La Ley General del Ambiente (Ley 28611) menciona que la educación ambiental se convierte en un proceso educativo integral, que se da en toda la vida del individuo, y que busca generar en éste los conocimientos, las actitudes, los valores y las prácticas, necesarios para desarrollar sus actividades en forma ambientalmente adecuada, con miras a contribuir al desarrollo sostenible del país.
Por su parte la Política Nacional Del Ambiente (DS. 012 – 2009 – MINAM) tiene como objetivo específico alcanzar un alto grado de conciencia y cultura ambiental en el país, con la activa participación ciudadana de manera informada y consciente en los procesos de toma de decisiones para el desarrollo sostenible. Asimismo, es objetivo de la Política Nacional de Educación Ambiental “Desarrollar la educación y la cultura ambiental orientadas a la formación de una ciudadanía ambientalmente responsable y una sociedad peruana sostenible, competitiva, inclusiva y con identidad”.
Del marco de políticas públicas se puede inferir la existencia de dos actores centrales las autoridades y la ciudadanía entendida ésta última como todas las personas hombres y mujeres pertenecientes a una comunidad organizada que no ejercen funciones de autoridades. Estas personas a su vez pueden pertenecer a diferentes organizaciones de diferente naturaleza. Se asume a su vez que son las autoridades las que han recibido el encargo del pueblo de gobernar y la ciudadanía recibe el encargo de cumplir las políticas y leyes, aunque no hay que olvidar que el soberano es el pueblo.
Pero qué pasa cuando son las propias autoridades quienes con sus actos y medidas dan cuenta de una subestimación del cuidado ambiental en nombre del crecimiento económico, cuando debilitan las consideraciones ambientales en nombre de la eficiencia o la fluidez de las inversiones, cuando no muestran un compromiso decidido por luchar contra la corrupción ambiental que se traduce en deforestación y degradación de bosques, contaminación de mares, ríos y lagunas, cuando en nombre de la simplificación administrativa reducen las salvaguardas que garantizan las funciones y los procesos ecológicos de los ecosistemas. Es entonces cuando necesitamos apelar a la educación ambiental inversa, que es aquella cuando el pueblo, la sociedad civil debe educar ambientalmente a sus autoridades para que entiendan que lo ambiental no es accesorio ni descartable, es parte consustancial del desarrollo sostenible.
No se trata de ser anti progresista o de retardatario del desarrollo del país, lo que se trata es ese desarrollo tome en cuenta todas las dimensiones, y no se privilegie únicamente las consideraciones económicas. Es simplemente reconocer que un modelo de desarrollo que permite abierta o subrepticiamente la contaminación y deterioro de los ecosistemas es insostenible. La ilegalidad que destruye la base de recursos naturales no puede ser sustentada con argumentos de emprendimiento o de heroísmo laboral si es que no va acompañada de respeto a consideraciones ambientales (y por supuesto que también de consideraciones sociales). El verdadero emprendimiento es el que va acompañado de valores y de respeto al ambiente. Así de simple.
Por tanto la educación ambiental inversa nos invita a parafrasear el objetivo de la Política Nacional de Educación Ambiental dirigido a nuestras autoridades. En ese caso el texto sería: “Desarrollar la educación y la cultura ambiental orientadas a la formación de funcionarios públicos éticos, transparentes, inclusivos, colaborativos, ambientalmente responsables al servicio de los ciudadanos y con una visión de desarrollo sostenible”
Bajo el marco de la educación ambiental inversa las autoridades estarían más prestas a reconocer las buenas prácticas de manejo y conservación de recursos existentes, a revalorar y revitalizar los conocimientos y saberes locales, a recoger las experiencias, innovaciones y tecnologías locales apropiadas, las historias de éxito, entre otros tanto logros. Por supuesto que también hay muchas cosas que en el pueblo se hace mal en términos ambientales (sabiendo que hay varias razones), por eso se justifica la forma tradicional de cómo se ha venido haciendo la educación ambiental. Pero también es innegable que mucho del accionar gubernamental deja mucho que desear en términos ambientales y de ahí la necesidad de avanzar hacia una propuesta de interaprendizaje, de educación mutua intercultural, de una construcción social de intersubjetividades favorables al desarrollo sostenible y no solo para mantener la estructura de poder que solo favorece a determinados grupos económicos en detrimento de la sociedad y el ambiente.
01 de marzo de 2017 / Fuente: http://www.ecoportal.net/
Por: Rodrigo Arce Rojas
Lo primero que habría que diferenciar es que la palabra “manejo” obedece a una concepción de dominio humano sobre la naturaleza. El mensaje subyacente del manejo es que es factible fragmentar y conocer los mecanismos de la naturaleza para poder dominarla y ponerla a servicio del ser humano. La concepción de lo forestal tampoco es homogénea. Muchas veces se ha asociado lo forestal únicamente a las especies maderables de valor comercial. Lo forestal en sentido amplio refiere a los ecosistemas y por lo tanto incluye la flora, la fauna, el suelo, el agua, los procesos y funciones que le dan un carácter vivo. Por eso es pertinente hablar de ecosistemas forestales o de la biodiversidad forestal.
A la legítima agenda indígena sobre los derechos territoriales corresponde ir adjunta la agenda de manejo y conservación de los bosques comunales. En este contexto el manejo forestal comunitario aparece como un tema relevante. Es propósito de este artículo poner en debate algunos de los principales retos para avanzar en el manejo forestal comunitario como una estrategia para consolidar opciones sostenibles de vida para los pueblos indígenas amazónicos.
