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Libro: El Ascenso del hombre

Reseña:

Probablemente entre las nuevas generaciones el título El Ascenso del Hombre es poco conocido, pero se trata de una de las producciones pioneras de documentales sobre ciencia y tecnología para la televisión. Producida por la British Broadcasting Corporation (BBC) en 1973, esta serie tuvo un gran impacto internacional siete años antes que la famosa Cosmos y presentó el desarrollo de la ciencia a lo largo de la historia de la humanidad en 13 capítulos.

Lo mejor de este proyecto dirigido por el matemático Jacob Bronowski, convertido en gran divulgador y conductor de televisión que inspiraría al mismo Carl Sagan, es la manera de presentar una especie de biografía personal de las ideas en forma de programas de televisión y que más tarde se convertiría en libro de divulgación de culto, ahora publicado por Editorial Planeta bajo el sello de Paidós.

A partir de esta serie, la televisión se convertiría en un excelente vehículo de divulgación y de fomento de la cultura científica. El mismo Bronowski afirmaría que “si la televisión no se usara para presentar estos pensamientos en forma concreta, sería tanto como desperdiciarla”.

Este libro es una excelente opción para iniciar las lecturas de este 2018. Aborda el desarrollo del conocimiento en general y de la ciencia en particular, no como ideas abstractas sino como ideas concebidas desde las diversas culturas humanas, desde la aparición hombre hasta el siglo XX.

Abarca los conceptos fundamentales que iniciaron el largo camino del ser humano hacia el conocimiento de la naturaleza a partir de las culturas humanas más simples, de acuerdo con sus facultades básicas y su contexto geográfico, biológico y social específico. Nos explica la ciencia como una actividad humana donde los descubrimientos son hechos por los hombres, no solamente por las mentes privilegiadas.

El Ascenso del Hombre es un clásico de la literatura de divulgación científica ameno, interesante y con un lenguaje al alcance del público no especializado.

Link de descarga: http://www.eumed.net/jirr/pdf/4.pdf

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La didáctica (infalible) de la vejez

Por: Carlos Mármol

Saber envejecer es un arte que, además del permiso del destino, requiere asumir que la vida es un largo viaje donde lo importante no es que las cosas cambien, sino que cambiemos nosotros.

La vejez, que es una de las tres indudables edades del hombre, encierra en sí misma una contradicción: todos queremos conocerla, pues es la única prueba cierta de una existencia longeva, pero al toparnos con ella –en primera persona o por experiencias indirectas– la maldecimos. Hacerse viejo, esa hermosa palabra que odian los que profesan los dogmas de lo políticamente correcto, es un grave inconveniente al que sólo podemos adaptarnos. Ésta es la enseñanza recurrente que la larga tradición de la literatura didáctica viene recomendando desde el origen de los tiempos. Sépanlo: los mejores tratados de autoayuda no son los que nos venden los predicadores y los clérigos contemporáneos, llenos de lugares comunes, sino aquellos que escribieron –para nosotros– los grandes sabios de la historia.

De las mejores obras clásicas sobre filosofía de la vida, De Senectute, el célebre diálogo de Marco Tulio Cicerón dedicado a la vejez, es una rara avis porque en vez de deleitarse lamentando los quebrantos de la última etapa de la existencia elogia la vejez inteligente como si fuera una suerte de segunda juventud. ¿Exagerado? No sabremos nunca si Cicerón era sólo un intelectual optimista, un consumado idealista o quizás, dadas sus conocidas veleidades políticas, ocultara bajo su oratoria a un demagogo irónico, pero lo cierto es que, frente al rosario de calamidades que otros autores vinculan con el crepúsculo vital, el gran retórico romano siempre ve la botella medio llena. Es de agradecer, aunque no se compartan todos sus argumentos, cuya modernidad de cualquier forma resulta asombrosa si se tiene en cuenta que fueron compuestos cuarenta años antes del nacimiento de Cristo por un hombre al que la elocuencia le hizo pasar a la historia pero que, lejos de morir con sosiego en una de las villas agrarias de la élite romana, fue degollado tras una conjura y su cabeza y sus manos fueron expuestas en el Foro, el atrio de sus mejores discursos. A Cicerón le aplicaron en vida un didactismo absolutamente realista.

