puede ser deformada, de un modo en que se aleja de sus funciones y de su capacidad de servir al poder popular.
Conviene que aclaremos que, a pesar de las dificultades que conlleva el funcionamiento de las instituciones oficiales, no estamos desmeritando los esfuerzos que muchas personas dedicadas, altamente comprometidas, realizan para servir al pueblo. Hablamos de grandes esfuerzos que usualmente tienen que atravesar las limitaciones y las barreras de contención que existen al interior de tales instituciones.
Lo anterior expresa una contradicción entre las políticas de estado y el comportamiento de muchos funcionarios públicos. En Venezuela, desde hace década y media, el Estado ha promulgado políticas claras que impulsan la participación y el protagonismo popular. Se han construido leyes (Cooperativas, Consejos Locales de Planificación Pública, Consejos Comunales, Ley Orgánica de Educación), que amparan la organización colectiva del pueblo, y les dan espacio y sentido en el marco de esta sociedad en tránsito. Por otra parte, existen programas (las Misiones, en toda su diversidad), creados fuera de la tradicional burocracia y de las mafias que operan dentro de la administración pública, en una búsqueda de alternativas al quehacer institucional. No obstante, en el poder constituido (Ministerios, Gobernaciones, alcaldías, la misma Asamblea Nacional), se han venido afianzando, asumiendo con frecuencia antiguas prácticas y modos de ejercer el poder, donde predominan la burocracia, el autoritarismo y la exclusión. En ocasiones, el poder constituido apoya hechos de corrupción, llegando también a practicar la destrucción ambiental. El cuerpo jurídico predominante, que preexiste al gobierno actual, aún ampara el antiguo estado de cosas. Una consecuencia directa de esto, puede ser la consolidación de una nueva y privilegiada élite socioeconómica, que pondría en jaque los intentos de consolidar la revolución.
No obstante, en Venezuela han venido surgiendo y afianzándose miríadas de colectivos y organizaciones que apuntan a la conformación de cada vez más fuertes movimientos sociales. Caben en una categoría conocida como poder constituyente. Este poder enfatiza la construcción del poder local, y la articulación con otras organizaciones para el apoyo mutuo, y para la generación de un espacio político más amplio, una fuerza que pueda dialogar horizontalmente con el poder constituido.
Estos colectivos y movimientos prefieren la diversidad, la pluralidad y el ejercicio permanente del diálogo, antes que la uniformidad y la verticalidad. Tienen frecuentes conflictos con los poderes constituidos, y sospechas históricas sobre los aparatos políticos “creados de la nada”. Requieren de mucho tiempo, de una formación progresiva, de ensayos, de idas y venidas, para construir nuevas formas de poder democrático, que den respuesta a los requerimientos surgidos de las vivencias cotidianas de la gente. Muchas veces, se dedican más a lo local, y a desarrollar su vida interna (cómo se toman decisiones, cómo legitiman sus acciones en las comunidades, etc.), que a lo nacional e internacional. Dependen de las instituciones para existir y sostenerse, y muchas veces estas instituciones tratan de ponerles condiciones, con lo cual se inician los conflictos, puesto que las instituciones, como hemos dicho, responden a otras lógicas.
¿Qué podemos hacer ante esto?
Visualizamos, ante la situación descrita, dos grandes horizontes, que perfectamente pueden integrarse en uno solo:
1. Una política y estrategia de Estado, a mediano y largo plazo, tendente a la transformación radical del cuerpo institucional nacional, estadal y municipal, de modo que pueda cumplir expeditamente con los requerimientos de la CRBV, las leyes de la República y las necesidades de los grandes contingentes humanos.

2. El desarrollo constante y sistemático de múltiples estrategias de transformación desde el interior de las propias instituciones, con la participación protagónica del propio personal y de aliados de otras instituciones y organizaciones.
A continuación nos referiremos a este segundo camino, que constituye UNA posibilidad entre otras tantas…
¿Y cuál es nuestra propuesta?
Nuestra propuesta supone un doble propósito:
1. Por una parte, se trata de desarrollar un proceso de comprensión profunda y aprendizaje compartido que apunte al mejoramiento sustancial de la gestión pública y de la organización popular a través de un proceso constante de sistematización de experiencias.

