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El valor del trabajo

Un aporte esencial para la comunidad, pocas veces apreciado como corresponde

Es importante vigilar de cerca las relaciones laborales bajo la pandemia.

La nueva forma de productividad ha venido a trastornar uno de los aspectos básicos de la vida humana: el trabajo. En este año y medio se ha producido un cambio profundo, no solo en el acceso al empleo –y todo lo que eso implica en términos de subsistencia- sino también en las relaciones laborales, ya desde siempre complicadas y frecuentemente rayanas en la injusticia; pero, sobre todo, en las estructuras sobre las cuales se sostienen la legalidad y legitimidad del trato entre las partes: es decir, entre quienes ofrecen su aporte en experiencia, conocimiento y esfuerzo físico, y quienes pagan por ello.

En estos meses ha quedado evidenciada la elasticidad de esos contratos. La necesidad de obtener los medios para subsistir ha llevado a millones de seres humanos a replantearse el valor de su aporte. De ahí surge un nuevo estilo de relación laboral, de acuerdo con el cual los nuevos métodos de trabajo en línea –gracias a las facilidades tecnológicas actuales- han sustituido, en algunos casos de manera definitiva, el esquema presencial al cual estábamos totalmente acostumbrados. Sin embargo, en esta nueva modalidad se establece una relación cuyas características vulneran el trato justo que debería primar entre las partes.

Se entiende de manera tácita que trabajar gratis y no pagar por el trabajo son dos extremos que se tocan. En ambos hace falta un elemento fundamental: la ética. Dado que el trabajo es una forma de intercambio a través del cual una persona entrega su energía, experiencia y conocimientos a cambio de una retribución económica, ofrecerlo sin ella por temor al despido, lo devalúa y traiciona la esencia del contrato. Esto sucede cada vez con mayor frecuencia en el nuevo esquema, al hacerse evidentes un par de elementos capaces de degradar la relación: el miedo a perder el empleo, por un lado; y la certeza sobre el poder para abusar, del otro.

Es importante reflexionar sobre la complejidad de esta relación productiva entre personas y entidades de diversa índole. Las actividades laborales, cualesquiera sean sus características, implican mucho más que el esfuerzo puntual para realizar una tarea. Detrás de ese acto hay tiempo invertido en la elaboración y transformación de los elementos indispensables para alcanzar un grado de desarrollo y eficiencia determinados; por ello, al dar ese esfuerzo de manera gratuita se cae en un acto de minusvaloración, aceptando que aquello que hacemos bien, no vale nada. Este esquema aplica de manera específica en los casos cada vez más numerosos del trabajo desde el hogar, para el cual la definición de horario laboral se pierde en una mezcla indeseable con el derecho a la privacidad doméstica, mezclándolo todo.

La obligación de ganarse la vida trabajando podría considerarse una maldición bíblica, sobre todo cuando –como sucede cada vez con mayor frecuencia- el esfuerzo es mucho mayor que la recompensa, o también cuando el trabajo incumple la premisa romántica de dignificar a quien lo realiza. O, para ir un poco más cerca de la realidad, cuando representa una forma de violación de ciertos derechos fundamentales de la persona. Esto último comienza a predominar e invadir espacios laborales antes regulados por un sistema de garantías legales, el cual en estos días comienza a perder su incidencia. La vigilancia de estas relaciones se percibe como una medida de urgencia durante la emergencia sanitaria, en donde la explotación laboral –incluido un desprecio injustificado por el esfuerzo de quienes aportan su experiencia y conocimientos- es la modalidad de los nuevos tiempos.

@carvasar

El valor del trabajo

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Elecciones intermedias y Cuarta Transformación

Por: Luis Hernández Navarro 

La magnitud del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018 hizo creer a algunos de sus simpatizantes en la inevitabilidad de una victoria apabullante en las elecciones intermedias tres años después. Aunque aún falta conocer los resultados definitivos de los comicios del pasado domingo, con la información disponible está claro que Morena no obtuvo la votación que esperaba y necesitaba.

La 4T ganó la mayoría de las elecciones estatales. Perdió en la Ciudad de México, su principal bastión desde 1988, al menos nueve de las 16 alcaldías (Xochimilco está en suspenso) y 12 distritos del Congreso local. Aunque en la Cámara de Diputados sigue siendo, sin duda, la principal fuerza política, no obtuvo la mayoría calificada ni absoluta que solicitó a los votantes en las campañas, y que requiere para seguir adelante con sus reformas.

Morena perdió, también, buena cantidad de las más importantes ciudades del país, a excepción de Tijuana y Acapulco. En Monterrey y Guadalajara ganó MC; en Querétaro el PAN; en Puebla, la alianza Compromiso por Puebla-Pacto Social de Integración; en Morelia, la Coalición PAN-PRD; Guanajuato, PAN; en Cuernavaca, la alianza PAN-PSD; en Hermosillo, Va Sonora; en Toluca, la convergencia PAN-PRI-PRD; en Veracruz, el panismo se hizo de Medellín, Alvarado, Boca del Río y el puerto.

La oposición partidaria, que fue reducida casi hasta la insignificancia por el tsunami de 2018, revivió fortalecida este 6 de junio, de la mano de la derecha empresarial. A pesar de los descalabros que sufrió en varios estados, emerge con fuerza suficiente para vetar iniciativas gubernamentales y conducir ella públicamente (y no sus intelectuales, las cámaras patronales o la prensa escrita) la verdadera oposición conservadora a la 4T. Cuenta, además, con una potencia en la Ciudad de México, de la que careció durante las últimas décadas.

Lo notable es que, a pesar de la pandemia, la crisis económica, la inseguridad y el descontento de las clases medias, la 4T sólo haya tenido derrotas contundentes en la capital de la República. No es poca cosa. El hecho muestra hasta dónde, la indudable aprobación que mantiene López Obrador en la opinión pública, sirvió de valladar para que esa desazón no se manifestara en las urnas más ampliamente.

