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El Coronavirus más allá del Coronavirus: umbrales, biopolítica y emergencias

Por: Emiliano Terán Mantovani.

 

Para el 19 de marzo de 2020, la pandemia global del Coronavirus (COVID-19) se aproximaba rápidamente a los 250 mil casos (220.313), registrándose el fallecimiento de 8.980 personas, lo que representa el 4,07% del total de estas cifras.

El asunto crítico general con el COVID-19 no es tanto su tasa de mortalidad, sino su ritmo de contagio especialmente acelerado (fácilmente de persona a persona), lo que se convierte en algo delicado en un mundo globalizado, alta y velozmente interconectado. Esto nos ha puesto ante un escenario de potencial contagio masivo a escala planetaria (¿cuántos más podrían contagiarse en el mundo?) que, por un lado, tendría un alto costo en vidas humanas (principalmente personas de la tercera edad) y, por el otro, profundizaría la precariedad e insostenibilidad de la vida cotidiana en la actual globalización tardía y descompuesta.

No sólo colapsan sistemas de salud de las más “desarrolladas” economías del mundo (como en el caso de Italia), sino que también se paraliza buena parte del comercio internacional y doméstico (debido a las restricciones impuestas para frenar la pandemia), generando cierre de fábricas y empresas, crecientes despidos, derrumbe de las proyecciones económicas por países, entre otros. Los efectos interconectados se han traducido en cosas como el desplome del valor de las monedas, la caída de la demanda de petróleo (sin precedentes) y de los precios; o el derrumbe de las bolsas de valores internacionales (Dow Jones registró a mediados de marzo la segunda peor caída de su historia).

La actual pandemia podría causar más daño, o bien podría ser superada. No lo sabemos hasta el momento. Pero parece que todo esto que está ocurriendo, nos dice muchas cosas más. Por eso también necesitamos tratar de interpretar qué expresa esta pandemia, más allá de ella misma; qué significado tiene en este preciso tiempo (geo)político; qué nos dice del particular mundo que hoy enfrentamos.

 

Tiempo de umbrales: el Coronavirus es síntoma y punto de inflexión

Imagen: Sarah Grillo/Axios.

Todos los ojos, las conversaciones, las angustias y debates están sobre la pandemia global del COVID-19. Pero tenemos que hablar de más cosas que se articulan con ella. La pandemia se inscribe en un proceso histórico del capitalismo contemporáneo: estamos ante las pandemias de la globalización neoliberal, que han venido incrementándose y sucediéndose desde las décadas de los 80-90s. La del COVID-19 es apenas una pandemia más de una particular lista que, en un grado u otro, han constituido amenazas para la humanidad, pero también advertencias. El SARS-CoV en 2002, la llamada “gripe aviar” (H5N1) en 2003, la porcina (H1N1) en 2009, el Síndrome Respiratorio de Medio Oriente (MERS-CoV) en 2012, el ébola en 2013 o el Zyka (ZIKV) en 2015. A decir del que fuera Subdirector General de la OMS para Seguridad Sanitaria, Keiji Fukuda, al sortear estas pandemias, “sentimos que hemos esquivado una bala”. Pero aún, en la actualidad, seguimos jugando con nuestra suerte.

Sin embargo, la emergencia de estas pandemias de la globalización no tiene nada de ‘desastre natural’ o de un ‘hecho fortuito que tarde o temprano tenía que pasar’. Más bien son el resultado del avance neoliberal de mercantilización de la vida y ocupación de nuevas fronteras ecosistémicas de las últimas décadas: agricultura y avicultura intensivas e industriales (que propiciaron la gripe aviar), comercio de animales salvajes y exóticos (como ocurre en China), manipulación genética, expansión del turismo depredador, deforestación, abusos en el consumo de antibióticos, por mencionar ejemplos. Factores como estos se potenciaron con una forma transnacional de transmisión, posible por la expansión de las interconexiones de la movilidad humana y de mercancías, el extraordinario crecimiento de las ciudades, la precarización de los sistemas de salud pública, entre otros.

Este sistemático avance degradante y depredador del capital, durante las últimas décadas, sobre las fronteras de la vida, sobre los límites del planeta, pero también sobre los sistemas e instituciones de asistencia social, ha venido agravando no sólo la incidencia y rasgos de fenómenos globales como estos, sino también la situación de insostenibilidad del sistema globalizado actual. Por mencionar un ejemplo ilustrador, el derretimiento de glaciares de vieja data, debido al cambio climático, podría liberar virus de 15.000 años de edad, los cuales son desconocidos por la ciencia y se ignora su nivel de letalidad.

El particular tiempo en el que surge la pandemia del COVID-19 es un tiempo revelador, que nos muestra una serie de eventos límites que en realidad están concatenados, como los incendios en la Amazonía, los incendios de Australia o el hecho que 2019 haya sido el segundo año más caliente registrado. Los ecosistemas alcanzan umbrales, en los cuáles se abre un proceso sistémico en el que se desarrollan nuevas propiedades, se generan cambios repentinos y acelerados, que van a modificar las dinámicas socio-ecológicas tal y como las conocemos en la actualidad. Los años 2019-2020 nos están mostrando con mucha más claridad esto.