2. Por otra parte, esta propuesta (sometida a inclementes revisiones, críticas, falsaciones) intenta convertirse en una posible referencia (que no modelo) para la transformación progresiva de la gestión instituciones oficiales y en organizaciones populares.
Esta propuesta, por otra parte, implica un camino de formación permanente de servidores públicos y sujetos populares en la comprensión y apropiación del enfoque, conceptos, lenguajes, estrategias y técnicas de sistematización, con el fin de que puedan comprender más y mejorar la práctica cotidiana y desarrollar saberes alternativos hacia la transformación progresiva de la gestión pública.
¿Y por qué la sistematización?
La sistematización, como tal, nace en tierra nuestramericana.
El pueblo latinoamericano y caribeño, desde los 70 y 80 del siglo pasado, se vuelve muy prolífico en la generación de movimientos sociales y de propuestas de reflexión-acción. Era necesario –como ahora- enfrentar las estrategias imperiales, las aventuras totalitarias y los conflictos endógenos que amenazaban (y siguen amenazando) nuestra región.
Las fuerzas imperiales del mundo imponían un supuesto liberalismo económico que favorecía realmente a los grandes empresarios internacionales y a sus aliados en cada nación. La eliminación de normas de comercio internacional (la famosa des-regularización) que buscaba una presunta libertad de mercado, y una estrategia deliberada de endeudamiento creciente, hacía más poderosas y más ricas a las grandes corporaciones económicas e iban empobreciendo eventualmente a muchos pueblos y comunidades en todo el mundo.
La vía más expedita y simple para llevar a cabo este proceso, minimizando las posibles protestas y revueltas sociales, era la conformación por todas partes de gobiernos militares de extrema derecha. De este modo, Nuestramérica se pobló de feroces y sangrientas dictaduras militares que protegían los intereses del gran capital mientras desplegaban acciones represivas a la población en general, que incluían ejecuciones selectivas, desapariciones, prisión sin juicio previo, y otras.
No obstante, nuestra geografía empieza a poblarse de movimientos sociales que enfrentan graves problemas en diversos ámbitos, a partir de diversos sujetos: indígenas, campesinos, obreros, estudiantes, militantes de lucha de género, comunidades urbanas, entre otras. No son sólo organizaciones para realizar meras luchas reivindicativas, sino también para proponer nuevos modos de vivir en sociedad, enfatizando la solidaridad y la cooperación (JARA, 2005). Por otra parte, y también de la mano con estos movimientos, en los últimos años ha ido surgiendo -profundo, diverso y plural- un pensamiento emergente latinoamericano. Este pensamiento se opone a todas las formas posibles de sometimiento, coloniaje, injusticia e inequidad. Y propone miradas desde la historia que se va tejiendo en América Latina, desde ese despertar libertario que nos cruza y las utopías creadoras de nuevos amaneceres sociales.
La sistematización de experiencias es una corriente de acción-reflexión (es decir, práxica) que surge de las luchas populares en América Latina, de la mano con universitarios comprometidos con la liberación de los pueblos. Señala que…
 El pueblo (es decir, todos los seres humanos, sin excepción) somos los protagonistas de la Historia (como integralidad) y de las historias (como procesos específicos, únicos, particulares)…
 La sistematización nos ayuda como pueblo a desplegar acciones conscientes y altamente organizadas que se contraponen a procesos e instituciones que tienden a subyugarnos, a oprimirnos, a explotarnos….
 Al sistematizar, generamos formas alternas de comprender y de actuar –personal y colectivamente- por la emancipación total (cognitiva, política, social, cultural, económica)
 Tiende a la transformación profunda de la sociedad…
La sistematización, entonces, pasa a ser un enfoque/herramienta alternativa que permite generar un saber vivencial, organizado, contextualizado, compartido, entre seres humanos que –en este caso- asumen un trabajo en una organización, con el fin de comprender más y mejorar la práctica diaria, y constituir conocimientos referenciales para otros sujetos sociales en situaciones y con propósitos similares.
Nos referimos, sin duda, a una óptica enraizada en una dimensión política, que replantea la forma como pensamos/actuamos coherentemente sobre la realidad para transformarla. Al mismo tiempo, aporta interesantes aprendizajes para la construcción de sujetos y sujetas sociopolíticos/as autónomos/as, individuales y colectivos, capaces de transformarse y transformar el contexto en el cual interactúan, es decir que fortalece las capacidades necesarias para constituirnos en sujetos de nuestras historias y convierte este método de sistematización en un instrumento político: esta dimensión política conciente es la principal diferencia con otras propuestas de sistematización (BICKEL, s/f)
Pero, además, la sistematización tiene que ver con nuevos modos de relación entre seres humanos, lejos de las fórmulas tradicionales donde unos crean conocimientos y los otros los consumen. La sistematización de experiencias sólo admite relaciones humanas en carácter de igualdad, equidad y cooperación en la construcción de historias y relatos compartidos que apunten tanto a resolver problemas concretos como a visualizar nuevas posibilidades de vida.
Si bien la sistematización de experiencias implica un proceso de generación de conocimiento válido y socialmente pertinente, lo hace desde la vivencia y para la vivencia. Se trata de conocimientos generados a partir del diálogo colectivo, teñidos de experiencias cotidianas, de sentires, de sueños por explorar. Ese conocer, vertido en un informe, un video, un esquema, o cualquier otro producto, es susceptible de ser socializado, compartido con otras comunidades como un saber referencial, incluso inspirador.
Finalmente –y sabiendo que estamos muy lejos de agotar el tema-, la sistematización de experiencias tiene también un sentido metodológico. Ello se orienta –si se nos permite la simplicidad- a la construcción permanente de relatos colectivos que propicien una mirada profunda a la realidad que vivimos y a los modos como la vamos construyendo. Si bien existen pautas y propuestas de secuencias para hacer esto, cada proceso de sistematización de experiencias es único, particular, específico, por lo que asistimos a un método que permanentemente requiere ser reconstruido.
Desde lo anterior tenemos que la sistematización de experiencias implica una práctica política desde la cual colectivos humanos desarrollan una narrativa compartida que propende a la emancipación de situaciones de injusticia y buscan transformar la realidad que viven mediante la generación de nuevos vínculos de equidad y cooperación recíproca que incluye la generación y socialización de conocimientos vivenciales, contextualizados, sintientes, que permiten visualizar tanto el horizonte como los modos de alcanzarlo.
Un proceso de sistematización implica, entonces:
Un saber colectivo ligado a la experiencia (aprendizaje experiencial, vital) que intenta resolver problemáticas ínsitas en situaciones cotidianas, mediante la construcción compartida de relatos de vida personales/ colectivos (unidad sujeto-objeto), críticos, de cara a la búsqueda de una transformación social profunda. Dicho de otra manera, la sistematización implica la interrogación permanente a lo que hacemos, sentimos y pensamos, de cara a la generación de espirales de saberes y sentires compartibles, socializables, en un proceso constante de hacer/ saber dialogado, desde las comunidades de aprendizaje.
Decíamos antes que la sistematización de experiencias es un proceso primordialmente político: propende a la transformación de realidades específicas (usualmente cargadas de injusticia, inequidad, segregación) en espacios sociales más dignos, justos, equitativos, solidarios, mediante una progresiva comprensión de nuestros seres y haceres humanos, desde la construcción de relatos de vida compartidos.
No obstante, un auténtico proceso de sistematización de experiencias tiende a imbricar acciones de investigación (conocimiento profundo, vital, cotidiano, de la realidad presente y la realidad posible), éticas (promueve comportamientos en términos de igualdad y solidaridad), artísticas (se trata de construir una narración compartida, lo que nos remite a escribir literatura no ficcional), formativas (genera aprendizajes personales-colectivos integrales, conscientes y sistemáticos) y tecnológicas (requiere de la construcción de modos de trabajo colectivos armónicos, bien administrados y productivos).
En este sentido, pensamos que tenemos que asumir la sistematización en toda su complejidad, atendiendo a todas y cada dimensión de modo simultáneo. Aunque, por razones prácticas, sea necesario enfatizar uno u otro aspecto, pero hemos de desarrollarlo sin abandonar los otros. Pensamos, a tal efecto, en el modelo de la fotografía holográfica (tridimensional), en la que proyectada una imagen dada, cada punto que la conforma contiene la referida imagen en su totalidad… Sin embargo, el objeto final de la sistematización de experiencias, como veíamos antes, conlleva una intencionalidad política, una propuesta transformadora de una realidad que es necesario superar.
¿Cuáles son los requerimientos fundamentales para un proceso de sistematización de experiencias?
Emprender una sistematización de experiencias -desde nuestros espacios institucionales u organizacionales- nos coloca ante un conjunto de ámbitos de posibilidad, que nos plantean retos que hemos de abordar para sustentar el proceso. Tenemos que atender a estas condiciones de partida y avanzar en su resolución para asumir la sistematización como tal.
1. Lo primero que debemos clarificar es si es necesario emprender un proceso de sistematización de experiencias, en vez de cualquier otro. Si se trata de hacer un diagnóstico, o una evaluación de proceso, o un informe de gestión, es mejor asumir otro procedimiento directo. En cambio, si pretendemos sumergirnos en un proceso colectivo, apreciarlo en profundidad y aprender de él para reorientar acciones; si queremos aventurarnos a encontrar elementos que pueden ser reconfortantes, pero también aquéllos de los que no hemos querido saber; si queremos arriesgarnos a descubrir y tratar de superar fuentes de tensiones, conflictos en movimiento… entonces vale la pena hacer sistematización.