Cicerón defiende que la desgracia de hacerse viejo no es consecuencia de la vida, sino resultado de las costumbres y la mentalidad con la que vivimos.

Su obra sobre la decrepitud humana, escrita con 62 años, que en Roma era un edad mágica porque la vida se contaba en periodos de siete años (los septenarios), está planteada como una conversación figurada entre Catón El Viejo y dos jóvenes (Escipión y Lelio). A través de la conversación ficticia entre estos tres personajes Cicerón explica en qué consiste el arte del buen envejecer. Básicamente su tesis es que nos hacemos viejos exactamente igual que vivimos. Dicho de otra manera: nuestra vejez depende del destino tanto como de nuestra personalidad y de la capacidad de adaptación que tengamos ante las circunstancias. La literatura clásica que se demora en exceso sobre las miserias de la edad incide en los males de las enfermedades, el abandono, lo efímero del placer, la pobreza y el maltrato del tiempo. Homero incluye en sus grandes epopeyas a ancianos venerables, como PríamoLaertes o Néstor, pero califica la ancianidad como una etapa abominable. La visión negativa de los viejos está presente en Hesíodo, el teatro griego y en la poesía satírica y elegíaca, donde se somete a escarnio a personajes como la vieja presumida o el viejo enamorado. El derecho romano atribuía laureles al hecho de cumplir muchos años, pero los poetas latinos, desde Plauto a Ovidio, pasando por CatuloJuvenal y Horacio, no dudaron en dar una visión cruel sobre los ancianos, víctimas del tiempo y, de igual manera, seres negligentes.

Marc Tulle Ciceron Cicero, from tome 3, folio 603 recto of Les vrais pourtraits et vies des hommes illustres grecz, latins et payens (1584) by André Thevet.

Grabado de Cicerón de André Thevet (1584).

Cicerón, en cambio, recogiendo ideas de los griegos, defiende que la desgracia de hacerse viejo no es consecuencia de la vida, sino resultado de las costumbres y la mentalidad con la que vivimos. El primer error, según De Senectute, es óptico: todos moriremos, con suerte, tras un deterioro biológico que conviene aceptar de partida. Negarse a esta evidencia no cambiará la rueda del destino. Sólo a partir de la aceptación de cuál es el final del camino cabe hablar de los remedios posibles o detenerse en los atenuantes para afrontar el trance. La clave para vivir una vejez virtuosadepende de cómo hagamos este viaje hacia el final de la vida y de la inteligencia con la que compensemos las dificultades del camino. “Siempre ha sido necesario un final, y, como sucede en los brotes de los árboles y en los frutos de la tierra, tras su madurez oportuna, el sabio ajado y caduco debe aceptar con serenidad su final. ¿Qué otra cosa es oponerse a las leyes de la naturaleza sino luchar contra los dioses, como si fueran gigantes?”, escribe Cicerón.

Tras la aceptación, que no es necesariamente una resignación, envejecer con inteligencia implica aceptar sin ira la muerte de las pasiones –que simplemente dejan de serlo– y tratar de sustituirlas por la actividad intelectual, compensando de esta forma el deterioro físico con el enriquecimiento espiritual. Es lo que hacían los grandes filósofos antiguos: no dejar nunca de aprender, incluso cuando parece que el conocimiento carecerá de finalidad práctica. Catón estudió griego en los últimos años de su vida. Sócrates, antes de recibir la cicuta, fue un eterno aprendiz de arpa. Hasta Borges, que es lo más parecido a un escritor clásico que hemos tenido en los tiempos modernos, dedicó los últimos años de su existencia a aprender lenguas escandinavas. “Cada idioma” –decía– “es una forma distinta de sentir el universo”.

