Por: Inquietud y conciencia
Durante los últimos dos siglos ha habido transformaciones considerables en la jerarquización y división social del trabajo; con ello, se ha tenido la impresión de que la estructura de clases ha cambiado por completo. Esta impresión se traducía en un eslogan que representaba los siglos dorados del capitalismo, donde las contradicciones sistémicas no resonaban en los países centrales, durante los periodos de expansión material. El eslogan reflejaba lo siguiente: “¡Es posible el ascenso social! ¡Han triunfado las clases medias!”.
Esta teoría tiene tanto de niebla como de desorientación, pero remite y apela, sin duda, al contexto que le es su suelo, su humus y su agua. Si durante el s. XIX, las condiciones laborales rozaban la servidumbre y miseria más tangibles, la acelerada proletarización y el ritmo de acero de las fábricas, el riguroso rugir y disciplina del capataz, el hacinamiento urbano, el despojo del control sobre los recursos y las antiguas formas de trabajo (el campesinado, el artesano, etc.) auspiciado por la industria; a finales del s. XX sobre todo, el contexto era bien distinto, si nos centramos en Occidente: el crecimiento estadounidense, la recuperación de Europa; la sociedad de consumo y un modo de producción estable, por ello, un mercado laboral también estable; la “pacificación” de posguerra, la democracia moderna y el Estado de Bienestar; etc. El paso, en suma, de una sociedad que hacía resonar los efectos nocivos del capitalismo, conscientes de la desigualdad de clases, a una sociedad que ha sido paliada por los efectos narcotizantes de una etapa de estabilidad, crecimiento y artificioso consenso entre capital y trabajo
El mito de las clases medias remite a esta época, la cual ha ido decayendo hasta nuestros días; empero, todavía con los resquicios discursivos de este infalible marketing. Nos parece que esta confusión sobre las clases medias, la cual ha desvirtuado todo análisis estructural sobre las clases sociales en nuestras sociedades, se atiene a este cambio de paradigma social que sobreestima una consecuencia coyuntural (un periodo de expansión material y políticas bienestaristas) y deja de lado todo conocimiento histórico y profundo de la realidad social. Las clases sociales no son entidades formales, al menos no debieran comprenderse por la conglomeración de unos caracteres sociales que configuran perfiles, sino comprendiendo las relaciones sociales que le subyacen, lo demás es consecuencial. Las relaciones de producción, la relación entre trabajo y capital, desvelan la existencia de una clase desprovista de control sobre los recursos y los medios de producción, la trabajadora, y otra propietaria de los medios de producción (incluyendo la fuerza de trabajo, de la que extrae valor), la burguesa.
¿Por qué, entonces, toda esa niebla contemporánea sobre esta teoría? Sin duda alguna por lo que anteriormente comentamos: el contexto dicta y los sujetos hablan. Se ha impuesto una interpretación sobre las clases sociales que encaja sin oposición alguna en la cultura moderna, que no concibe “lucha de clases”.
El análisis de Erik Olin Wright(1983) resulta relevante, ya que concibe que la división social del trabajo ha provocado en las sociedades de capitalismo avanzado situaciones de clase objetivamente contradictorias, y no una disolución de la propia estructura relacional entre capital y trabajo. A lo largo del desarrollo histórico del capitalismo, se nos hace hincapié en tres procesos clave, los cuales han transformado las formas de producción de plusvalía y, con ello, los perfiles que ocupan los trabajadores en la escena productiva: 1) variaciones en torno a la “pérdida del control sobre el proceso de trabajo por parte de los obreros”, 2) “la diferenciación de las funciones del capital” y 3) “el desarrollo de jerarquías complejas”. Todos estos procesos han tenido una dirección clara, a tenor de la concentración del capital, del triunfo de una fase del capitalismo monopolista, en las sociedades contemporáneas:
1) Si las fábricas del s. XIX fueron motivo de la pérdida del control sobre los recursos y medios de subsistencia de la clase trabajadora, ahora existe una mayor participación y control obrero sobre estos.