2. Debemos tener claridad si entre las personas de la institución (o en cierto espacio de ella, como una Dirección o una Coordinación), o de la organización (consejo comunal, sala situacional, comuna) existe disposición favorable para emprender la sistematización de experiencias. Es posible que haya discrepancias en cuanto a la necesidad de sistematizar, o posiciones encontradas en cuanto a cómo abordarla. El colectivo que promueva la sistematización de experiencias tiene que estar convencido de que existe una disposición mínima para llevarla a cabo.

3. Es necesario contar con un equipo de trabajo que ha de promover, organizar, administrar acciones y recursos necesarios, para asumir colectivamente la sistematización de experiencias. Conviene que las personas que conformen este equipo estén altamente identificadas con la institución u organización, y sean aptas/os para visualizar el alcance político (transformador) de los procesos y los modos de sustentarlos, y en lo posible que puedan llevarse bien entre sí.

4. Se requiere una visión inicial de lo que se quiere lograr, es decir, de los alcances esperados y los posibles beneficios para todas/os. Este horizonte de partida deberá discutirse luego con el colectivo mayor, derivando los propósitos definitivos de la sistematización.

5. Conviene –desde un inicio- tener una idea aproximada de la secuencia a seguir para desarrollar de modo conveniente el proceso de sistematización de experiencias. Esta visión inicial ha de ser confrontada de modo permanente con el colectivo, según las realidades que se vivan y las posibilidades y los recursos de la institución u organización.

6. Sería saludable prever los aprendizajes que se requieren para desarrollar el proceso, y cómo han de lograrse. Por ejemplo, aprendizajes relativos a la preparación y ejecución de dinámicas grupales específicas, o para llevar registros adecuados, o para facilitar la interacción entre las personas protagonistas de los procesos de sistematización.

7. Es necesario discutir desde el principio (entre todas/os) la factibilidad del proceso en toda su extensión. Tal factibilidad depende de las respuestas más claras posible a todos los planteamientos anteriores: disposición institucional/ organizacional, equipo humano promotor, claridad de propósitos compartidos, prever futuras acciones y su posible secuencia y buscar las formas propicias de aprender todo lo necesario para desarrollar la sistematización de experiencias.
¿Y cómo se asume la sistematización en una institución u organización?
Un proceso de sistematización implica simultáneamente la posibilidad de asumir la solución a una problemática concreta y la posibilidad de crear una situación nueva que tal vez apunte a mejorar condiciones de vida (TAPELLA, 2009). Ello permite visualizarla como una herramienta de gestión, vinculada al aprendizaje organizacional propuesto por Donald Schön (FANTOVA, s/f).
Una forma (entre otras tantas) de asumir la sistematización es comenzar el trabajo desde cada unidad, convocando a todo su personal a construir un relato personal, crítico, de su trabajo en un lapso dado. Cuando hablamos de relatos críticos (y autocríticos) nos referimos a una descripción de acciones y situaciones vitales acompañada de preguntas y cuestionamientos: ¿qué se hizo? ¿Por qué se tomó tal decisión y no otra? ¿Cómo fue entonces la participación de los equipos de trabajo? ¿Estoy contento(a) con mi papel ante tal situación?…
Luego, los relatos son leídos en cada unidad, donde los demás han de escuchar con atención. Luego, comentar desde cada relato la situación de la unidad, derivando de ello diversos temas significativos para ese colectivo. Posteriormente, el colectivo de cada unidad propondrá y elegirá el tema central (que considere entonces más relevante), y lo formulará en términos de una gran interrogante.
Desde este interrogante, cada colectivo (cada unidad, en este caso) desarrollará un relato colectivo, integrador e integrado, de las vivencias comunes en torno al asunto formulado. Este relato también ha de estar sembrado de preguntas y respuestas que describan, analicen e interpreten integralmente un proceso vivido en un tiempo dado, al mismo tiempo que apunte hacia futuros y compromisos posibles. El objeto de estas construcciones de relatos es comprender y mejorar la práctica compartida, optimizar las relaciones interpersonales y, en fin, transformar los modos de trabajar (la gestión).

¿Qué podremos derivar de esto?
La práctica permanente de este ejercicio de sistematización –con la menor interferencia posible con respecto a las otras tantas tareas que desempeña cada unidad- puede generar diversos saldos, como estos:
 Creación de colectivos de sistematización en diversos ámbitos, investigando a fondo su propia práctica y sus posibilidades de cambio…

 Producción permanente de teorías, métodos, ensayos, y su integración reticular en espacios compartidos de intercambio y enriquecimiento recíproco…

 Conformación progresiva de una red de colectivos interinstitucionales proclives a la transformación del Estado.

 Generación de propuestas novedosas en la conceptualización y las estrategias vivas para lograrlo.

DOCUMENTOS DE REFERENCIA
Bickel, Ana (s/f). La sistematización participativa para descubrir los sentidos y aprender de nuestras experiencias. Red Alforja – FUNPROCOOP – El Salvador C.A. pi.ning.com/files/X1EAZPnUE769bWmoGgE*JiiJqH1bBpyyVHtG2WLUl5nrMCWyHZnN1STgDSn*VOkAT0uwfQvOeh0AAffG*wWEnCjCucZHhcwr/articulo_ceaal.pdf
Fantova, Fernando (s/f). La sistematización como herramienta de gestión. http://www.documentacion.edex.es/docs/1311FANsis.pdf.
Jara, Oscar. (2005). El desafío político de aprender de nuestras prácticas. Dialnet, Vol. 2, Nº. 42-43, 2005. http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1355676
República Bolivariana de Venezuela. Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Tapella Esteban. ¿Cómo aprender desde la práctica? Aproximaciones conceptuales y metodológicas para la sistematización de experiencias de desarrollo. Perspectivas em Políticas Públicas | Belo Horizonte | Vol. II | Nº 4 | P. 69-94 | jul/dez 2009. http://revistappp.uemg.br/pdf/artigo4ppp4.pdf.