Hay un malestar acumulado entre artistas, científicos, académicos, intelectuales, maestros, normalistas, feministas, ambientalistas, defensores de derechos humanos, asociaciones de víctimas que, salvo en la Ciudad de México, no se expresó electoralmente de manera directa en favor de algún partido o candidato, salvo anulando las papeletas o escribiendo en ellas consignas.

Una parte de ese enojo se difundió en las redes sociales, mostrando fotografías de boletas tachadas o con consignas como “Samir vive”, “¡En dónde está Wendy?”, “Viva Mactumactzá y Teteles”, “Tierra, agua y libertad”, “Vivan las autonomías y la libertad”, “Marichuy”, contra los feminicidios y las desapariciones y un largo etcétera. Medir la amplitud que alcanzó esta forma de protesta es casi imposible.

Los resultados electorales son malos para los dos principales aspirantes a la candidatura presidencial de Morena: Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard. Por el contrario, los resultados para el tercero en discordia, Ricardo Monreal, no son malos. Gabriel García cumplió como operador.

Claudia es la gran perdedora de la jornada. Puso al frente de los comicios a dos personajes de bajísimo nivel, a los que las tribus ignoraron permanentemente. Su política de alianzas fue fatal y muchos de sus candidatos quedaron a deber. El morenismo capitalino terminó hecho ciscos, peleado a muerte, disparando fuego amigo a mansalva.

Mario Delgado, el hombre de Marcelo al frente del partido, pactó innumerables candidaturas indeseables, tanto con poderes fácticos mafiosos como con viejos priístas o verdes, hasta hacer de Morena un organismo político igual a todo lo que los mejores militantes de ese partido combatieron durante décadas. Simultáneamente, incumplió una y otra vez acuerdos establecidos con sus militantes, y dejó fuera de las listas de aspirantes a puestos de representación popular a luchadores consecuentes e íntegros. Los resultados que entrega dejan mucho que desear. La exigencia de que renuncie corre como reguero de pólvora.

Curiosamente, y a pesar del reposicionamiento de sus partidos en el tablero político nacional, tampoco le fue muy bien a los dirigentes de PRI, PAN y PRD. Todo parece indicar que Alejandro Moreno perdió su bastión en Campeche, y lo único que le da un respiro dentro de sus filas, es que en Nuevo León, Adrián de la Garza, que amenazaba con rebasarlo, fue también derrotado. Los triunfos del PAN parecieran ser más obra de los gobernadores o de los propios candidatos que de Marko Antonio Cortés. Y en el sol azteca hace ya muchos años que su dirección, claudicante y corrupta, se suicidó.

Aunque en algunos estados sus resultados fueron mediocres, todo parece indicar que la apuesta de MC a ubicarse como partido bisagra entre los dos principales bloques parlamentarios le resultó exitosa. Su triunfo en la gubernatura de Nuevo León y en ciudades como Monterrey y Guadalajara, su competitividad en la de Campeche, le dan territorialidad y recursos.

Morena superó la prueba de las elecciones intermedias. Sin embargo, su triunfo está lejos de los resultados que necesitaba para seguir adelante con su apuesta de país. En el camino, ha perdido a parte importante de las clases medias. En la política nacional, se anuncian tiempos aún más complicados de los que hasta ahora hemos vivido.

Twitter: @lhan55

https://www.jornada.com.mx/notas/2021/06/08/politica/elecciones-intermedias-y-cuarta-transformacion/

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Currículo humanizador e integral frente al currículo competencial

Por: Enrique Díez/Julio Rogero

  • La alternativa a la educación por competencias, que no es otra cosa que “educar para el mercado”, pasa por una educación integral, centrada en el desarrollo lo más completo posible del ser humano. Esto es, “educar para la vida”.

Los antecedentes del currículo competencial que actualmente se nos propone se encuentran en el más puro modelo de producción capitalista neoliberal, en el nuevo modelo de gestión empresarial y en las exigencias de eficiencia de la sociedad del rendimiento. Es un lenguaje ajeno a la educación, propio del mundo empresarial.

Su introducción en el mundo educativo ha ido de la mano de las empresas que, bajo los imperativos de competitividad y de rentabilidad, querían una formación que tuviera como referente las competencias para la empleabilidad y el emprendimiento. Lo central es la capacidad técnica del “saber hacer” y ser competente en la realización laboral de las tareas productivas para poder competir en el marco de la globalización neoliberal.

El tránsito del modelo de producción fordista, seguro, estable, jerarquizado, con cualificaciones y trayectorias muy definidas, al modelo de producción postfordista, flexible, más competitivo y desregularizado, genera la necesidad de un trabajador con una formación muy flexible, competitiva y adaptable. Este tránsito coincide con el paso de una sociedad industrial a una basada en el sector servicios, digitalizada y desregularizada en lo mercantil.

En este contexto, se sigue afianzando la idea de la crisis de los sistemas educativos porque son incapaces de dar respuesta a las nuevas necesidades de creación de valor y beneficios en el sistema económico abierto a la globalización. Surgen nuevos conceptos desde el mundo de la economía y la sociología como la sociedad del conocimiento, del saber y la información, las organizaciones inteligentes, la nueva economía, el capital humano, la nueva gestión empresarial, etc. Se comenzó a argumentar que la formación, sobre todo en tecnologías, es el elemento fundamental para las economías del futuro.