Lo primero que habría que diferenciar es que la palabra “manejo” obedece a una concepción de dominio humano sobre la naturaleza. El mensaje subyacente del manejo es que es factible fragmentar y conocer los mecanismos de la naturaleza para poder dominarla y ponerla a servicio del ser humano. En muchos pueblos indígenas antes que una concepción de manejo lo que existe es una concepción de convivencia con los bosques. No obstante, tenemos que reconocer que debido a los procesos de aculturación existe una gradación en la matriz cultural desde posiciones preservacionistas hasta altos grados de articulación al mercado.
La concepción de lo forestal tampoco es homogénea. Muchas veces se ha asociado lo forestal únicamente a las especies maderables de valor comercial. Lo forestal en sentido amplio refiere a los ecosistemas y por lo tanto incluye la flora, la fauna, el suelo, el agua, los procesos y funciones que le dan un carácter vivo. Por eso es pertinente hablar de ecosistemas forestales o de la biodiversidad forestal. Algunos prefieren llamarlo “bosque” aunque lo forestal más que bosque alude a la vida silvestre con la base física que la sustenta. Para los pueblos indígenas no siempre el concepto bosque recoge toda la cosmovisión y por ello prefieren hablar del territorio para entrelazar los componentes biofísicos y culturales, el pasado y el presente, la ocupación horizontal y vertical.
Lo mismo sucede con el concepto de comunidad. Existen múltiples formas de vivir lo comunitario, además de los diferentes nombres que reciben en el ámbito de Latinoamérica. Aunque existen prácticas de gestión forestal comunitaria que involucran a la comunidad es frecuente encontrar una división entre lo social y lo productivo. Lo social, referido por ejemplo al linderamiento comunal, al mantenimiento de caminos, construcción de puentes, construcción del local escolar, entre otros, refiere a actividades comunales propiamente dichas. Lo productivo, en la mayoría de los casos, es de carácter individual y con rasgos de “propiedad” mientras se use. Cuando el suelo se agota y existe la necesidad de un nuevo terreno entonces el área productiva “regresa” a la propiedad comunal.
Vemos entonces que el manejo forestal comunitario es más bien una concepción occidental para contar con un marco de interpretación sobre las relaciones de manejo o de convivencia entre los pueblos indígenas y sus territorios orientados a lograr su bienestar físico, psicológico, económico y cultural. Esto no quiere decir, que no existan experiencias locales de manejo forestal como por ejemplo las que realizan pobladores ribereños en la cuenca del Amazonas. De estas diversas experiencias, podemos sacar valiosas lecciones aprendidas para identificar los retos.
Se podría hablar de diversos grados de éxito de las experiencias de manejo forestal comunitario. Sin embargo, habría que precisar exactamente a qué nos estamos haciendo referencia cuando hablamos de éxito. El paradigma dominante alude al éxito del manejo forestal comunitario en función al grado de articulación al mercado pero habría que preguntarse si en todos los casos esta premisa es válida. Desde una perspectiva más convencional esta lógica parece incuestionable porque se alude que el éxito tiene que ver con el grado de rentabilidad económica que se logra en la operación forestal. Profundicemos más sobre este aspecto que parece inamovible.
Si el grado de éxito se mide en función al nivel de articulación del mercado, entonces lo que vemos es que el patrón para realizar el diagnóstico de la comunidad para entrar ventajosamente en el manejo forestal comunitario de plano va a acusar muchas deficiencias: económicas-financieras, técnicas, tecnológicas, organizativas, gerenciales. A ello se suman otros factores como: lejanía a los mercados y dificultades para articularse a cadenas de valor. Nos preguntamos si no sería más coherente que de manera conjunta y objetiva (entre promotores y comunidad) se defina el alcance del manejo forestal comunitario. Existen varios aspectos a considerar para una adecuada definición:
• Tamaño de la unidad forestal: ni tan pequeño que no cubra los costos del manejo ni tan grande que sea imposible manejar directamente.
• Grado de involucramiento de comuneros y comuneras: definición realista de quiénes se van a involucrar responsablemente. Si es toda la comunidad o grupos realmente interesados (“Grupos de Interés”)
• Grado de alcance en la red de valor. Si se piensa mantener un rol productor o se pretende alcanzar involucramiento en procesos de transformación y comercialización
• Formas internas de definir derechos y responsabilidades sobre la conservación y manejo de los bosques
• Formas internas de distribución de beneficios
• Distancia a los mercados en función al grado de transportabilidad de los productos
También es importante tomar en cuenta una serie de condiciones que aseguren el buen desarrollo de la operación forestal. Entre otras mencionamos
• Seguridad de tenencia de la tierra que estimule la inversión de largo plazo
• Zonificación interna participativa que garantice que se van a respetar las áreas forestales y no se va a promover el cambio de uso al interior de la comunidad
• Reglamentos internos de la comunidad que regulen las diversas actividades productivas y de conservación de bosques
• Gobernanza interna que asegure un adecuado proceso de toma de decisiones
• Factores culturales compatibles con las necesidades del manejo forestal comunitario
Se requiere una gran dosis de sinceramiento para definir el alcance del manejo forestal comunitario. No todo tiene que pasar por la madera ni todo tiene que pesar por la articulación al mercado. También es factible desarrollar opciones de manejo y conservación orientadas a satisfacer necesidades inmediatas de la vida comunitaria. Esto puede ser mejor entendido si es que se comprende que en muchas comunidades ya se ha afectado la cantidad y calidad de provisión de los bienes y servicios de los ecosistemas forestales de la comunidad. Recuperar la calidad de los bienes y servicios de los bosques para la calidad de vida también es un objetivo nada desdeñable. Esto puede ser entendido cuando se aprecia en la comunidad escasez de leña, escasez de hojas de palmera, escasez de fauna para la caza de subsistencia, escasez de plantas medicinales, escasez de peces. La presión de recursos producto tanto de incremento de demanda externa como la aparición de nuevas necesidades que satisfacer también pueden afectar la capacidad de los bosques de brindar sus beneficios. Esto de ninguna manera significa negar el mercado sino repensar el nivel de relacionamiento con el mercado. Para comunidades que ya decidieron incorporarse proactivamente al mercado las estrategias de acompañamiento deberán ir en la misma dirección.
