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Niños pequeños, grandes ideas

Por: Elisa Guerra Cruz

No sé  a quién se le ocurrió que como los niños son “chiquitos”, sus ideas –y su potencial- también lo son. Quizá porque su ropa  es pequeña, comen poquito y tienen unas manitas diminutas,  alguien dedujo que no pueden pensar ni hacer nada en grande.

     Pero las que somos mamás pensamos diferente. ¿Cuántas veces no te has maravillado ante la inagotable curiosidad y las brillantes deducciones de tu pequeño?  De un día para otro y sin esfuerzo aparente aprende un sinfín de cosas nuevas, y siempre quiere más. A veces no sabemos cómo darle esto que pide, a veces no sabemos si sería conveniente hacerlo. ¿Y si lo “sobre-estimulamos”?  De pronto llegan a nuestra mente imágenes terribles de nuestro hijo colgado de una lámpara, con ojos desorbitados y la etiqueta “hiperactivo” bordada en letras rojas.  Pareciera que el consenso general de las instituciones y algunos profesionales de la educación fuera: “Sí, hay que estimular al niño, pero no demasiado, porque le hace daño, y no con cosas muy elevadas, porque no las comprende y de nada le sirven”

     Me permito respetuosamente diferir de este postulado, en primer lugar, porque los niños pequeños pueden autorregularse. De la misma manera en que un bebé jamás tomará más leche en su biberón de la que su cuerpo le pide en un momento dado, el cerebro de un niño pequeño jamás tomará   -a menos de que exista una lesión orgánica o un trastorno sensorial- más información de la que le es posible recibir (y vaya que puede recibir mucha.) En segundo lugar, porque es justamente presentando información sofisticada a nuestros niños como hacemos crecer su inteligencia.  Howard Gardner, catedrático de la Universidad de Harvard, que se hizo famoso por la Teoría de las Inteligencias Múltiples, define inteligencia como “un potencial biopsicológico para procesar de ciertas maneras unas formas concretas de información” (2004, p.46)  Podemos ver que hay tres componentes en esta definición: por un lado, el potencial biopsicológico con el que todo ser humano nace, por el simple hecho de ser homo sapiens. El segundo elemento que aparece es la habilidad de procesar…. ¿procesar qué? Entra aquí el tercer elemento, “formas concretas de información

     Hoy, cuando el mundo de las instituciones escolares voltea hacia el desarrollo de las competencias como el medio y el fin de la educación, me atrevo a sostener que no se puede ser competente-no en los términos que lo demanda nuestra sociedad- si no se es inteligente. Se puede ser inteligente de muchas maneras distintas, pero la base de cada una de las múltiples inteligencias es la información.

     La información nos puede llegar por diferentes caminos. Defino información, para efectos de educación, como los estímulos o experiencias que podemos percibir del mundo, a través de nuestros sentidos.  Conforme el niño recibe, por eventos circunstanciales o por acciones intencionadas, estas  experiencias sensoriales, estos “bits” de información, su cerebro crece y se desarrolla, haciéndose progresivamente más competente para seguir recibiendo y procesando piezas de información cada vez más sofisticada.

     Al cerebro no le importa si los estímulos que recibe del medio son los dibujos animados, los superhéroes de moda y  los comerciales de coca-cola, o las obras maestras de los grandes artistas del Renacimiento, la música de los mejores compositores clásicos o las innumerables maravillas del mundo natural, pero obviamente podrá beneficiarse más de unos que de otros.  Al cerebro no le importa, repito, pero ojalá que a nosotros como padres sí nos importe, y mucho.

     Glenn Doman  (2001) dice que el cerebro crece con el uso, y que la función que le demos desde la infancia temprana, determinará en gran manera su estructura.  Pruebas científicas han demostrado que, efectivamente, ciertas partes en la corteza cerebral aumentan de tamaño físico conforme más se ejecutan las funciones de las que son responsables. (Ratey, 2002)  En pocas palabras, un ambiente enriquecido creará la estructura cerebral para responder e interactuar con dicho ambiente.

     Cuando mostramos a nuestros niños las cosas maravillosas de la cultura, la naturaleza, la música y las artes, no sólo estamos haciendo crecer su cerebro, sino que estamos, además, proporcionándoles «ladrillos” para que ellos puedan construir conocimientos cada vez más completos y complejos,  conforme comparan los “bits” de información con experiencias propias y aprendizajes previos.  Doman desarrolló una metodología para presentar a los niños los estímulos cerebrales óptimos para lograr su potencial. El fin último de este programa, conocido coloquialmente como el “Método Filadelfia”, esto es, del Método desarrollado por Glenn Doman y adaptado al entorno escolar, es la creación de estructuras cerebrales adecuadas para facilitar y favorecer el aprendizaje para toda la vida. El hecho de que además nuestros niños aprendan sobre los grandes pintores y músicos de la historia, sobre las diversas culturas del mundo, sobre la variedad de las especies animales y vegetales y su clasificación, entre otras muchas cosas, si bien no es el fin último, es un agradable efecto secundario del programa.

