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El giro de Trump hacia lo desconocido

Por: Claudio Katz

El triunfo de Trump ilustra cómo la derecha capitaliza actualmente el descontento popular generado por la mundialización neoliberal. Esa victoria profundiza las tendencias emergieron con el Brexit y el crecimiento de partidos reaccionarios de Europa.

La localización protagónica de este proceso en la primera potencia es un acontecimiento mayúsculo. Estados Unidos es el epicentro de la globalización capitalista y sus procesos internos impactan sobre todo el planeta.

Las causas del ascenso de un personaje tan nefasto están a la vista. Trump encarna el fastidio con la degradación social que padece la principal economía del mundo. Pero más complejo es dilucidar el significado de la convergencia entre los votantes conservadores habituales y la masa de trabajadores blancos empobrecidos.

Las clasificaciones de Trump como outsider, populista o fascista abren mayores interrogantes. ¿Intentará concretar su proclamado giro hacia el proteccionismo? ¿Modificará las alianzas internacionales para consumar un repliegue hacia el aislacionismo? ¿Precipitará un viraje general hacia la desglobalización?

DECEPCIÓN Y HARTAZGO

En un país con bajísimo nivel de concurrencia a los comicios, Trump logró convocar a todos sus sufragantes. Por el contrario potenció la deserción de los votantes del partido demócrata y afianzó el abandono que ya sufrió Obama en todas las elecciones de medio término. Se impuso el voto castigo contra una gestión que defraudó a sus adherentes.

Los primeros decepcionados fueron los afroamericanos, que bajo el gobierno del primer presidente negro afrontaron mayores padecimientos. La desigualdad socio-racial aumentó y los asesinatos policiales destruyeron familias a un ritmo vertiginoso.

Las cárceles retratan este hostigamiento racial. Casi el 40% de los apresados son afroamericanos. Uno de cada seis integrantes de esa comunidad ha estado en prisión desde el 2001. Un sistema medieval racista de encarcelamiento que rige en el país continuó penalizando a los pobres y a las minorías.

Obama defraudó, en segundo lugar, a la comunidad latina. No implementó la ansiada reforma migratoria y deportó a 2 millones de indocumentados. Además, mantuvo en pie el alambrado que se construye en la frontera con México desde 2006. Trump exige completar y perfeccionar ese muro.

También fueron decepcionados los que esperaban una recuperación de las libertades democráticas. Se mantuvieron las leyes de persecución y espionaje interno instauradas por Bush. Con el pretexto de “luchar contra el terrorismo” fueron reforzados todos los mecanismos del Estado policial.

Los presos políticos emblemáticos de la lucha afroamericana (Mumia), portorriqueña (Oscar López Rivera) e indígena (Pleiter) siguieron en la sombra. Guantánamo no fue cerrada y se redobló la persecución del FBI contra el periodismo crítico.

Pero el sector más desengañado con Obama fueron los asalariados, que continuaron soportando un deterioro mayúsculo de su nivel de vida. La contraparte de esa degradación fue la convalidación del socorro otorgado a los bancos.

También la deslocalización de empresas continuó destruyendo el viejo tejido industrial. Desde 1994 emigraron quince fábricas por día sepultando 6 millones de puestos de trabajo. Las compañías que pagaban en Michigan 20 dólares por hora, desembolsan actualmente en México tres dólares por la misma labor.

Las consecuencias sociales de esta reconversión han sido escalofriantes. Se masificó el consumo de drogas, los niveles de educación y salud cayeron brutalmente y declinó el promedio de vida de los asalariados blancos.

Hillary no sólo defendió esta gestión demoledora del sueño americano. Careció del encanto y la novedad que ofreció Obama y no pudo disimular la red de corrupción que forjó en torno a la Fundación Clinton. El rechazo a una candidata con poco carisma y nula decencia gatilló la victoria de Trump.

UNA SORPRESA CON MUCHAS EXPLICACIONES

El perfil reaccionario de un presidente estadounidense no es una novedad. Trump encarna una vieja tradición rural y protestante, que con el TEA Party afianzó el perfil ultra-conservador de los líderes republicanos.

El millonario extremó todos los tópicos de esa tendencia, con retóricas machistas, insultos a las minorías y denigraciones de la mujer. Tildó de violadores y traficantes de drogas a los dirigentes de incontables comunidades.

No se privó, además, de exhibir su afinidad con la Asociación Nacional del Rifle, en un país sacudido por balaceras cotidianas. Repitió todos los delirios de la derecha cristiana sobre el creacionismo anti-darwiniano y ponderó la enseñanza religiosa para atacar el aborto y el matrimonio igualitario.

Pero Trump logró desbordar este cerrado entorno derechista al conquistar la adhesión de los trabajadores blancos empobrecidos. Capturó el voto de los distritos industriales con un doble mensaje de crítica a los empresarios (que deslocalizan plantas) y a los inmigrantes (que “usurpan” puestos de trabajo).

Su discurso xenófobo fue brutal. Culpabilizó a los extranjeros por el desempleo, exigió el cierre de las fronteras y reclamó deportaciones masivas. Obtuvo su nominación cuando potenció esa retórica chauvinista.

El apoyo que logró en la clase obrera no atenúa en lo más mínimo su carácter reaccionario. Algunas miradas edulcoradas olvidan este dato, al resaltar exclusivamente su captura del descontento popular. Ciertamente canalizó ese malestar, pero en una dirección muy regresiva y contrapuesta a los intereses de los oprimidos.

Trump reavivó los prejuicios de los trabajadores frente al nuevo patrón inmigratorio de los hispanos, que mantienen su identidad sin repetir la asimilación a la sociedad estadounidense.

En ese cuadro de gran mutación demográfica y cultural, el millonario ensanchó también la grieta con las minorías que obtuvieron logros legislativos bajo la administración demócrata. Impugnó todas las políticas asistenciales y focalizadas de esa gestión.

Trump se embanderó con los slogans de la anti-política. Descargó sus municiones contra la “casta de Washington”, aprovechando el generalizado hastío con los privilegios a la partidocracia.

El locuaz demagogo se calzó el disfraz de individuo ajeno a esos contubernios y usufructuó del desprestigio que comparten los demócratas con los republicanos. Las diferencias que separaban ambas formaciones se han diluido y desde hace muchos años los asalariados no se alinean con los primeros y las élites acomodadas no sostienen a los segundos. ¿Pero Trump ofrece algo distinto?

OUTSIDER, PERO NO ANTISISTEMA

El nuevo presidente exhibe con orgullo su condición de potentado y reforzó la idealización del capitalista que impera en Estados Unidos. Reavivó también la fábula que asimila el éxito en los negocios con la capacidad para dirigir un país. Olvidó recordar cómo refutaron esa creencia los últimos millonarios que habitaron la Casa Blanca.

