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Brasil entre el laberinto y el callejón sin salida

Por: Eric Nepomuceno

El viernes pasado asumió el nuevo ministro de Salud del gobierno ultraderechista de Jair Bolsonaro. Se trata de un oncólogo vinculado, a ejemplo del antecesor renunciado el día anterior, Luiz Henrique Mandetta, al sector privado de salud.

Nelson Teich tiene amplia experiencia en administrar hospitales y planes de salud privados (y carísimos). Ya de sistema público, nada de nada.

En su primer día en el cargo se conocieron los nuevos números de la epidemia del Covid-19 en el país, acorde con los datos oficiales, los muertos eran 2 mil 141 y los contagiados, 33 mil 600.

No son números fiables; como en Brasil se aplican pruebas en volumen absurdamente ínfimo, médicos, científicos e investigadores consideran que el número real sea de entre 10 y 15 veces superior. Además, se da por hecho que la curva ascendente de contagiados a partir de ahora gana impulso, para llegar a su pico en mayo y, posiblemente, extendiéndose hasta junio.

Remplazar a un ministro de Salud en medio de semejante escenario suena a iniciativa irresponsable y demencial.

Y exactamente de eso se trata: ya no a cada semana o día, sino a cada hora resulta más claro y evidente que la nación se encuentra bajo el mando errático, absurdo, irresponsable y demencial de un sicópata.

Mandetta tiene, es verdad, parte de la responsabilidad por el actual cuadro. En su primer año como ministro, y a raíz de sus vínculos con los planes de salud privados que en Brasil se ofrecen a precios exorbitantes, trató de recortar recursos del Sistema Universal de Salud, estructura pública inaugurada hace 20 años exactos.

En el primer momento de la actual pandemia no hizo nada para anticipar un plan viable frente al peligro que se avecinaba con ferocidad.

Pero también es verdad que tan pronto quedó evidente el peso del cuadro que se desplomaba sobre Brasil, cambió radicalmente de rumbo. Pasó a respetar todas las recomendaciones de la Organización Mundial de Salud y de médicos, científicos e investigadores locales y de otras partes del planeta.

Se mantuvo firme en posición absolutamente opuesta a la de Jair Bolsonaro, que critica furiosamente el aislamiento social y la cuarentena adoptados por gobernadores y alcaldes de todo el país.

Y han sido precisamente sus aciertos, los que llevaron su popularidad a las nubes, que el resentido, rencoroso y envidioso primate que ocupa el sillón presidencial decidió echarlo.

Mandetta sale con la imagen ampliamente fortalecida. Y cuando se confirme la tragedia que exhala robustas señales, de inevitable y veloz, su peso se desplomará exclusivamente sobre los hombros de Bolsonaro.

Con relación a Teich, el nuevo ministro, de entrada dejó clara cuál fue la razón de haber sido elegido: se declaró totalmente afín al ultraderechista Bolsonaro. Dijo que, de momento, el aislamiento y la cuarentena no sufrirán cambios radicales, y nada más.

El problema central es que esa figura, sin ningún vestigio de experiencia en el sistema público de salud, asume cuando los hospitales de São Paulo y Río de Janeiro, y también de Manaos y de Fortaleza, se acercan al colapso a una velocidad acelerada.

Teich declaró que necesitará unos 15 días para enterarse no sólo de la situación actual real, sino también del funcionamiento del ministerio que asumió.

A un ritmo de 200 muertos diarios, de aquí a unos 3 mil cadáveres habrá empezado a darse cuenta de la realidad.

Y eso, considerando los datos oficiales. Si se confirman las proyecciones de lo que serían los números reales, será sobre un total de unas 30 mil vidas.

Semejante panorama, especialmente agobiante, coincide con otro, también abrumador: la turbulencia cada día más violenta en el escenario político.

Jair Bolsonaro, además de moverse sin norte ni rumbo, está oscilando entre el aislamiento absoluto y la tutela drástica de los uniformados que lo rodean en el palacio presidencial.

A esas alturas, es blanco directo del comando de las dos casas del Congreso, de la mayoría de los integrantes de la Corte Suprema de Justicia, de los gobernadores de los estados con más peso político y económico del país y de los mismos medios hegemónicos de comunicación que fueron cruciales para que llegara a dónde llegó.

Un silencio estruendoso es el resultado de la ausencia absoluta de diálogo con esos sectores claves de la nación, especialmente en medio a una crisis de proporciones inimaginables.

Por si fuera poco, ahora, con la salida de Mandetta, quedó claro que la aplastante mayoría de sus ministros se reducen a figuras inocuas, patéticas cuando no aberrantes, y que en Brasilia hay de todo, excepto gobierno.

El día en que Teich asumió su ministerio, el vicepresidente, general Hamilton Mourão, se dirigió de manera sucinta a los periodistas: está todo bajo control, aseguró. Para luego añadir: “lo que no se sabe es de quién…”

Mientras el combate a la pandemia deambula en un laberinto confuso, el gobierno de Jair Bolsonaro se mete más y más en un callejón.

Queda por ver si habrá salida.

Fuente : https://www.jornada.com.mx/2020/04/19/opinion/014a1pol

Imagen: https://www.shutterstock.com/image-photo/brasil-infected-covid19-severe-acute-respiratory-1666126099?irgwc=1&utm_medium=Affiliate&utm_campaign=Pixabay+GmbH&utm_source=44814&utm_term=https%3A%2F%2Fpixabay.com%2Fimages%2Fsearch%2Fbrasil%2520coronavirus%2F

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Pandemia e injusticia hermenéutica

Por: Leonardo Díaz

En mi artículo, “Confinamiento y roles de género”, abordé el problema de cómo, a partir de una interpretación de los roles de género,  puede verse perjudicada la toma de decisiones del Estado en una situación de pandemia.

Como señalé en dicho escrito, los roles no son asumidos de modo consciente por los agentes sociales. Son interiorizados a través del proceso de socialización e incorporados como hábitos de conducta percibidos como constitutivos de la naturaleza. Esto dificulta no solo su comprensión, sino también sus efectos y el modo de transformarlos.

Así por ejemplo, en una sociedad con inequidad de género, tanto hombres como mujeres experimentan, de modo inconsciente, lo que la filósofa británica Miranda Fricker denominó “injusticia hermenéutica”. En la definición clásica de Fricker (2007), la injusticia hermenéutica acontece cuando una persona es incapaz de interpretar sus propias experiencias sociales debido a una indisponiblidad de conceptos para interpretarlas. El ejemplo por excelencia es el de una mujer que, experimentando hostigamiento sexual en el trabajo, a inicios de los años 60, no disponía del concepto de “acoso laboral” para explicarse a sí misma y, a los demás, lo que sufría.

Desde la primera definición de Fricker ha existido un extenso debate, incluyendo a la misma autora, que ha ampliado el concepto de injusticia hermenéutica intentando captar la gran variedad de expresiones que se derivan de la misma.

Por ejemplo, Rebecca Mason, en un artículo del año 2011, “Two Kinds of Unknowing”, establece tres casos donde se producen modalidades de injusticia hermenéutica:

  • En circunstancias donde se silencian las experiencias sociales de los grupos socialmente excluidos por los discursos de los grupos dominantes en una determinada sociedad.
  • En situaciones donde los grupos socialmente dominados, aún disponiendo de los recursos interpretativos para comprender sus experiencias sociales, se encuentran en situación de marginación ante la falta de reconocimiento y de respeto de esos recursos por parte de los grupos que disponen de la autoridad epistémica de la sociedad.
  • En circunstancias donde a los grupos socialmente subordinados se les clausuran los mecanismos para accesar a la información que requieren para interpretar sus experiencias. (Aislamiento epistémico).

En la primera situación, los significados que generan las experiencias humanas condicionadas por la educación, la clase, el entorno y las interacciones sociales, resultan acalladas e ininteligibles para sus propios protagonistas, quienes, no solo carecen de los recursos hermenéuticos para interpretar lo que les pasa, sino que, con frecuencia, interpretan sus experiencias a través del filtro de los discursos predominantes, usualmente ajenos a sus vidas cotidianas.

En el segundo caso, quienes sufren una situación de marginación, de exclusión o de algún tipo de violencia (económica, social, psicológica, moral, epistémica), con la ayuda de movimientos civiles o grupos organizados defensores de los derechos humanos y sociales, han desarrollado un conciencia de su situación y van adquiriendo los recursos hermenéuticos para comprenderse y fijar posturas críticas con respecto a los discursos dominantes, pero su situación de exclusión social los estigmatiza y deslegitima con respecto a los discursos epistémicos provenientes de los sectores que portan el prestigio de la sociedad.

Finalmente, la tercera situación alude a como, en una sociedad autoritaria, los sectores de poder y el Estado controla información relevante para dotar de significado las experiencias de la ciudadanía, pero la misma queda asilada de esa información con todas sus implicaciones negativas para asumir posturas de decisión razonables.

Estas tres modalidades de injusticia hermenéutica se nos revelan de modo acentuado ante nuestros ojos en esta situación de pandemia. Desde las mujeres y hombres incapaces de interpretar sus experiencias de modo que les ayude a remediar las distintas circunstancias de violencia que viven, subrayadas por un estado de excepción; pasando por aquellos que más conscientes, intentan resistir pero son desacredidatos y silenciados en los espacios públicos; hasta todos, ciudadanos de todos los estratos, que sufrimos el sesgo de la manipulación informativa, la ocultación de los datos, o la lectura sesgada de los mismos en los discursos oficiales.

Estas expresiones de la violencia y la dominación exponen la necesidad de  afrontar la pandemia, no solo como un fenómeno clínico, sino también como un fenómeno social que acentúa desigualdades epistémico-sociales que conforman la “normalidad”. Se ha repetido muchas veces que un fenómeno como el COVID 19 no discrimina. Si se quiere decir con ello el mensaje pueril de que los virus no tienen conciencia y pueden afectar a cualquiera, vale. Pero hay en ella un significado nada banal y más problemático: que a todos nos ataca por igual de la misma manera. No es así. Afecta de modo desigual a quienes ejercen la injusticia hermenéutica y a quienes la sufren.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8805967-pandemia-e-injusticia-hermeneutica/

Imagen: https://pixabay.com/vectors/blindfolded-injustice-justice-lady-2025474/

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La pandemia que estremece al capitalismo

Por: Claudio Katz 

I

El coronavirus es una calamidad natural potenciada por el capitalismo. Desde hace muchos años se esperaba un cataclismo semejante como consecuencia del cambio climático, el calentamiento global, las inundaciones o las sequías. Pero la catástrofe irrumpió a través de una pandemia, en un sistema económico-social que deteriora la naturaleza, corroe la salud y desprotege a los vulnerables.

Lo más impactante de la infección es la velocidad y escala de los contagios. Como aún no ha concluido la primera oleada de irradiación se desconoce la peligrosidad del virus. Pero es evidente que supera los efectos de una gripe corriente. Hay más de mil millones de personas enclaustradas en sus hogares, en un inédito experimento social de confinamiento. El antiguo antídoto de las cuarentenas ha reaparecido a pleno.

El estrago natural en curso no equivale a una guerra. Aunque la intervención que despliegan los estados presenta muchas semejanzas con escenarios de conflagración, en el primer caso impera la protección y en el segundo la destrucción de vidas humanas. En lugar de batallas y bombardeos hay resguardo de víctimas y socorro de afectados.

La analogía con la guerra es muy peligrosa. La utiliza Trump para crear un clima de hostilidad contra el “virus de China” y la fomentan los derechistas para resucitar los viejos estigmas del colonialismo. Con diatribas racistas contra el “cólera asiático” se acusaba en el siglo XIX a los países orientales de expandir la infección.

Los mensajes de batalla contra un “enemigo invisible” facilitan la militarización. Incluyen peligrosas analogías con la “guerra al terrorismo”, que muchos gobiernos occidentales instalaron para propagar el miedo frente a un agresor omnipresente e indetectable. La pandemia no es una conspiración, un castigo divino o un acontecimiento azaroso. Constituye un avatar de la naturaleza que asume dimensiones gigantescas por los desequilibrios que genera el capitalismo contemporáneo.

