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MAS denuncia atentado fallido contra presidente electo de Bolivia

Por: Tercera Información

El Movimiento Al Socialismo (MAS) de Bolivia ha denunciado un atentado en contra del presidente electo Luis Arce durante una reunión en la sede del partido.

El vocero del MAS, Sebastián Michel, anunció que la noche del jueves, un grupo de personas detonó un cachorro de dinamita en la casa de campaña del movimiento mientras Arce encabezaba una reunión en este lugar, en la zona de Sopocachi, en la capital.

Hace pocos minutos hemos sido víctimas de un atentado de un grupo que ha dejado un cachorro de dinamita en la casa de campaña donde estaba reunido nuestro propio presidente electo Luis Arce. Estamos con mucha preocupación de lo que está pasando”, manifestó el representante en una entrevista con la Televisión Universitaria y Red Uno.

Michel criticó el silencio que guardan las autoridades a cargo de la seguridad al respecto y el hecho de no garantizar la seguridad de una persona que es la opción de la mayoría del pueblo boliviano pero no cuenta con un equipo de seguridad de la Policía o de las Fuerzas Armadas.

El vocero precisó que el atentado del que salió ileso Arce forma parte de un plan diseñado por la derecha que no aguanta el triunfo del candidato del MAS en las elecciones del 18 de octubre.

El 23 de octubre, las autoridades electorales bolivianas anunciaron que Acre, el candidato de MAS, en que milita también el expresidente Evo Morales, ganó las elecciones presidenciales, al obtener casi 3,4 millones de votos, un 55,10 por ciento del escrutinio total.

Sin embargo, aún existen algunos grupos de la derecha que rechazan el triunfo del MAS y no reconocen los resultados de los comicios en Bolivia, reclamando que hubo un nuevo “fraude electoral”, por lo que han protagonizado una serie de manifestaciones apostando a acciones desestabilizadoras en el país andino.

La ceremonia de la investidura de Arce está prevista para el 8 de noviembre en La Paz, capital administrativa de Bolivia.

msm/ktg/mrz/hnb

Fuente e Imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/internacional/06/11/2020/mas-denuncia-atentado-fallido-contra-presidente-electo-de-bolivia/

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Educar fuera del aula, una oportunidad para combatir el coronavirus

Por: Educación 3.0

La voluntad del profesorado y la implicación de equipos directivos y familias es clave para que la educación al aire libre se convierta en una opción segura para los estudiantes en plena pandemia. Darío Pérez-Brunicardi, docente de la Facultad de Educación de Segovia (UVa) y coordinador de la Red Estatal de Educación Física en la Naturaleza, explica las ventajas de este tipo de educación para toda la comunidad educativa.

Sin apenas haber podido recargar las pilas tras el confinamiento y la pandemia (que sigue activa), en los centros educativos nos hemos enfrentado durante los últimos meses a una secuencia de ajustes y reajustes para hacer frente al virus. Entre todos (equipos directivos, profesorado, familias y estudiantes) hemos logrado convertir estos centros educativos en espacios seguros. También hemos ido anticipándonos a las exigencias de una educación a distancia, por cuarentenas o por confinamiento, con formación en tecnologías de comunicación en línea. Cada vez estamos mejor preparados.

¿Para qué ventilar las aulas si fuera tenemos el aire libre?

Sin embargo, hemos olvidado las ventanas y balcones y pasamos por alto que los espacios al aire libre son los más seguros. El arranque de este complicado curso nos ha maniatado. En pocas ocasiones se ha tenido la visión y la capacidad para darse cuenta de la oportunidad que nos ofrecen los espacios al aire libre como espacios educativos. ¡No, no! No se trata de sacar los pupitres al patio o a los porches; se trata de aprovechar las posibilidades educativas de los espacios a cielo abierto. Y no sólo los del centro, sino también los parques y otros espacios más allá de los colegios.

Las posibilidades de movimiento y de mirar lejos, la amplitud para mantener las distancias o el aire extraordinariamente ventilado se suman a las ventajas del aprendizaje auténtico, en la realidad, en tres dimensiones, más allá de las pantallas y los pupitres inmóviles.

educar fuera del aula

A pesar de la gran oportunidad que nos ofrecen los espacios al aire libre, también son muchas las incertidumbres sobre cómo hacer viable una educación sin techo ni paredes; sin el cobijo de un edificio que ahora hay que ventilar constantemente. ¿Para qué ventilar las aulas si fuera tenemos el aire libre?

Ejemplos sobre cómo hacer viable una educación sin techo ni paredes

A principio de curso, una docente de Latín de un instituto en Cartagena (Murcia), se planteó dar sus clases fuera del aula. Con decisión, creatividad e ilusión lo está logrando. Porque no es necesario ser docente de Educación Física para dar clase en el patio. Los nombres científicos de los árboles o las posibilidades de educar en un ‘ágora natural’ pueden ser nuestros aliados.

«No se trata de sacar los pupitres al patio o a los porches; se trata de aprovechar las posibilidades educativas de los espacios a cielo abierto»

Por otro lado, una amiga segoviana, maestra de Infantil en un colegio rural, lleva todos los viernes del curso a sus estudiantes de 3 a 6 años al campo más cercano, donde pasan casi toda la mañana con sus pequeñas mochilas, sus rollos de colchoneta, sus botas y abrigos. En ocasiones, buscando lo que todos llamaríamos ‘mal tiempo’, dedican más tiempo a abrigarse y prepararse en el aula que a jugar en la nieve, para luego volver a clase y dedicar otros 20 minutos a ponerse cómodos, secos y calentitos. El tiempo y esfuerzo invertido ha merecido la pena, y las familias se han dado cuenta de ello poco a poco, curso a curso. Ahora van mejor preparados a clase, porque el cole también está en la calle.

educar fuera del aula

Otra maestra de Infantil de un cole urbano ha implicado a toda la comunidad educativa para transformar el patio y reconquistar los terraplenes y esos espacios que antes se consideraban un peligro, cubiertos de ‘malas hierbas’. Ahora es todo el centro el que está inmerso en una transformación del patio que se presenta como una oportunidad para educar fuera del aula. Y ahora, esta decisión está más justificada que nunca.

Asimismo, podemos apreciar que existen ciertos ‘denominadores comunes’ en estas iniciativas:

  • Una voluntad del profesorado por buscar alternativas a la educación confinada, donde el alumnado está aislado e inmóvil en su pupitre.
  • Un esfuerzo por invertir tiempo y trabajo para lograr hacer viable el aula al aire libre.
  • Un compromiso de los compañeros y del equipo directivo para que apoyen o, al menos, permitan esta posibilidad.
  • Un proceso progresivo de convencimiento e implicación de las familias para entender las posibilidades educativas y de seguridad que ofrecen estos espacios.

Consejos para educar fuera del aula en tiempos de pandemia

El protocolo es sencillo y fácil de cumplir cuando estamos fuera:

  • Mascarilla. Salvo los menores de 6 años, empleamos mascarilla en todo momento para que si nos acercamos a menos de un metro y medio de distancia esto no sea un problema.
  • Se puede mantener la distancia de seguridad. Podemos realizar multitud de actividades que no pierden el sentido manteniendo la distancia de seguridad, aunque al aire libre, esta distancia es más laxa si se utiliza mascarilla.
  • Respetar los hábitos de higiene. Manteniendo los nuevos hábitos de higiene de manos, antes y después, podemos realizar múltiples actividades con materiales naturales o con materiales de uso individual.
educar fuera del aula
  • Actividades que no necesitan del contacto físico con los demás estudiantes. El senderismo, la orientación o el ciclismo no requieren de interacción ni contacto entre los estudiantes. No es necesario forzar un distanciamiento físico, sin perder la proximidad social.
  • Extremar las precauciones en algunas situaciones. Existen algunas excepciones al uso de mascarilla, como en el caso de ejercicio intenso o cuando se come o bebe. En estas situaciones, la clave está en asegurar la distancia.
  • Sostenibilidad. Educar al aire libre implica hacerlo de manera sostenible. Se ha de poner especial énfasis en sensibilizar al alumnado acerca del uso de mascarillas reutilizables o de la importancia de tirarlas a la basura, con los cordeles cortados.

A pesar de todo, nos podemos preguntar: ‘sí, ya, pero ¿si no me dejan?’ Una paradoja que no sé si seremos capaces de comprender algún día es la consigna, más o menos generalizada, de desaconsejar o prohibir las salidas, actividades complementarias y otras actividades educativas que se salgan del protocolo de accesos, circulaciones, agrupamientos y uso de aulas.

Existe la idea de que fuera se relajarán las medidas o que salir fuera es sinónimo de recreo y distracción. Sin embargo, los que usamos habitualmente los espacios al aire libre para educar sabemos que no tiene por qué ser así. Necesitamos convencer a los equipos directivos y éstos, a su vez, a las Consejerías de Educación de que tienen que permitir y favorecer estas actividades educativas al aire libre. Una vez nos quiten el ‘palo en la rueda’, podremos dar el paso con más seguridad.
Fuente e Imagen: https://www.educaciontrespuntocero.com/opinion/educar-fuera-del-aula/
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El consuelo de un país en crisis recae en sus estudiantes de psicología

Por Mayuri Castro

El cuidado de la salud mental nunca ha sido prioridad en la agenda del gobierno ecuatoriano. Por eso, este año que el coronavirus ha inundado de tristeza e incertidumbre al país, no había una estructura lista para contener tanto golpe emocional. En medio de la emergencia, los estudiantes de psicología han tenido que asumir la responsabilidad de brindar alivio durante una pandemia.

María Judith López tiene veintidós años y es estudiante de psicología. Ya ha avanzado lo suficiente en la carrera para explicar sus posibles temas de investigación de grado con términos como “intervención en crisis”, “contención”, “procesos de duelo”. Es decir, a María Judith le interesa acompañar y guiar a otros cuando les toque recorrer los caminos más espinosos de la vida. Y para eso se ha estado preparando. En la universidad le enseñaron toda la teoría necesaria para equilibrar las emociones de alguien en shock frente a un evento traumático. El problema es que no esperaba tener que ponerla en práctica de manera tan abrupta. No esperaba que de pronto llegue una pandemia y se le presenten casos mucho más complejos de los que había leído en los libros.

En abril, María Judith era una de los más de trescientos estudiantes de psicología que atienden la opción 6 del 171, la línea gratuita del Ministerio de Salud Pública de Ecuador, que brinda atención psicológica. Esta ha sido una respuesta del Estado para atender la emergencia y que los estudiantes cumplan sus prácticas preprofesionales. Son una especie de ejército voluntario que trata de contener desde sus celulares el dolor y la desesperanza que ha impuesto la crisis del COVID-19.

Aunque María Judith contestó más de cien llamadas durante su servicio, hay algunas que simplemente no puede olvidar. Una noche sonó su celular, al que le ponía un chip especial para atender la línea 171. Era un hombre pidiéndole que le ayude a resolver un dilema que jamás pensó enfrentar: no sabía qué hacer con el cuerpo de su hija que había muerto por COVID-19 en su casa. María Judith le dio indicaciones para que lo envolviera con un plástico o una sábana hasta que un funcionario del gobierno lo recogiese. Dicen los psicólogos que un consejo práctico puede reducir la intensidad de las emociones de alguien en medio de una crisis. Pero después, hay que escuchar. El hombre le contó a María Judith que, además del duelo, había perdido el empleo por la pandemia y que no tenía nada que comer. Ella le preguntó si profesaba alguna religión para que hiciera una oración. Él le dijo que era cristiano, pero que estaba tan triste y enojado que había olvidado su fe. Entonces se necesitaba otro tipo de soporte. María Judith le preguntó si podía enviar un mensaje a algún familiar o amigo en ese momento para que lo acompañase aunque sea por teléfono. El hombre contestó que sí. La estudiante colgó la llamada luego de más de una hora de conversación, cuando el hombre le confirmó que estaba más tranquilo. Pero ella, no. “Yo pensaba ¿será que el psicólogo al que lo derivé le llama pronto? ¿Será que le pueden ayudar a enterrar a su hija? ¿Será que el gobierno le va a entregar alimentos o le apoyarán los amigos?”, recuerda María Judith. Su trabajo terminaba en esa conversación pero ella se quedaba con una cadena de “pequeñas angustias”. Fue su primer y único contacto con él.