Envejecer con inteligencia implica aceptar sin ira la muerte de las pasiones –que simplemente dejan de serlo– y tratar de sustituirlas por la actividad intelectual.

Aprender es seguir viviendo otras vidas. Muchos siglos antes de que en las escuelas de negocios se inventara la idea de la formación continua, Cicerón recomendaba hacer coincidir el curso de la existencia con el estudio perpetuo y la lectura permanente. La vejez, pese a los males del cuerpo, puede ser una edad digna si se mantiene hasta el final la autonomía mental. Incluso cabe la posibilidad de gozar de cierto predicamento social: la autoridad de los viejos, presente en todas las culturas, es una manera de resaltar el prestigio de la experiencia, un atributo que sólo puede obtenerse si se vive hasta el último día. “Si no vamos a ser inmortales es deseable que el hombre deje de existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida, como para todas las demás cosas. La vejez es el último acto del drama de la vida, de cuyo agotamiento debemos huir sobre todo si esto se añade a la hartura. Esto es lo que tenía que deciros acerca de la vejez, a la que ojalá lleguéis, para que las cosas que me habéis oído decir las podáis comprobar por experiencia”.

Marcus Tullius cicero, De Senectute. Wellcome M0013786

Imagen del diálogo ‘De Senectute’ en una edición para bibliófilos/CG.

Parece una evidencia, pero es un monumento al sentido común. Un argumento que se repite tanto en las culturas orientales como en las occidentales. “La cosa más importante en la vejez es tener un buen entierro”, dice un proverbio chino. Los antiguos funerales orientales duraban siete semanas. En ellos se honraba a los ancianos vivos junto a los ancestros muertos. Los católicos, que creen en la vida eterna, no deberían temer a la vejez, antesala del encuentro con Dios. Tampoco los ateos deberían espantarse si piensan que tras la vida no existe nada más. Sin misterio no hay incertidumbre. Los posmodernos, escépticos ante cualquier relato trascendente, contemplan la vejez como una etapa más del sinsentido de la vida. En la era de la cultura digital podríamos hablar de las extraordinarias virtudes de envejecer con flow. Los sabios coinciden: envejecer con sabiduría es aceptar que no hay nada que hacer. Y adaptarse. Las cosas más inevitables de la vida son las que concitan mayor unanimidad.

Fuente:  https://cronicaglobal.elespanol.com/letra-global/cronicas/didactica-infalible-vejez_128288_102.html

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Película: El caso de Cristo

Reseña: Un investigador que bebe compulsivamente mientras conecta con cordeles datos y fotografías enganchados a un corcho no es la primera imagen que a uno le viene a la cabeza cuando se habla de “cine espiritual”. Sin embargo, es precisamente el núcleo de El caso de Cristo, una suerte de thriller en la onda de Zodiac Todos los hombres del presidente que utilizará la tensión de un proceso detectivesco para hablar de la fe.

El protagonista, periodista galardonado y ateo declarado, pone todas sus habilidades en juego cuando su mujer se convierte al cristianismo: no puede concebir que ella crea una mentira. El director Jon Gunn y los guionistas Brian Bird y Lee Strobel presentarán esta historia de intriga y drama matrimonial que surge a partir de una sugerente premisa: ¿puede la fe superar la prueba del racionalismo cerril?

Fuente: https://www.cinemanet.info/2018/01/9-peliculas-de-cine-espiritual-a-tener-en-cuenta-en-2018/

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Dios y la Educación

Por: Pedro Tejivano

Antes o después tendremos que plantearnos el problema del último porqué y de la existencia o no de un sentido final.