DETERMINANTES ECONÓMICOS

El demoledor impacto económico de la pandemia está a la vista, pero el coronavirus no generó esa eclosión. Sólo detonó tensiones previas de las finanzas y la producción.

Desencadenó en primer término otro estallido de la financiarización. El gran divorcio entre el bajo crecimiento mundial y la continuada euforia de las Bolsas anticipaba un convulsivo desarme de otra burbuja. Era inminente la devaluación de los capitales inflados durante la última década, mediante recompras de acciones y especulaciones con bonos. Pero esa previsible conmoción financiera asumió una envergadura descomunal.

Esta vez el desplome de los mercados obedece más a los pasivos acumulados por las empresas (deuda corporativa) y los estados (deuda soberana), que a los desbalances bancarios o al endeudamiento de las familias. A diferencia del 2008, la crisis empieza en las compañías y se proyecta a los bancos, invirtiendo la secuencia de la década pasada. Las empresas no pueden afrontar el pago de intereses con sus ganancias corrientes[ii].

La sobreproducción es el segundo desequilibrio que irrumpió junto a la pandemia, con un gran desplome del precio del petróleo. En los últimos dos años el excedente de mercancías fue determinante del enfrentamiento comercial entre Estados Unidos y China.

El estallido actual ha interrumpido los suministros y quebrantado las cadenas globales de valor. Se ha transparentado la gran dependencia mundial de los insumos fabricados en Oriente y la enorme incidencia de los sobrantes que acumula China.

El coronavirus ha detonado, por lo tanto, las tensiones generadas por la financiarizacion y la sobreproducción. Pero la magnitud de la crisis obedece a otros desequilibrios gestados en las últimas cuatros décadas.

Es evidente que la globalización aceleró la tradicional transmisión de enfermedades a través de las rutas comerciales. La expansión de la aviación incrementó en forma exponencial el número de viajeros y la consiguiente multiplicación de los contagios. La pandemia se traslada siguiendo los circuitos del capital. Hay 51.000 empresas de todo el mundo con proveedores en Wuhan y la infección ha transitado por un mapa de concentraciones fabriles y centros de almacenamiento.

En el Medioevo la peste negra tardó una década en propagarse y en 1918-19 la gripe española se difundió al cabo de varios meses. En cambio en la era del just in time, el coronavirus contaminó a 72 países en muy pocos días[iii].

También la urbanización ha potenciado la diseminación de infecciones, a través de aglomeraciones y hacinamientos de la fuerza de trabajo, que deprimen las respuestas inmunitarias.

Pero los especialistas atribuyen mayor incidencia en la generación de la pandemia actual, a la creciente destrucción del hábitat de las especies silvestres. Esa demolición es un resultado de la enceguecida industrialización de actividades agropecuarias[iv]. Ese proceso multiplica la irradiación de bacterias y la expansión de enfermedades derivadas del quebranto de la biodiversidad. La deforestación ha incrementado en forma exponencial la transmisión de virus por el creciente contacto de los seres humanos con animales encerrados.

Los dos brotes del Ébola (2013-2016 en África occidental y 2018 en la República Democrática del Congo), emergieron cuando la expansión de nuevas industrias de productos primarios desplazó a las poblaciones originarias de los bosques, perturbando los ecosistemas locales.

El exótico hallazgo de un murciélago infectando comidas en los mercados asiáticos, induce a olvidar la frecuente transmisión de bacterias en los centros corrientes de producción. Allí se efectiviza el ingreso habitual de los patógenos a la cadena alimentaria[v].

 Los estudiosos enfatizan la estrecha relación de los distintos virus, con un modelo de industrialización ganadera que enriquece a las empresas multinacionales. Esas compañías impusieron la reducción de las inspecciones sanitarias y transfieren a la población, los costos de su mortífero modelo de diseminación de enfermedades. Toda la sociedad termina solventado con graves padecimientos, las altísimas ganancias obtenidas por la agro-industria[vi].

Esa actividad ha exacerbado una dinámica histórica del capitalismo, que siempre forzó lucrativas modalidades de ganadería, para abaratar alimentación y el costo de la fuerza de trabajo. Esos procedimientos originaron epidemias en Inglaterra en el debut del capitalismo y en África a fines del siglo XIX. Pero los últimos cuarenta años de extractivismo neoliberal han desatado una venganza mayúscula de la naturaleza, que ahora convulsiona a todo el planeta[vii].

GLOBALIZACIÓN SIN CORRELATO SANITARIO

El cataclismo actual tiene determinantes inmediatos (financiarización y sobreproducción) y estructurales (globalización, urbanización y agro-negocio). Pero su causa subyacente es la ausencia de correlato sanitario, al avance registrado en la globalización de la producción y el consumo. Se fabrica y consume con patrones mundiales, en un marco de estructuras de salud invariablemente nacionales.

Esa contradicción salta a la vista en la monumental expansión -sin resguardo sanitario- que tuvieron la aviación, los hoteles o el turismo. Se internacionalizaron actividades lucrativas, preservando las fronteras en un ámbito como la salud, que involucra mayores riesgos e inciertas ganancias[viii].

Esa desconexión expresa la principal contradicción del período. Un segmento estratégico de la economía se ha globalizado en el viejo marco de los estados nacionales. Por esa razón el capitalismo no pudo anticipar, evitar o manejar el torbellino del coronavirus. Una gestión preventiva (y efectiva) de la pandemia hubiera requerido el comando sanitario de la OMS, coordinando todos los test y cuarentenas a escala global.

Pero ese organismo no cuenta con un status equivalente a las estructuras que manejan las empresas o los bancos transnacionales. Nunca fue el epicentro de las conferencias de Davos, ni despertó la atención del G 20. Tampoco actuó como un verdadero dispositivo interestatal. Por esa desconexión, todos los estados nacionales actúan por su cuenta frente a la pandemia.

La existencia de una economía mundializada gestionada por múltiples estados nacionales es una disfuncionalidad del capitalismo contemporáneo, que los neoliberales ignoran por completo. Sus exponentes presentan el coronavirus como una desgracia de la naturaleza que afectó a un sistema próspero y saludable. A lo sumo, estiman que hubo “errores”, “falta de previsión” o “irresponsabilidad” de los “políticos populistas”.

Pero la credibilidad de esos argumentos es nula. No hay forma de entender lo que está ocurriendo si se desconecta la crisis de sus basamentos capitalistas. Los neoliberales igualmente aprovechan una importante diferencia con el 2008, cuando fue inmediatamente visible la culpabilidad de los banqueros. Ahora presentan a la economía como otro paciente más afectado por la infección.

Muchos críticos del neoliberalismo destacan esas inconsistencias y remarcan los múltiples enlaces de la pandemia con el modelo económico actual. Pero frecuentemente suponen que esa desventura será resuelta mediante la simple intervención del estado, como si el capitalismo fuera un ingrediente prescindible del problema. Por el contrario, el enfoque marxista coloca directamente al capitalismo en el banquillo de los acusados.

Pero es importante evitar las miradas simplificadoras que observan a la pandemia, como un mero desencadenante de turbulencias financieras o productivas. Hay que registrar los desequilibrios subyacentes y el gran alcance de la contradicción que opone a la mundialización con los estados nacionales. Esa tensión explica más lo sucedido que la enunciación de múltiples desajustes.

IMPACTOS EN VARIOS SECTORES

La crisis del coronavirus ha propinado un duro golpe al neoliberalismo. En pocas semanas se ha generalizando una drástica intervención de los estados con alcances superiores al 2008. Esa regulación impacta sobre incontables áreas sometidas al proceso de privatización.

Los neoliberales temen que esos cambios sean perdurables y desemboquen en la reversión de la gran mercantilización de las últimas décadas. Buscan cualquier argumento para ocultar cómo el desmantelamiento de la salud pública desguarneció a la población.

Es cierto que también la crisis del 2008 alimentó muchos presagios de fin del neoliberalismo. Esas caracterizaciones estaban centradas en la expectativa de regular los bancos y ocurrió lo contrario. La financiarización perduró mediante el rescate y reciclaje del mismo sistema. Pero la convulsión actual difiere de ese precedente, desborda ampliamente a las finanzas y socava varios pilares del neoliberalismo[ix].

La crisis acrecienta en lo inmediato la desigualdad. El coronavirus noes un virus democrático que afecta a todos por igual, con distinciones meramente etarias. Son evidentes las brechas sociales de cobertura y recursos para enfrentar la desgracia[x]. Esa diferenciación quedó enmascarada al comienzo de la pandemia por la gran contaminación de viajeros y por su incidencia en la clase media, las elites y hasta los presidentes y sus ministros.

Pero la desigualdad salta a la vista en el tratamiento de los afectados. En Estados Unidos se propaga entre 30 millones de personas que carecen de seguro médico, afectando duramente a los empobrecidos. Los afroamericanos representan un tercio de la población, pero cargan con el grueso de los fallecimientos relacionados con la Covid-19. Es probable que nunca se conozca la verdadera cifra de muertos por el alto número víctimas indocumentadas. Las fosas comunes en Nueva York son el símbolo de esa extrema crueldad[xi].

La inequidad se afianza con el programa de rescate dispuesto por el gobierno estadounidense, que otorga gigantescos subsidios a las empresas y migajas a los trabajadores[xii]. Dos tercios del incremento del gasto público están destinados a socorrer a las empresas y sólo el tercio restante a compensar a los trabajadores.

Otro impacto de la convulsión es la diferenciación laboral que introduce el nuevo esquema de teletrabajo, actividades indispensables y precarización. Esa distinción afianza un corte entre labores domiciliarias, procesos esenciales a la intemperie (salud, alimentación) y dramático desamparo.

En la casa se desarrollan los trabajos de cierta calificación, en la calle se desenvuelven las tareas rutinarias y en los márgenes sobreviven los informales. Esa diferenciación acentúa una fractura previa, que en muchos países converge con coberturas sanitarias privadas, sindical-cooperativas o públicas.

Las clases dominantes intentarán aprovechar este escenario para profundizar la flexibilización laboral. Buscarán instrumentar la “doctrina del shock”, en el contexto de alto desempleo que la derecha suele utilizar para forzar el achatamiento de los salarios.

La corona-crisis ha puesto de relieve, además, la extraordinaria gravitación del mundo digital. Ese tejido mantiene conectados a millones de individuos en medio de la parálisis laboral. Por primera vez en la historia, más de 1000 millones de persona están confinadas y al mismo tiempo comunicadas.

Ese universo de redes afianza la incidencia de una revolución digital, que en el curso de la pandemia incrementó en 40% el tráfico de datos[xiii]. Las computadoras y teléfonos inteligentes son utilizados no sólo para reorganizar el trabajo. También viabilizan los test y las cuarentenas, mediante el seguimiento de los individuos contagiados, hospitalizados y recuperados.

EL ESPECTRO NEGACIONISTA

El coronavirus ha suscitado reacciones contrapuestas. Los aislamientos sociales que los sanitaristas propician al unísono tienen aplicaciones muy disímiles. La afinidad con el neoliberalismo y la cultura predominante en cada país han sido determinantes de esa implementación.

Entre los derechistas prevaleció desde el comienzo un frontal negacionismo, que incluyó descarnadas justificaciones de índole malthusiana. Varios presidentes propusieron tolerar la expansión del virus para inmunizar a la población, descartando a los ancianos y a los vulnerables. Con esos presupuestos de darwinismo social, el distanciamiento social fue demorado u obstruido en Estados Unidos y Brasil. En el caso inglés, el propio Boris Johnson terminó hospitalizado luego minimizar el alcance de la infección.

Algunos analistas aceptan con toda naturalidad que “morirá mucha gente” y priorizan la continuidad de la actividad económica[xiv]. Otros cuestionan la cuarentena resaltando la baratura del test y advirtiendo que el confinamiento conduce al colapso de la producción[xv]. Pero omiten que se puede implementar el aislamiento social mediante una drástica reorganización de la economía, como siempre ha ocurrido en las situaciones de excepción.