Para la estudiante responder las llamadas de auxilio representaba una responsabilidad con esos pacientes. Ella debía aplicar lo que le habían enseñado en la universidad y ayudar a las personas en todo lo que pudiese. Esta presión no se manifestó de ninguna forma física: no tuvo insomnio ni problemas para comer. Pero una vez sus padres le dijeron que después de colgar el teléfono, su humor cambiaba. Estaba más irritable, más enojada. “Me di cuenta que a veces yo me quedaba pensando en los casos de violencia que me contaban. Me quedaba con la duda si la persona recibió la atención que pedía o no. Me llenaba de incertidumbre porque mi trabajo terminaba al colgar el teléfono”, cuenta María Judith. Quizás la señal más clara que tuvo sobre el reto de atender la línea 171 fue que su corazón empezaba a palpitar más rápido cada vez que escuchaba el timbre de su celular. La estudiante de psicología solo se calmaba cuando se daba cuenta que no estaba en horario de atención, que se trataba de la llamada de un amigo o familiar que quería saber cómo estaba llevando la cuarentena.

Desde abril, cuatro días a la semana, los estudiantes de al menos ocho ciudades del país reciben entre cinco a seis llamadas de personas agobiadas. — Ya no soporto estar encerrada con mis hijos—Tengo problemas para comer — Estoy escondida en el armario porque mi marido me golpeó—Señorita, he pensado en matarme— No puedo dormir y comencé a tomar pastillas ¿eso está bien? Y, por supuesto, también están los temores por el virus que trastornó al mundo. Muchos ecuatorianos llaman al 171 porque no soportan el miedo de contagiarse y enfermar de Covid-19. Otros porque no saben cómo sobrellevar el duelo de las muertes abruptas que ha causado la pandemia.

Además, durante unos meses, en este país la muerte se impuso de tal manera que no se podía ignorar. El sufrimiento de la gente se agudizó porque en las calles, especialmente en Guayaquil, había cadáveres esperando que un vehículo de medicina legal los llevase a un cementerio, las funerarias estaban colapsadas, la gente no encontraba ataúdes para sus muertos, el municipio repartía cajas de cartón para enterrar los cuerpos. En su intención de controlar la pandemia, el gobierno designó al entonces presidente del directorio de BAN Ecuador, Jorge Wated, como líder del grupo de recolección de los cadáveres de las calles. El 1 de abril de 2020, Wated dijo que pasaron de recoger 30 a 150 cuerpos diarios. El concejal de Guayaquil Andrés Guschmer dijo que habían recogido 400 cuerpos de las personas fallecidas en sus hogares, no dijo en qué lapso.

Verse obligado a convivir con el cuerpo sin vida de tu padre, hija o hermano tendrá un efecto en tu salud mental que solo podrá calcularse con el tiempo. No en vano el ser humano es una especie que necesita enterrar a sus muertos. Para Mary Roach, escritora estadounidense especializada en ciencia popular, esto se debe a que “el hombre no observa al cadáver de su ser querido como su ser querido”. De pronto, ese cuerpo se ha convertido en un contenedor de carne y hueso donde habitó la persona que tanto amamos pero que ya no está. Seguir observándolo, percibir alguna señal de descomposición como el cambio del color de la piel o un intenso olor, suele grabar imágenes traumáticas que se sostendrán en el tiempo. Si la muerte nos arrebata a la persona que amamos, la presencia de un cadáver podría enturbiar la manera en la que deseamos recordarla.

La incapacidad del gobierno para recoger y enterrar a los muertos no es lo único que ha hecho más trágico el duelo de los ecuatorianos. Cientos de familias perdieron el rastro de su pariente fallecido. Las personas no encontraban el nombre de su ser querido en la página web del gobierno creada para indicar en qué cementerio estaba enterrado cada cuerpo recogido. Los cuerpos de Inés Salinas y el de su esposo Filadelfio Asencio, fallecidos el 30 de marzo, fueron retirados de su casa cuatro días después. Su familia los envolvió en plástico para evitar el mal olor porque comenzaron a descomponerse y los puso en la puerta de la casa esperando al grupo que tenía que recogerlos. En la página web del gobierno no aparecían los nombres de Inés Salinas y Filadelfio Asencio, su familia comenzó a buscarlos. Luego de cuatro meses, en julio de 2020, después de una intensa búsqueda en cementerios, hospitales y morgues, Mercedes Asencio, hija de los fallecidos, encontró los cuerpos de sus padres y pudo sepultarlos. Hasta hoy, decenas de personas siguen buscando el cuerpo de su familiar para darles sepultura.  §La pandemia ha evidenciado la relevancia de un tema poco debatido pero esencial para cualquier sociedad: el Estado ecuatoriano no se ha hecho cargo de la salud mental de su gente. Antes de la pandemia 1 de cada 10 personas en el país necesitaba atención en un momento crítico de su vida. En la emergencia por el Covid-19, la cifra ha crecido a 7 de cada 10 personas, dice Ignacia Páez,  gerente de la Mesa de Salud Mental, creada por el Comité de Operaciones de Emergencias (COE Nacional), que se encarga de manejar la crisis sanitaria en el país. La funcionaria reconoce que el Ministerio de Salud no tiene el personal necesario —cuenta con 3,8 psicólogos por cada 100 mil habitantes cuando la OMS recomienda 9— para contener emocionalmente a la población. Por eso, ante la urgencia, creó un sistema de semaforización para dar atención psicológica gratuita. En este proyecto el gobierno ha invertido cero dólares, y es el que recae en los hombros de los estudiantes de psicología.

