América del Sur/Colombia/24 de enero de 2017/Fuente y autor: internacional.elpais.com/Ana Marcos
El laboratorio político de la izquierda busca recobrar la importancia de antaño tras el acuerdo de paz con las FARC
Marcharon en contra de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla en los años cincuenta. Se envolvieron en la bandera de la Revolución Cubana en los sesenta con el acompañamiento de líderes guerrilleros como el cura y profesor, posterior representante de la guerrilla del ELN, Camilo Torres. Empujaron en el proceso constituyente que cambió la carta magna en 1991. A principios de los 2000, pactaron un nuevo modelo de lucha. Y cuando los colombianos creían que sus estudiantes universitarios se habían callado, recuperaron la voz al día siguiente de que el país le dijera no a los acuerdos de paz firmados con las FARC en el plebiscito del 2 de octubre.
La Universidad Nacional de Colombia, la institución pública de mayor calidad educativa, puja por volver a ser la conciencia crítica del país en un momento trascendental de su historia moderna: el final de medio siglo de guerra con las FARC. “Hemos dejado de ser vistos como esos jóvenes rebeldes, ahora muchos sectores consideran que tenemos una opinión sensata para transformar la sociedad”, opina Alejandra Rojas, estudiante de la maestría en Salud Pública y Secretaria General de la Federación de Estudiantes Universitarios en la Nacional. Lo dice en la plaza del Che, el lugar que todo colombiano identifica con este centro. Ahora comparte nombre con el humorista asesinado Jaime Garzón. Ambos iconos, de distintas luchas, miran de frente a las serigrafías del cura, profesor y guerrillero Camilo Torres. Y otros tantos grafitis que van y vienen en las paredes blancas de la biblioteca y el resto de edificios que conforman este espacio.
Los símbolos que lideraron al movimiento estudiantil desde los sesenta en adelante siguen vigilantes. Es el único papel que juegan en este momento entre un colectivo que para el rector de la Nacional, Ignacio Mantilla, “es muy débil, sin liderazgo real, con poca credibilidad y con agendas políticas externas”. Han pasado seis años desde que en la Mesa Amplia Nacional Estudiantil se propusiera una carta de navegación para el movimiento universitario: una nueva identidad con nuevas maneras de expresión. En aquel momento, miles de alumnos salieron a las calles en contra de una reforma educativa, en lo que para parte de la sociedad se consideró el último gran movimiento estudiantil en Colombia. “Ya no se trataba de hacer la revolución para cambiar la universidad como sucedió en los sesenta”, explica Jairo Rivera, de 27 años, exalumno de la Nacional y miembro de Voces de Paz, el partido que vigilará en el Parlamento que lo pactado con las FARC se cumpla hasta que la insurgencia forme su propia agrupación política. “Sino de transformar a través de la movilización y de la invitación a la ciudadanía a un debate sobre la educación superior”.
Desde entonces, la Nacional ha vivido en una suerte de época de barbecho en el que parecía que el silencio reinaba entre el alumnado. Muchos de los 32.000 estudiantes que tiene este centro educativo han abandonado el activismo. No hay cifras de cuántos conforman estos colectivos, entre otras razones, porque no cuentan con un carné para identificarlos. “Es una minoría, pero sí hay una dinámica activa muy diversa”, plantea Rojas.
El último de resquicio de esperanza al que se aferran ahora los estudiantes es el cambio de percepción que sienten los ciudadanos después de que lideraran las marchas que exigieron a todas las autoridades, con independencia del color político, que volvieran a la mesa a negociar los acuerdo de paz con las FARC. No querían más guerra. “Salimos con consignas creativas y renovadoras que rompieron con ese pasado que ha tintado de homogeneidad a la universidad, se vio mucha diversidad”, explica Rivera. Además de las manifestaciones y los mítines que históricamente han reclamado una solución política al conflicto en Colombia, en esta universidad funcionaba el Centro de Estudios sobre Seguridad y Defensa que “asesoraba al Estado, en concreto, al Ministerio de Defensa con información sobre las guerrillas”, apunta Andrés Salazar, estudiante de Ciencia Política y actual representante estudiantil ante el Consejo Superior de la Universidad Nacional. Este organismo se ha transformado en el Centro de Pensamiento y Seguimiento a los Diálogos de Paz. Una vez que comience la implementación, se encargará, entre otras funciones, de realizar el censo de los excombatientes de las FARC.
