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Ludopedagogía. Una episte-metodología para alargar los horizontes

Por: Ariel Castelo Scelza, Seminario UCSC

Tres ejes de la exposición:

  1. – En transversal: mi práctica se llama Ludopedagogía
  2. – En esta coyuntura: mi experiencia fue la de alcanzar a

Alicia …

  1. – En prospectiva: mi sueño es alargar los horizontes

1 – En transversal: mi práctica se llama Ludopedagogía

Cada juego es una maquinita mágica en que está encerrada la vida, un pequeño mecanismo, un microcosmos. O mejor una microvida, una maqueta viva, un paradigma. (…) Y también en su condición de refugio (…) El otro lado del juego es la zona conjurada, relativamente segura del orden del mundo. 1

El juego auténtico siempre tiene un costado ciego. Una zona desconocida y de incertidumbre respecto de sus resultados. Es una de sus más grandes virtudes. 2

En transversal, me refiero a un extenso trayecto de vida que trasciende la circunstancia especial de esta pandemia de la Covid 19 por la que está atravesando el mundo entero.

Son aprendizajes de largo aliento, en los que nada es improvisado para el momento, sino que, por el contrario, todo ha sido experimentado en la acción práctica de jugar con la intencionalidad tanto profesional como política, tanto individual como colectiva, durante más de cuatro décadas.

El término seminario, con el que se nombra esta instancia de intercambio, ajusta a la perfección con mi intencionalidad última al compartir estas ideas y experiencias profesionales que no es otra que la de “seminar” o sembrar la seme -palabra que proviene del latín y significa semilla- del “deseo de jugar”.

Aun cuando imagino que lo más probable es que este deseo está germinando, acaso floreciendo o tal vez dando ya frutos desde tiempo atrás, dentro de cada una y cada uno.

Confieso que siempre tuve un particular placer en inventar palabras, un juego que seguramente tantas y tantos de uds. también hayan jugado.

Un juego que puede llevar un nombre tan sofisticado técnicamente como el de neologismos.

Para encuadrar esta breve exposición voy a explicitar el sentido que le doy a estos dos neologismos que aparecen en el título de la misma, Ludopedagogía y Episte-metodología.

Ludopedagogía: 3

Desde el año 2005 y con el objetivo de nombrar de manera diferencial el tipo de propuesta que veníamos investigando sobre el juego desde hacía más de quince años en Uruguay, conecté estas dos dimensiones específicas del saber y el hacer humano.

En primer término, la Lúdica, una zona, un territorio, una parte del fenómeno humano de ser, sentir y hacer, donde es posible construir entre la realidad y la no-realidad. Un espacio-tiempo donde hay lugar para que lo imposible se haga posible. Ciertamente una zona de transición desde la que poder mirar y re-inventar la realidad dándole otros sentidos y significados. Un terreno de juego.

En segundo lugar, la Pedagogía, como el campo de saber que tiene como objeto principal el conocimiento, su práctica y su enseñanza. En esta propuesta la intencionalidad es la de conocer las condiciones objetivas y subjetivas de la realidad, considerando como actor clave al sujeto que conoce, tanto al sujeto individual como al sujeto colectivo, en el inter-juego de aprehender para transformar.

Episte-metodología:

También la Epistemología se refiere al campo del conocimiento, pero entiendo que en un sentido más profundo respecto de comprender cuál es el modo en el que se produce el fenómeno del conocimiento.

Desde el año 2014, en oportunidad de haber participado como invitado en el Congreso llamado “Epistemologías del Sur” organizado por el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra en Portugal, dirigido por el sociólogo Boaventura de Sousa Santos, tomé la decisión de conceptualizar la Ludopedagogía como una “epistemetodología” queriendo expresar con ello un modo, una manera particular, un trayecto, claramente definidos por la secuenciación y los recursos didácticos elegidos para recorrerlo y, por proponer un qué y un cómo conocer.

Conocer para transformar, jugar para conocer. 4

La proposición es la de conocer la realidad a fondo y desde todos los ángulos que nos sea posible, comprenderla para así poder transformarla.

La Ludopedagogía es un proyecto político en tanto se propone incidir y transformar las condiciones de existencia de las personas, con la intención de mejorar su calidad de vida y conectar con el profundo sentido que posee la expresión originaria del buen vivir.

Jugar, es la manera de conocer esa realidad que propone la Ludopedagogía.

A continuación, y para ampliar estos conceptos comparto la transcripción de un fragmento de la LudoConferencia: El juego de los espejos presentada en el Coloquio Internacional Epistemologías del Sur, en Portugal el año 2014

… Proponemos una epistemetodología. De este modo quiero llamar a la aventura de alcanzar el conocimiento, y me refiero al conocimiento de la realidad, a través de una ruta peculiar y conmovedora con la que llegar a un puerto todavía desconocido. Es una manera de hacer el viaje que nos cambia el viaje, y por ello nos modifica también el destino, el lugar de arribo. Proponemos el juego como una metáfora del conocimiento de la realidad y osadamente, además, como una forma de intervenir en esa realidad para transformarla emancipatoriamente…

La Ludopedagogía es el modo que hemos creado y desarrollado para conocer la realidad de forma más íntegra, porque las acciones que ella provoca nos invitan a movernos del lugar común, cómodo y fácil de seguridad en el que usualmente elegimos pararnos

… La Ludopedagogía es el modo que hemos creado y desarrollado para conocer la realidad de forma más íntegra, porque las acciones que ella provoca nos invitan a movernos del lugar común, cómodo y fácil de seguridad en el que usualmente elegimos pararnos; desde otro ángulo tenemos otra perspectiva, vemos cosas que hasta ese preciso instante no habíamos detectado, no estaban en nuestro campo de percepción, y sin embargo ahora completan la imagen con fragmentos nuevos que componen un todo distinto. Re-descubrimos y reinventamos el conocimiento de la realidad.

RE-DESCUBRIMOS Y REINVENTAMOS EL CONOCIMIENTO DE LA REALIDAD

El juego es una actividad libremente elegida, que otorga el permiso de transgredir normas de vida internas y externas; es un satisfactor sinérgico de necesidades humanas, que abarca la dimensión individual y colectiva y tiene incidencia en el ámbito social, cultural y político. (Memorias de la Parca – Libro/memoria del Ir Bienal Internacional del juego 1994 – Centro La Mancha)

La maravillosa virtud de este fenómeno es que nos permite vivenciar esta transgresión con placer, con alegría, con disfrute, con risa y con humor, con la afectividad a flor de piel y la piel dispuesta, con la cabeza abierta a la imaginación y la fantasía; con el cuerpo abierto a la comunicación y la expresión; con la razón atenta pero serena dejándole paso a la emoción y a la intuición.

Nos permite conocer a través, de y con, todas estas capacidades puestas al servicio de un sentido emancipatorio y humanizador de uno mismo, del otro y de lo otro.

Este modo de conocimiento se parece mucho más a la sabiduría. Conocemos con la razón, sabemos con el corazón.

CONOCEMOS CON LA RAZÓN, SABEMOS CON EL CORAZÓN

La acción de jugar puede ser una práctica para emanciparnos, ¿del poder que ostenta el modelo de cultura asentado en una estructura de la razón y que nos aleja de la aventura de la incertidumbre? ¿De un sistema educativo que parcela los saberes y que privilegia lo viso-auditivo como forma de conocer por encima de otros sentidos y otros saberes que nuestro cerebro percibe al margen de aquellos? ¿Del formato social que simplifica y reduce la comunicación humana al lenguaje hablado y la lecto-escritura y no explora ni potencia “otras lenguas” y otras sensibilidades y poéticas? ¿De la cultura del silencio y la dominación a través del lenguaje? ¿De las formas del conocimiento reguladoras y al servicio del paradigma dominante que asesinan otras formas alternativas de conocer? (Una epistemología del SUR – Boaventura de Sousa Santos)

Del juego lo que más nos interesa verdaderamente no es lo que hay que hacer para jugar sino lo que la acción de jugar hace suceder; son esos aconteceres los que provocan los sentires y los movimientos en las y los jugantes; son esas las cosas que se constituyen en valor, valor de lo acontecido, valor de vida puesta en juego.

Hablamos de otra forma del conocimiento de la realidad y en la cual concomitantemente, mientras alguien conoce de esta manera y con este vehículo peculiar que es el juego, se transforma a sí mismo y transforma su realidad circundante…

Me gusta hablar en “verbos”, me remiten al hacer, a la acción, a las prácticas. Por ello quiero cerrar cada uno de estos tres ejes elegidos para compartir estas ideas con un verbo que resume y sintetiza la esencialidad en cada uno de ellos. Para el primero, planteado como transversal, elijo el verbo jugar.