[Publicado en el libro:
Procesos comunicacionales, educación y ciudadanía en las luchas de los pueblos/ VIII Seminario Internacional de Metodologías Transformadoras de la RED AMLAT / organizadores / compiladores: Padilla F., Adrián; Gamboa V. Norah; Maldonado, Alberto Efendy – Caracas: Fondo Editorial CEPAP-UNESR, 2015]

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Cuando hablamos de Educación, ¿De qué estamos hablando?

imagen educacion

Por: Julio C Valdez
Nos preguntamos: La imagen que tenemos de la educación, ¿nos ayuda a repensarla? ¿Cómo está constituida esa imagen? ¿Es posible transgredirla?
Suponemos que nuestro tránsito social arrastra y sostiene un conjunto de visiones y creencias históricamente construidas, desde las que miramos y actuamos en el mundo y con el mundo. Llevamos con nosotros tales imágenes, cual teorías implícitas, y muchas veces ellas pautan nuestros modos de comprender y de ser en la sociedad… Por ejemplo, parece inevitable para muchos que, al hablar de educación, automáticamente pensemos en la escolaridad, y con más fuerza la que involucra a los niños. Y esto ocurre aún cuando nuestro discurso explícito nos indique que la educación es constante, permanente y totalizante en cuanto a lo social se refiere [Por ejemplo, aún cuando nuestra Ley Orgánica de Educación (Venezuela) reconoce la multidimensionalidad de lo educativo, se centra casi con exclusividad en el universo escolar].
Por otra parte, esa imagen viene constituida por una serie de supuestos que muchos aceptan sin cuestionamiento. Por ejemplo, que la educación viene de grandes sujetos históricos y sociales de otras latitudes (los persas, griegos, romanos, franceses, norteamericanos), que supuestamente observaron nuestra condición de pueblos primitivos y decidieron llevarnos del ala hacia la civilización y el progreso.
Puesto que el mundo ha debido avanzar hacia una organización social donde predomina lo técnico, lo tecnológico, la economía compleja (componentes fundamentales de esa civilización y ese progreso), corresponde a naciones como las nuestras ponernos al día y asumir la competitividad formativa para participar en la sociedad globalizada. Así, la educación que se regodeaba contemplando las grandes civilizaciones que nos legaron luz y technos, ahora exige que avancemos hacia el manejo de competencias mundializadas para entrar en el corazón de las sociedades del conocimiento como fuente de valor económico.
Así, creemos que, como sujetos sociales, miramos la educación fundamentalmente como lo que ocurre en el sistema escolar, como una vía de dejar de ser como somos (social y políticamente hablando) y convertirnos en aquellos paradigmas civilizatorios que nos han inculcado. Y eso lo lograremos sólo jugando sus juegos con sus propias reglas.
No obstante, esos esquemas civilizatorios “ideales” han servido principalmente para que grandes metrópolis se apropien de nuestros recursos naturales, y aún de nuestra fuerza de trabajo, impulsando a nuestras sociedades a la monoproducción y a la dependencia. Aún así, los esquemas dominantes, en nuestro interior, siguen apuntando al hecho de que el no lograr el progreso se lo debemos a que seguimos siendo lo que somos (primitivos, perezosos, espontáneos no planificados, etc.), y sólo la educación (escolarizada, especializada, competitiva) puede llevarnos de estas tinieblas a la luz.
Así, proclamamos una educación otra, que en vez de hacer que nos neguemos a nosotros/nosotras mismos/as, haga que nos reafirmemos en nuestras historias vitales (como pueblos en resistencia), en nuestros valores ancestrales (como el mutualismo), en nuestras cosmogonías miradas desde el aquí y el ahora (el buen vivir, verbigracia), integrando críticamente por supuesto los grandes aportes de la llamada civilización occidental, por ejemplo lo científico y lo tecnológico… Una educación que incluya la totalidad de nuestra vida social (que también cubre la escolaridad), como un sistema de aprendizaje permanente, que contribuya a definir colectivamente nuestros horizontes y nuestros caminos… Una educación que redimensione el trabajo y lo laboral, en un sentido de mayor aporte comunitario y de creación plena personal-colectiva.
Así, podemos ensayar ir desde esa imagen de la educación como un adaptarnos a las reglas de juego de las “grandes” civilizaciones, mediante el desarrollo de competencias dadas por el gran mercado, hacia una nueva imagen más vivencial y cotidiana, más de reafirmación de lo que somos y de mayor compartir y de enriquecimiento mutuo, más de invención de síntesis integradoras de las historias y de la Historia, hacia vivencias más plenas, más humanas, incluso más espirituales en el sentido amplio de la palabra.

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ETICA DESDE LOS MOVIMIENTOS EMERGENTES DE NUESTRAMERICA

etica

Por: Julio C Valdez

Intentamos caracterizar la ética en Nuestramérica (América Latina) desde la conformación histórica de los actuales movimientos sociales. Lo hacemos bajo el supuesto de que tales movimientos tienen como cualidad primordial la superación de milenarias situaciones de opresión, injusticia e inequidad a las que históricamente han sido sometidos nuestros pueblos y naciones. Y, en esa búsqueda emancipadora, pueden irse creando las bases para la construcción colectiva de nuevos e inéditos estadios sociales.

¿Desde dónde miramos?
Entendemos que la ética es expresión de momentos y condiciones históricas muy específicas. Siendo este el caso, hablar de ética es asumir sin reservas posibilidades de reinterpretar permanentemente la historia. El caso de Nuestramérica, por ejemplo, nos habla de un proceso que, desde el siglo XV hasta hoy, ha estado signado por perennes invasiones: de España-Portugal primero, y luego de Inglaterra y Estados Unidos. Tales invasiones han traído consigo procesos de coloniaje y vasallaje que implican formas de sometimiento de nuestras sociedades americanas en lo político-militar, lo socioeconómico, lo lingüístico-cultural y lo institucional.
Lo anterior se traduce en que estos procesos seculares de dominación, incorporados a los llamados aparatos ideológicos de los estados, nos han hecho asumir el discurso implicado en ellos. De esta forma, hablamos el lenguaje de los que intentan dominarnos, como si fuese el nuestro.

En consecuencia, nos han hecho suponer que la humanidad toda, tras sucesivos intentos, ha logrado el estadio final de un proceso de civilización creciente, que lleva implícito el progreso, lo bueno, lo noble. No sobra decir que –desde esta óptica- existen países que supuestamente se acercan más que otros a tal estadio: los Estados Unidos y otros países europeos, tales como Inglaterra, Alemania y Francia. Y, por ende el papel nuestro como pueblos latinoamericanos sería el de imitar a tales avatares.
Este discurso que nos inunda desde la organización social dominante y desde los mensajes que emiten las grandes transnacionales de la comunicación, nos han convencido de algunos supuestos desde los que, inconscientemente, orientamos nuestra vida, es decir, una ética del vasallaje. Por ejemplo:

1. La competencia feroz entre seres humanos ha de ser nuestro estado natural. Pues desde una supuesta evolución, la competencia está inscrita en nuestra naturaleza, y se liga con la búsqueda de supervivencia. En otras palabras, para sobrevivir hemos de competir entre nosotros y nosotras a ver quién se queda con los recursos. Sólo los más aptos quedarán (el darwinismo social).

2. Siendo la competencia la “forma natural” de la vida, el Estado ha de responder a ese supuesto. Así, mientras menos regulaciones y controles ejerza el estado, mejor podremos desplegar nuestros mecanismos competitivos para sobrevivir. Extrañamente, si en el mundo animal los menos aptos perecen, en nuestras sociedades se supone que el éxito de unos puede terminar ayudando a vivir a otros individuos no tan capaces, eso sí, si se pliegan a las normas de los triunfadores. Así, la libertad es fundamentalmente la libertad de competir y avasallar.

