Redacción: Levante
José Carlos Ruiz, doctor en Filosofía Contemporánea, señala que con los hijos «lo primero es construir un ambiente de diálogo constante sin necesidad de forzar situaciones».
José Carlos Ruiz es doctor en Filosofía Contemporánea, estudió Filosofía en la Universidad de Sevilla y en la Sorbona de París. Lleva 20 años como docente y ha escrito artículos y libros en los que acerca la filosofía a todos los públicos. Está especializado en el pensamiento crítico, temática que abordará el 5 de octubre en el Palau de Congressos de València en el evento «Gestionando hijos».
Para la gente que no ha oído hablar nunca del pensamiento crítico, ¿cómo explicaría a qué se refiere con este concepto?
El pensamiento crítico es la capacidad que tenemos de entender nuestro mundo en relación con el mundo de los demás. Mientras mejor trabajemos el pensamiento crítico de nuestros hijos e hijas, más les facilitaremos la creación de una identidad sólida y equilibrada, a la vez que les dotaremos de las herramientas necesarias para comprender las identidades de los demás.
¿Qué peligros o problemas conlleva la falta de pensamiento crítico?
Serían muchos. Tenemos que destacar que el hecho de no pensar bien puede provocar que terminemos tomando decisiones bajo el amparo exclusivo de las emociones. Esto conlleva la adopción de una identidad o personalidad ligera que podría entrar en una espiral de drogodependencia emocional en la que en la toma de decisiones que nuestros hijos realicen se impongan las emociones positivas, subordinando su capacidad de análisis exclusivamente a su faceta sentimental.
Para que aprendan a tomar buenas decisiones, tenemos que trabajar con ellos un correcto desarrollo del pensamiento crítico que les posibilite el equilibrio entre su faceta emocional y la faceta racional. Esto nos llevaría a un segundo problema, la sociedad en la que vivimos no cesa de generar estímulos bien diseñados, potenciando las emociones positivas y poniéndolas a su alcance. Tras lograr cubrir un estímulo, se genera otro de fácil acceso de manera instantánea y, así, entran en una espiral de acción imponiéndose una vida plagada de actividad donde no se deja espacio ni tiempo para la reflexión.
Tanto es así, que la hiperactividad y los problemas de atención empiezan a ser cada vez más preocupantes. En este mundo la acción parece haberle ganado la batalla a la reflexión, de ahí que haya querido trabajar de manera concreta con una metodología fácil y accesible: la recuperación del pensamiento crítico para compensar el desequilibrio que genera una sociedad intelectualmente anestesiada.
¿Qué se puede hacer para frenar esto?
Trabajar con ellos su capacidad de análisis. Tenemos que insertar rutinas de pensamiento en su día a día, tanto en casa como en el colegio. Nosotros hemos creado un método de pensamiento crítico con niños de múltiples edades en seis colegios, una hora a la semana durante un curso escolar, y con familias. Un método que no requiere formación y que consiste en modificar pequeños detalles de su cotidianidad para que vayan acostumbrándose a realizar análisis por su cuenta.
Por ejemplo, insertar en las rutinas familiares el proceso de la mayéutica socrática, que no es otra cosa que hacerles las preguntas adecuadas y acostumbrarlos a que ellos también vayan cultivando el arte de preguntar.
Es necesario que recuperen lo que nosotros hemos denominado el proto-pensamiento, que está compuesto por tres elementos que se enlazan consecutivamente: el asombro, la curiosidad y el cuestionamiento.
Tras tres meses de trabajo, los resultados de aplicar el método fueron esperanzadores, pero a partir del cuarto mes pudimos observar que el progreso en la capacidad de análisis de ellos (cómo elegían y analizaban sus amistades, cómo eran capaces de hacer preguntas que se enfocaban más allá de lo superficial o lo evidente, o el modo en el que empezaban a tener criterios propios por encima de la opinión del grupo) creció exponencialmente de manera asombrosa.
¿Cómo pueden unos padres poner en práctica el pensamiento crítico con sus hijos desde que son pequeños?
Lo primero es construir un ambiente de diálogo constante sin necesidad de forzar situaciones. Es conveniente que ellos sean conscientes de cuáles son las circunstancias reales que les rodean para que su pensamiento parta de una realidad familiar. Así, cuando vayan construyendo su identidad, tendrán unas raíces asentadas en lo real. De lo contrario, el peso de lo virtual puede hacer que su pensamiento se proyecte sobre elementos que no formen parte de su entorno.
