Coincidiendo con el 50° aniversario de las revueltas del Mayo Francés, del otro lado de la cordillera las estudiantes se levantaron y decidieron la toma feminista de 16 universidades y una escuela secundaria, hartas de la indiferencia y la tolerancia frente al abuso sexual de docentes sobre las alumnas. Aunque elaborando una agenda de demandas que desborda el punitivismo, “Por una educación no sexista” es la principal consigna que conmovió a las alamedas de Santiago, por donde los cuerpos rebeldes han pasado en manifestación reconociendo que el patriarcado les ha sacado tanto que hasta se llevó también el miedo. Sebastián Piñera reaccionó el miércoles pasado con algunos cambios de agenda aunque todavía queda por verse cuánto hay de maquillaje, sobre todo cuando conserva en la cartera de Educación a un ministro que se jacta en público de tener hijos “campeones” por los muchos preservativos que gastan.¿Cómo estalla una revolución?
A fines de 2016, la cultura machista reinante en la institucionalidad chilena sufrió tres derrotas simbólicas en un brevísimo lapso. En noviembre tomaron estado público acusaciones de acoso y abuso por parte de profesores hacia estudiantes de la Universidad de Chile. Junto con ello quedó al descubierto una larga historia de encubrimientos por parte de los “bronces” de la Universidad –incluido el Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar– mucho más preocupados por el mutuo cuidado de sus prestigios que por la misión educativa para la que fueron contratados.
A mediados de diciembre de ese mismo año, en el marco de una cena pretendidamente elegante del empresariado local, el entonces ministro de Economía, Luis Céspedes, recibió un inusual regalo por parte de la Asociación de Exportadores de Manufacturas: una muñeca inflable que debía servir para “estimular la economía”. La ocurrencia fue celebrada por el propio ministro y dos candidatos presidenciales, como registraron varios medios presentes.
En ese mismo mes se destapó un escándalo en la Armada: marinos grababan imágenes de sus compañeras de fragata en la intimidad de sus habitaciones y las difundían por celular. Tal vez porque recién en el año 2007 y tras 189 años habían ingresado mujeres a la Armada, los muchachos aún no sabían comportarse.
En todos los casos mencionados, la condena pública se extendió desde la entonces presidenta Bachelet al resto del país. En poco más de un mes, el patriarcado quedaba herido de bala en tres corporaciones simbólicas, el mundo académico, el empresariado y las Fuerzas Armadas. No es difícil imaginar en cuál de ellas tendría mayor margen de despliegue la batalla contra el sexismo y la violencia de género. Poco antes, el 15 de octubre, la convocatoria de la marcha Ni Una Menos superaba todas las expectativas de las organizadoras congregando multitudes en la Alameda, a la misma hora en que miles de mujeres marchaban bajo la lluvia por la Avenida 9 de Julio en Buenos Aires. Todo aquello en 2016, año aciago para el patriarcado a ambos lados de la cordillera, y en otros rincones del mundo.
Tal vez porque las revoluciones son de cocción lenta, pero de ebullición rápida, este mayo de 2018 encuentra a Chile con dieciséis universidades y una escuela secundaria en toma feminista.Está claro que, como en otros ciclos de protesta masiva, el Mayo Chileno no empezó en mayo, ni se limita a este país. En la Revolución Feminista se conjugan factores históricos y culturales que superan las fronteras nacionales, potenciándose en campañas como la de MeToo o NiUnaMenos. Incluso Hollywood ha conspirado en clave feminista y hasta el cariz frívolo se agradece: los reclamos de las megaestrellas en la alfombra roja ayudan a la hora de explicar por enésima vez que la reivindicación feminista no pasa por el resentimiento adjudicado tradicionalmente a las supuestas feas e indepilables.