No se trata de juzgar todo a la luz de paradigmas de gestión empresarial urbana que no necesariamente se ajustan a las condiciones culturales de las comunidades. Podemos estar frente a diferentes concepciones de tiempo, efectividad e incluso de la ética de la acumulación. Los valores de la economía del don (solidaridad, reciprocidad) deben ser procesados a la luz de los nuevos valores de la economía de mercado. Se requiere una nueva ética económica que signifique la consolidación de los valores de la asociatividad y la reciprocidad antes que medios que promuevan el divisionismo y el individualismo. De ahí la importancia que los alcances del manejo forestal comunitario sean producto de un auténtico proceso participativo en la que se puedan discutir con mucha objetividad no sólo los beneficios del manejo forestal comunitario sino también los compromisos, las implicancias y los retos que ello implica. Las comunidades deben (re) conocer con mucha precisión que implica embarcarse en un proceso de manejo forestal comunitario para no producir desencantos y deserciones posteriores.
Está claro que las propuestas de manejo forestal comunitario tienen que inscribirse en una propuesta de derechos. Pero derechos también implica reconocer responsabilidades. Esto no es únicamente una cuestión ambiental sino que implica responsabilidad intergeneracional al interior de los propios pueblos indígenas. Cuando se refiere a experiencias articuladas al mercado no estamos hablando únicamente de procesos que faciliten el acceso a los bosques y la extracción de recursos forestales sino, sobre todo, estamos hablando de procesos que garanticen la sostenibilidad de los bosques. Esto es válido para cualquier actor vinculado a procesos productivos a partir de los bosques.
Aunque son válidos los procesos de subvención externa, reconociendo la deuda social hacia los pueblos indígenas, éstos deben ser diseñados de tal manera que no generen condicionamiento o dependencia hacia los actores externos. Por lo tanto éstos deben tener carácter temporal y orientado más bien a lograr el empoderamiento pleno de los actores forestales involucrados.
Desde un principio debe plantearse de manera participativa procesos de fortalecimiento de capacidades donde la energía cultural, los conocimientos y saberes indígenas tengan un lugar preponderante. Así mismo se deberá desarrollar una actitud favorable a incorporar criterios de interculturalidad en la gestión forestal. Del mismo modo, en los procesos sociales es más prudente subirse a la lógica de la energía social y cultural que generar propuestas que afecten la estructura interna de la comunidad. Un proyecto de manejo forestal comunitario está para fortalecer las relaciones sociales antes que fomentar el divisionismo y la conflictividad interna.
Queda claro entonces que ante condiciones de alta diversidad biológica y cultural también corresponden una diversidad de opciones de manejo y conservación de bosques a partir de sus diferentes bienes y servicios. Es importante dimensionar apropiadamente el rol del manejo foresta comunitario que puede ser una interesante opción económica pero no es la única y exclusiva pues es necesario contar con una estrategia diversificada de opciones.
Finalmente, es importante precisar bien el real alcance del emprendimiento de manejo y conservación de bosques, puede haber diferentes grados de articulación a los mercados sin que ello necesariamente signifique “fracaso”. Se requiere mayor apertura para entender el valor de la cultura en el manejo forestal comunitario. Así mismo, es necesario entender las motivaciones psicológicas que mueven a los actores y organizaciones indígenas para involucrarse proactivamente en emprendimientos de manejo forestal comunitario. Esto es, desarrollar una visión ontológica para garantizar la efectividad del manejo forestal comunitario. www.ecoportal.net
La Ley General del Ambiente (Ley 28611) menciona que la educación ambiental se convierte en un proceso educativo integral, que se da en toda la vida del individuo, y que busca generar en éste los conocimientos, las actitudes, los valores y las prácticas, necesarios para desarrollar sus actividades en forma ambientalmente adecuada, con miras a contribuir al desarrollo sostenible del país.
Por su parte la Política Nacional Del Ambiente (DS. 012 – 2009 – MINAM) tiene como objetivo específico alcanzar un alto grado de conciencia y cultura ambiental en el país, con la activa participación ciudadana de manera informada y consciente en los procesos de toma de decisiones para el desarrollo sostenible. Asimismo, es objetivo de la Política Nacional de Educación Ambiental “Desarrollar la educación y la cultura ambiental orientadas a la formación de una ciudadanía ambientalmente responsable y una sociedad peruana sostenible, competitiva, inclusiva y con identidad”.