Ante la problemática que nos plantea la educación laicista, en la que Dios no cuenta para nada, podemos preguntarnos si es adecuada una educación en la que Dios no esté. Es indiscutible que antes de optar por Dios o contra Él, ateos y creyentes podemos encontrarnos colaborando juntos en defensa de la dignidad humana y en la tarea de transformar el mundo. Pero antes o después tendremos que plantearnos el problema del último porqué y de la existencia o no de un sentido final. Quien no acepta a Dios y la existencia de una verdad universal tiene que escoger como valores supremos realidades como el dinero, el placer, el poder, valores que en modo alguno pueden identificarse con Dios, cosa que no sucede con aquellos que escogen como meta de su vida a Dios, la Verdad, la Justicia o el Amor, que son valores supremos que sí pueden identificarse con Dios.

En 1937, en su Encíclica Mit brennender Sorge contra el nazismo, Pío XI escribía: “Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. El necio que dice en su corazón: ‘No hay Dios’ se encamina a la corrupción moral (Sal 13[14],1). Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que, el desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea, la noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, es caminar al empobrecimiento y decadencia moral. Ningún poder coercitivo del Estado, ningún ideal puramente terreno, por grande y noble que en sí sea, podrá sustituir por mucho tiempo a los estímulos tan profundos y decisivos que provienen de la fe en Dios y en Jesucristo” (n. 34).

Pío XI desde luego tenía razón. La decadencia moral de que hablaba se ha concretado en los genocidios marxista y nazi, así como el genocidio actual del aborto y el que quieren aprobar de la eutanasia. No conformes con ello, y como consecuencia directa y querida del laicismo y de la ideología de género, pretenden también destruir el matrimonio, la familia y corromper a los educandos con la promiscuidad sexual, en la que algunos incluyen hasta la pederastia.

Afirmamos, aunque algunos piensen otra cosa, que no existen ni una enseñanza ni una educación neutra, pues siempre hay en juego una serie de valores explícitos o implícitos, que eso sí, pueden ser positivos o negativos. Mucho me temo que unos padres o educadores que pasan de Dios, sólo pueden educar a sus educandos en valores puramente materiales. La educación debe estar al servicio de la verdad, enseñando ante todo qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, y tiene como objetivo un proceso de maduración o de crecimiento y construcción de la personalidad, y como lo que da sentido a la vida es el amor, educar es transmitir lo mejor que uno ha adquirido a lo largo de la vida, lo que supone fundamentalmente enseñar a amar.

Educar es, ya desde la infancia, sembrar ideales, formar criterios y fortalecer la voluntad, pues todo aprender supone un esfuerzo. La educación ha de ser integral, es decir, afecta a todas las dimensiones humanas, como lo racional y afectivo, lo intelectual, lo religioso y moral, lo temporal y lo trascendente. La función de la educación no es sólo instruir o transmitir unos conocimientos, sino formar el carácter capacitando para el sacrificio, así como enseñar los valores y comportamientos, inculcando el sentido del deber, del honor, del respeto, convenciendo y persuadiendo gracias a un diálogo abierto y permanente, mejor que imponiendo. “La educación consiste en que el hombre llegue a ser cada vez más hombre, que pueda ser más y no sólo que pueda tener más” (San Juan Pablo II, Discurso en la Unesco, 1980). Educar es tener una idea precisa del modelo de persona que se persigue, es decir, enseñar el significado de la vida, el porqué y para qué vivir, lo que propicia el desarrollo de la persona.

La pregunta que podemos por tanto hacernos es: ¿qué papel juega Dios en nuestra educación? Ante todo recordemos que, como nos dice San Juan: “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8 y 16), siendo la más importante manifestación del amor de Dios hacia nosotros la venida de Jesucristo al mundo para redimirnos y salvarnos. La fe nos enseña no sólo que la vida tiene sentido, sino cuál es ese sentido.