Y estos umbrales no son sólo ecológicos. Todo el sistema, que articula sintéticamente las dimensiones económica, cultural, social y política, con las redes y tejidos de la vida ecológica, se estremece desde muy adentro, desde lo más profundo. Por eso la pandemia del COVID-19 aparece como un detonante fundamental de una próxima y muy probable recesión económica global, la cual está conectada históricamente con la crisis económica 2008-2009 (que ha marcado nuestro tiempo reciente), pero también con la crisis sistémica desarrollada desde la década de los 70s del siglo XX, e incluso con la crisis de la civilización moderno-occidental. La pandemia del nuevo Coronavirus es un síntoma más de la crisis civilizatoria que nos atraviesa.

¿Tiene entonces el COVID-19 y la pandemia que ha desatado, algo de particular, algo de diferente en relación a las anteriores pandemias globalizadas? Sí. Es cierto que se habla mucho menos de cómo la hepatitis viral mata en el mundo 1,3 millones de personas al año; cifra similar se da con los accidentes de tránsito (si, ¡el carro mata!) y las enfermedades diarréicas (que sufren principalmente los sectores más pobres de la sociedad), por mencionar ejemplos dramáticos. Pero estamos ante otro ritmo de contagio, de ‘viralidad’, que aunque mata fundamentalmente a sectores específicos de la sociedad (como la gente de la tercera edad), en realidad no deja nada ni nadie por fuera de ella. Se escurre por cualquier vía que el humano transite. Así que, logra incorporarlo todo a su dinámica. Su potencial masividad (y ya hoy, con 200 mil infectados, es masivo) satura todo: satura los sistemas e instituciones médicas, satura la política y los medios de comunicación, satura la percepción de amenaza y muerte, satura la movilidad y la interacción social, satura al Estado y al poder.

Claro que hay desigualdades de clase, de género, raciales, que determinan quienes sufren más y primero esta pandemia. Pero esto desborda lo que el propio sistema de poder y privilegios puede controlar. Deja al desnudo los simulacros del poder. Ya no hay nadie que pueda “ver desde afuera” esto, así que el nivel de interpelación es máxima. Paradójicamente el capitalismo, con su dinámica devoradora, extractiva y mercantilizadora, infecta sus propias rutas comerciales, sus mercados, sus instituciones. Inviabiliza el necesario movimiento expansivo del capital. El nivel de contradicción es también el máximo.

A diferencia de un siglo atrás, cuando la ‘Gripe Española’ mataba unas 50 millones de personas, la pandemia actual del COVID-19 emerge ante un sistema global que es mucho más frágil que antes, mucho más inviable. Somos más vulnerables que nunca. Parece quedar claro que se ha abierto una puerta que nos dice que ya las cosas no serán como antes. Y esto también parece revelarnos que, del mismo modo, transitamos hacia una nueva gestión y organización del sistema. Ahora sí, ¿fin de la globalización?

 

Pandemia COVID-19: bio-política de la ‘emergencia’ y sus paradojas

Imagen: Reuters

La saturación máxima que provoca la pandemia del COVID-19 ha generado diferentes respuestas de los Estados, cada una con resultados diferentes (pensemos en los casos de China, Corea, Italia o España). Lo que vemos desarrollarse, en general, es la progresiva adopción de estrictas medidas de cuarentena por parte de los Estados a nivel mundial, sostenido por una advertencia por parte de expertos y asesores científicos de que el virus alcanzará a buena parte de la población mundial, y de que la vida social en el planeta será notablemente trastocada por muchos meses.

Esto claramente allana el camino para la consolidación de lógicas de una situación extraordinaria o de emergencia, que permite poner en suspenso la democracia y sirve de pilares a la normalización y permanencia de regímenes de excepción. Es la bio-política en su máxima expresión, que ya venía precedida de normativas de emergencia y nuevas doctrinas de seguridad nacional, formas de militarización de la sociedad y los territorios, generalizadas al conjunto de la población en nombre de la ‘lucha contra el terrorismo’, el narcotráfico y el crimen organizado, grupos armados irregulares, contra el desborde de la migración y contra el ‘vandalismo’ en las protestas (recuérdese el año pasado en América Latina la relación entre protestas y estados de excepción). Y valga la pena añadir: estas lógicas están también en consonancia con el auge de las extremas derechas en varias partes del mundo, que desde patrones racistas y nacionalistas, pueden adjudicar la situación a ‘infecciones extranjeras’, una política migratoria permisiva y la necesidad de economías autárquicas (de nuevo, ¿otro factor para decirle adiós a la globalización?).

Férreos y drásticos controles sociales en el caso de China, Taiwán, Japón, Corea y posteriormente y menor medida Italia y España, se han expresado en cosas como la prohibición oficial de salir de casa; el establecimiento de reportes por persona (nombres, temperaturas corporales, movimientos y viajes, contactos con personas, etc) para luego ser procesados en forma de ‘Big Data’; la realización de tests express que, por ejemplo para el caso de Corea, suponía realizar a una persona un raspado nasal en un ‘drive in’ para determinar si la persona estaba infectada; entre otras medidas, que en casos como el chino, incluyeron el uso del ejército.

Pero precisamente, por esta dinámica de saturación máxima de la pandemia del COVID-19, se presenta una primera paradoja que conviene resaltar: el éxito que ha tenido China para detener el crecimiento del contagio ha abierto canales de legitimación a esta bio-política de alta intensidad (¡mirad el ejemplo chino!). El arrinconamiento societal que genera la posibilidad de un desbordamiento de la pandemia global puede hacer ver plausible y viable una sociedad de control bajo estos criterios de bio-seguridad. Así que esto nos pone ante un escenario no sólo de imposición política sino de un cierto consentimiento de un sector de la sociedad. Pero, ¿qué alternativas existen a este formato de gobernanza biopolítica, en este contexto pandémico?