Pero Trump combina un cuantioso manejo de recursos propios con la marginalidad política previa. Es un outsider que llega a la presidencia sin pasar por el filtro del Congreso o las gobernaciones. Desde la periferia del partido republicano logró doblegar al establishment de esa organización.

Primero se instaló como figura pública a través de un reality show que escenificaba su propia vida como descarnado capitalista. Luego construyó su carrera desafiando a los popes de la comunicación que objetaban ese estilo. Por esa vía capturó el creciente malestar de la población con los medios, que manipulan encuestas y políticos según las conveniencias del momento.

Con esa beligerancia contra los formadores de opinión Trump afianzó su imagen de personaje divorciado de las oscuridades del poder. Emergió como un outsider, pero no es ajeno, ni contrapuesto al sistema. Es un exponente de la clase dominante que oprime al pueblo estadounidense. Con una nueva carga de brutalidad y demagogia pretende contrapesar la desprestigiada hipocresía de los Obama-Clinton.

Trump es un servidor de la clase capitalista. La imagen de extraviado que difunde la elite neoliberal oscurece esa función. Ciertamente dice cosas horripilantes e inverosímiles pero su estrategia no es alocada. Pretende recomponer un sistema político carcomido por la crisis económica que desató el colapso financiero del 2008.

Muchos piensan que intentará esa reorganización con los métodos del populismo. Pero cuestionan la demagogia y el nacionalismo sin aclarar su singularidad política. Trump tenderá a ejercer el gobierno en forma más directa sorteando una estructura institucional en crisis.

Seguramente adoptará una actitud más cesarista frente a los contrapesos que filtran la práctica presidencial. Pero las facultades que tendrá para designar titulares de la Corte Suprema, no le ahorrarán duras negociaciones con el establishment republicano.

Quizás la trayectoria de Berlusconi sirva como antecedente para anticipar la conducta de Trump. Al igual que el norteamericano emergió del universo mediático frente al colapso del sistema político. Finalmente puso en práctica una gestión muy derechista sin alterar el status quo.

Trump es visto también como un líder fascista que podría repetir las tragedias del siglo XX. Su discurso racista tiene muchos ingredientes de este tipo. La gritería contra los inmigrantes rememora la violencia del Ku Klux Klan, que tiene un potencial heredero en las milicias de los suprematistas blancos. Un conocido exponente de esos cavernícolas (Banon) ha sido designado en un alto cargo.

Pero estos elementos distan de configurar un escenario próximo al fascismo. Esta modalidad no está en la agenda próxima de la clase dominante. Se avecina una crisis con otro tipo de disyuntivas.

CONTRADICCIONES ECONÓMICAS

Dado el récord de mentiras que acumula Trump sus próximos pasos son imprevisibles. Ha sido ridiculizado como un acabado exponente de la “pos verdad”. No esperaba llegar a la presidencia y carece de equipos. Por eso recién en las próximas semanas se sabrá qué porcentaje ensayará de sus pomposos anuncios. Deberá clarificar en qué consiste su intento de “hacer nuevamente grande a América”.

Trump prometió efectivizar un acelerado proceso de reindustrialización, premiando a las empresas que reinviertan en el país. Pero el monto de los subsidios -para compensar las diferencias de beneficio que genera la deslocalización- es monumental.

Las compañías que emigran no son marginales. Agrupan a un importante segmento de corporaciones que ha internacionalizado sus procesos de fabricación. ¿Cómo hará Trump para que vuelvan a Detroit las firmas automotrices afincadas en las maquilas de la frontera mexicana?

Los dilemas no se concentran en un sólo sector. En las últimas décadas se reforzó significativamente todo el segmento mundializado de las empresas, en desmedro de las viejas fracciones que únicamente producen y venden para el mercado interno.

Esta misma contradicción se extiende al plano financiero dada la elevadísima internacionalización de los bancos estadounidenses. Esas entidades constituyen el principal pilar de la globalización y encabezaron la resistencia a todos los intentos de regulación nacional. Bloquearon especialmente la segmentación de operaciones y la reducción de las comisiones que intentó Obama.

Trump despotricó contra Wall Street y prometió penalizar a los banqueros. Pero pertenece al partido que ha obstruido una tibia reforma para supervisar las operaciones riesgosas.

Las relaciones con los bancos son claves para un proyecto de reindustrialización basado en gigantescos planes de obra pública. Ese programa requerirá montos descomunales de financiación que el nuevo presidente no aclaró cómo serán recolectados.

Trump sólo anticipó beneficios fiscales. Prometió suprimir los impuestos federales a los hogares modestos y ratificó su disposición a retomar las políticas “ofertistas” (de menores gravámenes al patrimonio) que implementaron Reagan y Bush. Si concreta ese jolgorio recibirá cálidos aplausos de sus colegas, pero no tendrá un solo dólar para la reconstrucción industrial.

La insoslayable captación externa de fondos es otra incógnita. Estados Unidos arrastra una monumental deuda pública, que en gran parte es solventada con el crédito chino. Por eso el proveedor asiático cuenta en la actualidad con un inmenso acervo de bonos del tesoro. Si Trump confronta comercialmente con China para apuntalar su modelo industrial: ¿cómo mantendrá la indispensable financiación del acreedor oriental?

El gran enigma subyacente es la capacidad de la economía estadounidense para preservar el ciclo de tasas de interés negativas, que permitió la recuperación en los últimos años. Si el costo nulo del dinero se revierte no sólo podría reaparecer la recesión. Reavivaría la traumática reorganización pendiente del sistema bancario.

Todas las iniciativas de Trump potencian a una peligrosa tendencia alcista de las tasas de interés. Su estrategia tiene cierto parentesco con el “Reganomics” de los años 80, que bajo el impulso del gasto militar, las políticas fiscales expansivas y la restricción monetaria generó un superdólar muy adverso a la economía estadounidense.

El país ya afronta el mismo dilema que corroe a Inglaterra luego del Brexit. Cumplir allí con el mandato de salida de la Unión Europea plantea dos riesgos explosivos: abandono de los bancos que sostienen la City londinense y eventual secesión de Escocia. Disyuntivas de la misma magnitud se avizoran en Estados Unidos.

¿UN GIRO AISLACIONISTA?

Trump agitó en la campaña drásticas propuestas de giro proteccionista. Prometió elevar los aranceles de importación, gravar los productos fabricados en China y revisar todas las normas monetarias impositivas que afectan al sector manufacturero. Rechazó el control del medio ambiente y propuso reabrir las minas de carbón ¿Podrá implementar semejante viraje?

Algunos analistas estiman que se sumará a una tendencia que ya está en curso en la economía mundial. Recuerdan que actualmente el comercio crece por debajo de la producción. Mientras que en 1985-2007 los intercambios mundiales aumentaban a un ritmo dos veces superior que al PBI, en los últimos cuatro años sólo acompañaron el nivel de actividad.