La contraposición entre economía y salud es totalmente falsa. Frente a los cataclismos naturales el funcionamiento de la actividad productiva debe adaptarse a la emergencia, instaurando reglas antitéticas con el libre-mercado.

Los gobiernos occidentales tuvieron a su disposición la experiencia de China y el tiempo suficiente para organizar cuarentenas y pruebas con los reactivos. Pospusieron ambas medidas para no afectar las ganancias de las empresas.

En Italia esa demora condujo a un crimen social. En el área más devastada de Bérgamo no se declaró la cuarentena por presiones de los empresarios, que desconsideraban el peligro forzando la continuidad del trabajo. Esta actitud se mantuvo cuando setenta camiones militares cruzaron la región transportando cadáveres. Sólo las protestas de los trabajadores indujeron al cese de las actividades[xvi].

También en Estados Unidos la patronal ha presionado por la continuidad del trabajo. Con ese objetivo impuso que cualquier limitación laboral sea definida por el Departamento de Seguridad Nacional y no por el Centro de Control de Enfermedades.

La influencia del negacionismo se ha extendido incluso a ciertos ámbitos de la izquierda, que comparten los cuestionamientos a la gravedad del coronavirus. Objetan la implementación de la cuarentena, señalando que la infección se asemeja a una gripe corriente. Estiman que la enfermedad tiene baja mortalidad y que es un error convalidar el pánico que desmorona el sistema hospitalario. Sugieren que la pandemia es un complot de los medios y las empresas farmacéuticas[xvii].

En una mirada semejante, la pandemia es presentada como un invento para justificar la militarización, mediante la transformación de la ciencia en una religión que esclaviza a la población[xviii]. Esta óptica converge con algunas presentaciones de la cuarentena como un desechable método medieval.

Pero la identificación de la pandemia con una maléfica conspiración ha quedado refutada por la extensión y peligrosidad del virus. La OMS ya advirtió que tiene una mortalidad muy superior a la gripe. Al relativizar el daño de la enfermedad se desvaloriza el esfuerzo que despliega la población para preservar su salud. La protección de ese activo distingue a la izquierda y al progresismo de Bolsonaro o Johnson.

DESAPRENSIÓN Y PIRATERIA

También se debate con intensidad las causas del contraste entre países asiáticos, que logran controlar la pandemia y naciones occidentales, que no pueden contenerla. La capacidad exhibida en Oriente para manejar la cuarentena se alimenta del adiestramiento obtenido durante la experiencia previa del SARS. Además, el cumplimiento de la cuarentena tiene raíces en tradiciones amoldadas a ese tipo de disciplina[xix].

 Numerosos analistas han destacado que las normas de cuidado (uso de mascarillas, distancia en el saludo, estricta aceptación de reglas colectivas) fueron rápidamente incorporadas en Oriente y afrontan mayores resistencias en el universo individualista de Occidente[xx].

Quiénes desconocen esa variedad de condicionamientos suelen postular que China controló el virus con métodos totalitarios. Omiten que otros países asiáticos recurrieron a las mismas fórmulas para obtener resultados semejantes. Corea del Sur desplegó, por ejemplo, una supervisión digital de la población para detectar contagios, con modalidades más sofisticadas e invasivas que las ensayadas en China.

El uso de las nuevas tecnologías vulnerando la privacidad de los individuos, incluyó al menos en estos casos un propósito sanitario. Esa motivación es más justificada que el simple espionaje practicado con el auxilio de Cambridge Analítica, para manipular elecciones (Trump) o inducir los resultados de un plebiscito (Brexit).

La variedad de respuestas nacionales a la pandemia retrata en forma categórica la ausencia de coordinación mundial. Esta carencia es la principal diferencia con la crisis del 2008. En la década pasada prevaleció una reacción común de los Bancos Centrales bajo el comando de la Reserva Federal estadounidense y el decisivo sostén de China. Esa cooperación ha sido reemplazada por una reacción inversa de pura regulación nacional y restablecimiento de fronteras, en un clima de sálvese quien pueda. El G 20 ha quedado convertido en un G 0, que sólo intentó una reunión virtual para convalidar la inexistencia de medidas conjuntas.

Esa dislocación es coherente con la total desaprensión que imperó en el debut de la pandemia. Todos los gobiernos relativizaron el peligro, con la misma displicencia que desecharon las advertencias de la OMS (2018)[xxi]. Hubo antecedentes muy contundentes con el SARS (2002-03), la gripe porcina H1N1 (2009), el MERS (2012), el Ébola (2014-16), el zika (2015) y el dengue (2016).

Pero como las grandes empresas farmacéuticas no engrosan sus fortunas con la prevención, los principales programas de investigación de virus fueron desfinanciados por los gobiernos occidentales. El desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales es poco redituable, para compañías que se especializan en la venta de medicamentos a los enfermos solventes. De las 18 compañías farmacéuticas más grandes de Estados Unidos sólo 3 desenvuelven investigaciones de alguna índole[xxii].

La primacía de la competencia por negocios lucrativos -en desmedro de la salud pública- ha provocado la indefensión general frente a la pandemia. Esa rivalidad se ha intensificado ahora para dirimir quién descubre primero la vacuna. Europa, Estados Unidos y China disputan ese trofeo para ganar puntos en las futuras patentes. Trump fue más lejos e intentó acaparar las investigaciones sobornando a varios científicos alemanes.

La misma piratería impera en la captura de los apreciados insumos médicos. Los emisarios de distintos países negocian en los aeropuertos la reventa de los productos ya embarcados. Estados Unidos y Francia adoptaron ese comportamiento de corsarios frente a cargamentos destinados a España o Italia. La pandemia ha exacerbado la dinámica brutal e inhumana que rige al capitalismo.

MIRADAS SOBRE CHINA

La localización inicial de la pandemia en China ha sido coherente con el protagonismo de ese país en la globalización y su consiguiente capacidad para exportar alteraciones económicas al resto del mundo. La expansión de la urbanización, las cadenas globales de valor y las nuevas normas de alimentación fue vertiginosa en la nueva potencia asiática. El peso del país en el PBI global trepó más de 30% desde el 2008 y un fuerte pico de sobre-inversión precedió a la crisis actual. La gran penetración del capitalismo en China explica la magnitud de la convulsión en curso.

Esa expansión deterioró también la estructura sanitaria más igualitarista del período previo y afianzó normas de privatización, que sólo fueron relativamente acotadas en los últimos años. Enormes sectores de la población -especialmente migrante- tienen seriamente limitado el acceso a la salud[xxiii]. Estos problemas recobraron actualidad en el debut del coronavirus.

Existe una gran controversia en torno al manejo inicial de China de ese brote. Algunos sectores remarcan el ocultamiento de la infección en Wuhan y la hostilidad oficial contra quiénes resaltaban los peligros de la enfermedad[xxiv]. Otros desmienten ese silenciamiento y resaltan la decidida acción del gobierno para controlar la epidemia. Recuerdan que la secuencia genética del nuevo virus fue inmediatamente compartida con la OMS y afirman que al cabo de varios ensayos y errores, China mostró un camino para enfrentar los contagios[xxv].

La enfática crítica al control represivo en la cuarentena es también relativizada con ejemplos de acción del voluntariado, en un marco de creciente conciencia del problema. En cualquier caso, China comienza a contener la pandemia combinando el cierre total de ciertas localidades, con severas restricciones a la circulación y un distanciamiento social efectivo.

Los gobiernos occidentales observaron con satisfacción y malicia el debut de la pandemia. Esperaban su exclusiva localización en China y el consiguiente debilitamiento del rival asiático.  Aunque ese escenario se ha invertido, las campañas contra el “virus chino” persisten con alocados argumentos[xxvi]. Se afirma incluso que el coronavirus fue creado adrede para afectar a Estados Unidos y Trump sugiere una complicidad directa de la OMS con esa operación.

Pero esos disparates contrastan con la efectividad exhibida por China para lidiar con la infección. Ese logro es complementado con la simpatía que generan las actitudes solidarias. Aviones chinos con equipamiento médico han aterrizado en Italia, España y en muchos países de varios continentes.

Pero esa cooperación no presenta -hasta ahora- la dimensión de una nueva “ruta sanitaria de la seda”. Además, China es una potencia acreedora de muchas naciones auxiliadas y afrontará un serio dilema, si la crisis desemboca en un default general de sus deudores. En esa eventualidad: ¿el gigante asiático aceptará la cesación de pagos?

ESTADOS UNIDOS Y EUROPA

Estados Unidos ha quedado ubicado en el casillero opuesto de su principal rival. Parecía el ganador geopolítico inicial de la corona-crisis y ahora carga con las consecuencias más duras de la pandemia. Las ventajas del comienzo se insinuaron en la gran la afluencia de capitales internacionales que sucedió al temblor de los mercados. Tal como ocurrió en el 2008, el dólar y los bonos del tesoro se convirtieron en los refugios predilectos de los inversores asustados.

El encierro fronterizo apuntala, además, la estrategia del sector americanista, frente a los segmentos globalizados de las clases dominantes estadounidenses. Algunos analistas estiman que el abrupto repliegue hacia actividades económicas auto-centradas favorece el proyecto de Trump[xxvii].

 Pero esos datos promisorios para el magnate han quedado neutralizados por la masa de contagiados. En Estados Unidos se localiza el mayor número de afectados y todos los días Trump improvisa alguna medida, para afrontar un peligro que desechó en forma explicitica. Desmanteló el equipo de resguardos frente a las pandemias del Consejo de Seguridad Nacional y desconoció los resultados de una simulación de ese cataclismo. Ahora no logra articular un plan mínimo para lidiar con el desastre sanitario.

Por esa razón se agravó la grieta interna. Los gobernadores desafían la autoridad presidencial y cada estado reacciona por su cuenta. Mientras California y Washington lograron prevenirse con la adopción temprana de la cuarentana, Nueva York eludió el aislamiento y afronta las terroríficas consecuencias de esa omisión.

Toda la estrategia internacional de Trump ha quedado en suspenso. Nadie sabe cómo seguirá su mercantilismo bilateral y el intento de recomponer la hegemonía estadounidense utilizando la supremacía tecnológica, militar y financiera del país. Las concesiones que el millonario bravucón había logrado de sus competidores volverán a la mesa de negociación.

Pero lo más impactante de la crisis actual es el repliegue internacional de un imperio que abandona su disfraz de auxiliador del mundo. Se ha retirado al autoaislamiento y transmite una imagen de impotencia interna, que socava su autoridad para actuar en el exterior[xxviii].

Algunos analistas estiman que Estados Unidos ha perdido atracción. Ya no es el país que el resto del mundo quiere emular. Remarcan comparaciones con el declive de otras potencias y afirman que atraviesa por el “momento Chernobyl” de la Unión Soviética (1986) o por un equivalente a la crisis de Suez de Inglaterra (1956)[xxix].

Pero habrá que ver si esta evaluación de la coyuntura se corrobora en el largo plazo. Un contundente indicador del declive sería la caída del dólar y la salida de capitales hacia otros destinos. Este viraje marcaría efectivamente un punto de inflexión. Por el momento la pandemia no elimina la primacía militar del Pentágono, ni el lugar de Estados Unidos como principal resguardo imperial del capitalismo.

En Europa la crisis del coronavirus asume proporciones mayúsculas. La Unión ha quedado prácticamente licuada por el torbellino. Mientras se cierran las fronteras dentro de la propia comunidad, los miembros no logran concertar acuerdos mínimos.

Los líderes proclaman que el virus no tiene pasaporte, pero lidian con la pandemia por su propia cuenta. En la disputa por los medicamentos han quedado sepultados todos los principios de colaboración. Alemania niega hospitales a varios socios y ninguno vende remedios al otro.

La financiación de la crisis concentra el principal conflicto. Las reglas neoliberales de ajuste presupuestario han sido archivadas, pero la forma de solventar la fuerte expansión del gasto público, opone nuevamente a las potencias del norte europeo con los afectados del sur.

