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Las escuelas sin paredes

Las escuelas sin paredes

Manuel Gil Antón

¿Quién lo iba a decir? En estos días, sin poder ir a las escuelas, nos ha sido dado entrar a conocerlas. Hoy, cuando están cerradas, vaya paradoja, han quedado abiertas a la mirada de millones. Ingresamos al sitio secreto, ese espacio que al cerrar la puerta es caja negra, territorio incógnito, lugar sin ventanas donde rige, manda y ordena una persona. Ella, en el rol que ocupa la silla del saber, dice lo que hay que hacer y dicta el deber. El aula tradicional perdió los tabiques o el adobe que impiden asomarnos. Amaneció traslúcida. ¿Vemos lo que pasa adentro, el misterio se revela?

Ocurre sin querer. Los actores principales de conducir el proceso escolar están a la vista. A través de su voz, movimientos y acciones paridas por instrucciones superiores, muestran, a las claras, lo que la autoridad educativa concibe como lo que ha de ser una clase: pantomima.

El programa Aprende en Casa II, al no poder (ni tratar de evitar) la estructura de “la clase”, sino recargarse en ella (enseñar un tema específico de equis materia, de tal hora a tal hora para cada uno de los grados en todo el país) hace visible lo que, se supone, acontece por parte de quienes somos maestras o maestros todos los días en millones de espacios escolares. Según ellos, los meros jefes, nos retrata de cuerpo entero.

Desde este punto de vista, no son vehículo de información que llega, sino espejo en que nos reflejan, como creen que somos y hemos de ser, los que mandan. Es representación de lo cotidiano que imaginan para las y los niños, con el único cambio que no se puede preguntarle a la tele ni tiene botón de pausa: ¿no entendiste? ¿No te dio tiempo de hallar en tu casa una caja de cartón? ¿Buscaste una goma de borrar y al regresar ya estaban en otro tema? Lástima.

Estos días, enciendo el espejo (perdón, la tele) y veo, filmado, lo que “ocurre” cada día en miles de salones de los primeros grados de primaria, según los expertos hacedores de la farsa: una señora, o dos; a veces un señor y una señora hacen las veces de maestros. Saludan con afecto afectado por lo cursi a las niñas y los niños que suponen están atentos a sus palabras y gestos más allá de las cámaras. Siempre me ha dado coraje que a las criaturas pequeñas les hablen como si fuesen tontos, con un tonito que, en sí mismo, los coloca en la galería de los infelices inferiores infantes carentes de voz. Me imagino a la niña pensado: ¿por qué me hablará como tarada la maestra de la tele de tercero? Chorrean miel y falso aprecio: les abunda la soberbia, la superioridad del adulto que condesciende a hablar con animalitos del señor.

Lo peor es cuando se hacen los graciosos: aprendices malos de payasos de fiesta infantil, creen que impostar la voz y dar saltitos de alegría mientras dicen que aprendieron mucho es educativo. No se dan cuenta que es ridículo, sí, penoso a secas. Hablar claro no es lo mismo que fingir que la comunicación tiene que ser lenta y la voz lo más aguda posible, so pena que no me entiendan quienes ignoran todo.

“Pongan atención. Hay dos características de los sonidos: tono y duración. TO-NO. Hay dos tipos de tono: GRA-VE y A-GU-DO, escribe el maestro en el pizarrón, aunque la lección sea para quienes no saben aún leer. Y el del suéter verde brinca de emoción más falsa que un sábado que se cree martes. ¡YU-PI! Ya aprendí”.

Circo pedagógico, espejo de la idea dominante de enseñanza, forma segura de no aprender. Espejo de la idea educativa de los que no han pisado un salón. O, ¿así es? Sería terrible.

Autor: Manuel Gil Antón

Fuente de la Información: http://www.educacionfutura.org/las-escuelas-sin-paredes/

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La escuela sin paredes

Por: Manuel Gil Antón

 

El aula tradicional perdió los tabiques o el adobe que impiden asomarnos. Amaneció traslúcida. ¿Vemos lo que pasa adentro, el misterio se revela?