Poco a poco, tendremos que trabajar con ellos el proto-pensamiento. Nuestros hijos, cada vez más, están perdiendo la capacidad de asombrarse. La saturación visual y de estímulos a la que les sometemos hace que presten menos interés por las cosas y se cansen rápido de las novedades. Hay que recuperar la capacidad de asombro, pero hay que hacerlo dentro de su cotidianidad, con las cosas comunes, elementos simples como hacerles ver que un simple movimiento del grifo provoca que el agua salga caliente o fría y, a partir de ahí, despertar la curiosidad que termine en un cuestionamiento. En mi libro «El arte de pensar para niños» pongo muchos ejemplos que han resultado ser de utilidad para esto.
Un momento importante y que temen muchos padres es cuando sus hijos ya quieren su propio móvil, estar en redes sociales, etc. ¿Qué se hace en esas situaciones? ¿A qué edad cree que ya pueden estar bien formados?
No es cuestión de edad, depende de la madurez del niño. Lo que recomiendo es que cuando vean que ya tiene la madurez para tener móvil o para abrirse un perfil social, que se haga conjuntamente, hacerlo con él o ella. Nosotros lo hicimos así en casa con mi hijo mayor. De hecho, nada más abrirse la cuenta en Instagram le dijimos que durante un día mirase los perfiles de sus amigos y que analizase lo que subían, le pedimos que nos dijese qué es lo que había visto, qué le parecía, si le aportaban alguna cosa interesante las fotografías y los comentarios.
Si hemos hecho del pensamiento crítico el eje que vertebra su educación, entonces descubriremos que con 12 años, por ejemplo, son muy capaces de analizar la superficilidad que a veces se presenta en Instragram o el afán de protagonismo, la egolatría€ Después le dijimos que antes de subir una foto se tenía que realizar una pregunta: ¿qué beneficio saco de subir esta foto y qué perjuicios puede provocar o provocarme?
Habla de la necesidad de educar el pensamiento crítico visual. ¿Algún ejemplo?
Qué duda cabe que nuestro mundo y, sobre todo, su mundo es eminentemente visual, estamos rodeados de pantallas, de lo que algún filósofo como Lipovetsky ha denominado la Omnipantalla. Por eso creo que es muy importante que les eduquemos la mirada, que sean capaces de tener un pensamiento crítico visual. El caso de Bután es un ejemplo muy significativo de lo que pasa cuando la realidad virtual de las pantallas se inserta en la vida real de las personas, de manera tan arraigada que condiciona hasta el modelo de felicidad. Bután era uno de los países que se consideraba más felices del mundo hasta el año 2000. El objetivo del rey de Bután era que sus habitantes fueran felices y poco a poco quería que el país se fuera modernizando sin occidentalizarlo. Cada dos años les pasaba una encuesta a todos sus ciudadanos (700.000 personas) en el que se les preguntaba por su bienestar y felicidad.
El problema fue que en el año 2000 decidieron introducir, por primera vez, la televisión y en 2001, Internet. Cuando pasaron las encuestas en 2002, descubrieron que el índice de felicidad de sus habitantes había bajado drásticamente. Dos años después, cayó en picado. En apenas cuatro años, sus ciudadanos parecían no estar satisfechos con la vida que habían estado llevando hasta entonces. Se presentaron los primeros casos de violencia grave y de tráfico de drogas, y el divorcio apareció con mucha fuerza. En este breve periodo de tiempo modificaron hasta sus cánones de belleza. La mujer de Bután era una mujer fuerte que podía acompañar al hombre en las labores del campo a la vez que cuidaba de los niños. Al introducir la televisión en las casas, se empezó a imponer el canon de belleza femenino virtual que condiciona la autoestima de las mujeres y el canon estético de los hombres, provocando una insatisfacción en ambas partes.
Se había introducido el mundo virtual de las pantallas sin trabajar el pensamiento crítico visual previamente y, al final, el poder de la imagen virtual se apoderó de las emociones reales. De ahí que tengamos que cuidar mucho esta faceta si queremos que nuestros hijos sean capaces de educarse de manera equilibrada, porque no podemos perder de vista que el pensamiento crítico es la cara oculta de la felicidad.
Fuente: https://www.levante-emv.com/comunitat-valenciana/2019/09/19/pensamiento-critico-cara-oculta-felicidad/1923312.html