Por otra parte, en Chile, los movimientos feministas adquieren sus propias dinámicas en una sociedad que expresa un rechazo cada vez mayor frente al abuso de poder. Diversos estudios han venido dando cuenta de la caída de la confianza en las instituciones, de una percepción de abuso por parte de elites tanto económica como política, y de una demanda generalizada por transformaciones estructurales desde la sociedad chilena, ente ellos, el Informe Auditoría a la Democracia 2016 del PNUD que recoge datos desde el año 2010.
En los últimos años, la percepción de injusticia en Chile genera indignación creciente, expresada en marchas multitudinarias contra el lucro en la educación, o el sistema privado de pensiones. Pero las cifras macro económicas cierran y las élites siguen felicitándose frente al espejo, mientras las chicas se toman las universidades e instituciones otrora respetadas, como la Iglesia Católica, viven su más profunda y vergonzosa crisis. No por azar, son dos los procesos revolucionarios que marcan la agenda pública en Chile estos días: las protestas del movimiento estudiantil feminista y la renuncia forzada por el Papa de todos los obispos de la Iglesia Católica por casos de abuso sexual, ya que mientras varios de ellos violaban niños, otros varios, desviaban distraídamente la mirada. Hoy, los treinta y cuatro obispos chilenos están a la espera de las decisiones de Francisco I sobre sus destinos. En ambos casos, la rebelión de las víctimas ha sido decisiva, forzando a la acción institucional y a la toma de conciencia social.
La historia demuestra en infinidad de ejemplos que este tipo de procesos revolucionarios son acumulativos y complejos, sin embargo, en algún momento hacen eclosión: algo dispara aquello que parecía en estado latente.
En el caso del mayo chileno, las estudiantes recogen y traducen en códigos actuales las demandas del movimiento de mujeres que lleva décadas de lucha contra el sexismo y la discriminación. Sería osado determinar qué encendió la mecha de tantas rabias guardadas, sin embargo es posible identificar antecedentes inmediatos en una chorrera de denuncias por abuso y acoso en universidades, que devinieron en procesos demorados, sin resultados o con sanciones irrisorias, en donde los acusados fueron férreamente defendidos por sus pares, y no contaron con la tenacidad de las impares. En este derrotero un primer hito está marcado el 17 de abril pasado en la ciudad de Valdivia, al sur del país, cuando un grupo de estudiantes de la Universidad Austral decidió ocupar la Facultad de Filosofía y Humanidades frente a la indiferencia de la casa de estudios ante las denuncias de abusos sexuales que involucraban a alumnos, docentes y funcionarios. Diez días después se sumó la toma de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Las estudiantes protestaban contra el sumario que la casa de estudios inició contra el profesor –y ex presidente del Tribunal Constitucional– Carlos Carmona, denunciado por acoso sexual por una alumna que trabajó como su asistente durante los alegatos por la ley de aborto en tres causales. Como resultado del proceso se desestimó el cargo de acoso sexual y Carmona sólo fue sancionado con tres meses de suspensión por “vulneración a la probidad administrativa”. A estas tomas iniciales le siguió una ola de movilizaciones feministas a lo largo del país, cuyo balance a fines de mayo arroja dieciséis universidades en toma, más de treinta facultades en paro, y una serie de manifestaciones de las estudiantes secundarias de los establecimientos Liceo 1, Liceo 7 y Carmela Carvajal.
Las tetas rebeldesLa vida en las tomas transcurre, en parte, entre talleres para estudiar el feminismo y debates sobre los pasos a seguir, posibles estrategias y articulaciones. Las mismas chicas de los colectivos, o académicas se ofrecen voluntariamente a dar charlas de su especialidad. En lo que respecta al rol de los compañeros varones, no hay una única receta. Aunque las tomas empezaron como espacios exclusivamente femeninos, la mayoría fue abriéndose a distintas formas de participación de los compañeros, comprendiendo la necesidad de construir espacios libres de violencia junto con ellos. En algunas universidades, los hombres ayudan a vigilar las tomas, en otras participan de los debates. Nunca asumen ningún tipo de vocería.