El semáforo de salud mental  tiene, como el de tránsito, tres colores: verde, amarillo y rojo. Páez dice que el código verde está relacionado con la psicoeducación, que es dar información sobre el COVID-19. Su objetivo es reducir el temor y la ansiedad de las personas. En este código, hay recomendaciones para que quienes visitan la  página web del gobierno dedicada al seguimiento del nuevo coronavirus en Ecuador, encuentren ideas para mantener el buen estado de la salud física y mental. Páez dice que el mensaje está llegando a la gente: el sitio web ha tenido hasta 125 mil visitas en un día. Esta cifra es menos optimista cuando se recuerda que en el país existe una brecha digital: hasta el 2018, sólo el 37,2% de hogares de Ecuador tenía acceso a Internet. En las zonas urbanas, había un total de 46,6 % de hogares con servicio de internet, mientras que en las zonas rurales el porcentaje era de 16, 1%. A pesar de que el sistema de semaforización fue creado por el Ministerio de Salud, son los docentes y estudiantes de psicología quienes mantienen a flote la atención  en la pandemia. Como parte de las prácticas preprofesionales, las universidades en las que hay la carrera de psicología acordaron con el Ministerio de Salud que los estudiantes estarían encargados de atender las llamadas de la opción 6 del 171 que califiquen para el código amarillo. Es decir, deberían brindar primeros auxilios psicológicos. En la práctica, sin embargo, también atienden el código verde. “Yo he contestado llamadas de gente asustada de salir a la calle, gente que tiene miedo de contagiarse, que necesita contar sus síntomas porque cree que ya se va a morir”, dice la estudiante Dennisse Tirado, de 22 años.Cuando un caso presenta mayor riesgo, los estudiantes de psicología lo derivan a los psicólogos profesionales. Más de novecientos psicólogos y noventa y ocho psiquiatras del sector público, del sector privado y voluntarios de organizaciones particulares, son los encargados de atender los códigos rojos. Pero algunas veces, los psicólogos no contestan cuando los estudiantes transfieren la llamada. “El problema es que en ese código, nadie responde. No hay profesionales en la línea entonces nosotros debemos hacer lo posible para que la persona vuelva a la estabilidad emocional”, dice Vanessa Jaramillo, estudiante de psicología de la Universidad Central del Ecuador. Para poder cumplir con ese trabajo, los estudiantes han tenido que aprobar un curso virtual publicado en las páginas web de la Universidad de las Américas (UDLA) y la Universidad Particular de Loja (UTPL), sobre cómo abordar la emergencia sanitaria y cómo identificar el riesgo psíquico. En el curso refuerzan lo que ya aprendieron en las aulas, como técnicas de relajación: pedir a la persona que tome agua, que se lave la cara, que ponga música, que busque a alguien que le acompañe. Las llamadas las reciben tres o cuatro días a la semana durante jornadas de hasta cuatro horas. Solo en esos espacios tienen activo el chip de la línea 171. En el último turno que tuvo Dennisse Tirado, de octavo semestre de la UDLA, atendió seis llamadas entre la medianoche y las cuatro de la mañana. “Termino una y empiezo otra, contesto como cuatro llamadas en un turno, pero son largas, de más de una hora”. Gráfico de Jason Martínez, Salud con LupaEntre todas esas experiencias, una de las que más recuerda Dennisse es la de una mujer contándole que había perdido el control de sus hijos. Le dijo que mientras les estaba haciendo un pastel, uno de ellos le apuntó con el cuchillo. Estaban discutiendo todos muy fastidiados y cansados por el encierro. No ocurrió ningún accidente, pero la mujer sintió que perdió el control de su familia. Colgar el teléfono y sacudirte de historias como esas, es muy complicado. Pero Dennisse siente el apoyo de su universidad que tiene el Centro de Psicología Aplicada, en el que trabajan psicólogos graduados que van guiando a los estudiantes cuando atienden casos difíciles como éste.El Ministerio de Salud ha comunicado que de las 17.706 llamadas recibidas en mayo, junio y julio, 1.627 fueron transferidas al código rojo. El semáforo rojo también se aplica para quienes necesitan medicinas psiquiátricas, el Ministerio no detalla cuántas personas han llamado por esta razón. §La psicóloga clínica Aimee DuBois dice que el sufrimiento de las personas que perdieron a sus familiares es esperable: “están conmovidas y desorganizadas pero no es una reacción patológica, no es una enfermedad mental”. Sería un error que se quiera conectar a una situación de duelo extraordinario automáticamente con un diagnóstico como el estrés post-traumático. Puede darse el caso porque una pandemia como esta es una situación emocional extrema, sin embargo, no todas las experiencias caerán bajo esta categoría.  Con el apoyo emocional a tiempo de familiares y de profesionales de la salud mental, se puede cooperar a que el doliente atraviese este periodo con mayor contención y no llegue a una condición mental que necesite hospitalización. Antes de la pandemia, los estudiantes asistían a hospitales públicos, centros de salud o clínicas privadas para realizar sus prácticas pre profesionales, pero por la emergencia se suspendieron. María Judith López hacía prácticas pre profesionales en el Eugenio Espejo en Quito, uno de los hospitales públicos más grandes del país. Ahí la estudiante llenaba las historias clínicas de personas que estaban hospitalizadas por quemaduras o cirugías y necesitaban atención psicológica. “Aprendí a hacer exámenes psicopatológicos”, dice. Con estos se evalúa si las personas están orientadas en tiempo, espacio, si saben quién son, saben dónde están, o qué día es, también se hace evaluación del lenguaje, y se evalúa si están inconscientes o somnolientos. Ahora siguen las prácticas con este método virtual de atención, dice Ignacia Páez, y explica que como no es un trabajo, sino el cumplimiento de sus prácticas pre profesionales, no reciben un pago. |Para saber las últimas actualizaciones sobre las Elecciones de 2021 en Ecuador, haz clic aquí| María Judith López terminó sus prácticas pre profesionales el 1 de junio. Ese día dejó de contestar la línea del 171 y en las 102 horas que duró su práctica pre profesional contestó 123 llamadas: la mitad para atención de salud mental, las otras para pedidos de alimentos, medicamentos o citas médicas de otras especialidades. Su universidad creó espacios para que los alumnos que respondan estas llamadas puedan descargar el peso emocional de las mismas con otros estudiantes que no atienden la línea. López dice que se conectaba por videollamadas de Zoom, en un lapso de dos horas semanales, y compartía cómo se sentía. También era un espacio para intercambiar experiencias sobre el confinamiento y, finalmente entre amigos, reír un poco.Sara Herrera, psicóloga clínica, dice que es importante que los psicólogos tengan apoyo entre sí porque las experiencias de los pacientes los pueden afectar emocionalmente. “Todos los psicólogos deben ir al psicólogo”, remarca. Según una investigación de la Universidad del Mar de Chile, los psicólogos que participan en terapias disminuyen significativamente sus niveles de estrés. En especial, los psicólogos tienen que aprender a ser conscientes de situaciones que aparentemente no les provocan malestar. Por su parte, el Ministerio de Salud está preparando un proyecto de investigación y evaluación del estado emocional de los estudiantes y psicólogos que realizan la teleasistencia pero confirma que las universidades son las encargadas de mantener el buen estado de la salud mental de los estudiantes. El Colegio de Psicólogos Clínicos de Pichincha dijo en un comunicado que el voluntariado debe ser complementario y que “no se puede dejar a cargo del voluntariado el servicio público de atención en salud mental que todos merecemos”.  Daniela Alvarado es psicóloga experta en salud mental y señala que ser voluntario en temas psicológicos debería realizarse desde el activismo, como en el caso de la plataforma ¿Y si nos acompañamos? En este proyecto, psicólogas y psicólogos atienden, mediante videollamadas o llamadas telefónicas, a las personas afectadas por el confinamiento. Las personas que estén en Ecuador, Latinoamérica o Europa pueden dejar un mensaje con sus datos en la página de Facebook de la plataforma, y un psicólogo le llamará. Como es un proyecto voluntario, los profesionales no están disponibles las 24 horas pero intentan atender a la mayoría de personas. Alvarado cree que el proyecto de la atención en el 171 del MSP, que atiende bajo un horario establecido, debería ser reconocido como un trabajo. Que el gobierno no pague por los servicios de salud mental para la población es muestra de la poca importancia que le brinda al asunto.Y la desatención al bienestar emocional de los ecuatorianos no es nueva. Por la emergencia, el COE creó la Mesa Nacional de Salud Mental porque el Ministerio de Salud Pública no tiene en su organigrama una subsecretaría, secretaría o dirección específica que se encargue de ejecutar proyectos o programas para la salud mental. La Mesa que se ha creado, como una respuesta rápida en esta etapa, está conformada por hospitales públicos y privados, asociaciones de la sociedad civil, la Cruz Roja Ecuatoriana y representantes de las universidades en las que hay facultades de psicología. El sistema de semaforización se creó porque el Estado ecuatoriano no tenía un proyecto tan grande que pudiese atender la salud mental de todos sus habitantes. El descuido a la salud mental no es exclusivo del gobierno de Lenín Moreno sino que es un problema histórico. La psicóloga Aimee DuBois dice que el gobierno está fallando en la atención porque en Ecuador el modelo de salud mental es “hospitalocéntrico, asiliar o asistencial”. Este modelo, según la experta, está enfocado en internar en un hospital a la gente con dolencias psicológicas. Esto sucede aunque los planes de salud mental comunitaria que existen en Ecuador, como la Guía de Salud Mental Comunitaria o el Modelo y Plan estratégico de Salud Mental, indiquen que los pacientes deben recibir atención en salud mental en centros de salud u hospitales generales cerca a donde viven, estudian o trabajan.Ignacia Páez —que está al frente de los temas de salud mental en el Ministerio de Salud desde antes de la pandemia— explica que el Ministerio tiene 12 millones de dólares en el presupuesto para salud mental hasta 2023. Dice que planificaron invertir ese dinero en capacitaciones sobre salud mental comunitaria a los médicos y enfermeras pero la llegada de la crisis sanitaria por el Covid-19 paralizó esa intención. El Ministerio de Salud tiene un presupuesto corriente, es decir fijo, destinado para el mantenimiento de los 12 centros de tratamiento de adicciones, las 81 unidades de salud mental hospitalaria, más de 700 centros ambulatorios y 68 servicios de atención ambulatoria intensiva. Esto evidencia que el gobierno invierte más presupuesto en el mantenimiento de los hospitales y centros de adicciones que en la prevención. Daniela Alvarado dice que el tema de salud mental siempre ha sido considerado desde los trastornos graves y las adicciones, desde la visión de la enfermedad por eso el gobierno invierte más en los centros de hospitalización. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el presupuesto para salud mental en América Latina y el Caribe es en promedio solo el 2% del presupuesto de salud y de ese porcentaje el 60% es para los hospitales psiquiátricos. La misma OMS dice que los países de bajos ingresos invierten menos de dos dólares por persona al año, entre esos está Ecuador que han tenido a estudiantes de psicología como María Judith López, Vanessa Jaramillo o Dennisse Tirado calmando a las personas afectadas emocionalmente por la pandemia.

Fuente: https://saludconlupa.com/series/cuando-la-realidad-se-quebro/las-llamadas-mas-dificiles-los-estudiantes-de-psicologia-que-consuelan-a-un-pais-en-crisis/

 

Fuente: https://rebelion.org/el-consuelo-de-un-pais-en-crisis-recae-en-sus-estudiantes-de-psicologia/

 

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Estéticas migratorias. Historia y definición

El término estéticas migratorias, pretende dar cuenta de la dimensión estética de la experiencia de la migración y su impacto y visualización a través de las prácticas artísticas contemporáneas.

Aunque en su origen se encuentra en el debate en torno a lo global, la identidad, lo poscolonial, la memoria y los afectos —cuestiones presentes en el mundo del arte desde los años noventa—, el término  como tal entra en escena a mitad de la década de 2000, y su inclusión se debe  principalmente al trabajo de Mieke Bal, quien, a lo largo de ensayos, películas y exposiciones, ha ido dando forma poco a poco al concepto. (1)

Durante las dos últimas décadas, el término se ha expandido en el vocabulario artístico contemporáneo, y su empleo se ha generalizado para nombrar y definir algunas prácticas y actitudes artísticas relacionadas con la migración y la movilidad. Esta popularización del concepto en textos, exposiciones, cursos, incluso colecciones  de libros (2), condujo  en 2014  al editor de la célebre  Encyclopedia of Aesthetics, Michael Kelly, a platearse la necesidad de incluir la voz “Migratory Aesthetics” en la segunda edición, ampliada y revisada, de esta vasta cartografía del pensamiento sobre arte y estética publicada originalmente en 1998 (3).

Este capítulo presenta una versión en español de la entrada que escribí para dicha enciclopedia. Aunque  apenas he modificado el texto original —que mantiene el formato descriptivo del diccionario—, sí que debo advertir de una pequeña dificultad en la traducción precisa del término. En realidad, la traducción lógica del inglés “migratory aesthetics” debería ser “estética migratoria” en singular. A priori, Aesthetics se refiere al campo filosófico que llamamos “Estética”. Sin embargo, en la formulación de Mieke Bal, la “s” no alude a ese campo filosófico, sino que indica un plural, una multiplicidad de formas de experiencia, una conectividad basada en los sentidos (4). Por esa razón, parece apropiado utilizar el plural y hablar de “estéticas migratorias”.

* * *

Cuando escribimos “estéticas migratorias” no nos referimos exactamente a una categoría estética, ni tampoco a un estilo o movimiento artístico, sino mas bien a un campo de problemas, prácticas, situaciones y teorías. Se trata de un constructor complejo empleado para observar algunas transformaciones en las sociedades contemporáneas —la migración y su impacto estético—, pero también para describir y calificar las prácticas artísticas que dan cuenta de dichas transformaciones —no sólo a nivel de contenido, sino también en los modos de hacer y promover una sensibilidad migratoria—. Y, al mismo tiempo, las estéticas migratorias también conforman un campo intelectual, una actitud teórica, una manera de enfocar los problemas y un posicionamiento político de compromiso.

Las estéticas migratorias parten de la observación de la metamorfosis que la migración produce en el ámbito de la estética en las sociedades contemporáneas. Una mutación que, como ha sugerido Bal, tiene que ver, en esencia, con la transformación de las sociedades y los espacios por los sujetos migrantes, pero también con la transformación de los sujetos en los encuentros con esos espacios (5). Un movimiento doble que afecta en dos direcciones, puesto que no solo modifica los modos de experiencia, sino también los modos de sentir —la aisthesis, el ámbito de los sentidos y las emociones—. Como señalan Aydemir y Rotas, el constructor “Estéticas migratorias” sugiere “la implicación mutua de la dimensión estética de las prácticas de la migración y la dimensión migratoria de los procesos estéticos” (6)  Es precisamente en este sentido en el que Mieke Bal entiende el término, más como un sentir plural que como un campo filosófico (7). Se trata, de este modo, de conducir la reflexión hacia caminos que devuelvan a la estética su viejo significado en el ámbito de la experiencia sensible y las emociones.

Las metáforas de la migración ya habían sido utilizadas ampliamente por la teoría contemporánea. Desde finales de los años ochenta, la sociología, la antropología, los ustedlos culturales o los estudios poscoloniales comenzaron a visibilizar y a dar importancia a la migración y a sus implicaciones en la cultura. Sin embargo, a través de una serie de ideas que enfatizaban el lado fatal y traumático de la migración: las teorías del desplazamiento, diáspora, exilio, el desarraigo… Por otro lado, también desde la teoría —tanto desde los desarrollos de las ideas de Deleuze y Guattari sobre el nomadismo (8) como del pensamiento sobre lo híbrido y el cosmopolitismo de autores como Homi Bhabha (9), se había producido una especie de idealización del universo migratorio, convirtiendo la metáfora en un lugar común que poco tenía que ver con la realidad. Las estéticas migratorias pretenden pensar la migración como un paso más allá de las visiones excesivamente negativas, y observan los efectos valiosos de la migración en las sociedades de acogida (la transformación estética a todos los niveles de la experiencia), pero no por eso dejan de prestar atención a la realidad que está detrás de la metáfora, y atienden a los desarrollos reales de la migración. De este modo, se sitúan más allá de la visión puramente victimista, pero también de la reflexión glorificadora.