Así comienza, con la acusación de ineficacia, ineficiencia y falta de competitividad de los sistemas educativos, la propuesta de una urgente adaptación de estos a las demandas de la nueva economía, en la que ya estamos entrando, de la cuarta revolución industrial, y las economías del futuro. Es ahí donde los organismos internacionales a los que pertenece nuestro país, especialmente la OCDE y la Unión Europea, hacen una apuesta clara por las competencias, que se irán incorporando a nuestro sistema educativo a través de las diferentes reformas. En el preámbulo de la ley aprobada el pasado mes de diciembre se dice que “garantizar una formación adecuada pasa necesariamente por proporcionar una formación integral, que se centre en el desarrollo de las competencias…”.

El currículo competencial se liga a la respuesta que necesitan las economías para ser competitivas: eficiencia, utilidad, técnica, incremento del rendimiento y los resultados, capital humano, valor añadido, flexibilidad, adaptación constante… Proporcionar a la industria y a los servicios trabajadores adaptados a las exigencias de la producción moderna se ha convertido, con mucho, en la más importante de las funciones atribuidas a la enseñanza al cabo de los años. Con el argumento de que la educación debe atender a las demandas sociales, se hace una interpretación reduccionista de la sociedad, poniendo a la escuela al servicio de las empresas y centrando la formación en preparar el tipo de profesionales solicitados por éstas. Como dice Gimeno (2008, 57), las competencias son “solamente un nuevo lenguaje, una jerga, una técnica convertida en una ideología fácil de echar raíces en terrenos baldíos”, un remake de la pedagogía por objetivos.

El currículo competencial se liga a la respuesta que necesitan las economías para ser competitivas: eficiencia, flexibilidad y adaptación constante

La OCDE y la Unión Europea hacen suya la filosofía de las competencias y extienden la evaluación de los sistemas educativos desde esta perspectiva para hacer girar sus currículos hacia esta concepción. Los rankings internacionales (PISA, PIAAC, TALIS, PIRLS…) tienen como finalidad generar los ajustes necesarios en los currículos escolares para que el capital humano que necesita se ajuste a las necesidades de un sistema productivo y una economía en constante transformación. Las competencias definidas son las que el capitalismo digitalizado y de vigilancia necesita en sus trabajadores para seguir su carrera de crecimiento y acumulación de riqueza. Todo se tiñe de integralidad, creatividad, trabajo cooperativo, crecimiento sostenible, flexibilidad, afectividad, confianza e identificación, pero cuidándose muy bien de que nadie ponga en cuestión este sistema productivo brutal y deshumanizador.

Es importante saber cómo se traslada al sistema educativo toda la filosofía empresarial de las competencias, cómo se legitima y cómo se lleva al ámbito del currículo escolar de modo que se convierte en el modelo a seguir. Cómo llega al currículo escolar el enfoque de las competencias. Lo hace desde la gestión empresarial y el modelo de trabajador que demandan los departamentos de recursos humanos y que es asumido por los organismos internacionales a su servicio. Supone una pérdida de poder de las comunidades educativas vinculada a un intento de control externo de la educación, para homologarla, compararla y poder evaluar sus resultados con objetivos de rentabilidad.

Es verdad que dice contraponerse al modelo curricular academicista y transmisivo, pero no analiza críticamente a qué modelo de persona, de sociedad y de educación lleva el currículo competencial que se propone y a quién sirve el objetivo de la empleabilidad y el emprendimiento. Mucho nos tememos que esto se ha hecho sin un análisis crítico del marco global en el que se inserta la propuesta de las competencias.

Si lo que quiere decir es que hemos de desarrollar nuestras capacidades y potencialidades, que se diga y se utilice un lenguaje más humanizador, más integral, más ligado a las exigencias del proceso de desarrollo lo más completo posible del ser humano. En ese marco, el desarrollo de la preparación profesional no va dirigido a la sumisa empleabilidad de la vieja economía capitalista, sino para poder insertarse de forma creativa y cooperativa en la generación de una nueva economía para la vida. Por eso entendemos que la alternativa a la educación por competencias, que no es otra cosa que “educar para el mercado”, ha de ser una educación integral, centrada en el desarrollo lo más completo del ser humano, que es “educar para la vida”.

Más allá del currículo competencial: por un currículo humanizador e integral

El discurso idílico del currículo competencial sigue llevando en sí mismo la respuesta que demanda hoy el sistema productivo capitalista: flexibilidad, competitividad, emprendimiento, capitalismo verde, coaching emocional, mindfulness y pensamiento positivo para adaptarse al sistema, ensamblaje del aprendizaje-servicio como filantropía caritativa que acaba blanqueando un sistema radicalmente injusto. Un sistema que cuestiona todo lo que no favorezca el valor añadido del sistema educativo a la sociedad del rendimiento y de la cuantificación eficaz de los datos.

Lo que necesitamos realmente es un currículo que sea sensible a los conflictos sociales, a las desigualdades, las injusticias, las emergencias climáticas y, en general, a los desafíos que enfrenta la humanidad. Que ponga el énfasis en valores como la solidaridad, el decrecimiento, el apoyo mutuo y la cooperación. Que desarrolle la sensibilización, la empatía y la compasión ante el sufrimiento humano y el cumplimiento de los derechos humanos y sociales. Sin perder nunca el horizonte de la transformación, la emancipación y la justicia social.

Entendemos que a las administraciones educativas les corresponde fijar un marco curricular amplio y flexible, definiendo los saberes básicos imprescindibles, pero no les compete regular su implementación. Corresponde a los centros su desarrollo, adaptación y concreción, a través de proyectos, ejemplificaciones y metodologías, poniendo el foco en la educación integral y en la personalización del aprendizaje.

Debemos dejar de centrarnos tanto en el qué, los contenidos competenciales, dando más autonomía a las comunidades educativas y confiando más en el profesorado, y plantearnos el para qué. Los contenidos escolares deben estar al servicio de las finalidades educativas. Una sociedad democrática, participativa, laica, feminista, sostenible económica y medioambientalmente, con espíritu crítico, que respete la diversidad cultural y los derechos de todos y todas, exige un currículo compresivo, inclusivo, laico, intercultural, igualitario y ecologista que contribuya a formar personas autónomas y críticas para un desarrollo humano y ecológico mundial, justo y equilibrado. Solo desde este enfoque podemos replantear un currículum que se base en los problemas y desafíos reales y fundamentales que afectan a la vida en nuestra sociedad.