Nuestra educación en la fe ha de partir de la vida, de modo que podamos participar plenamente en la comunidad eclesial y sepamos asumir consciente y cristianamente nuestro compromiso temporal. Necesitamos una visión de la vida llena de significado, en la que la fe, el amor y la entrega a los demás son los que la llenan de sentido. El objetivo de la educación cristiana no es sólo formar individuos útiles a la sociedad, sino educar personas que puedan transformarla. El proyecto de vida cristiano supone ante todo el convencimiento de que lo que Dios quiere y pretende de nosotros es nuestra propia realización y perfección humana, que es además el paso necesario para iniciar una transformación positiva del mundo. Ello se consigue por la apertura a la generosidad y a la trascendencia y como la gracia se edifica sobre la naturaleza, y desde luego no aceptamos la afirmación de Zapatero que la ley natural es una reliquia ideológica y un vestigio del pasado: si nos sabemos queridos por Dios, respondemos también con nuestro cariño y oración a esa llamada de Dios, sabiendo aceptarnos a nosotros mismos pese a nuestras limitaciones, fallos e incluso pecados, llegando así a la autoestima, confianza y seguridad personal.

Fuente: https://www.religionenlibertad.com/dios-educacion-60928.htm

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Ciencias y creencias 2.0

Luis A. Montero Cabrera

La diferencia entre lo que se sigue y profesa voluntariamente, alentado por libres preferencias personales, que son las creencias, y la verdad comprobada y comprobable por todos, con evidencias inobjetables, que son las ciencias, ha sido comentada anteriormente.

No obstante, a pesar de que esta importante conceptualización nos ayuda tanto a enriquecer nuestro pensamiento estableciendo una nítida frontera lógica, el espacio entre el campo de las ciencias y el de las creencias es también muy rico.

Recientemente apareció en los medios una información acerca del hallazgo de indicios de un nuevo ancestro de nuestra especie ¡en la actual Bulgaria!, en plena Europa balcánica. Para muchos rompía el criterio más que probado de que procedemos del actual territorio africano. ¿Se trata este hallazgo de una verdad científica contrastada y reproducible por terceros independientes? En realidad, los autores no claman para sí otra cosa que la postulación de una hipótesis a partir del hallazgo de un molar fósil.

Esta pieza dentaria perteneció a un homínido similar al chimpancé actual hace más de siete millones de años. Corresponde primero a la prensa científica la divulgación como resultado interesante. Después interviene la prensa que busca la atención de las grandes masas, como debe ser cualquier prensa. Pero en ese proceso suele deformarse el contenido esencial y presentarse a una simple y atractiva hipótesis como si fuera una verdad científica. Por cierto, la Europa que fue escenario de la vida del monito que tenía ese molar era en esa época muy parecida a las actuales tierras africanas gracias a los vaivenes del clima planetario. Al final, nadie puede negar hoy que nuestra especie se originó en el continente africano y mucho más recientemente, hace “solo” alrededor de 250 000 años. Y esta es una verdad científica bastante establecida por muy diversas evidencias arqueológicas y moleculares. Podemos ver, sin embargo, que la frontera entre la verdad científica neutra y evidente para todos y el campo de las hipótesis y suposiciones, que son más parecidas a las creencias, es difuso y rico.

En el campo de la composición de los objetos materiales existe también espacio para la suposición que conduce a creencias, y a veces no se las sabe diferenciar de la verdad científica, neutral y contrastable. Los átomos y las moléculas existían mucho antes que el hombre y que se postulara a la llamada mecánica cuántica para entender el nanomundo, que es nuestro propio universo cuando podemos diferenciar objetos de dimensiones iguales a las millonésimas de metro. Como nuestros sentidos se seleccionaron naturalmente para aprender del mundo métrico, no tuvimos otra alternativa que intentar describir el nanométrico con los mismos esquemas conceptuales. Ahí tuvo un tropezón la llamada lógica newtoniana, la que es buena para describir manzanas desprendiéndose de un árbol. Los objetos detectables y que construyen directamente el nanomundo, los que habitan el pico y el femtomundo, como es el caso de los electrones, no se comportan como las manzanas, y mucho menos que como los planetas.