Una de las articulaciones esenciales para romper estas visiones extremas se encuentra precisamente en el ámbito de la estética, en el terreno de lo sensible, en la experiencia de las emociones y los sentidos. Es precisamente ahí donde ese sentir trasciende lo temático. De manera que las estéticas migratorias no sólo tienen que ver con “el tema” de la migración, sino especialmente con cómo los modos de sentir y las experiencias migratorias se extienden a otros contextos, y sus estéticas llegan a ser claves en las transformaciones artísticas contemporáneas. A lo que se refieren, pues las estéticas migratorias es a los modos de sentir, de experimentar el tiempo, a los espacios, las memorias, las subjetividades…, a la experiencia estética del mundo, en definitiva, que puede considerarse definitoria de nuestro tiempo. Sin embargo —y esto también es importante— este modo de experimentar el mundo no siempre es evidente, sino todo lo contrario: en los discursos hegemónicos, esa experiencia heterocrónica, contradictoria e inestable suele ser anulada  o mostrada de modo arquetípico y, en consecuencia, manipulada. Lo que estos nuevos sentires que son perceptibles pero que, sin embargo, no ocupan —aún— un espacio en los imaginarios y discursos acerca del presente y, por tanto, necesitan encontrar un lugar en el registro de la política.

Ese modo de sentir y experimentar —caracterizado por lo cercano, lo abstracto, el afecto, la emoción o la recuperación de lo puramente estético— es el que comienza a incorporarse también en un gran número de prácticas artísticas recientes. Como observó Kobena Mercer, desde finales de los años noventa, lo migratorio se convirtió en uno de los problemas centrales de las artes contemporáneas (10). Cuestiones como alteradas, raza, pero también desplazamiento, exilio, diáspora, extranjería o transculturalidad se convirtieron en elementos centrales de la reflexión artística, y muchos creadores comenzaron a trabajar como virtuales antropólogos o etnógrafos, mostrando las transformaciones de la subjetividad contemporánea y la presencia de nuevos lugares, tiempos, ámbitos y espacios de produccion artística (11). Antologías como Over Here, por ejemplo, establecieron esos buenos mapas de la creación que, poco a poco, están siendo actualizados y redefinidos (12).

El arte por el que se interesan los teóricos de las estéticas migratorias se encuadra pues, en esos nuevos mapas del arte global. Pero va más allá de la pura representación de los otros, del mero contenido. No es sólo un arte “acerca” de estas problemáticas, sino que lo que verdaderamente interesa es cómo a través de las imágenes —pero también de los textos, en el campo literario— los artistas reflexionan y piensan lo migratorio como realidad, como metáfora, pero también como forma de experiencia.

El arte se configura aquí, pues, como un lugar de conocimiento y producción del mundo. No como un espejo que refleja lo social, sino como lo social en sí. Las estéticas migratorias parten, pues, de esta imposibilidad de separar el arte de la sociedad. Pensar como sugiere el antropólogo Johannes Fabian, no “sobre” sino “con” los implicados, llevar a cabo el análisis “a través” del corazón de las cosas (13). Ése podría decirse que es el cometido de las estéticas migratorias: pensar el mundo contemporáneo —e intervenir y actuar en él—  a través de las prácticas artísticas que incorporan la experiencia estética migratoria.

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Fragmento del libro: El arte a contratiempo. Historia, obsolescencia, estéticas migratorias, AKAL / Arte contemporáneo, Madrid, 2020.

Imagen de portada captura del video Don’t Cross the Bridge before you get to the River. Estrecho de Gibraltar, Marruecos-España 2008. Francis Alÿs en colaboración con Julien Devaux, Rafael Ortega, Felix Blume, Ivan Bocara, Jimena Blasquez, Roberto Rubalcava, Begoña Rey, Abbas Benhnin y los niños de Tánger y de Tarifa.

Notas:

  1. Aunque la formulación no se encuentra en estado puro en ninguno de sus textos, podría decirse que su ensayo para la exposición 2Move: Double Movement/Migratory Aesthetics es uno de los lugares donde de modo más extenso se hace cargo del significado profundo del término (“Double Movement” en Mieke Bal y Miguel Ángel Hernández, 2Move: Double Movement/Migratory Aesthetics, Murcia, CENDEAC, 2008, pp. 15-80)
  2. Véase por ejemplo la colección “Estéticas migratorias en el arte contemporáneo” del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia.
  3. Michael Kelly (ed.), Encyclopedia of Aesthetics, 6 vols., Nueva York, Oxford University Press, 2014.
  4. Bal, “Double Movement”, cit., p. 19.

Fuente: http://campoderelampagos.org/critica-y-reviews/10/10/2020

Fuente de réplica: https://rebelion.org/esteticas-migratorias-historia-y-definicion/

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La madera luminiscente alumbrará las casas del futuro

Películas de madera luminiscente y resistente al agua se convertirán en un futuro cercano en una alternativa ambientalmente sostenible para iluminar el interior de los hogares.

Un grupo internacional de ingenieros y científicos ha desarrollado una innovadora solución en iluminación y decoración en base a películas de madera luminiscente, con características hidrofóbicas e interesantes condiciones funcionales. Según un comunicado de la American Chemical Society, el desarrollo podría convertirse en un futuro en una alternativa ecológica y económica para resolver necesidades lumínicas en hogares y otros espacios internos.

Los denominados materiales luminiscentes son capaces de absorber energía del ambiente y transmitirla hacia el exterior en forma de luz visible. El fenómeno se genera a partir de transiciones electrónicas que tienen lugar en la estructura y producen los fotones. Presentan un enorme potencial hacia el futuro, teniendo en cuenta el ahorro energético y los beneficios ambientales que conllevan. Sin embargo, aún deben superar algunas limitaciones con relación a su funcionalidad.

Ahora, especialistas de distintos países han creado una película de madera de base biológica con condiciones luminiscentes, que tendría la capacidad para convertirse en un elemento de iluminación en interiores combinando eficiencia y sostenibilidad ambiental. La innovación se describió en un artículo publicado en ACS Nano, y fue desarrollada por un grupo de especialistas liderados por Qiliang Fu, del KTH Royal Institute of Technology de Suecia, e Ingo Burgert, de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH) en Suiza.

La iluminación interior es una necesidad ineludible en hogares, comercios, empresas e industrias. Sin embargo, la mayoría de los materiales empleados con este propósito en la actualidad no presentan características amigables con el medio ambiente: en un gran porcentaje, incluyen plásticos u otros derivados del petróleo. En consecuencia, un gran desafío para los científicos, ingenieros y diseñadores industriales es desarrollar materiales sostenibles que reduzcan el impacto ambiental y, al mismo tiempo, garanticen eficiencia lumínica.

Un nuevo enfoque

Con ese propósito, los especialistas han desarrollado como una de las posibles soluciones diferentes películas de madera con propiedades ópticas. Sin embargo, hasta el momento estas alternativas no han podido alcanzar la eficiencia buscada debido a distintas limitaciones, como por ejemplo malas propiedades mecánicas, una iluminación irregular, falta de resistencia al agua o el empleo de una matriz de polímero a base de petróleo, una condición que elimina su carácter sostenible.

Para superar estos escollos, el equipo de expertos eligió la madera de balsa. Le aplicaron un tratamiento que permitió resaltar su porosidad y eliminar componentes indeseados, como por ejemplo la lignina. Posteriormente, incorporaron una solución que contiene puntos cuánticos, nanopartículas semiconductoras que brillan en un color determinado cuando son estimuladas con luz ultravioleta (UV). Para finalizar, sumaron un revestimiento hidrofóbico que garantiza la resistencia al agua de las películas.

Como resultado, los investigadores obtuvieron una película de madera densa y resistente al agua, que presenta excelentes propiedades mecánicas. Al aplicarse luz ultravioleta, los puntos cuánticos incorporados emitieron una luz uniforme de tono naranja, que demostró ser eficaz para crear un panel luminiscente dedicado a alumbrar el interior de una pequeña casa de juguete. Los expertos destacaron que se podrán aplicar distintos tipos de puntos cuánticos a las películas de madera, buscando soluciones lumínicas con múltiples alternativas en cuanto a colores y tonalidades.

En cuanto a las aplicaciones de esta innovación, los especialistas indicaron que el material sostenible de iluminación óptica podría ser atractivo en diseños de interiores, por ejemplo en lámparas o paneles laminados, como así también en herramientas para fotónica y dispositivos láser, entre otras posibilidades.

Referencia

Luminescent and Hydrophobic Wood Films as Optical Lighting Materials. Qiliang Fu, Kunkun Tu, Christian Goldhahn, Tobias Keplinger, Maria Adobes-Vidal, Mathias Sorieul and Ingo Burgert. ACS Nano (2020).DOI: https://doi.org/10.1021/acsnano.0c06110

Foto:

Cuando se expone a la luz ultravioleta en el exterior, un panel de madera luminiscente (derecha) ilumina un espacio interior, mientras que un panel no luminiscente (izquierda) no lo hace. Imagen: adaptada de ACS Nano 2020, DOI: 10.1021/acsnano.0c06110.

Fuente: https://tendencias21.levante-emv.com/la-madera-luminiscente-alumbrara-las-casas-del-futuro.html

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Simón Rodríguez, visionario en política y educación

Por: Clodovaldo Hernández

Simón Rodríguez tenía claro que las nuevas repúblicas nacidas de las antiguas colonias españolas debían resistirse a la tentación de trasplantar las instituciones de la democracia liberal que ya Estados Unidos se empeñaba en preconizar como un modelo universal.

“La América española es original. Originales han de ser sus Instituciones y su gobierno, y originales los medios de fundar uno y otro”, escribió este maestro adelantado a su época. “Nos parece que podemos adoptar sus instituciones sólo porque son liberales, sin tomar en cuenta aspectos geográficos, históricos, étnicos, religiosos ni tampoco las diferencias en cuanto a ideas, creencias y costumbres”.

El rasgo visionario del gran docente caraqueño se pone de manifiesto en que, dos siglos después, sus advertencias siguen siendo pertinentes. Hemos pasado doscientos años dirigidos –salvo escasas excepciones– por clases políticas que han tratado de establecer en nuestras naciones mestizas e irredentas los sistemas políticos del Norte, como si se tratara de una franquicia o de la sucursal de una corporación. Quienes han tratado de buscar vías propias, como las planteadas por el hombre que se hizo llamar Samuel Robinson, han pagado caro su osadía. La Venezuela de este siglo puede confirmarlo.

Para Rodríguez, no solo debíamos evitar la imitación del modelo político estadounidense porque éramos distintos, sino también porque era un mal ejemplo. Lo ilustró, como corresponde a su condición, magistralmente. Dijo que “Estados Unidos presenta la rareza de un hombre mostrando con una mano a los reyes el gorro de la Libertad, y con la otra levantando un garrote sobre un negro, que tiene arrodillado a sus pies”. Contundente en su irreverencia, se preguntaba qué tipo se libertad y democracia podía ser esa en la que solo los blancos tenían derechos.

Rodríguez no era de los que critican solo hacia afuera. Fue un cuestionador profundo de la educación que se impartía en la Caracas de finales del siglo XVIII, justamente por ser excluyente por motivos raciales y sociales. Para él, los niños y adolescentes con acceso a la educación (una absoluta minoría), tenían como maestros a gente sin formación pedagógica, mientras los programas de estudio eran conservadores y controlados por la Iglesia. Mientras tanto, la gran mayoría no contaba siquiera con esa precaria posibilidad de aprender.

Propuso crear más escuelas en las que se recibieran a niños pardos, negros e indios. Todos los institutos educativos debían tener maestros profesionales que cobraran un salario justo, en jornadas de seis horas y con materiales didácticos idóneos. Infortunadamente, si se diera una vuelta por el presente, comprobaría que aún hoy sus propuestas siguen estando vigentes.

Más allá de las reivindicaciones que pedía, Rodríguez era también un adelantado a su tiempo en el campo mismo de la teoría pedagógica.

Los estudiosos de sus planteamientos no dudan en calificarlos como revolucionarios, comparables con las ideas que muchos años después postularían los grandes filósofos de la educación, entre quienes se puede mencionar a Paulo Freire, Jean Piaget y Lev Vigotsky, con la diferencia de que ellos tuvieron la ventaja de los estudios universitarios y la investigación académica, en tanto nuestro Robinson, por decirlo de alguna forma, tocaba de oído.