Necesitamos un currículum que atienda también las urgencias sociales, culturales, económicas y ecológico-ambientales, facilitando esquemas comprensivos que permitan interpretar y actuar sobre la realidad. De ahí la necesidad de un currículo ecosocial, feminista, antirracista, decolonial, democrático y antifascista, atento a la denuncia de todas las situaciones de precariedad que atentan contra el respeto y la dignidad de la vida y los derechos humanos. En este sentido, ha de ir incorporando tanto las experiencias cercanas del alumnado como las reivindicaciones de los colectivos y movimientos sociales.

Necesitamos un currículum que eduque para la vida desde una perspectiva crítica

Un currículum emancipador que incorpora la común y lo diverso. Que compagina el tratamiento y el respeto hacia las diversas identidades de los pueblos con la también necesaria fraternidad universal que se asienta en una sola comunidad con valores, derechos y deberes compartidos. Que integra lo local con lo global, así como la cooperación y la solidaridad con el entorno próximo y el lejano. Que promueve una convivencia pacífica, el apoyo y el cuidado mutuo y permite compartir experiencias y saberes. Un currículum que recoge la memoria histórica democrática, rescatando la verdad, la justicia, y la reparación de las víctimas.

Un currículum integrado y globalizado, que cuestiona radicalmente la lógica tradicional de la fragmentación curricular y apuesta por el diálogo y la integración de saberes y asignaturas que lo hacen más situado, relevante y profundo, interdisciplinar y transdisciplinar, vinculado a otros profesionales y agentes del territorio. Que promueve una educación pausada y reflexiva, sosegada y lenta, tanto para respetar la singularidad y el ritmo de cada persona, como para asimilar los conocimientos adquiridos.

En definitiva, un currículum que eduque en y para la vida. Pero desde un pensamiento crítico que interroga, repiensa y cuestiona el orden establecido, mediante el diálogo y la confrontación de puntos de vista, para la comprensión de un mundo complejo y cambiante. Incluso que despliega el derecho a la desobediencia como un derecho legítimo, que supone el incumplimiento de leyes y normas que se consideran injustas, abusivas o inútiles.

Todo esto excede y cuestiona el relato de las competencias, que ignora las mejores fuentes pedagógicas de la tradición educativa e invisibiliza el proyecto cultural y social de la escuela pública, asumiendo las doctrinas ideológicas, vendidas como técnicas, de los organismos internacionales y económicos. A pesar del despliegue mediático y político que difunde ese relato, desde el Foro de Sevilla seguiremos luchando por otro currículo posible y necesario, con la capacidad crítica de la inteligencia y el optimismo impenitente de la voluntad, parafraseando al filósofo Gramsci.

Currículo humanizador e integral frente al currículo competencial

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Con Lula, Brasil tiene una nueva oportunidad

Con Lula, Brasil tiene una nueva oportunidad

Emir Sader

En este artículo el autor sostiene que con Lula tiene una nueva oportunidad histórica que no puede desaprovechar.


La derecha llevó a Brasil a la peor crisis de su historia. Después de perder cuatro elecciones consecutivas, porque los gobiernos de izquierda hicieron los mejores gobiernos de la historia del país, la derecha promovió la ruptura de la democracia y restableció los gobiernos neoliberales.

Desde ese momento -2016- Brasil ha retrocedido en casi todos los indicadores: PIB, empleo, precariedad en el trabajo, hambre, miseria, abandono de la población, salud, educación, vivienda, desigualdad… Desde todos los puntos de vista, el país retrocedió, se volvió más pobre, más desigual, la gente se volvió más abandonada, el país fue ridiculizado en el mundo por un gobierno incompetente.

El país vive la peor crisis humanitaria del mundo, la peor situación social de su historia, tiene la peor imagen del mundo que jamás haya tenido. Eso es lo que la derecha le ofrece a Brasil. Las grandes empresas, los partidos de derecha, los medios de comunicación y el poder judicial, tienen la responsabilidad directa en esta situación, que no solo se refleja en la miseria y el hambre, sino también en miles de muertes evitables.

A pesar de todo eso, Brasil encuentra fuerzas para superar la crisis más grave de su historia. Toda las encuestas muestran que la gran mayoría de los brasileños ya no pueden soportar a este gobierno y quieren que Lula vuelva a ser presidente de Brasil. Los méritos de los gobiernos del PT quedaron en la memoria de los brasileños, quienes manifiestan claramente que prefieren el regreso de estos gobiernos a lo que la derecha propuso con el gobierno de Bolsonaro.

Brasil vivió un período muy grave de su historia con la dictadura militar de más de 20 años. Logró reunir suficiente fuerza democrática para derrotar a la dictadura y restaurar la democracia. Sin embargo, esta fuerza no fue suficiente para imponer la elección directa del primer presidente civil de Brasil después de la dictadura, ni para democratizar el país más allá de su sistema político.

No se democratizó ni la economía, ni las relaciones sociales, ni la educación, ni la salud, ni la propiedad de la tierra, ni los medios de comunicación. Es como si la estructura del país no se hubiera democratizado en absoluto, tanto es así que las desigualdades, la característica más profunda del país, se han mantenido y profundizado.

Brasil vivió otro momento grave cuando los gobiernos neoliberales de los años noventa provocaron una profunda recesión económica y un aumento de las desigualdades. Los brasileños eligieron a Lula y, sucesivamente, a los gobiernos del PT en cuatro elecciones. Brasil salió de la recesión heredada de los gobiernos neoliberales, impulsó el mayor proceso de distribución del ingreso de su historia, elevó los salarios por encima de la inflación como nunca antes, hizo que Brasil viviera, por primera vez, el pleno empleo, proyectó la imagen más prestigiosa en el mundo.