Existe un modo de jugar que puede ser funcional a diversidad de disciplinas y existe otra forma de jugar que siempre es esencial a la existencia humana.

2 – En esta coyuntura: mi experiencia fue la de alcanzar a Alicia…

De modo que ella sentada con los ojos cerrados, casi creía en el País de las Maravillas. aunque sabía que solo tenía que abrirlos para que todo se transformara en obtusa realidad.5

Uno de los principales conocimientos logrados a través de mi práctica ludopedagógica en esta particular situación por la que estamos atravesando: la pandemia, la emergencia sanitaria, el colapso económico, las crisis políticas, ha sido sobre el acto de “comprender”

En el mundo del describir y el explicar, -qué es el mundo del conocimiento

(tecnociencia)- estamos acostumbrados a detectar problemas y diseñar soluciones. Es legítimo en el ámbito del conocimiento. Pero no funciona en el ámbito del comprender. Allí no hay problemas, hay transformaciones de las cuales somos parte. 6

A diferencia que en el acto de “entender y explicar” en el acto de “comprender” me siento parte de la circunstancia. Para el caso, la situación de emergencia sanitaria universal y, busco provocar su transformación vinculando para ello, el hacer lúdico y el jugar, mi práctica de siempre, con el aislamiento y la distancia, es decir con la obligación generada por la circunstancia.

La sensación que tengo es la de haber atravesado el espejo, como Alicia lo hizo en su “País de maravillas” para descubrir un universo de posibilidades nuevas, distintas a las conocidas, inimaginadas, al menos por mí.

En este punto quiero compartir con uds. uno de los hallazgos alcanzado en mi práctica lúdica bajo este contexto singular y aggiornada a la contingencia sanitaria que me propuso incursionar en el formato de lo que me gusta llamar “presencialidad a distancia” a diferencia de “virtualidad”.

Creo de valor rescatar que sin lugar a duda es diversa pero igualmente no deja de ser un modo de estar y de ser “presentes”, no es una ficción, es un tiempo compartido sin compartir el espacio físico, no deja de ser tan real, es un tiempo de vida que no tiene “devolución”, es parte de nuestro devenir en caso de tomar la decisión de atravesarlo.

Pude comprender en mi intento obstinado y resiliente de sostener el juego bajo estas circunstancias que también es posible emocionar, tocar la sensibilidad y afectar la piel, humanizarnos a través de una pantalla, jugando.

No hablo de algo que pretende sustituir lo insustituible.

El beso, el abrazo, la caricia y todo lo que solamente existe cuando se encuentran los cuerpos, afortunadamente no tiene otro modo de existir que el de la excitación epidérmica.

Sin embargo, creo que es posible y deseable bajo estos imperativos proponer una estrategia de aproximación, de sostén del deseo, de búsqueda en lo distante que aproxima.

El obstáculo principal no lo ubico en la técnica o la tecnología que se debe utilizar, con sus beneficios y sus adversidades intrínsecas sino en la incapacidad de trascenderla para encontrar el modo de sostener la intencionalidad, el interés y el deseo de lo que verdaderamente importa, de lo que tiene valor y sentido para correr los riesgos según el sentir y el comprender de cada una/o de nosotras/os.

Dar este paso hace poco más de un año atrás, fue un acto de transgresión y subversión que me impuse a mí mismo y a buena parte de mi elegida indoctrinación, de mi comodidad aseguradora y de mis miedos oscuros.

Estas son las razones por las que, para este segundo eje, propuesto como un modo de ubicarse en la situación y el contexto de actualidad, elijo el verbo exorcizarAtravesar el espejo, romper el límite, liberar la oscuridad, arriesgar para cambiar.

3 – En prospectiva: mi sueño es alargar los horizontes

Tengo el propósito de trascender, de aprender y de aprovechar social y políticamente la circunstancia por la que nos hemos visto obligados a atravesar.

A modo de ejemplo mencionaré uno de sus impactos que percibo en clave de valor positivo. El mismo lo refiero a mi práctica específica, pero entiendo que puede tener el mismo sentido para otras tantas prácticas profesionales y humanas libertarias.

Hoy y bajo este formato de “presencialidad virtual y/o a distancia” se abre la posibilidad de llegar, en mi caso con la propuesta de la Ludopedagogía, a personas que pueden estar en sitios alejados y en lugares que físicamente quizá nunca hubiese logrado alcanzar.

No es poca cosa, políticamente hablando, poder “alargar los horizontes”.

Es la oportunidad de ampliar y amplificar los impactos de nuestras ideas, pensamientos y propuestas con la intención de contribuir a humanizar y mejorar el mundo que habitamos. Es el momento de apasionarnos con una transformación en paz y con rebeldía. Es un tiempo también para enamorarnos con alegría, por existir.

Para el último de los tres ejes expuestos mi elección es por el verbo erotizar7

Movilizar la pasión para que nos empuje con caricias hacia la utopía.

Profundamente agradecido a la Universidad Católica de la Santísima Concepción – UCSC de Chile y en particular a la estimada colega Sonia Stevens por esta invitación y, a todas y todos uds. por la escucha.

17.05.2021 en Ciudad de la Costa, Uruguay

Seminario UCSC, Chile – Prof. Ariel Castelo Scelza, Uruguay
eiludopedagogía@gmail.com(link sends e-mail)

IMÁGENES

Gente jugando. Diferentes juegos

1 Graciela Scheines – Juegos inocentes, juegos terribles

2 Ariel Castelo Scelza – Intervención en Video – Construcción de EPyCA, Argentina – 2020

3 Ariel Castelo – Formación en Ludopedagogía. Inscripción de obra en Biblioteca Nacional – 2009

4 Ariel Castelo – Parafraseando a Carlos Nuñez Hurtado, Educar para transformar, transformar para educar, México 1986

5 Lewis Caroll – Alicia en el País de las Maravillas

6 Manfred Max Neef – El acto creativo, Chile 1991

7 Massimo Recalcati – La hora de clase. Por una erotización de la enseñanza 2016

Fuente de la información e imagen:  https://www.topia.com.ar

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La inteligencia artificial como ansiolíticola inteligencia artificial como ansiolítico

Por: Markus Gabriel

A Markus Gabriel lo llaman «el enfant terrible” desde que sacudió a la filosofía occidental con el Nuevo realismo, la corriente de pensamiento que fundó. Heredero de Schelling, Kant, Adorno, Marx, Freud y Sartre, impulsa la crítica al mundo de la post experiencia, al que entiende sometido a la lógica algorítmica y al discurso de la neurociencia. En este adelanto de El sentido del pensamiento, su último libro, relaciona ficciones como Matrix y Black Mirror con la flexibilización laboral, la injusticia económica y la crisis ecológica. El jueves 27 dará una conferencia en el Centro Cultural de la Ciencia y el viernes 28 estará en el Aula Tanque del Campus Miguelete de la UNSAM.

Compartimos un breve perfil del autor y un adelanto del libro.

Por Julieta Del Campo Castellano y Solana Camaño (Lectura Mundi [UNSAM])

Markus Gabriel nació en 1980 en Remagen, Alemania. A los 28 años ya era catedrático de la Universidad de Bohn, especializado en Metafísica, Epistemología y Filosofía post-kantiana. Hoy es docente de la cátedra Epistemología y Filosofía Moderna y Contemporánea en esa misma Universidad y director del Centro Internacional de Filosofía (IZPh).

Gabriel habla nueve idiomas y escribió trece libros, tres de los cuales están traducidos al castellano, ¿Por qué el mundo no existe? (2013) –convertido en un best seller–, Yo no soy mi cerebro (2017) y El sentido del pensamiento (2019). Se lo considera uno de los máximos representantes del Nuevo realismo, línea teórica que se le ocurrió fundar mientras tomaba un café con Maurizio Ferraris en Nápoles, Italia. Con ella problematizan la metafísica y su pretensión de dar cuenta de la totalidad y, al mismo tiempo, la suposición posmoderna de que no existen los hechos objetivos sino sólo construcciones discursivas. El nuevo realismo asume, así, que “los pensamientos sobre realidades existen con el mismo derecho que los hechos sobre los que reflexionamos”.

El nuevo “enfant terrible” de la filosofía occidental no nos trae, entonces, un discurso disruptivo como lo fuera toda la tradición post estructuralista, ni nos invita a volvernos a enamorar de Nietzsche. Su mensaje tiene la fibra de la lucha contra todo aquello que atente contra el espíritu de la ilustración. La empresa que se propone es monumental: recoger las mejores vertientes de la tradición filosófica europea para hacerla confrontar con el reduccionismo de las tesis naturalistas hegemónicas. Busca no caer en el positivismo, complejizando la idea de ser humano. No es suficiente, afirma, realizar un experimento o contar con información exacta y cuantificable para hacernos una imagen de quiénes somos.