Pero la economía estadounidense no sintoniza necesariamente con ese rumbo. Se recuperó más rápidamente que Japón y Europa por el comportamiento dinámico de sus sectores internacionalizados. Esa ventaja le permitió exportar gran parte de la crisis a sus rivales. Cualquier giro proteccionista afectaría de inmediato la altísima rentabilidad de esos sectores. La alta tecnología, por ejemplo, quedaría afectada de inmediato.

El principal test será la actitud de Trump frente a los tratados de libre comercio, que Obama negociaba aceleradamente con varios gobiernos de Asia y Europa. La oposición a esos convenios fue una bandera central del millonario. Pero esa actitud choca con la estrategia propiciada por el establishment, para afrontar la crisis económica con mayor liberalización comercial. Por eso la suscripción de tratados no se detuvo, a pesar del estancamiento del comercio.

No sólo Obama y Bill Clinton fueron abanderados de esos convenios. Todas las administraciones republicanas apuntalaron acuerdos que aseguran incontables beneficios a las empresas globalizadas.

En este terreno ha prevalecido hasta ahora un doble discurso. En todas las campañas florecen críticas a los tratados, que luego el ganador archiva cuando asume el gobierno. Por eso la revisión de los convenios fue un caballito de batalla no sólo de Trump, sino también de Hillary. ¿Qué hará el nuevo presidente con el TTP, el TTIP, e NAFTA y la multitud de TLCs bilaterales que Estados Unidos suscribió con sus socios?

La irritación de las élites neoliberales con cualquier cambio en este campo es mayúscula. Proclaman que “la noche cayó sobre Washington” por haber urgido a un aislacionista.

En el bando opuesto del progresismo algunos críticos del Trump reaccionario ven con simpatía al Trump proteccionista. Estiman que introduce un giro positivo en la globalización, que acelerará el colapso de la nefasta apertura comercial. Pero olvidan a quién elogian. No cabe esperar virajes alentadores de semejante troglodita.

Hasta ahora ningún país del Primer Mundo ensayó un giro antiliberal o anti globalizador. Los pequeños cambios de algunos gobiernos socialdemócratas de Europa se deshicieron en pocos días. Los intentos más perdurables en América Latina también fallaron.

En realidad la presidencia de Trump no define el fin de la globalización, por la misma razón que el descalabro del 2008 no implicó el fin del neoliberalismo. Sólo inaugura una crisis mayor de ambos procesos.

¿REPLIEGUE DEL IMPERIALISMO?

Trump abusó de la pirotecnia electoral en la política exterior enunciando todo tipo de disparates. Pero planteó un novedoso realineamiento con Rusia para confrontar con China y fue acusado por Hillary de connivencia directa con Putin.

Ese chisporroteo puso de relieve una divergencia de estrategias en el Pentágono, que se tradujo en la guerra de mails filtrados por el PBI, para desprestigiar a ambos candidatos.

Todo el establishment político-militar coincide actualmente en apuntalar las guerras regionales que refuerzan el control imperial. Por eso implementaron la destrucción de cuatro estados en Medio Oriente (Afganistán, Irak, Libia, Siria) y ejecutan bombardeos permanentes, que naturalizan la matanza de la población civil. Lo mismo sucede en varias zonas de África.

Obama ha busca un mayor compromiso de sus socios europeos y árabes con esas agresiones. Por eso intentó mantener el control estadounidense de las operaciones con menos tropas en el terreno.

Pero preservó también una problemática indefinición sobre la prioridad del adversario ruso o chino, conservando una presión indistinta sobre ambos. Por eso incentivó las provocaciones en Ucrania y los despliegues de misiles en Europa del Este contra el primer contendiente y el rearme naval contra el segundo adversario.

Cómo esta ambigüedad suscita el temor de una eventual alianza de ambas potencias contra Estados Unidos, viejos consejeros (como Brezinski) sugieren optar por un curso más selectivo. La disyuntiva de Trump-Hilary entre mayor enemistad con China o Rusia refleja una reorientación en curso, que a su vez traduce la tensión tradicional entre sectores belicistas (asociados al complejo militar industrial) y vertientes negociadoras (vinculadas a las empresas transnacionales).

La conducta a seguir en la guerra en Siria será la primera prueba de esa definición. La victoria de Trump fue muy festejada por Israel, que espera la prometida reversión de los acuerdos con Irán y una actitud más beligerante contra todos los descalificados “musulmanes”.

Pero si el nuevo presidente quiere implementar una aproximación con Rusia deberá defraudar a los halcones, que a través de Hillary proponían subir la apuesta de intervención contra el régimen de Assad.

En cualquier caso Trump sólo evalúa cursos imperiales para ajustar las acciones del sheriff del mundo. Estados Unidos actúa como protector militar del capitalismo global y no considera ningún abandono de ese rol.

Trump pretende descargar sobre sus aliados una mayor porción de los costos de la dominación imperial. Por eso propone reformular la OTAN, otorgar mayor protagonismo a Europa e introducir a Corea del Sur en el club atómico. Intentará reforzar el curso ya iniciado con la mayor intervención de Francia en Medio Oriente.

Algunos analistas olvidan la vigencia de la estructura imperial a escala global, cuando suponen que el declive de Estados Unidos desembocará en un repliegue de la primera potencia. Estiman que Trump concretará esa reclusión, al reconocer de hecho la pérdida de hegemonía de su país.

De ese diagnóstico surgen curiosos pronósticos de un próximo período signado por actitudes negociadoras de Estados Unidos. Se imagina la gestación de un contexto que abrirá grandes márgenes para la autonomía europea y las políticas nacionales de la periferia. El acuerdo con Rusia es visto como el principal eslabón de esa retirada yanqui.

Pero ese escenario pacifista no parece muy congruente con los objetivos y el temperamento de Trump. Con su victoria no desembarca una paloma a la Casa Blanca.

EL IMPACTO SOBRE AMERICA LATINA

El nuevo presidente ha sido muy explícito en sus planes para México. Construir el muro y expulsar a los inmigrantes. Cualquiera sea el grado de cumplimiento de esas amenazas su intención agresora es nítida.

La variante más tenue de su proyecto supondría mayores atribuciones a la policía fronteriza o un ultimátum a México para que contenga a los migrantes dentro su territorio. En lo inmediato prepara una gran redada contra los indocumentados para acelerar su expatriación.

La esperada revisión de todos los acuerdos con México ya desató una gran devaluación de la moneda azteca y obviamente Peña Nieto no prepara ninguna resistencia. Recibió a Trump en el pico de sus insultos contra los inmigrantes.

Lo que suceda con México clarifica la política latinoamericana. El millonario no ha dicho que hará frente a Cuba y Venezuela. Tuvo frases conciliatorias hacia Chávez, pero al mismo tiempo ensalzó al golpismo anti bolivariano. Aceptó la distensión con Cuba, pero se fotografió con los gusanos más retrógrados de Miami. Su afinidad con Uribe abre interrogantes sobre el proceso de paz en Colombia.