El golpe de 2016 arrojó a Brasil, de la mano de la derecha, a la peor crisis de su historia. Pero el país demuestra que tiene, a través de la posibilidad de tener nuevamente a Lula como presidente, una nueva oportunidad. Una oportunidad para rescatar la democracia, como condición indispensable para que prevalezca la voluntad de la mayoría.

Con Lula como presidente, Brasil tendrá una nueva oportunidad para combatir las desigualdades de todo tipo, combatir el hambre y la miseria, el desempleo, el abandono de la población y el descrédito externo del país. Superar la crisis actual, mediante el regreso de un presidente legítimo, elegido democráticamente por el pueblo, respetado en todo el mundo. Volver a convivir en armonía con todas las posiciones, desarrollando sus argumentos en un debate franco, abierto y democrático.

Brasil puede volver a ser un país del que los brasileños se enorgullecen, en el que otros países se reflejan a sí mismos para aprender a combatir el hambre, la miseria y la desigualdad. Que Brasil vuelva a tener relaciones de amistad y colaboración con todos los países y pueblos del mundo, que ya no sea considerado un país con un gobierno condenado a nivel mundial.

Con Lula, Brasil tiene una nueva oportunidad histórica para volver a ser un país en el que el pueblo se identifica con su gobierno, en el que el presidente habla el idioma del pueblo, pone en práctica políticas que atiendan las necesidades del pueblo. Para hacer lo que la catástrofe en la que la derecha jugó el país tras derrocar de un golpe al gobierno del PT, sea un paréntesis, que nunca más podrá romper con la democracia e instalar gobiernos autoritarios a pesar de los brasileños.

Brasil tiene una nueva oportunidad con Lula para reconstruirse como sociedad, como Estado, para reconocer los derechos de todos, reconocidos como ciudadanos. Brasil tiene una nueva oportunidad histórica con Lula y no puede desaprovecharla.

Fuente de la Información: https://rebelion.org/con-lula-brasil-tiene-una-nueva-oportunidad/

 

 

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Cuba: Cuando se caiga el Bloqueo

Cuando se caiga el Bloqueo

Pedro Jorge Velásquez

Cuando se caiga el Bloqueo se abrirá una puerta vieja, corroída, que rechina cuando le aprietan el cerrojo. Cuando se caiga el Bloqueo un sinsonte se desprenderá de la luz que empapa los portales de las casonas viejas, una mariposa blanca abrirá sus pétalos como nunca antes, como si quisiera abrazar el nacimiento. Cuando se caiga el Bloqueo un niño se bañará descalzo en todos los aguaceros de mayo y chapoleteará feliz en cada charco de nuestros baches.

Cuando se caiga el Bloqueo, lloverán siete días seguidos, como si fuera mandado por Dios, para llevarse todo lo malo que dejó el rencor. Cuando se caiga el Bloqueo yo estaré en mi casa, tomando un café, leyendo el verso del leopardo y el amigo, mirando la foto de un quijote que tengo a mitad del cuarto. Usted quizás esté en el trabajo pensando en cualquier cosa, o pensando en esos problemas que tenemos y que todos queremos resolver con la garantía de unas manos fuertes que aún tienen el valor de construir.

Cuando se caiga el Bloqueo un pregonero pasará por la ventana de las quinceañeras y las despertará con un girasol. Alguien cogerá una guitarra y pasará el día tocando “De dónde son los cantantes”. Cuando se caiga el Bloqueo abuela se pondrá su mejor bata de casa, hará un batido de frutabomba y le dará al vecino; y el vecino preparará una caldosa de esas donde cabemos los ricos y los pobres, los negros y los blancos, los católicos y los abakuá, los homos y los heteros, los cis y los trans, los artistas y los campesinos, los cubanos y los enamorados de Cuba.

Cuando se caiga el Bloqueo, no habrán amores cautivos ni pedazos de almas desbaratadas por la intolerancia. Habrá un “SÍ” y un “ES POSIBLE” por cada “NO” que nos han impuesto. Cuando se caiga el Bloqueo viajaremos juntos, emigraremos juntos, regresaremos juntos, pensaremos juntos en un país mejor. Cuando se caiga el Bloqueo desarmaremos la soledad y armaremos un rompecabezas carnal: con brazos, piernas, alas y corazones. Cuando se caiga el Bloqueo estallará el volcán de las ilusiones: una madre apretara su bebé contra el seno y cerrará los ojos junto a él, rendidos en el mismo sueño. Un papalote se desprenderá del tiempo y volará por todos los rincones de este bello país: el nuestro.

Cuando se caiga el Bloqueo no callaremos más ante los odios y nos apresuraremos para esparcir de calle en calle, de viento en viento, de beso en beso, la melodía de la unidad. Cuando se caiga el Bloqueo nos acordaremos de los abuelos y de los padres que han muerto pidiendo lo mismo que nosotros y lloraremos pensando en lo mucho que lucharon ellos. Cuando se caiga el Bloqueo, cuando el Bloqueo caiga, nos miraremos unos a otros, como si en esa mirada quedara todo lo que somos, y nos haremos el amor tantas veces, en un abrazo que solo conoce de patria y de humanidad

(Tomado de Bufa Subversiva)

Fuente de la Información: http://www.cubadebate.cu/opinion/2021/06/01/cuando-se-caiga-el-bloqueo/

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México: La izquierda es la oposición, no la derecha

La izquierda es la oposición, no la derecha

Los mexicanos y las mexicanas están a punto de celebrar una de las elecciones intermedias más grandes en la historia reciente del país. Unos comicios, en ese sentido, históricos, en términos cuantitativos, debido a que, en los últimos años, el andamiaje y la normatividad electoral trabajaron por hacer concurrir en las mismas fechas al grueso de las elecciones locales en el territorio nacional con las respectivas a la renovación de la Cámara de Diputados.