Si el transitar de la crisis civilizatoria nos ha llevado a este tiempo de umbrales, de eventos extremos, de emergencia permanente (recuérdese la ‘emergencia climática’), ¿nos dirigimos hacia un capitalismo administrado como un ‘capitalismo del desastre’ permanente? ¿Cómo podría funcionar la democracia (o su posibilidad) en un régimen como ese?

Hay una segunda paradoja o tensión a resaltar: la política de estrictas medidas de cuarentena es absolutamente contraria a la necesidad de movilidad y dinamismo que tienen los mercados. El encierro social es una necesidad pero a la vez es un suicidio económico para el capitalismo. Los gobiernos del mundo se debaten entre la debacle epidemiológica y la económica. Y aquí cabe resaltar la que hasta hace unos días fuese la política del Gobierno británico liderada por Boris Johnson, ante la pandemia de COVID-19: una especie de bio-liberalismo, ‘dejar hacer, dejar morir’. Sir Patrick Vallance, Jefe de los asesores científicos del gobierno, anunciaba para la cadena Sky News el pasado 13 de marzo, que había que lograr la “inmunidad del rebaño” dejando que el 60% de la población británica se contagiara con el COVID-19, sin colocar mayores restricciones sociales a la movilidad y la actividad. Esto supondría que unos 40 millones de personas deberían como mínimo contagiarse a lo largo del tiempo para lograr dicho objetivo, estimando el Gobierno que al menos el 1% moriría (unas 400.000 personas).

Esta escalofriante política ponía de relieve, de forma descarnada que, en realidad entre el resguardo de la vida y el crecimiento del PIB, el gobierno de Johnson prefiere lo segundo –y ya ha dicho recientemente que “haría lo que fuese” para proteger la economía del Coronavirus. Pero sobre todo, revela una forma instrumental de representar la vida de millones de seres humanos, dentro de la categoría cuantitativa de  ‘población’. Tanto los regímenes de férreo control como estos bio-liberalismos, comparten esta noción instrumental de la vida humana, en la cual esta se traduce en un número funcional: 50.000, 500.000 o 5.000.000 de personas; 0,5; 5% o 15%. Todo depende de para qué sirva o no sirva. ‘Población’ borra rostros, historias personales, diversidades, para ser simplemente asunto operativo de Estado. Pero en todo caso, lo resaltante es que se mantiene la premisa biopolítica foucaultiana de “hacer vivir, dejar morir”, ahora en el marco de un tiempo de eventos extremos. Para este bio-liberalismo, lo que se revela es una lógica socio-darwinista de abandono a la muerte (‘a su suerte’) de una parte de la sociedad (seguramente, la parte más anciana y enferma).

Esto nos lleva a una tercera y última paradoja que nos gustaría destacar: la decisión estatal de quiénes se confinan, quiénes trabajan, quiénes viven y quiénes mueren en este tiempo de umbrales está en clara contradicción con las pulsiones de vida que se expresan desde abajo. Si hemos dicho que el encierro, la cuarentena, es una necesidad, al mismo tiempo esta es socialmente insostenible en el tiempo. Para los miles de millones de precarizados del mundo, es inmediatamente inviable. Para otros, representa una parálisis de anhelos, sociabilidades, descontentos, proyectos. Parálisis que se da justo cuando millones en el mundo se habían estado movilizando por el hartazgo de la situación en sus países (recordemos Chile, Irak, Libano, Hong Kong, Ecuador, Catalunya, etc). ¿Qué ruta pueden seguir estas pulsiones? ¿Pero qué pasa también con esos otros que se rehúsan a ser los daños colaterales, las bajas estadísticas de esta bio-política de la ‘emergencia’ (que pudiesen ser nuestros abuelos, los sabios, los maestros de la comunidad, o bien nuestros hermanos o colegas, afectados por una u otra enfermedad)?

Difícilmente la parálisis y el confinamiento puedan disolver los descontentos sociales que han emergido y emergen como síntoma de la decadencia de este sistema imperante. Esto lo saben los grandes administradores de esta bio-política de la emergencia. Por eso, el Gobierno de Johnson también retrocede en su política de la “inmunidad del rebaño”; por eso el Presidente francés Emmanuel Macron, un neoliberal, ante la pandemia gira en su discurso y plantea que la salud pública es un bien precioso que debe estar fuera de las leyes del mercado; por eso otros gobiernos retroceden en políticas de recortes a las clases trabajadoras.

Las tres paradojas mencionadas anteriormente en realidad se inscriben en una paradoja mayor: nada está garantizado, nadie puede ya garantizar el control de la situación. El sistema capitalista se estremece en su propia constitución. Nunca en su historia el capitalismo había tenido tantas grietas.

¿Qué hacemos nosotros?

El confinamiento social de la cuarentena, pero también las calles vacías o semi-desiertas, los mercados truncados, el confinamiento de los más pobres a una extraña precarización socio-económica ralentizada, nos abren el camino hacia otras temporalidades, otros ritmos, otras sociabilidades, otras apreciaciones y sensibilidades. Nunca parecía estar tan a la mano una oportunidad de despliegue de la otredad de esas lógicas y ritmos diferentes a los del sistema capitalista. La centralidad, ante los desafíos que representa esta paradoja colapso/oportunidad, parece estar en una política de lo común, del cuidado, de la reproducción de la vida, ante este capitalismo que se va quedando al desnudo. Ese camino se ha abierto ante nosotros, sin que eso necesariamente represente una garantía de éxito.