3. Si en el mundo animal la vida misma y el potencial genético de los vencedores son indicadores de éxito, en las sociedades humanas lo es la apropiación del capital, llave de la obtención de recursos (capital). Quien más acumula, manda.

4. En el mundo social competitivo, la naturaleza es sólo una mercancía más, otra fuente de riqueza, y de esa forma hay que tratarla. Cabe exprimirla y saquearla sistemáticamente para obtener sus tesoros. Eso han tratado de enseñarnos.

5. Esta visión materialista, competitiva, se ha erigido desde la desacralización creciente del mundo, la desaparición progresiva de la espiritualidad, del mundo metafórico vivo, el predominio de ciertas posiciones científicas y cientificistas que reducen toda la riqueza vital a meros procesos materiales observables y medibles.

A partir de esos supuestos, podemos construir algunas pautas implícitas en la ética dominante. Son esquemas que muchas veces rigen nuestros comportamientos desde las sombras, sin que lo sepamos plena y conscientemente. Y, usualmente, mientras tendemos a valorar con fuerza estos valores impuestos, atribuimos una gran debilidad a ciertas características ínsitas en nuestra conformación histórica: la empatía, la fraternidad, la cooperación y la solidaridad.

La ética desde la visión colonizada:
Desde la óptica de la visión que nos ha sido impuesta, se concibe que…
 Somos seres individuales, solitarios, amenazados por otros seres humanos, siempre a la defensiva. En vez de unirnos con ellos y ellas, se supone que debemos enfrentarlos y enfrentarlas para apropiarnos de las cosas. Hemos de ser personas “exitosas”, “triunfantes”, para obtener las cosas y los símbolos que nos asegurarán la vida que queramos tener, aunque para ello tengamos que atropellar y someter a otros seres humanos, o subyugar y hasta destruir la propia Naturaleza. Eso lo haremos con la fuerza de nuestros poderes y recursos, o con los modos en que hemos podido desarrollar la llamada viveza criolla.
 Somos seres hetero-referenciados, cuyas pautas para mirarnos y reconocernos están en los patrones culturales impuestos. Así, podremos asumir el supuesto progreso y la civilización en la medida que dejemos de parecernos a nosotros mismos (como latinoamericanos) y seamos cada vez más semejantes a como se supone son las personas y las naciones “exitosas” de los Estados Unidos, y acaso de Europa. Entonces, nos han hecho creer que no éramos nada hasta que fuimos “descubiertos” y “civilizados” por otros pueblos. Y éramos ociosos y perezosos hasta que emigrantes de otros continentes vinieron a constituirnos como verdadera sociedad.
 Lo anterior hace que podamos llegar a despreciarnos como pueblo (negar o tergiversar nuestra historia, nuestra cultura, nuestro lenguaje), para intentar encarnar los prototipos vomitados por los aparatos ideológicos de los colonizadores. De esta forma, lo indígena, lo campesino, lo ancestral, que traen consigo relaciones de mutualismo, confraternidad, constituyen “pesados fardos” de los que tenemos que liberarnos para entrar de verdad en la modernidad.
Ejemplo de lo anterior, en el caso de Venezuela, se manifiesta en que el espacio fundamental de identidad hasta ahora predominante responde –con vaivenes y bemoles- a la historia de occidente. Es decir, muchos venezolanos se sienten parte del mundo occidental, de su relato de progreso creciente (con sus modos de vida, sus valores, su tecnología), en contraposición con lo indígena, africano, árabe, incluso asiático, que para ellos representa lo primitivo, lo inferior, lo salvaje. Y por ello hay amplia resistencia ante propuestas y estrategias de estado que tiendan a alejarnos de esos patrones.

Y estas creencias son tan fuertes que, a pesar de las crisis mundiales (económica, política, social, cultural, ecológica) del sistema capitalista, que no sólo afectan ya en gran magnitud a las naciones pobres, sino también a las más emblemáticas (como los Estados Unidos, Inglaterra, Francia), muchos siguen sintiendo que de lo que se trata es de emprender los propios negocios, posicionar nuestros proyectos empresariales en el sistema económico mundial y ser exitosos y exitosas. Como si tales crisis constituyesen apenas un mal sueño del que pronto despertaremos, y no situaciones límite que han de llevarnos a cambiar radicalmente nuestras visiones de futuros posibles.

Nuevos escenarios sociales en América Latina
No obstante lo anterior, en América Latina las cosas han empezado a cambiar. Entre otros, hay dos factores que propician estas transformaciones: los ensayos políticos a gran escala –desde políticas de estado-, como por ejemplo en Venezuela, Ecuador y Bolivia, y los llamados movimientos sociales. Enfatizaremos en estos últimos.

Hablar de movimientos sociales es referirnos –a lo largo de nuestra historia- a una diversidad de iniciativas organizacionales integradas a las vidas cotidianas, que implica en sí acciones insurreccionales, con una escasa división del trabajo, donde los propios colectivos dan y ejecutan las órdenes de modo simultáneo. Estos movimientos sociales alimentados por las fuerzas sociales emergentes (movimientos de género, indígenas, negros, defensores del ambiente, entre otros), inician luchas reivindicativas que luego han pasado a constituir proyectos político-culturales que apuntan a nuevos procesos pluralistas de civilización, realmente planetarios, posracistas, poscoloniales y probablemente posmodernos.

Los movimientos latinoamericanos están constituidos por comunidades vinculadas a la naturaleza como medio y sentido de vida (por ejemplo indígenas, campesinos), experiencias locales urbanas (organizaciones comunitarias, propuestas artísticas), modos de acceder o reinventar lo laboral (movimientos de trabajadores), reivindicación de etnias y de identidades ancestrales (indígenas, afrodescendientes), reafirmación de género y de libertad sexual (movimientos feministas y diverso-sexuales)… Entre otros.

Podríamos ver entonces los movimientos sociales como conjuntos de personas que, como colectivos organizados, inventan y asumen acciones que en sí mismas se integran en diversos ámbitos (económico-social-cultural-ancestral-político). En el despliegue de estas acciones, se favorecen las situaciones de encuentro, intercambio e integración social. Ello supone que, como seres humanos, todos somos iguales ante la ley y ante Dios, tenemos las mismas posibilidades y las mismas oportunidades. La naturaleza y la forma en que nos relacionamos entre sí, y no las propiedades adquiridas, definen lo que somos. La sociedad es, en consecuencia, una configuración de personas-colectivos, interconectados entre sí. Cada colectivo, en relación con los otros, desde sus ámbitos específicos, imprime dirección y sus propios rasgos a la vida social.