Entre su extensa caja de herramientas conceptuales encontramos una parte importante de la filosofía moderna alemana: Gabriel puede declararse heredero de Schelling y de Kant, pero también de Adorno, Marx y Freud, sin desconocer los aportes de la filosofía existencialista francesa de Jean Paul Sartre.

Este joven pensador alemán no se contenta con la mera discusión académica, ni permanece plácido en la mentada y criticada “torre de marfil”. Él es un intelectual global, su trabajo es reconocido en universidades de distintos países; a través de declaraciones comprometidas con los grandes problemas de la actualidad logró también posicionarse en el debate público europeo.

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Sus reflexiones, plasmadas en un estilo llano, abarcan temáticas variadas: desde cuestiones ampliamente discutidas por la filosofía y la sociología clásica -todavía actual- tales como la explotación capitalista, la ideología, la democracia y la desigualdad, hasta temas que han cobrado valor reciente en el debate académico y político como las redes sociales, la inteligencia artificial y la neurociencia.

 

Entre sus declaraciones públicas podemos encontrar referencias críticas a los nuevos modos de expresión de la ideología dominante. Entre ellas, por ejemplo, la crítica al mandato que impone interpretar la “depresión de un trabajador por cobrar un bajo salario o por no poder vivir sólo a los 40 años” como un problema psicológico antes que político o de organización social. La receta neoliberal para este diagnóstico es conocida: más esfuerzo individual, resiliencia, y consejos de autosuperación que podemos encontrar en la batea de libros de autoayuda. Todas respuestas que evaden la responsabilidad social y política de transformar el statu quo.

 

Pero su discusión no se agota en problemáticas de la vida cotidiana. A Gabriel también le preocupa el aspecto filosófico de la política internacional: las fake news, el marketing digital, las estrategias electorales y sus consecuencias en el escenario de la representación democrática. La opinión difundida en la actualidad de que la inteligencia artificial y las tecnologías vinculadas a ella darían solución a la cuestión social es, para el autor, una idea más naif y peligrosa –incluso fatal– que el mito –desacreditado por los efectos de la Primavera Árabe y el “terrorismo internacional”– de que las redes sociales llevarían deliberadamente a la emancipación política del mundo árabe.

 

Otro de los mitos que contribuye a minar es el relato según el cual nos dirigimos hacia un mundo automatizado, en el que sistemas inteligentes, prescindiendo del ser humano harán mejor la vida de los humanos. Para Markus siempre habrá seres humanos tras esos sistemas, impulsados por intereses no siempre legítimos. La inteligencia artificial aparece, entonces, como una fantasía: lo que existe son programas codificados y pensados por humanos “para explotar a otros humanos”. Así, cada uno de nosotros trabajamos para las redes sociales, usamos las barras de búsqueda, generamos una huella, producimos algo en esa interacción. Somos obreros digitales. El mito de que los sistemas de inteligencia artificial son un espejo nuestro no es más que una ideología al servicio de la explotación digital.

 

En este contexto, uno de los objetivos fundamentales de la filosofía, nos dice, es vérnosla con la realidad para desmitificar aquellos imaginarios que nos permiten permanecer tranquilos ante las injusticias. Es este el objetivo filosófico de la Ilustración recargada que Gabriel pretende actualizar, casi sin pedir permiso. En un rescate de Marx y Engels, de la consabida tesis 11 de Feuerbach nos recuerda que ya no alcanza con explicar el mundo, hay que transformarlo: “Como filósofos no tenemos que diagnosticar, tenemos que reparar”.

 

Inscripciones acá.

***

La inevitable «Matrix»

La primera parte de la trilogía Matrix de los hermanos Wachowski llegó a las pantallas de cine en 1999. Se grabó rápida y profundamente en la memoria cultural porque formula de manera acertada la sospecha posmoderna de que la realidad es bastante deficiente. La siguiente construcción, que me gustaría recapitular brevemente, conforma el eje de la película: sus protagonistas se nos presentan desde un primer momento habitando una realidad ilusoria (una simulación) que se asemeja a un videojuego programado de forma realista. A esta realidad ilusoria la llaman «Matrix».

 Una simulación es, generalmente, una realidad ilusoria que imita otra realidad (del latín simulatio, derivado de simulare = acción y efecto de imitar). Las simulaciones son reales, pero se crean como imitaciones de ciertos aspectos de una realidad que, normalmente, no es una simulación en sí misma. Consideremos algo que en sí mismo no es ni una simulación ni se ha creado como resultado de las intenciones de un ser vivo, como parte de la realidad básica. La realidad básica no es un «sueño muerto de la realidad elemental», sino una categoría que se puede formar muy fácilmente. Hay muchas cosas que no son ni simuladas ni son, de ninguna de las maneras, un artefacto que los seres vivos hayamos producido intencionalmente: la Luna, Marte, el sistema solar, los tumores cerebrales en los humanos, los leptones, los números primos, y una infinidad de cosas más. Podríamos discutir sobre los candidatos a ser elementos pertenecientes a la realidad básica y esto de hecho ocurre en las ciencias naturales y la filosofía. Pero la afirmación de que la categoría de la realidad básica está vacía de contenido es una falacia posmoderna.

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Foto: Magali Del Porte

El experimento mental de Matrix ni siquiera llega a cuestionar la existencia de una realidad básica. Más bien al contrario: porque, en el interior de la película, la Matrix es una simulación que difiere de una triste realidad básica: el hecho de que las máquinas abusan de las personas utilizándolas como plantas generadoras de energía. Para mantener vivos los organismos humanos de manera duradera, las máquinas estimulan los cerebros de las personas mediante la creación de una realidad onírica que a la gente le parece completamente real —una simulación, pues, bastante perfecta—. La idea de simulaciones perfectas a través de la estimulación cerebral es muy recurrente desde hace mucho tiempo en el género de la ciencia ficción. Pensemos también en la obra maestra de David Cronenberg eXistenZ, que saltó a nuestras pantallas en 1999. La punta de lanza de este género cinematográfico, en estos momentos, es la serie británica Black Mirror y su homóloga de éxito similar Electric Dreams. 

El protagonista de Matrix es un tal Neo (interpretado por Keanu Reeves), un hacker dentro de Matrix. Por razones totalmente incomprensibles, algunas personas han logrado defenderse de las máquinas en la realidad básica. Liderados por Morfeo (interpretado por Laurence Fishburne), entran en el programa de conciencia de Neo y lo liberan de la simulación para, a continuación, iniciar una guerra contra las máquinas en la realidad básica.

 La trilogía Matrix desarrolla aún más una mitología que se convirtió en el epítome de la actitud posmoderna hacia la vida que prevalecía, particularmente, en los años noventa del siglo pasado. Desafortunadamente esta mitología no ha sido superada, sino que ha sido transferencia, desde la sociología y filosofía francesa de los años sesenta a los noventa, hasta nuestro todavía joven siglo a través de las neurociencias y la tecnología de la información. En este contexto, una mitología es una estructura narrativa por medio de la cual los seres humanos nos formamos una imagen de nuestra respectiva situación histórica y socioeconómica general. Las mitologías son esencialmente falsas, pero ocultan esto al mantener puntos de referencia plausibles con respecto a la realidad. Por decirlo de entrada y sin rodeos: la imagen transhumanista del ser humano que emerge hoy en día, basada en la idea de que toda nuestra vida y nuestra sociedad podría ser una especie de simulación que solo podríamos superar alineando totalmente nuestra humanidad con el modelo del progreso tecnológico, es una ilusión peligrosa. Debemos desenmascarar esta quimera porque, de lo contrario, nos involucraremos más y más profundamente en la destrucción de las condiciones de vida de los seres humanos, que ya desde hace mucho tiempo viene siendo alarmante y se manifiesta, concretamente, en forma de crisis ecológica.

 

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Pero la crisis ecológica no es ni de lejos el único problema de nuestro tiempo que se ve exacerbado por una mitología difundida desde una perspectiva acrítica. Y esto es así porque está estrechamente entretejida con sistemas globales de explotación y distribución de recursos materiales que, si se examinan más de cerca, son moralmente inaceptables. Esto no solo conduce a formas extremas de pobreza e injusticia económica —visibles para cualquiera que haya viajado alguna vez a Brasil o que haya visto uno de los muchos barrios marginales diseminados por todo el mundo, cuyo horror difícilmente podemos imaginar como habitantes de regiones privilegiadas de Europa—. Estos sistemas conducen más bien a crímenes contra la humanidad y al debilitamiento de nuestros sistemas de valores, lo que no estaríamos dispuestos a aceptar sin más si lo despojáramos de todo adorno y nos percatáramos de ello.