Del marco de políticas públicas se puede inferir la existencia de dos actores centrales las autoridades y la ciudadanía entendida ésta última como todas las personas hombres y mujeres pertenecientes a una comunidad organizada que no ejercen funciones de autoridades. Estas personas a su vez pueden pertenecer a diferentes organizaciones de diferente naturaleza. Se asume a su vez que son las autoridades las que han recibido el encargo del pueblo de gobernar y la ciudadanía recibe el encargo de cumplir las políticas y leyes, aunque no hay que olvidar que el soberano es el pueblo.
Pero qué pasa cuando son las propias autoridades quienes con sus actos y medidas dan cuenta de una subestimación del cuidado ambiental en nombre del crecimiento económico, cuando debilitan las consideraciones ambientales en nombre de la eficiencia o la fluidez de las inversiones, cuando no muestran un compromiso decidido por luchar contra la corrupción ambiental que se traduce en deforestación y degradación de bosques, contaminación de mares, ríos y lagunas, cuando en nombre de la simplificación administrativa reducen las salvaguardas que garantizan las funciones y los procesos ecológicos de los ecosistemas. Es entonces cuando necesitamos apelar a la educación ambiental inversa, que es aquella cuando el pueblo, la sociedad civil debe educar ambientalmente a sus autoridades para que entiendan que lo ambiental no es accesorio ni descartable, es parte consustancial del desarrollo sostenible.
No se trata de ser anti progresista o de retardatario del desarrollo del país, lo que se trata es ese desarrollo tome en cuenta todas las dimensiones, y no se privilegie únicamente las consideraciones económicas. Es simplemente reconocer que un modelo de desarrollo que permite abierta o subrepticiamente la contaminación y deterioro de los ecosistemas es insostenible. La ilegalidad que destruye la base de recursos naturales no puede ser sustentada con argumentos de emprendimiento o de heroísmo laboral si es que no va acompañada de respeto a consideraciones ambientales (y por supuesto que también de consideraciones sociales). El verdadero emprendimiento es el que va acompañado de valores y de respeto al ambiente. Así de simple.
Por tanto la educación ambiental inversa nos invita a parafrasear el objetivo de la Política Nacional de Educación Ambiental dirigido a nuestras autoridades. En ese caso el texto sería: “Desarrollar la educación y la cultura ambiental orientadas a la formación de funcionarios públicos éticos, transparentes, inclusivos, colaborativos, ambientalmente responsables al servicio de los ciudadanos y con una visión de desarrollo sostenible”
Bajo el marco de la educación ambiental inversa las autoridades estarían más prestas a reconocer las buenas prácticas de manejo y conservación de recursos existentes, a revalorar y revitalizar los conocimientos y saberes locales, a recoger las experiencias, innovaciones y tecnologías locales apropiadas, las historias de éxito, entre otros tanto logros. Por supuesto que también hay muchas cosas que en el pueblo se hace mal en términos ambientales (sabiendo que hay varias razones), por eso se justifica la forma tradicional de cómo se ha venido haciendo la educación ambiental. Pero también es innegable que mucho del accionar gubernamental deja mucho que desear en términos ambientales y de ahí la necesidad de avanzar hacia una propuesta de interaprendizaje, de educación mutua intercultural, de una construcción social de intersubjetividades favorables al desarrollo sostenible y no solo para mantener la estructura de poder que solo favorece a determinados grupos económicos en detrimento de la sociedad y el ambiente.
15 de febrero de 2017 / Fuente: http://www.ecoportal.net
Por: Rodrigo Arce Rojas
Mientras el modelo empresarial subyacente en los promotores externos del manejo forestal comunitario ven en la acumulación un valor legítimo por el cual vale la pena desplegar esfuerzos, recursos y capacidades, para los pueblos indígenas existen valores del buen vivir que van más allá de los enfoques crematísticos, por ejemplo, valoran la salud, la disponibilidad de alimentos, la posibilidad de poder compartirlos, la unidad familiar, entre otros valores.
Existen muchos estudios que dan cuenta de experiencias de convivencia entre pueblos indígenas y bosques no sólo para la Amazonía peruana sino en general para la cuenca amazónica. Estas experiencias se basaban fundamentalmente en imitar la estructura y funcionamiento de los bosques para poder contar con múltiples productos de los bosques, esquema funcional para economías centradas en la autosubsistencia y bajo condiciones de baja densidad poblacional y sin mayores presiones de actores externos.
Con el tiempo, aparecieron nuevos factores que presionaron para un uso más intensivo de la tierra y de los recursos del bosque, la población indígena se incrementó y aparecieron nuevas necesidades por satisfacer. Es así como apareció la propuesta externa de manejo forestal comunitario con una lógica de articulación al mercado y de formalización en el marco de los Estados nacionales. Todas estas propuestas fueron generadas con las mejores intenciones de contribuir a mejorar la calidad de vida de las comunidades.
Después de algunas décadas de trabajo pocas son las experiencias de manejo forestal comunitario que han logrado despegar de manera autónoma, otras subsisten por la existencia de subsidios. Los subsidios no deben verse necesariamente como algo negativo pues forman parte de las políticas de inclusión social de los gobiernos como inversiones necesarias para contar con actores productivos que enriquezcan la economía formal. La pregunta que hay que hacerse es de qué manera los subsidios pueden en realidad convertirse en factores estratégicos de ciudadanía económica o en qué medida han estado o están contribuyendo a la artificialización de los sistemas productivos.