Pero fuera de ese espacio particular, en el espacio de la arena política, siguen prevaleciendo los tiempos del capital, de la pandemia, de la biopolítica de la emergencia, del cambio climático. Este sigue siendo el espacio colectivo del descontento, de las luchas, de las demandas sociales, de la transformación. ¿Cómo conectar ese resguardo, ese ‘distanciamiento social’ con la necesidad de re-encuentro, de exigencia al poder, de asunción de poder? Mientras que cuidamos de la vida en ese espacio particular, hay que seguir exigiendo, demandando cosas como una radical redistribución de las riquezas existentes para que se dirijan a la asistencia universal en la salud pública; la suspensión del cobro de la deuda externa de los países del Sur Global, suspensión de los impuestos a los más pobres y recuperarlos de los sectores más ricos; socializar los conocimientos científicos; respetar a la naturaleza y detener el avance de la mercantilización y las últimas fronteras de vida en el planeta; y un largo etcétera.

Hay que convertir la emergencia global en la emergencia de otro sistema que tribute a la vida y a los pueblos. Si el colapso sistémico nos va llevando a escenarios impensables, hay que, como lo reivindicara un famoso lema del mayo del 68, ser realistas y pedir lo imposible. Otro mundo diferente a este, ahora.

Fuente del artículo: http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/19/el-coronavirus-mas-alla-del-coronavirus-umbrales-biopolitica-y-emergencias/

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Brasil aprueba suspender pagos de trabajadores durante pandemia

América del Sur/ Brasil/ 24.03.2020/ Fuente: www.cronica.com.mx.

 

Las autoridades plantean que los trabajadores que no reciban salario deberán tomar un curso de formación, proporcionado por sus empleadores, para continuar con su educación y preservar algunas de las prestaciones. En caso de no ofrecer el curso el empleador deberá pagar los salarios completos.

Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, anunció una nueva medida provisional laboral, la cual permitirá a las empresas suspender los pagos de los trabajadores que no acudan a sus centros de labores durante la pandemia hasta cuatro meses.

La medida protegerá a los empleadores que no tengan personal “indispensable” laborando en sus empresas, para no abonar los pagos de los trabajadores pero los obliga a mantener algunas de las prestaciones, como los servicios médicos, informó O Globo.

Esta decisión ha sido criticada por la oposición, pues asegura que las autoridades debieron solicitar créditos a los bancos nacionales para ofrecerles a las empresas la opción de continuar con los pagos de los trabajadores y así evitar dañar al sector obrero.

Las autoridades plantean que los trabajadores que no reciban salario deberán tomar un curso de formación, proporcionado por sus empleadores, para continuar con su educación y preservar algunas de las prestaciones. En caso de no ofrecer el curso el empleador deberá pagar los salarios completos.

Estas suspensiones deben ser negociadas por el patrón y el empleado, exclusivamente, y no pueden realizarse con los sindicatos o de forma colectiva con un equipo de trabajo, dio a conocer el Jornal de Brasilia.

Se une a las medidas que serán aplicadas a la emergencia sanitaria por el coronavirus, que incluyen el trabajo a distancia, el uso de las vacaciones individuales o colectivas y un banco de horas que implica que a futuro los trabajadores “deban” las horas que no acudieron a sus centros de trabajo.

Fuente de la noticia: https://www.cronica.com.mx/notas-brasil_aprueba_suspender_pagos_de_trabajadores_durante_pandemia-1149043-2020

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Un estornudo que sacude al mundo: algunas consideraciones en torno al coronavirus, la crisis civilizatoria y el colapso global

Por: Francisco Javier Velasco Páez.

 

En 1912, luego de un publicitado y festivo bautizo, el enorme “Titanic”,   considerado por muchos como insumergible, celebrado en su momento como uno de los artefactos más sofisticados y poderosos  jamás creados por el ingenio humano, naufragó en su viaje inaugural frente  a las costas de Terranova. En el año de  1986, mientras veía por televisión en Montreal el lanzamiento en vivo y directo del “Challenger”, quedé de repente estupefacto al contemplar, conjuntamente con millones de espectadores en distintas partes del planeta, la explosión del transbordador espacial cuando había transcurrido poco más de un minuto de su despegue. Mientras una lluvia de escombros ardientes descendía a la manera de un gran fuego de artificio, me vino a la mente la tragedia del “Titanic. Explosión debida a una fuga en el sistema de propulsión para el caso del transbordador y choque con un iceberg en lo que concierne al gran trasatlántico, fueron ambas causas que en lo concreto revelaron la ilusión de una modernidad que se jactaba de su control sobre los imponderables y las fuerzas naturales. Todas dos constituyen alegorías de una catástrofe en curso que muestra en los actuales momentos una de sus caras más siniestras con la expansión inexorable de una pandemia causada por un virus.

Tal y como ya lo están demostrando los hechos que nos agobian en el presente, la crisis del Coronavirus trasciende el ámbito sanitario, es parte de una historia y una circunstancia  mucho mayor y más compleja. Tiemblan los mercados bursátiles, se paraliza la producción, se conventualiza la vida en las ciudades, se resquebrajan los discursos políticos, se incrementa el descrédito de las élites, todo ello en un mar de dinámicas entrópicas.  La estela de asombro, pánico, desamparo, incertidumbre, controversia, desestabilización, sufrimiento, muerte, caos y repliegue social que va dejando el Coronavirus en su avance, arroja luz sobre lo mucho que se ha degradado el mundo. Así lo muestra también el hecho de que, en menos de un año,  se incendió la Amazonía y ardieron vastas extensiones de bosques en Siberia, África y Australia, se fundió el permafrost en Groenlandia y se redujeron en una proporción significativa y ascendente los hielos polares y los glaciares en todo el mundo. Igualmente son indicadores de esta situación las múltiples y multitudinarias expresiones de protesta que han tomado las calles de diversas ciudades en Chile, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Colombia, El Líbano, Afganistán, Irán, Irak, Francia y China desde finales del año pasado.

