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Corral: candil de la calle, opacidad en el aula

Por: Manuel Gil Antón

El gobernador de Chihuahua ha aparecido como el paladín de la democracia, la lucha contra el centralismo y el abuso del poder de la Federación sobre los estados. Los medios de comunicación “nacionales” dieron cuenta de la caravana en favor de la dignidad, las negociaciones con Gobernación y el rescate de la soberanía estatal. ¿Y qué queda? La imagen de un gobernante que lucha por su pueblo y da ejemplo de valentía. Un prócer. ¿Es verdad?

Así como no hay familia, por feliz que parezca, que aguante un close up, tampoco hay gobierno local que, con base en un diferendo con los gerentes generales del país, que lo hace parecer como libertario, esté exento del análisis crítico a sus políticas internas, tan semejantes. En la segunda quincena de febrero, sin que fuera un tema que mereciera la atención de los diarios y telediarios “nacionales”, inicia un movimiento en la Universidad Pedagógica del estado de Chihuahua (UPNCH).

Estudiantes y profesores se inconforman y deciden actuar: además del paro de labores, un par de profesores inician, con 24 horas de diferencia, sendas huelgas de hambre que duran casi una semana. ¿Por qué se movilizan y cuál es la inconformidad de nuestros colegas de Chihuahua? El muy democrático gobernador, para los reflectores, es profundamente autoritario en su entidad y, en concreto, con la UPNCH que, desde hace años, ya no depende de la sede central de esta universidad en la Ciudad de México. Por increíble que parezca, entre las funciones que tiene el gobernador es la de nombrar a quien ocupe la Rectoría.

De este modo, la Universidad es vista por el poder local como una dependencia del gobierno, en la que quien manda pone a un aliado. Nombra como rectora a una incondicional de su partido que es, además, propietaria de una institución de educación privada. Menuda incoherencia: como así está establecido y es facultad del ocupante del Ejecutivo local tal nombramiento, impone su conveniencia sin pensar en la universidad. ¿Y el parecer de los académicos o de los estudiantes? No importa. Justo lo que le ofende del Ejecutivo nacional —la altanería y discrecionalidad en la distribución de los recursos, la falta de rendición de cuentas— no tiene empacho en llevar a cabo en “su” entidad.

Aunque la ley así lo diga, ¿no sería propio de un demócrata en serio realizar una consulta y reconocer el valor de la palabra de los estudiantes y el claustro académico de esta institución? Para nada: hágase la justicia, pero en los bueyes de mi compadre.

Está en proceso la discusión de una nueva Ley Orgánica para esta institución. En el proyecto, se elimina el Consejo en que participaban, no de manera preponderante, pero al menos de alguna forma, representantes de la comunidad. De aprobarse, no sólo el gobernador nombrará a su gusto e intereses a quien cubra el cargo de rectoría, sino que la autoridad institucional, como correa de transmisión de la estatal, podrá hacer y deshacer a su gusto y capricho sobre una comunidad académica que tiene ideas, propuestas y derecho a ser parte de los procesos de gobierno y diseño de sus formas de gestión y debate.

¿Dos académicos “inapetentes”? ¿A quién le importa? ¿Quién se va a enterar? Aprovechando la triste noción de que lo que es nacional es lo que sucede en la Ciudad de México, o lo que los medios chilangos consideran que es del interés de todos, Corral y otros gobernadores son señores feudales en sus comarcas y contradicen, con su actuar, lo que exigen al gobierno central. Es un ejemplo de miles de procesos de los que no nos enteramos quienes vivimos en “el centro” de la República. Falso: el eje del país está en la lucha de los colegas de la UPNCH, en la pelea por el agua en Mexicali, y en cualquier sitio en que un grupo de conciudadanos exija “que la dignidad se haga costumbre”.