 

¿Quién lo iba a decir? En estos días, sin poder ir a las escuelas, nos ha sido dado entrar a conocerlas. Hoy, cuando están cerradas, vaya paradoja, han quedado abiertas a la mirada de millones. Ingresamos al sitio secreto, ese espacio que al cerrar la puerta es caja negra, territorio incógnito, lugar sin ventanas donde rige, manda y ordena una persona. Ella, en el rol que ocupa la silla del saber, dice lo que hay que hacer y dicta el deber. El aula tradicional perdió los tabiques o el adobe que impiden asomarnos. Amaneció traslúcida. ¿Vemos lo que pasa adentro, el misterio se revela?

Ocurre sin querer. Los actores principales de conducir el proceso escolar están a la vista. A través de su voz, movimientos y acciones paridas por instrucciones superiores, muestran, a las claras, lo que la autoridad educativa concibe como lo que ha de ser una clase: pantomima.

El programa Aprende en Casa II, al no poder (ni tratar de evitar) la estructura de “la clase”, sino recargarse en ella (enseñar un tema específico de equis materia, de tal hora a tal hora para cada uno de los grados en todo el país) hace visible lo que, se supone, acontece por parte de quienes somos maestras o maestros todos los días en millones de espacios escolares. Según ellos, los meros jefes, nos retrata de cuerpo entero.

Desde este punto de vista, no son vehículo de información que llega, sino espejo en que nos reflejan, como creen que somos y hemos de ser, los que mandan. Es representación de lo cotidiano que imaginan para las y los niños, con el único cambio que no se puede preguntarle a la tele ni tiene botón de pausa: ¿no entendiste? ¿No te dio tiempo de hallar en tu casa una caja de cartón? ¿Buscaste una goma de borrar y al regresar ya estaban en otro tema? Lástima.

Estos días, enciendo el espejo (perdón, la tele) y veo, filmado, lo que “ocurre” cada día en miles de salones de los primeros grados de primaria, según los expertos hacedores de la farsa: una señora, o dos; a veces un señor y una señora hacen las veces de maestros. Saludan con afecto afectado por lo cursi a las niñas y los niños que suponen están atentos a sus palabras y gestos más allá de las cámaras. Siempre me ha dado coraje que a las criaturas pequeñas les hablen como si fuesen tontos, con un tonito que, en sí mismo, los coloca en la galería de los infelices inferiores infantes carentes de voz. Me imagino a la niña pensado: ¿por qué me hablará como tarada la maestra de la tele de tercero? Chorrean miel y falso aprecio: les abunda la soberbia, la superioridad del adulto que condesciende a hablar con animalitos del señor.

Lo peor es cuando se hacen los graciosos: aprendices malos de payasos de fiesta infantil, creen que impostar la voz y dar saltitos de alegría mientras dicen que aprendieron mucho es educativo. No se dan cuenta que es ridículo, sí, penoso a secas. Hablar claro no es lo mismo que fingir que la comunicación tiene que ser lenta y la voz lo más aguda posible, so pena que no me entiendan quienes ignoran todo.

“Pongan atención. Hay dos características de los sonidos: tono y duración. TO-NO. Hay dos tipos de tono: GRA-VE y A-GU-DO”, escribe el maestro en el pizarrón, aunque la lección sea para quienes no saben aún leer. Y el del suéter verde brinca de emoción más falsa que un sábado que se cree martes. “¡YU-PI! Ya aprendí”.

Circo pedagógico, espejo de la idea dominante de enseñanza, forma segura de no aprender. Espejo de la idea educativa de los que no han pisado un salón. O, ¿así es? Sería terrible.

Fuente e imagen: https://proyectoambulante.net/?p=3539

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Horizonte común

Por: Manuel Gil Antón

Y, sin embargo, la educación se mueve. Dejemos a un lado consideraciones críticas. Más allá de cualquier debate, en todas las circunstancias imaginables de la diversidad inmensa del país, el primer día de clase millones de personas inauguraron, otra vez, un sendero al horizonte compartido: el camino a la escuela como condición y expectativa de un futuro mejor. Ha de hacerse, es lo esperado, natural y recurrente: iniciar el nuevo año escolar.

