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La violencia sexual y el matrimonio infantil interrumpen la educación de las niñas en países en conflicto

Laura de Grado 

Más del 52 % de niñas, niños y jóvenes en países en conflicto han visto interrumpida su educación, enfrentándose a una media de uno a dos años sin escolarización debido a la violencia, el desplazamiento y la destrucción de infraestructuras educativas. Y las niñas, además, son víctimas de matrimonio infantil y violencia sexual, lo que agrava su vulnerabilidad y dificulta aún más su retorno a las aulas.

Esta es una de las conclusiones que expone el informe Seguimos soñando: Niñas y jóvenes en situaciones de conflicto, elaborado por la ONG Plan International, en el Día Internacional de la Niña.

La organización, que trabaja para garantizar los derechos de la infancia y promover la igualdad de género, ha recopilado datos a partir de 9.995 encuestas realizadas a niñas, niños y jóvenes de entre 15 y 24 años en 10 países en conflicto.

Camerún, Colombia, Etiopía, Líbano y Ucrania son algunos de los países incluidos en este estudio que pone de relieve cómo el género y la edad determinan las experiencias de la juventud en situaciones de violencia armada. Además, se realizaron 104 entrevistas en profundidad que arrojan luz sobre las vivencias personales de muchas de estas jóvenes.

1 de cada 4 niñas vive con miedo a la violencia sexual

Uno de los hallazgos más preocupantes del informe es el alto porcentaje de niñas que viven con miedo constante a la violencia sexual. Un 27 % de las niñas encuestadas expresó su temor frente a este tipo de agresión, una cifra significativamente mayor que el 17 % de los niños.

La violencia sexual, utilizada como arma de guerra en muchas de estas regiones, tiene consecuencias devastadoras no solo físicas, sino también emocionales y sociales. Muchas de las niñas que han sobrevivido a violaciones enfrentan embarazos no deseados y son estigmatizadas por sus propias comunidades, lo que las aísla y limita aún más sus oportunidades de educación y desarrollo personal.

A esto se suma el matrimonio infantil, un problema que afecta gravemente a las niñas en zonas de conflicto. Ante la falta de recursos, las familias recurren al matrimonio temprano como una supuesta forma de protección para sus hijas o como una estrategia para reducir el número de bocas que alimentar. Sin embargo, esta práctica corta de raíz las posibilidades educativas y perpetúa la desigualdad de género, ya que las niñas, ahora esposas y madres, deben asumir responsabilidades adultas a una edad en la que deberían estar en las aulas.

Sin acceso a agua, alimentos o electricidad

La interrupción de la educación en estos contextos no se debe solo a la violencia directa o a la destrucción de infraestructuras, sino también a la falta de acceso a recursos básicos.

Según el informe, el 44 % de las niñas, niños y jóvenes no tienen acceso adecuado a alimentos, el 59 % enfrenta problemas para obtener electricidad, y el 41 % carece de acceso a agua potable. Estas carencias afectan desproporcionadamente a las niñas, quienes, debido a la desigualdad de género, encuentran más obstáculos para acceder a estos recursos esenciales.

Además, el 46 % de las y los jóvenes entrevistadas reportaron no haber recibido ninguna ayuda humanitaria, lo que agrava la situación y retrasa aún más la posibilidad de volver a la escuela.

El impacto emocional de la violencia

El informe destaca que tanto niñas como niños sufren altos niveles de estrés, ansiedad y trastornos del sueño debido a la violencia.

Sin embargo, son las niñas quienes reportan mayores niveles de angustia por su constante exposición a la violencia sexual y las limitadas oportunidades para acceder a servicios de salud mental o sexual y reproductiva. Un 58 % de las niñas encuestadas vive con preocupaciones constantes, mientras que en el caso de los niños esta cifra es del 49 %.

La ONG ha hecho un llamado a la comunidad internacional para un alto al fuego inmediato en todas las zonas de conflicto, la protección de la infancia frente a violaciones graves como la violencia sexual y el reclutamiento forzoso, y la garantía de una educación segura e inclusiva.

Además, la organización insiste en la importancia de que las niñas tengan acceso igualitario a recursos básicos como alimentos y agua, y que reciban atención prioritaria si han sido víctimas de violencia sexual.

La violencia sexual y el matrimonio infantil interrumpen la educación de las niñas en países en conflicto

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Nurit Peled-Elhanan: «La educación en Israel forma a la sociedad para que viva en el trauma perpetuo»

Nurit Peled-Elhanan, profesora y autora israelí.

Experta en educación del lenguaje, investigadora del racismo en el sistema educativo israelí y Premio Sájarov del Parlamento europeo 2011: “En Israel hay una cultura racista que deshumaniza a los palestinos”

— Un palestino y un israelí activistas por la paz: “Hamás no creó el conflicto, el conflicto creó Hamás”

La vida de Nurit Peled Elhanan está atravesada por algunos de los rasgos más trascendentales de la historia de Israel. Nieta de uno de los firmantes en 1948 de la declaración de independencia israelí –Avraham Kastnelson– e hija de un histórico general que giró hacia posiciones pacifistas –Mattiyahu Peled–, ha dedicado su vida a la docencia universitaria y es una de las voces más respetadas en su país en el análisis de la educación del lenguaje en la infancia.

Internacionalmente es conocida por sus investigaciones sobre la presencia del racismo y la propaganda en los libros de texto y el sistema educativo israelí. Premio Sájarov Libertad de Pensamiento concedido por el Parlamento europeo en 2011, entre sus libros traducidos en varios idiomas destacan ‘Palestina en los libros escolares de Israel’ y ‘La educación del Holocausto y las semióticas de la otredad en los libros de textos israelíes’.

Su padre, Mattiyahu Peled, fue amigo del primer ministro Isaac Rabin (asesinado en 1995 por un ultraderechista judío) y fundador, junto al diputado y periodista Uri Avnery, del Consejo para la Paz por el diálogo y en contra de la ocupación israelí. Fue uno de los primeros en reunirse secretamente con representantes palestinos, primero en París y posteriormente, con el propio Yaser Arafat, en Túnez.

Hace veinticinco años un atentado de Hamás en Jerusalén mató a la hija pequeña de Nurit Peled, de 13 años de edad. Ella prefiere no hablar de ello en esta entrevista. Hace un mes fue suspendida como profesora de la universidad David Yellen College de manera temporal, acusada por el presidente de esa institución de “justificación del acto atroz” de Hamás del pasado 7 de octubre, por citar a los filósofos Jean Paul Sartre y Frantz Fanon en un chat privado de docentes en WhatsApp, de este modo:

“’Después de tantos años en los que el cuello de los ocupados ha estado asfixiado bajo el pie de hierro y de repente tienen la oportunidad de levantar los ojos, ¿qué tipo de mirada esperabais ver allí?’ Vimos esa mirada”.

Tras tantos años ocupados, asfixiados bajo el pie de hierro, y de repente pueden levantar los ojos, ¿qué mirada esperabais ver?

Tras el anuncio de su suspensión, el abogado de Nurit Peled, Michael Sfard, publicó en The New York Times un artículo en el que denuncia “una represión sin precedentes de las voces disidentes que critican la forma en que Israel está librando su guerra”.

En una conversación con elDiario.es desde Jerusalén, ella misma lo explica así: “Sartre usó esa cita para hablar de los esclavos y [el filósofo y activista] Frantz Fanon plantea esa idea en su libro ‘Piel negra, máscara blanca’. La usaba para hablar de los negros oprimidos, yo la apliqué a los palestinos ocupados. Esa mirada que menciona es la que vimos el 7 de octubre. Las rebeliones pueden ser muy crueles, lo sabemos por la historia: muchas veces personas que sufren opresión durante tanto tiempo, cuando se rebelan, no tienen piedad”.

¿Cómo vivió los atentados del 7 de octubre?

Tengo familia en uno de los kibutz. Llamé a mi prima y hablamos mucho rato, hasta que dijo que tenía que colgar porque había disparos junto a su casa. Estuvimos escribiéndonos mensajes de texto todo el día. Permanecieron allí unas treinta horas, pero en su caso no hubo peligro porque los terroristas fueron capturados antes de que llegaran a su casa. Una vivienda cercana a ellos quedó completamente destruida.

¿Cuáles fueron sus primeros pensamientos?

No tuve miedo por mí, pero sí por lo que estaba ocurriendo. Primero, porque el Estado de Israel abandonó el sur intencionadamente. Decidieron menguar enormemente la presencia del Ejército en esa zona, que luego fue atacada por Hamás. Hace un tiempo, además, quitaron armas a las unidades de guardia de los kibutz. Las medidas adoptadas por el Gobierno hicieron posible que esto ocurriera.