Italia convoca a emitir “corona-bonos” compartidos por todos los estados. Pero Holanda y Alemania exigen conservar la norma actual de créditos sujetos a repago, mediante severos ajustes internos. Propician para Italia el mismo mecanismo que asfixió a Grecia[xxx].

Salta a la vista las gravísimas consecuencias de ese procedimiento, para un país que aún no controló la tragedia del norte y se prepara para afrontar la expansión del contagio al sur. Lo mismo vale para España que soporta una catástrofe de fallecimiento.

En los dos casos se verifican las terribles consecuencias de los recortes de presupuesto que impuso la política sanitaria neoliberal. La escasez de reactivos y mascarillas es consecuencia de un manejo hospitalario basado en principios de rentabilidad y reducción de costos. Por dónde se lo mire el coronavirus ha reforzado la erosión de la Unión Europea.

II

La primera reacción de los gobiernos occidentales frente la nueva crisis fue la repetición del socorro del 2009. Redujeron las tasas de interés, inyectaron liquidez y  decretaron alivios fiscales. Buscaron aplanar la curva económica como su equivalente sanitaria, para distribuir la caída del PBI en el tiempo.

Pero el remedio de la década pasada tiene efectos muy dudosos en la coyuntura actual. El rescate ya no involucra sólo a los bancos, sino que incluye a incontables áreas de la economía. Dos razones tornan muy difícil el reimpulso del nivel de actividad. La economía ya se encaminaba a la recesión antes del coronavirus y la abrupta paralización de medio aparato productivo tendrá severos efectos acumulativos[xxxi].

Al comienzo de la crisis el grueso de los economistas asoció la gravedad de la convulsión con su duración. Plantearon tres escenarios posibles de menor crecimiento, recesión o depresión. El primer caso sólo implicaba un deterioro del contexto previo, el segundo la recreación de lo sucedido en el 2009 y el tercero un desmoronamiento equivalente a los años 30[xxxii].

Pero en las últimas semanas se precipitó un fuerte desplome de la economía estadounidense que afianza las evaluaciones más sombrías. Las solicitudes del seguro de desempleo han trepado a un ritmo vertiginoso y en pocos días han superado el número alcanzado a la largo de varios meses, durante la convulsión del 2008-2009.

Estos datos preanuncian una lluvia de quiebras que no podría ser contenida con socorros oficiales. Algunas consultoras pronostican un derrumbe del 34% del PBI en el segundo trimestre, que superaría en tres veces y media el peor cómputo desde 1947[xxxiii]. Este panorama induce a múltiples analogías con la gran depresión[xxxiv].

El reciente informe del FMI es igualmente categórico. Estima que el “gran confinamiento” en curso provocará una caída del PBI tres veces superior al 2009. También la OIT considera que la pérdida de 195 millones de puestos de trabajo dejará muy atrás ese antecedente[xxxv].

Todos los debates sobre la eventual intensidad o flaqueza de la futura recuperación han perdido relevancia. En lugar de evaluar si el repunte presentará una forma de V, U o L, la discusión gira en torno a la caída previa. Ya comenzó una fulminante desvalorización de los capitales impactados por la pandemia (turismo, hotelería, transporte) y se dirime su extensión a una incontrolada secuencia de bancarrotas.

La dinámica del temblor económico está a su vez imbricada con el itinerario de la pandemia. Son dos recorridos internacionales que se entrecruzan, impactando a una región tras otra cada 40-50 días. No es un shock uniforme, sino una cadena de conexiones entre zonas afectadas. Lo que comenzó en China y golpeó a Europa ahora afecta en Estados Unidos[xxxvi]. Aunque se descubra rápidamente la vacuna o algún tratamiento efectivo contra el coronavirus, las consecuencias de la convulsión actual serán perdurables.

PLANIFICACIÓN Y REDISTRIBUCIÓN

Ya afloran tendencias que presagian cambios de gran porte. Predomina un nivel de intervención de los estados -con procedimientos análogos a la economía de guerra-que supera ampliamente lo observado en el 2008. Las nuevas regulaciones introducen mecanismos de gestión estatal, con modalidades de planificación más emparentadas con el keynesianismo de oferta que con su par de demanda. En lugar de sostener el poder compra se privilegia el control de los precios, la supervisión del abastecimiento y la producción de los bienes esenciales.

Las normas de mercado pierden primacía frente a disposiciones que inciden en la gestión directa de las empresas. Esa nueva supervisión es indispensable para contener el automático derrumbe que generaría el confinamiento del grueso de los trabajadores en sus hogares.

La intervención estatal precipita incontables conflictos con los capitalistas que especulan con los precios (alcohol en gel), con el desabastecimiento de insumos básicos (artículos de limpieza) o con la negativa a amoldar su actividad a las exigencias sanitarias. El choque de Trump con General Motors y Ford -que retardan la producción y demandan altos precios por los respiradores- es un ejemplo de las nuevas tensiones.

La regulación estatal es una exigencia de la pandemia que puede intensificarse si se generalizan las quiebras. La economía de guerra suele implicar una presencia directa de los gobiernos en la gestión de las firmas. Muchos analistas recuerdan que esa incidencia fue dominante, cuando el gasto público escaló del 8-10 % del PBI (años 30) al 40% en 1942-45.

Mientras que la planificación de la oferta despunta objetivamente como una respuesta a la crisis, la redistribución del ingreso es explícitamente rechazada por los principales gobiernos occidentales. No adoptan medidas significativas para garantizar los empleos, sostener los salarios o proteger a los desamparados. En este terreno, todos los anuncios son insuficientes en comparación a los socorros ofrecidos a los capitalistas.

Las medidas requeridas para que la crisis sea solventada por los poderosos, no dependen sólo de la magnitud de la convulsión. Exigen una fuerte influencia de la lucha social o la eventual existencia de gobiernos progresistas. Ya existen fuertes voces en esa dirección en torno a dos demandas: la implantación de una renta básica universal que asegure la supervivencia de toda la población y la introducción de significativos impuestos a las grandes fortunas.

Esas propuestas toman en cuenta que el nivel de consumo no ha incidido en el desencadenamiento de la crisis, pero sería determinante para contener los efectos del desplome. Sin una drástica redistribución de ingresos resultará será muy difícil emerger del desmoronamiento que se avecina. Al igual que la planificación de la oferta, la reducción de la desigualdad social no es incompatible con la continuidad del capitalismo, pero su conquista implicaría una dinámica muy crítica para el sistema actual.

TRES COMPARACIONES CON EL PASADO

La comparación del escenario en curso con tres procesos de principios del siglo XX permite clarificar ciertas singularidades de la corona-crisis. En primer lugar, la pandemia actual ha sido contrastada con la gripe española, que empezó en Estados Unidos y Europa en 1918 y alcanzó su cenit en la India en 1920. En este último país se produjo la mayor parte de los 30 o 50 millones de fallecidos que causó esa infección.

Ese atroz número de víctimas marca una diferencia sustancial con la pandemia actual. La distancia es aún mayor con la peste negra del Medioevo, que costó la vida a un tercio (o la mitad) de la población europea.

El abismo entre la protección actual de la vida humana y esos precedentes históricos es muy indicativo del avance de la ciencia. En un marco de significativo aumento de la esperanza de vida y extraordinarias mejoras nutricionales, la brecha entre contagiados y fallecidos por el coronavirus distingue al siglo XXI de las devastadoras pestes del pasado.

El capitalismo es un sistema de explotación que degrada a los asalariados, pero está sometido a fuerzas democratizadoras e importantes presiones para preservar la fuerza de trabajo. Por esa razón, ciertas normas de la salud pública están incorporadas al funcionamiento de los estados.

En los hechos, no hay espacio para el darwinismo social, ni para las provocadoras sugerencias de consumar la reforma previsional, acelerando la muerte de los ancianos. Salvaguardar vidas es la principal preocupación del grueso de la sociedad.

La segunda comparación con la internacionalización económica de principio del siglo XX es igualmente relevante. Ese período de mundialización es frecuentemente citado como el gran antecedente de la globalización actual. Quiénes consideran que la internacionalización es un proceso cíclico (y por lo tanto carente de novedad) suelen resaltar ese precedente.

Pero a diferencia de lo ocurrido en esa época, la globalización de las últimas cuatro décadas desbordó la órbita comercial y financiera. Incluyó a la actividad productiva y al consumo y por eso generó un conflicto con la ausencia de mundialización del sistema sanitario. Esa contradicción es un desequilibrio contemporáneo totalmente ajeno a las tensiones del siglo pasado.

El carácter inédito de la pandemia justamente radica en la velocidad y el contagio que impusieron la globalización, la urbanización y la industrialización de los alimentos. El coronavirus estalló al compás de cadenas globales de valor y formas masificadas de turismo, que eran inexistentes a principio del siglo XX.

El tercer contrapunto con esa época se localiza en la gran guerra de 1914-18, que antecedió en forma inmediata al estallido de la gripe española. Ese entrelazamiento fue tan estrecho, que el número de muertos por la pandemia quedó diluido entre los fallecidos durante la contienda bélica. El traumático recuerdo de la Primera Guerra subsumió la impresionante devastación de la infección.

Esa conexión está ausente en la actualidad y realza la distinción entre una calamidad actual y una guerra[xxxvii]. Por esa ausencia de contexto bélico general, el imperialismo sólo opera como fuerza subyacente de la crisis en curso. Las distintas potencias definen estrategias de acción y no programas bélicos.

Estados Unidos se mantiene replegado sin consumar en forma directa acciones militares externas. Las guerras regionales y las acciones sub-imperiales mantienen las tonalidades precedentes y los nuevos despliegues de tropas cumplen más funciones de auxilio que de matanza.

INTERROGANTES POLÍTICOS

La comparación con las primeras décadas del siglo XX plantea la gran pregunta del momento: ¿desembocará la crisis en una depresión equivalente a 1930? Hubo muchos presagios de esa repetición que no se verificaron durante el temblor del 2008. Pero ahora existen desequilibrios de mayor porte que tornan más creíbles esa amenaza. Los próximos indicadores de caída del PBI, desempleo y nivel de quiebras resolverán el interrogante.

El giro hacia la planificación de la oferta y la redistribución de ingresos no fue en el pasado un mero corolario del desmoronamiento de la economía. Derivó de grandes guerras e impactantes revoluciones. Las determinaciones políticas que signarán el curso actual son desconocidas, pero seguramente estarán condicionadas por el desenlace de la lucha social y la preeminencia de salidas derechistas o progresistas a la crisis.

Las variantes derechistas están a la vista. Dos componentes del neoliberalismo han quedado muy afectados por la conmoción actual. El modelo económico de libre-mercado sufre el embate de la intervención estatal y la ideología de las privatizaciones afronta la revalorización de la salud pública.

Pero un tercer pilar del neoliberalismo se mantiene en pie y podría reforzarse, si el capital retoma su ofensiva sobre el trabajo. El inminente recorte de los salarios y la eventual ampliación del teletrabajo anticipan esa posibilidad. Ya hay empresas que se expanden en la cuarentena con normas de aguda flexibilización laboral (Walmat, Amazon)[xxxviii].

Una modalidad de neoliberalismo con mayor presencia del estado rige desde hace tiempo en Alemania (ordo-liberalismo) y la ultraderecha anglosajona propicia otra mixtura, con ingredientes chauvinistas (retro-liberalismo). Mantienen las denuncias del “contagio chino”, retomando la vieja tradición reaccionaria de identificar las enfermedades con alguna nacionalidad desvalorizada. Frente a esa estigmatización, algunos autores recuerdan que la gripe española no se originó en la península ibérica. Fue transmitida por los pollos a los soldados en una base militar estadounidense de Kansas[xxxix].

El principal problema que afrontan las salidas derechistas es el descrédito de líderes, que batieron todos los récords de irresponsabilidad en el manejo de la pandemia. Trump se burlaba del virus y Johnson lo desafiaba estrechando manos hasta que fue internado en terapia intensiva.