¿Y cómo miramos la ética desde estos movimientos sociales?
Queremos referirnos a los movimientos sociales como sujetos colectivos que, desde sus vivencias cotidianas, encarnan utopías concretas que –bien leídas e interpretadas- pueden darnos señales de las sociedades del futuro que aspiramos construir. Nos cuidamos de idealizar tales movimientos, pues sabemos que se originan y desarrollan en estas sociedades latinoamericanas que, como hemos visto, están signadas por situaciones de injusticia, inequidad, asimetrías. Y estas condiciones inevitablemente están presentes en todos nosotros, hasta que mediante profundas reflexiones y procesos de solidaridad crecientes, podamos minimizarlas.

En nuestro proceso revolucionario venezolano actual no hay dualidad entre la ética (normas y pautas para la acción personal) y la política (ideario y proceso de acciones colectivas). El coloniaje-vasallaje secular está presente en nuestra cotidianidad y nuestras relaciones cotidianas, por lo que cualquier acción en nuestra familia, nuestra vecindad, con nuestras amistades, en nuestro ámbito laboral, es tan política como la organización política propiamente dicha. En cualquier espacio social en que nos movamos podemos cuestionar y reconstruir el tejido social heredado de los colonizadores, en lo socioeconómico, lingüístico-cultural y lo institucional, en aras de nuevos ensayos sociales. Así, cualquier posición que asumamos desde la ética, es también una posición política.

¿Cuáles pautas éticas podemos aprender de los movimientos sociales?
Por ejemplo, desde los movimientos sociales latinoamericanos, la ética se asume como superación de un estado de cosas y encarnación de utopías concretas, vivenciales. Veamos las siguientes pautas:
1. La sociedad actual, cimentada sobre la desigualdad, la opresión, la injusticia y la exclusión nos condiciona para la competencia inclemente entre seres humanos, para la explotación y la subordinación. En cambio, las búsquedas de nuevos estadios sociales nos convidan a vivir y trabajar en armonía, solidaridad, confraternidad. Constituyendo el tejido de lo colectivo, mediante el diálogo constante y profundo, nos convertiremos en protagonistas de procesos históricos inéditos.

2. Nuestro núcleo fundamental de identidad no está en el mundo capitalista occidental colonial, sino en las luchas por la liberación de múltiples pueblos, desde nuestros ancestros indígenas, pero también los pueblos árabes, africanos, asiáticos… Nos identificamos, no con formas sociales que suponen la cima de la evolución humana (el fin de la historia), sino con aquellas otras que luchan para liberarse de yugos y sometimientos de potencias imperiales y sus vasallos.

3. Desde la óptica de las luchas por la emancipación y la creación de nuevos esquemas civilizacionales basados en la reciprocidad, la confraternidad y la construcción social colectiva en equidad, el estado no puede minimizarse, ni dejar suelta la competitividad salvaje, sino que debe ser un actor fundamental en la fundación de nuevos marcos jurídicos y nuevos horizontes de organización social, donde todos los seres humanos –sin excepción alguna- seamos protagonistas de nuestros procesos de vida solidaria.

4. Estas posiciones, lejos de considerar la naturaleza como un reservorio de materias primas que amerita ser explotada y saqueada, nos la presenta como una madre cósmica y material (la pachamama), como un organismo vivo que nos contiene y del que somos parte, y al que debemos respeto y amor.

5. Este camino que emerge desde los movimientos sociales necesariamente está acompañado de una forma de reencantamiento del mundo, de una revitalización creciente de la humana espiritualidad –que no tiene que ver con ninguna religión-, con la reconquista de los universos metafóricos, con una visión cotidiana anegada de poesía en movimiento.
¿Hacia una ética de la liberación?
Un camino posible para liberarnos en solidaridad y propiciar la transformación radical de nuestras formas relacionales hacia el buen vivir, pasa por el establecimiento de relaciones dialógicas con las personas que tienen que ver con nuestros ámbitos cotidianos, por el avance por convertirnos en colectivos de aprendizaje constante, por el ensayo permanente de procesos y proyectos socioproductivos, sociales y culturales, desde el amor y el respeto a la Naturaleza, teniendo como eje una mirada latinoamericana y mundial.
Tal camino implica un trabajo cotidiano para abrir y sostener espacios de diálogo con sentido entre personas, desde su originariedad y diversidad, es decir, entre artistas, intelectuales, sabios ancestrales, científicos, comunidades de sabedoras y sabedores, para reinterpretarnos, para recrearnos desde nuestra historicidad actual, para reconstruir nuestros tejidos culturales integrando lo ancestral y lo contemporáneo, en aras de generar las condiciones para vivir nuestras utopías concretas.
Lo anterior nos coloca ante la posibilidad de ensayar siempre formas de liberación progresiva con familiares, amigos, organizaciones, instituciones, países, regiones –entendiendo que todos son también espacios políticos- en la construcción de nuevas formas, esquemas, pautas de relaciones solidarias y cooperativas, de redes solidarias de producción y socialización de bienes para la vida de todos.
Para esto, parece necesario inventar sistemas de aprendizaje, saberes integrados e integrales, más allá de las instituciones educativas tradicionales, inmersas en todos los espacios sociales, siempre compartibles, siempre transformables.

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Hacia la construcción de sistemas de aprendizaje permanente

comunidades de aprendizaje

En este último capítulo nos vamos a referir a cómo viabilizar lo que hemos venido refiriendo. Estas vías, desde nuestra óptica, tienen que ver con la posibilidad de crear y sostener, en todos los espacios posibles, sistemas articulados de aprendizaje permanente. Y en esto, insistimos, no puede haber un solo protagonista, ni un ente centralizador, sino que debe ser generado por todos, en todas partes, y con grandes posibilidades de articularse entre sí para hacer de la sociedad un gran sistema interconectado de aprendizaje y diálogo de saberes.

Puntos de convergencia
Visto lo anterior, insistiremos en algunos puntos de partida y de convergencia, como ejes articuladores de estos espacios de aprendizaje permanente:

1. Todos, absolutamente todos, vamos a sentirnos, pensarnos y asumirnos como los hacedores de historia, como los constructores del porvenir. No todos somos líderes, y tal vez no todos tengamos el mismo reconocimiento. Pero todos, desde donde nos movemos cotidianamente, tenemos grandes y pequeños papeles que cumplir en las transformaciones sociales. Los procesos formativos han de confrontarnos con nosotros mismos, y entre sí, para reconocernos en lo que somos, y aún en lo que podemos hacer.

2. Los seres humanos, todos, vamos construyendo la Historia (con mayúscula y con minúscula), desde las realidades diarias que nos constituyen y que reconfiguramos, pero también desde nuestros sueños, nuestras esperanzas, nuestras utopías encarnadas. Claro que también tenemos que vivir criticando estos haceres y esos soñares, por cuanto pueden estar teñidos de las ideologías que sustentan el sistema capitalista dominante, y crear condiciones para vivir procesos de libertad, plenitud y creación. En la medida que podamos abrir diálogos con todos los espacios sociales posibles, nos aproximaremos a la edificación de un proyecto alternativo de nación y de sociedad. Las tareas formativas, aquí, tienen que ver con la posibilidad de compartir miradas críticas sobre la realidad (sobre todo la cotidiana) y también sobre nuestros anhelos y esperanzas.