Y es que Simón Rodríguez aprendió en carne propia acerca de la segregación educativa. Por ser un niño expósito (aunque las “redes sociales” de la época aseguraban que era hijo del sacerdote Alejandro Carreño) no tuvo la oportunidad de realizar estudios universitarios, que entonces eran privilegio de los jóvenes de familias de linaje.

A pesar de no haber tenido esa formación, tanto él como su hermano, Cayetano Carreño, fueron destacadas figuras de sus respectivas especialidades. Cayetano fue uno de los mejores músicos venezolanos de su tiempo, mientras Simón (que nunca quiso usar el apellido del cura Carreño), es reconocido hoy como un referente de la filosofía educativa.

Los méritos de este gigante de la teoría docente han quedado en segundo plano, al menos en el relato histórico que muchas generaciones conocimos, opacados por el hecho de que Rodríguez fue maestro del niño Simón Bolívar, una tarea que, según parece, no era nada sencilla porque el muchacho era un rebelde de nacimiento.

También es notable su rol en el episodio casi mítico del juramento de Bolívar en el Monte Sacro, en agosto de 1805, luego de que maestro y estudiante volvieron a reunirse en Europa y pudieron presenciar diversos acontecimientos noticiosos de la época, incluyendo la coronación de Napoleón. Eran los años de génesis del proceso independentista y Bolívar tenía tan solo 22 años y se encontraba abatido por la temprana muerte de su esposa, María Teresa del Toro Alayza.

Algunos historiadores, que a veces gustan de actuar como aguafiestas, han puesto en duda que ese momento haya ocurrido de la manera que lo conocemos, pero se ha hecho muy difícil el desmentido, especialmente después de que Tito Salas, el gran pintor de toda la iconografía de Bolívar, pusiera la escena en uno de sus lienzos.

De lo que sí no hay dudas es del valor fundamental que el Libertador le otorgó a su profesor y amigo, que queda extraordinariamente resumido en la frase: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló (…) Puede usted figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que usted me ha dado, no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado”.
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No pudo ejecutar su obra

Como tantos precursores de grandes ideas y proyectos, Simón Rodríguez murió sin ver cristalizada su visión de la educación universal, pública, libre, obligatoria y financiada por el Estado.

Durante la etapa colonial no pudo avanzar porque debió huir del país, tras verse relacionado con la conspiración de Gual y España. Una vez que triunfó la República, Bolívar quiso encargarlo nada menos que de la estructura educativa que había de fundarse en la Gran Colombia, convencido como estaba de que “moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Pero, como en tantos otros temas, los ideales del Libertador no eran recibidos con entusiasmo por otras figuras emergidas de la Independencia.

Ni siquiera el fiel y bondadoso Antonio José de Sucre aceptó a Rodríguez para guiar la política educativa de la recién nacida Bolivia.
Las experiencias de aplicación práctica de sus principios tropezaron con la incomprensión y terminaron en fracasos.

El hombre que quería enseñar oficios útiles a los estudiantes, basándose en la práctica y en la disposición a innovar, hubo de dedicarse él mismo a otras actividades a lo largo de un periplo por el continente que nunca incluyó un retorno a Venezuela y concluyó en Perú. Con el mismo fervor fundó escuelas y fábricas de velas. Y con fina ironía, haciendo un juego de palabras, llamó a una de esas pequeñas factorías “Luces de América”.

Fuente: http://ciudadccs.info/2020/10/29/perfil-simon-rodriguez-visionario-en-politica-y-educacion/

Fuente de réplica: https://rebelion.org/simon-rodriguez-visionario-en-politica-y-educacion/

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La Escuela y el Capital: 200 años de conmociones y contradicciones.

Por: Nico Hirtt


¿Por qué se decidió, a principios del siglo XIX, que había que enviar a las niñas y niños, hijas e hijos del pueblo a la escuela? ¿Cómo han evolucionado, desde entonces, las complejas relaciones entre el sistema económico y el sistema educativo de los países capitalistas? ¿A qué funciones ha sido inducida la escuela en estos países? ¿Cómo se pasó de un instrumento esencialmente ideológico a la actual máquina formadora de mano de obra? He ahí algunas preguntas a las cuales respondemos en este voluminoso dossier.

En ocasión de un curso impartido recientemente a futuros docentes y directores de primaria, yo les preguntaba sin mucho rodeo: “¿Para qué sirve la escuela? ¿Por qué se obliga a las niñas y a los niños a sentarse, durante largas horas cada día, en sus pupitres del salón de clases?” Las respuestas fueron: “para formar ciudadanos responsables”, “para permitir a cada uno tomar un lugar en la sociedad”, “para emanciparnos”, “para abrir las mentes”, “para ofrecer a los jóvenes la posibilidad de escoger su camino profesional con conocimiento de causa”, “para asegurar la igualdad de oportunidades”…

¡Ah, mis valientes! ¡Habían estudiado bien sus lecciones! Al pasar algunos minutos detuve el diluvio. “Todo lo que dicen está muy bien, dije, pero eso no es del todo lo que les preguntaba”. Una palpable decepción y sorpresa los invadió. Entonces precisé la cuestión: “La pregunta era: ¿para qué sirve la escuela? Y no: ¿Para qué les gustaría que sirva la escuela?”…

Así pasé a explicarles las diferencias entre las expectativas, los discursos y las funciones. Las expectativas que podemos tener en relación a la escuela son fuertemente subjetivas, influenciadas por nuestra experiencia, los valores que privilegiamos, nuestras convicciones ideológicas, nuestra posición social. Los discursos que cada uno tiene sobre la escuela pueden ser un reflejo, más o menos fiel, de esas expectativas; pero estos discursos también pueden decir lo contrario, por ejemplo cuando uno tiene razones para camuflar o deformar eso que se piensa realmente. En fin, las funciones que la escuela tiene no son las que yo quisiera, sino las que realmente lleva a cabo. Estas funciones son un elemento objetivo, independiente de nuestras expectativas y de nuestros discursos. Para desvelar esta realidad necesitamos concebir la escuela, no como una creación consciente de algunas personas, sino como el producto necesario del desarrollo de la sociedad. Algo así como nuestros órganos -manos, piernas, ojos…- y sus funciones – agarrar, caminar, ver…- aparecen hoy como el producto necesario de la evolución biológica.

Es entonces una historia un poco singular la de los sistemas educativos que les comparto aquí. En primer lugar porque las mutaciones de la escuela no se pueden explicar por los caprichos de algunos pedagogos o por las bondades de los políticos, sino por el desarrollo de las condiciones materiales que dictan la organización y las contradicciones de nuestras sociedades: Las ciencias, la tecnología, y su impacto sobre la producción. En segundo lugar, al contrario de lo habitual en la materia, no me remontaré a la antigüedad. Desde Atenas y Esparta hasta el Siglo de las Luces, la historia de la escuela institucionalizada es la historia de la formación de las élites sociales y políticas. Salvo algunas raras excepciones, ni los esclavos de Roma ni los campesinos flamencos y valones del Siglo XXIII iban a la escuela. Ahora bien, es la escolarización de los “hijos e hijas del pueblo” en lo que me quiero interesar.

Comprender su origen y mutaciones, para comprender mejor los cambios que ésta atraviesa hoy. Esta historia comienza con la Revolución Industrial.

Familias grandes y aprendizaje obrero: Cuando la socialización y la formación iban de la mano

Antes de la Revolución Industrial, la gran mayoría de niños y niñas de las clases populares no frecuentaban la escuela. En Bélgica, un estudio sobre los años 1779-1792 indica que el 39% de los hombres y el 63% de las mujeres, incluyendo las ciudades y los campos, eran incapaces de firmar de otra manera más que con una cruz al pie de las actas parroquiales de matrimonio y de bautizo.[[Bruneel, Claude. L’Ecole primaire en Belgique depuis le moyen âge, Catalogue de l’exposition. Bruxelles: CGER, 1986

]] En realidad, se trataba de una situación relativamente excepcional en Europa. En la misma época, en la Alta Viena (la región Francesa de Lemosín), solo el 8,2% de los hombres y el 5% de las mujeres firmaban su acta de matrimonio.1

Sin embargo, esos hijos e hijas del campo que no iban a la escuela no eran por tanto ignorantes. Paradójicamente, el débil nivel de tecnificación de la producción agrícola demandaba un alto nivel de calificación de la mano de obra. No bastaba con conocer la tierra y las estaciones, hacía falta también saber utilizar y fabricar las numerosas herramientas que requería la vida en la granja, esas propias a la actividad agrícola así como las de los talleres, que constituían frecuentemente el principal ingreso en la estación muerta. En las regiones forestales, con el invierno, el campesino se transformaba en obrero maderero pagado al destajo o en obrero del aserradero. Ahora bien, la afiladura de láminas, por ejemplo, necesitaba un saber-hacer difícil, que se transmitía a través de las generaciones. Otros se hacían obreros del carbón en los bosques: ellos sabían cortar las ramas, preparar el horno, recubrirlo con hojas y con tierra, arreglar allí una chimenea correctamente dimensionada, encender un fuego uniforme y supervisar el fuego por cinco días y cinco noches.

Hay que visitar un museo de las herramientas o un museo etnográfico rural para convencerse de la extraordinaria variedad de talentos y de las habilidades que requería en aquel entonces el artesanado del campo. En las caricaturas de la prensa urbana, el zueco 2 ha sido por largo tiempo el símbolo de la ignorancia. Pero haríamos bien en acordarnos que el zapatero fue un día el artesano más a la moda en los pueblos. Su saber-hacer requería el manejo de innombrables herramientas y conocimientos variados. Después de haber escogido el árbol que convenía y una vez cortado en tablones, había que trabajar la madera en seco con el hacha, con la azuela y luego con el aparejador; se procedía luego a ahuecar el zueco con taladros y cuchillos con el fin de adaptar la pieza poco a poco al pie; se acababa el trabajo con el raspador, el formón y la tenaza. Sólo para la región de Limosín, se encontraron así más de ciento dieciséis oficios y artesanados, muchos de ellos de temporada, por tanto ejercidos por los campesinos sin ningún nivel de escolarización. Su diversidad misma da testimonio de la extremada especialización de los conocimientos y habilidades que estas exigían. 3

La formación técnica se hacía en familia. Muchas veces era de padre a hijo que se hacía agricultor, pastor, tonelero, carpintero o techero. En ocasiones, muy raramente, un joven era puesto como aprendiz en el taller de un artesano.

En la ciudad, al contrario, la formación de los futuros obreros u oficiales del artesanado se realizaba esencialmente por el aprendizaje especializado. En ciertos casos, se exigía que el aprendiz supiera de antemano leer y escribir, o sea, que estuviera escolarizado. Pero esto no concernía más que a los oficios más nobles, como la imprenta o la orfebrería, en los que los padres debían invertir sumas considerables para colocar a nivel al joven. Lo más frecuente era que le correspondía al maestro la instrucción del niño, enseñarle a leer y a escribir.

La familia rural del Antiguo Régimen, como el núcleo familiar urbano donde era acogido el aprendiz, no constituía solamente un lugar para la formación y la instrucción. Comprendía un gran número de jóvenes y de adultos de diversas generaciones, viviendo bajo el mismo techo. El niño allí era integrado desde la más tierna edad en el trabajo agrícola, doméstico o artesanal. Esta familia pre-industrial, ya fuese rural-agrícola o urbano-artesanal, era a la vez una comunidad de vida y una unidad de producción. Es por el trabajo en la granja o en el taller que los niños eran instruidos en las técnicas de la producción y socializados por el aprendizaje de las reglas básicas de la vida común.

