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Educar la voluntad, educar la independencia

Por: Carlos Javier González Serrano

Como adultos, deberíamos preguntarnos a qué estamos invitando a que se adapten nuestros niños y jóvenes, por qué se les empuja a gestionar sus emociones (al igual que a los adultos) y para qué deben sacar provecho o rentabilizar las crisis. En realidad, el pensamiento es el único que nos procura valentía para actuar.

La sociedad del espectáculo lo pone todo en venta. Nuestra vida ha quedado supeditada a los estándares de la producción y el consumo en todas sus facetas y, encadenados a una continua y agotadora dinámica del rendimiento (revestida de ocio, entretenimiento y libertad), llegamos a pensar –con resignado talante– que incluso el descanso no es más que la pausa que necesitamos para poder seguir alimentando las voraces fauces de un modo de existir extenuante. Para, como nos dicen innumerables libros de autoayuda, «gestionar» nuestras emociones y «rentabilizar» nuestras fuerzas vitales.

Todo ha sido sometido a la lógica del mercantilismo. Incluso nuestro deseo. Pero deberíamos tener en cuenta que consumir rápida y enfermizamente (series, películas, podcasts e incluso emociones) impide construir con pausa nuestros deseos. Cuando el filósofo danés Søren Kierkegaard escribió que «el goce decepciona, pero la posibilidad no», invitaba a aprender a dar valor a la bella distancia que media entre nuestros deseos y su satisfacción. A estimar y cuidar la enriquecedora grieta que se abre entre la aparición de aquello que deseamos y la posibilidad de alcanzarlo. Hemos extraviado la preciosa e irremplazable hendidura de lo erótico, de la fuerza (eros) que nos impulsa a perseverar.

De manera paulatina y casi imperceptible, en las últimas décadas se ha perdido el valor del tránsito, del camino, del esencial espacio que media entre el deseo y su satisfacción. Por eso hay que trabajar en la dilación de la satisfacción, por un lado, y en la construcción del deseo, por otro. No se trata del viejo y mal planteado debate «materialismo sí o materialismo no».

Existen bienes materiales que pueden resultar muy útiles e incluso necesarios para nuestro trabajo o nuestra vida diaria: la cuestión es aprender a distinguir qué necesitamos y qué no, qué deseos nos han sido suscitados (pasivamente) por la mercadotecnia, la publicidad y las prisas y qué deseos emanan de nuestra voluntad.

«Con la llegada de la Navidad, se presenta una oportunidad muy indicada para enseñar a los más pequeños y jóvenes la destacada significación del autoconocimiento»

Con la llegada del periodo navideño, se presenta una oportunidad muy indicada para enseñar a los más pequeños y jóvenes la destacada significación del autoconocimiento: mostrar desde edades tempranas el valor de examinar por qué hacemos lo que hacemos. No se trata de desilusionarlos o desengañarlos antes de tiempo, sino de señalar que tras nuestras acciones hay una voluntad, la nuestra, que consiente o no consiente en aquello hacia lo que es encaminada.

No depende de nosotros desear algo o no desearlo, pero sí depende de nosotros qué hacer con esos deseos, y en ello consiste la independencia. Los niños y los adolescentes tienen un escaso control del impulso, por lo que precisan de algo o alguien que, desde fuera, les indiquen ciertos límites. Un desde fuera que, a lo largo del proceso madurativo, se irá convirtiendo en un proceso interno: en el empleo del juicio propio, en la autonomía y en la emancipación respecto al constante ruido que aturulla nuestra vida. La tarea de la educación es, pues, central.

Y es que nuestra contemporaneidad se caracteriza por ese permanente ruido, tan difícil de acallar. Se trata de un ruido que no solo tiene que ver con nuestros oídos, sino también con nuestros ojos o con el tacto, como en el caso del smartphone o la tablet, objetos que raramente abandonamos y que se han transformado en apéndices de nuestro cuerpo, o más aún, en nuestro propio cuerpo, puesto que a través de ellos nos ponemos en contacto con el mundo.

«Vivimos anclados al aquí y al ahora, sin poder detenernos a pensar en nuestro pasado o en el porvenir»

El ruido incesante secuestra nuestra capacidad de concentración y nos impide vivir otro tiempo que no sea el puro presente. Vivimos anclados al aquí y al ahora, sin poder detenernos a pensar en nuestro pasado o en el porvenir. Desde hace siglos, la filosofía nos ha invitado a hacernos dueños de nuestra atención para poder pensar antes de actuar y, sobre todo, para poder alcanzar independencia de juicio y autonomía en la acción. Modular el molesto ruido de nuestro alrededor puede ser el comienzo para reconquistar nuestra emancipación, para no ser esclavos del entorno.

Recordaré aquí una inolvidable cita de Dostoyevski en Memorias del subsuelo: «¿Cómo han podido imaginar todos los sabios que necesitamos una voluntad virtuosa? ¿De dónde han sacado que necesitamos desear de una manera sensata y provechosa? Sólo una cosa necesitamos: querer con independencia, cueste lo que cueste».

No nos engañemos: acostumbrar a niños y niñas a un lapso de tiempo corto entre la aparición del deseo y su satisfacción genera adultos emocionalmente dependientes, con una capacidad de atención y concentración mermada, maleables y condenados a la frustración; si no satisfacen rápidamente su deseo, aparece el sufrimiento, la desazón y la desilusión. Y de su mano, trastornos emocionales como la ansiedad o la depresión o los trastornos de déficit de la atención e hiperactividad.

«No nos engañemos: acostumbrar a niños y niñas a un lapso de tiempo corto entre la aparición del deseo y su satisfacción genera adultos emocionalmente dependientes»

Por eso también urge pensar sobre la categoría del regalo. Deberíamos mostrar a los más pequeños que lo importante no es propiamente el regalo, sino el acto de dar, la preocupación por el otro, por sus gustos y necesidades. El regalo no es más que la materialización de ese tiempo de atención por el otro, y es lo que debemos enseñar.

Vivimos rodeados de estímulos que nos instigan a comprar y, en numerosas ocasiones, ya tenemos de todo, vivimos atiborrados de objetos, mientras nos faltan la compañía, la calidez o la calidad y hondura en los vínculos. Todos sabemos de personas que pasan días y semanas paseando por tiendas sin saber qué comprar a sus familiares, lo que da lugar a una sensación de vacío y frustración por no llegar a cumplir las expectativas.