3. La tarea inmediata es trabajar de manera compartida para crear las condiciones y medios que nos ayuden a buscar un desarrollo pleno en lo personal/ colectivo, en todas las esferas de nuestra vida. Así, la labor formativa tiene que ver con aprender y reaprender todos los días a liberarnos progresivamente de las estructuras opresivas y a ejercitar cotidianamente la liberación y la creación de nuevos estadios de vida, mediante la articulación horizontal, participativa, entre todos los espacios posibles.

Sistemas de aprendizaje permanente
Es vital, desde nuestro punto de vista, crear espacios de aprendizaje en todos los ámbitos sociales donde nos movemos: familias, vecindarios, organizaciones comunitarias, comunas, escuelas, universidades, empresas sociales, el poder municipal y estadal, etc. Ello ha de apuntar a fortalecer y desarrollar los movimientos sociales como entes diversos, plurales y heterogéneos, pero simultáneamente vinculados entre sí y con otras instancias sociales. Los espacios de aprendizaje se inician con la dedicación de ciertas horas de la semana a reunirse en algún lugar para dialogar e intercambiar ideas, saberes y aprendizajes.

Por ejemplo, los consejos comunales, las comunas, las empresas de propiedad social y las instituciones del estado pueden ser espacios privilegiados para el ejercicio del aprendizaje de la democracia, de cara a la transformación social. Ello se debe, en el caso de los dos primeros, a que son puntos de encuentro entre el gobierno municipal y el gobierno local, donde se prioriza la autonomía y los requerimientos de las comunidades.

Y, en el caso de las empresas de propiedad social y las instituciones oficiales, se trata de abrir espacios autogestionarios y de corresponsabilidad, en ámbitos organizacionales tradicionalmente imbuidos en una fuerte carga de autoritarismo y burocracia. Estamos hablando de un proceso de la mayor importancia, aunque no exento de complejidad, para la construcción de nuevas formas de existencia social.

El proceso de surgimiento y consolidación de consejos comunales y comunas, y el desarrollo de potencialidades revolucionarias en las empresas sociales requieren de la profundización del aprendizaje compartido en diversas instancias y niveles. Por ejemplo, los gobiernos municipales deben asumir una apertura hacia “arriba” (articulación con otras instancias gubernamentales y empresas sociales) y hacia “abajo” (articulación con las comunidades locales). Ello implica, por una parte, simplificar los procedimientos administrativos y agilizar la toma de decisiones, y por la otra, ampliar la capacidad de diálogo y de interacción con sus interlocutores.

En cuanto a las comunidades locales organizadas, base de los movimientos sociales, este proceso les mueve a abrirse al diálogo directo con tres tipos de actores sociales:
 Su propia gente (la comunidad en sí),
 Las otras comunidades (por ejemplo, en la creación de la red de consejos parroquiales y comunales), y
 Los gobiernos municipales, tradicionalmente alejados y casi autosuficientes.

En el caso de las instituciones oficiales, se plantea una apertura interpretativa de los grandes planes sociales y económicos de la nación, y un repensar con profundidad sus propios seres y sus fundamentos, sus modos de organización, con potencialidad transformadora. Ello representa, tanto para el gobierno municipal, regional y nacional, como para las comunidades específicas, y las empresas de producción y de propiedad social, la previsión y realización de acciones organizadas de mayor alcance y complejidad. Para emprender tales acciones, conviene desarrollar y perfeccionar a diario altos niveles de aprendizaje colectivo. Este aprendizaje no puede ser meramente espontáneo, aunque tampoco nada parecido a un programa de estudios formales. Requiere la concertación, así como la disposición actitudinal y las competencias de las personas involucradas en los distintos niveles.

Así, la conformación y el fortalecimiento de este tejido social revolucionario está relacionado con la generación de un sistema vivo de aprendizaje permanente, que involucre diversos actores: gobierno central, gobiernos municipales, regionales, y las comunidades locales.

Este sistema (alejado de atavismos burocráticos), ha de tener como horizonte el aprendizaje de la convivencia y la integración, mediante el ejercicio diario del diálogo, de la búsqueda de acuerdos, del perenne ensayo del consenso. Sólo dentro de esta intención del intercambio y el compartir, adviene el aprendizaje de la teoría/ práctica necesaria para llevar a cabo las acciones (elaboración de planes, constitución de las mesas técnicas, ejercicio participativo de presupuesto, entre muchas otras).

Se trataría, en fin, de un sistema abierto, sin jerarquías preestablecidas, que favorezca al máximo la comunicación entre los diversos actores (gobierno nacional, regional, municipal, local, así como de las respectivas comunidades), en una interacción permanente, y una constante sistematización (reflexión, análisis, conceptualización) de las experiencias desarrolladas. Una especie de atarraya, donde todos los puntos son importantes, pero lo más importante es el mantenimiento de la trama social total.

Los espacios desde donde se ha de tejer este sistema, así como la gestión del mismo, han de estar en manos de las propias comunidades y de los gobiernos locales y municipales, por una parte, y de los trabajadores de las instituciones oficiales, por la otra. Se trata de un aprendizaje desde la cotidianidad, y quienes deben desarrollarlo y administrarlo son los actores principales ya mencionados.

Estos actores, en medio de la diaria praxis de previsión y realización de acciones para el mejoramiento de la vida comunitaria, dedicarían momentos al análisis, la reflexión y el disfrute de lo que se hace, así como de la detección de los aprendizajes derivados, de modo de poder compartir esos conocimientos con otros miembros de la comunidad, y de otras comunidades. No está demás llevar registros, y pensar en publicaciones puntuales, por ejemplo: cómo dirigir una asamblea, o como ejecutar un presupuesto, o algo así como: viviendo y creciendo comunitariamente…

Sin embargo, aunque el aprendizaje relevante estará en manos de las comunidades organizadas y los gobiernos municipales, es posible contar con el respaldo de otros grupos de profesionales. Por ejemplo, pueden conformarse equipos de apoyo formativo, que favorezcan tipos específicos de aprendizaje, tales como los técnicos (cómo un diagnóstico comunitario, elaboración de presupuesto), y de apoyo a los práxico-actitudinales (llevar a cabo una negociación, tomar decisiones, etc.). Estos equipos de apoyo pudieran estar formados por universitarios, escuelas de gerencia social, y otras instancias pertinentes. Los recursos técnicos y financieros para llevar a cabo esto, requerirían de acuerdos interinstitucionales, y del aporte de las empresas de propiedad social.