Diversas hipótesis han surgido para tratar de explicar el origen del Coronavirus. Así por ejemplo hay quienes aseguran que se trata de una creación artificial surgida de oscuros laboratorios de guerra biológica que pudo haberse escapado de control.  Otros señalan que se trata de un arma de guerra utilizada por el establishment de los Estados Unidos para frenar la incesante expansión de China como superpoder mundial, argumento este que es retomado por quienes sostienen que, por el contrario, el Coronavirus es una suerte de Caballo de Troya chino contra el poder estadounidense y sus aliados occidentales. En lo personal no nos convencen ninguna de estas versiones, aunque reconocemos que tienen su dosis de realismo. En todo caso, de ser cierta cualquiera de ellas, revelaría igualmente una situación terminal, la aproximación a un “fin de fiesta” civilizatorio cuyo vértigo nos succiona actualmente.

Nos inclinamos más por la perspectiva según la cual el Coronavirus es el resultado de  la descomposición de ecosistemas, de cosas que, en un afán de dominio, sociedades humanas  han hecho a la naturaleza. Esta última, en retorno, se vuelve contra los humanos para espantarnos de maneras aún desconocidas en su mayoría. Un ejemplo crítico es el modelo de enfermedades infecciosas que muestran la mayoría de epidemias como el SIDA, el Ébola, el SARS, el Nilo occidental  y cientos de otras que han ocurrido en los últimos tiempos. La carencia de una sabiduría sistémica en nuestras relaciones con el mundo natural  nos conduce a una situación de impotencia ante lo desconocido. El Coronavirus se presenta simultáneamente con grandes amenazas como el calentamiento global o el cortocircuito de una economía impuesta globalmente por un reducido grupo de bancos y corporaciones (desde hace varios años, antes de la aparición del nuevo coronavirus, ya se habían manifestado indicadores de crisis preocupantes en el sistema económico mundial). La pandemia puede asociarse a ciertos animales como los murciélagos o las serpientes, tal y como parecen indicarlo ciertas investigaciones. Pero no son esos animales, dicho sea de paso de gran importancia ecológica, los causantes del mal. En todo caso, la atención debería centrarse en la forma como son tratados esos animales en el contexto de determinadas actividades humanas y cómo  nos relacionamos los humanos entre nosotros mismos.

En algunas ocasiones, virus como aquel cuya deriva nos ocupa en este texto, se transmiten de humano a humano. Puede ocurrir que por vía respiratoria, cuando un animal tose o estornuda, se infecta una persona o un grupo de ellas que se encuentra en su cercanía. Otras veces, el asunto resulta de la contaminación del agua o de los alimentos por la saliva o las heces animales y humanas. También sucede como consecuencia del descuartizamiento de animales para consumo humano, de la manera como son manejadas y expuestas las piezas en los mercados. Podría pensarse además en vías relacionadas con experiencias de laboratorio que involucran animales, muchas veces sometidos a penurias, mutilaciones y crueles inoculaciones. Sea como sea, el asunto remite a ciertas maneras de hacer las cosas que forman parte de modos de vida particulares, modos de existencia en los territorios que se han hecho hegemónicos en el conjunto del  planeta.

La propagación extremadamente rápida del Coronavirus deriva de un mundo que vive en intercambio permanente, en el que la puesta en cuarentena durante algunos días o semanas provoca catástrofes económicas a escala continental o planetaria. La sociedad de flujo y conectividad se bloquea. El mundo globalizado, con todo su arrogante despliegue tecnológico, inesperadamente descubre su gran vulnerabilidad y teme por un posible colapso.

Distintas civilizaciones han sucumbido en el pasado, todas ellas han tenido un alcance limitado en términos geográficos. No obstante, en la actualidad se multiplican los signos y expresiones particulares de una crisis sistémica de carácter global que, no necesariamente implica el fin de la humanidad (aunque esa posibilidad está presente con fuerza) pero sin duda alguna de  la civilización dominante de alcance planetario. Son indicadores típicos de un desplome societal o, en un sentido más amplio, civilizatorio, pero en proporciones nunca antes igualadas. El carácter sistémico de la crisis refiere al hecho de que los estrechos vínculos existentes entre diferentes elementos o factores desatan efectos de ruptura en cascada más o menos irreversibles. Citemos como ejemplo el propósito de resolver una crisis energética mundial con el uso masivo de biocombustibles sin por ello disminuir el consumo energético; en ese caso, muy probablemente se pondría a la disposición de tal propósito la casi totalidad de tierras fértiles disponibles en el planeta, lo cual supondría (debido a la deforestación masiva) un colapso ecosistémico de gran magnitud, un notable incremento del calentamiento global y un aumento exponencial del hambre en el mundo.