Tras el 7 de octubre la sociedad israelí ha girado a la derecha, nunca habíamos vivido un ambiente de tanta tensión

¿Cómo es la atmósfera actual en Israel tras estos ataques de Hamás?

Hay gente pidiendo venganza, la mayoría ha girado a la derecha, muchos dicen que hay que matar a todos los palestinos, incluso gente de izquierdas. Los llaman nazis a todos. Pretenden ser los judíos inocentes e indefensos de la Alemania nazi atacados por enemigos de los judíos sin ningún motivo. Este es el argumento continuo, usado por el propio Gobierno, por supuesto.

Está habiendo casos de sanciones en instituciones educativas israelíes, usted misma ha experimentado esto.

Sí, escribí en un grupo cerrado de WhatsApp de profesores de la universidad donde doy clases, en el que algunos empezaron a hablar de nazis. Intervine diciendo que esto no tiene nada que ver con el nazismo, porque el nazismo es una ideología de un Estado con un Ejército que quiere eliminar y exterminar a las minorías que viven bajo su dominio. Este no es el caso aquí. No vivimos bajo el gobierno de Hamás.

Esto se parece mucho más a rebeliones, revueltas de esclavos o de gente ocupada, como casos en el pasado en Argelia o Brasil. Podemos recordar muchos lugares donde las revueltas fueron realmente muy crueles, feroces, terribles. He aquí una revuelta de personas que estuvieron oprimidas durante mucho tiempo. Eso es lo que expuse. Tras ello, me sancionaron.

Ahora la gente tiene miedo de hablar. Muchos profesores, especialmente los árabes, son sancionados o expulsados por decir determinadas cosas, incluso por rezar. Es un ambiente muy tenso que no habíamos experimentado nunca antes.

La solución es acabar con la ocupación israelí inmediatamente, dejar de oprimir a los palestinos

¿Cuál es su situación ahora en la universidad? ¿Sigue suspendida?

No. Escribí una carta dura al presidente de la universidad, también lo hizo mi abogado, especializado en derechos civiles. El presidente contestó con una carta con una severa amonestación a mi expediente, donde repitió sus acusaciones diciendo que apoyo a organizaciones terroristas. Así que le contesté informándole de que no volveré a dar clase hasta que esa carta sea destruida.

Aquí hubo alguien filtrando la conversación del chat. Hubo un empeño de tergiversación de mis palabras por parte del presidente de la universidad y hubo un ministerio de Educación pidiendo nombres, nombres, nombres. Afortunadamente varios compañeros profesores me han apoyado, se quejaron y ahora están creando un comité ético, porque empezaron a tener miedo ante tales reacciones. Este no es el Israel de antes. Para los árabes, sí. Pero para los judíos es la primera vez que las autoridades se comportan así.

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Mattiyahu Peled, padre de Nurit, junto a Yaser Arafat en Túnez en 1983, con Uri Avnery, Mahmoud Abbas, Yarcov Arnon e Issam Sartawi, quien sería asesinado tres meses después.

El Gobierno israelí presume de ser una democracia…

Teníamos una libertad de expresión completa, los judíos. No era adecuadamente usada porque hay mucha autocensura, entre los periodistas también. Pero para los palestinos esto nunca fue una democracia.

Ha investigado y escrito sobre la educación en las escuelas y universidades israelíes.

La educación en Israel es terriblemente racista. Todo el discurso lo es. El planteamiento es el siguiente: ¿Eres judío? Sí o no. Y si lo eres, ¿eres judío etíope, sefardí o asquenazí? Esto va acompañado de una educación sobre el Holocausto muy traumatizante y agresiva desde los tres años, para que los niños vivan ese trauma y crean que hay otro holocausto a la vuelta de la esquina que van a perpetrar los árabes en vez de los alemanes. Los libros escolares realmente enfatizan esto todo el tiempo.

Así se crea un nacionalismo que desemboca con mucha gente adolescente dispuesta a matar a cualquier palestino de cualquier edad, porque creen que son los nuevos nazis que nos van a exterminar. Esta educación se puede definir como abuso infantil, porque educa a los niños en el trauma perpetuo. En el Día del Holocausto, con tres años de edad, les muestran las fotografías más horribles y horripilantes, y después tienen pesadillas, mojan la cama. Llegan a creer que todo el que no es judío es un nazi en potencia.

Esta educación explica que haya tanta gente que dice “matémoslos a todos”, porque le tienen miedo a cualquiera, a todos.

En Israel se educa a la sociedad para que crea que va a haber otro Holocausto, esta vez perpetrado por los árabes

Ha habido, antes del 7 de octubre y también después, protestas contra Netanyahu por diferentes razones.

La mayoría de las manifestaciones eran contra sus planes para modificar el sistema judicial por completo como si esto fuera una dictadura. Tras el 7 de octubre, la gente quiere volver a su vida de antes, ignorando a los palestinos, ignorando la ocupación y la pobreza. Pero algunos empiezan a darse cuenta de que estas son cuestiones que no se pueden ignorar. Ahora las protestas se centran en pedirle que traiga de vuelta a los secuestrados.

¿Cree que puede aumentar el porcentaje de gente en su país en contra de la vía militar y de la ocupación?

De momento no, no lo creo. Hay un lavado de cerebro en la sociedad, a través de la educación y la propaganda. No hay mucha gente que sepa algo de lo que pasa en los territorios ocupados, tampoco les interesa. Y tienen miedo, viven con miedo.

Usted defiende la educación como un modo de cambiar esto en el futuro.

A los niños y adolescentes en la escuela nadie les enseña a negarse, se les enseña a respetar la autoridad. El día de los atentados de Hamás, como el Ejército no estaba allí, muchos padres y abuelos cogieron sus armas y se fueron al sur a salvar gente. Realmente lucharon contra Hamás. Pero esas mismas personas no van a la casa de Netanyahu a protestar. De algún modo, son muy obedientes.

Se debería enseñar a los jóvenes a no confiar, a cuestionar a la autoridad, a pensar por sí mismos. Pero no se hace. En realidad no se hace en ningún lugar del mundo, porque las escuelas terminan actuando como herramientas para producir ciudadanos leales al Estado.

Aquí hay un Estado ocupante y un pueblo ocupado y denunciarlo no es ser antisemita

¿Cuál cree que será el futuro de Gaza y de los palestinos de allí?

Su situación ya es peor que antes del siete de octubre. Es terrible, pero este Gobierno de Israel todavía está gobernando y la gente no hace nada para derrocarlo. Es un Gobierno de criminales, fundamentalistas y racistas. Y no veo a nadie expulsándolos.

Pero incluso si pensamos quiénes son los políticos que pueden reemplazarlos, vemos que hablan el mismo lenguaje. Por ejemplo, Benny Gantz, uno de los líderes de la oposición [quien dirigió una ofensiva militar contra Gaza en 2014], se vanaglorió en 2019 de haber llevado Gaza “a la Edad de Piedra”. Ese fue su discurso de campaña, así es como esperaba ser elegido.

Creo que hay un objetivo: matar a palestinos y tomar el territorio. Todo lo que puedan. Muchos hablan ya de instalar colonias en Gaza.

¿Cómo analiza la reacción de la comunidad internacional?

Como siempre, no hacen nada. En Europa y en Estados Unidos se benefician de esta guerra y de la ocupación muchas empresas, muchas industrias.

No tienen ningún interés en detener esto. Sólo dicen palabras. Y también hay mucho racismo. Está, además, la culpa ante los judíos y el miedo a que les llamen antisemitas.

Si fuera una líder política, ¿qué pasos propondría?

Terminar con la ocupación. Inmediatamente. Que salgan de ahí todos, que dejen de oprimir. Que se vayan. Si los palestinos quieren una democracia laica, como dicen muchos de ellos, creo que ese camino sería el mejor. Un Estado para todos.

Israel es un régimen colonial y de apartheid que ha desarrollado una cultura de racismo en nombre del judaísmo

Su familia es bastante conocida en Israel. ¿Cómo es ser la hija de un general que se convirtió en activista por la paz?

Mi padre era muy grande. Fue el primero en dar ese paso hacia la lucha por la paz. Acudió disfrazado de mujer para encontrarse con Arafat. Yo conocí al hombre que hizo su disfraz en París.

Mi abuelo era un hombre de izquierdas también. Era miembro de una organización muy clandestina de intelectuales alemanes llamada Pacto de Paz, que defendía un Estado binacional. Él tenía que haber sido el ministro de Sanidad, lo fue en el Gobierno pre-Israel, pero fue castigado por el primer ministro Ben Gurion y enviado como embajador a Suecia hasta que murió.