Múltiples son los problemas que explican por qué el manejo forestal comunitario no ha tenido el éxito esperado. Algunos de los problemas centrales que se señalan refieren a la debilidad organizativa y las limitaciones para la comercialización de la producción forestal. Habría que profundizar si estos son los problemas reales o hay otros que no han recibido suficiente atención.
Mientras el modelo empresarial subyacente en los promotores externos del manejo forestal comunitario ven en la acumulación un valor legítimo por el cual vale la pena desplegar esfuerzos, recursos y capacidades en el campo se verifica que no siempre prima esta única variable. Para los pueblos indígenas existen valores del buen vivir que van más allá de los enfoques crematísticos, por ejemplo, valoran la salud, la disponibilidad de alimentos, la posibilidad de poder compartirlos, la unidad familiar, entre otros valores.
Hay que estar claro, no obstante, que las comunidades indígenas se encuentran en un fuerte proceso de aculturación por lo que es posible encontrar diferentes matices respecto al grado de “pureza” de la matriz cultural original. Ello en función a que la cultura no es estática y es más bien su dinamismo y sus interacciones los que le dan vida. En las comunidades se puede encontrar diferentes intensidades de convivencia y de oposición entre los valores de solidaridad, reciprocidad y acumulación. Así mismo, se puede encontrar diferentes grados de sintonía entre el discurso y la práctica. Por ejemplo, aunque una respuesta mayoritaria indica la necesidad de realizar actividades productivas para generar ingresos no siempre las actitudes y prácticas van en la misma dirección.
Para hacer manejo forestal comunitario articulado a mercados y al Estado se necesita que las comunidades acepten un tipo de organización, una forma y ritmo de trabajo y la sujeción a normas y procedimientos oficiales. La premisa de las instituciones externas parece haber sido “para superar las condiciones de pobreza es importante que adopten las medidas que les estamos indicando pues es por su bien”. ¿Realmente las comunidades han asumido alterar su cultura para convertirse en exitosos empresarios forestales?
A las comunidades se les evalúa bajo la plantilla de empresas modernas y eficientes. Como consecuencia se encuentra: deficiente organización, falta de capacidades técnicas, falta de capacidades empresariales, falta de capacidades de comercialización y muchas otras falencias. Por añadidura los esquemas de manejo forestal y la estructura administrativa no calzan con los ritmos, tiempos y dinámicas de las comunidades.
Habría que preguntarse entonces si es que son las comunidades las que están fallando o son los promotores externos del manejo forestal que no han logrado entender la forma de apoyar a las comunidades sin que al final se genere mayor frustración de la que había inicialmente o lo que es peor la comunidad termine con deudas que no tenía en el punto de inicio del proyecto.
Ello nos está indicando que hasta ahora el tema de la interculturalidad no ha sido suficientemente abordado en las experiencias de manejo forestal comunitario. El reto es encontrar pistas para desarrollar experiencias de negocios culturalmente sensibles.
Es en este contexto que la propuesta de Economía Indígena Autodeterminada parte por reconocer que es la propia comunidad la que tiene que definir el ritmo con el que quiere correr, si es que así lo decide, y no suponer automáticamente que las comunidades están dispuestas a embarcarse en la aventura de convertirse en una empresa forestal exitosa, es decir generando ingresos económicos.
Esta perspectiva no tiene nada que ver con enfoques ya superados de autarquía comunitaria sino de reconocer en su real dimensión el derecho al autodesarrollo y el derecho a la autodeterminación económica. Esta no es una propuesta que privilegie únicamente los planteamientos comunitarios, sino que redefine los roles de los promotores externos que cumplen el rol de facilitadores del proceso, con información, con visualización de alcances, escenarios, tendencias y todo aquello que permita a la comunidad la mejor toma de decisiones.
Es la propia comunidad, informada y con un proceso profundo de reflexión y capacidad de propuesta, la que decide el grado de articulación al mercado. Decide además autónomamente qué aspectos de su cultura quiere mantener o cambiar con la finalidad de incursionar en el manejo forestal comunitario. Esto cambia las prácticas de las organizaciones promotoras que se mueven por tiempos, recursos e indicadores que tienen la única racionalidad de la eficiencia empresarial.
La propuesta de Economía Indígena Autodeterminada no se asocia ni con la economía de subsistencia ni con la economía de la acumulación pues éstas no son las categorías con las que se las evalúa. El indicador de éxito tiene que ver un balance energético y cultural positivo y no tanto por las cuentas contables, aunque no se dejen de hacerlas. Así como es más prudente subirse al potencial biótico del bosque para hacer bionegocios sostenibles también es más apropiado subirse a la energía social o cultural de las comunidades para no generar angustias ni tensiones innecesarias. Es la propia comunidad la que decide el grado de intensidad del sistema productivo y de comercialización. Bajo esta óptica no todo pasa por proyecto financiado externamente, ni todo pasa por las sagradas recomendaciones de la técnica forestal. Implica también que la administración pública forestal debe adecuarse a esta realidad múltiple y no pretender que todos los actores, sin ningún criterio de interculturalidad, se asimilen a su propuesta administrativa y procedimental, que muchas veces no son efectivas ni para el productor forestal convencional.
08 de febrero de 2017 / Fuente: http://www.ecoportal.net/
Por: Rodrigo Arce Rojas
Nuestra educación, institucionalidad, administración pública, nuestro modelo civilizatorio se caracteriza por la fragmentación y separación de tal manera que nos hemos acostumbrado a pensar, sentir y actuar desde casillas disciplinarias.