El desenlace de la crisis toma tiempo. Vale decir, el derrumbe generalizado del orden existente no ocurre de manera sorpresiva y en un momento particular (salvo en una situación similar a la de una guerra nuclear, aparentemente poco probable en este contexto aunque no imposible). Se trata de un largo proceso no lineal, temporalmente y espacialmente desigual. Vistas así las cosas, conviene señalar que la destrucción de la biodiversidad actualmente en pleno desarrollo hace mucho que comenzó. Lo mismo puede decirse del cambio climático,  de diferentes aspectos de la crisis económica,  de la disputa geopolítica o de la protesta anti-sistémica.

Considerando la calamitosa situación actual no debemos ocultar la realidad. El fin relativamente cercano de un sistema-mundo depredador es una posibilidad creíble. Problemas relativos a la salud, la alimentación, el ambiente, la política, la geopolítica y la economía, convergen para señalarnos que estamos llegando a un punto de inflexión en el que se juega nuestro destino como especie y/o como espectro de sociedades. En el mismo momento en el que el mundo se encuentra de rodillas ante la pandemia, América Latina sufre por una fuerte incidencia de dengue y una exacerbación del extractivismo, el Medio Oriente y el Mediterráneo son escenarios de una terrible crisis migratoria, en los Estados Unidos se dispara la venta de armas en medio de una paranoia social, al tiempo que la dinámica del Antropoceno nos arrastra brutalmente. El declive es evidente y nada será igual en el futuro cercano.

La encrucijada civilizatoria en la que nos encontramos exige de nosotros una ruptura radical con el sistema de cosas imperante. Se trata de tener la voluntad política y social suficiente para formular las preguntas significativas e identificar los verdaderos problemas y sus causas. Hablamos, entre otras cosas, de un cambio de modelo económico y de patrón energético, de justicia social, ambiental, climática, fiscal y migratoria, de una democracia más profunda y directa, de equidad, moderación en el aprovechamiento de recursos y respeto a la diversidad, de descarte del antropocentrismo, de la emergencia y/o reforzamiento de valores de simplicidad, ayuda mutua y vida colectiva. Es indispensable movilizar a la sociedad, a los ciudadanos  organizados. Para eso se necesitan nuevos relatos, ajenos a las lógicas corporativas y estado-céntricas, visiones alternativas al sistema imperante que simultáneamente sean tangibles y positivas. No es suficiente con tomar posición contra una concepción de la sociedad, hace falta proponer para cambiar de rumbo y agitar las energías.  Desde ahora debemos construir nuestra resiliencia activa, diversificada, autónoma  y adaptativa, plantar las semillas de una nueva constelación civilizatoria que, con una estrategia de transición, vaya actuando sobre lo concreto, por ejemplo propiciando la autonomía y la sostenibilidad de los territorios a diferentes escalas (familiar, local, regional, etc.) y en varios sectores (alimentación, energía, salud, vivienda, etc.). Una coordinación en una escala mucho mayor debe ocuparse de asuntos más globales, como por ejemplo los efectos del cambio climático y la seguridad sanitaria. Todo ello en un contexto de diversificación energética que implique el abandono progresivo de la matriz centrada en los  combustibles fósiles. Los medios técnicos a ser desplegados en este marco particular deben dar prioridad a las soluciones low-tech, es decir a herramientas y máquinas simples, económicas, multipropósito, reparables y conviviales. Son todas alternativas reales, de ningún modo completas y excluyentes de otras posibilidades y experiencias que, desde abajo y en los territorios, se construyen día a día  en distintas latitudes.

La crisis detonada por el Coronavirus nos confronta con la necesidad de actuar colectivamente con audacia y clarividencia, no en vano el sentido etimológico del término “apocalipsis” es la revelación. Los canales de Venecia que súbitamente se han hecho transparentes y se han repoblado de peces, nos revelan que  las posibilidades de reconstruir el mundo de una manera emancipatoria están a la orden del día.

Fuente del artículo: http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/19/un-estornudo-que-sacude-al-mundo-algunas-consideraciones-en-torno-al-coronavirus-la-crisis-civilizatoria-y-el-colapso-global/

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Venezuela: AVEC utiliza recursos para garantizar la educación en cuarentena

América del Sur/ Venezuela/ 24.03.2020/ Fuente: www.descifrado.com.

 

Luego de decretarse la cuarentena a nivel nacional, debido a la pandemia del nuevo coronavirus, la Asociación Venezolana de Educación Católica (AVEC) ha comenzado a implementar diferentes estrategias para mantener el proceso educativo en los niños y jóvenes de manera prudente, efectiva y correcta.

Alexis Moreno, director regional de Fe y Alegría, comentó que el compromiso principal en estos momentos es la prevención, por lo cual han seguido las recomendaciones de los órganos con competencias, y así brindar mayor seguridad al personal y niños que pertenecen a estas escuelas.

“Hemos convertido el tema del COVID-19 como el contenido a estudiar en todas las casas“, agregó.

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Resaltó que el compromiso de los profesores es sumamente serio, y por ende, se están buscando todas las formas posibles para mantener el proceso educativo de manera efectiva.

De interés: Bloomberg: Venezuela cerrará bombas mientras se agota el gas y crece un brote viral

“Hemos utilizado todos los recursos que están a disposición“, detalló.

Además, indicó que el proceso es difícil, ya que requiere de un cambio en la estructura de trabajo, y más aún, tomando en consideraciones las fallas existentes en las telecomunicaciones del país, pero que a medida de que pasan los días, los docentes y representantes van enlazando mejor las formas para poder cubrir todo lo requerido.