Con independencia de las consideraciones en torno a la idoneidad de lo propuesto por la SEP, miles de miles de niñas, niños y adolescentes retornaron al intento de aprender. Cientos de miles de maestras y maestros al proceso posible para conseguirlo, y millones de madres y padres, abuelos, tías y vecinas, en algún lugar de la casa, tomaron la cazuela por el mango sin saber cómo se hace esa extraña sopa de letras, dispuestas, eso sí, a acompañar a las criaturas lo más y mejor posible. De muchos modos: disfrazada la sala de salón, o un rincón de la recámara como remedo del aula; la parte más alta del ropero con los cuadernos recargados en el burro de planchar, sin olvidar la mesa chaparrita al lado del puesto en el mercado donde varias personas, menores en talla al metro y veinte, miran una pantalla compartida mientras la madre de una despacha.

Una proporción enorme de la sociedad se dispuso a iniciar, otra vez, senda a la escuela, a esa extraña manera de decir presente desde la casa, sin poder evitar salir algunos pues la necesidad aprieta y otros en un galerón abierto.

Visto así, como un movimiento social cuyo caudal es enorme, apreciamos la importancia de la educación para nosotros, sea como sea la manera de ocurrir y suceder. Conmueve la cuota de esperanza invertida en su posibilidad aún en las peores condiciones. Una cubeta volteada sostiene un pedazo de madera y ya está el pupitre listo, pues un banquito de ordeñar de altura baja lo completa.

¿Ya me toca a mí? Chispas, creo le puse la clase de tercero al de primero y no anotó nada. No le hace, algo se les pegará. La cosa es atinarle a sus preguntas. Si no acabalé hasta sexto, cómo le hago si me pide ayuda con eso del núcleo del sujeto. Pues ya veremos, el chiste es que no dejen de estudiar para ser alguien en la vida.

Pese a todo, siguió viva la convicción: es mi herencia, no te puedo dar otra cosa. Será tu haber mientras hoy es mi deber sentarte frente a la tele. Y muchísimas maestras, junto a montones de profesores se las ingenian para no perder contacto con “sus niños”: ¿cuántas vimos que descolgaron la Última Cena para poner, en esa pared, la más grande, con letras coloreadas a manera de fondo del salón, el maravilloso mensaje de bienvenido 6º. A. Y el profe que da asesoría a media noche a madres angustiadas. También esos mensajes: “maestra, luego le mando la tarea, cuando junte los centavos para hacer una recarga. Sí la hice, de veras, pero no tenía ya datos”.

Alguien presta la cochera donde llega su internet para quien ocupe. Van el lunes en “la pasajera” cartas de docentes para entregar en las casas con algunos ejercicios y actividades. Y en papel mal doblado a veces, regresan el jueves.

Un país con esperanza. Una tierra confiada en el vínculo, cual sea, proveedor de aprendizajes o al menos de algo parecido para no dejar caer esa tozuda confianza en el estudio. ¿Tendrá éxito la estrategia del gobierno? ¿Las inventadas por los colectivos docentes en su contexto? No sabemos. Tratar de hacerlo es lo más educativo en estos días.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/horizonte-comun/

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La banda educativa del pacto gris

Por: Manuel Gil Antón

Ya uno no sabe ni qué pensar. Menudos tiempos: mezclan la necesidad del cambio frente a la contundencia de la sospecha verosímil, a la que se añaden, hoy, urgencias semejantes. ¿Será verdad lo que el señor Emilio L. dice que pasó en el sexenio que estuvo uncido al poder, robando? ¿Quién soy para asegurarlo? Pero si no es así, algo muy parecido creo (casi seguro) sucedió. Tropelías, hurtos, desfalcos y fraudes a pasto. No pocos pensamos así.

El Pacto por México, ese favorable acuerdo entre las élites políticas y empresariales para dizque mover al País a través de las Reformas Estructurales se desmorona, y los que antes lo defendieron no solo ya no lo hacen: ahora lo repudian y dicen que siempre lo hicieron. Mienten. Hace muy poco, criticarlo era traicionar a la patria. Fue contra México. Fue por, para y en su beneficio.

