18 de enero de 2017 / Fuente: http://pcnpost.com/
Por: Rodrigo Arce Rojas
Abordar un conflicto en la perspectiva de complejidad implica en primer lugar reconocer el sistema en cuestión. Esto significa identificar claramente sus elementos, estructuras y límites. No obstante, se reconoce que esto no siempre es sencillo porque con frecuencia hay diferentes subsistemas al interior que se interrelacionan, se traslapan o van paralelos, que convergen o divergen según la dinámica del sistema mayor o producto de sus propios procesos internos.
Es importante reconocer esta complejidad para poder identificar el peso específico de cada elemento o proceso y así reconocer cuáles son los factores claves, estratégicos, catalizadores que hay que prestar atención. Una perspectiva holística no significa completud sino el reconocimiento de los factores que están haciendo las veces de atractores y generan comportamientos significativos a tomar en cuenta en la transformación de conflictos.
Ahora bien, haciendo abstracción y reconociendo el sistema principal del conflicto más evidente, tenemos que reconocer que un sistema siempre se inscribe en otro sistema tanto en una dirección microfísica como en una dirección macrofísica. Desde una perspectiva de intervención para la transformación del conflicto, significa entonces que tenemos que reconocer cuáles son los límites reales con los cuales podemos actuar precisamente para que podamos ver resultados concretos de la transformación en espacios y tiempos razonables.
Abordar el conflicto desde una perspectiva de conflictividad significa tener una mirada de previsión, gestión y acompañamiento; una perspectiva que integra inteligentemente el corto, mediano y largo plazo; un compromiso con la justicia, la equidad y la sostenibilidad. Por ello se entiende que la perspectiva de transformación de conflictos comprende las dimensiones personales, relacionales, culturales y estructurales. No se trata de soluciones coyunturales con déficits de sostenibilidad.
Si tomamos en cuenta que las personas somos complejas, el cerebro es complejo, la sociedad es compleja, el grupo es complejo, el lenguaje es complejo, entonces tenemos que reconocer que en una situación de conflicto siempre estamos en una complejidad de complejidades. Por tanto no podemos atender los conflictos únicamente desde perspectivas disciplinarias, lineares, reduccionistas, y deterministas. Abrir el pensamiento para enfrentar la complejidad significa reconocer que estamos frente a numerosos elementos (o agentes) que no solo son diversos sino que se interrelacionan, son interdependientes, que pueden adaptarse o evolucionar y que pueden generar comportamientos emergentes que no podrían ser explicados solo a partir de la comprensión del comportamiento de cada uno de los elementos.
En un conflicto las preguntas básicas son: ¿Quiénes están en conflicto?, ¿Sobre qué están en conflicto?, y ¿Cómo afrontan el conflicto? Todos estos elementos son importantes pero tiene un papel preponderante la persona humana en toda su integralidad. Estas personas tienen posiciones, intereses y necesidades; tienen percepciones, emociones y desarrollan acciones; tienen historias y se ubican en contextos determinados. Todo este complejo de situaciones nos lleva a reconocer la importancia de entender la dinámica de la comunicación, el lenguaje y las actitudes en el marco de la diversidad que se da aún entre los propios actores. Por ello es importante entender la sociodiversidad y la diversidad interno de cada grupo, género o edad.
En el reconocimiento que la complejidad significa reconocer las múltiples expresiones de la diversidad, entonces es importante abrir todas las posibilidades. En este sentido se busca que los actores en pugna no se queden únicamente con pensamientos dicotómicos o binarios que reduzcan la realidad a pocas opciones. Por el contrario se busca que los actores tengan apertura a nuevas formas de pensar, sentir y expresarse; que desarrollen perspectivas de integración y síntesis que les ayuden a capitalizar los conocimientos, experiencias y energías que trae cada grupo. Asimismo, se busca que los actores flexibilicen el abordaje de las causas y efectos, en el entendimiento que estos son muy cambiantes, depende del ángulo con lo miren, del patrón de referencia, del sistemas de creencias, y que no siempre siguen direcciones aparentemente secuenciales. En la práctica, se producen fracturas, quiebres, irrupciones, discontinuidades.
Se busca también que los actores enfrentados no se queden en los promedios, en las regularidades, en las generalizaciones, en el discurso dominante o incluso en el pensamiento inmediato. Se busca que los actores sean capaces de reconocer aquellos aspectos que normalmente no han querido mirar, escuchar o sentir. Se les invita a que tengan la capacidad de aceptar y acoger afectivamente las disonancias, las perturbaciones, los elementos raros, imprevistos.
Esta apertura a lo inesperado a lo irregular o disonante busca que cada expresión del sistema sea adecuadamente valorado. En ese sentido se valora y se recibe amorosamente cada expresión, incluso cuando pueda ser un elemento perturbador. Existen razones y motivaciones por qué existe una emoción, una expresión, una actitud determinada. Es lo contrario a desconocer, subestimar, minimizar, reducir o incluso a obviarlo. Justamente ahí está la diferencia de perspectivas simplificadoras y dominantes.
En esta perspectiva de complejidad se busca la integración de enfoques de gestión de conflictos, gestión pública efectiva, y gestión de seguridad humana. El tema central de la seguridad humana es la reducción del riesgo colectivo (y compartido), por medio de análisis, decisiones, prevención y acciones que disminuyan, más allá de sus expresiones sintomáticas, las causas y circunstancias de la inseguridad (Rojas y Goucha, 2002).
Se busca además que se entienda los conflictos en términos de la gestión territorial para no caer en procesos transaccionales únicamente entre los actores directos que están en los conflictos. Lo que se haga o se deje de hacer termina afectando (aunque a veces favoreciendo) a otros actores y procesos que están en el territorio. Pero también porque la perspectiva no es únicamente tener capacidad de enfrentar los conflictos sino también avanzar hacia una cultura de paz. Como afirman Muñoz y Molina (2010) la Cultura de Paz es una respuesta que busca mayor grado de organización, de equilibrio y armonía en el conjunto de la especie y con su medio, ya que una y otro se retroalimentan. Por tanto, como afirman los autores, podríamos afirmar que la paz significa alcanzar el máximo de equilibrio interno y, en esa medida, el menor grado de entropía, de desorden de la energía, de los recursos (Ibíd.).
Transformar los conflictos por lo tanto significa pasar de los triunfos coyunturales, muchos de ellos pírricos, a triunfos de la cultura democrática y cultura de paz. Es anteponer los Objetivos de Desarrollo Sostenible a los objetivos personales o de grupo. Avanzar hacia una sociedad que aprenda no solo a procesar sus diferencias sino por un compromiso por sociedades sustentables.
Bibliografía citada:
Muñoz, Francisco y Molina, Beatriz. 2010. Una Cultura de Paz compleja y conflictiva. La búsqueda de equilibrios dinámicos. En: Revista Paz y Conflictos. Instituto de la paz y los conflictos. 3:44-61
Rojas Aravena, Francisco; Goucha, Moufida, eds. 2002. Seguridad humana, prevención de conflictos y paz en América Latina y el Caribe. FLACSO-Chile; UNESCO Santiago, Chile, 414 p.
Fuente artículo: http://pcnpost.com/rodrigo-arce-transformacion-de-conflictos-en-perspectiva-de-complejidad/