De la Nacional también han salido cinco de los seis miembros del partido Voces de Paz. Para estos tres representantes estudiantiles es la mejor expresión del trabajo histórico que su universidad ha hecho por la paz. Para una parte de la sociedad colombiana, son el brazo político de las FARC, guerrilleros. Por eso Jairo Rivera tiene que llevar seguridad y recibe cada día amenazas por redes sociales. Aun así, estos jóvenes confían que con el final de la guerra, su país, en el que “las ideas distintas se persiguen, se atacan y se asesinan”, dice Rojas, deje de condenarlos. “Ahora que la universidad pasa por una de sus peores crisis, que estas personas formen parte de esta plataforma y estén en la transformación del país, amerita que vuelva a recuperar su reconocimiento”, dice Salazar.
Con 22 años, Salazar tiene la tarea de liderar un cambio generacional. “Cuando los canales de participación no existen o no se incentivan desde la institución es difícil motivar a la gente: ‘Si a nosotros no nos toman en cuenta para nada, ¿para qué participar?’, dicen muchos alumnos”, explica. Aunque al mismo tiempo reconoce su responsabilidad frente a la inactividad o la baja movilización. “Se debe a disputas entre las organizaciones por tener ciertos controles, la hegemonía de algunas universidades, los debates políticos que se alejan de las necesidades reales de la comunidad estudiantil”, acompaña Rojas.
El rector Mantilla cuenta que con cada inicio escolar aparecen en la universidad banderas de partidos tradicionales . “Hay muchos políticos, a los que llamo pedófilos, que quieren captar la atención de los jóvenes”, dice, “y los muchachos abandonan los intereses de los estudiantes y se preocupan más por los temas del Congreso. No hay líderes con un discurso propio y autónomo”. Aunque la presencia de formaciones de izquierda como el Polo Democrático es evidente en la Nacional, el nivel de politización que vivió en los sesenta y en los setenta, o el auge del movimiento bolivariano en la institución, es menor.
De aquellos años pervive la identificación con la insurgencia. La excusa perfecta para que en los noventa y en los 2000 comenzara la descapitalización de la institución. “Desfinanciar la universidad es una forma de contribuir a esa imagen”, opina Salazar. La Nacional cuenta con un presupuesto de un billón de pesos (algo más de 340.000 dólares). “De manera directa se transfiere el 50% que es insuficiente para cubrirlo los gastos del funcionamiento, como por ejemplo las nónimas”, explica el rector. “Como dijo el presidente Santos: ‘Los cariños del Gobierno se manifiestan en los presupuestos”.
Parece que la Nacional no ha sentido ese amor presidencial por el momento. Y se ve en el campus de Bogotá. Es el recuerdo de una época en la que esta instutición recibía reconocimientos arquitectónicos por sus edificios. Los espacios verdes y esa sensación de aislamiento en mitad de una megaurbe ahogada en contaminación y ruido, no consiguen evadir la duda de en cuánto tiempo algunas de estas facultades se vendrán abajo.
La falta de financiación también ha contribuido a que la institución haya perdido hasta cierto punto su condición de centro simbólico. “Las discusiones de temas importantes de la vida nacional se ven más en la Universidad de los Andes, la del Externado o la Javeriana”, opina Alejandra Rojas en referencia las tres instituciones privadas donde se forma la élite política colombiana. “Somos el secreto mejor guardado de este país. Se pone el huevo, pero no se cacarea”, reconoce Mantilla, consciente de que no están haciendo la promoción necesaria de la institución.
Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2017/01/21/colombia/1484954236_456392.html
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