Como consecuencia de nuestra mirada aislacionista en las ciudades las preocupantes noticias sobre deforestación, desglaciación, pérdida de biodiversidad, contaminación de ríos y otros cuerpos de agua aparecen como distantes no solo físicamente sino afectivamente (“ojos que no ven corazón que no siente”). No logramos caer en cuenta que la ciudad y las áreas rurales (cada vez con fronteras más difuminadas) formamos parte de un único sistema unidos no solo por los ciclos biogeoquímicos, el ciclo hidrológico, sino también por la historia, la economía y la política. Lo que pasa en las ciudades (como por ejemplo emisiones de gases de efecto invernadero, exclusión social, política y económica de poblaciones) afectan las áreas rurales y lo que pasa en las áreas rurales afectan las ciudades. Tal vez de ello solo podremos tomar conciencia cuando se exprese con toda su crudeza la disponibilidad del agua en las ciudades. Cuando sintamos que cuando se extinga una especie se pierde algo de nosotros mismos.
En el legítimo afán de crear riqueza a partir de la provisión de servicios ecosistémicos de las áreas naturales (incluyendo bosques y otras formaciones vegetales) a veces olvidamos que muchos de los problemas de frontera que enfrentamos en el sector forestal están ligados a la pobreza estructural, a la crisis de democracia y los partidos políticos, a la convivencia con la corrupción, a la desconexión con la historia. Obstinadamente queremos atrincherarnos en nuestra visión técnica y aséptica con la ilusión que al interior del gremio y la feligresía tenemos todas las respuestas para los grandes problemas del sector forestal. La realidad nos está diciendo que los problemas forestales están ahí y aunque se hacen esfuerzos denodados por resolverlos los problemas siguen.
Quiere decir entonces que para asumir los retos del sector forestal tenemos que recoger su complejidad lo que implica enfoques más interdisciplinarios, transdisciplinarios e incluso indisciplinarios. Pero sobre todo necesitamos recuperar la conexión con nosotros mismos, con los otros y con la naturaleza y el cosmos. No es que estemos tratando de parecer filosófico o monje religioso sino que simplemente estamos reconociendo que el concepto bosque, o servicios ecosistémicos, o paisajes forestales sostenibles, no se reducen a las dimensiones biofísicas sino que incluye a la totalidad de la masa, energía, información y sentidos. Esto es dar pie a aspectos culturales, psicológicos, literarios, matemáticos, entre otras dimensiones. Es mirar las totalidades en una perspectiva de sistemas dinámicos no lineales.
No habrá desarrollo forestal posible si es que no logramos que ciudadanos y ciudadanas (incluyendo los propios forestales) tengan la capacidad de reconectarse con la esencia de ser parte de la naturaleza, ser naturaleza. No habrá desarrollo forestal posible si es que insistimos en mantenernos en paradigmas o creencias que legitiman el dominio o la cosificación de la naturaleza. La creencia que civilizar los bosques es urbanizarlos o convertirlos a paisajes agropecuarios industriales nos está llevando a la destrucción de nuestro patrimonio forestal. Y no es que se niegue el aporte de otras actividades productivas sino se busca la definición de políticas, tecnologías y acciones a gestionar los socioecosistemas o agroecosistemas.
01 de febrero de 2017 / Fuente: http://pcnpost.com/
Por: Rodrigo Arce Rojas
Los programas de fortalecimiento de capacidades de los funcionarios de la administración forestal pública (hombres y mujeres) tienen su especificidad y es el punto de partida. No se trata únicamente de capacitarlos para el cumplimiento de las políticas públicas forestales o en los procedimientos administrativos para el ejercicio de derechos de los ciudadanos (hombres y mujeres) que siendo aspectos muy importantes y necesarios el fortalecimiento de capacidades va mucho más allá que eso.
Lo primero es que los funcionarios reconozcan, aunque parezca obvio decirlo, que el fortalecimiento de sus capacidades tiene un público objetivo referido a los usuarios forestales (hombres y mujeres) con la finalidad de poder servirlos con los más altos estándares de calidad. Lo segundo es que el fortalecimiento de capacidades de los funcionarios tiene un sentido, un propósito, una razón profunda de ser y que subyace en todo lo que luego crean, piensen, sientan, digan o hagan. Ello refiere al reconocimiento de su gran paradigma motivador que en este caso está vinculado a los bosques (visto de una manera integral biofísica y sociocultural) y su relación con el desarrollo sostenible.
No basta una mirada de recurso o de producto, sino que requiere reconocer la trascendencia del rol que desempeñan con mirada amplia en la cual confluyen la gestión territorial y las estrechas interrelaciones entre naturaleza y sociedad.
¿Por qué el sentido profundo se antepone a las políticas públicas forestales y que se supone es lo que debe guiar a todo funcionario público? Porque reconocer el motivo trascendental permite tener una mirada más crítica del propio marco político y normativo y antes que quedarse solo en repetir la norma lo que se trata es desarrollar una actitud crítica, vigilante, de coherencia y pertinencia para reconocer si las políticas públicas están dando cuenta de la complejidad de la realidad y si cualquier acción que realice la administración pública forestal contribuye a la equidad, justicia y sostenibilidad. Ello porque se ha verificado casos donde la aplicación ciega y acrítica de la realidad se ha traducido en daños ambientales o injusticias sociales y eso es algo que no hay que repetir. No se trata por tanto de desconocer el Estado de Derecho sino por el contrario enriquecerlo.