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Corral: candil de la calle, opacidad en el aula

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El vocho rojo de la SEP

Por: Manuel Gil Antón

El dueño de un descascarado y tosigoso Volkswagen rojo, cansado de su lentitud e incesantes fallas que lo dejaban tirado un día sí y otro también, decidió llevarlo al taller. El maestro Milo revisó el auto y le dijo: su carro está muy mal, y empeorando. Para que funcione bien se necesita reparar el motor, y en una de esas hasta cambiarlo. Hay problemas con la marcha, se requiere una reparación mayor de los frenos, las velocidades se atoran porque el clutch no tiene ni remiendo ni remedio.

La suspensión está destrozada y se puede mirar el aire de las llantas por lo lisas que están. De veras, le explicó a don Eusebio, si no se corrigen al menos estas cosas que le digo (por no hablar de la pintura, los focos fundidos, el chicote del acelerador y las vestiduras rasgadas) su coche va a reventar. ¿Y cómo en cuánto sale? Al decirle el precio aproximado de piezas y mano de obra, y el tiempo que llevaría, exclamó alarmado: ni hablar, no me alcanza; tengo otras cosas más importantes en qué gastar y no puedo quedarme tantos días a pie. ¿No habría de otra? Pues sí, dijo Milo, ya otros clientes me lo han pedido y sale muy barato. La cosa es ajustar el velocímetro. ¿Cómo? Mire: tengo un amigo que sabe imitar los números y donde marca 60, le pone 80; y donde estaba el 80, le aplica el 100, y así… Le damos una pulida, pintamos de negro las llantas para que de lado se vean como nuevas, y ponemos un pequeño ventilador el ladito del volante. ¿Para qué? Cuando llegue a 60 por hora, como va a marcar 80, prende el aparatito y el viento en la cara le va a dar una sensación muy cercana a la de ir rapidísimo. Se lo tendría listo mañana. Órale: trato hecho. Hacer de cuenta que las cosas cambian, y mejoran, sin entrar a fondo a resolver los entuertos, es costumbre de los malos gobiernos. Justo es eso lo que propuso el secretario de Educación Pública a finales de enero.

Sin pudor, en la reunión del Consejo Nacional de Autoridades Educativas, anunció que la SEP aplicará, de inmediato, una estrategia “de capacitación” para preparar a los alumnos de 15 años a los que se aplicará el test de la OCDE. Se trata, explicó, de un instrumento que tiene como objetivo que los alumnos tengan el mejor desempeño posible en ese examen internacional. Sus palabras: “se trata de una estrategia muy rápida, focalizada y efectiva de preparación para la próxima presentación de la prueba PISA, que deberá ocurrir en los primeros días de abril. Hemos diseñado una estrategia que tiene dos componentes: uno de entrenamiento y capacitación, pero otro también de motivación”. No se trata, como en el caso del automóvil, de realizar un cambio a fondo de los procesos de aprendizaje. Eso es muy complicado, lleva tiempo e implica contar con un horizonte educativo que vaya mucho más allá del resultado en el examen.

Es demasiado pedir a los gerentes de la administración educativa este sexenio. Urge, para fines políticos, que México salga mejor en ese examen, como prueba fehaciente de las maravillas de la reforma educativa, y la necesidad de su continuidad sin revisión alguna. Es necesario incrementar los puntajes del velocímetro educativo a como dé lugar y de volada. ¿Cómo? Entrenando a los sustentantes para pasar la prueba, sin modificar lo que ocurre en las aula.

No es lo mismo evaluar lo que se aprende, en nuestro sistema, que “aprender” lo que se va a evaluar. Si prospera esta lógica de orientar los procesos educativos a la resolución de exámenes, el currículo se reducirá a conseguir lo necesario para lograr mayores puntajes, calificaciones, y no el aprendizaje que vale la pena. ¿Aprender a aprender cómo se responde un examen? Se impone, al parecer, no cambiar, sino hacer de cuenta. La SEP va, con el ventilador a todo lo que da, en el vocho rojo “reformado”, de bajada al despeñadero. Sin freno.