Por supuesto que el regalo, como objeto, cobra un papel relevante cuando hablamos de la generosidad, pero no es lo fundamental; deberíamos enseñar que la generosidad tiene más que ver con la pre-ocupación por el otro que por aquello que se da. Lo mismo sucede con la solidaridad, que no ha de asociarse a sentimientos de pena o compasión, porque no debería ser un acto puramente pasivo («me compadezco, luego soy solidario», «qué pena me da», etc.), sino activo: decido dar mi dinero, comida o bienes de cualquier tipo a una causa porque la considero necesaria, justa, buena o bella. La generosidad y la solidaridad deberían sostenerse, por tanto, sobre valores que construyamos –y ayudemos a construir– paulatinamente, y no sobre afectos y emociones que nos arrastran y nos hacen reaccionar pasivamente, en lugar de actuar responsable y activamente.

«El ruido incesante secuestra nuestra capacidad de concentración y nos impide vivir otro tiempo que no sea el puro presente»

La manera más efectiva de transmitir valores ha sido, es y siempre será el ejemplo. La ejemplaridad en la acción es fundamental para que niños y niñas y jóvenes no solo comprendan el contenido de ciertos valores, sino la importancia de llevarlos a cabo, de hacerlos efectivos en nuestro mundo, en nuestras circunstancias. Cuando somos pequeños somos muy sensitivos, y necesitamos ver, oír y tocar todo aquello de lo que nos hablan. Así se enseña a leer en las etapas de infantil y primaria, con la representación visual e incluso táctil de las letras y los números.

Con los valores sucede algo similar, y cabría decir que también nos ocurre a los adultos. Hay una cita del pensador Henry-David Thoreau que suelo recordar mucho cuando hablo con padres y madres en tutorías o en charlas con adultos: «Si busca persuadir a alguien de que hace mal, actúe bien. Los seres humanos creen en lo que ven. Consigamos que vean».

«La cuestión es entregarse a la tarea de investigar qué es el bien, pero para eso se necesitarían clases de filosofía desde temprano en la educación»

La cuestión, por supuesto, es entregarse a la tarea de investigar qué es el bien, pero para eso se necesitarían clases de filosofía desde temprano en la educación. Lamentablemente, el fomento del pensamiento crítico y las humanidades tienen cada vez menos espacio en los centros educativos. Para la nueva pedagogía, lo importante es desarrollar destrezas, habilidades y competencias que los ayuden a adaptarse a lo dado (sin cuestionarlo), a gestionarse (sin preguntarse qué deben gestionar exactamente) y a rentabilizar las oportunidades de las crisis (sin interrogar si esas crisis son o no algo de lo que deban responsabilizarse).

Como adultos, deberíamos preguntarnos a qué estamos invitando a que se adapten nuestros niños y niñas, nuestros jóvenes, por qué se les empuja a gestionar sus emociones (al igual que a los adultos) y para qué deben sacar provecho o rentabilizar las crisis. Quizá nos hayan acostumbrado a lo que jamás deberíamos habernos acostumbrado: como explicó María Zambranofácil es deslizarse por la vida y arduo y áspero resulta el sendero del pensamiento, aunque es el único que nos procura independencia para pensarnos y valentía para, tras haber pensado, actuar.

Fuente de la información e imagen: https://ethic.es

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Educación de niños con discapacidad en pandemia por COVID-19: un cambio violento para el necesario cuidado de la salud y el aprendizaje

 Dr.  Alejandro Moreno Lozano

Instituto de Estudios Superiores de Progreso de Obregón Hidalgo/SEPH/UPN-H

El contexto pandémico causado por la cepa vírica de coronavirus, denominado COVID-19, ha impactado a toda la raza humana en la faz de la tierra. De ellos, los más vulnerables han resentido sus efectos en distintas esferas. Recibir educación en las nuevas condiciones de crisis sanitaria a partir del brote en Wuhan, en la provincia de Hubei en China; el 31 de diciembre de 2019, hizo necesario como nunca antes en la historia de la humanidad, la necesidad de emplear las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC)  para hacer posible el acto educativo que antes se impartía de manera presencial en el aula y que por ese brote de alcance mundial pudo recibirse en los hogares de cada uno de los estudiantes que tenía acceso a un equipo de cómputo, celular inteligente y conexión a la internet.

Lejos de lo que podría pensarse, el empleo de las TIC, no consiguió disminuir la fisura históricamente construida en perjuicio de las personas que incorporan alguna condición de discapacidad en su cuerpo, (a nivel de lo físico y/o intelectual), sino que acrecentó su impacto negativo en tanto que sus capacidades no fueron suficientes para reclamar lo necesario para conectarse a las clases en línea y continuar con su aprendizaje. Este hecho constituye lo que se ha denominado: formas de discriminación negativa, que siguen cánones minuciosos de concreción colectiva bajo lógicas de operaciones veladas o llanamente excluyentes (Kars, 2000).

La educación de los niños con alguna discapacidad o Trastorno Generalizado del Desarrollo (TEA), dependiendo de su característica específica requieren de múltiples apoyos tecnológicos como:

 Tecnologías del habla, sistemas multimedia interactivos, comunicación avanzadas, sistemas con soporte, señalizadores y pulsadores, teclado especial, teclado ergonómico, teclado de conceptos, teclado Braille, ratón de bola, ratón especial, ratón barrido, ratón boca, ratón por infrarrojo, pizarras electrónicas, bastones digitales, navegadores adaptados, pantallas táctiles, brazos o soportes articulados, comunicadores adosados a sillas de ruedas, micro robots, grúas adaptadas, chips para parapléjicos, dedo robot para ciegos, control ambiental, realidad aumentada, acceso a internet gratuito y apps dependiendo de sus necesidades (Gódinez, 2020, pág. 61).

La dificultad primordial en esta población vulnerable es que por su condición de discapacidad requieren más para acceder a los aprendizajes. Más apoyos significa mayor inversión que algunos padres de familia no tienen y que significa un gasto mayor en relación con el que es utilizado por el promedio de estudiantes en condiciones físicas e intelectuales regulares.

Los recursos imprescindibles para la comunicación con el profesor es el equipo y conexión a internet, que en las regiones geográficamente de difícil acceso, la señal de telefonía móvil es escasa o inexistente, lo que fortalece la idea de que la distancia geográfica es distancia social, que acrecienta la exclusión educativa en un sector vulnerable de la población mexicana.