Es frecuente escuchar la afirmación “lo que pasa es que no se puede normar sobre cada situación específica y por ello las normas son genéricas”. Con esta aproximación se está normando para los promedios pero eso ya no es suficiente. Se requiere también desarrollar gestión forestal sobre las especificidades sean ecológicas o socioculturales. Obviamente eso requiere ciencia y evidencias y no solo supuestos o el seguidismo de viejas costumbres o prácticas. Esto significa administrar con sentido de responsabilidad. Esta predisposición de ajuste y sincronía permanente con la realidad diversa tiene el propósito de mejora continua.
Por ello el fortalecimiento de capacidades de los funcionarios forestales no descansa en una lógica transferencista o repetitiva de contenidos. Existe demasiada información que es imposible que un funcionario pueda asimilarlo todo y esto no se resuelve ni siquiera con la especialización o la estructura de dependencias especializadas. Importa por tanto que los funcionarios tengan la capacidad de gestionar el conocimiento y gestionar su propia capacidad de aprendizaje permanente.
Un programa de fortalecimiento de capacidades de los funcionarios forestales debe tomar en cuenta los siguientes aspectos a desarrollar:
Capacidad para reconocer sistemas y las diferentes interacciones con otros sistemas más allá de miradas disciplinarias. Esto implica un enfoque de mirada de la complejidad.
Capacidad para saber reconocer pautas, patrones, interrelaciones, interdependencias
Infinita curiosidad e inquietud para ver más allá de lo evidente.
Capacidad de asombrarse y maravillarse sobre todo aquello que pareciendo obvio encierra nuevas posibilidades cuando lo escudriñas con nuevas miradas.
Capacidad para gestionar razones y emociones. Está demostrado que mucho del aprendizaje descansa en lo emocional.
Cultura orientada a la búsqueda de las múltiples posibilidades y no quedarse solo en lo conocido o instituido.
Cultura orientada a la generación de soluciones creativas pero sin perder el gran sentido y criterios fundamentales de sostenibilidad.
Cultura orientada a la invitación permanente al usuario forestal para que despliegue su capacidad imaginativa y creadora de soluciones pero, de igual manera, sin perder principios de sostenibilidad.
Predisposición a la investigación en acción de manera permanente.
Capacidad de sistematización para la capitalización de los nuevos conocimientos y aprendizajes.
Interesa mucho que los funcionarios participantes de programas de fortalecimiento de capacidades sepan gestionar la comunicación tanto en sus dimensiones verbales como no verbales. Por ejemplo con relación a la gestión de la palabra tenemos dos situaciones: Una que implica la economía de la palabra que refiere a saber expresar con pocas palabras el sentido, espíritu o contenido de algo que se desea compartir o reflexionar. Interesa reconocer cuáles son las palabras núcleo o significativas que se desea compartir para que se conviertan en inspiradoras, catalizadoras y evocadoras. La otra situación implica la licencia para usar sinónimos, énfasis y refuerzos que favorezcan el diálogo, la participación y la generación de propuestas y posibilidades. Aquí también ingresa el hecho de saber usar historias, leyendas, cuentos, metáforas para ilustrar una o más ideas fuerza que se desea compartir. Pero no solo importan los contenidos sino también el lenguaje del cuerpo que acompaña el discurso. Esta coherencia comunicacional es central para favorecer el proceso dialógico.
Un aspecto que no hay que descuidar es el uso de la imagen que se manifiesta a través de fotografías, esquemas, diagramas, dibujos, caricaturas tanto los de significación directa como indirecta, por ejemplo el uso de símiles o metáforas gráficas. Es conocido que una imagen poderosa ahorra palabras y tienen gran impacto comunicacional. No hay que desperdiciar este inmenso potencial de comunicación y aprendizaje.
Un aspecto que no hay subestimar refiere al ejercicio de lo lúdico. No solo nos remite a nuestro niño interior sino que los juegos tienen la virtud de mostrar nuestro universo psíquico: somos como jugamos. Ello tiene un gran potencial para la reflexión y el aprendizaje con la virtud de combinar cuerpo, mente y palabra.
Finalmente no podemos dejar de mencionar el carácter motivacional del fortalecimiento de capacidades. Participar en un proceso de fortalecimiento de capacidades no debe asociarse únicamente a lo racional, a lo estático y muchas veces a lo aburrido. Debe estar más bien asociado a la posibilidad de enriquecerse racional y emocionalmente, a la comprensión de los grandes objetivos de la gestión forestal y lograr un involucramiento activo y entusiasta. Eso significa darle un carácter altamente emotivo al fortalecimiento de capacidades. Reconocer que se es parte de objetivos trascendentales, de una gran apuesta para la gestión de paisajes, de comunión entre la naturaleza y la sociedad, de contribuir a la generación de la riqueza material y espiritual, de comulgar con la sostenibilidad.
Sintetizando entonces podemos decir que el programa de fortalecimiento de capacidades de los funcionarios forestales debe estar orientado a entender en profundidad lo que implica ser servidor público y reforzar el compromiso con la gestión de paisajes forestales para el desarrollo sostenible.
Nuestra educación, institucionalidad, administración pública, nuestro modelo civilizatorio se caracteriza por la fragmentación y separación de tal manera que nos hemos acostumbrado a pensar, sentir y actuar desde casillas disciplinarias.