     Otra manera de desarrollar la inteligencia de nuestros niños es a través del lenguaje. Se ha comprobado que los niños cuyo léxico es más completo, aprenden a leer y comprenden mejor su lectura que aquellos con un vocabulario más reducido (Pappano, 2008) Este enriquecimiento del lenguaje debe presentarse desde el preescolar, incluso desde los primeros años de vida. Sin embargo, un porcentaje importante de padres y maestros tienden a “sobresimplificar” sus interacciones orales con los niños, nuevamente quizá porque predomina la idea de que como son “chiquitos”, entienden “poquito”.  Pero si bien es cierto que un niño no comprenderá el significado de la palabra “ataraxia”, la primera vez que la escuche, si se le expone a ella con frecuencia y en una diversidad de situaciones,  muy pronto pasará a formar parte de su repertorio léxico ocupando su lugar junto a otros conceptos como felicidad, pelota, galleta, tigre, tristeza o compartir. Por cierto, para los adultos que tampoco sabían el significado de la palabra ataraxia, ésta se refiere a la tranquilidad máxima del alma. Ahora utilízala unas 13 o 15 veces y la harás tuya (la palabra-concepto,  por supuesto. La ataraxia en sí nos costará un poco más de esfuerzo, sobre todo en esta época de crisis).

     Aquí hay una serie de consejos para favorecer el desarrollo cerebral óptimo en nuestros hijos:

–        Así como eres cuidadosa para elegir los mejores alimentos para tu hijo, procurando no sólo que sean nutritivos sino además preparados con atractivo visual y gustativo, fíjate también en la calidad, cantidad y presentación de los estímulos intelectuales que recibe. Se trata de nutrir su cerebro. Pregúntate todos los días: ¿Cómo voy a alimentar hoy el cerebro de mi niño? Preséntale experiencias ricas y variadas, así como información organizada y pertinente.

–        Dale amplias oportunidades a tu hijo para el desarrollo neuromotor. La actividad física tiene repercusiones positivas no sólo en el cuerpo, sino también en el cerebro, específicamente en las áreas que se encargan de integrar (procesar)  la información recibida del medio. Además, se logra una mejor oxigenación, que favorece no sólo al cerebro sino al resto del organismo.

–        Habla, habla, habla. No dejes de hablar, todo el tiempo, con tu hijo, por muy pequeño que sea. Utiliza un vocabulario extenso y estimulante.  Si hablas otro idioma, úsalo también con tu hijo.  Lee con él todos los días, una gran variedad de textos: poemas, cuentos, pero también noticas del diario, instructivos y recetas de cocina. Y si eres intrépida y tienes un poco de tiempo, enséñale a leer desde pequeñito. No le hará daño, al contrario, le abrirá las puertas del conocimiento. Puedes usar el libro “Cómo enseñar a leer a tu bebé” de Glenn Doman , como manual de cabecera o como inspiración.

–        Cree en tu hijo.  Nunca permitas que nadie te haga dudar de su propia valía y capacidad.  Las expectativas que tengas sobre su potencial serán determinantes para su desarrollo.  Escúchalo, aún cuando todavía no sepa hablar, o cuando hable tanto que te maree.  Por que recuerda, los pequeños logros y las grandes hazañas, todos surgieron alguna vez de una idea, y las cabezas pequeñas tienen grandes ideas.

Referencias:

Doman, G. (2001) Cómo Multiplicar la inteligencia de bebé. Madrid, EDAF.

Doman, G. (1997) Cómo enseñar a leer a su bebé.  México, Editorial Diana.

Gardner, H. (2004) Mentes flexibles. Barcelona, Ediciones Paidós.

Pappano, L. (2008) Small Kids, Big Words. Research-based strategies for building vocaburlay from preK to grade 3. Harvard Education Letter. (24,3) May-June.

Ratey, J(2002) A user’s guide to the brain. Perception, attention, and the four theaters of the brain.New York, Vintage Books.

Fuente: http://www.elisaguerra.org/blog/ninos-pequenos-grandes/

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Chile: Cuatro mitos científicos sobre el aprendizaje

América del Sur/Chile/09 de agosto de 2016/ Fuente: latercera

El aporte de la neurociencia en educación es innegable. Pero muchas creencias, como el efecto Mozart, se propagan sin base científica y se asumen ciertas. Y no todas lo son.

En 1993, en la revista Nature, investigadores del Centro para la Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria de la U. de California, Irvine (EE.UU.), publicaron un estudio con insospechadas repercusiones.