Conviene recordar que Hillary promovía un endurecimiento hacia la región. Propició la militarización de Colombia, apuntaló a los golpistas en Venezuela e intervino directamente en Honduras en el derrocamiento de Zelaya. Es difícil suponer que Trump adoptará una actitud más benevolente. Pero su triunfo ha modificado el tablero regional.

Clinton aseguraba la continuidad del sostén aportado por Obama a la restauración conservadora en Sudamérica. Promovía la reconstitución del protagonismo de la OEA sobre el nuevo tejido derechista. Aunque Trump mantenga la misma agenda, su presidencia modifica la sintonía actual de Estados Unidos con los gobiernos conservadores. Su agresión contra México obstruye la combinación de zanahoria con garrotes que auspiciaba Hillary.

Con Trump tambalea también la Alianza del Pacífico que sintetizaba todos los proyectos de la restauración económica neoliberal. La ratificación de los tratados bilaterales y la apertura comercial han quedado en el limbo. Además, si trepan las tasas de interés se revertirá la afluencia de fondos que tuvo la región en la última década.

Muchos analistas debaten cuál será el grado de intervención del imperio sobre la región. Algunos advierten la inminencia de mayores atropellos y otros avizoran un respiro. Quienes identifican a Trump con el repliegue aislacionista suponen que podría aflojar la presión tradicional sobre América Latina. Pero la experiencia indica que Estados Unidos nunca “olvida” a su “patio trasero”.

UNA CALDERA EN GESTACIÓN

Trump defraudará a sus electores. No limpiará la casta de políticos de Washington, ni devolverá los empleos de calidad en la industria. Pero mucho antes de lidiar con esa decepción deberá afrontar una intensa resistencia en las calles. En 25 ciudades del país ya irrumpieron manifestaciones de rechazo y se prepara una gran marcha de repudio para el día de su asunción.

En todo el país se registra un significativo resurgimiento de la acción popular directa. Varios movimientos retoman esta tradición. Los militantes de Black lives matter (la vida de los negros importa) encabezan las protestas contra la violencia policial racista. Los movimientos de indígenas defienden con bloqueos los recursos naturales y los indocumentados mantienen sus demandas de legalización. En las cárceles se ha concretado la primera huelga de prisioneros sometidos a la explotación laboral. Estas iniciativas retoman la práctica callejera que reapareció en el 2011 con los ocupantes de Wall Street.

Pero también emerge la oposición en el plano político. En la reciente elección fue nuevamente visible el escandaloso sistema antidemocrático de colegios electorales. Trump es presentado como el indiscutible ganador de los comicios, cuando prácticamente empató con Clinton en el número de votos. En cualquier otra nación esa paridad habría suscitado una crisis de legitimidad. Muchos manifestantes cuestionan esa anomalía.

La mayor mutación política subyacente antecedió a Trump con la llegada de Sanders. El líder independiente desembarcó con una propuesta progresista en el Partido Demócrata y casi gana la interna. Suscitó un gran entusiasmo con su propuesta de dividir a los bancos y universalizar el sistema de salud y educación. Se negó a recibir aportes de las grandes empresas y promovió la sindicalización de los trabajadores.

Sanders reivindicó una tradición socialista que ha sido asumida sin prejuicios por sectores de la juventud. Pero finalmente aceptó sostener a Hillary a pesar del enorme rechazo que generaba esa figura, obstruyendo la construcción de otra opción. Su impacto ilustra las grandes posibilidades de expansión que tiene la izquierda estadounidense, si logra superar la subordinación al partido demócrata.

Con el resultado de la elección norteamericana comienza un nuevo período de la crisis global. El colapso del 2008 ilustró la dimensión económica de esa convulsión y el ascenso de Trump retrata el alcance político de ese torbellino. Un tercer capítulo de ese proceso se está gestando con protagonismo desde abajo y búsqueda que una alternativa popular.

Fuente: http://katz.lahaine.org/?p=279

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Apagar los medios, derribar el marketing

Por Alejandro Floría Cortés

“Lo único que revelaremos de nosotros es este aviso. Nada de lo que construisteis ha perdurado. Cualquier sistema que montéis sin nosotros será derribado” Leonard Cohen

Comenta mi hija de 11 años que habla con sus compañeras, en el patio del colegio, acerca de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos. Convienen las pequeñas analistas, que Trump es “machista, racista y xenófobo” y que “ha dicho muchas barbaridades”, mientras que Clinton, dicen, “podría ser mejor que Trump” o, directamente, “una buena presidenta”.

Le pregunto a mi hija en qué fundamentan sus opiniones y entiendo, de su razonamiento, que mientras la opinión sobre Trump viene claramente conformada por lo que han captado, personalmente, de losmiedos de masas y, por una acrítica extensión, de la vox populi, la opinión sobre Clinton no parece tener más fundamento que la contraposición que se le supone a la opción de la elección que le enfrenta.

Le doy a mi hija, entonces, unas ligerísimas pinceladas de la política exterior estadounidense, en particular, en Oriente Medio, así como de su conexión con las consecuencias que, bajo otra causa, se nos presentan en los medios, y me responde con los ojos como platos, con una de sus expresiones que más le admiro: “¿Cómo puede ser eso posible?”. Algún día le tendré que hablar de la Guerra de las Galaxias de Ronald Reagan y del espanto que me producía la bomba de neutrones.

La anécdota resulta bien ilustrativa de la efectividad de la operación de los miedos de masas sobre lo social y de la función mercadotécnica que le prestan, fielmente, a la megamáquina capitalista. Estos medios promueven, sin rubor, un patrón de consumo de ideas (pensamiento único) y, una pausa para la publicidad, un patrón de consumo material. En la sociedad del espectáculo se exponen informaciones estructuradas para promover candidaturas electorales de la misma forma que se venden seguros o lavadoras. Y lo cierto es que ambas cuestiones están bien conectadas.

Philip Kotler, el padre del engendro, tal y como lo conocemos hoy, definía el marketing (mercadotecnia) como «el proceso social y administrativo mediante el cual grupos e individuos obtienen lo que necesitan y desean a través de generar, ofrecer e intercambiar productos de valor con sus iguales». Sin ánimo de entrar a discutir ni contra-argumentar la gestión de empresas desde la perspectiva del marketing, que es otro tema, parece evidente que esta ¿disciplina?, ¿caja de herramientas?, en algún momento perdió el norte. O, precisamente, lo alcanzó.

Kotler siempre argumentó que las necesidades existían por sí mismas (véase la tramposa pirámide de Maslow), que el marketing, válgame Dios, no las creaba y que sólo influía en el modo de materializar su satisfacción (“deseo hacerlo así, y así lo elijo”), que en el ámbito de un mercado “tan perfecto”, en el que la diferenciación en costes y prestaciones tendía a desaparecer en el tiempo, eran otros los atributos del producto que podían marcar la diferencia en la decisión de compra. La cuestión es si esos atributos brotaban naturalmente o eran ubicados de manera forzosa.