En la educación, la exclusión educativa, se opone al de inclusión educativa, en cada extremo, existe un sector integrado y otro excluido (Jiménez, 2008). El fenómeno anómalo de la exclusión, puede pasar inadvertido para los profesores, directivos y padres de familia, porque una de las características de la exclusión es su dificultad para “Plantearse como un fenómeno de naturaleza estructural altamente complejo, multiforme, y de profundas raíces socioeconómicas, culturales e históricas” (Rivas, 2006, pág. 4) y de manera importante en la pandemia se incluye también las tecnológicas por su importancia en la educación de los niños con discapacidad, discapacidad múltiple o Trastornos Generalizados en el Desarrollo.

Dos fuerzas son las que amplifican la segregación que lastima profundamente a las personas que lo padecen y que se ubican en las siguientes esferas a) el estigma como un mecanismo fundamentalmente irracional que marca negativamente a los estudiantes y b) el prejuicio que se instalan obsesivamente en el área de “Las actitudes de exclusión y desprecio sistemático hacia grupos determinados; y que tiene como consecuencia la disminución o anulación de los derechos fundamentales de quienes los componen” (Rodríguez, 2011, pág. 49).

A pesar de que el Derecho fundamental de todas las personas con independencia de sus características, filiaciones y preferencias, sea la de recibir una educación y que esta sea de calidad, se vio anulado en el contexto de pandemia por las siguientes razones: falta de dispositivos para conectarse, falta de conexión a internet, falta de tiempo de los padres de familia para atender a sus hijos y falta de una preparación adecuada de los padres para atenderlos educativamente. Los supuestos parecen en apariencia contradecir los resultados del Censo de Población y Vivienda 2020 que arrojan que para la población encuestada por vía teléfono que estudia en México cuenta con los siguientes dispositivos: el 65.7% con un teléfono inteligente, el 18.2%, con una computadora portátil, El 7.2 % con una computadora de escritorio, el 5.3 con una televisión digital y el 3.6 con una tableta electrónica (INEGI, 2022). Sin embargo, la apreciación atenta deja al descubierto que, al ser un instrumento aplicada por teléfono, deja fuera a los que no lo tienen para ser elegibles siquiera para la encuesta.

La agravante se cimenta en que, al prescindir de un teléfono, luego entonces, tampoco se cuenta con una computadora, portátil o de escritorio o tableta electrónica; y como veremos más adelante, la población con discapacidad regularmente está alejada involuntariamente de los dispositivos llamados inteligentes con los que debieran acceder a la educación a distancia desde su hogar.

Las condiciones contextuales a las que son sometidas las personas con alguna discapacidad o Trastorno del Espectro Autista (TEA) influyen en su contra para dejarlos fuera del bien educativo en distintos niveles, que van desde el abandono completo del acompañamiento educativo por sus padres, hermanos o tutores, hasta un seguimiento esporádico o intermitente de los mismos.

Bibliografía

Gódinez, W. (2020). Reflexiones sobre el derecho a la educación de las niñas, niños y adolescentes con discapacidad en tiempos de COVID en México. Opiniones técnicas sobre temas de relevancia nacional, 57-80.

INEGI. (2 de Nov de 2022). Censo2020. Obtenido de INEGI: https://censo2020.mx/home.html

Jiménez, M. (2008 de 2008). SCIELO. Recuperado el 15 de Septiembre de 2016, de SCIELO: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-07052008000100010

Kars, S. (2000). La exclusión. Bordeando sus fronteras. España : Gedisa.

Rivas, P. (2006). EDUCERE. Recuperado el 16 de Enero de 2017, de EDUCERE: http://www.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316- 49102006000200021&lng=es&nrm=iso>.

Rodríguez, J. (2011). Democracia, Educación y no Discriminación . México : Cal y Arena.

Fuente de la información: https://revistaaula.com

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La idolatría del yo

Por: dialektika

Fragmento de la obra «¿Bienvenido Metaverso? Presencia, cuerpo y avatares en la era digital» de José Ramón Ubieto y Liliana Arroyo Moliner

Los padecimientos son enormes, pero hay que ser fuerte, que haber nacido poeta, y yo me he dado cuenta de que soy poeta. No es en modo alguno culpa mía. Nos equivocamos al decir: yo pienso: deberíamos decir me piensan. — Perdón por el juego de palabras. YO es otro.

Arthur Rimbaud, «Carta a Georges Izambard»

José R. Ubieto: Si te parece, podríamos empezar hablando de esa pasión de los sujetos contemporáneos por estar presentes en las redes sociales (RRSS) y en las plataformas digitales, como ahora los metaversos. ¿Qué crees que les motiva?

Liliana Arroyo: Creo que principalmente hay dos elementos, relacionados con las dos necesidades básicas que explotan las redes sociales: una es tener una identidad, poder ser y ser vistos; la otra, el sentido de pertenencia. Se trata de un espacio en el que puedes construir tu identidad a distancia. Para la manufactura hay disponibles un sinfín de herramientas que resultan atractivas y accesibles. En el mismo lugar donde tienes tu taller de identidad, puedes extenderla al conjunto de la sociedad, mostrarla y recibir muestras de validación social de forma prácticamente inmediata. Es pura creación e interacción, lo que alimenta tanto la necesidad de ser como la de pertenecer.

J. R. U.: O sea que podríamos decir que Internet es mucho más que un lugar de entretenimiento, como se considera a veces, o un almacén inmenso que contiene información. Es una realidad —paralela a la analógica— que implica la constitución de una nueva comunidad, en este caso global, y para habitarla hay que inscribirse, tener una suerte de padrón digital, que no se reduce a nuestra IP del ordenador. Debemos darnos a conocer para que los demás nos reconozcan y nos proporcionen un lugar. Porque es verdad que uno quiere que lo miren, pero también desea hacerse visible. La red es ya el nombre que hoy damos a un otro que se ofrece como interlocutor en nuestra vida: allí donde estaba el Padre —como referente patriarcal— ahora está el iPad (i-Padre) en su versión multiplicada. Las RRSS son lugares donde cada vez más personas dirigen preguntas y buscan respuestas a preguntas clave que nos atraviesan a lo largo de nuestra vida: ¿qué soy yo en el deseo del otro?, ¿qué valor tengo?, ¿qué lugar ocupo para él y en la comunidad? (Ubieto, 2019). La red, cada vez más, se ofrece como ese interlocutor al cual uno se dirige para preguntarle incluso cuestiones dramáticas, como hemos visto algunos casos de adolescentes que preguntan en los foros de autolesiones o anorexia si vale la pena vivir, por ejemplo. Y por la propia lógica algorítmica de la cámara de eco (recibes aquello mismo que emites), a veces encuentran respuestas que confirman sus ideas de que no vale la pena vivir, lo que les empuja al acto suicida.