 

La idea actual de que los sistemas de IA y los avances tecnológicos asociados a ellos y las formas de superinteligencia sobrehumana terminarán por aportar más pronto que tarde la solución a los problemas humanos, es aún más ingenua y fatal que la utopía, refutada por las consecuencias de la Primavera Árabe y el terrorismo internacional, de la que las redes sociales conducirán automáticamente a la liberación política del mundo árabe.

 Una de las tareas esenciales del pensamiento filosófico es confrontarnos con la realidad y desenmascarar las construcciones ficticias en las que nos asentamos para calmar nuestra conciencia frente a las injusticias que no podríamos soportar observar con nuestros propios ojos. Esto forma parte de la misión filosófica de la Ilustración, es decir, del «proyecto incompleto de la modernidad», como lo llamó Jürgen Habermas (nacido en 1929).

En nuestro todavía joven siglo XXI se pueden detectar al menos tres remanentes de la llamada era posmoderna:

 1) La idea de que podríamos estar viviendo en una simulación por ordenador, programada por una civilización avanzada del futuro (la hipótesis de la simulación).

2) La idea de que nuestra vida espiritual es una simulación generada por nuestro cuerpo para obtener una ventaja en la lucha por la supervivencia de la especie.

3) La idea de que la sociedad es una construcción social en el sentido de que no es real, sino solo una especie de mascarada que podemos modificar en cualquier momento mediante un cambio de las reglas del juego (constructivismo social).

Fuente de la información e imágenes: https://www.revistaanfibia.com

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Sobre timing pedagógico para la evaluación formativa

POR: ÁNGEL DÍAZ-BARRIGA

La evaluación formativa es una acción del estudiante como sujeto de formación, no un documento que entrega y formula el docente.

Varios docentes me han preguntado cuáles son los fundamentos y como se puede determinar el timing pedagógico en las acciones de evaluación formativa. Es importante insistir en que esto significa que la evaluación formativa en esta sección, pues puede hacer otra después de la revisión de exámenes o de trabajos de los estudiantes en donde se dé oportunidad para que ellos analicen cuáles fueron las respuestas o la información que dieron, qué faltó en ellas, donde esta el punto de mejora que pueden realizar. Partiendo siempre de la idea que si el estudiante como sujeto de formación y aprendizaje no se involucra en el análisis de lo que realiza, sencillamente no se puede apropiar de los significados que pueden tener las actividades realizadas, Aprender del error, pero sin hacer énfasis en el error sino analizando las razones por las cuáles se cometió.

Pero el Timing pedagógico para abrir un espacio para la evaluación formativa esta dado por la misma acción pedagógica, por las mismas actividades que se realizan dentro del salón de clase o que se traen como resultado de una tarea específica. Con relación a las actividades que se realizan en el salón de clases partimos del principio didáctico que la docencia es un espacio de múltiples interacciones. El principio de interacción didáctica es fundamental en esta perspectiva.

Docentes y estudiantes interactúan entre sí, interactúan con una tarea o una meta de aprendizaje, interactúan con un docente y también interactúan con información. En esta interacción se pueden producir diversos fenómenos: mostrar interés por la tarea, confusión, incertidumbre, desinterés, realizarla en forma superficial.

Todos los docentes percibimos esta forma de actuar de nuestros estudiantes en el proceso de actividades que se realizan desde el proyecto de formación y aprendizaje del que partimos. O dicho en otras palabras en las actividades que están realizando los alumnos. En algún momento “crucial”, “especial” o “significativo”, el docente puede interrumpir la actividad que se está realizando y proponer que los estudiantes en grupo o en pequeños grupos analicen las razones por las que muestran alguno de estos comportamientos (confusión, incertidumbre, desinterés, trabajo superficial). Lo que significa que el docente abra un espacio de análisis y reflexión con el grupo de estudiantes en un “aquí y ahora”, promoviendo que sean ellos y no el docente el que encuentre las razones del comportamiento que están asumiendo y sobre todo que ofrezcan sugerencias para realizar el trabajo. Estas sugerencias pueden referirse a aclaraciones o formas de trabajo que el docente puede proponer, hasta la manera como pueden responsabilizarse de su aprendizaje. Esta reflexión es la evaluación formativa, el docente no la planifica, sino que está atento al “momento didáctico” en que el espacio de evaluación formativa se puede abrir.

Asumiendo el principio de que si el alumno, como sujeto de aprendizaje, no se asume como responsable de la evaluación formativa sencillamente está no se realiza. Lo que he llamado timing para realizar la evaluación formativa, parte del principio didáctico de las múltiples interacciones que se realizan en el trabajo escolar y de la formación docente para detectarlas y desde una perspectiva grupal devolver al grupo el problema observado para que ellos sean los que lo analicen, lo expliquen y ofrezcan algunas acciones de solución.

El otro momento de la evaluación formativa es el que se puede llevar a cabo una vez que se ha calificado algún entregable (examen, trabajo, tarea) en donde el docente considere importante que los estudiantes analicen las razones por las que entregaron esa información, lo que no alcanzaron a integrar y lo que pueden hacer frente a ello.

La evaluación formativa es una acción del estudiante como sujeto de formación, no un documento que entrega y formula el docente.

Fuente de la información e imagen:  https://profelandia.com

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La criminalización del feminismo (I parte)

Por: Sandra Moreno

Hace unos días, Tribuna Feminista publicó varios artículos donde puso de presente que el sexo, entendido como realidad material incontestable, sigue siendo utilizando por el patriarcado como coartada para anular los derechos de las mujeres. Como nos demostró Gerda Lerner, desde el principio de la Historia, el patriarcado tradicional ha apelado a nuestra biología para negarnos los derechos y mantenernos en situación de subordinación. Y ahora, el patriarcado posmoderno niega nuestra biología con el inaudito fin de redefinir el concepto de mujer y desmantelar nuestros derechos. En ambos casos, estamos frente a manifestaciones de misoginia, es decir, de desprecio, hostilidad, violencia, intimidación, aversión y castigo hacia las mujeres, por el hecho de ser mujeres.

Y ambos casos suponen una violación de nuestros DDHH, que evidencian los graves retrocesos que estamos sufriendo las mujeres y niñas a lo largo y ancho del planeta, en prácticamente todos los indicadores que miden la desigualdad entre mujeres y hombres. Por si fuera poco, ahora las mujeres debemos lidiar con una nueva amenaza a nuestra dignidad, derechos y libertades que no vimos venir, porque resultaba insólita: el tener que afrontar la acusación de delito de odio por hablar de la realidad biológica del sexo, defender nuestros derechos y hasta por formular la pregunta «qué es ser mujer o madre». Como en el mito de Casandra, Janice Raymond y Sheila Jeffreys alertaron infructuosamente desde hace mucho tiempo del caballo de troya que suponía el transgenerismo para los derechos de las mujeres y niñas.

Precisamente, hace unos días, la Alianza Contra el Borrado de las Mujeres (ACBM) nos mostró una nueva grave manifestación del sacrificio injusto que se está imponiendo sobre los derechos más básicos de las mujeres y cómo avanza la alarmante criminalización del feminismo, publicando la respuesta que la organización británica Sex Matters dio al Informe emitido por el experto independiente de la ONU en materia de orientación sexual e identidad de género, Víctor Madrigal-Borloz, a la postre, uno de los firmantes de Yogyakarta10+. En su informe, éste cuestiona los trabajos de la Comisión de Igualdad y DDHH del Reino Unido sobre la Ley de Igualdad, al considerar que hablar sobre la realidad material de los dos sexos equivale a «odio» y perjudica a las personas trans.

En su informe, Madrigal-Borloz sugiere que preguntar «¿Qué es una mujer?» podría no superar los límites de la libertad de expresión y suponer la incitación al odio, señalados en el Plan de Acción de Rabat para combatir el discurso de odio. Y a lo largo de su reporte insiste en hacer graves afirmaciones sobre supuestas violaciones a los derechos de las personas trans en el Reino Unido, sin fundamentarlas fáctica ni jurídicamente. Como pone de manifiesto la ACBM, no sólo no aportó pruebas en las que apoye sus conclusiones, sino que hizo declaraciones en el Parlamento escocés desmentidas por los datos oficiales.

En su informe, Madrigal-Borloz sugiere que preguntar «¿Qué es una mujer?» podría no superar los límites de la libertad de expresión y suponer la incitación al odio

La postura irracional de Madrigal-Borloz, que reduce a transfobia prácticamente todo lo relacionado con la realidad biológica de las mujeres y la defensa de nuestros derechos, está siendo adoptada también por los Gobiernos de la izquierda posmoderna que reproducen en sus países estos desatinos en sus leyes y sus políticas públicas y acusan de delito de odio a las feministas.