Los medios, con un discurso de poder que es un discurso de venta, atomizan al colectivo en individualidades competitivas y desconfiadas.La hiperinformación y la hipercomunicación no inyectan ninguna luz en la oscuridad. Para multiplicar el efecto, la separación se traslada convenientemente a las redes sociales, desde las que se construye la marca personal. En el aquí y en el ahora, el consumidor quiere (cree necesitar) posicionarse en un mercado total mediante la ilusión de una elección política o mediante la adquisición de un determinado producto.

Sólo saliendo de este momento y este lugar es posible cuestionar esta realidad: ¿cómo hemos llegado al punto en el que estas sean nuestras (únicas) opciones?. Negándose tiempo para reflexionar, el individuo no entrará a analizar si su decisión guarda algún tipo de relación con el bombardeo de una ciudad en Oriente Medio, el hundimiento de una patera en el Mediterráneo, la degradación del Ártico o del Amazonas o las desigualdades que genera, a nivel local o global, las políticas que sustentan su patrón de consumo.

La falsa percepción de elección proporciona una falsa percepción de libertad. Tanto las ideas como los productos están impregnados de atributos ajenos a la utilidad primera de los mismos y se reconfirma queel tener suplanta al ser. Las necesidades dejaron de existir por sí mismas el día que se confundieron con los deseos. Escribe Byung-Chul Han que ya no trabajamos para nuestras necesidades, sino para el capital. El capital genera sus propias necesidades, que nosotros, de forma errónea, percibimos como propias. Participamos de la producción de objetos de deseo que creemos necesitar.

En la soledad del emprendimiento del yo y el cansancio de la autoexplotación se pretende, en una realimentación demencial, la mejora de la eficacia y la eficiencia en los ámbitos de lo personal y lo profesional, que se confunden. Los empresarios de sí mismos aceptan, sin cuestionarlo, un cambio continuo que demanda, a su vez, un re-posicionamiento continuo, cuya energía debe surgir, de forma imposible, de la actitud personal o, ¿cómo si no?, del expolio de los otros.

El consumidor va a ser consumido y quien no pueda consumir será excluido. Se consumen experiencias, productos, eventos, viajes, información,… con un valor usurpado para engrosar una luminosa marca personal que oculta a un agotado yo y una insatisfacción infinita.La primera salida de emergencia sólo puede ser apagar los medios y empezar a disfrutar de un silencio no mercantilizado que de una oportunidad a la toma de conciencia.

Solamente atendiendo a la degradación de los sistemas educativos, de las relaciones laborales y de las relaciones sociales (atendiendo estas desde la perspectiva de comunidad, de colectivo), y por supuesto recuperando la memoria, podemos empezar a vislumbrar cómo hemos llegado al punto de aceptar, sin reflexión ni crítica, una variedad de opciones de oferta de ideas y productos que no tienen absolutamente nada que ver con nuestras necesidades ni con nuestra naturaleza. Lo hemos cedido todo.

La oferta de cualquier cosa se antepone a la demanda, limitándose en su construcción a las opciones de rentabilidad para sus productores, asumiendo la programación de su obsolescencia y sin contemplar, ni por asomo, el perjuicio irreparable para un planeta finito con recursos finitos. Desarrollamos una ingeniería logística sin precedentes para fabricar mierda en un país, con los recursos naturales de otro, y todo ello con un coste humano y medioambiental que debería sepultarnos en la vergüenza para detenernos aquí y ahora.

La rentabilidad no ha sido ajena a las ideas. El plato del día es la Epistemología del Norte. La economía podía y debía ser circular, horizontal, natural, cooperativa, social,… pero no tenía que serescasez, ni mucho menos ciencia. Esta oferta no tiene que ver con esta demanda. El mercado es un campo de concentración. Cuando tomemos conciencia habremos empezado a derribar el marketing.

Artículo enviado por su autor a la redacción de OVE

Imagen tomada de: https://elcomunista.files.wordpress.com/2016/11/apagar-los-medios-derribar-el-marketing.png?w=605&h=378&crop=1

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Intelectuales Encadenados

Por: Ollantay Itzamná. 

Cada que puedo, donde me encuentre, acudo a los congresos o encuentros de intelectuales/académicos para escuchar/observar los hallazgos científicos que allí se socializan.

No siempre me es posible, ni fácil, acceder a dichas constelaciones puesto que sino son económicamente exclusivas, culturalmente no están hechos para los “mal pensantes” o para quienes “sospechan” del método y conocimientos hegemónicos.

Históricamente, fue en la Francia de finales del siglo XIX donde el término intelectual se socializó en relación a las personas letradas que protestaron ante el encarcelamiento injusto del militar alsaciano francés, Alfred Dreyfus, acusado de entregar información secreta al Estado enemigo. La prensa escrita de aquel entonces los denominó intelectuales.

La filosofía liberal entiende por intelectual a la persona reflexiva que analiza e intenta explicar las coyunturas, en base a sus conocimientos históricos/teóricos y herramientas de interpretación.

Para la filosofía marxista, intelectual es la persona que analiza la realidad con categorías socioeconómicas y con fines de transformaciones estructurales. A inicios del pasado siglo, Antonio Gramsci, acuñó el término de intelectual orgánico para referir a personas que integran la reflexión analítica de la realidad y el compromiso organizativo para transformarla.

En los últimos tiempos, ante la globalización del sistema neoliberal y la corporativización de las universidades y de los centro de investigación, la cooptación y el disciplinamiento de analistas e intelectuales por los poderes económicos hegemónicos se hizo más visible. Al grado que aquellos se constituyen en replicadores/defensores del desbordante desorden establecido por éstos.

Las universidades y centros de investigación copian y reproducen categorías analíticas y significados construidos en otras épocas y en otras latitudes como contenedores universales para aproximarse/explicar realidades diametralmente diversas. Al grado de convertir a sus investigadores e intelectuales en descontextualizados replicadores de conglomerados citas de textos de autores euronorteamericanos.

Investigadores y analistas, equipados de mapas mentales prefabricados, irrumpen en el “campo” y se esfuerzan en “explicar” inéditas realidades sociales que poco o nada tienen que ver con las realidades donde se formularon dichos mapas mentales.

Y, al final, lejos de acompañar y orientar procesos de transformaciones sociales, sus hallazgos investigativos no pocas veces los utiliza para explicar/argumentar las teorías a las que se adscriben. Y, así, no es nada raro oír a académicas/intelectuales autodefinirse con orgullo como discípulas encadenadas a algún autor o autora “desconocida”.

De esta manera, no sólo terminan encadenados a categorías o significados construidos en otras latitudes, sino autoaislados en constelaciones cerradas y disminuidas numéricamente, cual especie en procesos de extinción en un planeta en debacle que exige a gritos profetas e iconoclastas por todas partes.

Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/181696

Fotografía: ollantayitzamná

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El honor de los filósofos

Por: Víctor Gómez Pin

En agosto de 1943, el filósofo francés Jean Cavaillès es arrestado por la Gestapo y finalmente fusilado el 17 de enero de 1944 en la ciudad de Arras. Durante el juicio, cuando un miembro del tribunal le pregunta por los motivos subjetivos que le habían movido a la resistencia, responde que “había sabido encontrar en la continuidad de la lucha un antídoto para la humillación de la derrota”, precisando de pasada que, dado su amor a la Alemania de Kant y de Beethoven, con su postura militante “demostraba que realizaba en su vida el pensamiento de sus maestros alemanes”. Todo filósofo es movido por la convicción de que las interrogaciones filosóficas no son algo contingente, sino que anidan en todos los seres de razón, como problemas invariantes de la existencia. Pero ante un orden social sustentado en el repudio de la verdad, para Cavaillès el debate conceptual pasaba necesariamente por el combate militante.

En esa misma Europa de la guerra, en el Oflag II B —un cuartel-prisión para oficiales en Pomerania— un grupo de reclusos intenta que aquella atmósfera opresiva no sea óbice para el ejercicio de la filosofía. En esos años la obra de Husserl está proscrita en Alemania por su condición de judío. Sin embargo, en el Oflag II B, el interno Paul Ricoeur se hace con un ejemplar de Ideas del pensador, que lee y comenta a escondidas de sus guardianes, realizando en los márgenes una traducción que en los años cincuenta se publicaría en París. Historia de anotaciones al margen que tiene un noble y trágico precedente:

 En 1553 el pensador aragonés Miguel Servet fue conducido a la hoguera. No se trataba solo de la circulación pulmonar de la sangre, expuesta en el libro V de su Restitución del cristianismo; es también asunto de honor intelectual frente a la palabra autoritaria y la correlativa venganza del poderoso, pues conminado por el reformador Calvino a leer su Institución de la religión cristiana, Servet le había devuelto el ejemplar plagado de notas críticas. En el juicio el pensador nunca se doblegó, acusando al propio Calvino y pidiendo que este fuera sometido a idéntico interrogatorio que él mismo. Hay precedentes de esta actitud: “A regañadientes acepto tu muerte, como a regañadientes hubieras aceptado que te concediera la vida”, habría dicho César al enterarse del final trágico del filósofo estoico Catón el Joven, vencido por haber tomado el partido de Pompeyo, pero jamás genuflexo ante aquel a quien había acusado de perjuro e ilegalidad.

A la vez que denuncia el feroz tratamiento de la crisis griega por los poderes mundiales, Noam Chomsky hace hoy día honor a una indomable tradición

Recordando que las doctrinas religiosas imperantes daban apoyo a las arraigadas convicciones sobre la centralidad de la Tierra, el Nobel de Física Max Born se pregunta: ¿qué hizo que las nuevas hipótesis astronómicas fueran abriéndose camino? Pues simplemente, responde, que lograr explicar el entorno terrestre o celeste constituye “el ardiente deseo de toda mente pensante”, deseo que no se aminora en absoluto por el hecho de que aquello que se trata de aclarar “sea eventualmente de total irrelevancia para nuestra existencia”. Total irrelevancia para la existencia empírica, pero fundamental para la dignidad del espíritu humano, por la cual, sin necesidad de remontarse a Sócrates, tantos pensadores se han jugado el espíritu y la vida. Aun sin llegar a ser objeto de condena y prisión, decenas son los filósofos que han respondido con entereza en circunstancias que hacían difícil mantenerse fieles a la exigencia de verdad: “Hay que irse”, es la sobria despedida de René Descartes a su muerte en Estocolmo en 1650. Doce años más tarde, la Iglesia pone la obra completa en el Índice y cuando en 1667 sus restos retornan a Francia el monarca Luis XIV prohíbe todo elogio público.

El filósofo, más que indicarnos dónde reside el bien, ha de dar pruebas de entereza, lo cual exige seguir respondiendo a las exigencias del pensar en los momentos mismos en los que el combate contra los enemigos del pensamiento constituye el primer imperativo, pues la filosofía puede ayudar a la liberación siendo efectivamente filosofía. De ahí los arrestos de Cavaillès para escribir en la cárcel un abstracto tratado sobre lógica y teoría de ciencia. Al proseguir con el rigor que se conoce su admirable trabajo al servicio de la causa del lenguaje, a la vez que denuncia el feroz tratamiento de la crisis griega por los poderes mundiales, Noam Chomsky hace hoy día honor a esa indomable tradición.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/08/20/opinion/1440082025_963606.html

Fuente de la Imagen: https://www.google.co.ve/search?q=China+prioriza+papel+de+la+familia+en+la+educaci%C3%B3n+infantil&espv=2&biw=1024&bih=662&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwiLgtylobLQAhWBNSYKHZWGBAwQ_AUIBigB#tbm=isch&q=El+honor+de+los+fil%C3%B3sofos&imgrc=WATu5OxMGEZD6M%3A

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Perú. El pueblo tupe y la resistencia lingüística

      Por:Luis Zari

El relato monocultural que promueve el Estado peruano choca con las 47 lenguas indígenas que se hablan en el país.

Aproximadamente 400 personas hablan la lengua jaqaru, una lengua en vías de extinción de la sierra de Lima (Perú). Las iniciativas para recuperar este lenguaje precolombino chocan con la hegemonía de un modelo cultural que margina a las lenguas precolombinas.

No es fácil atravesar la sierra limeña para llegar a un pueblo que se encuentra a 250 kilómetros de la capital y se eleva hasta casi 3.000 metros sobre el nivel del mar. Tanto la irregularidad de los transportes locales como la inestabilidad geográfica que aparece casi siempre en cuanto sales de cualquier ciudad peruana hace del trayecto una aventura donde se mezclan los caminos de tierra, las plantaciones de palta, el ganado, las montañas, la lengua y sus diferentes formas de usarla.

No hay carretera para llegar a Tupe. Hay que caminar aproximadamente una hora desde que el bus te deja en el último pueblo donde acaba el camino de tierra y empezar a subir la montaña entre ríos y acantilados con las mujeres tupinas que vuelven de vender sus productos y de abastecerse de arroz, azúcar o cerveza, productos que el pueblo no produce.

Tupe pertenece a la provincia de Yauyos, en la serranía de Lima y es el último reducto de una de las dos lenguas andinas en verdadero peligro de extinción (la otra es el Cauqui pero ésta cuenta ahora con tres o cuatro hablantes). El Jaqaru, de la familia lingüística Aru a la que pertenece también el Aimara, cuenta en la actualidad con poco más de 400 hablantes y llegó a ser la lengua más hablada de toda la región, originaria del pueblo wari, a mediados del siglo VII. Conocer Tupe no es solamente conocer el Jaqaru, es detenerse en el tiempo y tocar un trocito de historia precolombina: trajes rojos, bailes en favor del ganado o ceremonias de agradecimiento a la tierra son algunos elementos de la cosmovisión tupina.