La vida en las comunidades de aprendizaje
Los espacios de formación han de convertirse progresivamente en verdaderas comunidades de aprendizaje. Hablamos de seres humanos en relación cercana, capaces de reconocerse mutuamente y de compartir sentires, saberes y posibilidades. Mas, esto, lejos de distraer el sentido de la organización que comparten, ha de potenciar sus acciones y proyectos para cumplir los roles acordados y mejorar las condiciones de vida.

Sin embargo, las comunidades de aprendizaje no deben estar subordinadas a otros espacios organizacionales. Es decir, no son simples medios para el logro de los fines de la organización, sino un ámbito con perfil propio. Y, al mismo tiempo, tiene que vincularse con la vida entera de esa organización, sin sustraerse de ella.

Estas comunidades de aprendizaje serán siempre un ensayo en sí mismas, es decir, una creación permanente desde los intereses y los requerimientos vitales de sus integrantes. Algo con vida propia, con el ritmo y el estilo que las personas le vayan imprimiendo. Pueden asumir acciones como las siguientes:

 Intentar crear las reglas de juego entre todos, por consenso. Ello hará que cada quien se concentre en el grupo, y no sólo en sí mismo, y ejerciten el ponerse de acuerdo. Estas reglas tienen que pautar las vivencias compartidas del colectivo, en cuanto a tiempo, espacio, responsabilidades personales y compartidas, etc.

 Realizar acciones permanentes para fomentar la participación activa y relevante de todos los integrantes, de cara a la creación colectiva de un clima de libertad, respeto, tolerancia, solidaridad, compromiso. No se trata de imponer valores más bien abstractos, incoloros, sino de vivirlos en el transcurrir cotidiano.

 Sumergirse en un ambiente agradable, de trato respetuoso y sentida amabilidad, pero al mismo tiempo abrir cauce para la problematización constante, la crítica sistemática del mundo y la autocrítica constructiva. Ese mundo incluye sistemas complejos de vínculos personales, familiares, grupales, locales, nacionales, regionales y hasta mundiales. Más, esos sistemas no constituyen formas abstractas, ajenas, sino que están contenidos en las redes multidimensionales de relaciones que transitan nuestra vida cotidiana. Así, problematizar y cuestionar el mundo es también hurgar y transformar nuestra vida cotidiana.

 Asumir experiencias integrales e integradas con otras, de cara a la generación y desarrollo de proyectos de vida/ aprendizajes. Estos proyectos a la par que permiten el crecimiento y desarrollo interno de los seres humanos, se orientan a procesos de liberación plena, crecimiento personal y transformación progresiva de la sociedad.

 Codificar y sistematizar tales proyectos, convirtiéndoles en aprendizajes compartidos, relevantes, comunicables a personas de la misma comunidad, o de otras comunidades, por medio de informes, esquemas, gráficos, etc.

[Capítulo siete del libro Movimientos sociales en Venezuela, una propuesta transformadora, de mi autoría, publicado por la editorial venezolana El Perro y la Rana en 2012]

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¿Nuevas cartografías educacionales?

En la búsqueda de repensar la educación, para dar cuenta de las complejas inminencias actuales, requerimos de nuevas cartografías educacionales. Nos conviene –creemos-  tanto inventar nuevas miradas que apunten hacia territorios inéditos, vivibles, profundizando el sentido de lo humano, como reapropiarnos de toda la herencia de experiencias exitosas, teorías fructíferas, esquemas videntes, métodos efectivos de los mundos de la educación.

¿Cómo hemos de mirar la educación y lo educativo, desde la mayor criticidad posible, sin desdeñar sus historias y aportes milenarios? ¿Cómo hemos de reinventar la educación para reinventar también la sociedad, superando las trampas de las miradas reduccionistas, sesgadas, monointeresadas? ¿Es posible dar cuenta de infinitas experiencias de específicos resultados, sin falsearlas, sin encasillarlas, y al mismo tiempo avanzar en la generación y enriquecimiento de interpretaciones más sistemáticas, más teóricas? ¿Dónde hemos de situarnos para readmirar procesos de formación-investigación-interacción-proyección que florecen en todos los espacios sociales, de modo pancrónico, con la participación imbricada de la totalidad humana? ¿Mirar desde un proyecto político; un ángulo epistémico; una teoría fortalecida…?

Así, la urdimbre educacional, en toda su extensión y complejidad, parece siempre trascendernos, eludirnos, desencontrarnos. Por ello, parece urgente la tarea de generar continuamente cartografías, tal vez sin quedarnos demasiado en alguna de ellas. Más, lo anterior no implica que desdeñemos nuestros valores y horizontes como seres humanos concretos, con despliegues procesuales y proyectos que nos comprometen. En tal sentido, nuestras cartografías, lejos de ser un cúmulo de ópticas desechables,  vienen a ser miradas que nos van constituyendo, enfoques plenos de nuestras búsquedas y esquemas valorativos, pero también en apertura creciente, susceptibles de mutaciones inesperadas.

un-nuevo-mundo-una-nueva-educacionnueva educacion

Tal vez nuestras cartografías (¿o sólo se trata de una cartografía en evolución constante?) pueda aprehenderse en la medida que vayamos clarificando qué intentamos desmontar o deconstruir, y qué pretendemos afirmar, validar. Por ejemplo, nos inscribimos en aquellos grupos humanos que suponemos la necesidad de ir desmontando progresivamente las estructuras fundantes de una sociedad en crisis, que intensifican diariamente situaciones globales de injusticia, inequidad y asimetrías. Y pensamos que asistimos y participamos en una búsqueda compartida de fundamentos para repensar y reasumir la vida y la condición social, invocando las cualidades de la sociedad que pretendemos crear, viviendo de manera compartida la justicia y la equidad, reorganizando el saber social desde la democracia cognitiva, generando condiciones de solidaridad y búsqueda compartida.

Lo anterior nos lleva a replantearnos críticamente las concepciones dominantes de lo educativo, entendiendo que lo educativo ocurre en todos los lugares de modo permanente, siendo las instituciones educacionales (escuela, liceo, universidad) sólo parte de esa totalidad. Necesitamos desmontar la visión dominante que atiende una mirada sesgada de lo social definiéndonos como individuos llamados a competir de modo permanente entre sí; del saber entendido como un método único, de supuesta validez universal, para mirar e intervenir la realidad; del aprendizaje como una mera adquisición de ciertas competencias aplicables en ámbitos delimitados, sin cuestionar los fundamentos societales; en fin, desmontar esa visión educativa que se despliega en procesos lineales, fragmentarios, competitivos, inmersos en un materialismo ramplón…

Requerimos, pues, apuntar hacia la pluralización de sistemas permanentes de aprendizaje (autopoiéticos), horizontales, reticulares, de control compartido, que florezcan en todos los espacios sociales posible (incluyendo los del sistema escolar), capaces de reinventarse a si mismo constantemente. Nos urge crear modos de generar aprendizajes y conocimientos desde la vida y para la vida, desde el diálogo y la construcción colectiva, desde lo transdisciplinario y lo transmetodológico.

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