El trabajo decía que, después de oír por 10 minutos la sonata para dos pianos K448 de Mozart, un grupo de universitarios tenía mejores resultados en un test de razonamiento espaciales, con un coeficiente intelectual (CI) de nueve puntos sobre otros estudiantes que escucharon una cinta para relajarse. Efecto, decían los expertos, que desaparecía a los 15 minutos.

Pero en 1994 el New York Times publicó que “escuchar a Mozart en realidad te hace más inteligente”. En 1997, Don Campbell publicó el libro El Efecto Mozart: experimenta el poder transformador de la música. Luego, en 1999, el gobernador de Georgia, EE.UU., Zell Miller, gastó US$ 105.000 en CDs de Mozart para niños del estado.

Nacía el llamado “Efecto Mozart” o que escuchar música de Mozart elevabA el CI de los bebés. En la década siguiente se vendieron dos millones de CDs bajo ese nombre. Pero es un neuromito, es decir, “un error de interpretación generado por una mala-lectura o mala-cita de hechos científicamente establecidos, los cuales son aplicados en educación u otros contextos”, definió en 2002, el proyecto “Cerebro y Aprendizaje” de la Ocde.

Este tipo de mitos inquieta a expertos chilenos, quienes han decidido estudiar el fenómeno. Pedro Maldonado, del Centro de Neurociencia de la Memoria de la U. de Chile, dice que la neurociencia (conjunto de disciplinas que estudian el sistema nervioso) ha hecho avances importantes en las últimas décadas. Este conocimiento es deseable que se traslade al aula, pero siempre considerando que se logró en condiciones especiales. “Es irresponsable tomar esos estudios y hacer recomendaciones a los profesores. Un ambiente educacional es diferente al laboratorio”, dice este neurocientífico.

Estudio en Chile

Aún así, están muy presentes en el mundo educativo, revela un estudio preliminar, y aún en desarrollo, de Paulo Barraza, doctor en sicología y especialista en neurociencias cognitivas del Centro de Investigación Avanzada en Educación (Ciae). La investigación abarca a 24 profesores, además de 28 estudiantes de pedagogía, y revela cuatro mitos.

El 91,7% de los profesores y el 96,4% de los estudiantes de pedagogía encuestados creen cierto el neuromito que plantea que estudiantes aprenden mejor cuando reciben información en su estilo de aprendizaje preferido (auditivo, visual, kinestésico). El investigador del Ciae indica que para comprobar que es falso, se puede evaluar el estilo de aprendizaje de los niños y determinar, por ejemplo, que la mitad tiene un aprendizaje más visual y el resto auditivo. “Luego si se mezclan al azar y dos profesores que no saben eso, enseñan una materia uno en un sistema visual y el otro auditivo, la clase tendrá buen rendimiento en ambos”.

Otro neuromito es que los ambientes con muchos estímulos mejoran el desarrollo cerebral de preescolares (91,7% de los profesores y el 78,6% de los estudiantes de pedagogía lo cree). Nace, dice, de un estudio que comparó desarrollo en ratas, unas en ambiente empobrecido sólo con un bebedero, y otras con ruedas de ejercicios. Éstas últimas tuvieron mejor desarrollo. “Pero emularon el ambiente normal de una rata. Los ambientes emprobrecidos afectaban a las ratas, que es hablar de niños desnutridos o en ambientes aislados, pero no quiere decir que un ambiente enriquecido sea mejor a uno normal”.

Otro es pensar que sesiones cortas de ejercicios de coordinación motriz mejoran la integración de funciones cerebrales de los hemisferios izquierdo y derecho (91,7% de los profesores y el 64,3% de los estudiantes de pedagogía). “No hay estudios que prueben que los ejercicios ayuden”, indica Barraza.

Además, 83,3% de los profesores y el 85,7% de los estudiantes de pedagogía encuestados creen que las diferencias en la dominancia hemisférica (cerebro izquierdo, cerebro derecho), explican diferencias individuales entre estudiantes. “Los estudios dicen que los hemisferios no funcionan por separado, sino que operan en red”, dice.

Barraza advierte que hoy los profesores están mal informados. “Porque detrás de ese conocimiento hay personas que no son científicos. Empresas que toman estos neuromitos los empaquetan y se los venden a los colegios. Lucran con eso, cobran 10 UF por profesor en seminarios y los colegios invierten en eso, sin mirar el currículo de quién los imparte”.

Fuente: http://www.latercera.com/noticia/tendencias/2016/08/659-691839-9-cuatro-mitos-cientificos-sobre-el-aprendizaje.shtml

Imagen: http://static.latercera.com/20160807/2321812.jpg

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Salud, dinero y cerebro: por qué vale la pena estudiar

Por. Fabricio Ballarini

La formación impacta en la calidad de vida de las personas y de los pueblos. La importancia de acortar las brechas de acceso.