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El vocho rojo de la SEP

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No es verdad, señor secretario

Por: Manuel Gil Antón

Citando a Bismarck: “Nunca se miente tanto como antes de las elecciones”, el secretario de Educación Pública, Otto Granados, escribió en El País, el 19 de enero, un artículo alertando sobre el riesgo que significa revertir la reforma educativa. Y tiene razón. Hay un amplio mercado de enunciados falsos que descansan en uno de los peores vicios en los debates sobre lo importante en el país: la simplificación que conduce al maniqueísmo. Al blanco o negro.

Las campañas electorales (la primera mentira es que sean precampañas, pues no anteceden a nada que no será lo mismo que ahora) son espacios fértiles para timar a quien se deje, en aras de obtener votos. Las falacias no surgen por generación espontánea. Sus cimientos descansan en lo que, con paciencia, se ha sembrado a lo largo de los años.

Es preciso desmontar su apariencia de nítida verdad. 1) No es cierto que todos quienes critican a la reforma educativa actual lo hagan porque anhelan el retorno al pasado, a ese tiempo en que —arma el oficialismo— se heredaban o vendían las plazas, cuando la lealtad sindical era el único camino para conseguir trabajo y ascensos, y existía un páramo pedagógico gris: la pura memoria. La crítica a la reforma deriva, en muchos casos, de la urgencia de una transformación educativa a fondo, de lo que la que así se llama en nuestros días está muy lejos siquiera de imaginar: hay desacuerdo con lo que se ha propuesto y llevado a cabo, porque no conduce, señalan, a la ampliación de los espacios para incrementar el aprendizaje.

Esos cuestionamientos discrepan de lo hecho, no porque consideren que no se precisa, y urge, la transformación de la experiencia educativa actual, sino a causa del análisis, fundado, de concepciones erróneas y procesos desacertados.

2) Se miente al decir que los críticos, así, en general y sin matiz, rechazan la evaluación pues están en contra de la valoración del qué hacer del magisterio. No: lo que ocurre, argumentan los escépticos, es que la evaluación es muy importante, pero no como mecanismo laboral de control, desconectada de la práctica cotidiana. Objetan el uso de la evaluación, el preponderante lugar que se le otorgó como n, siendo un medio, y reclaman otro modo de ubicarla en un proceso de cambio.

3) Se embauca a la audiencia si se arma que quienes objetan la calidad de la evaluación son emisarios del pasado. Al contrario: consta que muchos buscan el futuro, y proponen modalidades en que la cofinabilidad y validez de los procesos de ponderación de la labor docente sea real. Hoy, tal como se hace, en los tiempos y cantidades que la reglamentación estipula, no lo es. Carece de idoneidad para calificar y clasificar a los no-idóneos y es insatisfactoria para determinar a los destacados. Es un termómetro con que se pretende medir la presión de las llantas de un camión.

4)No se vale armar, es una estafa, que los que piensan distinto a los reformistas de hoy, y consideran indispensable repensar a fondo lo hecho dados los daños generados en las comunidades educativas, comentan “un abuso inmoral y grosero en contra de los niños de México”.

Hay mucha soberbia si lo que alguien considera correcto se postula como la única ruta al progreso del país. Generar las condiciones para que el cambio de gobierno permita una revisión a fondo de una reforma que se concibe, por sus autores, impecable, es necesario. Reformar la reforma, con todo lo que implique, no es estar en contra de la educación. Es armar a la crítica como a herramienta democrática. La mentira abunda: el artículo del secretario lo advierte y, qué paradoja: no advierte que su escrito es un ejemplo claro de lo que denuncia.

Sin citar a nadie, se puede decir que: “nunca se miente tanto como cuando se busca conservar el poder, y sus canonjías, a toda costa”.

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No es verdad, señor secretario

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¿Enseñaderos o escuelas?