Maquinismo y alienación: «abrir una escuela, es cerrar una prisión»

El paso del maquinismo, es decir, al capitalismo industrial, va a transformar radicalmente la naturaleza del trabajo y, por tanto, la formación de los trabajadores. La antigua gran familia rural se encuentra desarticulada y reemplazada por un pequeño núcleo familiar urbano. Incluso, ese núcleo se disgrega rápidamente con el avance del trabajo de las mujeres y del trabajo infantil. En la fábrica, el viejo paternalismo de los patrones rurales le cede su lugar a la fría, desigual y efímera relación contractual que enlaza al propietario de los medios de producción y el propietario de una fuerza de trabajo, el capital y el obrero. La descomposición del trabajo complejo que efectuaba un solo obrero en el taller o en la manufactura, su reemplazo por una multitud de obreros encadenados a las nuevas herramientas de producción y encargados de repetir cada uno una tarea simple, parcelaria, al ritmo impuesto por la máquina, todo ello implica una formidable descalificación de los proletarios «Sustituyendo los procedimientos mecánicos a la habilidad manual y a la costosa formación profesional, permitiendo a largo plazo el remplazo de los artesanos y de los trabajadores del sistema doméstico por la multitud de mano de obra de la fábrica moderna, (el maquinismo) abre verdaderamente una era nueva en la explotación y la rentabilidad del trabajo humano»4

En El Capital, Karl Marx ilustra con un ejemplo concreto, el de las imprentas londinenses, como el maquinismo engendró esta descalificación del trabajo obrero. «(En aquel momento,) en las imprentas inglesas, por ejemplo, se aplicaba antes a los aprendices un régimen de transición, que les hacía remontarse desde los trabajos más simples a otros más complejos, régimen tomado del sistema de la antigua manufactura y de los oficios manuales. De este modo, los aprendices recorrían una escala de aprendizaje, hasta hacerse impresores. El saber leer y escribir era requisito del oficio para todos. La máquina de imprimir vino a echar por tierra todo esto. Esta máquina requiere dos clases de obreros: un obrero adulto, el maquinista, y un obrero joven, el chico de la máquina, de 11 a 17 años por lo general, cuya misión se reduce a meter los pliegos de papel blanco en la máquina y a sacar de ella los pliegos impresos. En Londres, los chicos de las máquinas pasan encadenados a esta fatigosa faena 14, 15 y 16 horas consecutivas durante algunos días de la semana, y a veces hasta 36 horas, con sólo 2 de descanso para comer y dormir. Entre ellos, hay muchos que no saben leer, y suelen ser todos criaturas anormales y medio salvajes. (…) Tan pronto como se hacen demasiado viejos para el trabajo infantil que ejecutan, (…) se les despide, pasando a formar parte de los batallones del crimen. Todas las tentativas que se han hecho por colocarlos en otra parte fracasan, pues siempre chocan con su ignorancia, su tosquedad y su degeneración física e intelectual.» 5

La industrialización capitalista ha transformado así radicalmente la relación entre el ser humano y la técnica, esclavizando al trabajador a procesos técnicos inaccesibles e impuestos desde el exterior. La industrialización y el maquinismo establecieron una barrera, a la vez social e intelectual entre la concepción de las técnicas de producción y su utilización. De ahí en adelante, el proletario no trabaja más que en función de los dictados de las leyes (económicas, técnicas, científicas…) que escapan a su comprensión. El no impone ya su ritmo a la máquina, es la máquina quien le impone la suya. La no-calificación del obrero, su ignorancia, su embrutecimiento intelectual, se vuelven la condición misma de su “empleabilidad” en los nuevos procesos de producción.

Marx: «Vemos que las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de acortar y hacer más fructífero el trabajo humano, provocan el hambre y el agotamiento del trabajador. (…) Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder brillar más que sobre el fondo tenebroso de la ignorancia. Todos nuestros inventos y progresos parecen dotar de vida intelectual a las fuerzas materiales, mientras que reducen la vida humana al nivel de una fuerza puramente física.» 6

Es una “doble alienación” que sufre así el obrero de la era industrial. Como todos los proletarios antes que él, él debe vender una parte de sí mismo, su fuerza de trabajo, para sobrevivir. Pero este obrero nuevo se encuentra igualmente expoliado del conocimiento intelectual del proceso de producción. Él no es más que un auxiliar de la máquina. Él se encuentra sometido al patrón, no solamente porque este posea los medios de producción sino también porque el posee la capacidad de dominar esta producción industrial nueva.

Es chocante constatar que, en un primer momento el maquinismo y la revolución industrial no indujeron de ninguna manera al rápido desarrollo de la enseñanza escolar. Los datos disponibles para Inglaterra, la primera nación en emprender esta revolución, son reveladores. A mitad del siglo XVIII, dos terceras partes de los hombres ingleses y 40% de las mujeres sabían leer. Ahora bien, cerca de un siglo después, en 1840, se puede observar que esas cifras son casi idénticas. Parece más bien que entre estas dos fechas se experimentó una caída en la instrucción y luego un repunte a inicios del siglo XIX.7

Paralelamente se observaba un fuerte retroceso en el modo de formación tradicional que constituía el aprendizaje. Proporcionalmente, cada vez menos trabajos necesitaban una verdadera calificación y cuando esta era aún indispensable, esta adquiría muchas veces “sobre la marcha”. Es cierto que el aprendizaje continuaba existiendo pero se desarrolló en algunas pequeñas ocupaciones como la fabricación de instrumentos. Pero este método se extinguió conforme los oficios eran conquistados por la industrialización y el maquinismo, como el trabajo sobre el hierro y los textiles. El aprendizaje perdió igualmente su antiguo carácter de lugar de socialización. De ahí en adelante se reducía, en el mejor de los casos, a la adquisición de un saber-hacer técnico rudimentario, en una época en que los padres del joven deseaban verlo terminando su proceso de aprendizaje lo más pronto posible.

A mediados del siglo XIX, cuando las sociedades capitalistas iban en vía rápida hacia la industrialización decidieron al fin enviar masivamente los niños y niñas de las clases populares a la escuela, no fue para responder a una necesidad de formación técnica o profesional. Menos aún por su preocupación por la democracia o la emancipación.

La verdadera razón está en esta extraordinaria frase de Víctor Hugo: «Abrir una escuela es cerrar una prisión». La alienación intelectual del proletariado, la pérdida brutal de referencias culturales para una población arrancada de la vida rural y hundida en la miseria urbana, la disgregación de los lugares tradicionales de educación y de socialización… todo esto había terminado por provocar un embrutecimiento moral de las clases populares. En las grandes entidades urbanas, donde el control social y clerical eran menos exigentes que en el campo, donde las tentaciones eran numerosas, donde sobre todo la explotación, la miseria y las desigualdades sociales agudas tendían a legitimar todo medio para conquistar un poco de felicidad, una parte del proletariado se hundió en el vicio, el alcoholismo, la violencia, la criminalidad, la prostitución. Así, la clase obrera no hacía más que reflejar la brutalidad que sufría en el trabajo y en sus condiciones de vida, pero también se convirtió en una amenaza para el “orden público”.

A falta de querer dirigirse a las causas reales de esta decadencia, a saber las sórdidas condiciones de vida y de explotación descarada de la clase obrera, la burguesía del siglo XIX visualizó solucionar el problema de la mano de la educación. «La educación es la mejor rama de la policía social», declaraba Jhon Wade en 1835, «porque ella se aferra a los principales gérmenes del crimen, de la envidia y de la ignorancia (…) dejar un niño sin educación en la vida no vale más que dejar un perro rabioso o una bestia salvaje en la calle».8 En cuanto al belga Edouard Ducpétiaux, él estimaba que «el grado de instrucción de un país representa siempre de una manera más o menos exacta el estado de su moralidad».9

Socializar y educar los hijos e hijas del pueblo: Esa fue, históricamente, la primera función de la escolarización en masa. ¿Que se enseñaba? Moral y religión, leer y escribir, calcular, el sistema de pesos y medidas. Eso es todo. Nada de historia, de ciencias naturales o de geografía.

«Leer, escribir, contar, eso es todo lo que hay que aprender», declaraba Adolphe Thiers, «en cuanto al resto, es superfluo. Hay que procurar sobretodo abordar en la escuela las doctrinas sociales, que deben ser impuestas a las masas». 10

La escuela nació, no porque el capitalismo triunfante necesitase trabajadores instruidos, sino más bien precisamente por la razón contraria: porque necesitaba obreros no calificados y sobre todo dóciles.

Guerras y revueltas alrededor de los conglomerados industriales: la escuela al servicio de la patria

A los ojos de muchos progresistas franceses, Jules Ferry pasa aún, en nuestros días, como el brillante fundador de la escuela laica y republicana. ¿Pero cuáles fueron sus motivaciones? Escuchémoslo: «Si este estado de cosas (la influencia clerical sobre la escuela) se perpetúa, hay que temer que otras escuelas se constituyan, abiertas a los hijos de las obreras y obreros, de las campesinas y campesinos, donde se les enseñarán principios diametralmente opuestos, inspirados quizás en un ideal socialista o comunista adaptado a los tiempos más recientes, por ejemplo esta época violenta y siniestra entre el 18 de marzo y el 24 de mayo de 1871».11 Es en efecto, después de haber vivido la debacle de las tropas francesas en 1870 y luego haber participado en el aplastamiento sangriento de la Comuna de Paris que Ferry fundó la escuela republicana en vista de, como decía él, «mantener una determinada moral del Estado, una determinada doctrina del Estado que importan para su conservación».

Al mismo tiempo, el rey de los belgas, Leopoldo II, defendía la causa de la enseñanza obligatoria en estos términos: «La enseñanza dada a costas del Estado tendrá una misión, en todos los niveles, de inspirar en las jóvenes generaciones el amor y el respeto a los principios sobre los cuales nuestras instituciones libres

En el último tercio del siglo XIX, la misión educativa de la escuela tomó así un contenido cada vez más marcado en el plano ideológico. El origen profundo de estos cambios debe buscarse en los poderosos avances tecnológicos. Antes de la ruptura de los años 1870-1880, estábamos en la época de una industrialización fundada sobre el vapor, el hierro y el algodón. «Luego, es la economía de la química, de la electricidad, del acero y del aluminio, del teléfono y del automóvil» 12.

Los nuevos procedimientos de la siderurgia y de la química necesitaban instalaciones industriales gigantescas. La producción y la productividad se disparan: Un alto horno Thyssen de principios del siglo XX produce en una treintena de horas lo que un horno sileciano producía en un año cien años antes.13 El fenómeno de concentración es generalizado. De 1866 a 1896, a pesar del crecimiento de la producción, el número de establecimientos metalúrgicos en Europa cayó de 1.786 a solamente 171 unidades. En el mismo periodo, el número de establecimientos textiles disminuyó 75%. Pero ahora que el número de empresas disminuye, su producción y sus efectivos se hinchan desmesuradamente. Las empresas metalúrgicas francesas del grupo Shneider empleaban a 2 500 personas en 1845, 6 000 en 1860, 10 000 en 1870.14

He ahí cómo termina por darse una peligrosa consistencia al «fantasma» que, después de varias décadas, recorría la vieja Europa: una clase obrera numerosa, disciplinada por la industria, cada vez más y más organizada y que se dotaba de una ideología peligrosa para el poder: el socialismo. La Comuna de Paris ya había resonado como un trueno. Pero entre 1880 y 1910 los partidos socialistas revolucionarios veían crecer sin freno sus efectivos (y sus votos, en aquellos lugares donde estaban autorizados a presentarse electoralmente).

