Por: Julio C Valdez
Nos preguntamos: La imagen que tenemos de la educación, ¿nos ayuda a repensarla? ¿Cómo está constituida esa imagen? ¿Es posible transgredirla?
Suponemos que nuestro tránsito social arrastra y sostiene un conjunto de visiones y creencias históricamente construidas, desde las que miramos y actuamos en el mundo y con el mundo. Llevamos con nosotros tales imágenes, cual teorías implícitas, y muchas veces ellas pautan nuestros modos de comprender y de ser en la sociedad… Por ejemplo, parece inevitable para muchos que, al hablar de educación, automáticamente pensemos en la escolaridad, y con más fuerza la que involucra a los niños. Y esto ocurre aún cuando nuestro discurso explícito nos indique que la educación es constante, permanente y totalizante en cuanto a lo social se refiere [Por ejemplo, aún cuando nuestra Ley Orgánica de Educación (Venezuela) reconoce la multidimensionalidad de lo educativo, se centra casi con exclusividad en el universo escolar].
Por otra parte, esa imagen viene constituida por una serie de supuestos que muchos aceptan sin cuestionamiento. Por ejemplo, que la educación viene de grandes sujetos históricos y sociales de otras latitudes (los persas, griegos, romanos, franceses, norteamericanos), que supuestamente observaron nuestra condición de pueblos primitivos y decidieron llevarnos del ala hacia la civilización y el progreso.
Puesto que el mundo ha debido avanzar hacia una organización social donde predomina lo técnico, lo tecnológico, la economía compleja (componentes fundamentales de esa civilización y ese progreso), corresponde a naciones como las nuestras ponernos al día y asumir la competitividad formativa para participar en la sociedad globalizada. Así, la educación que se regodeaba contemplando las grandes civilizaciones que nos legaron luz y technos, ahora exige que avancemos hacia el manejo de competencias mundializadas para entrar en el corazón de las sociedades del conocimiento como fuente de valor económico.
Así, creemos que, como sujetos sociales, miramos la educación fundamentalmente como lo que ocurre en el sistema escolar, como una vía de dejar de ser como somos (social y políticamente hablando) y convertirnos en aquellos paradigmas civilizatorios que nos han inculcado. Y eso lo lograremos sólo jugando sus juegos con sus propias reglas.
No obstante, esos esquemas civilizatorios “ideales” han servido principalmente para que grandes metrópolis se apropien de nuestros recursos naturales, y aún de nuestra fuerza de trabajo, impulsando a nuestras sociedades a la monoproducción y a la dependencia. Aún así, los esquemas dominantes, en nuestro interior, siguen apuntando al hecho de que el no lograr el progreso se lo debemos a que seguimos siendo lo que somos (primitivos, perezosos, espontáneos no planificados, etc.), y sólo la educación (escolarizada, especializada, competitiva) puede llevarnos de estas tinieblas a la luz.
Así, proclamamos una educación otra, que en vez de hacer que nos neguemos a nosotros/nosotras mismos/as, haga que nos reafirmemos en nuestras historias vitales (como pueblos en resistencia), en nuestros valores ancestrales (como el mutualismo), en nuestras cosmogonías miradas desde el aquí y el ahora (el buen vivir, verbigracia), integrando críticamente por supuesto los grandes aportes de la llamada civilización occidental, por ejemplo lo científico y lo tecnológico… Una educación que incluya la totalidad de nuestra vida social (que también cubre la escolaridad), como un sistema de aprendizaje permanente, que contribuya a definir colectivamente nuestros horizontes y nuestros caminos… Una educación que redimensione el trabajo y lo laboral, en un sentido de mayor aporte comunitario y de creación plena personal-colectiva.
Así, podemos ensayar ir desde esa imagen de la educación como un adaptarnos a las reglas de juego de las “grandes” civilizaciones, mediante el desarrollo de competencias dadas por el gran mercado, hacia una nueva imagen más vivencial y cotidiana, más de reafirmación de lo que somos y de mayor compartir y de enriquecimiento mutuo, más de invención de síntesis integradoras de las historias y de la Historia, hacia vivencias más plenas, más humanas, incluso más espirituales en el sentido amplio de la palabra.