La ultraderecha europea tiene ahora la posibilidad de propiciar el rehuido divorcio con el euro, pero no está claro cómo asociará la pandemia con su campaña contra la inmigración. La transmisión del virus ha sido un resultado de la globalización de la producción y del consumo y no un efecto de la movilidad de la fuerza de trabajo. El contagio provino de los viajeros y no de los refugiados.

A diferencia de las opciones reaccionarias, aún no se vislumbra cuáles serían los canales de gestación de una salida progresista. Pero esa oportunidad cobra fuerza con nuevas demandas, en un escenario trastocado. La protección de los trabajadores frente a la pandemia y el acceso igualitario a la salud se ubican al tope de esas exigencias. En muchos países ya se discute la nacionalización del sistema sanitario.

En las evaluaciones de más largo plazo se ha instalado un clima de gran especulación, para desentrañar qué sucederá cuando concluya la corona-crisis. El grueso de los futurólogos desliza todo tipo de predicciones, presuponiendo que el capitalismo saldrá indemne. Reflexionan sobre el “día después” sin saber cuál será la intensidad de una conmoción que recién se inicia[xl]. Con la habitual inconsistencia del periodismo cortesano disparan opiniones sobre un estadio posterior, ignorando lo que sucederá antes.

DILEMAS TEÓRICOS

La evaluación de ciertos dilemas previos a la pandemia permite evitar los dislates de la futurología. La principal incógnita retoma la misma disyuntiva del 2008. ¿Quedará cerrada la etapa que puso en pie al capitalismo globalizado, digital, precarizador y financiarizado de las últimas cuatro décadas? El gran temblor de la subprime no condujo a esa clausura y sólo renovó una variante del mismo ciclo. ¿Se avecina otro reciclaje o el fin del modelo actual?

La respuesta convergerá con la definición de la continuidad o freno de la mundialización. Los indicios de desglobalización que ya se avizoraban en el declive del comercio mundial han derivado en un abrupto escenario de encierro nacional y revalorización del mercado interno. Todos los países se repliegan. ¿Pero es un viraje temporario o perdurable? ¿Serán desmanteladas las cadenas globales de valor? ¿Cómo podría fragmentarse un mundo digital que enlaza al grueso del planeta?

Otro interrogante involucra al desenlace de la pugna entre gigantes que opone a Estados Unidos con China. La mayor parte de los augurios presenta a la potencia asiática como ganadora de esa partida. Esa evaluación registra el traslado del epicentro de la pandemia a Norteamérica y el impactante envío de ayuda humanitaria de China a su principal rival. Ese cargamento tiene contundentes efectos simbólicos.

Pero los llamativos episodios del coronavirus no zanjan el resultado de la batalla entre ambos contendientes. Lo que está en juego es el escenario de la disputa. Estados Unidos y China confortaban en torno a dos tipos de globalización, que ahora podrían asumir otro significado.

Si ese choque desemboca en definiciones quedaría también esclarecido el proceso de desarrollo desigual y combinado, que condujo a China escalar posiciones aprovechando las “ventajas del que llegó tarde”. Un desenlace clarificaría si esa dinámica ha beneficiado (como Alemania en el siglo XIX) o perjudicado (como Alemania en el siglo XX) al país.

La pandemia también reavivará los irresueltos debates sobre las ondas largas. La corona-crisis ilustra un típico caso de shock externo, que afecta al conjunto de la economía. Pero ese impacto no esclarece el escenario subyacente. Si la etapa en curso está signada por una onda descendente: ¿se refuerza la misma caída? Si por el contrario el contexto era ascendente: ¿se inició un viraje contrapuesto? Y si la dinámica de los movimientos largos estaba extinguida: ¿renació la vieja secuencia?

Las grandes crisis suelen aportar respuestas a las incógnitas teóricas de los períodos previos. Por el momento esos interrogantes están abiertos. Precisar las preguntas permite contar con una brújula para definir los problemas a resolver.

SUSPENSIÓN DE LA LUCHA, IDEOLOGÍA DEL PÁNICO

Es evidente que la pandemia ha generado efectos coyunturalmente adversos para todas las organizaciones populares. Desarticula su funcionamiento, obstruye la deliberación, impide las asambleas y anula las movilizaciones. Con las calles vacías se ha obturado el principal canal de las protestas.

La desmovilización se ha impuesto por un camino impensable, al cabo de un año de impetuosas acciones populares que tendían a converger a escala global. Esas luchas callejeras han quedado transitoriamente neutralizadas por el encierro que exige la cuarentena. Los aplausos y los ruidazos desde los balcones no reemplazan la contundencia de cualquier marcha.

Ese freno de los reclamos afecta en mayor medida a los protagonistas de las protestas. Los trabajadores precarizados -que en todo el mundo hicieron oír sus demandas en la calle- no cuentan ahora con el relativo refugio del teletrabajo. Tampoco forman parte del proletariado requerido para los servicios básicos.

La lucha de clases que había retornado con creciente intensidad en el 2019 ha quedado suspendida. Su reaparición está fuera de duda, pero se ha creado una incógnita en torno a las fechas y formas de ese resurgimiento. Los fuertes reclamos para exigir en la cuarentena, licencias pagas y equipos de protección personal anticipan el tono de las próximas batallas.

Frente al peligroso alcance de la pandemia se ha instalado un comprensible temor en toda la población. Ese miedo también desata psicosis de peste que socavan la racionalidad de las respuestas. Los medios de comunicación contribuyen a potenciar el pánico, al combinar el ocultamiento de los problemas con el estímulo del terror colectivo.

La tiranía que ejerce la hipertelevisión en el enclaustramiento multiplica esos temores. Diluye la frontera entre ficción y realidad, en una descarnada batalla por el rating que induce a sobreactuar la presentación de las noticias[xli].

Se ha desatado una competencia de tinte deportivo, para informar cómo evoluciona el ranking de países en la medición de contagios, fallecidos y recuperados. Con ese espectáculo se potencian los miedos y se obnubila la crítica. La combinación de esa artillería mental con las fakenews de la redes obstruye la reflexión y el registro de la responsabilidad del capitalismo en la crisis.

El clima ideológico de pos-verdad y cinismo que imperó en los últimos años ha perdido primacía. Se ha disuelto la atmosfera de quietud que facilitaba ese descreimiento. El nerviosismo y la ansiedad que provocan el coronavirus obligan a recrear ciertas pautas de verosimilitud.

Pero la ideología de la clase dominante no exhibe directrices nítidas. Bajo el impacto de un gran shock, muchos liberales simplemente explicitan su pánico y transmiten pronósticos apocalípticos[xlii]. El catastrofismo se ha transformado en un credo de sectores asustados del mainstream, que sintoniza con ficciones de Hollywood y distopías de una sociedad sin contacto físico.

Es muy inconveniente apuntalar esa sensación desde la izquierda, con discursos que potencian el susto, la inacción o la impotencia. Los mensajes formalmente realistas de un próximo colapso son contraproducentes si intensifican el pesimismo.

Esa desazón aumenta con los presagios de totalitarismo o inexorable triunfo de la “doctrina del shock”, que se propagan previendo mayores sufrimientos de la población y posteriores recomposiciones del status quo.

Esas miradas omiten que la conmoción actual también genera oportunidades para un gran cambio, si la resistencia popular encuentra caminos para forjar alternativas de izquierda. No existe ningún destino predeterminado que imposibilite ese curso. En el comienzo de la crisis sólo prevalecen nuevas disyuntivas e imprevisibles desenlaces[xliii].

Es cierto que existe un gran peligro de militarización. La presencia de gendarmes en las calles, no sólo se multiplica para garantizar el cumplimiento de la cuarentena. Además, existe un enorme avance de la vigilancia informática para supervisar el mapa de los infectados, que podría ser posteriormente utilizado para otros fines.

Pero la complejidad del problema radica en que la superación de la pandemia exige el estricto cumplimiento de las normas. Por eso resulta indispensable distinguir en cada situación, los atropellos policiales de la protección de la salud pública. Es tan incorrecta la justificación de cualquier acción de las fuerzas de seguridad, como la exaltación de un liberalismo ingenuo que impide actuar en situaciones sanitarias de excepción.

REVALORIZACIÓN DE LA SALUD PÚBLICA

Es importante registrar los elementos positivos del nuevo escenario. El más relevante es la revalorización de la salud pública. La pandemia ha demolido la creencia liberal, que atribuye a cada individuo la responsabilidad de su propia salud y propicia la conveniencia de gestionarla con un buen contrato de riesgo.

Esa tontería privatista ha quedado desmentida por el coronavirus. Se ha corroborado la inconsistencia de un régimen epidemiológico individualizado, que sólo puede responder a las necesidades corrientes. En todos los países se verifica que la salud es un bien público indispensable para la defensa del cuerpo social frente a las enfermedades[xliv].

La ideología neoliberal ha quedado muy golpeada en sus principios de individualismo, competencia y mercado. Ahora impera la necesidad de reglas opuestas de mayor presencia del estado, creciente regulación y primacía de la acción comunitaria.

La pandemia está provocando un terremoto conceptual entre los pregoneros de la privatización de la salud. Salta a la vista que ese sistema es totalmente inoperante en las emergencias sociales. Al igual que el sistema bancario se desmorona en los momentos críticos.

Esa verificación se corrobora en los países que han puesto sobre la mesa, la reconstrucción de un sistema sanitario estatal accesible a toda la población. En Irlanda se introdujo el status público de los hospitales privados. El gobernador de Nueva York ordenó utilizar los respiradores de los sanatorios de altos ingresos. La demanda de nacionalizar el sistema gana adeptos, especialmente en las naciones que continuaron cobrando los test cuando la pandemia ya había estallado.

Las incontables iniciativas de cooperación constituyen otro elemento positivo. Voluntarios que participan en el auxilio de los adultos mayores, organizaciones sociales que colaboran en el sostenimiento de la cuarentena, jóvenes que fabrican imaginativos protectores del contagio, cooperativas que se reconvierten para producir mascarillas. El reconocimiento y aplauso cotidiano a la heroica función que cumplen los médicos y enfermeros corrobora ese resurgimiento del sostén colectivo a una labor comunitaria.

En el terreno internacional esa revalorización de la acción solidaria está particularmente encarnada en el ejemplo de los médicos cubanos. Nuevamente los gestos de solidaridad provienen de un país que ofrece socorros, en lugar de encerrarse en su propia protección.

Cuba es una pequeña nación de la periferia que auxilia a las economías desarrolladas. Sus gestos retratan la contraposición entre el egoísmo y hermandad. Frente a la prohibición de exportar artículos medicinales que dispuso la Unión Europea, Italia solicitó ayuda a Cuba (y a China) que respondieron de inmediato.

Las redes sociales pueden convertirse en el gran canal de la nueva sensibilidad cooperativa que despunta con el coronavirus. Cumplieron un papel central en el entrelazamiento de las protestas globales del 2019 y ahora podrían conformar el tejido requerido para construir la respuesta popular al desastre capitalista.

EL BARÓMETRO DE LA ACCIÓN POLÍTICA

Numerosos movimientos populares han difundido programas para enfrentar la conmoción actual. Todos comparten propuestas de alcance mundial, frente a una calamidad que exige respuestas en ese plano. El perfil internacional retoma la tradición de los foros sociales de la década pasada y de dos movimientos de gran peso (feminismo y ecologismo) que actúan en el orden planetario. En los hechos todas las plataformas combinan demandas con un doble destinatario. Hay exigencias inmediatas dirigidas a los estados nacionales y propuestas que reclaman acciones a nivel mundial[xlv].

Todos los planteos enfatizan, ante todo, la necesidad de garantizar la cuarentena y la vida de la población. Resaltan la imperiosa urgencia de realizar los test al mayor número de personas, para actuar con eficacia en la contención del contagio. La protección de los trabajadores implica en muchos casos el derecho a permanecer en los hogares, con el pago integral del salario.

También se postulan medidas de centralización, intervención o nacionalización de la actividad sanitaria, junto a la supresión de la propiedad intelectual en el campo de la medicina. Se convoca a recaudar recursos con impuestos a las grandes fortunas y se exige la condonación de las deudas de la periferia.