Pero unas votaciones históricas, asimismo, por todo lo que se juega en ellas para definir el rumbo que habrá de tomar la política nacional no sólo en lo concerniente a los siguientes tres años, cuando de nuevo, en 2024, se deba renovar la presidencia, el Senado, la Cámara, una decena de gubernaturas y congresos locales, así como un millar de presidencias municipales, sino, sobre todo, porque es a partir de este momento que, por lo menos para la izquierda mexicana, debe comenzar a tomar cuerpo un proyecto de carácter transexenal que ahonde en los logros hasta ahora alcanzados.

Y es que, en efecto, si bien es verdad que todas las elecciones que se celebran en el marco de la política nacional son cruciales, en cierto sentido, debido a que cada uno de los comicios ganados o perdidos por determinadas plataformas e intereses suponen una derrota de múltiples y diversas alternativas económicas, políticas, culturales, históricas, etc.; lo que es particularmente relevante y esencial de las que se celebrarán el domingo seis de junio es que en ellas lo que se disputa de fondo no es únicamente una redistribución de partidos en municipios, gubernaturas y legislaturas: los reacomodos partidistas en puestos de elección popular, después de todo, no son sólo eso: reacomodos, refrendos o renovación de perfiles personales tendientes a impactar en la aritmética electoral.

Por lo contrario, aquí y ahora, en los próximos comicios, hay, por lo menos, tres grandes apuestas que están en juego: la de escala continental y hemisférica, la nacional, vista desde las necesidades del presente; y, por último, la nacional, pero apreciada desde el punto de vista de las exigencias del futuro. Hay, por supuesto, muchas más cosas implicadas en diversas y múltiples escalas espaciales y temporales, pero, en términos generales, es en estos tres frentes de la disputa política en los que se articulan todas esas variaciones o particularidades.

Así, por ejemplo, en lo concerniente al plano continental y hemisférico, lo que es un hecho es que las votaciones en México no son unas elecciones más si se toma en consideración, por principio de cuentas, la potencia que en toda América y en el resto de Occidente comienzan a tener las plataformas políticas y las apuestas partidistas de la extrema derecha, en sus distintas variaciones (conservadora, liberal, neoliberal, oligárquica, etc.). Ya sea que en la actualidad se encuentren en funciones de gobierno, (como en Brasil, Chile, Colombia, Uruguay y Ecuador, en la región; Portugal, Hungría, Polonia e Italia, en Europa); o que, por lo contrario, se hallen en la posición de la fuerza política más pujante y con mejores perspectivas a futuro de conformar gobiernos nacionales (como en Alemania, Estados Unidos, Francia o España, por un lado; México, Bolivia, Perú, la mayor parte de Centroamérica y Venezuela, por el otro), lo que es innegable es que hay una tendencia más o menos generalizada en todo Occidente que apunta a incrementar la presencia, el alcance y la profundidad de las agendas promovidas desde esos espectros políticos-ideológicos.

Agendas, no sobra señalarlo, que además de tener en común notas como el clasismo, el sexismo y el racismo más abiertos y perniciosos, coinciden en tener por mantra que guía su actuar el de agotar, hasta sus últimas consecuencias, los efectos de las múltiples y diversas crisis por las cuales atraviesan todas las sociedades alrededor del mundo, como lo es la climática: vía su negación y el apelar a la intensificación de la explotación de recursos naturales al redor del planeta. Es decir, votar por estas derechas no tiene un impacto sólo en los distintos sistemas de pesos y contrapesos políticos-partidistas en los Estados nacionales en los que ganan cada vez más posiciones privilegiadas de poder o de toma de decisiones: el riesgo que se corre con estas pretendidas oposiciones es que las agendas que promueven, en muchas de sus aristas, son un atentado abierto en contra de las condiciones de posibilidad de subsistencia de toda la especie humana, como ocurre cuando promueven iniciativas para privatizar recursos vitales, como el agua (o, igual de grave que ello, cuando la convierten en un valor del mercado bursátil, para especular con ella).

De ahí que, lo que para sendos sectores de la sociedad civil constituye apenas un cambio de partidos dominantes sin mayor trascendencia que un reparto distinto de los recursos públicos sea, en realidad, un voto de confianza por posturas políticas que deciden sobre la vida y la muerte de millones de personas, en los términos más directos o a través de la intensificación de la explotación capitalista de los seres humanos y de otras especies de animales.

El Estado mexicano, al contar con uno de los territorios más ricos en diversidad natural, se coloca, así, en la primera línea de disputa de las grandes potencias y de las corporaciones transnacionales en la medida en que es objeto de apropiación de esas potencias y de esas corporaciones no únicamente para incrementar sus márgenes de acumulación, concentración y centralización de capital, sino, asimismo, en la medida en que constituye uno de los cada vez más escasos territorios cuya vastedad de recursos permitiría, a quien se los apropie y explote, hacer frente a los estragos de la crisis climática que hoy amenaza con exterminar a la totalidad de la humanidad si no se revierte el rumbo hasta ahora seguido por el capitalismo.