No hay que olvidar que la primera reforma, y más importante a su decir, fue la educativa. El 10 de diciembre de 2012 la mandaron al congreso. Estaba más que lista al inicio del gobierno. Si una reforma educativa pretende ser, en serio, el trazo cultural de un horizonte educativo, no puede provenir de un grupo de gobernantes carentes de ética. Por eso nunca lo fue: consistió en generar un nuevo equilibrio de poder en el inmenso sistema escolar, mediante modificaciones administrativas fincadas en el mito del mérito y el atraco laboral, legitimado por la mayoría de los estudiosos, intelectuales y opinantes de esta tierra. Eso sí: la reconfiguración del acuerdo contra la educación nacional.

Recién volvimos a ver la foto del triunfo: en mangas de camisa remangadas y con la corbata suelta, Peña abre los brazos anticipando la inmensidad del botín soñado, y Emilio L., Nuño y Videgaray (son a quienes reconozco) sonríen por el triunfo. Llegaba el nuevo PRI llevando en las alforjas un acuerdo sólido con la derecha panista y ese remedo de izquierda impresentable, llamado PRD, para hincharse de dinero. La victoria tiene muchos progenitores, la derrota es huérfana.

Al cinismo del cacique que acuñó a la moral como un árbol que da moras, se sobrepuso la convicción presidencial que como la corrupción era elemento cultural, la ética y probidad eran signos claros de incultura, de estupidez. ¿Desde ahí proponer un nuevo modelo educativo? Imposible. La reforma ocurrió en los medios, billete de por medio. Y a raudales.

Si no se parte de una convicción ética que se expresa y vive, no hay reforma educativa posible si por ello se entiende enunciar los valores a practicar en las aulas, y construir las condiciones de ciudadanía crítica como anticipo de lo que sucederá en las calles. Es condición de posibilidad: lo fue, lo ha sido, lo es y lo será. Que no se nos olvide.

Hace un siglo, en 1919, “La banda del automóvil gris” llegó al cine mudo. Era el retrato de reales bandidos roba ricos. Estos miserables atracaron a los más necesitados. Sin pudor ni medida.

Adenda 1. No tengo ningún interés material en el caso. Tampoco comparto muchas veces sus miradas. Escriben en sus páginas personas con las que discrepo. Alguna vez me pidieron unas letras. Las entregué y tal cual se imprimieron. No somos amigos. Desde esta posición, porque así lo creo y se finca en una convicción, rechazo la maniobra contra Nexos. En su defensa es preciso estar, pues el nexo es con la libertad y valorar la diferencia.

Adenda 2. Señor presidente: hay momentos en que nos alcanzan, a todos, las palabras. Por encima de la ley, nadie, aunque sea de mi familia. Cumpla. Será por el bien de todos.

Fuente:  http://www.educacionfutura.org/la-banda-educativa-del-pacto-gris/

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Niños no aprenderán nada en ciclo escolar a distancia

El profesor de estudios sociológicos del Colegio de México, el maestro Manuel Gil Antón platicó para En Contacto sobre el mito entre la tele y la educación ahora que comenzará el nuevo ciclo escolar a distancia.

“Estamos ante una situación en la que tenemos que pensar, no podemos volver a las aulas como antes de la pandemia… está muy claro que no se puede volver, entonces hay que buscar alguna alternativa… buscar cómo le damos continuidad al aprendizaje y no a la escolarización en casa.. uno puede aprender en casa pero escolarizar la casa estorba porque la relación entre ambas es diferentes, por eso muchas mamás están muy preocupadas porque no están capacitadas”, explicó el maestro haciendo referencia a que la decisión tomada por el gobierno para volver a clases fue un error.

“La SEP optó por el sistema más burdo de la pedagogía muy superada; es decir hay un emisor que es la SEP, luego están los canales de televisión pública que se van a unir y está el receptor que estará frente a la tele, el cual será un receptor pasivo porque la tele no permite la retroalimentación”, indicó.

El maestro se dice preocupado por la generación que recibirán un ciclo escolar a distancia; “es una solución que renuncia a la pedagogía porque supone que la información que irá de la pantalla al niño la va a aprender, lo cual sabemos que no va a ocurrir… lo único que va a ocurrir es pretender que hay escuela mientras haya pandemia… se tienen que hacer proyectos pedagógicos para sostener lo que hace posible el aprendizaje… y eso no está atendido en el plan del gobierno federal”, criticó.