Esta criminalización del feminismo per se ya ha llegado a España, como hemos podido comprobar en algunos actos de la reciente campaña electoral, donde algunas dirigentes políticas españolas, seguidas por sus adeptos, acusaban de transfobia a las feministas cuando preguntaban en sus mítines «qué es ser mujer o madre», o acerca de las víctimas de la violencia machista o nuestros derechos. Según se puede comprobar en los vídeos publicados en prensa y redes, la acusación de delito de odio por transfobia era la respuesta recurrente que daban las dirigentes políticas de la confluencia Podemos y Sumar y sus prosélitos, cuando las feministas preguntaban sobre cuestiones referentes a las mujeres. Lo cierto es que, según consta, en ningún momento se dijo nada sobre las personas trans. Esta acusación de transfobia hecha a las feministas es gravísima y jurídicamente resulta inaceptable, porque criminaliza al feminismo, como explicaré más en detalle en la segunda parte de este escrito.

El caso es que se están cumpliendo las predicciones fundadas que en 2020 hicieron al respecto las ocho Casandras españolas: Amelia Valcárcel, Ángeles Álvarez, Laura Freixas, Alicia Miyares, Angustias Bertomeu, Marina Gilabert, Rosa María Rodríguez Magda y Victoria Sendón, cuando  advirtieron de lo lesivo que resultaría la autodeterminación del sexo para los derechos de las mujeres y menores de edad. Por ello, resultan muy significativas las declaraciones de la relatora especial de la ONU sobre la violencia contra las mujeres y las niñas realizadas hace unos días.

Consciente de las crecientes amenazas e intimidaciones que sufren las mujeres que defienden los derechos de las mujeres, sean heterosexuales o lesbianas, la relatora de la ONU ha expresado su profunda preocupación por el deterioro de la calidad democrática que sufren los países occidentales, donde se está extendiendo la práctica de acusar de odio a las mujeres por defender sus derechos, restringiendo o impidiéndoles ejercer sus libertades de expresión, opinión, reunión y manifestación, entre otras. En palabras de Reem Alsalem traducidas por Tribuna Feminista:

Me preocupa la frecuente táctica de las campañas de desprestigio contra las mujeres, las niñas y sus aliados por sus creencias sobre la no discriminación por razón de sexo y las relaciones homosexuales. Tacharlas de «nazis», «genocidas» o «extremistas» es un medio de ataque e intimidación con el propósito de disuadir a las mujeres de hablar y expresar sus opiniones. Tales acciones son profundamente preocupantes, ya que pretenden infundirles miedo, hacerlas callar e incitar a la violencia y al odio contra ellas. Tales actos afectan gravemente a la participación digna de las mujeres y las niñas en la sociedad”.

Como veremos en la segunda parte, todas estas cuestiones puestas de manifiesto por Reem Alsalem son algunas de las expresiones más graves de lo que aquí denunciamos como la criminalización del feminismo y el creciente vaciamiento de los derechos humanos de las mujeres, que no son otra cosa que la misma misoginia de siempre, ahora exteriorizada también por algunas mujeres que ejercen posiciones de poder adoptando roles patriarcales.

Aunque se refería a los hombres, las reflexiones de Gerda Lerner sobre el poder patriarcal usado para eliminar a las mujeres rebeldes también se pueden predicar de algunas mujeres poderosas como estamos viendo en España: se da “preferencia a las mujeres dóciles y a aquellas que se adecúan perfectamente a la descripción del trabajo. Los hombres castigan con el ridículo, la exclusión o el ostracismo a cualquier mujer que se arroga el derecho a interpretar su propio papel o, el peor de todos los males, el derecho a reescribir el argumento”. Éstas son las tácticas de derribo que se están implementando contra las feministas radicales, las que combaten de raíz las causas de la opresión de las mujeres.

Mi reconocimiento a las valientes mujeres que llevaron el feminismo a los mítines de los partidos autoidentificados de izquierda, que hoy han podido comprobar que, sin el voto feminista, no pueden ganar las elecciones. Sin mujeres, no hay democracia. Y sin el feminismo, no es posible construir una sociedad justa y libre.

Fuente de la información: https://tribunafeminista.org

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¿Por qué equiparar violencia de género e intrafamiliar es un riesgo para las víctimas?

Por: Efeminista

Usar el concepto “violencia intrafamiliar” para hablar de la violencia de género es insuficiente para proteger a las mujeres, según aseguran expertas consultadas por Efe a raíz del acuerdo firmado entre PP y Vox para el Gobierno de la Comunidad Valenciana que, a lo largo de sus 50 compromisos, equipara ambos tipos de violencia.

El texto no menciona la violencia de género, aunque sí aboga por impulsar medidas para erradicar la violencia intrafamiliar. Esa referencia se encuentra en el punto número 43 del acuerdo, según el cual el futuro Ejecutivo valenciano se compromete a “defender los derechos de las familias y promover políticas que perseguirán erradicar la violencia intrafamiliar, en especial las que sufren mujeres y niños, garantizando la igualdad entre todas las víctimas”.

“La violencia de género puede no ser intrafamiliar y no toda la violencia intrafamiliar es contra las mujeres”, resalta Marisa Soleto, jurista y directora de la Fundación Mujeres, quien alerta de que “confundir ambos tipos de violencia lleva a confundir las causas y las necesidades de protección de las víctimas”, y a “tomar malas decisiones para el abordaje”.

¿Qué diferencia la violencia de género de la intrafamiliar?

Según el artículo primero de la Ley de Medidas de Protección integral contra la violencia de género de 2004, la violencia de género es aquella que se ejerce “como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres”.

Esta norma, impulsada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y aprobada por unanimidad en el Congreso, castiga de forma específica la violencia física y psicológica que ejerce el hombre hacia la mujer siempre que exista o haya existido una relación afectiva o sentimental, independientemente de si agresor y víctima han convivido o no.

El sujeto activo siempre será un hombre, mientras que el sujeto pasivo ha de ser necesariamente una mujer, una casuística “acreditada estadísticamente” y por eso recogida en una ley propia, especifica la abogada de la Asociación de Mujeres Juristas Themis Ángela Alemany, quien recuerda que desde 2003 han sido asesinadas 1.204 mujeres por sus parejas o exparejas.

Por otra parte, por violencia intrafamiliar se entienden “los actos de maltrato puntual que se producen entre el resto de miembros de la familia”, concreta la catedrática de Derecho Penal de la Universitat de València Paz Lloria.

Estos actos se recogen en el artículo 173.2, que si bien no menciona expresamente la violencia intrafamiliar, sí castiga la violencia ejercida por una persona contra otra “que se encuentre integrada en el núcleo de su convivencia familiar”, ya sean parejas, exparejas, descendientes, hermanos, padres o personas que necesiten especial protección.

Desprotección de las víctimas

Englobar todas las violencias que se ejercen contra las mujeres bajo este paraguas es problemático para las expertas, quienes avisan de que así se deja fuera a las víctimas que no tienen una relación familiar con su agresor.

“Fuera del ámbito de las relaciones de pareja también hay violencias contra las mujeres, como las violencias sexuales, las digitales o las institucionales“, resalta Lloria, quien recuerda que también aquellas mujeres que no conviven con su agresor están protegidas por la ley de violencia de género.

Ante las críticas que ha despertado su acuerdo con Vox, el PP defiende que “tiene un compromiso inamovible e incuestionable contra la violencia de género“.

En una entrevista en TVE, su vicesecretaria de Políticas Sociales, Carmen Fúnez, ha argumentado que ambos tipos de violencia “no son incompatibles” y se debe “terminar con los dos”.

Auge del negacionismo de la violencia de género

Para Soleto, no obstante, este “retroceso discursivo” puede “dar alas a los que alegan que la violencia de género no existe” y frenar el avance de los derechos de las mujeres, que necesitan de un “clima social favorable” para su correcto desarrollo.

Estos discursos, coincide Lloria, “utilizan la demagogia al dar a entender que solo las mujeres gozan de un tipo de especial de protección”, algo que considera “falso”, puesto que existen otras leyes específicas como la de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia.

Las voces negacionistas siempre alegan que la ley de violencia de género supone la persecución de los agresores, pero esta catedrática les recuerda que, aunque la ley se derogue, los asesinatos y las agresiones seguirán siendo castigados con penas que solo bajarán de forma “mínima”.

Prevención, detección y acompañamiento

Pero la derogación, añade, “sí erradicaría el sistema de protección a las víctimas” porque, además de la sanción penal, la ley contempla medidas de prevención, detección y acompañamiento.

La directora de Fundación Mujeres avisa además de que dar ese paso significaría que España “deja de cumplir con sus compromisos internacionales“, algo en lo que coincide Alemany, quien recuerda que nuestro país ha ratificado convenios como el de Estambul, “que se refieren expresamente a la violencia contra las mujeres, no solo a nivel familiar”.