Fear Of Missing Out: el temor a perderse algo

L. A.: Creo que has apuntado también un elemento muy interesante, que es el de la comunidad, y eso liga con el FOMO. Las redes son una comunidad de comunidades, en el sentido de que cada persona puede encontrar su comunidad —o varias— de acuerdo con sus distintas facetas e intereses. A veces podemos incluso utilizar esta «supercomunidad» como oráculo, como una llamada al eco de la montaña en busca de respuestas. También se convierte en un escaparate, un escaparate de vidas, de formas de estar en el mundo, de formas de expresarse… En este escaparate, obviamente, dispones de muchos elementos, que los demás cuelgan, con los que poder compararte. Y el FOMO —sigla de Fear Of Missing Out— significa ese miedo a estar perdiéndote algo, a estar eligiendo mal. Y lejos de definiciones técnicas, yo diría que la mejor definición de FOMO que me han dado nunca es la de un chico de 23 años que entrevisté para mi primer libro. Él me decía: «Mira, FOMO es que te estás tomando un café en una terraza con tus amigos, abres el móvil y ves que alguien está de viaje y piensas: ¿qué hago tomando un café? Tendría que estar de viaje. FOMO también es que estás de viaje en un lugar paradisíaco, abres el móvil y ves en las redes que alguien está de fi esta. Alguien ha salido. Y piensas: tendría que estar de fi esta. Pero es que FOMO también es estar de fi esta y ver que alguien está en el sofá de su casa con la manta y piensas: ¿qué hago aquí si al final yo lo que quiero es estar en el sofá de casa con la manta?». Por tanto, las oportunidades de compararte con otros planes, con otras vidas, con otras formas de estar y de generar esta especie de microenvidias, son múltiples. Y si no te pasa con el primer contenido te pasará con el segundo, con el tercero, con el cuarto o con todos ellos. El FOMO no se inventa con el mundo digital —siempre ha estado ahí—, pero ahora tenemos muchas más oportunidades de ver aquello que nos estamos perdiendo.

J. R. U.: Podríamos, entonces, añadir al elemento identitario y de pertenencia a la comunidad (Arroyo, 2020) un aspecto muy importante que tú ahora señalas: toda esta conexión requiere del cuerpo, más allá de las imágenes o las palabras. Para Freud (1981), el cuerpo es un lugar de satisfacción pulsional, en el sentido de que no solo miramos y buscamos esa inscripción en la comunidad, sino que el hecho mismo de mirar, escuchar o exhibirnos ya implica —en su hacer mismo— una satisfacción que tiene su sede en el cuerpo, en lo que Freud llamaba las zonas erógenas y los objetos del goce, como la voz o la mirada. De la misma manera, gozamos también con la acumulación de todo tipo de objetos que devoramos y retenemos en las redes: fotos, imágenes, audios. Una joven paciente me explica que puede pasar horas en las stories del Insta solo mirando a las otras chicas. Es evidente que se busca a sí misma en la mirada de esas otras chicas que le «proporcionan» un cuerpo, una imagen que no tiene de entrada. Hay, pues, una doble satisfacción en nuestra presencia en las redes: el reconocimiento que viene del otro y el goce que experimentamos en el cuerpo. Eso se aviene bien con el medio digital, ideado en clave de consumo ilimitado: información, ocio, sexo, imágenes… Ese interés es cada vez más precoz: en Estados Unidos, la mitad de los niños con edades comprendidas entre los 9 y los 12 años usan Roblox (plataforma virtual en 3D y una de las entradas al metaverso) al menos una vez a la semana, haciendo de todo, desde distraerse con juegos y ver conciertos hasta simplemente pasar el rato con los amigos.

L. A.: Exacto, y los contenidos funcionan como anzuelo, como una mera excusa para atraer esas necesidades pulsionales que comentabas. Y además, podemos incidir en cómo se activan las emociones a través de estos contenidos que consumimos y en cómo nos impactan en el ámbito de los neurotransmisores y los mecanismos de recompensa. En estos casos, es importante distinguir el tipo de uso. Hace un momento hablabas del voyerista y el exhibicionista; pues bien, está demostrado que las consecuencias del consumo activo y del consumo pasivo son distintas. El consumo activo sería aquel en el que estás creando, aportando, nutriendo esos vínculos, esas conexiones; de alguna forma, estás contribuyendo a esa comunidad de comunidades. Cuando estás en el modo voyerista es cuando el FOMO puede aflorar mucho más y alimentar el descontento con tu propia vida.

J. R. U.: Podríamos decir que desde el punto de vista del cuerpo nunca hay pasividad: ser visto por el otro es ya una satisfacción que supone que antes nos hemos mostrado. Es lo mismo que ocurre con algunas perversiones, como el sadismo y el masoquismo; para ser un buen masoquista hay que ser muy activo, en el sentido de que uno tiene que crear las condiciones y la escena. Algunas personas explican que apenas usan las RRSS, que «solo miran» el Insta o los vídeos de TikTok, pero ese mirar es una actividad, sin duda. De hecho, si algo nos inquieta es el vacío que a veces experimentamos, el horror al tiempo libre, a los tiempos muertos que pasamos cuando estamos solos, cuando viajamos o esperamos. Frente a ello, surge la hiperactividad que nos empuja a rellenarlo con objetos de consumo, preferentemente gadgets, cuyas pantallas funcionan como esa nueva superficie pulsional donde satisfacernos (Miller, 2008). Quizás podríamos pensar en esa pasión tan actual del «Yo también estuve allí» —participar en eventos «donde pasan cosas que todo el mundo cuenta»— como el correlato analógico del FOMO digital al que te referías. Poder dar cuenta de nuestra presencia en esos eventos nos otorga una consistencia —ilusoria— como yoes que están «vivos y presentes» en el mundo, a pesar de que aquí la subjetividad queda disuelta en la multitud porque al final solo importa el número global. ¿Dónde está, pues, nuestro beneficio singular, más allá del reconocimiento virtual y efímero de esa presencia? Parece que de lo que se trata en esos encuentros masivos —además del reconocimiento— es de la satisfacción que cada uno encuentra mirando, siendo visto, escuchando, hablando, gritando, insultando, peleándose, bebiendo, saltando… El efecto multitud nos produce la ilusión de que la satisfacción será máxima, sin pérdida, que juntos alcanzaremos el clímax. Lo cierto es que la experiencia de satisfacción —en cualquier terreno— es siempre autoerótica: cada persona goza con su cuerpo y eso no garantiza un final feliz. Por eso, las multitudes tienen futuro, incluso en épocas de pandemia. Mantienen la ilusión de gozar juntos como si fueran un solo cuerpo, sin nada que pueda limitarlos.

