Por: Leonardo Boff
Leonardo Boff reflexiona sobre la prevalencia del odio, la exclusión y la rabia, fenómenos presentes en Brasil y el mundo.
Observamos con consternación en nuestro país y también en gran parte del mundo una ola de odio, de desprecio, de exclusión y de violencia simbólica y física que suscita la pregunta: ¿cómo se inscribe este dato siniestro dentro de la vida humana? Como veremos luego, los investigadores del secreto de la vida humana nos aseguran que por naturaleza y no simplemente por un proyecto personal o social, en nuestro DNA está inscrito el amor, la cooperación, la solidaridad y la compasión. Los que viven y alimentan el odio son enemigos de sí mismos y de la vida misma. Por eso no producen nada positivo, sino desgracias, exclusiones, crímenes y muerte. Es lo que lamentablemente estamos presenciando.
Sobre esta cuestión, el primer nombre a ser mencionado es sin duda James D.Watson con su famoso libro “ADN: el secreto de la vida” (2005). Junto con su colega Francis Crick sustentan científicamente que el amor está presente en la esencia del ADN. Ambos descodificaron en 1953 el código genético, la estructura de la molécula de ADN, la doble hélice que contiene el programa de toda vida, desde la célula primigenia surgida hace 3.800 millones de años hasta llegar a nosotros, seres humanos.
Todos estamos constituidos por el mismo código genético de base, lo que nos hace a todos parientes unos de otros. Afirma Watson: “contra el orgullo, las sublimes realizaciones del intelecto humano revelan que tenemos apenas dos veces más genes que un gusano insignificante, tres veces más genes que una mosca de frutas en descomposición y solo seis veces más genes que la simple levadura de panadería”. Una molécula de ADN estirada alcanza un metro y 85 centímetros; reducida a su forma original es una billonésima de centímetro y está presente en cada célula de nuestro cuerpo, incluso en la más superficial de la piel de nuestra mano. Watson define: “la vida así como la conocemos no es más que una vasta gama de reacciones químicas coordinadas. El secreto de esta coordinación es un complejo y arrebatador conjunto de instrucciones inscritas químicamente en nuestro ADN. Pero todavía nos queda un largo camino que recorrer hasta llegar al pleno conocimiento de cómo actúa el ADN” (p.424).
Muchos nuevos conocimientos enriquecieron la visión de Watson y Crick, especialmente los de los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela. Lo mejor de estas investigaciones fue maravillosamente resumido por el ecologista y físico cuántico Fritjof Capra en su libro La trama de la vida (1997). Él mostró didácticamente que para que surgiera la vida es necesario el patrón de organización (que nos hace distinguir una silla de un árbol) de una estructura que organiza los elementos físico-químicos que permiten la irrupción de la vida. Pero esto no basta, es necesario incluir la auto-creación. Los seres vivos, en sistemas abiertos que los hacen dialogar con todo el entorno, no son estáticos, están siempre en proceso de autocreación (autopoiesis de Maturana). No solo se adaptan a los cambios, sino que crean otros nuevos junto con los demás seres, de tal forma que continuamente co-evolucionan.
Una contribución decisiva fue aportada por Humberto Maturana que estudió la base biológica del amor. Él ve el amor presente desde los inicios del universo. Cada ser se rige por dos procesos: el primero es de necesidad de interconectarse con todos los demás para asegurar más fácilmente su supervivencia. El segundo es de pura espontaneidad. Los seres se interrelacionan por rara gratuidad, creando entre sí lazos nuevos y por afinidad, como si se enamorasen recíprocamente. Es la irrupción del amor en el proceso cosmogénico. El amor que surge entre dos seres, millones de años después, tuvo su origen en esa relación de ancestral amorosidad espontánea.
Todo esto sucede como un dato de la realidad objetiva. Al llegar al ser humano se puede transformar en algo subjetivo, en un amor conscientemente asumido y vivido conscientemente como un proyecto de vida.
Toda esta reflexión se destina a deslegitimar y acusar como inhumana, contraria al movimiento del universo y a la base biológica de la vida, la prevalencia del odio, de la exclusión y de la rabia presentes en nuestro país, animadas por un jefe de estado que se distingue por su odio y comportamientos desviados y necrófilos. Se ha hecho enemigo de la vida de sus compatriotas al aliarse con la Covid-19, presentándose como maestro curador a través de la cloroquina y compuestos, como si fuese médico y especialista. Quedó como un simple charlatán y, con referencia a los indígenas, un genocida.
Termino con este testimonio de Watson en el libro antes mencionado:
“Aunque no sea religioso, veo elementos profundamente verdaderos en las palabras sobre el amor de San Pablo en la epístola a los Corintios: “Si hablase todas las lenguas… si conociese todos los misterios y toda la ciencia… pero no tuviese amor, no sería nada. Pablo, a mi entender, reveló con claridad la esencia de nuestra humanidad. El amor, ese impulso que nos hace cuidar al otro fue lo que permitió nuestra supervivencia y éxito en el planeta. El amor es tan fundamental a nuestra naturaleza humana que estoy seguro de que la capacidad de amar está inscrita en nuestro ADN. Un Pablo secular (él, Watson) diría que el amor es la mayor dádiva de nuestros genes a la humanidad” (p.433-434).
Tales palabras nos llevan a responder al odio bolsonarista con el amor, a la ofensa de sus fans con amorosidad: Tales actitudes nos dan la certeza y garantía de que estos tiempos nefastos de ira y de odio pasarán.