En cuanto a mi padre, todo lo que hizo por Palestina lo hizo por Israel, porque él creía que lo mejor para nosotros sería la paz, con un Estado palestino. Aprendió árabe, estudió la cultura árabe, porque creía que si nos conocemos podemos vivir juntos. Recibió amenazas, pagó un precio alto por ello. Pero nunca se arrepintió.

¿Cómo es vivir con un punto de vista minoritario en Israel?

No es fácil. Se me respeta por mi faceta como docente y especialista en educación del lenguaje en la infancia, soy considerada una de las principales investigadoras de ello. Para mí son muy importantes mis alumnos: aprenden, y una vez que aprendes no puedes desaprender. Llevo haciendo esto desde hace más de 30 años. Todo el mundo sabe quién soy aquí, cómo pienso.

Ahora bien, mis libros sobre racismo son completamente ignorados aquí. Han sido traducidos a seis idiomas, se venden en muchos países, se usan en universidades extranjeras, también en las universidades palestinas, donde no me invitarían a hablar debido a la campaña BDS [boicot a Israel] pero sí estudian mi libro. Pero aquí, ni una mención. Es la faceta que se ignora en mi país, no se brinda cuando publico un libro. Pero yo hago lo que creo que debo hacer.

Hay una etnocracia en la que un grupo pequeño de judíos domina a los demás: a los árabes, pero también a otros judíos

¿Qué pueden hacer las sociedades civiles del mundo ante lo que está pasando en Israel y Palestina?

Apoyar. La causa palestina está bastante silenciada en toda Europa y en todo el mundo occidental. Es importante conocer la historia de Palestina y también de las personas que apoyan a los palestinos aquí en Israel. Eso es muy importante. Y no dejarse llevar por la narrativa del victimismo: los judíos no son víctimas aquí. Aquí hay un Estado ocupante y un pueblo ocupado. Estar en contra de esta ocupación no es ser antisemita.

Hablaba antes del racismo en el seno de Israel, más allá del que hay contra los palestinos.

Aquí a los judíos etíopes prácticamente se les obliga a reconvertirse al judaísmo, incluida la circuncisión, incluso a la edad de los setenta. También se les obliga a que se cambien el nombre por uno judío. Nadie habla de esto. Aquí hay judíos que no pueden practicar su propia cultura, sus costumbres religiosas. Esto hay que saberlo. Este tipo de régimen, que no es solo un régimen colonial de colonos, sino también un régimen de apartheid, es muy racista.

Es una etnocracia en la que una etnia, un grupo muy pequeño de judíos, domina a todos los demás grupos, a los árabes pero también a los otros judíos. Los judíos árabes fueron traídos a Israel para reemplazar a los judíos exterminados en Europa, porque se necesitaba población judía para tener una mayoría en el Estado. Fueron traídos por motivos meramente demográficos, como los etíopes después. Nadie los quería tal como son. Así que tuvieron que renunciar a su cultura, su idioma, su música, sus costumbres religiosas, sus nombres, todo. Y el trato que reciben es racista.

Hay diferentes niveles, por decirlo así…

Los ciudadanos palestinos son discriminados por la ley. Hay alrededor de 65 leyes racistas en Israel contra ciudadanos palestinos. Los judíos etíopes, que viven en lo que se llama colonialismo interno, son discriminados socialmente. La policía los maltrata. Por el color de la piel. Hay escalafones. Luego están los judíos árabes, que llevan aquí cuatro generaciones y todavía son discriminados. La gente debería saberlo.

El racismo no se detiene en los checkpoints israelíes. Continúa en nuestra sociedad, en la sociedad judía. Esa pretensión de Israel de presentarse como un país occidental, ¿qué significa? No somos occidentales en nada. Aquí se desarrolló una cultura de poder, de racismo y de crueldad en nombre del judaísmo. Pero eso no es judaísmo en absoluto. Esto debería saberse y deberían dejar de deshumanizar a los palestinos, que son la parte débil de la ecuación.

Fuente: https://www.eldiario.es/internacional/nurit-peled-academica-israeli-educacion-israel-forma-sociedad-viva-trauma-perpetuo_128_10713143.html

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La escuela ante la barbarie

Por: Rosa Cañadel

Hay que informar de las protestas que se están haciendo en nuestro país y en muchos más países de todo el mundo, en defensa del pueblo palestino, que es lo que en estos momentos está sufriendo una masacre sin precedentes. Pero, sobre todo, hay que transmitir la idea de que matar a niños y personas inocentes es una barbaridad, las haga quien las haga, y no debería permitirse, que las guerras nunca solucionan nada.

Siempre habíamos pensado que era importante estudiar la historia para no caer en los mismos errores, y así se lo explicábamos a nuestros alumnos. Por eso, siempre explicábamos las atrocidades de los nazis contra el pueblo judío y reclamábamos (y reclamamos) la importancia de que nuestros jóvenes conocieran lo que significó el golpe de estado de Franco, la guerra civil y las barbaridades del franquismo.

También teníamos la idea de que era muy importante hablar de los derechos humanos como cuestión esencial para la humanidad, educar por la paz y enseñar a resolver los conflictos sin violencia.

Ahora, me pregunto cómo transmitir estas ideas, fundamentales para el futuro de nuestra sociedad, si nuestros niños y jóvenes ven en la TV, en las redes, en el TikTok, en YouTube… cómo los conflictos se están resolviendo con guerras y más guerras y, sobre todo, con un ataque a personas inocentes, criaturas incluidas, en Israel y, de forma ostensiblemente desproporcionada y cruel contra el pueblo palestino.

Teníamos la idea de que era muy importante hablar de los derechos humanos como una cuestión esencial para la humanidad, educar por la paz y enseñar a resolver los conflictos sin violencia

Sabemos también que, además, los chicos y chicas reciben todo tipo de información completamente contradictoria y engañosa sobre lo que está pasando. Como en toda guerra (aunque ahora creo que lo que está ocurriendo en Gaza no es una guerra sino un genocidio) la verdad es una de las primeras víctimas.
Las redes sociales y muchas de las cosas que miran nuestros jóvenes, están llenas de análisis realizados por personajes con miles de seguidores que, sin tener información ni capacidad crítica, pontifican sobre el tema.

Y ante todo, ¿qué debería hacerse en las escuelas? Si se toma partido por uno u otro bando, nos acusarán de adoctrinar, de ser islamofóbicos o de ser antisemitas. ¿Debemos no decir nada, por miedo o por pudor? ¿Debemos dejar que todo lo que habíamos deseado que fuera la educación, como herramienta de concienciar a nuestro alumnado y prepararlo para poder mejorar la sociedad, quede aparcado?

Yo creo que la situación es terrible en sí misma, pero además, ahora, es una barbarie totalmente televisada, en uno u otro medio. Los niños y jóvenes pueden ver a criaturas masacradas, mujeres desesperadas, hospitales sin electricidad, viviendas totalmente destrozadas y declaraciones que esto continuará porque una de las partes “tiene el derecho a defenderse”. O sea, les estamos transmitiendo la ideas de que todo es lícito y que se pueden hacer barbaridades de forma totalmente impune. Y, a mí, esto me parece muy terrible.

Quizás no es necesario tomar partido, pero sí es necesario, y yo creo que es imprescindible, dar toda la información, dar información veraz, contar toda la historia de este conflicto, como nace el Estado de Israel, qué pasó con la gente que ya vivía en Palestina, cómo se ha ido agrandando el territorio ocupado por Israel, cómo quedaron asediados los habitantes de Gaza, cómo nació Hamás y qué ha hecho para desencadenar una respuesta tan desorbitada, qué intereses están detrás, quién apoya en Israel y quien apoya a los palestinos, qué dice la ONU, qué dicen las organizaciones humanitarias que están trabajando en Gaza, qué ocurre en los hospitales según Médicos Sin Fronteras… Y a partir de ahí, poder debatir y discutir. Es necesario que les ayudemos a reflexionar, a entender las razones, a buscar argumentos ya intentar imaginar soluciones. Las aulas son un sitio privilegiado.

Cuando yo daba clase en el instituto estalló la guerra de Irak y, junto con otros profesores/as, elaboramos un pequeño dossier sobre el país, historia y la invasión. Con todo esto, los alumnos y alumnas pudieron entender qué estaba pasando, de que estaban hablando en la tele y en la calle y porque tanta gente salía a la calle a protestar con el lema “Paremos la guerra”. Y quienes quisieron (muchos lo hicieron) podían sumarse a las protestas y/u organizar sus propios debates.