¿Vale la pena estudiar una carrera en la universidad? Disparaba una nota hace un par de días bajo una chorrera de estadísticas que vinculan el grado de estudio y la chances de obtener trabajo. El artículo plantea algo que probablemente sea real, puede que la universidad no esté formando personas para los trabajos que se necesitan hoy o se necesitarán en el futuro. Ocurre que los cambios en los planes de estudio de las carreras universitarias son mucho más lentos que los cambios en la tecnología que afecta a la sociedad y al tipo de capacidades que debería tener un ciudadano que entra al mundo laboral. Será por eso que, en un intento por alcanzar las necesidades sociales, se crean nuevas universidades con nuevas carreras, pero esto, evidentemente no es suficiente. O sea, hay que tener una discusión sobre lo que se enseña en la universidad, de eso no tenemos dudas, pero de ahí a preguntarse si vale la pena estudiar una carrera universitaria (o desaconsejarlo, como una madre estadounidense a sus hijos en una carta que se viralizó) hay un trecho, probablemente tan largo como la muralla china o una manada de 400 elefantes tomados de sus colitas. El problema está en suponer que la educación solamente sirve para conseguir un trabajo. Quizás nos traten de jipis anticapitalistas, pero creemos que la educación va mucho más allá de lo laboral. Pero ¿hay evidencias para sostener esto? Bueno, veamos.

«Querido lector, tu formación educativa influye directamente en el tamaño del cerebro de tu hijo»

Si bien a simple vista la respuesta a si vale la pena estudiar parecería muy obvia, es saludable, en principio, entender que existen correlaciones que vinculan conceptos muy simples y específicos. Conceptos e ideas que si bien parecen lógicas y demasiado obvias, a veces pasan desapercibidas para una parte grande la humanidad. Es por ese motivo que es importante comprender y enseñar el por qué es importante estudiar.

Para comenzar este entramado educativo arrancaremos por uno de los conceptos más estudiados estadísticamente que dice “cuantos más años de estudios tenemos, mejor dicho, cuantos más años de educación tienen los individuos de los países, más ricos son esos países”. O lo que es igual pero más terrible, cuando menor es el acceso a la educación más pobres son los países. Seguramente muchos podrán argumentar que es una simple correlación y probablemente van a tener razón.

Pero qué pasa si a esta mera correlación le sumamos otra que dice que el grado de riqueza varía con la salud de los pueblos. Es lógico y también está muy estudiado, pero está bueno parar un segundo y deducir quemás educación es más riqueza y más riqueza es mejor salud, en ese u en otro orden, así que como mínimo estaría siendo muy copado el hecho de ponerse guardapolvo y aprender.

Mirá también: 10 aportes de la neurociencia para aprender a pensar

Ahora bien, con esta información quizás podamos reformular la pregunta inicial y preguntarnos: ¿está bueno estudiar para vivir mejor? Si vivir mejor es tener más esperanza de vida, salud y dinero. Parecería que sí.

Entonces ¿tener dinero me acerca de alguna u otra forma una mejor calidad de vida? No necesariamente, pero existen evidencias científicas que confirman que poseer un mínimo de dinero nos proporciona la suficiente liberación de carga mental que es necesaria para tomar buenas decisiones. Cobrar un sueldo no solo puede aliviar tu situación financiera, sino también liberar un gasto de «energía mental» que puede ser empleada en resolver otros problemas que tienen que ver con inhibir impulsos que nos llevan a tomar malas decisiones una y otra vez. En otras palabras, cuando el bolsillo te urge y cada día tenés que apretar el cinturón un poco más, la demanda cognitiva por la supervivencia es tan elevada que le quita la posibilidad redistribuir parte de esa «energía o nafta» en resolver otras demandas cognitivas.

Si a esta altura del texto seguís dudando sobre la importancia de la educación te puedo contar que desde hace unos años la humanidad tiene la posibilidad de espiar cómo funciona el cerebro, gracias a un aparato llamado resonador magnético funcional. Este avance tecnológico además de generar miles de datos para mejorar el diagnóstico de enfermedades, nos permite empezar a comprender qué partes de nuestro cerebro son activadas ante determinados estímulos, situaciones o decisiones.

Esta tecnología, por ejemplo, les permite a los científicos medir la superficie de la corteza (o sea la parte externa de nuestro cerebro). Estructura que funcionaría como una posible área del cerebro a ser candidata como indicador sensible sobre las capacidades cognitivas. Es decir que más desarrollo cognitivo correlacionaría con el crecimiento de esta región periférica y fundamental de nuestro cerebro.

Mirá también: Así influye la música en la salud del cerebro

Fue así que a partir del uso de esta tecnología hace muy poco muchos neurocientíficos se preguntaron ¿qué tal si analizamos el nivel educativo de los padres y lo comparamos con el tamaño de las regiones relacionadas con el lenguaje, la lectura y las funciones ejecutivas (razonar, tomar de decisiones) de sus hijos? Quizás de esa forma podremos comprender por qué vale la pena estudiar.