Paseando un rato por sus calles empedradas o caminando por sus terrazas de cultivo, uno se da cuenta de la presencia del universo femenino en casi todas las áreas de actividad del pueblo. “Acá las mujeres somos bien chamberas (trabajadoras) pero también tenemos que cuidar a los hijos y hacer las cosas de la casa”, “yo les hablo a mis hijos en jaqaru pero después ellos prefieren hablar español en la calle”, me dice una vecina mientras se ajusta el cinturón de lana de su vestido rojo que sujeta a su vez un tirachinas o huaraca con el que, según cuentan, intimida a los hombres que no se comportan como es debido.

“Los jóvenes ya no quieren ser serranos, ahora quieren ser costeños”, me dice Tiodolinda Sanabria

Cuando entramos en este universo lingüístico y cultural, la vida familiar forma un eje central en la creación de identidad que después se reproduce al salir de la comunidad hablante de una lengua originaria. Como me dice Agustín Panizo, director del departamento de lenguas indígenas del Ministerio de Cultura de Perú, “el vínculo que una persona tiene o debe tener con su lengua para usarla, es un vínculo que pasa por el afecto, la identidad y la necesidad”.

Una necesidad que muchas veces desaparece, lo que Agustín llama “agencia arrinconada” porque “se trata de una agencia obligada por la presión discriminatoria de una sociedad que tiene el castellano como lengua dominante y única lengua promovida por todo el aparato del Estado”. Esa necesidad hace que una lengua indígena se desplace en favor de otra. “Los jóvenes ya no quieren ser serranos, ahora quieren ser costeños”, me dice Tiodolinda Sanabria, vecina tupina, al preguntarle por la juventud del pueblo.

 Ausencia de estructura estatal

La dualidad sierra-costa, centro-periferia, ocupa un papel crucial en la actual situación del país. La ausencia de estructura estatal visible en la mayoría de zonas rurales y la sobrecarga del modelo occidental monolingüe de los centros urbanos y las costas semidesarrolladas no solamente elimina la identificación con el Estado de aquella parte de la población, sino que además genera una única matriz cultural: el progreso del país solamente se puede alcanzar abrazando una lengua y una forma de vida.

En Tupe, cuando pregunto a algunos jóvenes que están terminando la secundaria obligatoria qué les gustaría hacer en el futuro, casi al unísono me responden “ir a Lima”. La falta de oportunidades que hay en las comunidades por ausencia de políticas públicas inclusivas hace que los jóvenes asocien su lengua materna con retraso y sientan que quedarse en el pueblo es no tener futuro.

El relato oficial monocultural que promueve el Estado peruano choca con las 47 lenguas indígenasque se hablan en el país, choca con los más de tres millones hablantes de quechua repartidos en 23 departamentos y choca con una indudable necesidad de atender los problemas sociales del país que pasan por dotar de mecanismos que permitan un correcto ejercicio de derechos a la población no castellano hablante. Porque al no evaluar las zonas de predominio de una lengua originaria en distritos, regiones o ciudades donde el castellano es la lengua oficial, no solamente se muestra un discurso excluyente, sino que se abandona a ciudadanos con los mismos derechos al no poder presentar una denuncia en su lengua, ser atendidos en el hospital o realizar cualquier actividad administrativa en algún registro, por ejemplo.

“El servicio público que se brinda en la lengua del usuario es un servicio publico que llega de manera más efectiva, porque no requiere después otra provisión de servicios que reparen el error anterior, por lo tanto se optimizan recursos”, afirma Panizo.

El profesor del San Bartolomé, Galdino Robinson, me cuenta que “ya se ha denegado una licencia para construir una carretera y eso complica la posibilidad de que la gente conozca el pueblo, y al pueblo llevar sus productos a otros pueblos y ciudades”. Así, la falta de carreteras, intérpretes o recursos tecnológicos que se podrían implementar por el Gobierno central y los Gobiernos regionales dificulta significativamente la integración plurilingüe.

Pese a que proyectos como el Registro Nacional de traductores e intérpretes, cada vez más en alza, o el crecimiento de la Educación Intercultural Bilingüe (EIB), que ha aumentado su presupuesto diez veces en los últimos cinco años, de forma que ya existen 21.000 escuelas de EIB donde el 60% del profesorado es bilingüe, o aunque se ha producido la promulgación de la Ley de Lenguas; es necesario un empuje que sea llevado por la propia comunidad pero que cuente con apoyos de sectores como los transportes, la ciencia o el deporte.

Es necesaria una “reivindicación cultural”, subraya el profesor Galdino, una reivindicación que asuma al país como una nación pluriétnica en todos los niveles de la sociedad. “El jaqaru definitivamente está en peligro, por eso hay que sensibilizar, y el Ministerio de Educación tiene que trabajar para incluir las lenguas también en la Universidad y en otras partes de la sociedad”, me dice el alcalde de Tupe, Wuan Morales.

“Yo no soy un aculturado, soy un peruano que, orgullosamente como un demonio feliz, habla en cristiano y en indio, en español y en quechua”, decía José María Arguedas al recoger el premio Garcilaso de la Vega en 1968. Es el momento de rescatarlo para asumir de una vez que homogeneizar una cultura es despreciar la Historia y que el desarrollo del país pasa obligatoriamente por el reconocimiento de lo plurinacional en todos los niveles.

Políticas para la integración

“Tenemos que rastrear en el tiempo e irnos a la colonia para darnos cuenta que los centros de desarrollo urbano, eran los centros de irradiación del poder colonial, del poder castellano hablante” indica Agustín Panizo, director del departamento de lenguas indígenas del Ministerio de Cultura. Así que cuando los padres de una familia que habla una lengua ancestral deciden dejar de usarla con sus hijos para que no sean rechazados al salir de la comunidad, hay que señalar el evidente peso institucional que tienen las medidas que se podrían implementar para una política lingüística diferente.
 Fuente: http://kaosenlared.net/peru-el-pueblo-tupe-y-la-resistencia-linguistica/
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¿Que significa triunfar en la vida?

Por: Vicente Berenguer

El sistema dicta su sentencia y los peones la acatan: hay que adaptarse y cualquier saber que no tenga aplicación práctica dentro del sistema es sencillamente considerado inútil. ¿Para qué sirven las humanidades? Se pregunta buena parte de la sociedad. El objetivo pues se ha cumplido, y es que se cree que algo que no tiene una aplicación clara en el sistema productivo es perder el tiempo.