“Estamos ante un problema gravísimo en el mundo… de tal manera que lo que urge es decidir, si el gobierno creó una solución simuladora o si la SEP va a solicitar creatividad para poder imaginar conversatorios que alimenten la verdadera educación”, finalizó.

Fuente: https://eldemocrata.com/ninos-no-aprenderan-nada-en-ciclo-escolar-a-distancia-maestro-gil-anton/
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El mito de la tele y la educación

Por: Manuel Gil Antón

Era el sexto día del mes de agosto. El antier de estas letras. En la pantalla, el rostro del secretario de Educación a medias pues usa, y qué bueno, mascarilla en estos tiempos. La voz clara y quien esto escribe atento. Se trataron varios temas. En un momento —al minuto 20 y 16 segundos del video— como respuesta a la pregunta de un reportero, dijo: “Muy bien. Lo que anunciamos (para el ciclo escolar 2020-2021) es (que será) totalmente a distancia. El 24 de agosto tenemos un programa muy robusto, como lo hemos señalado aquí, de varios canales de televisión que van a impartir los cursos, las clases, con base en los libros de texto gratuito (y) los aprendizajes esperados, por lo que no habrá necesidad de acudir a las escuelas.” La explicación termina 31 segundos después: minuto 20 con 47 segundos.

Como se dice en Narvarte, algo me hizo chiras al oír lo expresado en ese momento. ¿De veras dijo lo que creí oír el maestro Moctezuma? ¿Acaso escuché bien? Para verificar la raíz del desconcierto, volví a ver el video y tomé nota textual de sus palabras. Y sí, tal cual: lo redactado es transcripción cuidadosa.

No es menor. Se dirá que fue una forma de decir y nada más. Sostengo que no, que el equívoco en este caso se basa en una concepción profunda que modula al habla. Para emplear el sistema común de la escuela, preguntemos: ¿quién o quiénes son los sujetos que llevarán a cabo la acción? Varios canales de televisión. ¿Y qué harán? Impartir los cursos, las clases. Es, por supuesto, un dislate. Carece de sentido.

Sin embargo, enuncia, al filtrarse sin querer, la convicción de la capacidad educativa de lo transmitido por las televisoras. Negar que las señales de la tele y la radio son las que más alcance tienen entre la población sería errado, en comparación con la desigual distribución de equipos de cómputo, dispositivos semejantes y, más aún, conectividad. Se ha elegido la vía de transmisión más accesible, aunque de un modo que merece, en otro momento, analizar y debatir.

El circuito es: emisor (SEP), transmisor (tele y radio), reproductor de imagen y sonido (una pantalla o aparato) y el receptor: quien está ahí, recibiendo el conocimiento que, de acuerdo al lapsus de la autoridad educativa, llegará por medio de las clases que impartirán (sic) los canales. De ser así el alcance será máximo y el aporte al aprendizaje nulo.

El reto educativo es generar una mediación pedagógica entre la información emitida y quién está en posibilidad de aprender. En la pandemia es muy difícil lograrlo, aunque trivial endilgarlo a los padres (sobre todo a las madres por la inequidad en la asignación de tareas entre hombres y mujeres). Tampoco resuelve el entuerto la prótesis del libro de texto que contiene aprendizajes esperados diseñados sin tomar en cuenta la circunstancia que vivimos.

¿Qué hacer? Desanudar al magisterio de las instrucciones uniformes y, en un marco general compartido, permitir que diseñen modalidades adecuadas a la diversidad del país, para intentar conseguir el mejor vínculo pedagógico posible con aprendices y familias. Ya lo hicieron o intentaron en los meses previos. Hay experiencias geniales. Son quienes más saben de este complejo oficio que, en las condiciones actuales, lejos de reducirse a vigilar y evaluar si se puso atención a los “cursos del canal”, pueden generar espacios para aprender con lo que esté disponible, lo que aprendan y adopten de otros y lo que ensayen e inventen para su contexto. Vivimos tiempos de creatividad, no de control.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/el-mito-de-la-tele-y-la-educacion/

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El silencio

Por: Manuel Gil Antón

A contracorriente de lo que sucede en nuestros días, es menester recuperar el valor educativo de callar. En medio del diario aguacero de palabras y sentencias a cual más filosas y terminantes, necesitamos hallar en el viejo ropero, o en el fondo de la covacha donde guardamos los triques que no podemos ya tener ni tirar, el paraguas del silencio. Estará desvencijado, con varios alambres doblados y algo cucho por desuso. Ni hablar. Hoy hace falta.