“Quienes están intentando confundir ambos conceptos están negando el derecho de las personas a ser atendidas correctamente”, avisa Soleto.

Fuente de la información e imagen: https://efeminista.com

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El fantasma de la despolitización

Por: Rafael Fraguas

Los resultados de las recientes elecciones municipales y autonómicas así lo demuestran. Ni ideas, ni proyectos, ni medidas concretas de tipo alguno avalan tan resonante victoria electoral como la obtenida por el Partido Popular. ¿Interés por la cosa pública?: se desconoce. ¿Propuestas de gobierno alternativo y mejorado?: no constan. ¿Innovaciones en la gestión política?: ninguna. ¿Programas electorales?: ausencia de medidas visibles. Entonces, ¿qué es lo que en verdad se ha votado?: todo indica que, muy posiblemente, el voto mayoritario ha sido emitido sin nada sustantivo que adquirir por el votante ni nada que ofrecer por parte del PP. Por consiguiente, cabe decir que se ha tratado de una especie de pataleta antigubernamental con ciertos visos, permítaseme decirlo, políticamente suicidas.

Cabe preguntarse si ha sido un voto antisistema, esa actitud tan cara a muchos españoles proclives a una acracia de derechas, protestona, refunfuñona, individualista e insolidaria; esto es, aquella que con su nihilismo antiparticipativo, beligerante/abstencionista y malencarado, abre el camino a que la gran derecha se enseñoree luego de la escena política en las urnas, con su arrogante actitud empeñada en desmantelar todo lo que tenga contenido social, colectivo, mayoritario, en síntesis, democrático, la única tarea que esa derecha sabe acometer de manera impecable. ¿Oferta diferencial propia del PP aquí y ahora?: la única conocida, la privatización de la mayor cantidad posible de riqueza pública, de servicios públicos, de prestaciones para todos que pronto pasarán a ser sólo para unos pocos y los demás tendrán que pagar a precio de oro.

Fulminado por sospechar

Veamos. El Partido Popular tiene hoy un líder que se hallaba muy a gusto en su Galicia natal. Aquí, al líder del PP, Pablo Casado, se le ocurrió insinuar corrupción en el entorno de Isabel Díaz Ayuso, presidenta regional, por los contratos de un hermano de ella adjudicados en plena pandemia. Casado sería literalmente fulminado. Núñez Feijóo sería llamado de urgencia a Madrid, pero no parece hacer el menor esfuerzo por ofrecer alguna idea propia sobre cómo gobernar mejor que el actual Gobierno; justifica su vagancia porque dice que le basta con esperar; ya vendrán luego las grandes corporaciones, a las que el PP tanto debe electoralmente, para asumir su tarea. Tal vez asistamos a su fagocitación por parte de la dama a la que tanto abrazaba, quién sabe.

Por su parte, la presidenta regional durante su estrambótico mandato, no ha tenido reparo alguno en demostrar -tras calcular el número de bares por kilómetro cuadrado en la región madrileña y confirmar la voracidad de las grandes inmobiliarias adquiridas por migrantes de postín-, que ha gobernado únicamente para los suyos; es decir, multinacionales, constructoras, grandes empresarios, hoteleros, taberneros y parroquianos todos, sin que haya parecido importarle el desmantelamiento de la sanidad pública madrileña hecha por los suyos o la pésima calidad de las infraestructuras educativas cuyo deprimente estado es de su incumbencia. Desde luego, distinguía, con claridad desdeñosamente discriminante, entre la migración de las gentes que huyen de la pobreza y la selecta migración de los que vienen de allende el mar forrados del dinero que allí no pagan en impuestos para comprarse a manos llenas barrios enteros de Madrid o predios de la Comunidad madrileña; y, de paso, financiar la publicidad que tan generosamente ha decorado las calles con lemas del partido único, publicitariamente hablando claro.

Verticalidad en la izquierda

Vamos ahora hacia la izquierda. Las candidaturas, al parecer, no se discuten. Siempre vienen de arriba, nunca de abajo. La verticalización de los partidos impide que fluya la inteligencia en su interior y que los más capacitados accedan democráticamente a los puestos de dirección. El ordeno y mando, el ronroneo sempiterno de anquilosados aparatos, el miedo a no salir en la foto, zanjan cualquier atisbo de imaginación y de vitalidad políticas, históricos rasgos distintivos de la izquierda, hoy tan desdibujados. Los egos proliferan por doquier. El adanismo de los recién llegados a la política causa efectos devastadores. La empanada ideológica que sufren algunos y algunas dirigentes les lleva a no discernir entre lo vital y lo accesorio. Tozudamente, la obstinación sustituye al pacto, al acuerdo que hubiera propiciado avances. No reparan en que anteponiendo su lógica particular, su infantilismo izquierdista, a la lógica social lo único que consiguen es que tengamos que soportar cuatro años más a esa plana mayor de la derecha, insoportable por su arrogancia, su incultura y su banalidad, tan amoral y tan tóxica, sin nada que decir ni nada que ofrecer.

Todo ello permite confirmar la pésima calidad de la cultura política existente, aún, en España, como siniestro legado del franquismo capaz, como lo fue, de desertizar la vida cívica y política del país entero. Y, sobre todo, el gran triunfo del mediocre general: el de franquistizar, como vemos a diario, a casi toda la derecha, escorándola hasta la derecha extrema, sin dejar el menor vestigio ni espacio de democraticidad a los sectores conservadores. En Europa hay derecha conservadora democrática. Aquí, desgraciadamente, hoy no la hay. La hubo, pero ya no queda nada de aquellos democristianos, liberales, republicanos de derechas que, puntual pero valientemente, se opusieron al dictador. El centrismo, copado por pijos y pijas de distinta catadura, se ha mostrado incapaz de entender que su apuesta política es diferencial respecto de la extrema derecha, por lo que el votante le ha pasado factura. Siempre son mejores las primeras marcas que las marcas secundonas; esto también se aplica a ese vetusto sector del socialismo y de las autonomías, tan rencoroso con el Gobierno de Pedro Sánchez, sector presto siempre a pactar con la derecha: la misma derecha que en su día le descabalgó arteramente del Gobierno, para ahora palmearle en sus diatribas dislocadas contra el quehacer político del primer Gobierno de coalición desde la Guerra Civil; Gobierno, por cierto, trufado de dificultades y errores de algunos principiantes, recelosos frente al pragmatismo del sector gubernamental mayoritario.

Querida clase obrera:

¿Qué decir de nuestra querida clase obrera?: que la crítica debe asimismo incluirla. Mayormente, por tirar, no piedras, sino grandes pedruscos, sobre su propio tejado. Votar a las formaciones de derecha y extrema derecha por parte de un asalariado es hoy, sin duda alguna, ejemplo supremo de alienación, de ignorancia y de desconocimiento de los intereses de todos, los propios incluidos. Aunque la alienación es una impostura más de los poderosos, de la que no cabe culpar siempre a quien la sufre, el error es previo: pocos asalariados se reconocen como tales –los sociólogos sabemos que muy pocos encuestados se reconocen pertenecientes a la clase obrera-; para colmo, algunos de ellos alardean de disponer ya de una individualidad y unos estilos de vida más propios de otra clase no asalariada y superior en ingresos -y en Código Postal-, a la clase a la que ellos, obreros, empleados, funcionarios, pertenecen. Legítimo es que se aspire a un ascenso social que la democracia puede facilitar, pero cosa bien distinta es creer que ya se halla uno inserto en esa categoría social por encima de aquella a la que en realidad se pertenece.

¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? ¿Cómo sobrellevar cuatro años más de alcaldes, algunos de ellos trincones, caciquiles o mafiosos, más muchos más simplemente desprovistos de vocación de servicio y con tendencia a considerar la política como una forma directa de enriquecerse, como diría el prócer exministro levantino?. Lo grave ahora es que se creerán avalados en sus exacciones por el sufragio de gentes que no pensaron apenas en los efectos de su voto sobre sus propias vidas o que no se molestaron en dedicar un cuarto de hora para acudir a las urnas.

¿Qué podemos hacer con esta izquierda amante de los reinos de taifas, enemiga de los acuerdos, obstinadamente amurallada en rígidos dogmas? ¿Qué cabe explicar a tantos jóvenes replegados sobre sí mismos, abducidos por sus teléfonos móviles y sus pantallas, que no se permiten ver la vida discurrir a su alrededor, mientras, cuando consiguen trabajo, soportan empleos de salarios miserables y suelen mostrarse incapaces de dedicar media hora a la semana en averiguar cómo mejorar sus condiciones de existencia y las de sus compañeros? ¿Dónde han quedado los sueños emancipadores que anidaron en las mentes de tantas generaciones jóvenes que en la Historia han sido?