Lo cierto es que las manifestaciones de los electrones en el mundo que nos rodea es contradictoria para muchos, pues se trata de una partícula a la que se le puede atribuir una masa y una carga electrostática y también una frecuencia de oscilación de su campo electromagnético, como es el caso de la luz visible, aunque con valores mucho mayores. Además, así se comporta toda la materia en esas escalas nano, pico y hasta femtométricas. Lo que ocurre es que la masa, la carga y la frecuencia de oscilación electromagnética son magnitudes que inventamos para conocer el mundo métrico y su adaptación a las dimensiones de protagonismo directo para las llamadas partículas elementales, como son los electrones, requiere de pensamiento revolucionario.

Un destacado científico alemán, Werner Heisenberg postuló en 1927 [1] la llamada “relación de incertidumbre” donde la ciencia se expuso a un riesgo de credibilidad muy alto. Expresado en el lenguaje más actual, reconoció que las magnitudes (posición en el espacio, velocidad) con las que se pretendía conocer el nanomundo eran las mismas que se han usado para las escalas de un metro y que eso podía representar incongruencias, porque no se trata de manzanas. De esa forma muchos pensaron que las limitaciones de correspondencia (conmutación) entre las expresiones matemáticas (operadores con sus funciones propias para ciertas relaciones) que se usaron en la mecánica cuántica para describir los sistemas nanométricos se podían traducir en limitaciones intrínsecas de la capacidad del conocimiento humano en esas escalas. La más famosa “incertidumbre” era la de la “imposibilidad de medir al mismo tiempo la posición y el momento (proporcional a la velocidad) de una partícula cuántica”. Hoy en día han aparecido artículos ampliamente reconocidos que cuestionan esto, negando su significado de que no se puede conocer algo porque haya una expresión matemática que lo impida. Se han efectuado las mediciones experimentales y han dado resultados [2-4].

Mucho se ha escrito acerca de estas incertidumbres, y la verdad científica ha salido incólume mientras que las elaboraciones especulativas se han ido derrumbando. Es cuestionable usar, como reconoció Heisenberg, magnitudes del mundo métrico para describir el nano y picométrico, que es ajeno a nuestros sentidos de humanos. Es como cazar mosquitos con misiles balísticos intercontinentales. La naturaleza toda existió mucho antes de que los seres humanos elaboraran las teorías para describirla y entenderla científicamente. Las teorías deben servir para interpretar la realidad objetiva, pero esta no se subordina a ella. Esto debería ser válido para toda ciencia, natural o social.

La Habana, 31 de mayo de 2017.

  1. Heisenberg, W., Über den anschaulichen Inhalt der quantentheoretischen Kinematik und Mechanik. Zeitschrift für Physik, 1927. 43(3): p. 172-198.
  2. Colangelo, G., et al., Simultaneous tracking of spin angle and amplitude beyond classical limits. Nature, 2017. 543(7646): p. 525-528.
  3. Rozema, L.A., et al., Violation of Heisenberg’s Measurement-Disturbance Relationship by Weak Measurements. Physical Review Letters, 2012. 109(10): p. 100404.
  4. Napolitano, M., et al., Interaction-based quantum metrology showing scaling beyond the Heisenberg limit. Nature, 2011. 471(7339): p. 486-489.

Fuente del articulo:http://www.cubadebate.cu/opinion/2017/07/04/ciencias-y-creencias-2-0-2/#.WephfWjWzIU

Fuente de la imagen:ia.cubadebate.cu/wp-content/uploads/2017/05/fosiles-de-hominidos-encontrados-en-bulgaria.jp

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15 Consejos para educar a tu hija en el feminismo: Chimamanda Ngozi Adichie

Por:  Chimamanda Ngozi Adichie

“En lugar de enseñarle a tu hija a agradar, enséñale a ser sincera. Y amable. Y valiente. Anímala a decir lo que piensa, a decir lo que opina en realidad, a decir la verdad. Dile que, si algo la incomoda, se queje, grite”, fue una carta que la autora nigeriana le escribió a una amiga. Estos son sus consejos.