2) El capital se ha diferenciado funcional y parcialmente: “la concentración de capital y la centralización crecientes han estimulado, por dos razones, la diferenciación de la propiedad económica [“el control de qué se produce”] y la posesión [“el control de cómo se produce”]” (Wright E., 1983, p. 62). Una diferenciación dada debido al aumento de la escala de la producción, en aras de potenciar su competitividad y concentrar el capital, resultando inviable e imposible la ocupación de los mismos individuos en ambas funciones.
3) Se han complejizado las jerarquías a lo ancho y largo de toda la cadena productiva, donde el control sobre los medios de producción y la fuerza de trabajo adquiere distintos estratos: desde altos directivos hasta los trabajadores directos, ocupados en la producción de mercancías. Asimismo, en lo relativo a la propiedad económica, se ha disipado con el paso de la historia la figura del empresario industrial único, para existir también distintos estratos en la gestión de las inversiones y recursos, “distintos niveles de propiedad económica”: con propiedad económica plena, los altos ejecutivos de empresa; a un nivel inferior, ejecutivos y directivos que participan en las decisiones sobre inversiones (específicas o globales) y, dotados de propiedad económica mínima, quienes tienen control sobre lo que se produce en todo el proceso de trabajo inmediato (ibídem, p. 64-65).
Todos estos procesos han originado “situaciones contradictorias dentro de las relaciones de clase”. Partimos de que las clases sociales se fundamentan en las relaciones de producción, en la posición que adquiere la clase capitalista, control del proceso productivo y de acumulación, y la clase trabajadora, excluida de todo ese proceso y sin control sobre las relaciones de autoridad establecidas en el proceso de trabajo. En el contexto que hemos expuesto, observamos que existen posiciones intermedias y contradictorias entre clases: los supervisores de los trabajadores (control sobre la fuerza de trabajo, nivel jerárquico superior; empero, sin poder real, al servicio de estratos superiores), “tecnócratas” (relativa autonomía en su trabajo, posicionado en la jerarquía de la empresa), pequeños patrones (“funcionarios de las grandes empresas”), trabajadores semiautónomos, etc.
Esta interpretación es, sin duda, más consecuente con el desarrollo histórico del capitalismo, la realidad de que las “clases medias” no son sino la consecuencia de todas estas condiciones y procesos socioeconómicos, son estratos, no clases sociales independientes. El retorno a una fase de recesión, el detrimento de la economía real y la expansión financiera desde los años 70, ha cuestionado el eslogan de “la nueva clase media”: las contradicciones emergen y, con ello, los grandes costes sociales y la enorme polarización entre clases que ha ido gestándose. La estructura de clases propia del capitalismo no ha cambiado en esencia, de resultas; pues no lo han hecho las relaciones que las fundamenta.
Por otra parte, la financiarización de la economía provoca que las empresas ya no sean posesión de lo local ni de sus gerentes, sino de sus accionistas. Este es un hecho de crucial importancia, pues vira el camino objetivo desde una perspectiva largoplacista a otra gobernada por el máximo beneficio en el menor tiempo posible. Las implicaciones de lo relatado en el trabajo y en la estructura social son dramáticas, pues, como analiza Richard Sennett tanto en La corrosión del carácter (1998) como en La cultura del nuevo capitalismo (2006), se pierde la mentalidad del “artesano” conocedor de su labor y con una fuerte identificación con su trabajo y con definición de la persona por el oficio que tiene – el ejemplo de los panaderos en la obra de La cultura del nuevo capitalismo (2006)- en favor del trabajador consumista, el cual carece de dicha identidad laboral, no siente pertenencia ni en su empresa, en la que está de paso, ni en su oficio, en el que está igualmente de paso.