Por: Manuel Gil Antón

¿Qué se requiere para transformar la experiencia educativa en el país, y no sólo aparentar que se ha hecho? Si lo que se busca es que, al asistir a la escuela, se acceda no sólo a un pupitre sino a la posibilidad de aprender, es preciso contar con algunas ideas claras de lo que ese proceso lleva consigo. Son condición de posibilidad de una reforma educativa que merezca ese nombre. Una, crucial, es la noción que se tenga del lugar al que, cada día, llegan millones de niños en el país.

No es lo mismo si las autoridades conciben a ese sitio social como un enseñadero, de forma análoga a un establo en que abreva y se vierte alimento al ganado (expresión que retomo de Manuel Gómez Morín), a que comprendan el significado, y la relevancia, de la institución a la que llamamos escuela y lo que en ella ocurre. Ninguna autoridad educativa —en su sano juicio— propondrá en el discurso que entiende al sistema educativo como un conjunto de corrales en que se agrupa a la población, en edad escolar, para “darle” conocimientos cual forraje a un hato de vacas.

Pero sus programas pueden estar fincados en esa imagen y actuar en consecuencia. ¿Cómo dilucidar si, tras las cuidadosas palabras de sus arengas y bellas imágenes de la propaganda oficial, subyace la idea de enseñaderos y no la de escuelas?

Hay tres pistas a considerar: el modo en que entienden y valoran el trabajo docente, el proceso formativo que requiere y los linderos en que ocurre: es decir, el complejo rol del profesor o la maestra en el vínculo con los alumnos para suscitar el aprendizaje, el lugar en que ese saber experto se adquiere, y donde se pone en práctica.

La docencia como actividad profesional es tan complicada, o más que la de un controlador de vuelos. Ordenar las coordenadas, distancias, alturas y ritmos en que han de esperar para ascender o aterrizar los aviones, y comunicarlo con claridad, es muy importante: va en ello la vida de muchos; del mismo modo, saber ubicar las condiciones formativas y emocionales, variables sin duda, de cada uno de los integrantes de un grupo de 35 alumnos, para que, en esa diversidad, cada uno esté expuesto del mejor modo a la posibilidad de aprender es crítico, difícil e imprescindible: va en ello el desarrollo del talento del país. Apreciar así la labor docente conduce a un profundo respeto, e interés, por el saber, tan peculiar y no, que se cultiva en instituciones especializadas de educación superior en que se forma a una profesora o maestro: las Escuelas Normales, para que luego se ejerza al coordinar un haz de relaciones que se enlazan en el circuito de una escuela y más allá.

Por ello, una reforma educativa que tenga sentido finca su rumbo en el reconocimiento del trabajo docente, las instituciones donde se aprende a serlo y los lugares en que se lleva a cabo. Y, en sentido contrario, si se dice que está en curso una reforma educativa que no aprecia el valor de la docencia, pues se arma que “cualquiera puede enseñar” y desconoce la importancia de las Normales, nos hallamos frente a la concepción de enseñadores que, luego de estudiar algo y pasar un examen que no permite valorar, de manera confiable y válida, lo que se sabe hacer en las aulas, irán, llenos de blasones y reconocimientos huecos (idóneos, satisfactorios o destacados) a los enseñaderos con el fin de adiestrar a los niños a responder, a su vez, exámenes de opción múltiple, y a aprender a aprender cómo se resuelven evaluaciones vacías de densidad cognitiva, propias de un espacio social, laboral y político que requiere sometimiento y repele la iniciativa y la crítica.

Sin atender estos temas, como principios y al principio, no se avanza.La reforma educativa en México, entonces, está pendiente y urge. Lo que, con ese nombre, pende de un mecate deshilachado, es un espejismo.

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¿Enseñaderos o escuelas?

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La sabiduría de un profesor

por: Manuel Gil Antón

Terminemos el año en un salón de clases. Es una escuela pública en una población marginada. Sin perturbar lo que acontece, podemos acercarnos — gracias a la investigación de Amira Dávalos— a la maravilla del aprendizaje, al ocio de un docente que aprende, cada día, de su trabajo y se arriesga dejar la posición del que todo sabe para que el conocimiento surja.