Una victoria electoral de las derechas unidas en la plataforma Va por México, en esa línea de ideas, implicaría no únicamente regresar a un modelo de explotación de la riqueza natural y social del tipo neoliberal (en la medida en que la versión dominante de la extrema derecha en México es, precisamente, la de tipo neoliberal, hoy personificada, en primera instancia, por el panismo y por eso que se ha dado a conocer, desde el sexenio de Enrique Peña Nieto, como el nuevo priísmo). Significaría, por lo contrario, acelerar, agudizar e intensificar: radicalizar, en toda la extensión del término, las lógicas que determinaban a ese modelo de dominación respecto de la manera en que operaba con anterioridad a la victoria de López Obrador en los comicios de 2018. Es, de hecho, en esta coyuntura en la que debe de leerse la tentativa del gobierno actual por disputar la soberanía energética y la rectoría gubernamental en el aprovechamiento de los recursos naturales que ha defendido en los últimos dos años, pues de lo que se trata no es simplemente de dejar de explotar esos recursos, sino, en primera instancia, de recuperarlos para la nación y, en seguida, de darles un uso social que permita construir las condiciones necesarias de subsistencia de la sociedad a la catástrofe que se avecina.

Visto lo anterior desde el punto de vista de lo que una victoria de las derechas mexicanas significaría, en el plano nacional, de cara a las necesidades del presente en este país, lo primero que se aprecia es que, evidentemente, estos primeros tres años de gobierno del proyecto político de López Obrador no han sido suficientes para romper las amarras que durante décadas tejieron los intereses de las grandes corporaciones, nacionales y extranjeras, para ser ellas y una élite reducida quienes disfruten de los beneficios que les provee el modo de explotación neoliberal de la riqueza natural del territorio (pero también del trabajo humano, de la riqueza social basada en el tiempo de trabajo del grueso de la población). Lograr avanzar en esa dirección, en la que se consiga asegurar mejores condiciones de vida para los sectores que tradicionalmente han sido los más expoliados por la política y la economía nacionales depende, sí o sí, de que en los gobiernos municipales, en las gubernaturas, en los congresos locales y en el Congreso federal no se instauren intereses políticos y empresariales adversos a ese proyecto de nación.

Así pues, la consigna de votar TODO POR MORENA, no es, de ninguna manera, una bandera dogmática popularizada por el núcleo duro de la militancia de ese partido político. Por lo contrario, la utilidad de ese voto unificado hacia el partido y el proyecto del actual presidente de México radica en que un cambio en la correlación de fuerzas que ahora existe modificaría de manera radical las capacidades de control y de dirección del Estado y de su andamiaje gubernamental por parte del presidente y sus colaboradores y colaboradoras más leales a la visión de país y de nación que tiene el jefe del ejecutivo.

Nunca, como ahora, ha sido tan importante que la sociedad civil mexicana comprenda que la existencia de poderes fácticos, por fuera de las instituciones del Estado, es una realidad palpable y que, en ese sentido, el hecho de que el partido del presidente cuente con mayorías aplastantes en el Congreso federal, en algunos congresos locales, en presidencias municipales y gubernaturas, no necesariamente significa que el gobierno federal en funciones no tiene contrapesos o no se enfrenta a intereses con todas las capacidades necesarias para frenar los avances que se proponen para contar con una sociedad más justa, democrática y libre. Una parte importante de la prensa y de los medios de comunicación, de la sociedad civil organizada y del empresariado se halla en ese frente de batalla: instaurando sentidos comunes que buscan deslegitimar las decisiones que se toman, frenando las decisiones gubernamentales a través de bloqueos empresariales y, por supuesto, constituyendo frentes electorales pretendidamente democráticos, pero sin realmente serlo.

No hace falta más que echar un pequeño vistazo a la historia de las izquierdas que se hicieron gobierno en América, a lo largo de las últimas dos décadas, para alcanzar a comprender que, cuando la correlación de fuerzas se modifica para otorgarle mayor peso a la oposición de derecha y restarle incidencia a la izquierda gobernante lo que sucede es una parálisis absoluta cuyo impacto principal se deja sentir en la descomposición de la vida civil y en el empeoramiento de las condiciones materiales de vida de las capas medias y, sobre todo, las más empobrecidas de la sociedad. Y es que, por mucho que a la teoría política liberal le guste defender la instauración de gobiernos divididos (un partido dominante en el poder ejecutivo y otro en el legislativo), la realidad oculta de esa defensa es que, cuando la izquierda tiene que gobernar desde una posición de debilidad, por no contar con mayorías en otros poderes o en otras escalas territoriales de la política nacional, eso, históricamente, siempre se traduce en un bloqueo total de las capacidades de la izquierda de hacer valer su agenda.

Parálisis total y no sólo retroceso es lo que se avecina en la escena política mexicana si el proyecto de López Obrador comienza a perder terreno, posiciones de fuerza, espacios de toma de decisiones, etcétera. ¿Significa esto, entonces, que la opción en el presente es concederle poderes absolutos al presidente y su partido, para que gobiernen sin oposición? No, significa, antes bien, comprender que la principal oposición de la izquierda en funciones de gobierno no debe de ser la derecha, sino la propia izquierda en la sociedad civil: esa izquierda que se moviliza, que se organiza, que se sindicaliza, que ejerce sus derechos para controlar que el gobierno sea sólo un fiduciario de la sociedad y no un detentor, en potestad, del poder público. De lo contrario, y si se consiente que la oposición real y efectiva a la izquierda sólo puede ser la que provenga desde la derecha del espectro ideológico, en lo que se consiente es en que, en verdad, no fue un error hacer del nacionalsocialismo, del franquismo y del fascismo las oposiciones efectivas de los movimientos obreros de principios del siglo XX.

O, para ponerlo en las coordenadas políticas de América, se consentiría, en esa línea de ideas, que en verdad fue lo correcto oponer a Salvador Allende la oposición de la atroz dictadura pinochetista. El ejemplo es extrapolable a todas las dictaduras cívico-militares de la región a lo largo de todo el siglo XX. La derecha nunca es oposición, es contrarrevolución y contrarreforma ahí en donde se plantea una revolución o una reforma del Estado y de sus contenidos políticos, económicos, culturales, históricos, etc.