Los programas propician, además, la suspensión de los desalojos y la introducción de un ingreso universal significativo. Es el momento oportuno y necesario para introducir la renta básica. La pandemia ha demostrado también la imperiosa necesidad de un cambio radical en la producción de alimentos. Son indispensables las formas cooperativas y el protagonismo estatal, para reducir las infecciones que genera el agro-negocio.

La crisis ha incentivado una nueva demanda de explicaciones que relacionen la pandemia con el capitalismo. Ahora se verifica que nuestras vidas son más importantes que las ganancias de los millonarios y que el capitalismo es la verdadera amenaza que afronta la sociedad.

Pero la batalla por la salud contra el lucro es una lucha política que no se procesa con declamaciones. El capitalismo no declinará por el simple efecto de la pandemia, ni desaparecerá en forma espontánea para abrir senderos de reinvención del comunismo[xlvi].

Dos siglos de experiencia confirman que el sistema actual no colapsa por sus propios desequilibrios. Sólo puede ser erradicado a través de la acción de los trabajadores. Las transformaciones sociales se nutren de intervenciones populares cohesionadas en torno a programas, proyectos y estrategias políticas.

El coronavirus no es el fin del mundo, pero podría dejar atrás el modelo de las últimas cuatro décadas. Ese desemboque requiere penalizar la codicia y premiar la solidaridad.

Notas:

[ii] Un panorama de esta tensión en: Husson, Michel. Neoliberalismo contaminado, 02/04/2020, https://vientosur.info/spip.php?article15793. Toussaint,  Eric. La pandemia del capitalismo, el coronavirus y la crisis económica, 20-3-2020, https://www.cadtm.org

[iii] Moody. Kim, Cómo el capitalismo del “just-in-time” propagó el Covid-19, 12-4-2020, https://www.laizquierdadiario.com

[iv] Ribeiro, Silvia. Coronavirus, agro-negocios y estado de excepción, 11-3-2020, http://www.redeco.com.ar

[v]VVAA, COVID-19 y los circuitos del capital,15/04/2020, https://vientosur.info/

[vi] Wallace, Rob. La agroindustria está dispuesta a poner en riesgo de muerte a millones de personas, 11/03/20, https://www.soberaniaalimentaria.info

[vii] Harvey, David. Política anticapitalista para la cuarentena, 27-3-2020, https://rebelion.org/

[viii]Un señalamiento semejante en: Badiou, Sobre la situación epidémica, 27-3-2020, http://lobosuelto.com

[ix]Ver: Boron, Atilio. La pandemia y el fin de una era, 3-4-2020. https://www.clacso.org, Saad Filho, Alfredo, 15-4-2020. Coronavirus, Crisis, and the End of Neoliberalism http://ppesydney.net

[x] Gines, Armando. Distorsiones y mentiras a propósito del coronavirus, 24-3-2020. https://www.alainet.org/es/articulo/205444, Bouamama, Said Autopsia de la vulnerabilidad sistémica de la globalización capitalista 17/04/2020, http://www.lacasademitia, Hanieh, Adam This is a Global Pandemic 27-3-2020, https://www.versobooks.com/blogs/4623

[xi] Goodman, Amy, Moynihan, Denis. Elecciones y movimientos populares en tiempos de pandemia, 10-4-2020 https://www.democracynow.org/es

[xii] Reich, Robert- Moralmente repulsivo cómo las corporaciones están explotando esta crisis, 26-3-2020 https://rebelion.org

[xiii]Giménez Paula, Trabucco Emilia. La universalización del encierro: del aislamiento a la liberación 26/03/2020  https://rebelion.org

[xiv]Friedman Thomas Es hora de pensar si hay una alternativa mejor que cerrar todo, 26-3-2020 https://www.lanacion.com.ar

[xv] “Un Nobel de Economía propone testeos masivos para frenar el coronavirus” 29-3-2020 https://www.lanacion.com.ar

[xvi] Sidera, Alba Bérgamo, la masacre que la patronal no quiso evitar, 10/04/2020. https://contrahegemoniaweb.com.ar, Turigliatto Franco Italia: hacia la crisis social 02/04/2020 https://vientosur.info/spip.php?article15800

[xvii] Aymat, Javier. La histeria interminable,  27-3-2020, https://www.infobae.com

[xviii]Agamben, Giorgio. La invención de una epidemia, 27-2-2020 https://ficciondelarazon.org/2020/02/27, Agamben, Giorgio. Reflexiones sobre la peste, 27-3-2020 https://lavoragine.net

[xix] Poch de Feliu Rafael. El Imperio y el Capital no cierran en domingo, 21-3-2020, https://rafaelpoch.com

[xx] Corradini, Luisa. Coronavirus: respetar las medidas de confinamiento, 22-3-2020 https://www.lanacion.com.ar

[xxi]Capdevila, Inés, El mundo después de la pandemia: cuatro preguntas que lo definirán, 22-3-2020. https://www.lanacion.com.ar/  Tanuro, Daniel. Ocho tesis sobre el Covid-19 10/03/2020 https://vientosur.info/spip.php?article15700

[xxii] Roberts. Michael. Confinados, 28-3-2020 https://www.sinpermiso.info/textos/

[xxiii]Colectivo Chaung, Contagio social: guerra de clases microbiológica en China Resumen Latinoamericano, 27-3-2020 https://www.resumenlatinoamericano.org/

[xxiv] Lin, Kevin. Cómo China contuvo la Covid-19 y el peligroso mundo que nos espera, 03/04/2020 https://vientosur.info/spip.php?article15812

[xxv] Du Xiaojun, Vijay Prashad e Weiyan Zhu. El papel de China ante el “corona shock”, 3-4-2020, https://www.brasildefato.com.br/

[xxvi]Sorman Guy «El gran perdedor con esta pandemia va a ser China», 6-4-2020 https://www.lanacion.com.ar

[xxvii] Haass, Richard. The Pandemic Will Accelerate History Rather Than Reshape, 7-4-2020, https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-04-07

[xxviii] Deyoung Karen; Sly Liz; Birnbaum, Michael. Con su aislacionismo, EE.UU. podría perder el liderazgo global, 28-3-2020, https://www.lanacion.com.ar/

[xxix]Cockburn, Patrick. El “momento Chernobyl” de Trump Estados Unidos podría perder para siempre su posición de superpotencia mundial, 03/04/2020 https://rebelion.org

[xxx] Coronavirus en Europa, 8-4-202, https://www.clarin.com/mundo.

[xxxi]Roberts, Michael. Fue el virus, 18-3-2020, http://www.laizquierdadiario.com

[xxxii] Ocampo, Emilio. El impacto económico del coronavirus, 16-3-2020 https://www.lanacion.com.ar

[xxxiii] Henwod, Doug. Esta recesión puede ser peor que la de comienzos de los años 30, 05/04/2020, https://www.sinpermiso.info/textos

[xxxiv] Reinhart, Carmen. «No se veía una crisis en la economía mundial así desde la Depresión del 30», 4-4-2020, https://www.clarin.com/economia

[xxxv] Página 12, 15-4-2020, 8-4-2020.

[xxxvi] Roberts, Michael ¿Una economía de guerra? 5-4-2020, https://kaosenlared.net/

[xxxvii] Resaltan esa diferencia: Alba Rico, Santiago, Herrero, Yayo ¿Estamos en guerra?, 24-3-2020 https://rebelion.org, Fakahany, Tamer. Pandemia de cornavirus, 26-3-2020.https://www.clarin.com/mundo/

[xxxviii] Halimi Serge. COVID-19, y la vida cambió ¡Ahora mismo! 10/04/2020 https://rebelion.org/ahora-mismo

[xxxix] Du Xiaojun, Vijay Prashad e Weiyan Zhu. El papel de China ante el “corona shock”, 3-4-2020 https://www.brasildefato.com.br/

[xl] Un experto en ese tipo de elucubraciones es Oppenheimer, Andrés. El impacto regional del coronavirus, 7-2-2020https://www.elnuevoherald.com/opinion

[xli]Natanson, José. Coronavirus e hipertelevisión, 28-3-2020/www.pagina12.com.ar

[xlii] Wolf, Martín «Es una catástrofe de la que acaso no nos recuperemos realmente por décadas», 1-4-2020 https://www.lanacion.com.ar

[xliii] Una visión semejante en Gindin, Sam. The Coronavirus and the Crisis This Time 10, 2020 https://socialistproject.ca/2020/ https://socialistproject.ca/2020/04

[xliv]Bihr, Alain. Por la socialización del aparato de salud, 21-3-2020, https://www.sinpermiso.info/textos

[xlv]A la luz de la pandemia global, pongamos la vida antes que el capital,.

Asamblea internacional de los pueblos e Instituto Tricontinental de Investigación Social, 21-3-2020. https://www.sinpermiso.info/textos

[xlvi] Como parece sugerir Zizek Slavoj. El coronavirus es un golpe al capitalismo a lo Kill Bill…,18-3-2020 http://esferapublica.org/nfblog

Fuente e imagen: https://rebelion.org/la-pandemia-que-estremece-al-capitalismo/

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Tener superpoderes: la lectura como experiencia de emancipación

Por: Amador Fernández Savater

¿Es la lectura algún tipo de experiencia subversiva hoy día? ¿Habilita modos de estar en el mundo heterogéneos, a contracorriente o en ruptura con los hegemónicos?

Sabemos que fue así en el pasado. Lo demuestra por ejemplo Germán Labrador en Culpables por la literatura, un formidable trabajo histórico-ensayístico sobre la contracultura española a lo largo de tres generaciones: los progres del 68, los libertarios del 77 y los modernos del 84.

Labrador parte de la idea de que el franquismo no fue solo un régimen político o una ideología autoritaria, sino también la producción y reproducción de un tipo de cuerpo: unos afectos y unos hábitos, una percepción y una sensibilidad, unas capacidades y unas intolerancias. A través de las instituciones disciplinarias del momento, mediante la represión y la violencia, el franquismo fabrica en serie un tipo de cuerpo a partir del mismo patrón: el cuerpo del líder –y de su consorte, modelo femenino– como imagen a imitar, replicar, encarnar.

Si el poder tiene una dimensión somática, la revuelta también: la contracultura consistió en deshacerse de ese cuerpo impuesto y darse otro, capaz de sentir, pensar y hacer distinto. Una transformación a la vez feliz y dolorosa, festiva y a la vez violenta, como testimonia la figura de Leopoldo Panero que dijo: “Yo me destruyo para saber que soy yo y no todos ellos”.

Se trataba de desaprender físicamente la dictadura: en los movimientos estudiantiles, los espacios homosexuales, a través de la música, las drogas… o la literatura. Esta funcionó entonces como tecnología de liberación, como territorio y materia de las transformaciones. La lectura movilizaba el deseo de vivir otra vida, de convertirse en otro, de ser otro. Un lobo estepario, el volcán de Lowry, Rimbaud, Artaud o el Capitán Trueno para la imaginación infantil: ser en todo caso un cuerpo capaz de vivir aventuras, más allá de la vida encogida bajo el franquismo.

La literatura concedía “un traje de Superman”, dice Labrador, a través del cual vivir dos vidas, muchas vidas, con la imaginación espoleando al deseo para funcionar de otro modo y querer otras cosas. Es el “lector arrebatado” dispuesto a vivir según el lenguaje, a creerse lo que lee, a encarnar las lecturas. La emancipación no solo ocurría en los espacios propiamente políticos, sino también en los cuartos, en las actividades aparentemente privadas, en los sueños.

El franquismo se hunde cuando ya no es capaz de inscribirse en los cuerpos. Ese es el fondo oscuro e inadvertido de la batalla por el cambio sobre el cual sucede la transición española. Y es lo que nos permite ver y valorar mejor el libro de Germán Labrador.

¿Y hoy, implica la lectura algún tipo de revuelta? Se me ocurren al menos dos respuestas positivas posibles.