En este proceso, una de las manifestaciones de protesta más importantes fue la marcha convocada el miércoles 16 de mayo por la Confederación de Estudiantes de Chile bajo el lema “Contra la violencia machista, educación no sexista”y consignas como “Vivas nos queremos”, “No es no”, “Hermana yo sí te creo” y “Peleo como niña”. En Santiago, la movilización fue de alto impacto no sólo por la cantidad de personas que logró convocar –según las organizadoras, 150 mil– sino por las formas elegidas para expresarse, incluidas danzas a torso desnudo marcadas por imágenes ultranoticiosas: las chicas dispersando a un grupo de vándalos que pretendía opacar la manifestación, y una performance de desnudo en la estatua de Juan Pablo II ante la Universidad Católica. La misma que en 1967 fue vestida por los estudiantes con un lienzo gigante denunciando aquello tan sabido, como callado: “El Mercurio miente”.
Más de cincuenta años después, el estudiantado vuelve a obligar a la UC y a gran parte de la sociedad a ver aquello que prefiere omitir. Porque si el ataque contra las mujeres se materializó, fundamental y ferozmente en los cuerpos, es perfectamente lógico que sean los cuerpos los protagonistas de esta rebelión. Sin embargo, las tetas descubiertas removieron curiosas sensibilidades y dispararon infinidad de críticas. Coros desafinados en redes sociales objetaron que las manifestantes “desacrediten sus justos reclamos” o “se rebajen” al mostrarse desnudas. Al parecer, las tetas sólo se redimen si amamantan o se enferman.
Los cuerpos femeninos desplegados en libertad, siguen perturbando a una parte de la sociedad que, probablemente sin saberlo, confina el universo femenino a la tríada madre/puta/virgen. A su vez, el acoso en las aulas conjuga de un modo perverso el abuso de poder con sexismo, en un ámbito que se supone está destinado al crecimiento y despliegue de las personas. En contrapartida, la rebelión política y cultural que estalla en las universidades también conjuga con extraordinaria potencia la rebelión contra el patriarcado, las desigualdades y la injusticia.
El paralelo con el Mayo del 68 es ineludible; también entonces las mujeres levantaron sus demandas iluminadas por las teorías feministas de la época. En estos días, las tomas feministas han logrado que el abuso y el acoso, prácticas instaladas desde siempre en diversos ámbitos institucionales, pierden los fueros de lo supuestamente “natural”.
Los cinco puntosLas protagonistas del mayo chileno no se limitan a denunciar sino que se proponen articular demandas entendiendo la violencia de género como un fenómeno estructural y asumiendo las especificidades del ámbito educativo. Entre las reivindicaciones planteadas desde los diversos establecimientos hay fuertes denominadores comunes. Un consolidado realizado por estudiantes de la Universidad Austral en base a diez petitorios de distintas casas de estudios identifica cinco puntos compartidos: la exigencia central pasa por la creación de protocolos contra el acoso y la violencia de género y sexual, a la vez que se demandan paridad de género en espacios administrativos; talleres obligatorios sobre reglamentos y feminismo; materias con perspectiva de género en las distintas carreras y reconocimiento de la identidad de género de las personas trans.
Desde la institucionalidad hay distintas respuestas; mientras que la Universidad Austral habría aceptado la mayor parte del petitorio de las estudiantes, otros establecimientos intentan trabajar condiciones mínimas para un protocolo triestamental, donde participen estudiantes, académicos y funcionarios. Por su parte, la emblemática Facultad de Derecho de la Universidad de Chile aún no habría dado repuesta oficial a las demandas.