La respuesta fue realmente bastante abrumadora. Cuando los padres no fueron a la universidad (tuvieron 12 años de educación formal) los científicos hallaron que sus hijos tenían la corteza cerebral más pequeña (aproximadamente 3 %) que los hijos de padres que sí habían ido. Así es querido lector, tu formación educativa influye directamente en el tamaño del cerebro de tu hijo.

Pero no termina ahí. Para sumar culpa al desarrollo cerebral de tus hijos, los investigadores hicieron la misma evaluación pero separando a los padres según los ingresos. De nuevo, encontraron una correlación entre el tamaño de la corteza y los recursos económicos. Esta vez, con diferencias cercanas al 6% cuando comparamos las cortezas de los hijos de familias pobres con las de las familias de clase media. Cuanto más pobre sos, más jíbaros son tus hijos. Terrible.

Pero entonces, ¿necesito ser rico para tener más capacidades cognitivas? Definitivamente no. Porque no se observan diferencias entre los cerebros de personas de recursos medios y altos. A partir de la clase media, tener más dinero no mejora tu cognición.

Entender que tener el cerebro más pequeño a causa de la marginalidad está vinculado directamente a déficits cognitivos es comprender una parte importante de la condena social. En simples palabras, justificar científicamente que las deficiencias económicas y sobre todo educativas producen un deterioro intelectual, por el que seguramente se perpetúe infinitamente la pobreza. Tomar malas decisiones, no tener la capacidad para comprender, no poder razonar correctamente o tener problemas de aprendizaje se asocia con los niveles terribles de desigualdad. Acotar esa brecha es brindar la posibilidad de poder crecer.

Por vos, por tu salud, por tu cerebro, por tus hijos, por un mundo mejor definitivamente VALE LA PENA ESTUDIAR.

Fuente: http://www.clarin.com/buena-vida/psico/Salud-dinero-cerebro-pena-estudiar_0_1624037607.html

Imagen:http://images.clarin.com/buena-vida/psico/menor-acceso-educacion-pobres-paises_CLAIMA20160801_0034_28.jpg

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Biblioterapia: el poder de un libro sobre tu cerebro.

Europa/España/Fuente:http://www.agenciasinc.es/

Por: Jesús Mendez.

“La vida es demasiado corta como para leer un mal libro”. “Pero teniendo en cuenta que se publica un nuevo libro cada treinta segundos, puede hacerse difícil saber por dónde empezar”.

La primera frase la dijo, al parecer, James Joyce. La segunda es la forma de completarla que tienen en The School of Life, una iniciativa creada en Inglaterra por el filósofo Alain de Botton y que, bajo la apariencia de una librería, ofrece toda una batería de servicios (cursos, talleres, charlas) para educar en lo que “no se tiene en cuenta en la escuela o en la universidad”, esto es: “Cómo deberíamos vivir bien”.

Uno de esos servicios se ha hecho particularmente famoso, y su nombre es ya de por sí explicativo. Lo llamanbiblioterapia. La idea es simple: usar los libros para ayudar a la gente.

De libros y cataplasmas:

El término biblioterapia parece estrenarse en 1916 en un artículo publicado en la revista The Atlantic Monthly. En él se habla de un tal doctor Bangster, que receta libros a quien los pudiera necesitar. Esto era lo que decía sobre ellos: “Un libro puede ser un estimulante, un tranquilizante, un irritante o un soporífero. La cuestión es que debe hacerte algo, y tú tienes que saber qué es. Un libro puede ser de la naturaleza de un jarabe calmante o puede ser una cataplasma de mostaza irritante”.

La biblioterapia se extendió tras la I Guerra Mundial, cuando se recomendaban libros a los soldados con estrés postraumático
El uso de la biblioterapia empezó a extenderse después de la I Guerra Mundial, sobre todo en los Estados Unidos. Allí, varias iniciativas empezaron a recomendar libros a los soldados que retornaban, muchos de ellos con estrés postraumático, en un intento por mejorar su convalecencia.

Hoy día, guías clínicas como las desarrolladas en el Reino Unido por el National Institute and Care Excellence (NICE) recomiendan la biblioterapia en casos de depresión o trastornos de ansiedad. Lo definen como un tipo de terapia cognitiva de baja intensidad que puede ayudar en casos leves, pero no es exactamente lo mismo a lo que se refería Bangster.

Estas recomendaciones se basan en libros de autoayuda convenientemente seleccionados a través de iniciativas para prescribir solo aquellos considerados de “alta calidad”. Lo que Bangster proponía, y lo que en The School of Life hacen, es extender y enriquecer la prescripción: sus recomendaciones se basan en libros de ficción.