Tanto en las obras de Sennett como en el documental de Noam Chomsky Réquiem por el sueño americano se aporta otro factor igualmente importante: la deslocalización de la producción. Esta característica del capitalismo flexible provoca -como también señala Dani Rodrik en La paradoja de la globalización (2011)- un aumento de la competencia en la clase obrera del Occidente industrializado – y cada vez más desindustrializado- por parte de países “en vías de desarrollo” con una mano de obra más barata que provoca una dinámica a la baja en los salarios de los obreros de Occidente. Zygmunt Bauman en el capítulo dedicado al trabajo, en su Opera Prima, Modernidad Líquida (2005), habla de que la causa principal de esto es la categorización del mismo trabajo como una mercancía más, sujeta por ende a los mismos mecanismos del “libre mercado”.
De aquí se deduce que el estrato social más desfavorecido con el nuevo diseño de la economía sea la clase obrera, en concreto la clase obrera del “Primer Mundo” en favor de una industrialización de países antes periféricos (Brasil, India, China, etc.) con el correspondiente ascenso en estos de su respectiva clase media -aunque en condiciones totalmente distintas, no se definen en los mismos términos, la clase media de esos países es mucho más barata para las gigantescas multinacionales que las clases medias de Occidente-.
También Bauman desarrolla en Globalización: consecuencias humanas(1998) una perspectiva de desigualdad diferente. como enfoca Bauman el tema en el hecho de que “el poder desplazarse” se ha convertido de alguna manera en “una nueva forma de capital” y fuente de desigualdad, en tanto que sus consecuencias en la vida de los individuos para las élites globalistas y los acomodados satisfechos poseen la posibilidad de desplazarse en el espacio -una agenda global- y para la mayoría la inmovilidad. La élite se libera de la jaula de hierro weberiana y el resto siguen en una aún mayor si cabe (Bauman, 2005).
Así, el capitalismo, como sistema histórico, tras un breve período en el que las transnacionales y empresas estaban limitadas por un tejido de fuerzas sociopolíticas y por la regulación estatal, materializado en un pacto entre capital, trabajo y Estado, que tuvo la finalidad de establecer las condiciones de paz y estabilidad a nivel doméstico, retomó el camino que siempre le ha caracterizado, la maximización de beneficios, lo obvio en una sociedad de mercado.
Por ello, la globalización neoliberal está originando una creciente polarización social, especialmente en los países Occidentales que son los más afectados tras la crisis iniciada en el año 2007-2008(disminuyendo así la percepción de la pertenencia a las clases medias) ,en la que una minoría aglutina cada vez de manera más acentuada el control de la riqueza (un 1% que tiene alrededor del 19% subordinado a sus intereses) mientras que se incrementa el porcentaje de la población que sigue perdiendo poder adquisitivo e incluso no tiene garantizadas las condiciones vitales más básicas (alimentación, vivienda, etc.). El estudio The network of Global corporate control (2011) llevado a cabo en la Escuela Politécnica de Zurich da buena muestra de la acumulación de riqueza en una minoría, ya que de 43.060 transnacionales, 737 de éstas disponen del valor de las acciones del 80% del total, es decir, son filiales que controlan de manera directa o indirecta y extendidas a por diversos países, a lo que hay que añadir que 147 corporaciones, de las cuales el 75% pertenecen al sector financiero, poseen el 40% del valor de todas las transnacionales del mundo.
La flexibilización del mercado de trabajo, la pérdida de derechos laborales y sociales, la reducción del gasto social, la desigualdad, la inseguridad e incertidumbre vital es la dirección que va a seguir manteniendo el sistema en pos de la lógica mercantil, en detrimento de las clases trabajadoras en mayor medida, y en mucho menor medida, de la clase media, pues el neoliberalismo ha sido un gran éxito ideológico, político y cultural en el imaginario colectivo, es decir, forma parte del sentido común (Harvey, 2007). La plutocracia, el gobierno de los ricos es lo que hay instaurado, en la que organismos supranacionales (BCE, FMI, Comisión Europea…), con los respectivos tratados comerciales internacionales (TTIP, CETA…) están al margen de todo control colectivo e instrumentalizan a los Estados, a la par que los políticos y legislación de éstos lo permiten( relación bidireccional), para consolidar y perpetuar sus privilegios e intereses.