A esta amenaza interna vino a sumarse una amenaza exterior: la concentración industrial de los años 1870 al 1914, hizo entrar al capitalismo en una era de grandes potencias imperialistas. Al alba del siglo XX, el economista alemán Rudolf Hilferding escribía: «La necesidad de una política expansionista revoluciona la visión de mundo de la burguesía, que deja de ser pacifista y humanista. Los viejos librecambistas creían que la libertad del comercio era no solamente el mejor de los sistemas económicos, sino también el inicio de una era paz. Pero el capital financiero ha abandonado esta creencia desde hace mucho tiempo. Él no tiene ninguna confianza en la harmonía de los intereses capitalistas; él sabe muy bien que la competencia se ha convertido en una cuestión de lucha por el poder político. El ideal de paz perdió su luz y en lugar del ideal humanista vemos el surgimiento de una glorificación de la grandeza y del poder del Estado».15

No bastaba, en esas condiciones, que la escuela enseñara a leer, a escribir y a respetar los preceptos morales y religiosos. Más bien, ella debía enseñar el amor a la patria, y de las instituciones. La historia, la geografía hacen entonces su entrada en los programas de estudio. En Alemania, el emperador Guillermo II, enfrentado al ascenso de las fuerzas socialistas describía en estos términos cómo veía las nuevas misiones de la enseñanza obligatoria: «Desde hace mucho me preocupa la idea de utilizar la escuela, en cada una de sus subdivisiones, en vista de contrarrestar la propagación de las ideas socialistas y comunistas. La escuela deberá lanzar, como primera tarea en toda línea, las bases de una sana concepción de las relaciones públicas y de las relaciones sociales, inculcando el temor a Dios y el amor a la patria».16

En Francia, el republicano radical Paul Bert, miembro de la Academia de las Ciencias, célebre por sus trabajos sobre la fisiología del buceo submarino, pero también por sus tesis racistas, se luce en 1883 con un manual práctico tratando sobre «La instrucción cívica en la escuela (nociones fundamentales)». «Hay que hacer que», escribe él en la introducción de esta obra destinada a iluminar los «Hussards noirs» de la República17, «que el amor por Francia no sea para el niño una fórmula abstracta, impuesta en su memoria como un dogma religioso sino que él comprenda los motivos, que él aprecie la grandeza y las consecuencias necesarias. Porque es amándola y razonando sobre este amor que el aprenderá a darlo todo por ella, y llevando hasta el final su deber como ciudadano, a servirle, si es necesario, sea por la salvación de la Patria, sea por la defensa de los principios, de los cuales el triunfo ha hecho de él un hombre libre y un ciudadano. Así estará realmente fundada la Educación Nacional» (Bert, p6)

Las fosas con los cuerpos de los soldados caídos entre 1914 y 191818 llevan ante la historia el testimonio de la eficacia dramática que tuvo la escuela con su nueva función, la de un aparato ideológico del estado.

La meritocracia, hija del automóvil y de la electricidad: seleccionar y formar a la élite obrera

Después de que fue, en el siglo XIX, un aparato de socialización y un aparato ideológico al servicio del Estado, la escuela del pueblo se transformó progresivamente, en el curso del siguiente siglo, en un instrumento de selección y de formación al servicio directo de la economía.

Desde antes de la Primera Guerra Mundial, los progresos de las tecnologías industriales, el crecimiento de la administración pública y el desarrollo de los empleos comerciales hicieron renacer una demanda de mano de obra más calificada. En verdad, para la mayoría de los trabajadores, una socialización básica era suficiente; pero un número creciente de entre ellos debían de todas maneras adquirir un saber-hacer especializado: Mecánicos, electricistas, secretarías, operadores de teléfonos y comunicaciones…

Esto podría sorprender. ¿No ocurrió esto justamente en pleno “fordismo”, que fue sin duda la forma más aguda de división parcelaria de las labores obreras y por tanto de descalificación obrera? Ciertamente, pero la producción no lo es todo. En su Historia del trabajo y de los trabajadores, Lefranc nos recuerda que en 1948, de 315 000 trabajadores de la industria automovilística en Francia, solamente 110 000 eran activos en la producción, 25 000 fabricaban accesorios, 30 000 era carroceros y 150 000 eran empleados en las empresas de reparación (de los cuales 2/3 eran de las empresas artesanales).19 Ahora bien, el reparador de automóviles o el trabajador de una empresa de instalación eléctrica debían conocer intelectualmente las tecnologías sobre las cuales trabajaban.

«En el periodo de entre guerras » escribía Thévenin y Compagnon, «la enseñanza técnica va a conocer un ascenso importante (…) la regulación y la utilización de las máquinas, el control y el acabado de los productos, demandaba obreros a la vez hábiles manualmente y con capacidades para la manipulación de instrumentos de precisión, leer croquis y escalas de fabricación concebidos por las oficinas de estudios técnicos… »20

La demanda era tal que un regreso a las maneras tradicionales de aprendizaje no hubiera sido suficiente. Además, las exigencias teóricas de estas nuevas calificaciones no podían suplirse con una formación exclusivamente práctica. El sistema educativo orientaba ahora para abrir secciones “modernas”, técnicas o profesionales. Allí se reclutaba la “crema” de los hijos e hijas de la clase obrera, con el fin de convertirse en la generación de obreras y obreros especializados, técnicos, empleados y funcionarios que la sociedad reclamaba. Esa fue la era de la “promoción social” para la escuela.

En el periodo de entre guerras, la escuela se convirtió así en un instrumento esencial en la producción de las fuerzas de trabajo calificado. Pero igualmente, para su selección y su jerarquización, sobre un esquema meritocrático.

Los robots de los años dorados del capitalismo: la ilusión de la igualdad de oportunidades

Tras la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo experimenta un periodo de crecimiento económico extraordinario. Son conocidos los resultados de la reconstrucción de la segunda post-guerra así como el progreso social arrancado por una parte de la clase obrera que sale políticamente fortalecida de esos cuatro años de conflicto. Pero esta se traduce igualmente en innovaciones tecnológicas pesadas y de largo alcance – electrificación de las líneas férreas, infraestructura portuaria y aérea, autopistas, energía nuclear, telefonía, petroquímica… El trabajo no calificado comienza a sufrir una caída constante por la mecanización de la agricultura y la automatización creciente de las labores repetitivas de la industria. Esos empleos perdidos son fuertemente compensados por la dinámica de crecimiento: Se crearon puestos de trabajo de administración y de servicios, y el desarrollo tecnológico exige obreros cada vez más calificados para la construcción naval, aeronáutica, la energía…

Así, en Bélgica, la agricultura perdió 52% de sus empleos asalariados entre 1953 y 1972. El carbón (-78%) y las canteras (-39%) siguen la misma tendencia. Pero esas pérdidas son ampliamente compensadas por la siderurgia (+10%), la química (+36%), la electrónica y la electrotecnia (+99%), la imprenta (+39%), los bancos (+131%), los talleres (+130%), la administración pública (+39%).

El éxito económico y la evolución de la estructura del mercado de trabajo exigían entonces elevar el nivel general de formación de los trabajadores y había que hacerlo rápido. En la urgencia, lo que había sido en aquel entonces la secundaria de la élite, a saber, la enseñanza general de los ateneos politécnicos y de los liceos, abrió sus puertas – al menos los primeros años – a los niños y niñas de extracción popular.

La época es propicia para la generalización de un discurso sobre la democratización de la enseñanza. Para Leo Collard, ministro belga de la Educación en 1957, «Se trata de hacer que el niño de pueblo, al salir de la única vía de la escuela primaria, encuentre un medio escolar tal que él pueda perseguir sin ningún obstáculo ni barrera cualquier área de estudio que encuentre conforme con sus gustos y que pueda progresar eventualmente sin dificultad».21 En Francia, el Plan Langevin-Wallon proclama desde 1946 que hay que acabar con la meritocracia: «la enseñanza debe ofrecer a todos igualdad de posibilidades de desarrollo, abrir a todos el acceso a la cultura, democratizarse ya no por una selección que aleja del pueblo los más dotados sino a través de la elevación continua del nivel cultural del conjunto de la Nación.» 22.

Pero esos sueños no pudieron resistir la realidad. En verdad, se dejará de «alejar del pueblo los más dotados» con la selección al final de la primaria. Pero esta selección, se hará más tarde. Es decir, al interior mismo de la secundaria. Esto significará la consolidación de una selección negativa, de una selección basada sobre el fracaso escolar. No se orientará más hacia la enseñanza calificando los «mejores elementos» de las clases populares, sino «los estudiantes menos buenos» de la enseñanza general.

Ahora bien, por un sorprendente milagro pedagógico, esta selección continúa siendo una selección basada en el origen social. La sociología — Bourdieu, Passeron — descubre de repente que la escuela se convirtió — al mismo nivel que la herencia y el matrimonio — en una instancia de reproducción, de una generación a otra, de las desigualdades sociales.

Crisis y TIC’s23Nota del Traductor: Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) : la escuela mercantil, al servicio de los mercados

Desde finales de los años 80’s, con la entrada del capitalismo mundial en la era de la globalización y de las crisis cíclicas, las demandas del mundo económico en cuanto al sistema de enseñanza experimenta nuevas mutaciones. La escuela es obligada a cambiar con el fin de adaptarse mejor a las demandas de los empleadores.

Tres elementos esenciales marcan esta ruptura, ya muchas veces analizada en estas columnas, que me contento con resumir brevemente a continuación24:

En primer lugar, la globalización ha inducido a una competencia entre los Estados para atraer los inversores, se reduce entonces la carga fiscal sobre los capitales, los ingresos mobiliarios, los altos salarios y los beneficios de las empresas. Así, los márgenes de maniobra presupuestaria del Estado disminuyen, lo cual somete a las políticas de enseñanza a una fuerte ofensiva de austeridad.

En segundo lugar, el traslado de los empleos de la industria hacia los servicios así como el desarrollo tecnológico, inducen en las economías “avanzadas” a una polarización del mercado de trabajo. «Atender el crecimiento más importante de empleos en los puestos de gerencia y a nivel de profesionales y técnicos de más alto nivel, al igual que el empleo en el sector de servicios exige una calificación media o baja».25

Y por último, la inestabilidad económica y el ritmo desenfrenado de la innovación tecnológica, pero sobre todo el carácter anárquico de la economía capitalista, hacen imposible toda política preparatoria en materia de formación y de calificación.

En ese contexto, la mayoría de los empleadores son menos demandantes de calificaciones precisas y puntillosas que de una vaga “empleabilidad”, que debe garantizar las “competencias básicas” y la flexibilidad de las y los trabajadores. Ya habíamos vista antes como la OCDE y su prueba PISA26 sirve precisamente para empujar al sistema educativo hacia este modelo. Nosotros entendemos mejor también, en ese aspecto, el entusiasmo de las autoridades por la concepción educativa27 fundada sobre «el enfoque de competencias».

Para ilustrar esta exigencia de flexibilidad, consideremos por ejemplo el empleo “moderno” de oficina. Al frente de su computadora, el trabajador o la trabajadora debe poder utilizar un programa de procesamiento de texto, una cuenta de correo electrónico, un programa de tablas tipo Excel, una base de conocimientos y un software de diseño, se debe poder responder por teléfono en 2 o 3 lenguas, se debe tener un automóvil para hacer un mandado urgente para el patrón, se debe estar disponible por las noches y los fines de semana… en fin, se espera de este que haga el trabajo (o una parte del trabajo) efectuado en otra época por una oficinista, un operador informático, un telefonista, una diseñadora, un chofer, una secretaria diplomada… y además que esté disponible como un gerente superior. Pero sin tener la calificación de los primeros, ni el salario del último.