Presentarse como víctimas

J. R. U.: Hay, como novedad, una cuestión que podríamos comentar y que llama la atención como otra modalidad de inscribirse en las RRSS: hacerlo a partir de la aportación de un testimonio sobre alguna desgracia que nos ha sucedido y que nos convierte en víctimas. Puede ser una agresión, un accidente, una enfermedad, un despido, un abuso administrativo… De esta manera, esperamos que esa pérdida sufrida tenga algún tipo de reconocimiento simbólico que nos sirva como indemnización y sobre todo como «mérito» para nuestra inscripción en la comunidad virtual. ¿Cómo te parece que se incorpora esta cuestión a las RRSS?

L. A.: Creo que responde a dos elementos: el apoyo y el postureo. El primero es más ancestral: la necesidad de apoyo y acompañamiento en momentos de pérdida, de desorientación, de dolor y demás. Como seres sociales necesitamos sentir el calor, aunque sea de personas desconocidas o semiconocidas, aunque solo interactuemos con ellas digitalmente. Por otro lado, hubo un momento en que las redes eran un espacio de presión social, casi asfixiante, que perseguía el anhelo de mostrar vidas felices. Es lo que se conoce vulgarmente como postureo, y ha ido mutando con el tiempo. Lo vemos en la trayectoria de algunos influencers: en un momento determinado, empezaron a mostrar vulnerabilidad, su cara humana, en cierto modo como un intento de aportar fragilidad a esas vidas perfectas en las que también hay grietas, también hay momentos de dolor. Uno de los primeros fue El Rubius, que anunció en 2018 su salida temporal de YouTube por ansiedad, cuando era el más seguido de España y uno de los más potentes a nivel mundial. Afortunadamente, se abrió un debate sobre la presión productiva y creativa de estas figuras, pero también sobre cómo las redes se convertían en un espacio en el que la presión social por mostrar una vida idílica o solamente los momentos brillantes y entusiásticos de la vida se estaba convirtiendo en una especie de violencia dulce. Es lo que conocemos vulgarmente como postureo.

J. R. U.: Es decir, que parece haber unos efectos reactivos de la propia lógica de las redes. Cuando todo se presenta con la buena forma, de esa manera «disneyficada», de repente se produce un efecto inquietante de anonimato. La gente se pierde en esa multitud tan armónica y homogénea, y necesita algo más propio, más singular: recuperar, dentro de ese anonimato global, su singularidad. Y quizás la desgracia sea eso: una manera de mostrar las flaquezas de cada uno. Aquello que a cada persona, en un momento determinado, le deja una huella o la marca: una pérdida, un trauma, cualquier evento. Es como reintegrar al anonimato de las redes sociales —ese efecto que nos disuelve con su «todos iguales»— una pequeña diferencia propia. He recordado el caso de Carolina, una muchacha que pasa muchas horas en las RRSS, donde tiene un relativo éxito con sus vídeos y es señalada por sus amigas y muchos seguidores como una persona excepcional, que «sabe hacer» con la moda y el maquillaje. La admiran por ese don y le suponen una vida privada feliz. Ella, en cambio —a raíz de una conversación con una amiga que se lo soltó a la cara, poniendo en cuestión la «identidad pública» que tenía en la red—, se siente una impostora que copia ideas de aquí y de allá, las maquilla y ni siquiera está muy segura de que todo ese montaje, al que está alienada, sea lo que quiere de verdad. Siempre se sintió «poco mirada» en su familia, donde solo había ojos para el hermano pequeño, delicado de salud y objeto permanente de atención y vigilancia por parte de sus padres. Este caso nos enseña que esa supuesta identidad que uno alcanzaría al creerse (para sí) lo que uno es para los otros, la perspectiva que supone que los otros tienen de él, no deja de ser una ilusión, un espejismo del yo que desconoce lo más propio y singular que cada uno tenemos (Miller, 2011). Esa identidad tiene algo de delirio porque está construida al precio de pasar por alto lo más íntimo y, por eso, reprimido. Hoy se habla ya de «identidad soberana propia», que significa que cada uno es propietario de los datos que produce o pone en línea. Es «soberano» porque puede elegir compartir ciertos elementos de esos datos solo hasta el punto que se requiere, y no más, para alcanzar el fi n deseado. Pero el mismo Jack Dorsey tuiteó recientemente que no cree que la Web3 aumente el poder de los usuarios de la manera que muchos predicen, ya que simplemente quitará ese poder al gobierno y lo pondrá en manos de los capitalistas de riesgo que invierten en blockchain, o de grandes empresas tecnológicas como Meta.

La idolatría del yo y el cuerpo

L. A.: Creo que las redes sociales son un espacio en el que se fomenta la idolatría del yo. No deja de ser lo que Ervin Goffman —autor de un libro titulado La presentación de la persona en la vida cotidiana— llamaba un espacio donde representar el yo de los pasados años cincuenta y sesenta. Él decía que vivimos en una especie de teatro, sin que eso tenga un carácter peyorativo. Es la idea de lo performático, de las identidades cambiantes, sensibles al contexto y al «público» que tenemos enfrente. Es como que las redes sociales nos ofrecen un escenario fantástico ya preparado, con el micro ahí esperándonos, con el altavoz, con el público sentado y los focos encendidos. Al final —lo comentábamos al inicio—, las redes tienen mucho que ver con la necesidad de «ser» y «pertenecer». La idolatría del yo es una forma de construir la identidad y también de experimentarla. Por eso, lo virtual resulta atractivo como espacio donde existir de forma fluida y dinámica: en función de los interlocutores que tengamos en mente cuando colgamos un contenido, cuando decidimos cómo mostrarnos, incidiremos en una faceta o en otra. Y, de hecho, hubo un elemento interesante cuando empezaron las redes.

Volviendo a la idea de comunidad de comunidades que comentábamos, hasta el momento, o en el plano analógico, conocíamos una faceta de cada persona: como hija, madre, compañera de trabajo o compañera de estudio. Pero, en las redes sociales, resulta que los contextos, de alguna forma, colapsan y de repente descubres que las personas son poliédricas. Las redes quizás han dejado entrever que tu amigo más tímido, ese que no habla en ninguna cena, tiene un sentido del humor impresionante y es fabuloso haciendo memes. En defi nitiva, la idolatría del yo es como la otra cara de la moneda. La red social se encarga de explotar esa mirada hacia el yo, esa casi sacralización del ego. Incluso el «yo», la propia narrativa compuesta por esos contenidos que, publicación a publicación, van construyendo la identidad. Como consecuencia, alimentan cierta sacralización del momento. Parece que ahí se desarrolla una paradoja: al tiempo que las redes pueden resultar alienantes, también nos hacen estar mucho más presentes en el aquí y el ahora. Para capturar el instante tomamos más conciencia del momento en el que el sol se está poniendo, ese rayo de luz… Sí que creo que podemos considerar las redes sociales como una especie de altar donde exhibimos el cuerpo y las experiencias que ese cuerpo está viviendo.