Es necesario que les ayudemos a reflexionar, a entender las razones, a buscar argumentos ya intentar imaginar soluciones. Las aulas son un lugar privilegiado

Ahora también hay que informar de las protestas que se están haciendo en nuestro país y en muchos más países de todo el mundo, en defensa del pueblo palestino, que es lo que en estos momentos está sufriendo una masacre sin precedentes. Pero, sobre todo, hay que transmitir la idea de que matar a niños y personas inocentes es una barbaridad, las haga quien las haga, y no debería permitirse, que las guerras nunca solucionan nada y que quien las paga nunca son los dirigentes que las organizan , sino los soldados obligados a matar y destrozar, y la población por lo general que sólo quiere vivir en paz. Es necesario que puedan distinguir entre los dirigentes y los pueblos. En este caso, deben saber que los palestinos no son Hamás ni los israelíes son Netanyahu y su camarilla.

Estamos en un momento muy complicado de la historia, con crisis de todo tipo, y ahora, con una situación humanitaria terrible, y la escuela, el instituto y la Universidad no debería quedarse al margen. No podemos dejar que las futuras generaciones crezcan insensibles a lo que ocurre en nuestro país y en el resto del mundo. Estamos educando a los futuros ciudadanos y ciudadanas y hay que poder inculcarles valores positivos, de empatía, de solidaridad, de justicia, de paz. Hay que darles herramientas para entender el mundo y animarles a participar en aquellos ámbitos, de debate y/o de protesta, en los que se busca la forma de mejorarlo. Que sean conscientes de que todas y cada una de nosotros formamos parte de esta humanidad y si queremos un futuro justo y en paz, será necesario trabajar para conseguirlo.

Es importante que los chicos y chicas salgan del Instituto y la Universidad con la convicción de que es necesario luchar contra todo tipo de violencias y que hay que defender los derechos humanos, que no se acostumbren a que las guerras y las masacres son normales, que no terminen insensibles ante el dolor ajeno y que sean capaces de indignarse ante las injusticias y ante la violencia. Que se sientan solidarios con las personas que sufren y tengan ganas de implicarse en detener todo tipo de agresiones, guerras y violencias.

La escuela ante la barbarie

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La paz con justicia social: un desafío para los pueblos de la frontera colombo- venezolana

Las fronteras se conciben como una construcción social e histórico- geográfica, en cuya estructuración se produce un sistema de relaciones en permanente movimiento, y una dialéctica de integración- desintegración condicionada por dinámicas socioculturales, económicas, políticas y militares. Desde el punto de vista de su metabolismo en relación con el sistema social, las fronteras son áreas nodales que sirven de soporte para la convergencia de flujos (procesos de intercambio de materia, fuerza de trabajo e información) de escales e intensidad variable.

La frontera en su realización concreta en la geografía como espacio fronterizo, es una entidad heterogénea y contradictoria que está determinada por un espectro de relaciones que configuran una territorialización y una espacialización de esas relaciones (está cualidad permite superar el umbral de los conceptos de linealidad fronteriza como hito o límite, o de zonalidad fronteriza como área de seguridad), en las que se producen tensiones divergentes entre las fuerzas centrípetas condicionadas por los poderes estatales y la legislación; y las fuerzas centrífugas de signo multidimensional, vectorizadas por los procesos de acumulación de capital de acuerdo con los diferenciales de desarrollo particulares, por sobre lo político-administrativo y lo jurídico (Forero, 2020).

Estas consideraciones genéricas ponen de manifiesto la naturaleza compleja de los sistemas de relaciones que estructuran y desestructuran las dinámicas de los espacios fronterizos. De igual manera, permiten vislumbrar tanto los modos de desarrollo desigual y combinado que se territorializan y reterritorializan de manera diferenciada en cada espacio fronterizo, incluso con variaciones sustantivas en el devenir histórico (tal y como ha sucedido en la frontera colombo- venezolana en los flujos y reflujos de auge- recesión de las relaciones comerciales, así como en el marco de tensiones políticas que han originado rupturas diplomáticas- comerciales e incluso -desde el año 2015- la instauración de políticas de excepción regionalizadas), como los conflictos explícitos e implícitos localizados en estas áreas nodales en su condición de expresión concreta de intereses económicos y geopolíticos.

Por tanto, pensar en las dinámicas de las fronteras en el contexto de las turbulencias sistémicas del tiempo histórico actual, nos remite a una espacialidad geográfica signada por la presencia de conflictos con formas y contenidos heterogéneos, entre las que sobresalen por su incidencia en las relaciones de poder: las guerras de posiciones implementadas por potencias imperialistas y emergentes en su interés de preservar, recuperar o ganar áreas de influencia (Ceceña, 2023); las renovadas guerras comerciales devenidas en los últimos años que han desencadenado un cambio del metabolismo en el sistema- mundo al revertir de manera parcial las corrientes de globalización de los mercados, las finanzas y las cadenas de valor (Roberts, 2022); y por supuesto, las confrontaciones bélicas de mediana y alta intensidad que emplean a los territorios fronterizos como objetos de guerra y teatros de operaciones que se corresponden con intereses geopolíticos (Forero, 2017).

Tal conflictividad de carácter sistémico, está determinada por dos funciones estratégicas de los espacios fronterizos para la configuración de la geografía del poder a escala mundial, las cuales están integradas de manera orgánica con los procesos metabólicos de acumulación de capital formalmente establecidos, y también con las relaciones de fuerza que determinan las posiciones y los flujos- reflujos de los agentes dominantes sobre los poderes estatales formales (tanto los nacionales como los supranacionales), los estados profundos (Deep state) y el haz de factores convergentes en las agencias no gubernamentales y las sociedades civiles transnacionalizadas.

La primera función relaciona a las fronteras como enclaves de intercambio y dispositivos para la expansión de circuitos económicos y con ello para la acumulación de capital a gran escala e intensidad (Harvey, 2007). Su instauración se ejecutó y se legalizó en el marco de las reformas a arquitectura institucional y las normativas del comercio exterior emergentes desde la postguerra y profundizadas en las últimas décadas del siglo XX (precisamente en el marco del auge de la referida globalización), a través de las cuales se desbordó la capacidad- potestad de los poderes estatales para ejercer el dominio y la fiscalización en su jurisdicción sobre los flujos de materia, fuerza de trabajo e información que se desplegaron en el contexto de un nuevo estadio de revolución científica- tecnológica e informacional (Santos, 2001).

La expansión incesante de los flujos y los circuitos de capital es el factor determinante de contradicciones sustantivas que se territorializan en las fronteras, y que determinan el crecimiento exponencial de una lógica de desregularización de las economías, cuyo funcionamiento se soporta en la superexplotación y precarización del factor fuerza de trabajo (a través de maquilas frecuentemente controladas por agentes del crimen organizado), la evasión y la elusión fiscal, la especulación financiera en ámbitos como el monetario y la relación crédito- deuda, la desposesión de bienes comunes mediante el extractivismo, los daños ambientales entendidos como externalidades, por mencionar los más notorios; así como de economías ilegales como la cadena de valor global del narcotráfico, la trata de seres humanos, entre otras actividades ilícitas que están proscritas ante la legislación de las naciones y del derecho internacional, pero en la práctica se insertan en el sistema financiero internacional y por ende con los factores económicos dominantes en el sistema- mundo (Emmerich, 2015).

La segunda función está interconectada y es definida por la primera, ya que está determinada por las contradicciones inmanentes de la lógica del capital, en particular por su necesidad de expansión incesante y sus tendencias hacia la concentración y la maximización de ganancias, lo que deriva en que las fronteras se conviertan en territorios en disputa, ya que se conciben como áreas estratégicas para el control y la influencia política- militar, como un medio o un prerrequisito para instaurar sesgos estratégicos que faciliten la expansión de los circuitos económicos.

La bifurcación de intereses económicos y políticos mediados por la regencia de factores de carácter militar, sean los formales del poder estatal, los irregulares o los híbridos en tiempos de privatización de la guerra y de aparatos offshore para hacer el trabajo sucio (como es el caso del paramilitarismo), permiten encontrar el sentido sistémico de la instauración de regímenes de facto que proscriben el Estado de derecho y erosionan el tejido social en los espacios fronterizos bajo narrativas como la defensa de la seguridad nacional; las guerras contra el terrorismo y el narcotráfico; la doctrina contrainsurgente ; la presunta amenaza que representan los migrantes; e incluso en latitudes como Europa del este, África o el medio oriente prejuicios étnico- religiosos- lingüísticos, a través de lo cual se induce el escalamiento de conflictos de alta, mediana y baja intensidad, mientras se normalizan las dinámicas de violencia multidimensional, de déficit institucional y de ausencia de garantías de derechos para la población.