Novelas que levantan el ánimo:

La sección de biblioterapia de The School of Life depende de Susan Elderkin y Ella Berthoud, dos licenciadas en Literatura inglesa por la Universidad de Cambridge. Según comenta Elderkin a Sinc, así surgió la idea: “Ella y yo empezamos a pasarnos libros con un propósito terapéutico cuando éramos estudiantes en la universidad y vivíamos en habitaciones contiguas. A veces llegábamos a casa y nos encontrábamos una novela en la puerta: una novela pensada para subirnos el ánimo cuando lo teníamos bajo o, muchas veces, para espabilarnos y echarnos un rapapolvo”.

“En 2008 empezamos la misma idea como servicio en The School of Life y más tarde publicamos el libro The Novel Cure. Surgió de ver la literatura como un recurso, algo que puede abrir puertas cuando nos sentimos atascados y ayudar a cambiar de perspectiva. Creo que mucha gente ha experimentado este poder, pero normalmente es algo que sucede por casualidad, tropezando con el libro adecuado en el momento adecuado casi por accidente. Nosotros quisimos organizar la literatura para que no dependiera del azar, para que cualquiera que necesitara un recordatorio de que no estaba solo pudiera encontrarlo cuando lo necesitara”.

Susan Elderkin y Ella Berthoud comenzaron en 2008 a prestar servicios de biblioterapia en The Schoolof Life. Más tarde publicaron el libro ‘The Novel Cure’, en el que hablan de la literatura como estímulo para afrontar los problemas.
Susan Elderkin y Ella Berthoud comenzaron en 2008 a prestar servicios de biblioterapia en The Schoolof Life. Más tarde publicaron el libro ‘The Novel Cure’, en el que hablan de la literatura como estímulo para afrontar los problemas.

El funcionamiento es sencillo. Consiste en rellenar un cuestionario con preguntas sobre hábitos y preferencias de lectura junto con otras más personales, como el tipo de vida, las principales preocupaciones e ilusiones o lo que uno espera estar haciendo dentro de diez años. Después se fija una entrevista que puede ser incluso por teléfono o Skype y al final uno recibe una lista con seis o siete libros recomendados. La biblioterapia funciona como una suerte de librero emocional, que alguno podría ver como un escalafón superior, o simplemente diferente al del librero tradicional.

La web The School of Life funciona como un librero emocial: rellenas un cuestionario, haces una entrevista y te prescribe libros de ficción
También se recomiendan libros de no ficción, pero según Elderkin “preferimos prescribir novelas”. Algunas que suelen recomendar, según la persona y la situación, son El Evangelio según Jesucristo, de José Saramago; Henderson, el Rey de la Lluvia, de Saul Bellow; Siddharta, de Herman Hesse o Un hombre afortunado, de John Berger.

Para Elderkin, “después de todo, hay pocas cosas que puedas experimentar por las que no haya pasado ya un personaje de ficción. En mi opinión, Matar a un Ruiseñor es un maravilloso estímulo para hacer lo que uno de los mejores libros de autoayuda nos habría dicho: sentir el miedo y hacerlo de todas maneras”.

Por el momento no existen buenos estudios que prueben el valor de este tipo de biblioterapia en la salud, pero cada vez hay más evidencias de lo que sí puede provocar la lectura en nuestro interior.

Qué le pasa al cerebro cuando lee:

Si al leer nos transportamos y entramos en lo que el libro nos cuenta, si nos imaginamos y de alguna manera vivimos la historia de sus personajes aun encerrados en nuestra habitación, algo debe suceder en nuestros cerebros que lo permita. La mejor manera de saber qué es lo que tiene lugar es mediante pruebas de neuroimagen, técnicas que discriminan las áreas cerebrales que se activan cuando leemos lo que leemos. Desde hace unos años se han sucedido los experimentos desde lo aparentemente más simple a procesos más complejos. Esto es algo de lo que han observado.

En el año 2006, investigadores españoles en la universidad Jaume I de Castellón dieron a leer diversas palabras a una serie de voluntarios mientras les practicaban una resonancia cerebral. Algunas de esas palabras evocaban olores intensos, eran palabras como ajo, canela o jazmín. Otras eran palabras neutras, sin ningún tipo de olor asociado. Lo que vieron fue que, al leer, todas ellas activaban las áreas cerebrales responsables del lenguaje, pero las primeras hacían trabajar además a las áreas olfativas, las responsables de oler en la realidad.

Si al leer nos transportamos a la historia que el libro nos cuenta, algo debe suceder en nuestro cerebro que lo permita
Investigaciones similares parecían certificar algo que por otra parte parece concluirse de forma intuitiva: al leer, de alguna (cerebral) manera, reproducimos lo que las palabras evocan del mundo real. Por ejemplo, cuando leemos palabras como chupar, agarrar o pegar una patada, se activan respectivamente las áreas de la corteza premotora relacionadas con la cara, los brazos y las piernas.

En cierta forma es lo que hacen los saltadores de altura, que cierran los ojos e incluso ladean la cabeza antes de cada salto visualizando cada uno de sus movimientos. Esa visualización activa algunas de las áreas que luego les permitirán elevarse y las entrena, aumenta su eficacia.