Moreno resaltó que los profesores están en contacto con los representantes y estudiantes de diferentes formas: Vía Whatsapp, Facebook, Twitter, mensaje de texto o llamada telefónico. Con el único objetivo de mantener una comunicación constante que facilite el proceso educativo.

Precisó que en la primera semana de cuarentena, algunas escuelas pertenecientes a AVEC, han reportado un 75% de contacto con los representantes, lo que considera una cifra importante para unos primeros días que requiere de entendimiento y costumbre entre ambas partes.

En cuanto al proceso de evaluación, comentó que es totalmente dinámico, ya que se busca conseguir los mecanismos más apropiados para que el estudiante aproveche los días en casa.

Ante esto, mencionó que tiene esperanzas de que el año escolar pueda salir hacia adelante, superando todas las dificultades que se están presentando a nivel externo.

Fuente de la noticia: http://www.descifrado.com/2020/03/23/avec-utiliza-recursos-para-garantizar-la-educacion-en-cuarentena/

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Cómo explicar a un niño la pandemia de coronavirus

Por: news.un.org.

 

La epidemia de coronavirus COVID-19 ha provocado que millones de niños no puedan asistir a la escuela, practicar deporte o realizar cualquier tipo de actividad extraescolar comunitaria. Al pasar más tiempo del habitual en sus hogares, los menores también se ven expuestos a un vertiginoso aumento de estímulos audiovisuales relacionados con la pandemia.

Esta situación les puede ocasionar dificultades para comprender lo que ven en Internet o en las pantallas de televisión, escuchar las conversaciones de otras personas, y pueden ser especialmente vulnerables a los sentimientos de ansiedad, estrés y tristeza.

Por esa razón, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia ha publicado una serie de consejos sobre cómo hablar a sus hijos sobre el coronavirus y poder tener una conversación franca que les ayude a comprender y enfrentarse a esta delicada situación.

UNICEF recomienda empezar la conversación preguntando a sus hijos qué saben sobre la enfermedad. Si son muy jóvenes y todavía no son conscientes de la aparición del brote puede que no sea necesario plantear el tema, pero es un buen momento para recordarles medidas básicas de higiene.

Es de suma importancia no minimizar o evitar las posibles preocupaciones que puedan tener. Comprenda sus sentimientos y tranquilíceles explicando que es natural sentirse asustado ante este tipo de situaciones. Aparte de prestarles la máxima atención, también es necesario que comprendan que pueden hablar sobre el tema con usted o con sus profesores cuando quieran.

Los dibujos, los cuentos u otras actividades pueden ayudar a iniciar una discusión.

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OPS
La Organización Panamericana de la Salud vacuna niños y adolescentes contra el sarampión y la difteria en América del Sur.

Honestidad, ante todo

Los niños tienen derecho a saber la realidad y estar informados, mientras que los adultos tienen la responsabilidad de protegerlos de las aflicciones. Habrá que usar un lenguaje apropiado a la edad del niño, observar cómo reacciona y ser conscientes de su nivel de ansiedad.

Si se desconocen las respuestas, no hay que inventárselas. Una de las opciones más recomendable es buscar las soluciones en las páginas de internet de organizaciones especializadas como la Organización Mundial de la Salud o UNICEF junto a sus hijos. A su vez, es importante explicarles que no todas las informaciones en el ciberespacio son correctas y que hay que acudir a fuentes expertas en la materia

Aprender a protegerse puede ser divertido

Una de las mejores maneras de mantener a los niños a salvo del coronavirus y otras enfermedades consiste simplemente en lavarse las manos de forma regular. En internet, existen recursos como videos con canciones bailes para aprender estas simples tareas de forma divertida.

También es recomendable enseñarles cómo cubrirse con el codo al toser o estornudar, explicarles que es mejor no acercarse demasiado a las personas que tienen esos síntomas y pedirles que nos cuenten si sienten que tienen fiebre, tos o dificultades para respirar.

Ante todo, seguridad

En nuestro entorno cotidiano, los niños están expuestos a una gran cantidad de imágenes y puede ser confuso distinguir entre ficción y realidad, creando una falsa situación de peligro inminente.

Un modo de afrontar el estrés es jugar con ellos y tranquilizarlos. Es importante mantener las mismas rutinas y horarios tanto como sea posible, especialmente antes de ir a dormir, o crear otras nuevas en un espacio diferente.

Si hay un brote de coronavirus en nuestro entorno, se les ha de recordar que probablemente no se contagiarán, que un alto número de personas no sufren síntomas graves y que hay muchas personas trabajando para mantenerlos a salvo.

Combatir la discriminación racial

El brote de coronavirus ha diseminado muchas noticias de discriminación racial a nivel global, por lo que es importante comprobar que sus hijos ni sufren ni colaboran con esta amenaza.

Es importante explicar que el coronavirus no está relacionado con el aspecto de una persona, su procedencia o el idioma que habla. Si se les ha insultado o acosado en la escuela, deben sentirse seguros y contárselo a un adulto en quien confían.

Hay que recordarles que la escuela ha de ser un espacio seguro, que el acoso es una conducta incorrecta y que todos debemos contribuir a fomentar la amabilidad y el apoyo mutuo.

Ayuda externa

Asimismo, se destaca la importancia de enseñar a los niños que la gente se ayuda mutuamente con actos de bondad y generosidad.

Para ello, se pueden compartir las experiencias de los profesionales de la salud, científicos y jóvenes que trabajan para detener el brote y mantener segura a la población.