Y comprender la aberración que significa lo que dicen las autoridades: “cualquiera (que pase el examen) puede enseñar”. Son muchachos de cuarto año, y la dinámica que ha propiciado el maestro es “la escritura autónoma y colectiva de carteles publicitarios para la venta de productos en la comunidad. La redacción fue responsabilidad de los niños”. A partir de un intenso debate, se pusieron de acuerdo en “qué decir”. Luego, en “cómo decirlo”. Esto es, “seleccionar con cuidado las palabras que comunicaban las ideas”.

El resultado es este cartel que ahora copio de la imagen que Amira incluyó en su trabajo: PINTURAS MAGICAS. TUS PINTURAS QUE AS DECIADO EN TU VIDA RESIVE UNA BOLSA DONDE PODRAS ECHAR TUS PINTURAS COMO LABIALES, ENCHINADOR, RIMEL, MAQUILLAGE Y ETC Y SI COMPRA DE UNA REGALAMOS UNA GRATIS Y SERAS LA MA HERMOSA COMO LO QUE HAS DECEADO Y SERAS LO QUE TE ARA SONREIR. SOLO EN TIENDAS DE ACCECIOROS. Lo que sigue es genial: “el docente vio los errores ortográficos, pero en lugar de corregirlos o mandar al diccionario” los felicitó por las ideas que habían acordado y propuso revisar el cartel la siguiente clase.

“Al siguiente día, los niños entusiasmados emprendieron la revisión colectiva. Discutieron las escrituras y las validaron según aparecían escritas en otros textos (incluido el diccionario). Produjeron una nueva versión del cartel: PINTURAS MÁGICAS. LAS PINTURAS QUE SIEMPRE HAZ DESEADO EN TU VIDA. SON ÚNICAS Y ORIGINALES. INCLUYE: LABIAL, MAQUILLAJE, ENCHINADOR, RIMEL, LAPIZ DE MAQUILLAJE Y BRILLOS, QUE TE HARAN DESLUMBRAR. AL COMPRAR ESTOS ACCESORIOS TE OBSEQUIAMOS UNA BOLSA. COMPRA YA.

“Esta segunda versión, comenta la investigadora, no solo integró las reflexiones ortográficas, sino también las reflexiones sobre la distribución gráfica del texto y el uso de puntuación. Se trata de un caso alentador de producción textual con sentido comunicativo y social legítimos.

Fue una fortuna encontrar a un docente que se animara a ‘perder el control’ y devolviera la responsabilidad del aprendizaje a sus alumnos.

Este docente ayuda mostrar la importancia de la interacción entre pares (se privilegia la interacción maestro-alumno) acerca de lo que se lee y escribe para favorecer la conceptualización de los procesos involucrados en el quehacer del lector y escritor. Este valor no estaba previsto por el docente, pero ciertamente su valentía para proponer otras prácticas de escritura ayudó a que sus alumnos reconocieran que la elaboración de un texto requiere varios momentos (planeación, redacción, revisión, corrección). Aunque no quede perfecto.

Cualquiera pensaría que era obligación del profesor mostrar las faltas de ortografía de inmediato. Con la intuición que el ocio otorga, supo que era importante respetar lo conseguido por los alumnos, darle su lugar y, al día siguiente, sin que mermara su contento, aprovechar los errores ortográficos para que averiguaran si estaba bien escrito, expresado, ordenado lo que querían decir. ¿Qué examen puede medir esta destreza, la belleza del cuidado para no confundir forma con fondo, y aprovechar la forma para aprender, de cada error, algo valioso?

Ninguno. En la evaluación, impuesta al magisterio, este colega resultó insatisfactorio. Nada más falso: la que no es idónea es la evaluación, y la concepción de la docencia que subyace a los reformadores que ignoran tanto, aunque creen saberlo todo.