La naturaleza conflictiva de los sistemas de relaciones de los espacios fronterizos resulta explícita en las realidades sociales del Sur Global (guerras de gran trascendencia geopolítica como las Libia y Siria, así como el escalamiento de guerras irregulares en África denotan está particularidad); pero las fronteras de las formaciones económico- sociales de naciones emergentes y metropolitanas no están exentas de estas tendencias: la guerra de Ucrania, las tensiones en torno a Taiwán, la criminalización de la movilidad humana en el mar mediterráneo y el tránsito de Centroamérica y Norteamérica, expresan la racionalidad de un orden social que por una parte ha fomentado la circulación de mercancías, y por otra parte proscribe los derechos humanos fundamentales de población migrante con necesidad de protección internacional .

Esta racionalidad ha producido la generalización de prácticas atroces para controlar los flujos de movilidad humana, tales como la tercerización de la gestión de las migraciones a través de campamentos inhumanos (una práctica empleada por la Unión Europea, en la que se subcontrata a países terceros para la mitigación de los flujos migratorios ), o la cacería de “ilegales” en la frontera sur de los Estados Unidos , las cuales se ejercen bajo una concepción de las fronteras como áreas y linealidades para la desregulación del Estado de derecho, como objetos de contención y de manera simultánea como dispositivos de marginación y de violencia estructural.

El panorama sistémico demuestra que la guerra en su acepción multidimensional, domina los sistemas de relaciones de los espacios fronterizos (sea por medio de la fuerza política- militar o de la agresión y las hostilidades financieras, comerciales, diplomáticas e incluso las culturales- simbólicas), como un mecanismo para la expansión de los mercados, las cadenas de valor y de suministro -los sistemas logísticos en general-, y los flujos financieros, con el propósito de imponer desde los centros metropolitanos una lógica de relaciones de acumulación por desposesión y de transferencia de rentas a través de la apropiación- explotación (intensiva) de los recursos del territorio y de la fuerza de trabajo.

Estas tendencias sistémicas se han acentuado en las últimas décadas, en gran medida por la corriente de políticas de excepción respecto al derecho internacional inauguradas en el marco de la invasión a Iraq a principios de siglo (bajo la doctrina de guerras preventivas y de una pretendida cruzada contra el terrorismo), así como del unilateralismo estadounidense para imponer tratados de libre comercio imperialistas y megaproyectos de posicionamiento político- militar de esencia neocolonial y contrainsurgente como el denominado Plan Colombia (bajo el pretexto de la presunta guerra contra las drogas).

Con base en esa racionalidad, la guerra se ha erigido como la narrativa fundamental de las acciones estratégicas de los centros de poder, guerra y capital son indisolubles en el mundo de hoy. Las diversas formas de guerra se conciben como el propósito y el instrumento para preservar el orden social regente y el metabolismo de los procesos de acumulación y reproducción ampliada de capital. Mientras tanto, a la luz de los hechos, los resultados de las guerras contra el terrorismo y las drogas más bien han exacerbado esos problemas en el mundo, y la subyacente guerra contrainsurgente como estandarte de civilización (orden y progreso) de las clases dominantes, ha ahogado en sangre y terrorismo de Estado a los pueblos.

En ese marco, es preciso insistir en que los espacios fronterizos se han convertido en eslabones fundamentales -por su carácter permeable- de los procesos de reconfiguración de las relaciones de poder económico- financiero, político y militar. Basta con visualizar los impactos de la guerra contra las drogas y de la doctrina contrainsurgente en las fronteras de Colombia con Venezuela y Ecuador, para poner en evidencia que esas estrategias han redundado en que estos territorios se hayan transformado en áreas nodales de la guerra y ¿paradójicamente? en enclaves de la cadena global de valor de la cocaína.

Precisamente esa doctrina contrainsurgente es la variable que explica la paradoja que conlleva a criminalizar a las regiones periféricas y las comunidades rurales, así como a la fuerza de trabajo vinculada con la producción de materias primas (mientras permite el flujo de las cadenas de suministro y los sistemas logísticos para que estas sustancias prohibidas lleguen al norte global), y que por la vía de la fuerza determina hechos de violencia cruenta, de desplazamientos forzosos y de saqueo de recursos y despojo de tierras; y de manera simultánea, genera torrentes de plusvalía para los agentes que controlan las cadenas de circulación y de consumo a gran escala de esta industria de esencia criminal pero integrada orgánicamente con el sistema financiero y los estamentos políticos del poder sobre el Estado -los formales y los informales- (Emmerich, 2015).

Las fronteras se configuran entonces como soporte material e instrumento de estrategias de guerra implementadas e instauradas por los centros de poder. El reconocimiento de esta realidad es el primer paso para pensar en la utopía necesaria de construcción de una nueva racionalidad (desde los pueblos) en los sistemas de relaciones que constituyen y estructuran a los espacios fronterizos, a partir de la premisa de que ninguna realidad es inmutable y que la humanidad en sociedad tiene la potencia para transformar esa tendencia histórica y esa lógica sistémica.

Pensar en fronteras para la paz y luchar por ese objetivo significa una acción subversiva respecto al orden social regente, en la medida en que se plantea como una contradicción antagónica de la racionalidad dominante. Aún en las circunstancias más complejas, como las experimentadas en las regiones de la frontera colombo- venezolana en los últimos años, los pueblos son capaces de tejer estrategias de resistencia para establecer canales de comunicación y dinámicas de integración en contravía a las imposiciones de los poderes estatales y de las adversidades de la crisis sanitaria devenida en el marco de la pandemia del coronavirus; para fortalecer vínculos de amistad y solidaridad que permitan amparar a personas con necesidad de protección internacional (con canales de información para alertas y redes de resguardo de víctimas); y en esencia, para defender la alegría como una trinchera y para defender el derecho de vivir en paz.

La verdad y la memoria también son estandartes de esa construcción de paz. Mientras se escriben estas líneas se ejecuta en localidades de la frontera colombo- venezolana la búsqueda de personas desaparecidas por parte de familiares de las víctimas de estos hechos aberrantes, defensores de derechos humanos y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), y se produjo el hallazgo de los hornos del horror paramilitar en plena linealidad fronteriza, en Juan Frío del departamento de Norte de Santander, en los cuales los paramilitares incineraron seres humanos con total impunidad, en el marco histórico de un discurso negacionista de tales hechos por parte de los gobiernos de Álvaro Uribe (apologista de la guerra que fungía como presidente de la República en el momento de la perpetración de tan abominables crímenes), Juan Manuel Santos e Iván Duque ; la pusilanimidad de la fuerza pública y del sistema de justicia, la complicidad implícita en un pacto de silencio y omisión por parte de los sectores dominantes de los medios de comunicación de Colombia, y una actuación tímida de la comunidad internacional.

Pese a todo, la paz sigue en el horizonte de la conciencia de los pueblos como una aspiración esencial. Por supuesto, no se trata de la pax imperialista, la evocación estadounidense de pax romana en la que no hay paz y mucho menos justicia social; tampoco la paz como una quimera de abolición de los conflictos, ya que estos son constitutivos e inherentes de la condición humana; sino la paz como una práctica social y una realización humana imperfecta, compleja y conflictiva . Ese es el desafío en el tiempo histórico actual, construir un devenir histórico de paz con justicia social.

En ese sentido, los pueblos de las regiones fronterizas -como víctimas de la guerra y como agentes de resistencia a los factores de poder que imponen esas guerras- deben ser interlocutores de los poderes estatales, porque la paz es una construcción colectiva que se origina en torno a consensos y corresponsabilidad. Por tal motivo, se coincide con Muñoz (2004) en afirmar que la paz se corresponde con “todas aquellas realidades en las que se regulan pacíficamente los conflictos, en las que se satisfacen al máximo las necesidades y los objetivos de los actores implicados”. (p. 30).

La paz no se decreta, y está comprobado que no es suficiente firmarla. La paz tampoco significa o se restringe únicamente la reducción de la violencia, sino más bien es como plantea el precitado Muñoz: una plataforma, un punto de encuentro de las sociedades para la transformación o gestión pacífica de los conflictos y la búsqueda de equilibrios dinámicos, para que estos conflictos puedan ser procesados mediante el diálogo y tramitados de manera creativa en atención de la satisfacción de necesidades y la garantía de derechos de la población.

Referencias

 Ceceña, Ana (2023). Las guerras del siglo XXI. En: Las guerras del siglo XXI / Ana Esther Ceceña, [et al.]; Coordinación general de Ana Esther Ceceña. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: CLACSO; Ciudad de México: Instituto de Investigaciones Económicas; Ciudad de México: Observatorio Latinoamericano de Geopolítica; Ciudad de México : Universidad Nacional Autónoma de México, 2023.