El feminismo empieza en la educación. Con su voz cálida y directa, Chimamanda Ngozi Adichie dirige esta emotiva carta a una joven madre que acaba de dar a luz. En sus quince consejos, reivindica la formación de nuestros hijos en la igualdad y el respeto, el amor por los orígenes y la cultura. Una invitación a rechazar estereotipos, a abrazar el fracaso y a luchar por una sociedad más justa. Una bella misiva con reflexiones tan honestas como necesarias que conquistará por igual a madres, padres, hijos e hijas.

1.Sé una persona plena. La maternidad es un don maravilloso, pero no te definas únicamente por ella.

2.Hacedlo juntos. ¿Recuerdas que en primaria aprendimos que el verbo es una palabra de “acción”? Chudi debería hacer todo lo que la biología le permite, que es todo menos amamantar.

3.Enséñale a tu hija que “los roles de género” son una solemne tontería. No le digas nunca que debe hacer algo o dejar de hacerlo “porque es una niña”.

4.Cuidado con el peligro de lo que yo llamo Feminismo Light. Es la idea de la igualdad femenina condicional. Recházala de plano, por favor.

5.Enzeña a Chizalum a leer. Enséñale el amor por los libros. La mejor manera de hacerlo es mediante el ejemplo.

6.Enséñale a cuestionar el lenguaje. El lenguaje es el depositario de nuestros prejuicios, creencias y presunciones, pero para enseñárselo tendrás que cuestionar tu lenguaje.

7.Jamás hables del matrimonio como un logro. Encuentra maneras de aclararle que el matrimonio no es un logro ni algo a lo que deba aspirar. Un matrimonio puede ser feliz o desgraciado, pero no un logro.

8.Enséñale a rechazar la obligación de gustar. Su trabajo no es ser deseable, su trabajo es realizarse plenamente en un ser que sea sincero y consciente de la humanidad del resto de la gente.

9.Dale a Chizalum un sentido de identidad. Importa. Haz hincapié en ello.

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Desconfiar de la desconfianza

Por: Fernando Buen Abad Domínguez

Nada más terrible para un escéptico que tener que confiar en su escepticismo para dudar de sus propias dudas. A fuerza de someterlo todo al fuego de sus resquemores, el escepticismo se vuelve adictivo y funde todo en la nada inclemente de su lógica paralizante. Y muchos confían en eso, dogmáticamente. No confundir con la duda científica.

Por eso ellos necesitan atacar todo “optimismo”, destruir lo que suene a “esperanza”. Necesitan pintar con negro cualquier color y cualquier luz que, incluso débilmente, implique confianza en algo o en alguien. Especialmente si ese algo son los pueblos organizados, con ideas claras y posibilidad de triunfo. Hay muchos casos sueltos. Con sus salvedades.

El escepticismo sabe disfrazarse. Incluso se auto-fabrica gestos de moda y de secta como distintivo secreto para reconocerse entre sí. Una miradita descalificadora, una sonrisita socarrona y unas cuantas “frases hechas” como conjuro ante aquello que pueda inducir a organizarse y tener moral de batalla para cambiar en infierno en el que vivimos. Dudar de todo a toda costa para que nada cambie, para que nada valga, para que todo sea sospechoso, inútil… imposible.

Suele ser expresión de miedos y angustias. En el mejor de los casos es un problema individual, una crisis de personalidad pero en sus expresiones más perversas en una operación ideológica que se ha perfeccionado largamente para -disfrazada como posición progresista- generar resultados conservadores y reaccionarios. Es una forma del pensamiento armada con un sistema ideológico que borra todo aquello que genera mientras va creciendo… para llegar a nada. La duda boba.