Las voces incesantes aturden. Son gotas del agua que va llenando el salón y no encuentra salida. No hay desagüe. Sube el nivel y parados de puntitas apenas alcanzamos a sacar la cara un poco y respirar. Tanta y tanta palabra que va y viene: chocan ruidosas y, cuando no se atropellan, con su filo descalabran y lastiman.

No paramos de hablar. Sabiondos infalibles no eludimos algún tema: de epidemias, sabemos; de economía, somos duchos; de tratados internacionales, expertos; de violencia en cualquiera de sus presentaciones, prontos. ¿En torno a las clases virtuales? Todo clarito. Venga, no tenga miedo: diga un tema y yo le respondo a bote pronto y sin pudor alguno. De todo sé, menos callarme. Ponga un asunto y lo embisto a palabreos sin dilación. La cuestión es soterrar al silencio. Todo menos cerrar la boca.

Pobre bisabuela. Era sabia. Lo mal que lo pasaría ahora. Ya iba camino al siglo de su edad cuando con la voz hecha hilo de delgada dijo: Manolo, escuche bien; nunca hable si lo que va a decir no es más bello que el silencio. Y luego regresó a su tejido, callada, viendo como baja hacia el jardín la calle de El Correo. Nos acompañaba su presencia sin hablar con los ojos muy atentos al hilo y el gancho, al baile del que brotaban manteles, colchas y recuerdos.

En el plan de estudios de la Nueva Escuela Mexicana (si es que un día existe algo que responda a ese nombre) o en las actividades propias y centrales de cualquier proyecto educativo, es urgente que se establezcan espacios para aprender la maravilla e importancia del silencio. Y practicarlo juntos con la calma y paciencia que requiere.

Saber elegir un rincón donde sentarse en un banco de madera para estar callada, o el tronco de un árbol donde recargar la espalda y quedar por un rato, largo, mudo. Dejar de hablar, de oír el inmisericorde coro de quienes de todo saben y atolondran. Apagar los oídos, clausurar la boca, respirar despacio y si viene a cuento, o no – qué importa – llorar sin prisa tanta pinche muerte que con una basta, tanta ligazón de la tragedia con la brutal desigualdad que toleramos, la increíble obscenidad de quienes quieren muertos en la banqueta para tener razón sin importar el bando.

¿Qué clase toca luego? La clase del silencio. El ejercicio cotidiano de escuchar lo no dicho, de oírnos respirar enmudecidos, asombrados del olvidado milagro de estar papando moscas: sin juzgar, sin tratar de entender, sin procurar tener razón y asestarle en la cabeza a alguien el caudal de voces que conforma nuestra verdad, armada con verbos cual varillas , cemento de adjetivos y argamasa de otras formas del hablar humano irreflexivo.

Que vayamos a la escuela a aprender a callarnos, a disfrutar el silencio, a no tapar el dolor o la alegría con palabras más sabidas que la tabla del dos. Por una escuela en que aprendamos a cerrar la boca y abrirnos a sentir sin claves verbales lo que cala, enoja, indigna, alegra, ilumina o moja.

Que se calle el presidente, el locutor, la maestra y el profesor que de todo creen saber y no saben un carajo. Ni sermones, discursos o lecciones. Urge una escuela en que cada quien tenga en el patio un lugar, y su distancia, para sentarse en la mochila y construir ese silencio que hoy tanto extrañamos para poder entendernos.

Manuel Gil Antón.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de

El Colegio de México

mgil@colmex.mx

@ManuelGilAnton

Fuente: http://www.educacionfutura.org/el-silencio/

Imagen: philm1310 en Pixabay

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