 Emmerich, Norberto (2015). Geopolítica del narcotráfico en América Latina. Instituto de Administración Pública del Estado de México, A.C. Toluca.

 Forero, Jorge (2020). “Crisis en la frontera colombo-venezolana: Derechos Humanos, migraciones y conflicto geopolítico”. Publicación: Espiral: Revista de Geografías y Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Mayor de San Marcos. 2(3), 2018. 005–014. https://doi.org/10.15381/espiral.v2i3.18447

 Forero, Jorge (2017). ¿Las fronteras como espacios de crisis, o la crisis sin fronteras? Una lectura crítica de la coyuntura 2015-2016 en frontera colombo-venezolana. Revista Intelector. v. 14 n. 28 (2017): 47–60. ISSN 1807-1260 – [CENEGRI]. https://doi.org/10.26556/1807-1260.v14.n28.p.47-60.2017

 Harvey, David (2007). El nuevo imperialismo. Akal, 2da Edición. Madrid

 Muñoz, Francisco (2004). La paz. En B. Molina & F. Muñoz (Coords.), Manual de paz y conflictos (pp. 21−42). Instituto de la Paz y los conflictos. Disponible en: http://ipaz.ugr.es/wpcontent/files/publicaciones/ColeccionEirene/eirene_manual/La_Paz.pdf

 Muñoz, Francisco A.; Herrera, Joaquín; Molina, Beatriz & Sánchez, Sebastián (2005). Investigación de la Paz y los Derechos Humanos desde Andalucía. Granada: Universidad de Granada. Disponible en: http://www.ugr.es/~fmunoz/documentos/pazddhhand.pdf

 Roberts, Michael (2022). ¿Ha terminado la globalización?. Disponible en: https://www.sinpermiso.info/textos/ha-terminado-la-globalizacion

 Santos, Milton (2001). La naturaleza del espacio. Ariel, Madrid.

 

Fuente: El autor escribe para el Portal Otras Voces en Educación

 

 

 

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Estados Unidos: Huelgas y más huelgas ante el cambio tecnológico

Por: DAN LA BOTZ

Hollywood ha sido el primero tocado cuando 11.500 guionistas pararon el 2 de mayo. Unos 60.000 actores y actrices siguieron el 4 de julio. 340.000 trabajadores y trabajadoras de UPS votaron a favor de la huelga si no obtienen un contrato nuevo y mejorado antes del 31 de julio [la semana anterior al vencimiento del convenio la UPS (el gigante de la paquetería estadounidense) aceptó gran parte de las reivindicaciones salariales y sociales, especialmente para las y los trabajadores a tiempo parcial y la huelga ha quedado desconvocada, como se puede ver aquí, ndt]. Asimismo, los 140.000 trabajadores del automóvil han votado por la huelga si no consiguen un mejor contrato antes del 15 de septiembre. Mientras tanto, se están llevando a cabo pequeñas huelgas de corta duración en las instalaciones de Amazon, impulsadas por trabajadores/as que intentan organizar el gigante de la logística.

¿Cuál es el trasfondo de todas estas huelgas y amenazas de huelga? La continua transformación tecnológica de la industria estadounidense está en la raíz del surgimiento del conflicto de clases. La monitorización informática, el GPS, los robots y la inteligencia artificial están desempeñando un papel cada vez más importante. Al mismo tiempo, las reivindicaciones de los sindicatos siguen siendo las mismas que las de los trabajadores y trabajadoras desde hace 250 años: seguridad laboral y, sobre todo, mayores salarios.

Una evolución tecnológica en el cine y la logística

La tecnología, impulsada por la pandemia de la Covid, ha transformado la industria del cine y la paquetería. En la industria cinematográfica, la transmisión en línea comenzó hace veinte años y solo ha crecido, convirtiéndose en la corriente principal durante la pandemia. Los estudios de cine crearon servicios de difusión en continuo y estos últimos han producido más películas. Estos cambios alteraron las condiciones de trabajo, por lo que los guionistas perdieron dinero y, a menudo, no recibieron regalías por las reposiciones de las películas que habían escrito. Al mismo tiempo, la inteligencia artificial (IA) amenaza con reemplazar a guionistas, actores y otros profesionales del sector.

En el área de entrega de paquetes, la Covid ha llevado a los consumidores a evitar las tiendas y comprar en línea. UPS y Amazon dependen de cientos de miles de hombres y mujeres que mueven cajas a través de los almacenes que, como ha dicho un empleado de UPS, son “tratados como mulas”. Tratados como mulas, pero vigilados por ordenadores. Y cada día, más y más robots recorren los almacenes, trayendo y tomando cajas de las mulas humanas. Los conductores de UPS en la calle son monitoreados por el Sistema de posicionamiento global (GPS) a medida que la empresa realiza un seguimiento de su productividad.

Una huelga del Sindicato de los Teamsters (camioneros) en UPS afectaría a toda la economía estadounidense, interrumpiendo las entregas de repuestos a los lugares de trabajo y las entregas de productos a los clientes. La Cámara de Comercio de Estados Unidos ha pedido al presidente Biden que intervenga en la huelga. El presidente de los Teamsters le ha pedido que no intervenga. Biden ha dicho que no intervendría: “Creo en los sindicatos”, dijo (aunque desafortunadamente intervino para evitar una huelga de trabajadores/as ferroviarios hace unos meses).

Regalos a la patronal y… al coche eléctrico

La industria automotriz también se enfrenta a una nueva ola de transformaciones tecnológicas. La introducción de robots en las fábricas ya ha llevado a la eliminación de decenas de miles de puestos de trabajo en las últimas décadas. Pero hoy el sindicato se enfrenta a un desafío aún mayor, ya que el gobierno y las empresas trabajan juntos, debido al papel del CO2 en el calentamiento global, para reemplazar el motor de combustión interna a base de petróleo por vehículos electrónicos (VE).

Las plantas de ensamblaje de vehículos eléctricos no solo requerirán menos trabajadores/as, sino que el gobierno estadounidense está dando miles de millones a empresas estadounidenses y extranjeras para crear las nuevas fábricas de baterías eléctricas necesarias para los vehículos eléctricos, sin exigir que esas fábricas estén sindicadas y paguen salarios sindicales. “¿Por qué la administración de Joe Biden está facilitando la codicia corporativa con dinero de los contribuyentes? ha preguntado Shawn Fain, el nuevo presidente de United Auto Workers.

La avaricia de las empresas está empeorando la situación en todos estos sectores. Fran Drescher, presidente del SAG-AFTRA (el sindicato de los y las trabajadores de los medios), ha dicho: “Somos las víctimas… mientras ellos [las empresas] alegan pobreza, dicen que están perdiendo dinero a diestra y siniestra mientras dan cientos de millones de dólares a sus directores ejecutivos. Es asqueroso. Me avergüenzo de ellos”. Tiene razón: Robert Iger de Disney, $27 millones; David Zaslav de Warner Brothers, 39,3 millones de dólares; Carol Tomé de UPS, $18,9 millones; Mary Barras de GM, $28.9 millones; Jim Farley de Ford, 22,8 millones de dólares.

Las transformaciones tecnológicas en curso demuestran la necesidad de un programa de de control democrático de las nuevas tecnologías a escala de la clase por parte de los sindicatos y los trabajadores y trabajadoras que las utilizan.

27/7/2023
https://lanticapitaliste.org/actualite/international/usa-des-greves-et-encore-des-greves-face-au-changement-technologique

Traducción: viento sur

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Unicef: la violencia impide la educación de 2,4 millones de niños en Haití

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) advirtió que las protestas sociales, la violencia de pandillas y el resurgimiento del cólera «pueden mantener» a más de 2,4 millones de niños fuera de las aulas en Haití, aunque el año escolar dio comienzo el 3 de este octubre.

La mayoría de las escuelas no han reabierto y seguirán cerradas si la violencia no disminuye, afirmó el organismo en un documento dado a conocer este sábado en la capital haitiana.

«La educación es el camino de un niño o niña hacia un futuro mejor. Es imperativo que las escuelas permanezcan abiertas y que los niños y niñas puedan asistir a ellas sin miedo», dijo Bruno Maes, representante de Unicef en Haití.

El diplomático afirmó que los continuos cierres de escuelas están alimentando una «espiral perversa», puesto que un niño que no va a la escuela es un niño que está «un paso más cerca de ser reclutado a la fuerza por grupos armados y de aumentar la violencia que mantiene las escuelas cerradas».

El resurgimiento del cólera también puede tener un impacto en el derecho de los niños a aprender.