A pesar de ello, impera una percepción, promovida en parte por la ideología hegemónica, de que la clase media a nivel global está in crescendo y que representa a buena parte de la población global. Si bien es cierto, que éstas han aumentado especialmente en Indochina, en los tigres asiáticos, en América Latina y menos en África, debido también a las políticas de corte keynesiano y al desarrollo económico de los BRICS (deslocalización y expansión geográfica del capitalismo en una tesitura de caída de rentabilidad de capital que se inicia a finales de la década de los 60), posibilitado por la globalización y la crisis de hegemonía de EE.UU que se inicia con la expansión financiera de la economía. No obstante, como Milanovic indica (2012), la clase media no ha terminado siquiera de eclosionar. Además, encontramos una problemática conceptual, de definición de lo que es considerado clase media, ya que en los países del “Tercer Mundo”, el límite de la renta más elevado de la clase media sería enmarcado por debajo del umbral de la pobreza que se emplea en los “países desarrollados”, lo cual infla el número de personas pertenecientes a ésta.
Autor de la ilustración: Dirty_money
Como Wallerstein señala (1988), los movimientos antisistémicos se establecieron por primera vez en un sistema histórico de manera estructurada durante el capitalismo. Pese a ello, las fuerzas subalternas han perdido toda capacidad trasformadora y de equilibrio social que desempeñaron en el pasado, nos encontramos ante una gran desmovilización. En líneas generales, los movimientos que han surgido (15 M y Occupy Wall Street), en realidad, no ponían en tela de juicio el statu quo, sino que anhelaban un retorno del nivel de vida y de consumo anterior. En las sociedades actuales predominan formas de control social mucho más eficientes que garantizan la perpetuación del sistema vigente, como la psicopolítica, es decir, la propia autoexplotación, más difícil de identificar, que junto a las condiciones que propician la formación de estructuras caracterológicas sumisas y pasivas, posibilitan la reproducción del orden social, pues no debemos olvidar que el carácter social se traslada al individual (Reich 2005), a través de los agentes de socialización (escuela, familia, medios de comunicación y estado). La industria cultural (Horkheimer y Adorno, 2016), bajo la aparente pluralidad política e ideológica, está al servicio del afán de lucro, la banalidad y el consumo. Así, el pensamiento único caracteriza a lo que Marcuse (2016) denomina “hombre unidimensional”, impulsado por el individualismo, hedonismo y conformismo, llegando a un nivel de alienación sin precedentes.
Amando Tarí Sirvent
Antonio Cantó Gómez
José Manuel Zaragoza Quesada
Bibliografía
Bauman, Zygmunt. Globalización: consecuencias humanas. Madrid, Fondo de cultura económica (1998)
Bauman, Zygmunt. Modernidad Líquida. Madrid, Fondo de cultura económica (2003)
Harvey, David. Breve historia del neoliberalismo. Madrid, Akal (2007).
Horkhaimer, Max y Adorno, Theodor. Dialéctica de la Ilustración. Madrid (2016).
Marcuse, Herbert. El hombre unidimensional. Austral. España (2016).
Milanovic, Branko. Los que tienen y los que no tienen. Alianza Editorial. España (2012)
Reich, Wilhelm. Análisis del carácter. Paidós. España (2005)
Rodrik, Dani. La paradoja de la globalización. Antoni Bosch (2011)
Sennett, Richard. La corrosión del carácter. Madrid, Anagrama (1998)
Sennett, Richard. La cultura en el nuevo capitalismo. Madrid, Anagrama (2006)
Vitali, Stefania; Glattfelder, James y Battiston, Steffano. The network of Global corporate control. Instituto Politécnico de Zúrich. Alemania (2011). Disponible en: http://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0025995
Wallerstein, Immanuel. El capitalismo histórico. Siglo XXI. España (1988).
Wright, E. (1983). Clase, crisis y estado. Madrid: Siglo Veintiuno de España, pp. 23-104.
Fuente: https://inquietudyconciencia.wordpress.com/2018/10/26/la-mitificacion-de-las-clases-medias-estratificacion-y-relaciones-sociales/