¿Hemos de deslegitimar desde ya mismo, como ha hecho el PP desde el minuto cero, los Gobiernos surgidos de las urnas porque no nos gustan? No. La izquierda no es tan ruin. Empecemos por cambiar percepciones, métodos, aproximaciones, manías, vicios y, sobre todo, intentemos reflexionar de un modo hondamente autocrítico. La clase obrera llegó a ser antifranquista, pero no pudo o no supo descubrir que aquel régimen era una tapadera más del capitalismo que hoy, en su dimensión financiera, es el principal enemigo de la democracia. La sombra del franquismo es alargada. Demasiado alargada. Su legado tóxico se llama despolitización, falta de conciencia colectiva, irracionalidad, odio al migrante pobre, servilismo ante los poderosos de siempre, anticomunismo… la vida concebida en torno a una simple cerveza. Eso es todo lo que promete la cúpula más irresponsable del Partido Azul y su aliado natural. Pero en las clases asalariadas, pese a los desconciertos habidos, reside la potencialidad de todo cambio a mejor. Y más temprano que tarde, la despolitización pasará factura a sus irresponsables mentores.

Si entendemos la politización en clave democrática, como compromiso colectivo con la lucha por la satisfacción de los intereses mayoritarios y el respeto de los intereses minoritarios, la tarea a asumir es esa. El voto ha sido ahora adverso a tal misión. Despliéguese el ingenio, la imaginación y el talento para revertir esa tendencia tan impolítica y dañina ahora observada. Y admitamos que las derrotas, como la ahora sufrida, pueden ser la antesala de nuevas y prometedoras victorias. España las merece.

Fuente de la información e imagen: https://www.mundoobrero.es

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Para desfigurar la figura de la víctima: una lectura feminista

Por: Laura Klein

Luego de 8 años de la irrupción del Ni Una Menos, atravesamos muchos cambios concretos, otros aún quedan pendientes. La agenda de los feminismos ha ampliado sus demandas y reivindicaciones. La violencia sexual y el consentimiento son temas que nos generan deudas, preguntas e incomodidades. En esta nota, la filósofa, escritora y activista feminista, Laura Klein, hace un análisis crítico de la figura de la víctima ideal, que deja afuera a las víctimas concretas y reales. A la vez que nos interpela sobre cómo los vínculos eróticos pueden estar atravesados por la sospecha, la ley, las denuncias y el derecho.

Si hay algo que caracterizó al feminismo frente a otros movimientos políticos es que hace eje en la vida cotidiana, en lo que se llamó “el mundo privado”, las relaciones afectivas, la sexualidad, los roles de género en el mundo público, en la compleja trama que se arma en cada momento histórico entre lo que sentimos y cómo lo vivimos, entre lo que deberíamos querer y lo que queremos. El feminismo devela la dimensión política en las llamadas “cuestiones personales” (lo personal es político), ve en lo individual huellas de lo colectivo; en lo colectivo, las trazas de un sistema de dominación que permanece oculto, alumbra lo más íntimo, incluso, lo que desconocemos de nosotras mismas y de los otros.

En este sentido, el proyecto principal del feminismo –o del feminismo por el que yo me hice feminista- fue dar nuevas y diferentes lecturas de nuestras experiencias que subviertan las patriarcales. Transformar sentimientos, relaciones, anhelos y valores, hacerle lugar a experiencias que quedan inadvertidas. Inventar otras salidas a los conflictos y encontrar otros recursos. Porque los canales instituidos por el Estado moderno –desde el Derecho, la Medicina, la Educación, la Psicología- adjudican los malestares “femeninos” a circunstancias individuales y, culpabilizando a las mujeres por sus propios padecimientos, suprimen su dimensión política. El feminismo vino a politizar lo íntimo, a historizar lo que parecía natural.

***

El 3 de junio del 2015 fue una jornada histórica: ese día, hubo una marcha multitudinaria, descomunal, sorprendente, incluso, para quienes la convocaron, que, bajo la consigna “Ni una menos”, movilizó miles de mujeres (y no sólo mujeres) de todas las edades, sectores sociales, variadísimas ideologías y pertenencias políticas. Fue emocionante, inolvidable. Y esperanzador. Recuerdo la alegría y el desenfado; para muchas, era la primera participación en una movilización en las calles. Tomar la calle y la frescura de un cartón pintado con una frase inventada en casa por estas mismas mujeres. También fue a partir de ahí y gracias a un giro inesperado en 2018, cuando el macrismo llevó al Congreso el debate acerca de la legalización del aborto, que el tema cobró dimensiones jamás imaginadas. Ese fue el comienzo de la Marea verde.

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Colectivo Manifiesto

En estos ocho años, hubo cambios que son importantísimos, que muestran que se transformó en varios aspectos el modo de interpretar, juzgar y valorar las conductas de varones y mujeres. Una subversión de la perspectiva patriarcal. Podemos enumerar: los femicidios pasaron a ser femicidios y no “crímenes pasionales”; se desnaturalizaron las palizas domésticas y el acoso callejero; se instauraron nuevos cuidados (aunque también nuevos recaudos) en las relaciones amorosas; se puso en jaque el esquema binario de los roles varón/mujer (aun cuando derive demasiado pronto en etiquetas identitarias). Estamos ante una explosión de diversidades que nos conecta con una fluidez de posibilidades desconocidas. Además, ahora, cuando una mujer alza la voz porque la han violado, golpeado o amenazado, se la escucha. Nuevas formas de organización e intervención cobraron fuerza y tomaron otra relevancia al inventar modos eficaces, pragmáticos y políticos desde la economía feminista, la conformación de distintos grupos de madres organizadas para proteger a sus hijos de diversas violencias, hasta la Campaña Nacional por el Aborto Legal y el socorrismo (que ya hacía años habían abierto las compuertas para que el aborto clandestino dejase de ser un acto secreto, peligroso y vergonzante). Y, a fines del 2020, la legalización del aborto, una conquista que cambia no sólo el acceso al aborto -ahora seguro, libre y gratuito-, sino los modos de transitarlo.

De repente, medio país o más es feminista. Ya casi no se escucha la coqueta frase “soy femenina, no feminista”. Muchas mujeres que siempre estuvieron a favor de la igualdad pueden decir hoy, sin incomodarse y hasta con orgullo, que nacieron feministas. Pero la masivización del feminismo nos interpela hoy también con una realidad que no es la que esperábamos. Para muchas, muchos, “feminismo” devino sinónimo de “guerra contra los varones”. Para otros, otras, sólo se trataría de “excesos” comprensibles después de siglos de opresión y de silencio.

Acá no busco hacer un balance. En cambio, quiero detenerme en lo que a muchas nos resulta incómodo y, sobre todo, indeseable.

***

En este torbellino en que vivimos, se profundiza el papel cada vez mayor que ocupa el derecho en el imaginario de los cambios colectivos: una desesperada confianza en que, sancionando nuevas leyes y aumentando las penas (me refiero a los castigos, no al dolor), se logrará, si no vencer el mal, al menos, reducirlo; si no resolver las tragedias de la vida, al menos, limarlas. La ilusión es más amplia: supone que la ley, que por definición es –y tiene que ser- general, puede albergar todas las particularidades de los casos del mundo. ¿Para qué creemos que sirve la ley? Para hacer justicia a las víctimas. Pero no olvidemos, sepamos, que este es un poder que la democracia delega en el Estado.

Y el imaginario social de qué es una víctima exige, de algún modo, un tipo de pasividad imposible en cualquier ser vivo. Una víctima que no ha resistido como lo exigen los jueces y la opinión pública es más fácil de defender que una que sí lo ha hecho. Porque una víctima que actúa (y casi todas lo hacen), una víctima que no queda paralizada, una víctima que intenta negociar o trampear al agresor, contradice la figura de la víctima ideal: inerte, impotente, aterrada e incapaz de reponerse posteriormente.

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Ana Medero para La tinta

Una de las mayores encrucijadas en las que hoy nos encontramos, a partir del reconocimiento social de la violencia sexista, es que la experiencia de las mujeres reales y concretas no coincide con la figura de las víctimas que se viene construyendo desde tiempos inmemoriales, a costa de sus experiencias. Las figuras así armadas son las de víctimas construidas a la medida de la necesidad de condenar o, bien, de proteger a los victimarios.


En el contexto de la eclosión actual de denuncias, nos hallamos frente a la siguiente ecuación: cuanto más impotente, débil, inválida -¡y, por tanto, buena!- sea la imagen de la víctima y cuanto más haya quedado destrozada su vida por el abuso-violación-maltrato del victimario, más quedarían demostradas la culpabilidad y saña de este último. O sea que, para condenarlo a él, hay que debilitarla a ella: si el opresor es malo y culpable, nosotras (o cualquier otro oprimido) debemos ser, para resultar inocentes, todo lo contrario –buenas y sin agallas–. Un modelo especular y binario donde quedamos atrapadas. Estas imágenes son injustas con quienes quedan destrozadas y con quienes no quedan destrozadas.