J. R. U.: Recuerda la tesis de Lacan (1971b) sobre el estadio del espejo, cuando plantea que un bebé a partir de los seis meses, aproximadamente, se reconoce en la imagen que proyecta. Es el primer momento en el cual asumimos esa imagen que vemos en el espejo. El espejo como metáfora puede ser también otro niño de la misma edad en el cual nos podamos reconocer, y lo hacemos tomando prestada nuestra imagen del otro, de tal manera que la primera idea que tenemos del cuerpo es a partir de esa forma que captamos en el otro. Y a partir de ahí vamos habitando ese cuerpo, y lo que se descubre rápidamente —en las redes sociales se hace evidente— es que no siempre se produce ese ajuste entre el cuerpo y el yo. Cuando uno se mira en el espejo o en la pantalla, lo que ve no es siempre lo que le gustaría: a veces aparece como una mancha (Lacadée, 2010) en la imagen que emborrona la buena forma del cuerpo (demasiado gordo o delgado, poco alegre o insulsa…). Eso quiere decir que el cuerpo se nos vuelve cada vez más altero, más extraño. Él es nuestro activo principal —la primera tarjeta de presentación—, y por eso pasamos tiempo tratando de hacernos con él, ya que no siempre se deja controlar. A veces, campa por sus fueros, como cuando es presa de una gran excitación; o, al contrario, decae y apenas nos permite levantarnos de la cama. Tenemos diversas maneras de habitarlo. La primera es adquirir una imagen de él que nos resulte amable; eso quiere decir que para el otro seamos personas deseables y estimables. Con el fi n de lograrlo, estamos dispuestos a realizar todos los esfuerzos necesarios para tunearlo y conseguir —como suele decirse— una buena presencia. El esfuerzo de ese maquillaje incluye la estética (ropa, tatuajes, peluquería, cirugía incluso), la disciplina corporal (dieta, ejercicio, musculación), los tóxicos (legales o no) y algunas normas sociales de cortesía. En ese sentido, me parece que las RRSS son también un tratamiento del cuerpo, una manera, como tú dices, de ponerlo en el altar como un ídolo al que hay que adorar (Lacan, 2006). Son un escaparate privilegiado para mostrarnos amables con ese otro. De ahí que buena parte de las fotos que colgamos sean elegidas, destacadas y a veces retocadas. Mostramos siempre nuestra mejor cara, ya que de ello depende la posibilidad de un contacto. Es el caso frecuente de las app de ligue, donde la imagen lo es todo para empezar algo. Esto nos devuelve al tema del postureo.


Fragmento de la obra «¿Bienvenido Metaverso? Presencia, cuerpo y avatares en la era digital» de José Ramón Ubieto y Liliana Arroyo Moliner. Ned Ediciones, 2022.

Fuente de la información e imagen: https://dialektika.org

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Judith Butler: “Luchamos con cómo hemos sido hechos, para hacernos a nosotros mismos”

Por: Canalnet

La filósofa y teórica fundacional de la teoría queer explicó su visión acerca del género y analizó cómo actúan en esa construcción la asignación que recibimos al nacer con el sentido propio de quién soy.

¡Ey! Volvé… (canalnet.tv)

Judith Butler es una de las teóricas más influyentes en la teoría política contemporánea. La autora del libro “El género en disputa” es una referencia indispensable para pensar la teoría queer. Durante la entrevista que mantuvo con Jorge Fontevecchia en Periodismo Puro, la filósofa explicó su concepto de “género performativo”.

Ese concepto fue creado por Butler hace treinta años y generó bastante confusión. “Hubo personas que dijeron, “¡Oh, Butler cree que todos simplemente elegimos nuestro género como nos plazca!”. Esa es toda una cuestión de libertad individual. Me despierto un día y siento que quiero ser de este género o me despierto otro día y siento que quiero ser de ese género. Libertad personal radical”. “Pero hay otra visión igualmente popular -explica la entrevistada – de que Butler piensa que estamos determinados por las normas sociales o por convenciones culturales. Y que no tenemos elección en absoluto. Entonces, ¿cuál de esos es el punto de vista de Butler?”. Luego de aclarar que “soy un pensador vivo, por lo que reviso mis puntos de vista con el tiempo”, Butler brinda una interesante explicación del concepto que provocó serios debates cuando salió publicado. “Nacemos en mundos que nos definen, nos dicen que somos una niña o un niño, crecemos con esta asignación. Para algunos de nosotros, es algo hermoso que nos guste nuestra asignación. Para otros, hay una sensación de sufrimiento, esto no está bien, no se siente como la forma correcta de describirme” afirma. De acuerdo con su visión, “estamos construidos o condicionados por nuestra asignación de sexo, la recibimos de la forma en que somos tratados en la familia, las escuelas y las comunidades”. Pero, agrega la autora, “al mismo tiempo, dentro de ese constructo y dentro de esa escena en la que todo el tiempo se nos dice quiénes somos, de qué género somos, también encontramos nuestro propio camino”. Ese encontrar el camino es “lo que tal vez llamamos elección”. Estos dos aspectos, la asignación y nuestro deseo, influyen en la construcción de lo que somos. “Somos afectados, formados por muchas convenciones sociales e institucionales. Pero no estamos determinados por ellos. Todavía nos hacemos a nosotros mismos de alguna manera, pero no nos hacemos de la nada. Luchamos con cómo hemos sido hechos, para hacernos a nosotros mismos y nuestras vidas de una manera en la que podamos vivir, donde podamos prosperar, o podamos movernos, respirar y estar bien”. Capitalismo y patriarcado Según Butler, “El capitalismo siempre ha dependido de la familia heterosexual normativa y la familia heterosexual normativa reproduce género, pero también reproduce el patriarcado. Y el patriarcado y el capitalismo trabajan juntos tanto para explotar la Tierra como para subyugar a los trabajadores”.  La filósofa estima que “como el gobierno encuentra más rentable retirar los servicios sociales, la gente recurre a la familia y recurre a las instituciones religiosas, a las iglesias para satisfacer sus necesidades básicas”. Esta vuelta a las instituciones tradicionales de la sociedad reproduce “la familia heteronormativa al servicio de esa economía”. Por ello, Butler resalta la necesidad de “entender que las relaciones familiares privadas no son realmente privadas, son políticas. Y tienen un propósito político y un propósito social, especialmente porque los gobiernos no brindan servicios sociales básicos a las personas cuyas necesidades son o continúan siendo ignoradas”.