Unicef destacó que desde el primer reporte de cólera el pasado 2 de octubre, se sospecha que 152 personas padecen la enfermedad, se han confirmado cinco muertes y 12 casos positivos. Además, Médicos Sin Fronteras (MSF) ha informado la muerte de dos niños a causa de la enfermedad.

Las evaluaciones realizadas por el Ministerio de Educación de Haití y Unicef en junio muestran que más de 200 escuelas fueron cerradas parcial o totalmente por la violencia en Puerto Príncipe, y casi una de cada cuatro escuelas fue ocupada por grupos armados.

En las últimas tres semanas, otros 27 centros educativos han sido atacados y saqueados por grupos armados, privando a los niños y niñas de su derecho a la educación, agregó Unicef.

La agencia de la ONU afirmó que el área metropolitana de Puerto Príncipe, grupos armados están ocupando instalaciones escolares, reduciendo aún más el acceso a la educación de los niños, adolescentes y jóvenes de Haití.

«Más de 6.000 hogares, unas 20.000 personas, incluidos unos 8.200 niños y niñas, se han visto obligados a huir de las zonas urbanas por su seguridad. Las familias viven con parientes y familias anfitrionas, y otras se han mudado a ciudades de provincia», destacó la oficina.

Unicef también recordó que el 6 de octubre «grandes grupos de personas» ingresaron a sus almacenes en Les Cayes, al sur de Haití, donde saquearon utensilios médicos y nutricionales, equipo de reparación de suministro de agua y material escolar, que estaban dispuestos para responder a las necesidades humanitarias de 320.000 niños.

A finales de 2021, Unicef solicitó a la comunidad internacional un fondo de 97 millones de dólares para proporcionar ayuda humanitaria a 950.000 personas en Haití, incluidos 520.000 niños. Hasta la fecha el organismo reveló que solo ha recibido un tercio de esos fondos.

Fuente: https://www.swissinfo.ch/spa/hait%C3%AD-crisis_unicef–la-violencia-impide-la-educaci%C3%B3n-de-2-4-millones-de-ni%C3%B1os-en-hait%C3%AD/47964788

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Libro (Pdf) Geografías del Conflicto: Crisis Civilizatoria, Resistencias y Construcciones Populares en la Periferia Capitalista

¿La pandemia de hoy o el capitalismo de siempre

Fuentes: Tierra viva/Laura Álvarez Huwiler

Nuevo libro: «Geografías del conflicto». Compilado por Daiana Melón y Mariana Relli Ugartamendía, aborda desde la pandemia al modelo agropecuario, de los humedales a la crisis habitacional, la crisis civilizatoria y las construcciones de alternativas populares. Material de libre descarga, compartimos uno de los quince capítulos.

“En esta confluencia de crisis sociales y ecológicas, ya no podemos permitirnos ser poco imaginativos; no podemos permitirnos soslayar el pensamiento utópico. Estas crisis son demasiado serias y las posibilidades demasiado avasallantes como para ser resueltas con las formas tradicionales de pensamiento, que son justamente las productoras de estas crisis”, escribía Murray Bookchin en 1972, sin haber vivido la actual crisis sanitaria desatada por el virus Covid-19. Quizás no imaginó específicamente esta pandemia, pero sí previó, como otras y otros ecologistas, las brutales consecuencias de un accionar cada vez más avasallante y destructor que como sociedad estamos teniendo sobre la naturaleza.

El 2020 ha sido, hasta ahora, aunque con diferencias dependiendo el lugar, un año trágico para la humanidad entera: colapsos de los sistemas de salud, muertes, encierro y la consecuente pérdida de socialización para personas adultas y jóvenes, una crisis económica mundial sólo comparable con la crisis del treinta, con sus correlatos de mayor desigualdad, desocupación y pobreza, por mencionar sólo algunas de las consecuencias más inmediatas de esta pandemia.

Según la propia Vicesecretaria General de las Naciones Unidas, Amina J. Mohammed, “entre 70 y 100 millones de personas podrían verse empujadas a la pobreza extrema; 265 millones de personas más podrían enfrentar una grave escasez de alimentos a fines de este año, y se estima que se han perdido 400 millones de puestos de trabajo, por supuesto, afectando de manera desproporcionada a las mujeres” [1].

A pesar de los diferentes análisis que pueden encontrarse sobre el origen y desarrollo de la pandemia del coronavirus, gran parte de los científicos y las científicas, incluso los de la “ciencia hegemónica”, coinciden en que es innegable la relación causal entre esta pandemia y los problemas causados por la destrucción de la biodiversidad [2]. Y esta destrucción de la biodiversidad existe gracias a una forma particular que cobra la escisión entre la sociedad y la naturaleza en el sistema capitalista. La sociedad capitalista no solo reproduce una objetivación de la naturaleza previa a este sistema, sino que además la mercantiliza, es decir, la convierte en recurso económico, elegantemente denominado como “recurso natural”.

Hoy más que nunca, debido a las visibles consecuencias de la actual pandemia, debemos cuestionar esta conversión de la naturaleza en recurso económico, como lo viene haciendo el movimiento socioambiental en las luchas en defensa de los bienes comunes. Pero esta mercantilización de la naturaleza, sin embargo, no es un hecho aislado, sino que es parte de la maquinaria irracional de producir, vender y consumir que en este sistema tiene como fin principal la generación de la rentabilidad capitalista.

Como parte de esta maquinaria irracional, por un lado, los gobiernos, los grandes laboratorios y las universidades vienen persiguiendo, desesperadamente, la vacuna contra esta enfermedad. Aunque, “si este tipo de pandemias echa raíces en las tramas de la producción capitalista, ¿cómo puede una vacuna ser la solución que todos esperamos?”, se pregunta Rob Wallace, investigador en la Universidad de Minnesotta [3].

Por otro lado, en simultáneo, los gobiernos buscan una solución inmediata que revierta la crisis económica que estamos atravesando, como la desesperada búsqueda de inversiones por las cuales los Estados capitalistas compiten, promocionando actividades rentables para las grandes empresas del mundo. Entre estas actividades se encuentran las causantes de un cambio ambiental global, es decir, las responsables de estas pandemias. Y, además, son causantes del cambio climático que ya está generando tantos o más desastres que el propio coronavirus, con sequías, deforestación e inundaciones, por mencionar sólo algunos de sus efectos.

Por lo tanto, cualquier salida que busquemos para terminar con las pandemias, deberá generar cambios profundos en la forma de producción, y, a su vez, debemos discutir quién decide qué y para qué producimos como sociedad. Tendremos que cuestionar si lo define la rentabilidad capitalista o las necesidades de las poblaciones. Pero, además, deberemos reflexionar sobre cuáles son las necesidades de la población, porque en el capitalismo no solo las cosas se fetichizan, sino también nuestras necesidades. Éstas, digamos, adquieren vida propia. Así, por ejemplo, se naturaliza la necesidad de producir por producir y consumir por consumir, transformando a “crecer o morir” o a “comprar o morir” en máximas de la sociedad actual, tal como decía Bookchin (1972).

Para terminar con este mundo de pandemias, entonces, no basta pensar cómo haremos para abastecer todas nuestras necesidades, sino que también debemos cuestionarnos acerca de nuestras propias necesidades.

Sin embargo, sólo podrán impulsar un cuestionamiento de este tipo sujetos libres para elegir sus necesidades, no para elegir ofertas en tiendas de supermercado; sujetos libres para modificar una forma de producción generadora de pandemias y, antes que nada, para modificar la finalidad de esa producción.

Pero lejos de una búsqueda de soluciones profundas, se nos presentan cotidianamente propuestas de salidas falsas a este problema, sean mágicas o simplemente superficiales, como lo son las que impulsan bonos verdes, energías limpias, explotación de la naturaleza en manos de empresas estatales, entre otras.

Una solución profunda no puede reducirse a una discusión de quiénes y cuánto tienen que pagar por destruir la naturaleza, desforestar, verter líquidos contaminantes o agrotóxicos en ríos. Es decir, esta solución no puede limitarse a impulsar políticas que busquen que los precios incorporen el costo de las “externalidades”.

En otras palabras, no se trata de plantear impuestos, propuesta histórica neoliberal, aunque ahora se vista con camisas progresistas. Su ya vieja y conocida proclama de “el que contamina paga” significa determinar un precio para la destrucción de la naturaleza y de nuestros cuerpos. De todos modos, incluso introduciéndonos en la lógica de los profetas de los impuestos verdes y sus amigos desarrollistas, surge el interrogante de cómo calcularían, a la luz de la situación actual, es decir, de una crisis económica y social sin precedentes, los “costos” en cuestión.