A este modo de diluir a las víctimas a la medida del estereotipo de la víctima, Inés Hercovich (con quien tuve el privilegio de compartir varias investigaciones sobre violencia sexual) la denominó, hace más de tres décadas, “victimización de la víctima”. Hercovich no se refiere a la “revictimización” que sufre una víctima de violencia sexual cuando llega a las instancias policiales, hospitalarias, judiciales o mediáticas donde la someten a interrogatorios vejatorios. Se refiere a cómo, para condenar al violador (o a la violadora), parece necesario quitarle a la víctima toda vitalidad, toda iniciativa y sustraerle el valor, o la locura, de haber sido capaz de estar a la altura del peligro.

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La victimización de la víctima es el cerrojo que hace callar a las mujeres: para absolverlas, hay que despojarlas de toda acción. Pero como este es un ideal y (casi) nunca sucede, se termina absolviendo al victimario. Estos discursos se muestran más atentos al destino del agresor que a las peripecias de quien padeció su ataque.

Hoy, esta “promoción de la víctima”, por llamarla de una manera un poco irónica, tiene consecuencias raras. Hasta hace una década, las mujeres ocultábamos que habíamos sido violadas o abusadas; hoy, no sólo tenemos un lugar en la agenda política, sino que, además, nos da una especie de status desatinado que es casi una pertenencia.


¿Qué pasa cuando las víctimas de agresiones sexuales no se reconocen en esa imagen especular de una víctima inerme frente a un victimario todopoderoso? ¿Qué sucede si la víctima pudo negociar algo, consintió para que no la dañen o no la maten, y ahora se siente obligada a callar como si fuera culpable? ¿Es menos víctima por eso, menos digna de ser escuchada, de ser creída? El problema es que, si habla –a veces, alguna lo hace-, pone en cuestión el gran relato de cómo es ser una víctima del patriarcado.


En el siglo IV a. C., Sócrates preguntaba a sus discípulos en las calles de Atenas qué era preferible: ejercer el mal o padecerlo. Su respuesta fue: es peor hacerlo que padecerlo. Luego, el cristianismo ahondó esa preferencia y la revistió de humanidad y bondad. En nuestro mundo, donde los dioses están alejados, la superioridad moral de la víctima está más vigente que nunca. Desde hace 2.500 años, arrastramos esta aureola; desde entonces, la idealización de la víctima pone en jaque nuestros proyectos de liberación. Entonces, ahora, hoy, me pregunto: ¿queremos ser respetadas como víctimas o queremos dejar de ser víctimas? ¿No buscamos a veces más que nos reconozcan como víctimas que dejar de serlo?

***

Veamos el entusiasmo y la adhesión con que fue recibida la consigna “Yo te creo, hermana”. Frente a una sospecha a priori que sigue vigente, expresada en ¿qué habrás hecho?, ¿qué tenías puesto?, ¿para qué fuiste? y ¿por qué subiste?, se opuso una decisión de creencia a priori para contrarrestarla: “Yo te creo, hermana”. Nuevamente, la reacción en espejo. Al servicio de rescatar a las mujeres de la infame condena, el “Yo te creo”, sin embargo, comprometió nuestra posibilidad de escucharlas. ¿Escuchar qué? Escuchar lo que nadie quiere escuchar y, mucho menos, nosotras (las feministas): esos insoportables puntos ciegos que no entran ni en la moral ni en el derecho, esos detalles que nos avergüenzan –sí, avergüenzan–. Porque no coinciden con lo que suponemos que deberíamos ser o hacer cuando sufrimos un ataque, con lo que los otros esperan de nosotras, pero, sobre todo, con lo que nosotras hubiésemos esperado de nosotras mismas.

Decimos lo que podemos, o sea, lo que no incomode demasiado, lo que podemos soportar, lo que nuestras amigas, madres, parejas querrían o necesitan escuchar para seguir queriéndonos. Entonces, “Yo te creo, hermana” pasa a significar: “No importa lo que digas… no te escucho, ¡te creo!”.

***

El slogan “No es no”, que existía desde los 70, pero se popularizó en nuestro país con el Ni una menos, vino a oponerse a la atávica costumbre masculina que decía que, cuando una mujer dice “no”, es “tal vez”; cuando dice “tal vez”, es “sí” y, cuando dice “sí”, es “una regalada” (¡no un regalo!). La advertencia de que esta “traducción” anulaba cualquier negativa, convirtiéndola en una aquiescencia implícita, estaba buena, pero la fórmula no. ¿Por qué? Porque los encuentros afectivos, eróticos, amorosos, sexuales, casuales o no (o sea: los encuentros de cualquier índole) no tienen la forma de un contrato. En un contrato, todo lo confuso debe ser aclarado previamente (y cuidado con la letra chica). ¿Es esto lo que se pretende con la idea actual del consentimiento como un acuerdo explícito entre partes?

Actualmente, en muchos países, se están debatiendo costumbres y sancionando leyes que pretenden, como si fuera una novedad, instaurar la figura del consentimiento como la línea que separa lo permitido o querido de lo abusivo o criminal. Pero este entusiasmo ignora que el consentimiento siempre estuvo para discernir si existió o no un ataque sexual, y desde las más antiguas legislaciones. El énfasis y la ilusión actuales tienen que ver con redefinir los límites sobre qué significa consentir, cómo se muestra su existencia y cómo decodifica esos signos aquel a quien van dirigidos. Porque, durante milenios, en la práctica, la única prueba de que una mujer no consentía a un acto sexual era que estuviera muerta.

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¿Cómo librar de malentendidos los encuentros con los otros? Acuerdos y desacuerdos pueden entorpecer cualquier atractivo, no sólo el erótico. Los argumentos a favor de esa ley están disponibles en internet y algunos son francamente desopilantes. Se presenta a los partenaires acordando, antes de cada paso que dan, cómo sigue la cosa, creyendo que es posible interrumpir el flujo del erotismo, acordar y retomarlo. Quedan desterradas la confusión y sus posibles destinos, y penalizada la vivencia. Quedan suprimidos el tiempo y sus efectos. Así, una ley de protección contra las violaciones sexuales se convierte en una ley disuasiva de los encuentros sexuales. El acuerdo no es sinónimo de encuentro ni el consentimiento es sinónimo de erotismo o de deseo.

El lugar que está cobrando el tema del consentimiento como garantía contra lo que no queremos o no quisimos (hacer o que nos hagan) forma parte de la confianza ilimitada en el poder de la razón para resolver los problemas de la existencia. También, una confianza ilimitada en el derecho (y, por lo tanto, en el Estado) para resolver los conflictos de la esfera privada como contraparte de una desconfianza instalada ante “el otro” que nos va a avasallar, manipular o violentar. El escribano, el policía y el juez son reclamados como árbitros de unas relaciones humanas concebidas en términos de contrato.

Pero sexo y racionalidad, erotismo y derecho, deseo y ley, ¿se hablan en el mismo idioma? Como sea, nunca podrán coincidir punto por punto. Y, además, ¿sabe una qué va a querer dentro de un rato o a qué va a consentir?

La primacía del intelecto frente a los instintos viene de lejos. Pero, a fines del siglo XIX y principios del XX, se volvió tan asfixiante que los más lúcidos y vitales pensadores vislumbraron el daño que ocasiona una cultura que privilegia la lógica sobre la vida. Nietzsche habló de lo desconocidos que somos para nosotros mismos; Freud, de lo inconsciente; Bergson, de cómo la inteligencia no puede comprender lo viviente; Simone Weil, de la incomunicabilidad de la desgracia. Vieron cómo el corsé de la lógica, concebida como un entendimiento que expulsa las contradicciones y las ambigüedades, lo oscuro de nuestra alma, ocupaba cada vez más y más terreno como modo de comprender los problemas de la vida. Suponiendo que somos transparentes para nosotros mismos, damos por sentado que conocemos nuestros deseos, pero, ¿sabemos tanto, siempre, lo que queremos? ¿Y queremos cada vez con toda nuestra alma, sin hesitaciones ni dudas, con un deseo absoluto e insobornable? Esto es precisamente lo que está borrado del debate sobre el consentimiento.

Como dice Nietzsche, “la noche es más oscura que como el día la piensa”.

*Por Laura Klein para La tinta / Imagen de portada: La tinta.

*Este artículo contiene algunas de las reflexiones que la autora presentó en las XV Jornadas Nacionales de Historia de las Mujeres y el X Congreso Iberoamericano de Estudios de Género, realizado en San Salvador de Jujuy durante los días 29, 30 y 31 de mayo de 2023.

Fuente de la información e imagen: https://latinta.com.ar

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