¿Agenda marcada o maquillada?Frente a lo arrasador de la ola feminista, el gobierno, ni corto, ni perezoso apoya la movida y anuncia medidas que varios integrantes de la coalición gobernante deben aplaudir, no sin cierta molestia estomacal. Desde tribunas feministas, en esta rápida adaptación a la agenda de las mujeres se ve tanto el sesgo oportunista, como el logro que representa incidir en la agenda gubernamental, porque lo cierto es que La Moneda se vio obligada a modificar su plan de gobierno. El miércoles 23 de mayo, el presidente Sebastián Piñera presentó su “Agenda Mujer” que incluye medidas contra la violencia, administración igualitaria de los bienes en el matrimonio y extensión del beneficio de Salas Cuna, entre otras. No deja de ser un triunfo modificar el discurso de un presidente que, cuando recurría al propio libreto, tendía a desteñir chistes machistas.
Y si Piñera al menos intenta adaptarse al espíritu de los tiempos, algunos miembros de su gabinete no se caracterizan por los reflejos rápidos. Así por ejemplo, semanas atrás, el ministro Gerardo Varela se ufanó del alto consumo de preservativos por parte de sus hijos varones, a quienes calificó de “campeones”. Y ya con el país en llamas feministas, el mismo Varela definió como “pequeñas humillaciones” los casos de acoso sexual denunciados. Cabe destacar que la cartera a cargo del ministro Varela es Educación, y continúa en su cargo.
Lo cierto es que las chicas ya no esperan al gobierno. No esperan a los partidos políticos. No esperan a una institucionalidad que quedó rezagada en los nuevos tiempos sociales. Y esta revolución, en el fondo, no trata meramente de reglamentos. Trata, más bien, de la deconstrucción de las relaciones de género, pero también de otras situaciones de desigualdad en la sociedad chilena, en donde el abuso de poder ha estado patológicamente naturalizado.
A esta altura de las tomas, las estudiantes se plantean estrategias sobre los pasos inmediatos y otros más allá, y deben lidiar con las expectativas puestas en ellas como líderes de esta revolución que, sin embargo, es responsabilidad de toda una sociedad. Desde luego que las medidas que vayan a implementarse en las universidades aparecerán como indicadores palpables de éxito, sin embargo ellas ya consiguieron lo que parecía imposible: que se tomen masivamente en serio las demandas feministas; correr el cerco del reducto machista, ese que corroe mentes, corazones y almas; y que mata. De esta forma, las tomas coronan un proceso que cobra fuerza inusitada en los dos últimos años en Chile y que pone en jaque la hegemonía cultural, invirtiendo el sentido del mainstream; si hasta hace poco el feminismo era de ghettos demodé, hoy no hay margen para negar lo justo del reclamo igualitario y se discute sobre feminismo en los más diversos espacios, con los riegos que conlleva estar de moda.
“Somos más fuertes que el miedo” rezan carteles en las marchas. Y ciertamente, la conjugación colectiva tiene como objetivo, consciente o no, desbaratar el miedo. El propio, el de otra, el de la amiga, el de la madre, el ancestral de la que jamás se atrevió o no se atreve aún. La conspiración anti-miedo se nutre de relatos y vivencias por las redes feministas. Porque más allá de las tomas y mucho antes de ellas, florecen grupos de WhatsApp o Facebook en donde las mujeres se apoyan, se defienden y se organizan contra la violencia en el mundo virtual y real.
El tejido es colectivo, histórico, intergeneracional. La era digital nos ha facilitado asumir la dimensión universal del segundo sexo. En las redes, las mujeres nos encontramos en espacios protegidos y cerrados, y desde allí salimos al espacio público fortalecidas para encarar cientos de batallas, chicas, medianas y grandes. Porque desde luego que las resistencias frente a la revolución cultural vienen en todo tipo de envase, incluido el del patriarcado consentido que persiste en explicar a cuántos preceptos nos sometemos voluntaria y alegremente.
Lo que hoy está en jaque es seguir siendo, haciendo y pareciendo en función de lo que otros definieron como femenino. Se trata también del rechazo contra cualquier regulación impuesta en nombre de cualquier excusa oportuna –llámese Dios o Naturaleza–. En el mayo chileno, el machismo cruje reseco –como en buena parte del mundo– mientras se teje la ciudadanía post-patriarcal.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/116769-la-gesta-de-los-andes