Fuente de la información e imagen: https://www.canalnet.tv

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La importancia de las escuelas multigrado

Por: Erika Saraí Vázquez Gómez

 

«Muchas escuelas multigrado, que no contaban con ningún apoyo, se beneficiaron con recursos económicos del programa La Escuela es Nuestra, lo cual les está permitiendo ofrecer espacios dignos a sus estudiantes.»

Hablar sobre el Sistema Educativo Nacional implica nombrar muchas de sus características y realidades, mismas que las y los docentes viven día a día y los convierte en los actores principales para la transformación educativa en cada rincón del país. Hoy toca reflexionar y conocer más sobre las escuelas multigrado, un modelo educativo que caracteriza a los centros escolares ubicados en zonas de alta y muy alta marginación de los niveles de educación básica, en los servicios general, indígena y comunitario. Este modo de organización se sustenta en el artículo 43 de la Ley General de Educación. Bajo su atención se ha podido garantizar el derecho a la educación de niñas, niños y adolescentes, procedentes en su mayoría de pueblos indígenas y comunidades rurales.

Vale la pena reflexionar sobre la labor que las y los docentes realizan en este contexto educativo ‒que puede ser unitario, bidocente o tridocente‒, ya que se convierten en figuras importantes dentro de la comunidad. Muchas maestras y maestros permanecen en las localidades donde trabajan, se organizan y planean estrategias para cumplir con los fines y criterios de la educación, además de lograr un vínculo real no sólo con sus estudiantes, sino con madres y padres de familia, y con la comunidad en general.

Este escenario complejo ha sido reconocido como un desafío frente al cual los docentes no están solos: los procesos actuales de formación y desarrollo profesional ofrecen acompañamientos desde un enfoque situado que les permite resignificar su práctica y tomar en cuenta el contexto donde se encuentra en este caso la escuela multigrado. Al respecto, es oportuno mencionar que la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu) ha publicado entre sus materiales de apoyo Práctica docente en la escuela multigrado para la atención a la diversidad. Docentes de educación preescolar, primaria y telesecundaria, y el cuaderno Horizontes para la práctica docente en multigrado: educación inclusiva, por mencionar únicamente dos materiales enfocados en este tipo de organización escolar.

 

El reto referido también ha sido asumido por el gobierno federal, con el programa La Escuela es Nuestra, a través del cual se han promovido mejores condiciones de infraestructura para este tipo de escuelas. Muchas de ellas, que no contaban con ningún apoyo, se beneficiaron con recursos económicos, lo cual les ha permitido ofrecer espacios dignos
a sus estudiantes.

Sin duda, el papel central en tales escuelas lo tienen las actividades pedagógicas que implementan maestras y maestros, mismas que son en su mayoría resultado de adecuaciones curriculares a las condiciones sociales, culturales y lingüísticas de cada comunidad, para alcanzar el máximo logro de los aprendizajes de sus estudiantes.

En el presente número de Educación en Movimiento podremos seguir reflexionando y conociendo el contexto complejo y diverso de las escuelas multigrado, lo cual asumimos como un enorme reto que nos compromete a todas y todos los actores educativos.

Fuente de la información: https://profelandia.com
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Revaloricemos la educación

Por: Marcelo Trivelli

Las cifras entregadas por el Ministerio de Educación sobre la deserción escolar en el año 2021 indican que cerca de 40 mil niños, niñas y jóvenes en edad escolar abandonaron sus estudios en el último año, de ellos, un 53% son hombres y el 46% mujeres. Este número sólo se refiere a aquellos que, habiendo estado dentro del sistema, no se matricularon este año.

Muchos otros estudiantes simplemente no asisten. El ausentismo es la principal causa de déficit en el aprendizaje de contenidos y desarrollo de habilidades socioemocionales. Según Fundación Presente, uno de cada tres estudiantes tiene ausentismo crónico, es decir falta a clases un mes o más al año.

Las tres principales causas que explican la deserción y el ausentismo son, sentirse o estar siendo agredidos por sus pares (matonaje) o desvalorizados por uno o más profesores, no contar con condiciones para asistir a clases (ser cuidadores de un familiar, tener que trabajar, etc.) o falta de valoración de la educación por parte del estudiante y/o de su familia.

Recordemos que la obligatoriedad en la educación fue contemplada por primera vez en Chile en la ley N°3.654 del 26 del año 1920 que establecía que “a falta de cumplimiento que se refieren a las obligaciones de los padres o guardadores con respecto a la matrícula y a la asistencia escolar, será penada: a) Con amonestación verbal; b) Con multa de dos a veinte pesos, o prisión de uno a diez días, si pasados quince después de la amonestación no se ha cumplido todavía con la ley; y c) En caso de reincidencia, con pena doble de la anterior, precedida de amonestación hecha con quince días de anterioridad”.

Y continuaba: “La misma pena señalada en el inciso primero del artículo precedente sufrirá el director de fábrica o taller que acepte como trabajadores a menores de dieciséis años que no hayan cumplido la obligación escolar”.

La suspensión de clases presenciales por la pandemia de COVID-19 ha demostrado que la escuela juega un rol fundamental en la socialización; el aprender a vivir en comunidad y compartir con otros niñas, niños y jóvenes. En otro ámbito fue una buena decisión del Ministerio de Educación suspender la aplicación del SIMCE que ha terminado siendo un instrumento de discriminación más que un aporte al aprendizaje de las y los estudiantes.

Actualmente la educación básica y media son obligatorias, sin embargo, no existe política pública que haga a padres, madres y/o apoderados, ni al Estado hacer cumplir la ley resguardando el interés superior del niño, niña o joven. Por tanto, nadie se hace cargo efectivamente de la exclusión escolar.

En el caso de la educación, aplica el refrán popular que dice: “lo que por conocido se calla, por callado se olvida”. Y a eso podemos agregar que el discurso hegemónico, pero equivocado, de estos días es que en Chile la educación es de mala calidad. Hay problemas, sí, pero la educación es mucho más que el rendimiento en pruebas estandarizadas.