La primera dice más o menos así: vivimos actualmente en la sociedad del espectáculo donde el mundo se nos presenta a diario como un conjunto de fogonazos mediáticos sin vínculos ni memoria. Nada lleva a nada y todo se evapora de inmediato. Lo que esta sociedad fabrica en serie es el “espectador” o el “opinador” de las redes sociales: un sujeto gregario y morboso, manipulado y desinformado, volátil y amnésico. En el fondo un no-sujeto.

En sus Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Guy Debord opone justamente el lector al espectador. El cuerpo del lector al cuerpo del espectador. Frente a la imagen donde “se puede yuxtaponer de todo”, que “no deja tiempo a la reflexión” y nos reclama pura “adhesión a lo existente”, la lectura es subversiva porque nos “exige un verdadero juicio a cada línea y solo ella puede darnos acceso a la vasta experiencia pre-espectacular”.

La lectura para Debord es el ejercicio crítico por excelencia. A través de un esfuerzo lineal y progresivo, se sigue un razonamiento, se comprueba si se sostiene, si una cosa se deduce de la otra. La lectura es una práctica de descodificación de sentido donde se discrimina lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo. El sujeto crítico es un lector y sobre todo un lector del mundo, capaz de atravesar la opacidad estratégica del espectáculo y leer la realidad como se lee un texto. En ese libro Debord se presenta a sí mismo como el último gran lector, calificado para relacionar los hechos y pensar históricamente lo que se presenta como fenómenos aislados y sin pasado.

La dimensión subversiva de la lectura ya no habría que buscarla entonces en su capacidad utópica de plantear otros mundos posibles, sino en los superpoderes de la razón, la lógica y el conocimiento histórico dentro de un mundo que nos quiere fundamentalmente estúpidos.

Una segunda respuesta positiva sería la lectura como ejercicio de transformación de uno mismo. La lectura como “ejercicio espiritual”, podríamos decir siguiendo a Pierre Hadot, que nombra así las prácticas de auto-transformación entre los filósofos (estoicos, epicúreos, cínicos) de la Grecia antigua. ¿En qué sentido sería subversiva hoy la lectura como ejercicio espiritual?

El neoliberalismo también es un poder que produce y reproduce un tipo de cuerpo: en este caso el de un sujeto siempre movilizado, disponible y conectado, en constante superación de sí mismo y competencia con los demás, azuzado por la obsesión de “siempre más” (más rendimiento, más productividad, más consumo, etc.). El cuerpo-modelo a imitar hoy sería el del deportista, el youtuber, la celebridad…

La lectura, entendida como ejercicio espiritual, crea una forma de vida bien distinta: como disciplina de la atención, del estar-ahí y no en mil sitios y ninguno a la vez; como interrupción a través del silencio y del recogimiento de la carrera enloquecida del hámster en su rueda; como actividad que lleva incorporada la recompensa en sí misma y no es solo medio o instrumento de una finalidad exterior…

La lectura es un ejercicio de “pasividad activa”: por un lado, supone entrar en el mundo que otro te propone, salir de uno mismo y dejarse afectar; por otro lado, exige responder a lo que se lee y ser capaz de crear sentidos propios. El cuerpo que lee es muy distinto por tanto al sujeto incapaz de vérselas con la alteridad y al sujeto que se limita a consumir lo que se le presenta empaquetado.

El lector no se desconecta del mundo, sino que lo habita de otro modo, experimentando con los sentidos, poniendo en relación lo que lee y lo que ha leído, lo que lee y lo que ha vivido. Altísima intensidad de una inmovilización tan solo aparente, el cuerpo del lector corta en seco la fuga hacia adelante del sujeto de rendimiento neoliberal y hace una experiencia plena del presente.

Del lector arrebatado al lector disciplinado: los superpoderes que nos otorga la lectura hoy son distintos a los del pasado. No tanto imaginarnos seres distintos, como estar más presentes. No tanto vivir dos vidas, como intensificar la vida que hay. No tanto fugar hacia un mundo alternativo, como estar aquí y ahora.

Lectura como ejercicio utópico, lectura como ejercicio crítico, lectura como ejercicio espiritual: el mundo y las formas de dominio cambian, pero la lectura encuentra siempre el modo de ser una revuelta.

Fuente e imagen: https://www.filosofiapirata.net/tener-superpoderes-la-lectura-como-experiencia-de-emancipacion/
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Es criminal

Por: Marisol Vicens Bello

Esta crisis sanitaria mundial, si bien ha golpeado todos los países, habiendo iniciado incluso en los más ricos y en las clases sociales más altas, desnuda crudas realidades, desmonta muchos mitos y penosamente pone en evidencia que, si bien el virus afecta por igual a todos, existen grandes desigualdades para enfrentar sus consecuencias y tener la posibilidad de protegerse de este o curarse.

La República Dominicana es quizás de los países de la región menos preparados para soportar la crisis, entre otras razones por algo denunciado desde hacía años, la baja inversión en salud y la mala calidad de esta, principalmente por la corrupción y la deficiente gestión.

La crisis nos encontró con un sistema sanitario muy deficiente a pesar de que en los últimos años las autoridades han invertido importantes recursos públicos en construcción, remodelación y equipamiento de hospitales, pero con muchas falencias y corrupción, en el cual se ha invertido poco en la buena preparación de los recursos humanos tanto médicos como paramédicos y en garantizar la formación en especialidades importantes en las cuales tenemos grandes carencias.

Aun bajo los efectos de esta pandemia que ha arrodillado al mundo y que debería servir como una gran lección para la humanidad la gente generalmente actúa simplemente como es, el generoso, haciendo el bien, el malvado haciendo el mal, el responsable cumpliendo, el irresponsable violentando y los corruptos aprovechándose del sistema como siempre lo han hecho.

También con un mercado laboral con un altísimo porcentaje de informalidad de alrededor de 57%, un Código de Trabajo desactualizado a pesar de años de discusiones y de existir un anteproyecto de modificación presentado por la comisión tripartita que fuera designada a los fines, el cual entre otras cosas no está al día en las tendencias internacionales del trabajo a distancia que el covid19 nos ha impuesto realizar a algunos, y una escasa conciencia sobre la carga laboral de los empleos formales y baja valoración de estos, por enfocarse únicamente en el monto de los salarios y olvidar la importancia de contar con las protecciones y derechos de que goza un empleado formal.

Con un sistema educativo público que a pesar de la inversión del 4% del PIB en educación ejecutada por la presente administración tiene enormes asimetrías con el privado, las cuales se reflejan en la odiosa dicotomía de que mientras en el público los estudiantes no están recibiendo clases y no se sabe aún que pasará con el año escolar, en buena parte del privado esto no impactará por poder continuar con el programa virtualmente.

Una justicia anclada en el pasado, con reformas pendientes de nuestros códigos napoleónicos del siglo XIX con un pernicioso hiper formalismo y necesidad de actuaciones presenciales y de depósitos de documentos físicamente, que forzosamente en limitados casos finalmente ha implementado la tecnología de audiencias virtuales. Y es que a pesar de la propaganda estábamos muy lejos de una República Digital, y eran muy limitados los procesos en línea.

Un sistema de compras y contrataciones públicas con muchas debilidades, con un marco normativo deficiente cuya modificación hace tiempo se espera, que ha provocado que las instituciones que quieren hacer las cosas transparentemente como ha sido el caso del Tribunal Constitucional, el Ayuntamiento del Distrito Nacional y otras, se vean en la necesidad de buscar en organismos internacionales como el PNUD la vía para escapar de los entuertos y riesgos del sistema, y que muchas empresas reconocidas prefieran no licitar por los intríngulis de unas contrataciones manejadas muchas veces para favorecer a proveedores favoritos que cambian de objeto social como de camisa.

Aun bajo los efectos de esta pandemia que ha arrodillado al mundo y que debería servir como una gran lección para la humanidad la gente generalmente actúa simplemente como es, el generoso, haciendo el bien, el malvado haciendo el mal, el responsable cumpliendo, el irresponsable violentando y los corruptos aprovechándose del sistema como siempre lo han hecho.

Esa malvada corrupción que históricamente tanto daño nos ha causado en momentos como estos adquiere ribetes patéticos y fuerza admitir que simplemente es criminal cualquier intento de aprovecharse de la tragedia, aunque esto no sea nuevo en el país, ni sea único en el mundo, independientemente de la seriedad de algunos buenos funcionarios que lamentablemente ni ayer ni hoy han podido garantizar que se erradique este execrable mal.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8803353-es-criminal/

Imagen: https://pixabay.com/illustrations/dna-genetic-material-helix-proteins-3539309/

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La escuela tras el coronavirus

«Quien es consciente de los límites de la vida sabe cuán fácil de conseguir es lo que elimina el dolor por una carencia y lo que hace lograda una vida entera. De modo que para nada reclama cosas que traen consigo luchas competitivas.»

Epicuro, Máximas capitales.

Parecía imposible pero, de un día para otro, las clases se suspendieron. El alumnado de infantil y primaria se preguntaba —nos preguntaba— sin cesar cuándo volvería al cole mientras en secundaria, ambivalentes entre la alegría y el desconcierto, se preparaban para unas vacaciones improvisadas. Pero no fue esto lo que sucedió, la preocupación por los contenidos se impuso y enseguida se empezaron a mandar deberes y trabajos, comenzaron a darse clases por videoconferencia, se celebraron juntas de evaluación, reuniones… El profesorado se agobió por no poder acabar las programaciones y trató de continuar al mismo ritmo. Se trataba de no parar, de que no cambiara casi nada cuando había cambiado casi todo. Enseguida, sin embargo, se hizo patente que continuar como de costumbre era un callejón sin salida.

El parón provocado por la crisis de la COVID-19 nos ha dado, a partir de la experiencia, una nueva e inesperada perspectiva acerca de la educación. Nos ha concedido unas nuevas reglas de medida para pensar en lo que está de más y lo que falta, no solo en la escuela, sino en todos los aspectos de nuestras vidas. Esta ruptura es un lugar desde el que se abre la posibilidad de pensar con lucidez qué educación —y qué cultura— queremos de ahora en adelante.

Debemos tener siempre presente, no obstante, que esta no va a ser una crisis que vaya a quedar en nuestra memoria como una anécdota del pasado. Es la antesala para Occidente de un sinnúmero de crisis —aún en ciernes aquí— que ya se ceban con las vidas de muchas personas y pueblos en gran parte del planeta: el cambio climático, el agotamiento de minerales claves, las migraciones climáticas, el declive de la energía disponible, el fin de la era de los combustibles fósiles, la sexta gran extinción de biodiversidad, la falta de democracia real, el horror de las guerras, las hambrunas y otras tantas epidemias —que aquí no preocupan—. Sin embargo la crisis del coronavirus parece, en parte, reversible y podría darnos la oportunidad de aprender de ella y retomar el camino en una dirección diferente, no dejemos que se cierre esta grieta.

El punto de partida para ello es hacernos conscientes —y hacernos cargo— de dos cuestiones fundamentales que nos atañen como especie. La primera de ellas es nuestra naturaleza interdependiente y ecodependiente, la segunda nuestra construcción cultural. De la primera no podemos huir, somos seres limitados que habitan un planeta finito y debemos apoyarnos en las estructuras comunitarias y en los recursos naturales para poder sobrevivir. La segunda —nuestra construcción cultural— define, entre otras cosas, cómo interaccionamos con nuestra naturaleza humana, lo que se evidencia en esta circunstancia de pandemia es que la cultura occidental hegemónica nos hace ignorar los límites que imponen las realidades materiales que sustentan la vida. Traer a nuestro sentido común la idea de límite y saber situar sus distintas facetas nos ayudará a abrazar una nueva cultura de la tierra que nos prepare para afrontar las circunstancias venideras sin caer en negacionismos tecnólatras pero sin perder la esperanza en la posibilidad de que siga habiendo vidas que merezcan la pena ser vividas. No se trata de negar la catástrofe por venir sino de poner la proa a las olas para resistir el temporal con los conocimientos que nos permitan evitar los daños en la medida de lo posible.