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La sabiduría de un profesor

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La educación atropellada.

Por: Manuel Gil Antón.

De nuevo, y desde las más altas esferas del gobierno, se subordina la educación a las necesidades políticas de corto plazo. Desfachatez. Quien se dijo, innumerables veces, comprometido con la madre de todas las reformas, la educativa; se retrató cuantas veces pudo en las escuelas a las que, previo aviso, asistió; el que presumió haber construido un nuevo modelo para el siglo XXI y recuperado, para el Estado, la rectoría de la educación, Aurelio Nuño Mayer, en cuanto recibió la orden de dejar la titularidad de la Secretaría de Educación, para encargarse de coordinar la campaña política de Mead a la presidencia de la república por el PRI, no lo dudó ni un instante. Para cumplir la liturgia, “presentó su renuncia”, y quien decidió el cambio, al darlo a conocer, se atrevió a decir que la había aceptado. Cínicos: ya ni la burla perdonan.
Lo que queda claro es que, al mandar al secretario a organizar la campaña del abanderado del oficialismo, no ha recuperado el gobierno actual, en efecto, la rectoría del sistema educativo, sino a un operador electoral probado: es decir, un experto que, orientado por el interés de conservar el poder a toda costa, sabe negociar, vender y comprar, obtener recursos opacos, pactar con quien sea, y lo que sea, con el fin de no perder la rectoría que realmente les importa: la que ejerce el grupo al que pertenece en la secretaría de la corrupción y la impunidad.
¿Algún elemento que anticipe lo que viene? Ofrezco una conjetura: horas después del anuncio de la alianza del Partido Nueva Alianza (PANAL) con el PRI – al cuarto para las doce, por cierto – se destraban los impedimentos legales y la maestra Gordillo obtiene, por fin, el beneficio de la prisión domiciliaria que se le había negado sistemáticamente. Digo conjetura porque el antecedente y el consecuente de los eventos no es, siempre ni necesariamente, causalidad. Pero, a su vez, la relación entre la alianza electoral (que ocurre antes) y las gestiones de la PGR para que la profesora siga el proceso legal desde su casa (posteriores, casi inmediatas) no parece ser resultado de la casualidad. Cuesta trabajo creerlo.

Luego de la ceremonia en Los Pinos, en que el presidente le agradece todo lo que lo ha apoyado y nombra a quien lo va a sustituir, el ya ex secretario se desplaza a la SEP para informar, a sus colaboradores, una gran noticia: Albricias: “he recibido la honrosa invitación del precandidato Meade para que coordine su campaña”. Aplausos a granel.
Recuerdo la respuesta de Emilio Chuayffet cuando, al inicio del sexenio, se le preguntó si la consulta sobre la reforma que organizó iba en serio, si sería real o pura apariencia. Con su clásico estilo, citando a alguien, respondió: “¿Sabe usted por qué la gente no cree en lo que dicen los políticos? Porque los políticos no creen en lo que dicen”.
Cuando se le inquiría al ahora operario electoral del PRI si aspiraba a la candidatura presidencial, su respuesta era que estaba ocupado, de tiempo completo, con la reforma educativa, porque no había mayor servicio, ni beneficio para México, que hacer que se concretara y surgiera el nuevo ciudadano, el del siglo XXI. Eso dijo. Y con sus actos recientes ha mostrado que su palabra no tiene valor: no le tocó ser lo que, quizás, anhelaba, pero contribuir al triunfo del partido que les garantiza protección – impunidad – a sus jefes, padrinos y aliados, corruptos a más no poder, lo considera un honor. ¿Por qué? Porque estos servicios se pagan, y se pagan bien en el futuro.
Sin vergüenza, sin que adviertan lo contradictorio de su proceder, ajenos a la incoherencia entre sus palabras y lo que hacen, se marchan, orondos, a lo que sigue, sea lo que sea. Están ocupados en las próximas elecciones, no en las próximas generaciones. Es lo que importa y les urge. ¿Más claro? Imposible.