Quienes trabajamos en educación tenemos el desafío de revalorizar, resignificar y volver a dignificar la escuela como el lugar donde se aprende a convivir y también se aprenden materias. Por el interés superior del niño, niña y joven, la escuela debe valorarse como un lugar de convivencia y bienestar de las comunidades educativas.

Fuente de la información: https://www.pressenza.com

Imagen: Fotografía: UNICEF. Pressenza

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Mi experiencia con las progresiones de aprendizaje y el premio ABC 2022

Por: Maricruz Peralta Santos

“Para ser docente se necesita vocación” es una frase que escuchamos desde nuestra formación. Añadiría que ser docente también requiere de pasión y amor al servicio pues cuando están presentes podemos hacer que lo que está a nuestro alrededor sea mejor y se transforme. Durante la pandemia como docentes tuvimos que vencer muchos temores, entre ellos el uso de la tecnología, aplicaciones y plataformas; la planificación a través de nuevas metodologías buscando otras formas de enseñar; la adaptación de los procesos de enseñanza a diversas modalidades, la implementación de modelos híbridos de aprendizaje, entre otros. Parte de lo que es el reto de cualquier docente es esa capacitación constante y arriesgar, en ocasiones, para poder innovar. Innovar para mí significa desaprender para poder aprender de aquello que pueda transformar la labor docente. Después de la pandemia la intervención docente no puede ser la misma. Ha sido un periodo de aprendizaje, de lecciones, de búsqueda de soluciones reimaginando la forma de organizar el propio currículo escolar, de hacer adaptaciones pedagógicas creativas, para lograr el compromiso y atención de los y las estudiantes.

Durante el proceso aprendí y desaprendí, me reinventé. Incorporé recursos para mediar el aprendizaje descubriendo nuevas herramientas tecnológicas y usarlas de manera provechosa. Desaprendí que el currículo escolar debe cumplirse en un plazo y dejé de ser esclava del orden ahí propuesto, pues fue necesario priorizar, organizar y dosificar aprendizajes esperados, plantear objetivos claros y pensar en nuevas formas de enseñar contextualizando el aprendizaje. Comprendí que para contextualizar se requiere conocer el entorno, sus beneficios, sus aportes a la comunidad, las necesidades y las problemáticas que enfrentan las personas, y a partir de ello brindar oportunidades de aprendizaje para nuestros alumnos y alumnas, que sea situado y pertinente. Contextualizar requiere valorar aquellos saberes que se encuentran tan cercanos a los y las estudiantes como la lengua maya, las costumbres y tradiciones locales, el papel de hombres y mujeres de la comunidad, el cuidado de sí mismos, del entorno y de los que lo rodean. Las “progresiones de aprendizaje” que emanan del proyecto CARE (que en inglés que significa “cuidar”) precisamente permite brindar una enseñanza significativa, pertinente y situada.

Mujeres extraordinarias de mi comunidad. Narrativas sobre la igualdad de género”, “Parcelas- maíz-tortillas, la historia de Anita la tortillera” y “El Hetzmek (jèets méek) ritual maya: rompiendo estereotipos de género” son títulos de progresiones de aprendizaje que parten de historias de invención propia abordando temáticas relevantes de la comunidad y de preocupaciones sociales como la desigualdad de género. Los niños y las niñas a través de entrevistas a mujeres de su entorno reconocieron los aportes y su  contribución a su localidad,  identificaron a aquellas que han hecho historia en el país y  en el estado de Yucatán en ámbitos como el social, económico, político, científico, artístico, cultural,  literario, y otros. A partir de esas historias se pudieron abordar temas del currículo conectándolos con saberes locales; los y las estudiantes realizaron actividades extraúlicas investigando en casa y  en  la comunidad. El aula se volvió un espacio para compartir y analizar sus hallazgos, además para aprovechar al máximo esa vinculación con el currículo escolar y las asignaturas haciendolas más situadas y significativas, además de que se avanzó a los ritmos de los y las estudiantes y considerando sus estilos de aprendizaje.  En los retos para el cambio que nos planteamos, los y las estudiantes fueron transformando y utilizando los conocimientos abordados al ir reflexionando sobre el papel tan importante que tienen las mujeres. Esto  fortaleció el vínculo con la comunidad. El planteamiento de esta estrategia contribuyó a disminuir el abandono escolar, ya que su desarrollo depende del apoyo de los padres y las madres de familia que aportan sus saberes locales para su conexión al currículum, haciéndolos partícipes del proceso de aprendizaje de sus hijos y sus hijas. Por ejemplo, es importante también que la escuela contribuya a transformar la relación con la naturaleza y que los y las estudiantes conozcan y valoren lo que sus madres, padres, abuelos saben sobre la tierra, sobre cómo establecer una relación sustentable con su entorno físico, así como también sobre el cuidado de sí mismo, por ejemplo en torno a la alimentación y el cuidado de su salud.

La escuela puede ser un espacio de reflexión y transformación de patrones limitantes, por ejemplo en torno a roles de género. Los tiempos avanzan y, actualmente saber cómo explicar la igualdad de género a los niños y niñas es una labor que no solo debe tenerse en cuenta en los hogares, sino también en las escuelas para contribuir a eliminar prácticas normalizadas como la discriminación por género, que en muchos casos desemboca en violencia. Evitar la censura de ciertas temáticas desde la infancia, rompiendo estereotipos asociados a colores, juguetes o disfraces asociados tradicionalmente a cada género, por poner un ejemplo, es un primer paso para promover la igualdad entre niños y niñas, sin distinción de sexo, permitiendo que desarrollen su potencial y personalidad sin ningún tipo de traba.

Ante la pandemia me he dado cuenta que como docentes necesitamos hacer cambios que mejoren no sólo nuestra intervención, sino que transformen y motiven a nuestros alumnos y alumnas a hacer de este mundo uno mejor. La escuela es ese espacio crucial para lograrlo y nuestra intervención es el medio que junto con las familias puede apoyar a ese cambio.  Diseñé e implementé estas progresiones de aprendizaje con el objetivo de reflexionar sobre la igualdad de género en nuestra comunidad y hacerlo en articulación con el currículum que he debido conocer a mayor profundidad.  El haber sido reconocida con el premio ABC en la categoria Ser maestra 2022 hace reafirmar mi compromiso como docente para generar oportunidades y  garantizar el regreso presencial de los niños y las niñas a las aulas, con un aprendizaje situado y significativo, propiciando que un mayor número de estudiantes concluyan sus estudios para aspirar a un nivel escolar superior sin que sus oportunidades de seguir estudiando se limiten por pertenecer a una comunidad pequeña.

Fuente de la información e imagen: https://revistaaula.com

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