Tampoco puede restringirse la solución a una propuesta de “energías más limpias” llevadas adelante por una sociedad irracional, que las transformará en nuevos mercados para el capital. Las propuestas mágicas de un “capitalismo verde” no pueden ser la consigna de quienes busquen una solución real a este mundo de pandemias. Porque aquella irracionalidad, así como la objetivación de la naturaleza y del trabajo humano en tanto recursos para la rentabilidad, son inseparables de la esencia del sistema capitalista en el que vivimos.

Mucho menos puede reducirse a una discusión sobre si la explotación y destrucción de la naturaleza debería hacerse de forma privada –sea ésta con capitales nacionales o extranjeros–, estatal o mixta. Es decir, no importa quién destruye la biodiversidad, sino la destrucción misma. Así como no importa si quien explota a las trabajadoras es un capitalista bueno o malo, si nació en la Patagonia o en Alemania. La destrucción de la naturaleza y la explotación del trabajo humano no saben de banderas.

Por último, sobre todo no encontraremos la solución cuestionando el mal -o sub-desarrollo- que padecemos, ilusionándonos con un mejor o mayor desarrollo. Una ecología crítica no puede someterse a la promoción de un desarrollo sin más, sino que debe desnaturalizar la necesidad de ser una sociedad más y más productiva, es decir, desfetichizar la necesidad de producir de forma eficiente como objetivo en sí mismo, porque la “productividad” así como las “necesidades humanas” no pueden desprenderse del contexto social en el que surgen.

La productividad -o eficiencia- en el capitalismo se nos impone como imperativo, como meta para alcanzar un desarrollo que la sociedad ya no se cuestiona. Y la productividad en el sistema actual implica, en un país como Argentina, la necesidad de producir más commodities para exportar o para atraer inversiones extranjeras. Y, entonces, por ejemplo, para que la minería tenga una producción eficiente, sea más productiva y, por lo tanto, genere más divisas, tendrá que dinamitar montañas y utilizar grandes cantidades de agua y energía, contaminar ríos, es decir, generar “externalidades”, o sea, destruir la naturaleza [4].

Tampoco la agroindustria podría ser más productiva en este mundo dominado por la competencia y la rentabilidad capitalista dejando de utilizar agrotóxicos que generan, entre otras consecuencias, contaminación en los suelos y en los cuerpos de las personas, es decir, otras “externalidades” [5]. Por lo tanto, la búsqueda de una mayor productividad en este mundo gobernado por la rentabilidad capitalista, solo puede traducirse en más despojo y destrucción de la naturaleza. Pero no necesariamente porque todos los empresarios o los gobiernos estén ansiosos por contaminarnos, sino porque esta es la manera de hacerlo en un mundo irracional gobernado por la rentabilidad.

Por lo tanto, en lugar de ilusionarnos con regresar a esa “normalidad” que causó esta pandemia mundial, deberíamos detenernos a observar que cuando la máquina de producir, comprar y consumir se frenó como resultado de la cuarentena, se produjo una caída sin precedentes de la emisión de dióxido de carbono (CO2), una de las principales causantes del cambio climático. Por un momento, la naturaleza respiró, vimos más pájaros y más estrellas. Pero solo por un momento. Porque nuestros gobiernos no están frenando la maquinaria para pensar si podemos como humanidad producir de otra manera, para repensar nuestras necesidades reales y para que pensemos en cómo usar esa capacidad de enfrentar, dominar y destruir a la naturaleza, en reconstruir creativamente una nueva forma de reconciliarnos con ella.

Pero no hay tiempo para estas reflexiones, porque tenemos que pagar la deuda, salir de la crisis, buscar inversores, exportar, destruir montañas, contaminar aguas, incendiar bosques, destruir humedales para producir soja, impulsar proyectos de criaderos industriales de cerdos a gran escala, aunque puedan generar nuevas zoonosis y más. Eso nos dicen los gobiernos y eso es lo que están haciendo para buscar una “reactivación económica”. Es decir, volver a una, y quizás más fuerte, “normalidad” a la cual, como decía una pared de Hong Kong, no podemos retornar porque la normalidad era precisamente el problema.

Pero mientras empresarios y gobiernos buscan nuevos negocios pandémicos, en nuestra contradictoria sociedad se generan voces críticas, etiquetadas por los de arriba como “antidesarrollistas” o incluso “ecoterroristas”. Voces algunas sueltas y otras organizadas en asambleas, que se atreven a cuestionar los “bellos” discursos desarrollistas; que comenzaron a defender lo que quizás aún no identificaban como “bien común”, porque éstos eran sólo “el bosque”, “el cielo”, “el río”, “el agua”; y hubieran seguido existiendo como tales si una empresa o el Estado no hubieran dicho “¡esto es mío, lo voy a destruir para hacer dinero!”.

Sólo a partir de ese momento, aquello que era parte de un “entorno natural”, esas montañas, esos ríos, esos bosques, ese cielo y esa agua, empiezan a transformarse en un proceso de defender lo común.

La idea de “bienes comunes” se opone entonces a la de “recursos naturales”, en tanto representación de la mercantilización de la naturaleza.

Pero no debe enfrentarse para generar una nueva objetivación de la naturaleza, es decir, en tanto lista de “objetos naturales, pero ahora comunes” como algo preexistente a las luchas socioambientales, sino, justamente, para desfetichizar esa objetivación de la relación de dominación, para ir destruyendo aquella relación de dominación como modo predominante de relacionarnos con la naturaleza.

En sus proclamas “contra el saqueo y la contaminación”, esas voces que se multiplican buscan discutir la necesidad de más desarrollo capitalista y defender su derecho a la autodeterminación, porque para solucionar los problemas de raíz, esas voces saben que debemos construir relaciones diferentes, tanto entre seres humanos como con la naturaleza.

Cuestionar la relación de dominación de la humanidad sobre la naturaleza se va aunando así con una lucha contra la propia dominación de una parte de la humanidad por otra. Dominación que, como la maquinaria de necesitar, producir, consumir y comprar, no nos es impuesta desde afuera, sino que la hacemos funcionar a diario como sociedad.

Por ello, no es casualidad que estas voces busquen el modo asambleario como otra forma de hacer política no jerárquica, como otro modo de tomar decisiones, aunque no sin contradicciones, no sin frustraciones, no sin tropiezos, no sin vicios propios “heredados” de una sociedad capitalista, por lo tanto, irracional, patriarcal y jerárquica. Ninguna forma asamblearia, ni defensa ecologista en este mundo puede desprenderse del todo, como las necesidades sociales, del mundo en el que nacen. Pero, ahora, la búsqueda de una sociedad verdaderamente libre, no jerárquica y racional, que pueda definir sus necesidades, se hace sumamente imprescindible. Porque sabemos las y los ecologistas críticos que, si la sociedad actual continúa con este proceso de destrucción de la biodiversidad, es muy probable que, lejos de dominar completamente a la naturaleza como pretendería la soberbia humana, ésta sea incapaz de sustentarnos como especie.

Descarga el libro aquí: https://muchosmundosediciones.files.wordpress.com/2021/05/geografias-del-conflicto-1.pdf

Referencias bibliográficas

Álvarez Huwiler, L. (2017). Minería, dinamismo y despojo. RELACSO, 10.

Bookchin, M. [1999, (1972)]. La ecología de la libertad. Madrid: Nossa y Jara Editores.

Schmidt, M. y Toledo López, V. (2018). Agronegocio, impactos ambientales y conflictos por el uso de agroquímicos en el norte argentino. Revista Kavilando, 10 (1), 162-179.

Notas

[1] Noticias ONU, “La recuperación de la crisis económica debida al Covid-19, a debate en la ONU”, 8/9/2020.

[2] Puede leerse en el informe elaborado por 22 especialistas en el tema, convocados por la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas. https://ipbes.net/pandemics, 2020.

[3] El Salto, “Rob Wallace: Las vacunas pueden ayudar, pero hay que intervenir para que la Covid-19 no sea seguida de la Covid-20, Covid-21, etc.”, 16/11/2020.

[4] Para más información sobre las características que asumió la nueva forma de

producción minera a gran escala, puede leerse Álvarez Huwiler (2017).

[5] Para más información sobre las características del agronegocio y sus consecuencias ambientales y en la salud de la población, véase Schmidt, M., y Toledo López, V. (2018).

Laura Álvarez Huwiler. Investigadora del Centro de Investigación en Economía y Sociedad de la Argentina Contemporánea (UNQ) y Profesora en la UNAJ. Correo electrónico: lauralvhu@gmail.com

Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/la-pandemia-de-hoy-o-el-capitalismo-de-siempre/

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