De ahí la siguiente suposición: si al leer reproducimos lo que sería la historia en la realidad, y si son tantas las variantes a las que podemos acceder, ¿podría de alguna manera la lectura entrenarnos para la vida real?

Historias y personajes que entrenan la empatía :

La empatía puede definirse como la capacidad para captar las emociones y ponerse en el lugar de otro. Es un concepto amplio que engloba lo que se conoce como teoría de la mente, y es una de las bases que permiten la vida en sociedad. Algunos experimentos ya habían mostrado que, al menos de forma temporal, leer pasajes de un libro de Chejov alteraban los rasgos de personalidad de los lectores respecto a si se leía la misma historia pero de forma neutra, en estilo documental.

David Comer Kidd y Emanuele Castano, investigadores en la New School for Social Research en Nueva York, fueron un paso más allá. En un artículo en Science mostraron que leer la considerada como alta literatura (sus ejemplos eran Don DeLillo o Alice Munro, entre otros) mejoraba de forma ligera pero evidente las puntuaciones de los participantes cuando se sometían a tests de empatía, algo que no sucedía con la considerada baja literatura, como las novelas románticas de Danielle Steel, o con los libros de no ficción.

Un estudio de investigadores de Inglaterra e Italia afirmaba que leer novelas de Harry Potter ayuda a superar prejuicios hacia grupos discriminados. Imagen: Alonis, Flickr
Un estudio de investigadores de Inglaterra e Italia afirmaba que leer novelas de Harry Potter ayuda a superar prejuicios hacia grupos discriminados. Imagen: Alonis, Flickr

Aunque el estudio recibió algunas críticas, son ya varios los trabajos que apuntan en la misma dirección. “Nosotros creemos –explica Castano– que la complejidad de los personajes, que se rebelan a ser estereotipados, obligan al lector a hacer un esfuerzo para entenderlos como individuos únicos, y eso es probablemente la causa de los resultados que encontramos”.

Recientes estudios aseguran que la buena literatura mejora la capacidad de sentir empatía porque es un simulador de la realidad
De alguna manera la literatura (la buena literatura) funcionaría como un simulador de la realidad: un campo de pruebas sin riesgo donde pueden darse y practicarse condiciones particulares y extremas a las que normalmente no accedemos con asiduidad.

Incluso un estudio de 2014 sostenía que leer las novelas de Harry Potter hacía que los estudiantes mejoraran su actitud respecto a grupos estigmatizados como inmigrantes o refugiados.

Algunas conclusiones periodísticas de estas investigaciones afirmaron, extrapolando estos efectos, que leer ficción puede hacernos mejores personas. Parece una extensión exagerada, pero Castano no la rechaza: “Yo creo que la empatía es un componente clave del comportamiento social y de la moralidad en general. Para mí sí, la empatía te hace una mejor persona”.

Los beneficios de la no ficción :

La mayoría de los estudios previos se basaban en novelas o cuentos, pero la literatura de no ficción también encierra la promesa de múltiples beneficios. El principal de ellos parece ser –aparte del propio bagaje cultural que aporten– el aumento de la reserva cognitiva, una especie de colchón neuronal que protege de desarrollar síntomas como los asociados a las demencias.

Por ejemplo, en enfermos de esclerosis múltiple cuanto mayor era el hábito de lectura a la edad de veinte años –tanto de ficción como de revistas, periódicos o ensayos–, mayor es el tamaño del hipocampo aun con el avance de la enfermedad, lo cual se relaciona también con una mejor memoria. Curiosamente, esta asociación no aparecía con otros hobbies como tocar un instrumento, ni siquiera con el nivel de educación.

La literatura de no ficción aumenta la reserva cognitiva, un colchón neuronal que protege de síntomas asociados a las demencias
En otro trabajo, el llamado estudio de las monjas, se tuvo acceso a los diarios de juventud de 678 religiosas que habían donado su cuerpo a la ciencia. Tras los estudios patológicos se observó que aquellas con un lenguaje más rico a los veinte años –muy probablemente obtenido a través de mayores y mejores lecturas de todo tipo– mostraban muchos menos signos de demencia.

Estos datos están lejos aún de ser definitivos y concluyentes, pero psicólogos como Castano se muestran convencidos: “Leer no ficción tiene montones de beneficios, tanto en términos del desarrollo cognitivo como de su mantenimiento, ¡así como por lo que aprendes al leer!”

La terapia y el placer :

Entonces, ¿tiene sentido la biblioterapia? ¿Puede desempeñar un papel en el cerebro? “Sí, creo que puede”, sostiene Castano. “Son beneficios diferentes a los que mis investigaciones estudian, pero al fin y al cabo leer ficción es una parte de lo que nos hace humanos”.