El escepticismo más burdo es una forma del idealismo burgués que se esclerotizó en la historia por la trampa lógica que lleva dentro y en la que no hay escapatoria para el razonamiento que quiere salir de las catacumbas y de la postergación. Recorre un arco muy amplio y pleno de matices. Va de los extremos depresivos a los detalles cínicos. No se conforma, nada lo satisface ni hay autoridad que lo detenga. Todo lo contrario, el escepticismo se alimenta con desafíos muy diversos. Cuanto más evidentes son las posibilidades de cambio superador, más se revitaliza la idea de desconfiar, agudamente, como principio y como finalidad. De la palabra Revolución, de sus victorias y sus expresiones más diversas… mejor ni hablar. Para los escépticos se reduce a espejismo.

Pero el escepticismo es también una forma de búsqueda que se garantiza fracasos. Necesita el refugio de la decepción (en alguno de sus grados y matices) para dar sentido a su sinsentido. Por eso el escepticismo triunfador es depresivo e iracundo. Por eso acude a las periferias del sentido a buscar fallas, debilidades o fracturas con las que crea las bases para su siempre moralista conclusión pesimista. “Nada nuevo hay bajo el sol”, la “humanidad es insalvable”, “nada puede hacerse contra los poderes fácticos” y el clásico: “uno nunca sabe”.

Su herencia como “Doctrina filosófica” nos obliga a creer que considera que no existe saber firme ni opinión segura. No es posible el conocimiento y lo único cierto es la duda. Es su manía desconocer la verdad y sus muchos matices nos obligan distinguir los varios rostros del escepticismo como corriente filosófica de los siglos IV a.C. – s. II d.C. y el escepticismo como teoría de moda en tiempos “posmodernos”. Son, porque es su sino, inoportunos, antipáticos y amargos. Siempre en grados diversos según sus grados de creencia (o des-creencia) y según su propia capacidad de adaptación a las frustraciones que les proliferan. Aparecen de mil maneras y “siempre hay uno a la mano”. Suelen ser protagonistas de películas gringas y suelen ser docentes universitarios en las Ciencias Sociales. Ahí son devastadores. Publican libros, conferencias y disertaciones traficadas con toda impunidad, e impudicia, y a la luz de los aplausos que les profieren sus “fans”… tarde o temprano también escépticos que no creen una sola palabra de sus “profes”. O así debiera ser, si son coherentes. Un camino promisorio hacia la nada misma.

Mientras tanto una parte nada pequeña de los seres humanos busca (como puede y con los que tiene) la salida del infierno capitalista en que estamos hundidos y sabe que abrir la puerta requerirá de fuerzas enormes producto de alianzas y acuerdos bien organizados y eficaces. En la base de esos acuerdos anida el requisito de la confianza (crítica si se quiere) que es necesaria para repartir las cargas y las fuerzas rumbo a un futuro que, de valer la pena, ha de incluirnos -por igual- a todos. Y entre debates y acuerdos tal confianza organizada implica saber, aprender, reconocer afirmaciones verdaderas y descartar falsedades. Implica creer en algo y confiar en conquistarlo entre todos y para todos. Sin ingenuidades ni idealísimos. Ya hemos aprendido amargamente de esas trampas.

En ese espacio no hacen falta los “escépticos” ni los “deprimidos” de ocasión. No hacen falta las muecas ideológicas del “desconfiado” full-time ni las desolaciones ensayadas por los fanáticos del pesimismo ocioso y rentable. En general no hace falta ninguna de las payasadas ideológicas burguesas ideadas para desmoralizar o para desmembrar las organizaciones populares que, por su parte, suelen ser toda alegría, confianza y fortaleza moral. En plena batalla.

Otra cosa es la interrogación científica en la dialéctica del conocimiento. Las luchas de la clase trabajadora, en todo el mundo, requieren de dispositivos teóricos y prácticos para someter a debate y superación los idearios, las creencias y las actitudes de cada unos de sus militantes. Para no llevarse sorpresas a la hora de la verdad (que es la lucha revolucionaria) y encontrarse con que alguno anda diletando poemas deprimentes por las calles en lugar de ocupar su lugar, convincente y productivo, donde la lucha exige más creatividad, más entereza y más convicciones dinámicas y firmes. Batalla de las ideas pues, en casa.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=221309

 

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