Hay que triunfar, y triunfar se considera poder comprar un buen coche, tener una buena casa y manejar billetes para hacer lo que a uno le dé la gana; en pocas palabras: capacidad de consumo. Esta es la concepción de triunfo que “acata” una buena parte de la sociedad. Hay que triunfar y para ello el pragmatismo es fundamental. ¿Pero qué es triunfar? ¿Ser una persona adinerada y al mismo tiempo un ave de rapiña? ¿Es esto triunfar? ¿O el triunfo más bien está relacionado con el cultivo interior y con una manera de ver la vida? ¿Son los políticos, por ejemplo, unos triunfadores porque tienen dinero y “poder” o son en realidad muchas veces seres que dan lástima? Estas personas, en innumerables ocasiones, son seres insensibles; ya no son capaces de sentir, son puros autómatas acaudalados que han perdido por completo aquello que les hacía humanos, ¿es esto triunfar? ¿o en realidad es fracasar?

Antiguamente se considera que una persona era una triunfadora si lograba despertar su humanitas con lo que uno podía domar la fortuna, y domar la fortuna significaba domar el interior y con ello los acontecimientos de la vida. Evidentemente esto ya no es así y ahora triunfar o ser feliz solo puede ser en base a conseguir objetivos materiales y sociales, y lo curioso es que la sociedad en general lo ha creído. Han creído el mensaje emitido por el sistema, a saber, que uno solo puede ser feliz si dispone de una buena cantidad de dinero, no lo suficiente como para poder vivir dignamente sino lo suficiente como para situarte por encima de la mayoría. El problema es que desde el momento en que uno cree esto se convierte en un esclavo del sistema.

Y es que el triunfo debería ser asociado al grado de humanidad y libertad que uno consiga en su paso por este breve instante que es la vida, ¿y cuál es el grado de libertad de aquél que su felicidad depende de una posición social o de lo material? ¿es esta una persona libre o es en realidad un esclavo? ¿Y cuál es el grado de humanidad de aquellos egoístas patológicos que han conseguido ascender en la sociedad pero que son incapaces de sentir ya nada ni conmoverse porque se han convertido en seres insensibles? ¿Dónde está aquí el triunfo?

Evidentemente a los seres superficiales que son admirados por la sociedad en general, a los “triunfadores”, les fastidia mucho que los que no disponen de su capacidad de consumo (los que “están por debajo”) puedan sentirse libres y es que a pesar de tener todo el dinero del mundo en realidad no son gente que disfrute de la vida y necesitan siempre más pero nunca tendrán suficiente, porque en realidad son esclavos del sistema. Los hombres libres son otros, son aquellos que comprenden que su libertad no depende del sistema productivo-consumista sino todo lo contrario; comprenden que ceñirse por los parámetros de este es la peor de las cadenas. Y es que no se trata de que uno tenga que desprenderse de todo para ser libre y feliz (faltaría más), se trata de romper más bien la farsa con la que nos bombardean, la farsa que afirma que aquél que tenga menos dinero y por tanto tenga menor capacidad de consumo ha de ser necesariamente menos feliz que otro que tengas más capital. Y es una farsa que es creída en general y ahí radica el problema.

Se trata, en definitiva, de comprender que triunfar en la vida tiene más que ver con la humanidad (algo cada vez menos frecuente), con la creatividad, con la capacidad de reflexión y el pensamiento crítico, con la autonomía respecto al exterior y con el grado de libertad interior (el verdadero poder, el poder que se trata de ocultar) logrado en este tan breve instante de tiempo que es la vida. Tiene mucho más que ver con esto que con lo material. Y mientras la gente no se dé cuenta de esto y se aferre al materialismo y al anhelado consumismo ni será libre ni será feliz y el sistema gana.

Fotografía: maestro mehir titeres

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Como te ven te tratan, y si te ven mal…

Por: Esteban de Gori y Bárbara Ester

I
La belleza es uno de los horizontes estéticos de la globalización. El cuerpo colocado en el centro mismo de la escena contemporánea es un territorio para diversos business y expectativas. Si los futuristas soñaron con cuerpos integrados con materiales ultra tecnológicos –al estilo Terminator-, los posmodernos pensaron en un cuerpo bello, siempre potente, alejado de la muerte y de la erosión. Bien vestido, no solo como forma de distinción, sino como embellecimiento y potencia cultural. Il corpo eterno que se erige sobre el cuerpo real. Ser lindo o linda puede ser parte de un clima de época, una política de Estado e inclusive un recurso laboral para los sectores populares.

II

El ministerio de Desarrollo Social argentino lanzó un programa de capacitación “Belleza por un futuro” para que chicas y chicos de los sectores populares aprendan a maquillar y peinar. Un emprendimiento para épocas difíciles, para un Estado que no se ve “sosteniendo” trayectorias laborales, ni redes intensas ante el desempleo. Emprendedores que generan las culturas globales pero en el contexto argentino de reducción del poder adquisitivo del mercado interno. No solo es una propuesta de restitución o reconocimiento de las jerarquías sociales. Los jóvenes de los sectores populares pueden acceder a capacitaciones de salidas fastwork, para meterse en el mercado. No dar subsidios, sino dar saberes. No regalar pescado, enseñar a pescar, como repetían los viejos. Estas capacitaciones, de algún modo, se inscriben en una moral para los sectores populares que no es nueva. Lo innovador es la insistencia en el emprendedor o emprendedora individual que va en busca del mundo, que se mete en los nichos que abre la cultura posmoderna. Emprendedores de lo global.

III

Las fotos de inauguración del programa desbordan alegría. Clases populares pensadas para integrarse en formas del micro-emprendedurismo individual y que se desenvuelvan como puedan en el mercado. Rebusques de época para necesidades de época. La artista Noe Fois (Yegua y Groncha) posteó en su Facebook: “Acá en el curso de maquillaje de Stanley para negras pobres”. El gobierno macrista va en busca de los sectores populares, en ellos recrea una imaginación acerca de las relaciones laborales y de estos mismos sectores. ¿Qué hacer con las jóvenes y los jóvenes de clases bajas en procesos de reformulación del Estado, de sus instituciones y de algunas regulaciones que los sostienen? “Ubicarlos en su lugar” biográfico y social podría ser una estrategia. Abrirles un nicho laboral acorde a su condición. Recrear la desigualdad, indicarían los sociólogos.

IV

La acentuada disposición del macrismo para re-asignar un nuevo-viejo rol a la mujer en la sociedad se cristalizó en otras oportunidades. Desde la reinauguración de Tecnópolis la convocatoria a participar del Club de Estilo fue sumamente cuestionada. Una invitación para vivir la experiencia de una It girl –mujeres que ganan popularidad en redes sociales a través de la belleza, la vida saludable, el humor, etc.-en abierta consonancia con la reactualización de estereotipos de belleza acorde a las metáforas de belleza de la cultura global. Sexismo y consumismo, como forma de inscripción en el universo de mujer “exitosa”. Cambiemos no sólo carece de políticas públicas para erradicar la violencia de género, también desmantela las existentes y promueve iniciativas que refuerzan el sexismo en un contexto de ampliación del feminicidio.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=219096

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