Uno de las cosas que ha quedado más clara es la importancia del territorio vivo, la posibilidad de moverse, de disfrutar y vincularse a diferentes lugares. Las pantallas no son suficientes, los humanos tenemos la necesidad de movernos, correr y saltar. Queremos aire libre, recorrer las calles, pisar el suelo y estar en la naturaleza, lo que converge con la necesidad de una educación en el territorio, que necesita ser conocido, comprendido, querido, cuidado, no destruido y rehabilitado. Esto nos permitiría entender que los recursos —comida, agua, electricidad— que siguen llegando diariamente a nuestras realidades asfaltadas proceden de la esquilmación de territorios lejanos.

El territorio y la cultura conforman los paisajes, que están íntimamente ligados con las comunidades en tanto que se transforman mutuamente de manera constante. No se podría entender de otra manera el papel que están jugando los balcones en este momento de confinamiento como tampoco se entiende la ayuda mutua sin la proximidad cuando la movilidad se ve reducida. Y aunque ha quedado claro el potencial de la ayuda mutua es importante pensar en cómo se van a articular las redes que la hacen posible cuando salgamos de esta circunstancia.

A ese respecto estamos viendo que el contacto y la interacción pasan a ser cuestiones de primer orden. El ser humano necesita de la interacción, que es un factor clave tanto para ser como para aprender. Los lenguajes, los saberes, la ciencia, las artes o la alimentación se crearon en interacción y se suele ser feliz en interacción. Esto, que es una de las cuestiones que evidencian nuestra interdependencia, hace añicos la fantasía de la individualidad y de la autosuficiencia. Todos los cuerpos son vulnerables, todo el mundo necesita tarde o temprano ser cuidado, escuchado o atendido tanto como cuidar, escuchar o atender. Entre otras cosas esto quiere decir que tendremos que redefinir la idea del yo y ampliar el ámbito de la educación emocional para que también incluya la red de ayuda y los procesos que hacen posible la vida.

Sin duda los centros escolares son uno de los lugares de mayor densidad relacional y cumplen funciones de articulación de la comunidad. Son lugares clave para el procesamiento de información de las vidas humanas con nombre propio, donde importan las personas concretas: el alumnado, las familias y sus necesidades son más que un objetivo de mercado. En especial la escuela pública permite, por su criterio de territorialidad por encima del de clase, conocer las necesidades y las posibilidades de ayuda mutua en entornos plurales. Por esto la escuela debe tomar nota de todo lo anterior y plantear formas de aprendizaje que pongan la interacción y la construcción colectiva en el centro de las metodologías y no los recursos tecnológicos —echamos de menos a las personas, no a las cosas—.

Pero no basta con un parche metodológico, se debe poner en el centro el cuidado, la comprensión y la práctica de la interdependencia y en ese sentido entender que comprender la vida incluye también asimilar la muerte —y el resto de límites a los que nos enfrenta la finitud de las cosas— y legitimar las despedidas y los duelos. Así, también, deberíamos dar un primer ejemplo y asumir que las posibilidades de cumplir con el currículo y las evaluaciones mientras la comunidad educativa está confinada es una quimera al toparse con el amplio abanico de dificultades y limitaciones que enfrentan los hogares. En definitiva, las escuelas tienen la posibilidad de ejercer un papel decisivo para fortalecer la comunidad y mantener, alimentar y sostener este potencial colectivo en los momentos en los que su importancia no sea tan visible.

Además, con las escuelas cerradas, vemos tremendamente agrandada la brecha social preexistente. Nos damos cuenta como nunca antes de cómo contiene y palia muchas desigualdades sociales que en este momento se hacen muy evidentes.

Por otro lado ha quedado claro también que la economía, lejos de tener reglas propias y autónomas, depende de los cuerpos humanos y de la trama de la vida. Esta crisis obliga a bajar la mirada del capitalismo financiero a los cuerpos y a la tierra ya que la ilusión de que el capital y la tecnología podrían librarse de la naturaleza y de la fuerza de trabajo ha quedado aniquilada por la vulnerabilidad de los cuerpos ante un virus. También se pone de relieve la futilidad de los indicadores económicos —en los que los gobiernos se basan de forma ciega para tomar decisiones de índole política—, que han descendido a mínimos cuando se han detenido las actividades superfluas y solo se han mantenido aquellas actividades imprescindibles para la población (aunque pudiéramos cuestionar qué actividades económicas son realmente imprescindibles en esta decisión y cuáles no, como el consumo de carne, la alta disponibilidad energética, el control policial en sus distintas formas o el despliegue militar entre otras muchas).

No solo debemos ver esta cuestión con respecto al trabajo asalariado, pues también sería imposible la viabilidad de nuestro sistema económico —y de la vida— sin el trabajo gratuito de cuidados que históricamente han hecho y siguen haciendo mayoritariamente las mujeres y que se sigue manteniendo invisibilizado y desvalorizado.

Lo que estamos constatando, a fin de cuentas, es que esta crisis pone de relieve las vulnerabilidades que previamente pasaban más desapercibidas: la precariedad laboral, la insolidaridad intrínseca de la sanidad privada, la dependencia de un sistema financiero fundamentado en la avaricia, el reparto injusto de los bienes y recursos o los problemas de hiperespecialización e hipermovilidad de la globalización. Queda al descubierto quiénes tienen red, quiénes se benefician de un colchón económico, quiénes gozan de seguridad laboral, quiénes disponen de tiempo y espacio y quiénes no; quienes cuidan y quienes no pueden ser cuidados; quiénes tienen medios para poder continuar con un aprendizaje a distancia y quiénes no tendrán acceso a estos y se quedarán atrás.

El currículo, por tanto, tiene que prestar atención a estas cuestiones fundamentales. Debe encargarse de visibilizar los trabajos invisibles, explicar las lógicas que separan lo público, lo común y lo privado, analizar la globalización, cuestionar los modelos económicos que nos llevan al abismo y proporcionar una mirada crítica con las creencias ingenuas —o interesadas— con el futuro del capitalismo y la tecnología. Las próximas crisis —que revestirán mayor gravedad y serán menos reversibles— no nos pueden sorprender sin la justicia rehabilitada, sin cobertura social para todo el mundo ni sin sistemas para resolver las necesidades esenciales de toda la población y de las generaciones futuras.

La tímida, aunque vistosa, recuperación de la naturaleza durante el confinamiento pone de manifiesto que las lógicas del capital —que necesitan de una aceleración constante— actúan en contra de las lógicas de la vida. El crecimiento material ilimitado y la supervivencia responden a dinámicas contrapuestas, por lo que se hace evidente la necesidad de ralentizar, simplificar, disminuir y redistribuir. Que esto se produzca a partir de un shock y por imperativo, sin embargo, deja atrás a las personas más vulnerables, por ello planteamos que las políticas de decrecimiento se deben llevar a cabo sin perder nunca de vista la justicia social. Poner las vidas en el centro será el pilar central de una educación para el decrecimiento material.

Estamos aprendiendo las cosas que nos hacen felices y nos permiten sobrevivir sin dañar el planeta. El encierro nos hace vislumbrar el valor del ejercicio corporal, de la música, los juegos, la creatividad o las artes, cuestiones todas arrinconadas en los currículos. De igual forma se han visto claramente los límites de la interconexión tecnológica para el aprendizaje, para el amor y para la vida buena. Tras tantas horas dedicadas a las pantallas, una cosa queda clara: ni el alumnado, ni el profesorado ni las familias querrán sustituir la educación presencial por la virtual.

La escuela en que crezcan las personas que den un giro al rumbo ecocida y suicida de nuestra sociedad tendrá que estar llena de debates, de creatividad y también de contenidos cuidadosamente escogidos, de conocimiento riguroso y de apreciación de lo bello. Generar procesos que hagan a las personas más reflexivas, críticas, sensibles, empáticas y comprometidas solo es posible si podemos vernos y tocarnos. No podemos creer, además, que estos procesos tendrán éxito si solo se dan sobre una parte de la población, solo serán reales si son accesibles para todo el alumnado a través de una escuela pública fuerte capaz de minimizar las diferencias socioculturales y económicas.

La educación es para la vida sencilla, la vida justa y para el cuidado de la vida, si no, es otra cosa.

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Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/04/28/la-escuela-tras-el-coronavirus/

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Distanciamiento Social

Por: Giorgio Agamben

 

“No sabemos dónde nos espera la muerte, esperamos en todas partes. La meditación de la muerte es la meditación de la libertad. Aquel que ha aprendido a morir, ha dejado de servir. Saber cómo morir nos libera de toda sujeción y toda constricción”. Michel de Montaigne

 

Dado que la historia nos enseña que todo fenómeno social tiene o puede tener implicaciones políticas, es apropiado registrar cuidadosamente el nuevo concepto que ha entrado en el léxico político de Occidente hoy en día: “distanciamiento social”. Aunque el término se ha producido probablemente como un eufemismo para la crudeza del término “confinamiento” utilizado hasta ahora, hay que preguntarse qué cosa podría ser un orden político fundado en él. Esto es tanto más urgente cuanto que no se trata sólo de una hipótesis puramente teórica, si es cierto, como se ha dicho desde muchos sectores, que la actual emergencia sanitaria puede considerarse como el laboratorio en el que se preparan los nuevos dispositivos políticos y sociales que esperan a la humanidad.

Aunque hay, como siempre ocurre, los tontos que sugieren que tal situación puede considerarse ciertamente positiva y que las nuevas tecnologías digitales han permitido durante mucho tiempo comunicarse felizmente a distancia, no creo que una comunidad basada en el “distanciamiento social” sea humana y políticamente vivible. En cualquier caso, sea cual sea la perspectiva, me parece que es sobre esta cuestión sobre la que debemos reflexionar.

Una primera consideración se refiere a la naturaleza verdaderamente singular del fenómeno que han producido las medidas de “distanciamiento social”. Canetti, en esa obra maestra que es Masa y Poder, define la masa en la que se basa el poder a través de la inversión del miedo a ser tocado. Mientras que los hombres suelen temer ser tocados por el extraño y todas las distancias que los hombres establecen a su alrededor surgen de este temor, la masa es la única situación en la que este temor se invierte en su opuesto. “Sólo en la masa puede el hombre redimirse del miedo a ser tocado… Desde el momento en que nos abandonamos a la masa, no tenemos miedo a ser tocados… El que se nos acerca es igual a nosotros, lo sentimos como nos sentimos a nosotros mismos. De repente, es como si todo ocurriera dentro de un solo cuerpo… Esta inversión del miedo a ser tocado es peculiar de la masa. El alivio que se difunde en ella alcanza una medida llamativa cuanto más densa es la masa”.

No sé qué habría pensado Canetti de la nueva fenomenología de la masa a la que nos enfrentamos: lo que las medidas de distanciamiento y pánico social han creado es ciertamente una masa, pero una masa en ascenso, por así decirlo, formada por individuos que se mantienen a toda costa a distancia unos de otros. Una masa que no es densa, por lo tanto, sino enrarecida y que, sin embargo, sigue siendo una masa, si ésta, como señala Canetti poco después, se define por su compacidad y pasividad, en el sentido de que “un movimiento verdaderamente libre no le sería posible en modo alguno… espera, espera un líder, que debe serle mostrado”.

Unas páginas más tarde, Canetti describe la masa que se forma por una prohibición, “en la que muchas personas reunidas quieren dejar de hacer lo que habían hecho como individuos hasta ese momento”. La prohibición es repentina: se la imponen a sí mismos… en cualquier caso les afecta con la mayor fuerza. Es categórica como una orden; para ella, sin embargo, el carácter negativo es decisivo”.

Es importante no dejar escapar que una comunidad fundada en el distanciamiento social no tendría, como se podría creer ingenuamente, que ver con un individualismo empujado al exceso: sería, por el contrario, como la que vemos hoy en día a nuestro alrededor, una masa enrarecida fundada en una prohibición, pero, precisamente por eso, particularmente compacta y pasiva.

Fuente e imagen: https://ficciondelarazon.org/2020/04/07/giorgio-agamben-distanciamiento-social/

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