Y si no, e independientemente, siempre nos quedará la experiencia de la lectura. “¿Dónde salvo en la ficción podemos experimentar lo que es ser alguien de otro género, o vivir en otra época, o haber nacido en algún país lejano?”, se pregunta Elderkin. Luego añade lo siguiente: “Las novelas ofrecen una narrativa ampliada, con múltiples capas; requieren tiempo y atención sostenida para leer y entender y disfrutar. Entrar en una historia de esta forma es tremendamente relajante para nuestros cerebros fragmentados”. Eso ya parece bastante.

Fuente: http://www.agenciasinc.es/Reportajes/Biblioterapia-el-poder-de-un-libro-sobre-tu-cerebro

Imagen: http://www.agenciasinc.es/var/ezwebin_site/storage/images/reportajes/biblioterapia-el-poder-de-un-libro-sobre-tu-cerebro/5733700-20-esl-MX/Biblioterapia-el-poder-de-un-libro-sobre-tu-cerebro_image_380.jpg

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La importancia de escribir a mano en un mundo de pantallas

No debemos dejarnos llevar por la fascinación del mundo digital: si no enseñamos a los más pequeños a escribir a mano, estaremos ralentizando y modificando su desarrollo cerebral.

La escritura manual es más importante de lo que muchos se creen, sobre todo desde las que pantallas táctiles y los teclados inundan nuestras vidas. Es una actividad que, más allá de lo puramente mecánico, estimula la actividad cerebral y que exige coordinar procesos cognitivos, motrices y neuromusculares.

Por eso es tan importante que desde muy pequeños los niños aprendan a dominarla. Así lo afirman varios investigadores y expertos en lenguaje oral y escrito, y que en sus diversos estudios llegan a la misma conclusión: escribir a mano cambia la función cerebral y puede modificar el desarrollo del cerebro.

En un artículo publicado este año en el Journal of Learning Disabilities, los investigadores analizaban la manera en que el lenguaje oral y el escrito se relacionan con la atención y con las aptitudes de “función ejecutiva” (como por ejemplo la planificación) en alumnos entre cuarto de primaria y tercero de secundaria, con y sin discapacidades de aprendizaje.

En él pudieron comprobar que la escritura manual ayuda a los niños a prestar atención al lenguaje escrito.

Laura Dinehart, catedrática adjunta de Educación Infantil de la Universidad Internacional de Florida, cree que los niños a los que les cuesta escribir acaban poniendo todo su esfuerzo en la propia escritura, olvidándose del contenido de lo que escriben. Con las consecuencias negativas que ello conlleva, entre otras, calificaciones más bajas en el colegio.

Virginia Berninger, catedrática de Psicología Educativa de la Universidad de Washington, cree que entender la escritura manual como una actividad mecánica es un mito.

En ella utilizamos partes motrices de nuestro cerebro, como planificación y control, pero la más importante es una región cerebral en la que coinciden la visión y el lenguaje. Es lo que se conoce como el giro fusiforme, donde los estímulos visuales se convierten en letras y palabras escritas”, explica.

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Los escáneres funcionales realizado sobre cerebros de adultos han revelado una red cerebral característica que se activa cuando leen y que incluye áreas relacionadas con los procesos motrices. Eso ha hecho pensar a los científicos que el proceso cognitivo de la lectura puede estar conectado con el proceso motor de formación de las letras.

De ahí que los niños que no saben escribir no distingan las letras y sólo vean en ellas figuras geométricas.

En los niños pequeños con un desarrollo normal parece que teclear las letras no genera la misma activación cerebral que cuando escriben. Es más, luego ya de adultos, habituados a escribir en el teclado, es más probable que retengamos menos información de este modo que si escribiésemos a mano.

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Todos estos estudios no representan ninguna cruzada contra la escritura tecleada. De hecho saberse las posiciones de las teclas y escribir sin mirarlas activa las fibras que se intercomunican en el cerebro, algo que no pasa con la escritura manual, que solo necesita de una mano.

Estos expertos defienden que preparemos a los niños como escritores híbridos, pasando primero por una fase de escritura a mano y de lectura, después a otra de deletreo y redacción y finalmente se les introduzca en las mecanografía a ciegas.

Berlinger cree que “dominar la escritura manual, aunque sea con mala letra, es una manera de hacer tuyo el lenguaje escrito en sentido profundo”. 

En definitiva, se trata de que nuestra fascinación por el mundo digital no les prive a los más pequeños de experiencias importantes que tendrán impacto real en su cerebro y en su desarrollo.

Vía | nyt.com

Fuente: http://www.ticbeat.com/tecnologias/la-importancia-de-escribir-a-mano-en-un-mundo-de-pantallas/

Imagen: http://cdn3.ticbeat.com/src/uploads/2016/07/la-importancia-de-la-esritura-manual-en-el-desarrollo-cerebral-810×608.jpg

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