Cuídate

La ayuda a los hijos comienza con uno mismo. Si usted está tranquilo y en control de la situación ante las noticias sobre la enfermedad, los niños percibirán este tipo de respuesta.

En caso de estar nervioso o preocupado, tómese un tiempo para usted mismo y acérquese a otros familiares, amigos o personas de confianza en su comunidad. Dedique tiempo a hacer cosas que le ayuden a relajarse y recuperarse.

Prudencia con las conversaciones personales

Es importante no dejar a los niños angustiados. Al finalizar una conversación, intente medir su nivel de ansiedad observando su lenguaje corporal, estudie si usa su tono de voz habitual y vigile su respiración.

Recuerde a sus hijos que pueden tener otras conversaciones difíciles con usted en cualquier momento. Recuérdeles que usted se preocupa, que está escuchando y que está disponible siempre que se sientan preocupados.

Fuente de la reseña: https://news.un.org/es/story/2020/03/1471422

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Cuarentena útil: Cuento en 10 lenguas originarias es la primera entrega de estrategia “Aprendo en casa”

América del Sur/ Perú/ 24.03.2020/ Fuente: diariocorreo.pe.

Está disponible en awajún, ashaninka, aimara, shipibo-konibo, yanesha, wampis, shawi y quechua en sus variantes collao, chanka y central

Desde hoy, y como parte de la estrategia “Aprendo en casa”, los escolares que hablan diversas lenguas originarias y asisten a escuelas interculturales bilingües pueden escuchar el cuento “Los niños contra el coronavirus” a través del canal de Spotify del Ministerio de Educación y pronto, a través de Radio Nacional y otras emisoras de alcance regional.

El texto ha sido grabado en las lenguas awajún, ashaninka, aimara, shipibo-konibo, yanesha, wampis, shawi y quechua en sus variantes collao, chanka y central.

Según el registro de instituciones educativas de educación intercultural bilingüe, hay más de 21 mil estudiantes pertenecientes al pueblo ashaninka, de los cuales 7193 tienen entre 3 y 5 años, y 14 267 entre 6 y 11 años.

Asimismo, hay 328 322 estudiantes que hablan quechua en sus diferentes variantes, de los cuales 93 877 tienen entre 3 y 5 años, y 234 445 entre 6 y 11 años.

El pueblo aimara tiene cerca de 29 mil estudiantes; el awajún, más de 18 mil; el pueblo shipibo-konibo cuenta con 10 111 estudiantes, y el shawi, con 6467 alumnos.

En el país hay cerca de 27 mil instituciones que ofrecen el servicio de educación intercultural bilingüe, según el Minedu.

Como se sabe, el ministro de Educación, Martín Benavides, anunció en la víspera la puesta en marcha de la estrategia Aprendo en casa, que busca brindar herramientas de aprendizaje a las familias durante el periodo de emergencia.

Esta estrategia de educación a distancia combinará la difusión de contenidos por medios digitales, televisión y radio para tener una mayor cobertura y tendrá carácter inclusivo, pues también se desarrollará en 10 lenguas originarias y el lenguaje de señas.

Fuente de la noticia: https://diariocorreo.pe/peru/cuarentena-util-cuento-en-10-lenguas-originarias-estrategia-aprendo-en-casa-minedu-coronavirus-clases-escolares-noticia/

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Brecha educativa

Por: El País.
Dos niños realizan tareas escolares a través de sus tabletas electrónicas.
Dos niños realizan tareas escolares a través de sus tabletas electrónicas. MAX MUMBY/INDIGO GETTY IMAGES

Más de 10 millones de estudiantes se están viendo afectados por el cierre de las aulas y el confinamiento en sus domicilios al que obliga el estado de alarma. Todas las etapas de aprendizaje, desde infantil hasta universitaria, están paralizadas y la vuelta a la normalidad sume en la incertidumbre a la comunidad educativa. Una de las primeras decisiones adoptadas por el Ministerio de Educación, en colaboración con las comunidades autónomas, ha sido retrasar la prueba de selectividad a los más de 200.000 alumnos convocados este curso. A estas entidades les corresponde establecer parámetros para evitar que los estudiantes pierdan el curso y velar para que los más vulnerables desde el punto de vista socioeconómico no queden atrás a causa de la emergencia sanitaria

Hasta ahora son muchos los centros que han optado por impartir clases online o en formato telemático, un recurso que ha puesto de manifiesto las diferencias entre las plataformas de aprendizaje y la existencia de un nutrido número de alumnos desfavorecidos que no disponen de los materiales imprescindibles, empezando por un ordenador adecuado. Esta crisis ha desvelado que uno de cada tres no puede recibir en sus domicilios clases virtuales, ya sea por carecer de ordenador o de acceso a Internet. En un intento de sortear la brecha tecnológica, Educación ha puesto en marcha el programa Aprendemos en casa, en colaboración con RTVE, editoriales especializadas y portales educativos, para permitir que esos alumnos de 6 a 16 años pertenecientes a familias más desfavorecidas o de entornos culturalmente menos ricos, puedan acceder de alguna forma a contenidos pedagógicos. Se trata de que los escolares no pierdan la tensión educativa y que mantengan una cierta disciplina en las pautas pedagógicas. Recurrir a la televisión pública y a editoriales especializadas permitirá mitigar el desequilibrio en el uso de herramientas informáticas que aún persiste en la sociedad, pero no colmar una brecha que debió haberse cerrado mucho antes.

Fuente del artículo: https://elpais.com/elpais/2020/03/23/opinion/1584980814_661409.html

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