Esta adecuación de la enseñanza con las expectativas de los empleadores constituye una de las formas de la “mercantilización” de la escuela, a saber su sumisión al servicio de los mercados. Este movimiento engloba múltiples aspectos: la privatización mercantil de la enseñanza, la inversión privada en actividades de mantenimiento escolar, la competencia entre establecimientos, su gestión gerencial al estilo de la empresa privada, la conquista de la escuela por los anuncios publicitarios y otras especialidades del marketing, etc…

Capitalismo y educación: una relación repleta de contradicciones

Bajo el complejo efecto del desarrollo de las técnicas de producción — vapor, máquina, electricidad, química, mecánica, electrónica, automatización, robótica, informática, comunicación — las funciones de la enseñanza han evolucionado: educar y socializar a niños y niñas, inculcarles amor por la patria y de las instituciones, seleccionar y formar la mano de obra especializada de la cual las empresas necesitan, asegurar la reproducción de las clases sociales de una generación a la otra, asegurar las competencias básicas que deben constituir la base de calificación común de toda y todo trabajador/a, preparar el consumidor a la utilización de los nuevos productos, convertirse en un vector del comercio y un sector de inversión lucrativa.

Para simplificar, hemos presentado cada una de estas funciones como aparecen en una época dada. La imagen es sin duda caricaturesca. Es más exacto considerar que todas esas misiones son presentadas conjuntamente desde que existe la escuela de masas, entonces desde el siglo XIX, pero su importancia relativa ha cambiado al pasar de los años: lo que era el aspecto principal de la escuela en una época en específico, se vuelve secundario en otra época.

Otro matiz se impone. La escuela de la que hemos hablado es el sistema educativo concebido para la instrucción, la educación y la formación de niños y niñas de extracción popular, del proletariado, esta clase que hace vivir al capitalismo vendiéndole su fuerza de trabajo. Pero al lado de esta escuela hay otra. Esa que se encarga de formar a las élites sociales, los futuros dirigentes de las empresas y del Estado. Ahora bien, cuando decimos que esta segunda escuela está “al lado” de la primera, hay que entenderlo de manera puramente teórica. En realidad, sucede frecuentemente que esos dos sistemas de enseñanza se entremezclan durante algún tiempo o en ciertos lugares. Aunque por la dinámica de la segregación social entre los establecimientos escolares, la mecánica compleja de las redes y las conexiones, las clases sociales y los destinos sociales quedan claramente separados, ocurre sin embargo que ricos y pobres, clases medias y clases populares, clases medias y clases burguesas, se encuentran y reencuentran en los mismos pupitres de la escuela.

Tercer matiz: uno puede quedar con la impresión, con este sucinto recuento histórico, que las necesidades del sistema — por tanto de las clases dominantes — serían uniformes. En verdad, el capital y los patrones son múltiples. Su sed común de generar ganancias genera tanta oposición y competencia entre ellos como unidad para combatir y dominar el mundo de trabajo.

Todo esto no deja de suscitar contradicciones, que estuvieron en el corazón de los debates educativos.

Hay, por ejemplo, contradicciones entre las concepciones que prevalecen para la educación de élites y la del pueblo. «La escuela burguesa, decía Anatole Lounatcharski, se debate entre el ideal individualista en el cual reina la ley de la selva, y el ideal del hombre disciplinado, alias esclavo, y no se puede desembarazar de esto»28 ¿Cómo conciliar en un mismo sistema de enseñanza, la educación de los valores fundamentales que reclama la burguesía para sus propios hijos — libertad individual, seguridad y emprendimiento personal — con la necesidad de inculcar a los futuros trabajadores valores como la disciplina en el trabajo, la obediencia, la modestia en las aspiraciones sociales?

También puede haber contradicciones entre los intereses económicos y las necesidades políticas. ¿Cómo dar suficiente importancia a la educación ideológica y a la socialización de la ciudadanía, tan necesarias para el control político del sistema, ahora que éste deberá hacerse en detrimento de la calificación profesional, tan vital para la competitividad? ¿Y cómo llevar a todos los trabajadores a un alto nivel de conocimiento y de tecnicidad reproduciendo una jerarquía en el seno mismo de la mano de obra?

Aún otra contradicción entre las necesidades a corto y largo plazo: -¿Hay que favorecer la explotabilidad inmediata de la mano de obra o su adaptabilidad?

Los intereses colectivos de las clases poseedoras pueden parecer a veces opuestas a los intereses particulares de las familias que la componen: la burguesía belga contemporánea puede desear con toda su fuerza una mejor escuela para las clases populares (porque necesita su formación en términos de mano de obra y de la paz social), pero ninguna familia burguesa particular está dispuesta a sacrificarse y abandonar los privilegios que goza en el mercado escolar.

Y sobre todo, ¡no mucha instrucción!

Por encima de todas las contradicciones entre las diversas funciones del sistema educativo burgués, hay que tomar conciencia de otras necesidades importantes, de otros intereses vitales de las clases dominantes, que se oponen diametralmente a los progresos de la escolarización.

Si el capitalismo necesita que su sistema de enseñanza le provea trabajadoras/es y ciudadanas/os adaptados a su economía, no está dispuesto, sin embargo, a realizar gastos excesivos. «¿Invertir en educación? De acuerdo, pero sólo lo necesario.»

El freno al desarrollo del sistema educativo puede ser parte también de una voluntad política que busca limitar estrictamente el rol del Estado. La burguesía necesita del aparato del Estado para asentar y proteger su dominación así como para regular la sociedad en el plano económico, social y político. Pero tiene necesidad sobre todo de espacios de libertad para desarrollar su comercio y su industria. He ahí en qué términos el belga De Brockére se oponía, en 1859, a la instrucción obligatoria: «Si ustedes obligan al padre de familia a enviar desde la mañana a su hijo a la escuela, usted no puede obligarlo a enviar al joven a pasar hambre, deben garantizarle al menos un trozo de pan; antes de poder ejercer la inteligencia, hay que comenzar a alimentar al cuerpo. Ahora bien, eso sería socialismo, comunismo, y yo no quiero eso de ninguna manera.»29

Y luego, el temor a que falte mano de obra puede convertirse también en el temor al exceso de instrucción. En tanto el niño frecuenta la escuela, este no está disponible en el mercado laboral. Esta verdad tan simple fue, en la mayoría de los países capitalistas modernos, el freno principal a la introducción de la enseñanza primaria obligatoria en el siglo XIX. El capitalismo en expansión reclamaba niños para sus fábricas y minas. No faltó tampoco en Bélgica, donde las puertas de las escuelas estuvieran cerradas por mucho tiempo a estos niños.

Pero sobre todo, a los ojos de las clases dominantes, el exceso de enseñanza y de saber puede representar grandes peligros para el orden establecido. ¿La escolarización no va a hacer nacer, en la voluntad de los trabajadores, «aspiraciones descabelladas»?

En 1816, el clarividente ministro francés Guizot estimaba que «la ignorancia hace al pueblo turbulento y feroz, ésta se convierte en un instrumento a disposición de los ávidos rebeldes que pueden aprovecharse de este instrumento terrible (…) Entonces se manifiestan, en las clases populares, ese disgusto por su situación, esa sed de cambio, esta avidez desatinada que nada puede contener ni satisfacer.»30 Pero treinta años más tarde, después de la revolución de 1848, Adolphe Thiers, el futuro verdugo de la Comuna, enfatizaba que son «los obreros más instruidos y que ganan mejor lo que son a la vez los más desordenados en sus costumbres y los más peligrosos para la paz pública.»31

En Bélgica, Charles Woeste, el presidente del partido católico compartía estos mismos temores en 1908, cuando intervenía en la Cámara para intentar oponerse a la ineluctable enseñanza obligatoria: «Nosotros queremos preservar la inteligencia y el espíritu de nuestros niños contra el contagio de doctrinas malas; tenemos miedo de su envenenamiento».32 Y cuando Guillermo II quiso modernizar el sistema escolar alemán, los consejeros le advertían: «Su majestad, usted se arriesga a cometer un enorme error. De las escuelas profesionales saldrán sin duda mejores especialistas pero peores personas para la corona».33

Todo el tiempo la burguesía ha buscado así limitar el acceso de la clase obrera a la enseñanza, porque, como bien lo dice Bernard Charlot, «la calificación le da fuerza al obrero para reivindicar un mejor salario y condiciones de trabajo, y alimenta aspiraciones sociales y políticas de la clase obrera.»34

Esta última contradicción toma una forma específica tratándose de la formación técnica de los futuros trabajadores.

Desde la mitad del siglo XIX, numerosos autores como Karl Marx anunciaron que la era del maquinismo y de la gran industria iba a acarrear la necesidad de una mano de obra mucho más polivalente. Desde un punto de vista estrictamente técnico y económico, sería del interés de los industriales disponer de trabajadores que tengan una visión de conjunto del proceso de producción, sobre su integración en la producción global, capaces de reaccionar ante situaciones imprevistas con la inteligencia necesaria.

A principios del siglo XIX, las tecnologías de la producción conocieron un desarrollo extraordinario. A veces esos progresos han traído consigo nuevas necesidades en materia de calificaciones en masa — en la electricidad y la mecánica de los años 1900 a 1940 o en la electrónica en la época de oro de la segunda postguerra. A veces, al contrario, han inducido a una descalificación del trabajo — con el maquinismo de principios del siglo XIX o con las tecnologías de la información y de la comunicación de hoy. Puede llegar a pasar, según la época, el lugar, los sectores, que el capitalismo por sí mismo exprese el deseo de una formación técnica más desarrollada.

Pero jamás se ha esforzado en el sentido de buscar una verdadera enseñanza politécnica, ya que la juzga inútil y peligrosa.

Inútil porque las necesidades a corto plazo en cuanto a formación técnica han sido siempre de mano de obra especializada (electricistas, mecánicos, técnicos en electrónica…) A largo plazo el capitalismo podría sin lugar a dudas encontrar su interés en una formación politécnica, pero la esencia misma del capitalismo está en circunscribir sus decisiones dentro de un horizonte que sólo contempla los rendimientos a corto plazo

Una formación politécnica es fundamentalmente peligrosa para el sistema: porque abre la puerta a una comprensión del mundo, revelando la influencia de las transformaciones técnicas sobre la evolución de la sociedad; sensibiliza a los jóvenes, desarrolla su sentido crítico, su capacidad de comprender el medio tecnológico y las revoluciones económicas y sociales de las cuales es un portador potencial.

Es por eso, que a pesar de algunas tentativas tímidas de introducción a cursos de tecnología para todos, la relación escolar con la técnica ha sido muchas veces reducida al manejo pasivo de las herramientas y se ha confinado a las carreras de relegación. El acto productivo se encuentra estigmatizado como “vulgar”, reservado a quienes no habrán tenido éxito en las “nobles” carreras de prestigio. Sólo algunas élites universitarias tienen derecho a una formación “politécnica”, que resulta esencialmente teórica, pero que permite a los futuros dirigentes de dar un vistazo de conjunto sobre el proceso de producción. Estos le sacan provecho para asegurar su dominación de clase.

He aquí el por qué, «la clase burguesa no tiene los medios ni el deseo de darle al pueblo una educación verdadera» (Karl Marx).35

Fuente:  https://www.skolo.org/es/2013/08/14/la-escuela-y-el-capital-200-anos-de-conmociones-y-contradicciones/

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