Fuente: https://www.debate.com.mx/opinion/La-educacion-atropellada-20171216-0298.html

Imagen: http://www.elpoderdelapalabra.com.mx/wp-content/uploads/2017/10/Escuela-1747085.jpg

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El lápiz torcido y la evaluación docente

Por: Manuel Gil Antón

El lápiz, dentro de un vaso de agua, se tuerce. Al sacarlo, se endereza; en el agua se enchueca o parece partido. ¿Varía o es nuestra mirada la que registra un cambio cuando se sumerge en el agua del vaso?

Dicen los que saben que estamos frente a la refracción de la luz, en el cambio de dirección que toman los rayos luminosos al pasar de un medio gaseoso al líquido. Al meter el lápiz al vaso, parece que se dobla o corta porque se desvían los rayos al modificar su velocidad si pasan del aire, que tiene menos partículas, al agua donde hay muchas más. Es un efecto óptico, sí, derivado del cambio en el ambiente en que está el objeto observado. Mirar, siempre, es resultado de la relación entre nuestros ojos, el asunto que vemos, y el ambiente en que se ubica. Lo mismo ocurre con la evaluación del desempeño docente. Depende del medio en que se realiza. En el espacio artificial del examen, con menos factores en juego, el resultado es uno; cuando se observa la práctica en el aula, repleta de elementos que ningún examen puede tomar en cuenta ni medir, es otro.

Hay evidencia empírica al respecto: en el XIV Congreso de Investigación Educativa, cuatro investigadores, del más alto nivel (Weiss, Dávalos, Civera y Block) expusieron los resultados de un estudio, encargado por el INEE, en que compararon la calificación obtenida por un grupo de profesores en el examen que aplica la SEP, con el desempeño docente desde la perspectiva de la práctica. Cotejaron, con base en una muestra intencional que contenía a maestros ubicados en distintas condiciones de contexto escolar, la clasificación oficial que obtuvieron con la observación y registro de lo que ocurre en el salón, a lo largo de varios días o sesiones (en el caso de secundarias), y entrevistas a profundidad.

Se trató de contrastar la mirada desde el examen, con menos factores, con la observación en el complejo medio del ejercicio docente. Exploraron la enseñanza del español, de las matemáticas y las condiciones para el trabajo docente. En la mayoría de los casos, hallaron discrepancia entre el juicio del examen y lo que se advierte en su análisis detenido: insatisfactorios que no lo son, destacados que fallan en su qué hacer cotidiano. Arman que “la habilidad para contestar bien la evaluación escrita no va necesariamente de la mano con una buena práctica de enseñanza y viceversa. Hay maestros que manejan el discurso (de la evaluación), mas no saben cómo traducirla actividades pertinentes”. Con ello, pueden conjeturar con fundamento, que “la calidad de la educación no mejorará sólo y primordialmente mediante la evaluación del desempeño docente y mejoras en ella”. Se requiere incrementar “la pertinencia de la formación inicial y continua de los docentes, de los planes y programas de estudio, los libros de texto, la gestión del sistema educativo y de las escuelas, y en la remuneración de los docentes”.

En ningún caso consideran que los profesores observados sean perfectos: todos tienen aspectos que mejorar. Lo que señalan es que el tipo de evaluación, y los resultados que califican y otorgan grados de prestigio y diferencias de ingresos, son dudosos frente a una mirada concepción social de los docentes, que afecta las relaciones con sus colegas y la comunidad escolar. El sistema de evaluación no es confiable ni valido.

¿No es suficiente este hallazgo para detener el estropicio, cuestionar la reforma y actuar en consecuencia? Está en juego persistir en el error, derivado de la confianza en procederes insensibles a los hechos, o la indispensable suspensión de examinaciones fallidas. Contra los hechos, se desmoronan los argumentos. No “cualquiera puede enseñar”. No.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/el-lapiz-torcido-y-la-evaluacion-docente/

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