Como consecuencia de nuestra mirada aislacionista en las ciudades las preocupantes noticias sobre deforestación, desglaciación, pérdida de biodiversidad, contaminación de ríos y otros cuerpos de agua aparecen como distantes no solo físicamente sino afectivamente (“ojos que no ven corazón que no siente”).
No logramos caer en cuenta que la ciudad y las áreas rurales (cada vez con fronteras más difuminadas) formamos parte de un único sistema unidos no solo por los ciclos biogeoquímicos, el ciclo hidrológico, sino también por la historia, la economía y la política. Lo que pasa en las ciudades (como por ejemplo emisiones de gases de efecto invernadero, exclusión social, política y económica de poblaciones) afectan las áreas rurales y lo que pasa en las áreas rurales afectan las ciudades. Tal vez de ello solo podremos tomar conciencia cuando se exprese con toda su crudeza la disponibilidad del agua en las ciudades. Cuando sintamos que cuando se extinga una especie se pierde algo de nosotros mismos.
En el legítimo afán de crear riqueza a partir de la provisión de servicios ecosistémicos de las áreas naturales (incluyendo bosques y otras formaciones vegetales) a veces olvidamos que muchos de los problemas de frontera que enfrentamos en el sector forestal están ligados a la pobreza estructural, a la crisis de democracia y los partidos políticos, a la convivencia con la corrupción, a la desconexión con la historia.
Obstinadamente queremos atrincherarnos en nuestra visión técnica y aséptica con la ilusión que al interior del gremio y la feligresía tenemos todas las respuestas para los grandes problemas del sector forestal. La realidad nos está diciendo que los problemas forestales están ahí y aunque se hacen esfuerzos denodados por resolverlos los problemas siguen.
Quiere decir entonces que para asumir los retos del sector forestal tenemos que recoger su complejidad lo que implica enfoques más interdisciplinarios, transdisciplinarios e incluso indisciplinarios.
Pero sobre todo necesitamos recuperar la conexión con nosotros mismos, con los otros y con la naturaleza y el cosmos. No es que estemos tratando de parecer filosófico o monje religioso sino que simplemente estamos reconociendo que el concepto bosque, o servicios ecosistémicos, o paisajes forestales sostenibles, no se reducen a las dimensiones biofísicas sino que incluye a la totalidad de la masa, energía, información y sentidos. Esto es dar pie a aspectos culturales, psicológicos, literarios, matemáticos, entre otras dimensiones. Es mirar las totalidades en una perspectiva de sistemas dinámicos no lineales.
No habrá desarrollo forestal posible si es que no logramos que ciudadanos y ciudadanas (incluyendo los propios forestales) tengan la capacidad de reconectarse con la esencia de ser parte de la naturaleza, ser naturaleza. No habrá desarrollo forestal posible si es que insistimos en mantenernos en paradigmas o creencias que legitiman el dominio o la cosificación de la naturaleza.
La creencia que civilizar los bosques es urbanizarlos o convertirlos a paisajes agropecuarios industriales nos está llevando a la destrucción de nuestro patrimonio forestal. Y no es que se niegue el aporte de otras actividades productivas sino se busca la definición de políticas, tecnologías y acciones a gestionar los socioecosistemas o agroecosistemas.
No habrá desarrollo forestal posible si es que no somos capaces de admirar el maravilloso diseño de las hojas, la fractalidad de las nervaduras, de sorprendernos infinitamente de las estrategias reproductivas de las plantas, de sus increíbles procesos de comunicación bioquímica, de disfrutar de la narrativa campesina o del imaginario indígena sobre los espíritus de los bosques.
Tampoco habrá desarrollo forestal posible si es que nos seguimos negando a la política (por más desprestigiada que esté), a la historia forestal, a la literatura forestal, a la psicología forestal. Si no somos capaces de indignarnos lo suficiente frente a la corrupción forestal.
No habrá desarrollo forestal posible si es que subordinamos las consideraciones ambientales y sociales solo por el crecimiento económico. Una visión de esa perspectiva indica que la tarea no está completa. Tampoco hay que caer en el sesgo (bien intencionado o no) que en nombre de lo social hay que debilitar lo ambiental, o que en nombre de lo ambiental hay que aplastar consideraciones sociales. La sostenibilidad fuerte es la búsqueda de un delicado equilibrio en el que priman las consideraciones sensatas.
El gran reto forestal es la religancia que implica volver a conectar lo que culturalmente ha sido separado en nombre del dominio humano. Volver a conectarse consigo mismo, con los otros y con la naturaleza bajo los principios de diálogo de Martín Buber. Requiere reconocer con mayor claridad las interrelaciones y las interdependencias, las redes. Ello precisa de equipos con gran apertura mental para que con pensamiento crítico sean capaces de explorar las múltiples posibilidades. Ello requiere apertura a otras formas de pensar, sentir y actuar con gran sentido de innovación y creatividad.
No es que las soluciones solo vengan del campo o solo del gabinete. Polarizaciones que reducen las posibilidades de generar alternativas. Un enfoque dialógico implica ser capaces de hacer que los dilemas sean vistos como complementarios, sinérgicos para que puedan emerger nuevas posibilidades.
Concluyendo podemos decir que desde las ciudades tenemos mucha responsabilidad con el destino de los bosques, como desde el bosque, desde lo local y desde la gente tenemos una gran energía cultural para recrear una cultura forestal orientada hacia la sostenibilidad y la equidad. No hay escisiones que valgan en sistemas porosos que se interrelacionan fuertemente y que a su vez forman parte de sistemas mayores hasta llegar al sistema tierra.
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