¿Qué sucede, entonces, en la disputa nacional que se plantea en estos comicios, pero apreciada desde el punto de vista de las exigencias del futuro? Quizá lo más importante y valioso que se juega es la posibilidad de que la agenda política actual no sea, al final del sexenio, sólo eso: una experiencia de seis años sin capacidades de darse en continuidad luego de que el personaje que la encabeza abandone la titularidad del poder ejecutivo federal. Y es que si al final del periodo por el cual fue electo López Obrador no existe ya una alternativa para sucederle que no sea fabricada de la noche a la mañana o, como suele suceder por tradición en la cultura política mexicana (herencia del priísmo), en el transcurso del año electoral, lo que se prevé es un escenario en el que el reflujo de la derecha será brutal.

¿No han aprendido las sociedades americanas, en este sentido, que luego de que la izquierda se hace con el control y la dirección del Estado la derecha regresa más vil e implacable para garantizarse a sí misma que nunca más volverá a perder posiciones de poder ante la izquierda? ¿No son esas, precisamente, las experiencias de Bolsonaro, en Brasil; y Macri, en Argentina? ¿No es la radicalización del golpismo en Venezuela, Chile y Ecuador parte de la misma trama histórica y de la misma lógica de operar de esa derecha que se siente potentada por derecho natural de controlar y dirigir al Estado?

Los costos de que el actual gobierno sea apenas una experiencia sexenal, sin perspectivas de trascender a lo que se llegue a hacer en estos seis años, son enormes y en cada escenario posible de reorganización de la derecha lo que se aprecia son regímenes como los dos previos a la 4T: una guerra sin cuartel, como la inaugurada por el panismo en el 2000, pero radicalizada por Felipe Calderón, por un lado; y un régimen de podredumbre política y descomposición social, como lo fue con el priísmo personalizado en Enrique Peña Nieto, por el otro.

De ahí que la apuesta no sea, en efecto, menor: alternativas como la encabezada por Marcelo Ebrard no pueden ser, de ninguna manera, lo mejor que Morena y la 4T tengan para ofrecer en el poslopezobradorismo, siendo, precisamente, Marcelo Ebrard uno de los representantes del núcleo duro más de derecha en el interior de la 4T. Por ahora, y debido a cálculos estratégicos y pragmáticos, es aún viable votar hasta por las figuras más nefastas, impresentables y pedestres de Morena porque las posibilidades de que la izquierda misma y su sociedad civil organizada y movilizada ejerzan un control democrático de los actos que se deriven de los resultados electorales aún son múltiples, diversas y abiertas. Sin embargo, el escenario no será el mismo mientras más próximas estén las votaciones del 2024, y, para ese entonces, quizá sea demasiado tarde el pensar en cualquier posibilidad de continuidad transexenal.

Ricardo Orozco, internacionalista por la Universidad Nacional Autónoma de México

@r_zco

razonypolitica.org

 

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¿Volver a las aulas?

 

Sí, porque es en el aula, laboratorio, biblioteca, centro de prácticas, patio, comunidad donde el docente conoce a sus estudiantes y su evolución académica de manera objetiva, y donde el niño, niña, joven puede socializar bajo el espacio educativo.

Sin embargo, las preguntas deberían ser: ¿qué condiciones y garantías necesitamos para volver a las aulas? ¿Con qué propuesta educativa y pedagógica vamos a retornar? ¿Con qué capacitación docente? ¿Qué asistencia deben desarrollar los establecimientos educativos luego de un periodo de dislocación? ¿Cuál es la propuesta de reinserción educativa para quienes salieron del sistema educativo?

Necesitamos mirar al Sistema Nacional de Educación de manera global. Según datos oficiales de MinEduc, durante el año lectivo 2018-2019, el número de estudiantes fue de 4’581.835, de los cuales el 24% estaba matriculado en instituciones educativas del área rural; mientras el número de docentes dentro del Sistema Nacional de Educación fue de 217.748, de los cuales 169.559 docentes corresponden a la educación pública o fiscomisional. La distribución de los docentes por área geográfica demuestra que 7 de cada 10 trabajan en instituciones educativas del área urbana. Mientras el número de establecimientos educativos representó 16.301 instituciones entre todos los sostenimientos, de las cuales el 46% está ubicado en zonas rurales.

Por ahí se ha iniciado el retorno, mediante un grupo de instituciones ubicadas en el área rural; un segundo grupo más reducido son los establecimientos particulares que comienzan a enfrentar posibles casos de contagios en el interior del plantel. La realidad demanda al Gobierno asumir la educación como responsabilidad central del Estado, eso significa: articulación entre los distintos sistemas, destinar presupuesto con eficiencia y eficacia, vincular y fortalecer al sistema de salud y educación pública, promover un sistema educativo que responda a las necesidades sociales en sus diversos aspectos y que ubique a la tecnología al servicio de la pedagogía, ya que también se ha demostrado que la enseñanza telemática versus enseñanza presencial está siendo utilizada para ocultar los problemas estructurales de nuestro sistema educativo. No podemos seguir alabando desde el discurso la enseñanza telemática, eso en los hechos ha significado empobrecer aún más nuestro modelo educativo. Mientras no se pueda volver a las aulas por la pandemia, es urgente dotar a los estudiantes de los sectores populares con las herramientas tecnológicas necesarias e internet gratuito para cerrar la brecha digital.

Es menester señalar que cuando se esgrime desde la autoridad el supuesto derecho de madres o padres para decidir el retorno a las aulas, así sea bajo un plan piloto, se está falseando el debate. Ya que la única elección posible está entre regresar y no regresar. Dejando en segundo plano qué garantías se necesitan y quién es el responsable de darlas, o si es el momento oportuno. Por ahí debería partir una decisión científica y técnica, vinculados el anhelo y necesidad de volver a las aulas. (O)

 

Enlace original:

https://www.eluniverso.com/opinion/2020/11/27/nota/8063164/volver-aulas/

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